.
Lo cogí pensando que
Domingo llamaba otra vez para calentar el ambiente hasta que llegase
con Pilar y quizá la ucraniana, ojala, pensé. Respondí. “Soy tu
perro fiel, ordéname lo que se te ocurra por muy disparatado que lo
encuentres y lo cumpliré para ti sin rechistar”. Confieso que me
ruboricé cuando escuché la voz de Juanita que preguntaba si se
habría equivocado de número y pedía disculpas. Rápidamente le
contesté que no se había equivocado y que me parecía estupendo que
no se hubiese pensado más el prestarse al ofrecimiento que le hice.
Balbuceó unas palabras ininteligibles, se la notaba nerviosa, y
continué diciéndole que si quería asistir como espectadora a un
juego de sexo en el que podría participar si quería, naturalmente,
no tenía mas que acercarse: “¿Dentro de una media hora, estaría
bien?”, le contesté que por supuesto y que no fuese a sorprenderse
de nada de lo que viese. Me serví medio vaso de güisqui y me lo
bebí de un trago; me tonificó y aumentó mi euforia, iba a poder
alimentar mi lado exhibicionista. De la nevera saqué el frasquito
con nitrito de amilo y esnifé; sentí como el pene revivía, el ano
se me relajaba y la cabeza iba a estallar del bombeo de sangre. Con
la botella y el tarrito me senté delante del televisor y me dispuse
a contemplar una película de dominación. Estaba gozando de las
sevicias a las que sometían al protagonista toda una legión de
novicias cuando sonó el timbre de la puerta. Era Juanita. No había
pasado la media hora y ya estaba en la puerta, debía estar
excitadísima. Le abrí como estaba y por poco no se cae de espaldas.
Hizo intención de retirarse pero le sujeté por la mano y ella se
dejó convencer al instante, luego le llevé la mano a mi pene y ella
lo acarició, luego a las bolsas y después cogiendo al peso el
candado del glande me preguntó que como podía soportar aquello.
No le contesté, la hice
pasar, cerré la puerta y la acompañé hasta el sofá. Sentados uno
al lado del otro, ella muy rígida, tensa, mirando al frente sin
saber que hacer le apacigüé sus dudas acariciándole la pierna. Al
principio dio un respingo pero luego hizo un pequeño gesto de querer
abrir las piernas, pero era algo que el natural recato de su
educación le impedía, lo capte al momento y ascendí hasta la cima.
Palpé debajo de la falda y constaté que no llevaba ropa interior,
estaba muy húmeda. Le hice que mirase bien la pantalla y se fijase
en lo que se desarrollaba. El hombre joven estaba atado a una cruz de
san Andrés pero de espaldas y sobre una mesa las novicias le
azotaban con los cordones de sus hábitos y le derramaban cera
liquida de los cirios sobre las nalgas y el sexo, el hombre gritaba
de dolor y las novicias con las faldas remangadas se le ponían
delante de la cara para que les lamiese bien el sexo, o el ano.
Cuanto mas arreciaban los golpes y mas cera se le derramaba mayor
énfasis ponía el mártir en chupar y lamer.
Noté que la respiración
de Juanita se aceleraba, estaba excitándose más de lo que hubiera
imaginado y seguramente de lo que hubiera deseado ella antes de
llegar a mi casa. Empezó a removerse en el asiento. Finalmente, por
apuro sin lugar a dudas, debió obligarse a relajarse del todo ante
el visionado de la película, sobre todo cuando vio, ya jadeando
francamente, que una de las religiosas le introducía por el ano al
hombre uno de los cirios dejándolo encendido por el otro extremo. Se
echó sobre el respaldo del sofá dejándose resbalar en el asiento y
levantándose la falda para comenzar a manipularse torpemente. La
detuve. La invité a que se desnudase y me acompañase a la
habitación de arriba. No me rechistó, la película le diluyó
cualquier óbice que ella trajese premeditado, estaba entregada y
había sido más fácil de lo que en principio hubiese pensado cuando
la invite a venir a mi casa.
Cogí la botella de güisqui
y el frasquito de nitrito y una vez se hubo desnudado la flanquee
escaleras arriba. Yo tenía el pene duro y le empujé con él las
nalgas. Me preguntó con voz entre temblorosa de terror y lujuria si
la iba a sodomizar entonces, le señalé el candado y me encogí de
hombros, “pues quítatelo” me dijo cargada de razón. Cuando le
contesté que acababa de tragarme la llave para no poder quitármelo
en días y así poder gozar más con el sufrimiento que suponía el
deseo imposible de culminar se acercó a mí refregándose ya con
cualquier tipo de vergüenza perdida.
Al cerrar la puerta detrás
de nosotros se quedó parada quejándose con algo de pánico que no
se veía nada. Encendí una de las luces de penumbra y poco a poco
fue haciéndose a la oscuridad. Me dijo entonces que se hacia pis, le
dije que en el suelo, que se abriese de piernas y orinase sin más,
de esta manera empezaría a comprender que clase de placer era el que
iba a encontrarse allí, nada de convenciones ni normas de buena
urbanidad, el placer debía empezar y acabar en el placer, pero que
antes de empezar a orinar esperase un momento. Me agaché delante de
ella le lamí el sexo y luego le dije sin apartarme que orinase en mi
boca y sobre mi cara. Su primera reacción fue decir que no, pero la
convencí lamiéndole muy suavemente y recordándole que había
prometido que no se escandalizaría de nada de lo que hiciésemos
arriba. Finalmente el chorro comenzó a salir llenándome la boca y
resbalando por la barbilla cayendo al suelo después. Saqué la
lengua entonces y lamí entre sus labios mientras orinaba, ella
comenzó a convulsionar de placer. Se puso a gritar “es un orgasmo,
me estoy corriendo, me estoy corriendo”, como si aquello
representase una novedad imposible de experimentar ya jamás en su
vida. Seguí lamiendo con más fuerza, haciendo hincapié en el
clítoris para finalmente sujetarla porque las piernas le flaqueaban
y no la sostenían del placer. Quedó de rodillas en el suelo
jadeando y convulsionando mientras yo le pasaba los dedos suavemente
por entre sus ninfas levantando el clítoris que estaba duro como mi
candado. Cuando dejó de convulsionar yo deje de estimular y
finalmente se recostó sobre mi hombro, completamente relajada.
Pasaron unos minutos así
hasta que ella comenzó a moverse. Nos sentamos los dos sobre el
suelo y le ofrecí un trago de güisqui, luego una aspiración de
nitrito y eso la sacó de sí. Como una loca se puso a estimularme el
pene sin reparar en el candado que lo anillaba, me rogaba que la
penetrase con candado y todo, gritaba de forma desgarradora que
necesitaba que la partiese, necesitaba más placer aún. Le dije que
hoy no habría placer para su ano, solo para sus pezones y su sexo,
le pregunté si quería gozar mas aún, un goce extremo que pareciese
dolor y me dijo que lo que fuese, estaba transfigurada, ya no era la
Juanita que acababa de traspasar el umbral de mi puerta hacia escasos
minutos. Me dirigí al armario y saque pinzas con las que le cogí
los pezones y las ninfas. Se quejaba de dolor pero quería más aún.
Le coloqué la pinza del clítoris y ahí fue cuando emitió un grito
desgarrador, cayó al suelo y comenzó a frotarse el sexo y los
pezones compulsivamente para aumentar así la sensación dolorosa que
aumentase la placentera. Se hacía un arco sobre el suelo y no cesaba
de estimularse con las manos, hacia movimientos convulsos de espasmo
y emitía sonidos de bestia herida pero no paraba. Finalmente emitió
un grito muy agudo y se desplomó inerte en el suelo. Se acababa de
desmayar de placer y dolor. No pude evitar decir en voz alta
realmente satisfecho “Juanita, Juanita, que rápido has aprendido.
Tu y yo nos vamos ha arrastrar por un sendero de rosas, pero a base
de revolcarnos sobre las espinas”. Con delicadeza le quité las
pinzas que la habían torturado y me las puse yo en los pezones y por
la piel del fuste del pene luego me incliné a su lado y me entregué
a lamerle la sangre que ella misma se había hecho en su sexo
frotando salvajemente las pinzas que yo le había puesto.
Me satisfacía lamerle con
suavidad su sexo mientras sentía la presión de las pinzas que le
había quitado en mis pezones. El pene se me mantenía erguido como
un mástil al que un vendaval doblega; tal era el peso del candado,
pero eso ofrecía un plus de gozo. Cuando llevaba unos minutos
disfrutando del cuerpo de Juanita, ésta despertó con un quejido. Me
tocó la cabeza que yo mantenía en su entrepierna y me la retiró
con delicadeza. Le pregunté si no le gustaba y me contestó que
demasiado pero que no sabía si podría tener fuerzas para volver a
sentir lo que le había llevado al desmayo, la vida podría
marchársele con el siguiente orgasmo y no es que le importase, me
decía con absoluta sinceridad, pero le gustaría preservarse para
poder seguir conociendo y conociéndose nuevas formas de gozar.
Quedamos sentados los dos contra la pared, yo con la cabeza apoyada
en su hombro y ella jugueteando con las pinzas que torturaban mis
pezones, pero sin intención lubrica alguna, eso se nota, lo hacía
de forma mecánica como si jugase con los mechones del pelo, si los
hubiese tenido, a pesar de lo cual, el tironear de los pezones aunque
fuese con suavidad me hacían llegar hasta el precipicio del orgasmo
sin llegar a caer en él. Cerraba los ojos y me limitaba a disfrutar
del momento.
Tras un largo silencio me
preguntó intrigada por las causas y vericuetos mediante los cuales
se puede llegar a estar sentado en el suelo de una habitación
penumbrosa sobre la que se ha meado junto a una mujer a la que se
desconoce y a la que se ha hecho gozar hasta limites sobrehumanos
mientras se tiene el pene atravesado por un hierro y los pezones
masacrados por unas pinzas que aprietan mas de lo que uno piensa que
pudiera soportar mas de un minuto.
No sabría decir como se
llega hasta aquí, cual es el pistoletazo de salida para coger esta
calle de final incierto, porque yo nunca fui un degenerado, que es el
calificativo con el que la gente de orden reduce de un plumazo toda
la existencia de una persona que no interpreta la forma de vivir como
el resto del común y prefiere explorar un camino no trillado por el
resto de la humanidad que apacienta un numero escaso e indeterminado
de próceres que se benefician de ese transito previsto y aburrido
del resto. Lo cierto es que jamás lo había pensado, le dije, que
había racionalizado las causas inmediatas, como el aburrimiento del
sexo tasado y obligatorio del matrimonio y el afloramiento a la
superficie de la maldad de mi mujer en cuanto comprendió que yo no
era quien ella creía para los fines que ella deseaba, que nunca
llegaría a ser un respetable anciano de la comunidad que se deja
ningunear a medida que cumple años cometiendo el horrible pecado de
no morirse inmediatamente después de dejar de ser útil para nada
mas que para gastar recursos. Callé en ese momento haciendo memoria,
una memoria lejana, brumosa, como encantada, formando parte de una
fabula contada en los albores de una infancia en la que todo es
mágico y todo es increíble y por eso todo es real. El dolor de los
pezones que empezaba a hacerme sufrir de verdad sin aportarme
consuelo de placer me traía a la memoria retazos de cuadros
desteñidos de dolor que me zarandeaban el alma y me hacían fijar mi
atención en las nalgas en las que echaba en falta algo más para
terminar de completar un puzzle que llevaba arrumbado en las sentinas
de mi memoria toda una vida. Y se me ocurrió que quizá Juanita
pudiera ayudarme. Me puse de rodillas y le indiqué a mi compañera
que con la disciplina que estaba colgada de la pared me azotase con
fuerza. Juanita empezó muy tímidamente y solo conseguía
acariciarme la piel. La imprequé con furia hasta que conseguí que
el azote fuese contundente, de verdugo desconocido, alquilado en
algún tugurio alemán, de los que golpean para joderte de verdad y
que no encuentres el mínimo ápice de placer en el dolor. Cuando
sentí en las nalgas el lamido ardiente de las tiras de cuero
manejadas con saña por Juanita se me hizo la luz en la cabeza y se
desplegó delante de mí un mosaico colorido que me hizo llorar
desconsoladamente. Juanita al escucharme se detuvo en el castigo. Me
volví a sentar en el suelo sintiendo el dolor de los golpes y relaté
aquel episodio en el que un niño de seis años es brutalmente
apalizado en el culo por un adulto mientras delante una mujer a base
de vibrador y destreza alcanzaba orgasmo tras orgasmo pellizcando los
pezones del pobre chaval que solo sabía pedir perdón y llorar su
desgracia.
La pregunta era inevitable
y yo deseaba que no la plantease nunca pero lo hizo. “Pero quienes
eran esos degenerados”. Me le quedé mirando a sus ojos
sorprendidos implorando la suficiente compasión como para olvidar la
pregunta y dejarlo correr, pero ella no entendía. “¿Te
raptaron?”. Al fin con el mayor desconsuelo del mundo, casi
vomitando, quitándome las pinzas de los pezones que ya no me
satisfacían y deseando que la llave del candado saliese cuanto antes
para poder librarme de él, solo puede contestar un “mis padres”
susurrado porque me atormentaba decir que quienes deberían haber
velado por mi seguridad me utilizaban como objeto sexual.
Después ya no se que pasó.
Lo siguiente son recuerdos muy agradables y vividos en los que estaba
en otra casa con otros adultos a los que al principio temía y a los
que finalmente lloré cuando al poco de estar yo ya casado murieron
en un accidente de aviación. Fueron mis padres, los de verdad. De
los otros nunca llegué a saber que fue de ellos y los tenía
totalmente olvidados hasta el momento en que Juanita quiso
interesarse por algo más que por el placer que me proporciona el ser
agredido. Juanita, escandalizada me consoló y abominó de mis padres
haciendo votos porque estuviesen abrasándose en cualquier infierno,
yo le quise quitar hierro al asunto, se trataba de gozar hasta no
poder más, así que le dije entre llantos que qué lástima no haber
sabido sacar provecho de aquellas experiencias. Después le enseñé
la ingle izquierda separando las bolsas donde había una cicatriz y
le rogué que mirase bien en torno al ano donde podría encontrar
otra cicatriz. Nunca supe como me las podría haber hecho porque no
guardaba registro de accidente, enfermedad o intervención quirúrgica
que me hubiese dejado semejantes cicatrices. “Dios sabe desde que
edad y cuantas veces me sodomizó mi propio padre” le dije
rehuyendole la mirada. Entonces pude recordar la primera vez que en
una de nuestras fiestas con Pilar y Domingo a éste se le ocurrió
que no estaría mal probar un ano de perro, se murió de risa al
darse cuenta de la ocurrencia, y me sodomizó mientras me obligaba a
lamer el ano de Pilar. Yo esperé con la punta del glande de Domingo
a las puertas de mi cuerpo experimentar el dolor más inhumano al
verse impulsado su pene dentro del recto por el golpe seco de caderas
pero no voy a decir que no me dolió pero tuve la impresión de que
no me dolía tanto y durante el tiempo previsible, al punto de que
no pasaron ni dos minutos y empecé a sentir como el esmegma me
goteaba del pene y me provocaba algo parecido a un orgasmo de bajo
perfil pero inextinguible. Este episodio me llevó a pensar que es
que yo estaba construido para gozar del sexo con todos mis atributos
fuesen los que fuesen, cuando la realidad es que fueron mis padres
los que cuando los demás niños juegan inocentemente entre si a mi
me entrenaban para poder pasar por donde fuese menester en asuntos de
sexo. Con todo el dolor del corazón se lo agradezco, aunque no
habría estado mal verlos pudrirse en algún vertedero comidos de
perros sarnosos y ratas.
Juanita rompió su silencio
para solidarizarse conmigo por mi desgracia, yo le callé la boca con
mi pene anillado acercándoselo para que lo besase. Le dije que
olvidase y que se dispusiese a gozar, porque estaba esperando unos
amigos que a buen seguro le despejarían muchas dudas, si es que aún
le quedaba alguna. Le ofrecí otra copa y el frasquito de nitrito,
pero esta vez me lo rechazó prefiriendo usar de él cuando viniese
la compañía.
Pasaron unos buenos treinta
minutos en los que nos dedicamos a acariciarnos sin pretensión
alguna, solo intimar un poco, sentirnos acompañados a través de la
piel, de cualquier parte de la piel, pues ningún recoveco de nuestro
cuerpo e incluso de dentro de nuestro cuerpo nos era ya tabú, nos
disfrutamos melosamente esperando el plato fuerte del acompañamiento
de Domingo y Pilar cuando sonó el timbre.
Le pregunté si se sentía
tan libre ya, como para acompañarme tal y como estaba, luciendo
michelines para abrir la puerta. Juanita vaciló un poco para luego
decidida asentir, diciendo que lo único que podía pasar era que
aprendiese alguna otra forma de disfrute como por ejemplo enseñar su
cuerpo tal y como era sintiéndose además orgullosa de él ahora que
le conocía como jamás pensará que podía conocerse.
Es curioso como yo, aunque
creo que le pasará a todo el común, da por hecho lo que se piensa
que tiene que suceder. Cómo pasó entonces, que al abrir la puerta,
esperaba ver a Pilar y a Domingo, sonrientes como de costumbre,
esperando a que les abriese, y sin embargo cuando franqueé la puerta
y busqué a Pilar sin que estuviese, me desilusioné, en su lugar
había una mujer flacucha, escuálida, rapada casi al cero, vestida
con un ajustadísimo traje de raso, seria, al punto de desagradable,
al lado de Domingo, con una sonrisa malévola pintada en la boca
llevando de la mano una corta correa que terminaba en el collar que
llevaba al cuello un enorme y precioso gran danés de al menos
setenta kilos. Pregunte algo aturdido por Pilar, Domingo contestó de
forma evasiva acerca de los males de su ex mujer pero con poca
convicción, dicho lo cual entró con flaca y perro a la sala. Me
presentó a la mujer como la amante esclava de Pilar que había
venido por orden de su ama para hacer lo que nos diese la gana con
ella tanto como ser pasivo como activo si eso nos placía. Domingo le
sacó los pechos del traje y me enseñó los pezones gordos
perforados por dos argollas gruesas, tiró de ellas y la chica dejó
escuchar una queja de complacencia. El perro de nombre Screw, a la
vista de sus atributos y su nombre pocas explicaciones más merecía.
El animal era el último capricho de Domingo que gozaba masturbándole
(al final pajillero de perros, pensé para mí) y entregándole a sus
amigas para que se dejasen montar por el bicho como paso previo para
fornicar con él. Algunas, según me contaría mas adelante una vez
eran tomadas por Screw ya no querían saber nada de él, pero el
disfrutaba viendo como el perro penetraba una y otra vez sin cansarse
al parecer. Inmediatamente pensé en cuando yo le comía el sexo a
Pilar después de que Domingo la derramase su semen dentro y mi boca
se complacía en recibir aquel semen mientras lamía con avaricia la
entrada de su vagina. Me estremecí de placer y mi cuerpo lo demostró
con una tremenda erección cuando pensé en que podía haber sido el
perro el que hubiese poseído a Pilar y yo el que hubiese degustado
su semen. Screw acostumbrado a estos lances entendió lo que estaba
pasando y se metió el pene con candado y todo en la boca mordiéndolo
dulcemente. Tuve que decirle a Domingo que retirase al perro pues
acabaría corriéndome y quería mantener el máximo ímpetu sexual
para lo que suponía que tendría que venir. A una orden escueta de
Domingo, Screw se retiró gimiendo de contrariedad al tiempo que se
retorcía para lamerse su pene que emergía grande y rojo de entre
sus patas.
Domingo se aposentó en el
sofá al tiempo que señalándome el pene se sorprendía de que fuese
verdad lo de la llave del candado para luego sentenciar: “la
buscarás con la boca”. Me estremeció el aplomo y la seriedad con
que lo dijo.
Mi relación con la
scatofilia se había limitado a lamerle el ano después de hacer sus
necesidades tanto a Pilar como a él cuando siendo yo su perro me lo
ordenaban para de esa manera excitarse y azotarme por puerco, unas
veces quedaban en el ano mas cantidad de heces y otras con menos, a
Domingo siempre le quedaban más, pero de ahí a tener que meter la
cara en mi propia mierda para rebuscar en ella solo de pensarlo me
entraban mareos. Para desafiarle y que el juego empezase cuanto antes
quise apostar fuerte y le contesté intentando demostrar aplomo,
auque la voz me salía tremola de excitación: “me tendrás que
obligar”. Domingo se sonrió, me dio un azote con la palma de la
mano abierta con bastante fuerza y me ordenó que le presentase a
Juanita. Me excitó tanto el golpe en la nalga que empecé a destilar
esmegma, el perro al verlo no pudo reprimirse y me lo lamió, Domingo
le agarró de los genitales y se los retorció al tiempo que le daba
una orden igual de escueta que la anterior. El perro no se defendió,
con todo lo grande que era se plegó en el suelo y gimió de dolor
pero no por eso el pene dejo de tenerlo bien tieso y chorreante. Le
dije quien era Juanita y lo que había ocurrido hasta entonces.
Excuso decir que Juanita estaba sobrecogida de lo que veía y oía
pero permanecía callada. Domingo se dirigió a ella y le preguntó
si participaría en el juego, pero le anticipó que el juego duraría
al menos tres días que es lo que calculaba él que tardaría yo en
expulsar la llave ya que durante esos tres días solo comería lo que
a él le apeteciera y sería bien poco para demorar el acontecimiento
y poder disfrutar castigándome por lo que se me había ocurrido
hacer. Juanita estaba temblando y preguntó si podría hacer una
llamada antes de decidir quedarse. Llamó al trabajo diciendo que
estaba enferma y que en por lo menos tres días no iría. Después me
dijo que se moría por ver lo que allí iba a suceder.
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