viernes, 1 de febrero de 2013

SUMISO Y FIEL III


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Lo cogí pensando que Domingo llamaba otra vez para calentar el ambiente hasta que llegase con Pilar y quizá la ucraniana, ojala, pensé. Respondí. “Soy tu perro fiel, ordéname lo que se te ocurra por muy disparatado que lo encuentres y lo cumpliré para ti sin rechistar”. Confieso que me ruboricé cuando escuché la voz de Juanita que preguntaba si se habría equivocado de número y pedía disculpas. Rápidamente le contesté que no se había equivocado y que me parecía estupendo que no se hubiese pensado más el prestarse al ofrecimiento que le hice. Balbuceó unas palabras ininteligibles, se la notaba nerviosa, y continué diciéndole que si quería asistir como espectadora a un juego de sexo en el que podría participar si quería, naturalmente, no tenía mas que acercarse: “¿Dentro de una media hora, estaría bien?”, le contesté que por supuesto y que no fuese a sorprenderse de nada de lo que viese. Me serví medio vaso de güisqui y me lo bebí de un trago; me tonificó y aumentó mi euforia, iba a poder alimentar mi lado exhibicionista. De la nevera saqué el frasquito con nitrito de amilo y esnifé; sentí como el pene revivía, el ano se me relajaba y la cabeza iba a estallar del bombeo de sangre. Con la botella y el tarrito me senté delante del televisor y me dispuse a contemplar una película de dominación. Estaba gozando de las sevicias a las que sometían al protagonista toda una legión de novicias cuando sonó el timbre de la puerta. Era Juanita. No había pasado la media hora y ya estaba en la puerta, debía estar excitadísima. Le abrí como estaba y por poco no se cae de espaldas. Hizo intención de retirarse pero le sujeté por la mano y ella se dejó convencer al instante, luego le llevé la mano a mi pene y ella lo acarició, luego a las bolsas y después cogiendo al peso el candado del glande me preguntó que como podía soportar aquello.
No le contesté, la hice pasar, cerré la puerta y la acompañé hasta el sofá. Sentados uno al lado del otro, ella muy rígida, tensa, mirando al frente sin saber que hacer le apacigüé sus dudas acariciándole la pierna. Al principio dio un respingo pero luego hizo un pequeño gesto de querer abrir las piernas, pero era algo que el natural recato de su educación le impedía, lo capte al momento y ascendí hasta la cima. Palpé debajo de la falda y constaté que no llevaba ropa interior, estaba muy húmeda. Le hice que mirase bien la pantalla y se fijase en lo que se desarrollaba. El hombre joven estaba atado a una cruz de san Andrés pero de espaldas y sobre una mesa las novicias le azotaban con los cordones de sus hábitos y le derramaban cera liquida de los cirios sobre las nalgas y el sexo, el hombre gritaba de dolor y las novicias con las faldas remangadas se le ponían delante de la cara para que les lamiese bien el sexo, o el ano. Cuanto mas arreciaban los golpes y mas cera se le derramaba mayor énfasis ponía el mártir en chupar y lamer.
Noté que la respiración de Juanita se aceleraba, estaba excitándose más de lo que hubiera imaginado y seguramente de lo que hubiera deseado ella antes de llegar a mi casa. Empezó a removerse en el asiento. Finalmente, por apuro sin lugar a dudas, debió obligarse a relajarse del todo ante el visionado de la película, sobre todo cuando vio, ya jadeando francamente, que una de las religiosas le introducía por el ano al hombre uno de los cirios dejándolo encendido por el otro extremo. Se echó sobre el respaldo del sofá dejándose resbalar en el asiento y levantándose la falda para comenzar a manipularse torpemente. La detuve. La invité a que se desnudase y me acompañase a la habitación de arriba. No me rechistó, la película le diluyó cualquier óbice que ella trajese premeditado, estaba entregada y había sido más fácil de lo que en principio hubiese pensado cuando la invite a venir a mi casa.
Cogí la botella de güisqui y el frasquito de nitrito y una vez se hubo desnudado la flanquee escaleras arriba. Yo tenía el pene duro y le empujé con él las nalgas. Me preguntó con voz entre temblorosa de terror y lujuria si la iba a sodomizar entonces, le señalé el candado y me encogí de hombros, “pues quítatelo” me dijo cargada de razón. Cuando le contesté que acababa de tragarme la llave para no poder quitármelo en días y así poder gozar más con el sufrimiento que suponía el deseo imposible de culminar se acercó a mí refregándose ya con cualquier tipo de vergüenza perdida.
Al cerrar la puerta detrás de nosotros se quedó parada quejándose con algo de pánico que no se veía nada. Encendí una de las luces de penumbra y poco a poco fue haciéndose a la oscuridad. Me dijo entonces que se hacia pis, le dije que en el suelo, que se abriese de piernas y orinase sin más, de esta manera empezaría a comprender que clase de placer era el que iba a encontrarse allí, nada de convenciones ni normas de buena urbanidad, el placer debía empezar y acabar en el placer, pero que antes de empezar a orinar esperase un momento. Me agaché delante de ella le lamí el sexo y luego le dije sin apartarme que orinase en mi boca y sobre mi cara. Su primera reacción fue decir que no, pero la convencí lamiéndole muy suavemente y recordándole que había prometido que no se escandalizaría de nada de lo que hiciésemos arriba. Finalmente el chorro comenzó a salir llenándome la boca y resbalando por la barbilla cayendo al suelo después. Saqué la lengua entonces y lamí entre sus labios mientras orinaba, ella comenzó a convulsionar de placer. Se puso a gritar “es un orgasmo, me estoy corriendo, me estoy corriendo”, como si aquello representase una novedad imposible de experimentar ya jamás en su vida. Seguí lamiendo con más fuerza, haciendo hincapié en el clítoris para finalmente sujetarla porque las piernas le flaqueaban y no la sostenían del placer. Quedó de rodillas en el suelo jadeando y convulsionando mientras yo le pasaba los dedos suavemente por entre sus ninfas levantando el clítoris que estaba duro como mi candado. Cuando dejó de convulsionar yo deje de estimular y finalmente se recostó sobre mi hombro, completamente relajada.
Pasaron unos minutos así hasta que ella comenzó a moverse. Nos sentamos los dos sobre el suelo y le ofrecí un trago de güisqui, luego una aspiración de nitrito y eso la sacó de sí. Como una loca se puso a estimularme el pene sin reparar en el candado que lo anillaba, me rogaba que la penetrase con candado y todo, gritaba de forma desgarradora que necesitaba que la partiese, necesitaba más placer aún. Le dije que hoy no habría placer para su ano, solo para sus pezones y su sexo, le pregunté si quería gozar mas aún, un goce extremo que pareciese dolor y me dijo que lo que fuese, estaba transfigurada, ya no era la Juanita que acababa de traspasar el umbral de mi puerta hacia escasos minutos. Me dirigí al armario y saque pinzas con las que le cogí los pezones y las ninfas. Se quejaba de dolor pero quería más aún. Le coloqué la pinza del clítoris y ahí fue cuando emitió un grito desgarrador, cayó al suelo y comenzó a frotarse el sexo y los pezones compulsivamente para aumentar así la sensación dolorosa que aumentase la placentera. Se hacía un arco sobre el suelo y no cesaba de estimularse con las manos, hacia movimientos convulsos de espasmo y emitía sonidos de bestia herida pero no paraba. Finalmente emitió un grito muy agudo y se desplomó inerte en el suelo. Se acababa de desmayar de placer y dolor. No pude evitar decir en voz alta realmente satisfecho “Juanita, Juanita, que rápido has aprendido. Tu y yo nos vamos ha arrastrar por un sendero de rosas, pero a base de revolcarnos sobre las espinas”. Con delicadeza le quité las pinzas que la habían torturado y me las puse yo en los pezones y por la piel del fuste del pene luego me incliné a su lado y me entregué a lamerle la sangre que ella misma se había hecho en su sexo frotando salvajemente las pinzas que yo le había puesto.
Me satisfacía lamerle con suavidad su sexo mientras sentía la presión de las pinzas que le había quitado en mis pezones. El pene se me mantenía erguido como un mástil al que un vendaval doblega; tal era el peso del candado, pero eso ofrecía un plus de gozo. Cuando llevaba unos minutos disfrutando del cuerpo de Juanita, ésta despertó con un quejido. Me tocó la cabeza que yo mantenía en su entrepierna y me la retiró con delicadeza. Le pregunté si no le gustaba y me contestó que demasiado pero que no sabía si podría tener fuerzas para volver a sentir lo que le había llevado al desmayo, la vida podría marchársele con el siguiente orgasmo y no es que le importase, me decía con absoluta sinceridad, pero le gustaría preservarse para poder seguir conociendo y conociéndose nuevas formas de gozar. Quedamos sentados los dos contra la pared, yo con la cabeza apoyada en su hombro y ella jugueteando con las pinzas que torturaban mis pezones, pero sin intención lubrica alguna, eso se nota, lo hacía de forma mecánica como si jugase con los mechones del pelo, si los hubiese tenido, a pesar de lo cual, el tironear de los pezones aunque fuese con suavidad me hacían llegar hasta el precipicio del orgasmo sin llegar a caer en él. Cerraba los ojos y me limitaba a disfrutar del momento.
Tras un largo silencio me preguntó intrigada por las causas y vericuetos mediante los cuales se puede llegar a estar sentado en el suelo de una habitación penumbrosa sobre la que se ha meado junto a una mujer a la que se desconoce y a la que se ha hecho gozar hasta limites sobrehumanos mientras se tiene el pene atravesado por un hierro y los pezones masacrados por unas pinzas que aprietan mas de lo que uno piensa que pudiera soportar mas de un minuto.
No sabría decir como se llega hasta aquí, cual es el pistoletazo de salida para coger esta calle de final incierto, porque yo nunca fui un degenerado, que es el calificativo con el que la gente de orden reduce de un plumazo toda la existencia de una persona que no interpreta la forma de vivir como el resto del común y prefiere explorar un camino no trillado por el resto de la humanidad que apacienta un numero escaso e indeterminado de próceres que se benefician de ese transito previsto y aburrido del resto. Lo cierto es que jamás lo había pensado, le dije, que había racionalizado las causas inmediatas, como el aburrimiento del sexo tasado y obligatorio del matrimonio y el afloramiento a la superficie de la maldad de mi mujer en cuanto comprendió que yo no era quien ella creía para los fines que ella deseaba, que nunca llegaría a ser un respetable anciano de la comunidad que se deja ningunear a medida que cumple años cometiendo el horrible pecado de no morirse inmediatamente después de dejar de ser útil para nada mas que para gastar recursos. Callé en ese momento haciendo memoria, una memoria lejana, brumosa, como encantada, formando parte de una fabula contada en los albores de una infancia en la que todo es mágico y todo es increíble y por eso todo es real. El dolor de los pezones que empezaba a hacerme sufrir de verdad sin aportarme consuelo de placer me traía a la memoria retazos de cuadros desteñidos de dolor que me zarandeaban el alma y me hacían fijar mi atención en las nalgas en las que echaba en falta algo más para terminar de completar un puzzle que llevaba arrumbado en las sentinas de mi memoria toda una vida. Y se me ocurrió que quizá Juanita pudiera ayudarme. Me puse de rodillas y le indiqué a mi compañera que con la disciplina que estaba colgada de la pared me azotase con fuerza. Juanita empezó muy tímidamente y solo conseguía acariciarme la piel. La imprequé con furia hasta que conseguí que el azote fuese contundente, de verdugo desconocido, alquilado en algún tugurio alemán, de los que golpean para joderte de verdad y que no encuentres el mínimo ápice de placer en el dolor. Cuando sentí en las nalgas el lamido ardiente de las tiras de cuero manejadas con saña por Juanita se me hizo la luz en la cabeza y se desplegó delante de mí un mosaico colorido que me hizo llorar desconsoladamente. Juanita al escucharme se detuvo en el castigo. Me volví a sentar en el suelo sintiendo el dolor de los golpes y relaté aquel episodio en el que un niño de seis años es brutalmente apalizado en el culo por un adulto mientras delante una mujer a base de vibrador y destreza alcanzaba orgasmo tras orgasmo pellizcando los pezones del pobre chaval que solo sabía pedir perdón y llorar su desgracia.
La pregunta era inevitable y yo deseaba que no la plantease nunca pero lo hizo. “Pero quienes eran esos degenerados”. Me le quedé mirando a sus ojos sorprendidos implorando la suficiente compasión como para olvidar la pregunta y dejarlo correr, pero ella no entendía. “¿Te raptaron?”. Al fin con el mayor desconsuelo del mundo, casi vomitando, quitándome las pinzas de los pezones que ya no me satisfacían y deseando que la llave del candado saliese cuanto antes para poder librarme de él, solo puede contestar un “mis padres” susurrado porque me atormentaba decir que quienes deberían haber velado por mi seguridad me utilizaban como objeto sexual.
Después ya no se que pasó. Lo siguiente son recuerdos muy agradables y vividos en los que estaba en otra casa con otros adultos a los que al principio temía y a los que finalmente lloré cuando al poco de estar yo ya casado murieron en un accidente de aviación. Fueron mis padres, los de verdad. De los otros nunca llegué a saber que fue de ellos y los tenía totalmente olvidados hasta el momento en que Juanita quiso interesarse por algo más que por el placer que me proporciona el ser agredido. Juanita, escandalizada me consoló y abominó de mis padres haciendo votos porque estuviesen abrasándose en cualquier infierno, yo le quise quitar hierro al asunto, se trataba de gozar hasta no poder más, así que le dije entre llantos que qué lástima no haber sabido sacar provecho de aquellas experiencias. Después le enseñé la ingle izquierda separando las bolsas donde había una cicatriz y le rogué que mirase bien en torno al ano donde podría encontrar otra cicatriz. Nunca supe como me las podría haber hecho porque no guardaba registro de accidente, enfermedad o intervención quirúrgica que me hubiese dejado semejantes cicatrices. “Dios sabe desde que edad y cuantas veces me sodomizó mi propio padre” le dije rehuyendole la mirada. Entonces pude recordar la primera vez que en una de nuestras fiestas con Pilar y Domingo a éste se le ocurrió que no estaría mal probar un ano de perro, se murió de risa al darse cuenta de la ocurrencia, y me sodomizó mientras me obligaba a lamer el ano de Pilar. Yo esperé con la punta del glande de Domingo a las puertas de mi cuerpo experimentar el dolor más inhumano al verse impulsado su pene dentro del recto por el golpe seco de caderas pero no voy a decir que no me dolió pero tuve la impresión de que no me dolía tanto y durante el tiempo previsible, al punto de que no pasaron ni dos minutos y empecé a sentir como el esmegma me goteaba del pene y me provocaba algo parecido a un orgasmo de bajo perfil pero inextinguible. Este episodio me llevó a pensar que es que yo estaba construido para gozar del sexo con todos mis atributos fuesen los que fuesen, cuando la realidad es que fueron mis padres los que cuando los demás niños juegan inocentemente entre si a mi me entrenaban para poder pasar por donde fuese menester en asuntos de sexo. Con todo el dolor del corazón se lo agradezco, aunque no habría estado mal verlos pudrirse en algún vertedero comidos de perros sarnosos y ratas.
Juanita rompió su silencio para solidarizarse conmigo por mi desgracia, yo le callé la boca con mi pene anillado acercándoselo para que lo besase. Le dije que olvidase y que se dispusiese a gozar, porque estaba esperando unos amigos que a buen seguro le despejarían muchas dudas, si es que aún le quedaba alguna. Le ofrecí otra copa y el frasquito de nitrito, pero esta vez me lo rechazó prefiriendo usar de él cuando viniese la compañía.
Pasaron unos buenos treinta minutos en los que nos dedicamos a acariciarnos sin pretensión alguna, solo intimar un poco, sentirnos acompañados a través de la piel, de cualquier parte de la piel, pues ningún recoveco de nuestro cuerpo e incluso de dentro de nuestro cuerpo nos era ya tabú, nos disfrutamos melosamente esperando el plato fuerte del acompañamiento de Domingo y Pilar cuando sonó el timbre.
Le pregunté si se sentía tan libre ya, como para acompañarme tal y como estaba, luciendo michelines para abrir la puerta. Juanita vaciló un poco para luego decidida asentir, diciendo que lo único que podía pasar era que aprendiese alguna otra forma de disfrute como por ejemplo enseñar su cuerpo tal y como era sintiéndose además orgullosa de él ahora que le conocía como jamás pensará que podía conocerse.
Es curioso como yo, aunque creo que le pasará a todo el común, da por hecho lo que se piensa que tiene que suceder. Cómo pasó entonces, que al abrir la puerta, esperaba ver a Pilar y a Domingo, sonrientes como de costumbre, esperando a que les abriese, y sin embargo cuando franqueé la puerta y busqué a Pilar sin que estuviese, me desilusioné, en su lugar había una mujer flacucha, escuálida, rapada casi al cero, vestida con un ajustadísimo traje de raso, seria, al punto de desagradable, al lado de Domingo, con una sonrisa malévola pintada en la boca llevando de la mano una corta correa que terminaba en el collar que llevaba al cuello un enorme y precioso gran danés de al menos setenta kilos. Pregunte algo aturdido por Pilar, Domingo contestó de forma evasiva acerca de los males de su ex mujer pero con poca convicción, dicho lo cual entró con flaca y perro a la sala. Me presentó a la mujer como la amante esclava de Pilar que había venido por orden de su ama para hacer lo que nos diese la gana con ella tanto como ser pasivo como activo si eso nos placía. Domingo le sacó los pechos del traje y me enseñó los pezones gordos perforados por dos argollas gruesas, tiró de ellas y la chica dejó escuchar una queja de complacencia. El perro de nombre Screw, a la vista de sus atributos y su nombre pocas explicaciones más merecía. El animal era el último capricho de Domingo que gozaba masturbándole (al final pajillero de perros, pensé para mí) y entregándole a sus amigas para que se dejasen montar por el bicho como paso previo para fornicar con él. Algunas, según me contaría mas adelante una vez eran tomadas por Screw ya no querían saber nada de él, pero el disfrutaba viendo como el perro penetraba una y otra vez sin cansarse al parecer. Inmediatamente pensé en cuando yo le comía el sexo a Pilar después de que Domingo la derramase su semen dentro y mi boca se complacía en recibir aquel semen mientras lamía con avaricia la entrada de su vagina. Me estremecí de placer y mi cuerpo lo demostró con una tremenda erección cuando pensé en que podía haber sido el perro el que hubiese poseído a Pilar y yo el que hubiese degustado su semen. Screw acostumbrado a estos lances entendió lo que estaba pasando y se metió el pene con candado y todo en la boca mordiéndolo dulcemente. Tuve que decirle a Domingo que retirase al perro pues acabaría corriéndome y quería mantener el máximo ímpetu sexual para lo que suponía que tendría que venir. A una orden escueta de Domingo, Screw se retiró gimiendo de contrariedad al tiempo que se retorcía para lamerse su pene que emergía grande y rojo de entre sus patas.
Domingo se aposentó en el sofá al tiempo que señalándome el pene se sorprendía de que fuese verdad lo de la llave del candado para luego sentenciar: “la buscarás con la boca”. Me estremeció el aplomo y la seriedad con que lo dijo.
Mi relación con la scatofilia se había limitado a lamerle el ano después de hacer sus necesidades tanto a Pilar como a él cuando siendo yo su perro me lo ordenaban para de esa manera excitarse y azotarme por puerco, unas veces quedaban en el ano mas cantidad de heces y otras con menos, a Domingo siempre le quedaban más, pero de ahí a tener que meter la cara en mi propia mierda para rebuscar en ella solo de pensarlo me entraban mareos. Para desafiarle y que el juego empezase cuanto antes quise apostar fuerte y le contesté intentando demostrar aplomo, auque la voz me salía tremola de excitación: “me tendrás que obligar”. Domingo se sonrió, me dio un azote con la palma de la mano abierta con bastante fuerza y me ordenó que le presentase a Juanita. Me excitó tanto el golpe en la nalga que empecé a destilar esmegma, el perro al verlo no pudo reprimirse y me lo lamió, Domingo le agarró de los genitales y se los retorció al tiempo que le daba una orden igual de escueta que la anterior. El perro no se defendió, con todo lo grande que era se plegó en el suelo y gimió de dolor pero no por eso el pene dejo de tenerlo bien tieso y chorreante. Le dije quien era Juanita y lo que había ocurrido hasta entonces. Excuso decir que Juanita estaba sobrecogida de lo que veía y oía pero permanecía callada. Domingo se dirigió a ella y le preguntó si participaría en el juego, pero le anticipó que el juego duraría al menos tres días que es lo que calculaba él que tardaría yo en expulsar la llave ya que durante esos tres días solo comería lo que a él le apeteciera y sería bien poco para demorar el acontecimiento y poder disfrutar castigándome por lo que se me había ocurrido hacer. Juanita estaba temblando y preguntó si podría hacer una llamada antes de decidir quedarse. Llamó al trabajo diciendo que estaba enferma y que en por lo menos tres días no iría. Después me dijo que se moría por ver lo que allí iba a suceder.

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