jueves, 24 de agosto de 2023

EL CONFESIONARIO (III)

 

Paloma empezó a llorar sin consuelo. No podía articular palabra. Tenía el corazón encogido. Sabía que desde que Pedro nació le llamó la atención su macrosomía. La dotación de su marido no era gran cosa y que el tamaño con el que su hijo entró en su vida le quitaba el aliento. Cada vez que bañaba a su hijo se demoraba exasperadamente en su región pudenda al punto de que a medida que pasaban las semanas las erecciones de su pequeño eran más inquietantes al menor y lúbrico masaje que en cada baño le dispensaba. Le gustaba sentir la dureza de su enorme verga en sus manos, y como le había recomendado el pediatra, le retraía el pellejo peneano dejando aparecer un glande brillante y rotundo. El niño, a pesar de su cortísima edad, pocas semanas, aprendió a reír con ganas cada vez que su madre le masajeaba el capullo. Llegó a creer que en alguno de esos baños su hijo experimentaba orgasmos porque la risa daba paso a un desfallecimiento extremo con ojos en blanco y dejadez de miembros total.
Llevó al niño al médico que le quitó importancia "aunque son pequeños, pueden tener orgasmos. No se entretenga mucho en esa zona cuando lo bañe"
Cuando Pedro tenía un añito, se metió con él en la bañera en un dedo de agua templada y cuando el niño experimentó su increíble erección le abrazó poniéndole a la altura pertinente sintiendo como entraba y corriendose de inmediato. Llegó en el enganche a tal punto que se bañaba con el niño hasta tres veces al día. En uno de esos baños, su marido, Mariano la pilló en sus manejos y aunque nadie le creyó las lubricidades que contaba de su mujer y su hijo, se fue para siempre de la casa.
- No padre, no. Ya hacia tiempo, pero, el niño no se acuerda de nada, pero jugamos con el niño hasta que cumplió los cinco años.
- ¿Jugamos?, ¿Quien más hubo?
Pedro desde el otro lado del confesionario estaba a punto del colapso, pero no por eso abortaba su erección o el deseo de algo, de algo a poder ser violento, cuanto más violento más excitante sería. Necesitaba algo gordo, que le violentase el ano, tenía que dolerle. No sabía dónde encontrar algo que le disciplinase por detrás. Contuvo la respiración y esperó la respuesta de su madre a la pregunta del cura. No podía dejar de agarrar con fuerza su pene. Sentía necesidad de su dildo en el culo y al tiempo, sin explicación posible empezó a llorar.
- Mi amiga Elena vino un día a casa y estaba a punto de meterme en el baño con Pedro. "Anda, Paloma, báñate con él que yo lo vea, y así recuerdo nuestros buenos momentos"
Padre, no pude resistir la tentación y - se le desfalleció la voz en un puchero - y le dije que se bañara con nosotros. Nos metimos en la bañera las dos y Pedrito entre medias. Elena se entusiasmó con el tamaño del niño y lo usó con mi consentimiento. Y yo, tengo que confesar, padre, que gocé viéndola. Me lo he reprochado muchas veces.
Pedro desde el otro habitáculo no podía dejar de llorar ni de masajearse su capullo, hasta que se corrió con seis abundantes chorros de semen que tatuaron las paredes del confesionario. Su respiración agitada y los quejidos ahogados de placer alertaron a Don Felipe.
- ¿Hay alguien ahí?
Pedro escuchó descorrerse la cortinilla de la reja que comunicaba con el cura en su sitio e instintivamente se plegó hasta el suelo.
- Si hay alguien ahí, que sepa que estoy en plena confesión de una penitente y escuchar lo que confiesa es un pecado de perversión.
La cortinilla volvió a cerrarse y Pedro con mucho cuidado empezó a vestirse. Ya había escuchado suficiente para explicarse muchas cosas e interpretar sueños extraños que tenía con frecuencia.
Cuando terminó salió muy cuidadosamente y se sentó en un banco a esperar a que su madre terminase de vaciar su corazón de inmundicia. Con lo que le gustaba a él dormir con mamá sintiendo su calor y como ella le abrazaba y le colmaba de besos por todo el cuerpo. Le gustaba que se acostaran desnudos y él dormía profundamente con mucha seguridad. Siempre se despertaba de madrugada duro y tenso de entrepierna y su madre le acariciaba y tranquilizaba volviéndose a dormir.
Estaba en esos pensamientos cuando salió su madre del confesionario con un pañuelo en la mano enjugándose los ojos.
- Tú hijo ¿Te vas a confesar?
Y antes de poder responder a Paloma, Don Felipe salía de su sitio.
- ¡Ah! Aquí está Pedro. Has venido a visitarme y has traído a una oveja al rebaño. Eso está muy bien. Y tú ¿También vas a querer confesarte? - y mientras decía esto le daba una suavecita bofetada y luego un pellizco en la mejilla - porque algún pecado tendrás que tener, veniales, seguro - rematandolo todo con una risa blanda y forzada. ¿Alguno mortal? Bueno, será poca cosa, y a tu edad, la carne, el mayor enemigo.
- No. No necesito - iba a decir mierdas como la de mi madre, pero se contuvo - de momento, hasta hacer un buen examen de conciencia. Gracias.
- Bueno, pues nada. Hasta otro día. Y tú, Paloma, haz lo que te he dicho, verás como todo sale bien.

Camino de casa Pedro se mantenía serio y silencioso. No podía quitarse de la cabeza el sueño del día anterior en el que el maestro de novicios le hacía una mamada gloriosa, y ahora resulta que fue una mamada real y llevada a cabo por ¡su propia madre! Y rememorandolo sintió que se empalmaba. El placer que sintió creyendo que soñaba no se parecía a nada de lo que él tenía experiencia.
Paloma le miraba a hurtadillas sin poder evitar poner cara de angustia. No tenía idea en qué forma iba a poder sincerarse con su hijo y pedirle perdón. Pedro se encontraba incómodo con su empalme y estaba inquieto removiendose en su asiento del metro colocándose su anatomía.
- ¿Que te pasa hijo? Te veo inquieto.
Pedro no contestaba sumido en la disyuntiva de echar en cara a su madre lo que había hecho o pedirle que lo repitiese. ¿Que importaba? Él era joven, sano, potente y no rechazaba el placer. Ella no era más que una boca de seda que gustaba de acariciar un precioso pene como el suyo. ¿Que era su madre? Él no la eligió y si ella no pudo evitar la lujuria de apoderarse de su sexo siendo su madre, ¿Quién era él para cuestionarlo?
Y dió un paso más sin poderlo remediar.
- Mamá. ¿Desde que se fue papá de casa, tú has tenido sexo con alguien?
- Pedro, por dios, ¿Como se te ocurre preguntar eso?
- Mamá, por dios, ¿Como se te ocurrió hacerme anoche esa mamada?
Paloma se quedó sin respiración. Ella preocupada por cómo abordar a su hijo en un tema tan escabroso y resulta que su hijo lo sabía todo. ¡Que zorro! Se estaba dando cuenta y se hizo el dormido.
- ¿Te diste cuenta entonces? - musitó de forma muy apagada y abochornada.
- Lo he escuchado en el confesionario. Y lo de tu amiga Elena. ¿Estás liada con ella?
- Como puedes decir eso. Soy tu madre.
- Eres bisexual o lesbiana directamente - Pedro paso por alto la escenita de indignación de su madre - puedes ser tortillera y ser mi madre, que no me escandalizo, aunque eso me explica también porque nos abandonó mi padre.
Mamá, cariño - Pedro se volvió a su madre, la abrazó y le cubrió de besos - ¿Vas a querer que te folle también. Quizá te haga más ilusión por el culo? aunque preferiría que alguien me follará a mi - Paloma quiso desembarazarse del abrazo de su hijo, pero Pedro se lo impidió y siguió susurrándole al oído - ahora, mami, están todas las cartas sobre la mesa. No tenemos porqué disimular nada. Puedes mamarmela cada vez que quieras..., preguntándome antes. Como si quieres un polvo más convencional, no tendría inconveniente.
Paloma lloraba ya de forma convulsa. Le repugnaba lo que le decía su hijo pero al tiempo sentía que se mojaba y los pezones se le ponían duros. Pedro deshizo el abrazo y se puso en pie.
- Estamos llegando mamá. Levanta.
Paloma no era capaz de mirar a los ojos a Pedro. Estaba avergonzada y no sabía cómo se iba a tener que comportar al llegar a casa. Pedro le echó el brazo por el hombro y mientras subían la escalera camino de la calle se le acercó al oído.
- La mamas como nadie, mamaíta - al tiempo esbozaba una sonrisa depravada.

miércoles, 16 de agosto de 2023

EL CONFESIONARIO (II)

 

- ¿Vas a ir a ver a ese cura que conociste?
- Si mamá. Ahora iré. San Dionisio está por el centro ¿no?
- Si Pedro. Yo sé dónde está porque allí se casó mi amiga Elenita, bueno, que de Elenita tiene ya poco. Ahora ya somos algo mayores.
- Quién, ¿Esa señora con la que vas a veces a algún retiro?
- Esa.
La madre de Pedro, Paloma, se quedó pensativa, como ausente, la mirada perdida y los ojos paulatinamente más vidriosos.
- Mamá¿Te pasa algo?
- Nada, nada. Termina el desayuno que te voy a acompañar a San Dionisio.
- Ya soy mayorcito para necesitar que me lleves de la manita - protestó Pedro
- Es que hijo, me acabo de acordar que hace siglos que no confieso. Y así me presentas a Don Felipe y me confieso con él.
Pedro sintió el fastidio. Ya hacía cábalas de como embidar al cura y darle calabazas a continuación. Que se la machase con su imagen. No iba a dejarle que le tocase un pelo, pero le hacía ilusión excitarle, ponerle en el disparadero del deseo más lujurioso.
- No te importará que vaya, ¿verdad hijo?
- Bueno, no era mi idea, pero está bien, así me entero del trayecto para cuando vaya más veces. El cura parece enrrollado.
Mientras Paloma se desnudaba para vestirse de limpio vio su cuerpo desnudo en el espejo del ropero y se entretuvo viendo los estragos del paso del tiempo. Se rozó los pezones y no pudo evitar sentir los labios de su amiga Elena sintiendo un escalofrío que le estalló en el clítoris. Llevó la mano hasta la zona y lo palpó duro. No pudo evitar la masturbación, pero en esta ocasión no era ya el roce de los labios de su amiga en los pezones, era el roce de sus propios labios con el capullo de su hijo. Volvió a vivir el sabor de su semen y eso le hizo alcanzar otro orgasmo. Y volvió a horrorizarse. Se tildó de monstruo lúbrico y pederasta de su propio hijo suponiendo que lo suyo ya no tendría perdón.

Hicieron un par de trasbordos en el metro hasta alcanzar lo que desde siempre se llamó "El cemento" una parte de la ciudad a la que primero arrebataron el arenal y lo cubrieron a primeros de siglo de ese material tan duradero. Después la ciudad fue creciendo y lo que era un arrabal quedó como parte céntrica.
Allí en un lateral, perimetrada por una pequeña valla testimonial y una cancela de dos hojas permanentemente franca se abría un pequeño jardíncillo de setos recortados de boj con una escalera de tres peldaños que daba al atrio porticado y una gran inscripción en piedra en el parámento principal haciendo referencia a su erección como ermita siglos antes por un poderoso rey.
A derecha e izquierda dos puertas aparentemente cerradas daban paso al templo.
- Está cerrado.
- Imposible, hijo. Una es para entrar y otra para salir. Mira el cartelito encima de cada puerta. Es muy pequeño, pero ves, en el de la izquierda pone entrada y en el otro salida. Vamos, solo habrá que empujar la puerta un poco.
Efectivamente la puerta de la izquierda cedió a la pequeña presión de Paloma y entraron en una estancia penumbrosa no muy grande. A medida que fueron acostumbrándose los ojos fueron apareciendo en diferentes puntos lucecitas titilantes testigo de las velas encendidas. El presbiterio debilmente iluminado por una lámpara de baja potencia y colocada muy alta daba al conjunto un ambiente atenorizador. Lo remataba la lámpara de tintes rojizos que avisaban de la presencia del Santísimo.
Las hileras de bancos estaban vacías y sobre las paredes habían una especie de casetas; los confesionarios, sumidos también en la penumbra. Una exploración más atenta revelaba que estaban formados por un cuerpo central cerrada por delante por media puerta que complementaba con una pesada cortina de terciopelo que caía de la parte superior de la construcción. Por dentro tenían unas ventanillas con celosía que comunicaban a derecha e izquierda con cada cabina. A cada lado una especie de cabinas adosadas sin puertas pero que se independizaban para mayor intimidad con una cortina. En su parte superior en la de la izquierda se leía "Mujeres" y en la de la derecha "Hombres". Cuando un hombre o mujer entraba a confesar con el sacerdote, éste abría la ventanilla correspondiente y comenzaba la confesión.
Paloma le dijo a Pedro que iba a entrar en recogimiento para hacer examen de conciencia.
- Tú ve a buscar al cura a la sacristía a ver si lo encuentras.
Pedro dejó a su madre en una capilla lateral bajo la advocación de María Magdalena y se dirigió a la puerta de entrada a la sacristía justo al otro lado de donde quedó rezando su madre.
La sacristía era una habitación anchurosa cubierta de muebles roperos y cajones grandes en los que guardar ornamentos y enseres del culto. Un hombre bajito, canoso y aspecto bonachón le preguntó que deseaba.
- Estoy buscando a Don Felipe. Me dijo que está era su iglesia.
- Si, muchacho, es el párroco. Ahora bajará de la casa parroquial - señaló con el dedo al techo - aquí arriba. Yo soy el sacristán, como un secretario - le tendió la mano - me puedes llamar Manolo, como me llama todo el mundo.
- Me llamó Pedro - tendió su mano también y estrecho una mano pequeña y regordeta de uñas bien cuidadas y que le apretó la suya con moderación - conocí a Don Felipe ayer en el tren y me dijo que viniera a visitarle cuando quisiera.
- Si, Don Felipe tiene un grupito de muchachos muy especial de catequesis que están, según dicen, despejando dudas sobre su futuro en la Iglesia. Don Felipe los reúne muchas veces en la casa parroquial. Hace una labor muy buena con ellos.
Pedro imaginó el tipo de labor que hacía el cura con los chicos pero quiso echar a volar su imaginación.
- Yo en realidad he venido con mi madre para confesar.
- Ah, muy bien, muy bien - el sacristán no dejaba de trastear por los armarios y cajones, sacando amitos, cingulos, manípulos y otras prendas preparando el revestimiento de Don Felipe para la siguiente misa - pero esperale en su confesionario. Cada uno tiene un nombre en el penacho que tienen en la parte superior. El suyo es el que pone Párroco, búscale y esperale allí. Cuando baje yo le digo que estás allí y él irá inmediatamente.
Pedro salía de la sacristía justo cuando su madre se tapaba la cara torturada por el hecho de haber tenido ese comportamiento incestuoso con su hijo, de esta forma no vio como Pedro se dirigía al confesionario rotulado como del párroco.
Al llegar vio el cartel de hombres y entró. Tenía una especie de reclinatorio justo delante de la ventanilla que daba al habitaculo del cura y un asiento detrás para esperar, supuso Pedro.
En la penumbra y silencio de aquel espacio le voló la imaginación a las largas sesiones de meditación del convento y enseguida empezó el balanceo del cuerpo con el que provocaba placer teniendo insertado el dildo en su cuerpo. Empezó a endurecerse su miembro y cerrando los ojos se restregaba el pantalón hasta sentir acero entre sus piernas. No se pudo reprimir y se desabrochó el pantalón dejando salir su recluso. Imaginó que se desnudaba allí mismo para masturbarse y en eso llegaba el cura y le hacia una mamada gloriosa.
Sin poderse reprimir se quitó pantalón y ropa interior y se desabrochó la camisa. Estaba desnudo dentro del confesionario y echaba de menos su dildo.

- Don Felipe, buenos días. Ha venido un muchacho preguntando por usted.
- ¿No dijo quien era?
- Que le había conocido a usted en el tren.
- ¡Ah, ya! ¿Y donde está?
- Está esperándole en el confesionario.
- Gracias Manolo. Iré a ver.
Bajando los tres escalones que separaban presbiterio del crucero, Paloma vio al cura y rápidamente se santiguó y se levantó saliendo al paso de Don Felipe.
- ¿Es usted Don Felipe?
- Soy yo. La primera vez que la veo por aquí.
- He venido con mi hijo Pedro - miró alrededor como buscando - debe estar por aquí. Él venía a saludarle y como hacía tiempo que no me confesaba me dije, voy a acompañar a mi hijo. ¿A usted le importaría...?
- Faltaría más señora...
- Paloma. Me puede llamar Palo - se rió con pudor - como mis allegados.
- Venga conmigo, vamos a mi confesionario.
En dos pasos llegaron y Don Felipe se metió en su cabina indicando a Paloma cual era su lugar.
Pedro estaba entregado a una masturbación lenta y muy placentera. Estaba completamente desnudo y cuando escuchó pasos se sobresaltó y no movió un músculo. Escuchó la voz de su madre y la del cura y se quedó sin respiración. Sintió a Don Felipe entrar a su habitaculo y musitar una oración queda. Estaba colocándose la estola para iniciar la confesión. De su madre, se iba a enterar de todo y eso le estimuló.
- Ave María padre
- ¿Cuanto tiempo hace que no te confiesas?
- No se, desde la boda de mi amiga Elena. Que también tengo que hablar de eso. Pero lo primero y me hace más sufrir ocurrió anoche.
A Pedro le dió un vuelco el corazón. El sueño de la noche pasada había sido muy placentero pero perturbador. No quiso relacionarlo con los restos de semen seco de su ropa al despertar, pero el sueño lo explicaba. Se resistía a aceptarlo, pero sin darse cuenta volvía a estar duro como el banco sobre el que se sentaba.
- ¿Que ocurrió anoche, hija, que tan grave te parece?
Paloma inició el relato de lo sucedido interrumpiéndose cada momento por los sollozos que le provocaban el arrepentimiento al tiempo que el cura empezaba a sudar y respirar agitadamente pensando en cómo tendría aquel chico del tren el sexo bien enhiesto y que cantidad de semen caliente eyacularía al correrse. De forma casi inconsciente se desabrochó la sotana y se rebuscó entre la ropa interior su trozo de carne dura embutida en la grasa del pubis.
- Y dime hija ¿Cuanto tiempo tuviste su miembro en tu boca?
- No sabría decir...
- ¿Y te la metiste hasta la garganta o solo lamiste el capullo?
- Padre - Paloma empezó a indignarse - no sé qué necesidad...
- Si, hija, responde. Tengo que saber la gravedad del pecado, si fue solo un desliz o disfrutaste del incesto. Y..., ¿Tu hijo se dio cuenta y disfruto de tener una madre tan degenerada?
Pedro escuchando al cura no podía evitar estar muy excitado, destilando precum en cantidad apreciable que iba recogiendo con los dedos y consumiéndolo  y por otro lado escandalizado de haber gozado de aquella mamada materna, que él creía formar parte de un sueño y resultó ser real, pero para su horror desear que sucediese cada día. No podría volver a mirar a su madre más que como sujeto sexual. ¿Cuántas veces desde pequeño, estando dormido, se lo habría hecho? Se estremeció de miedo y placer. 
Y entonces vino la pregunta que Pedro no habría querido escuchar nunca.
- Y esto, hija, ¿había sucedido más veces?

sábado, 12 de agosto de 2023

EL CONFESIONARIO (I)


No sé realmente como sucedió.

- Debes irte unos días a casa Pedro.
¿Llevas ropa bajo el hábito?
- Naturalmente, padre.
- ¿Podrías levantarte el hábito?
Me felicité de haberme escamado de aquella orden de visita inmediata, poniéndome ropa interior, pantalón y camisa.
- Mire usted - dije mientras me levantaba el hábito - ¿quiere que me lo quité entero?
- No hace falta. Ahora tienes que descansar, ordenar tus ideas y en poco tiempo te llamaré. O quizá el General te llamé a capitulo. Para charlar. Ahora debes serenarte. Tú tren sale en una hora. Haz tu maleta y buena suerte. En poco tiempo si Dios quiere nos veremos.

El maestro de novicios me había llamado a su despacho y me había comunicado que otro novicio me había denunciado por impureza. Yo callé. No comprendía como alguien se pudo haber dado cuenta, pero el novicio Ramón hacia tiempo que me miraba raro. No sé cómo pudo percatarse que me ponía el hábito sin ropa debajo. Y además hacia unas semanas que había distraído una mano de almirez de la cocina, de buen tamaño, mármol de Macael, y me la insertaba por el orto, para entretenerme en los aburridos y larguísimos oficios. Cuando nos sentábamos en los bancos, con casi imperceptibles movimientos me estimulaba desde dentro hasta que me corría. Tenía los bolsillos del hábito descosidos y con las manos por dentro me ayudaba hasta la eyaculación recogiendo la lefa en las manos y llevándomela después disimuladamente a la boca. Ramón debió darse cuenta de alguna de estas efusiones y despechado por lo que ahora contaré me delató al maestro.
Después de una de aquellas sesiones de la comunidad en la capilla en la que la estimulación interna a cargo del dildo marmóreo fue más intensa de la cuenta o que yo a mi diecisiete años estaba que no podía más gemí de forma audible para quien estaba cerca de mi, Ramón, cuando me corrí y de forma refleja le miré en ese momento pidiéndole de manera tácita, indulgencia. Después de la capilla teníamos retiro en nuestras celdas, y Ramón se presentó en la mía, sabiendo que era algo prohibido.
- Menuda paja te has hecho en la capilla, Pedro. Yo también voy desnudo por dentro - se levantó las faldas del hábito enseñando un pequeño pene muy tenso y babeante de excitación - y seguro que una mamada no estaría de más para evitar tener que chivarme de tu impureza.
Mi reacción fue darle un empujón que dio con su grasienta carne en el suelo. Luego, siendo sincero conmigo mismo, me dije que de haber tenido un rabo de ocho pulgadas en lugar de la trompada habría elegido la mamada.
- Debes quitarte el hábito para viajar. Aunque te lo lleves. Si te llama el general deberás acudir con vestimenta talar. Ahora, ven aquí y dame un abrazo de despedida.
Se levantó el padre Manuel, se acercó a mí y me abrazó intensamente, tanto que sentí su dureza contra mi cuerpo, al tiempo que deslizaba por la espalda su mano izquierda hasta abarcarme el culo y empujarme hacía él.
- Quizá no tuvieras que irte si fueses más complaciente y menos rígido en tus preferencias. Este noviciado podría convertirse en algo muy revelador.
- Ya me he hecho a la idea, padre - al tiempo que me separaba de su cuerpo.
- Está bien. Vete. Seguro que volveremos a vernos.

El tren avanzaba a paso moderadamente rápido. Los frailes no escatimaban. En primera. Era cómodo viajar así, no en los atestados vagones de segunda con su humo del caldo de gallina de los trabajadores que se trasladaban de un pueblo a otro a trabajar y liaban y encendían un cigarro tras otro. Los niños que lloraban por la incomodidad y el desespero de las madres repartiendo estopa a la prole para que estuviesen quietos. En primera todo era quietud. Enfrente de mi asiento un cura ni joven ni viejo me miraba interesado. Sentía, notaba que quería cháchara con una expresión de sonrisa a medio hacer buscandome la lengua. Una sotana impecable, seguramente de paño de Benavente con un alzacuellos inmaculado. Afeitado perfecto dejando ver unas mejillas azuladas por la barba tan negra que no se dejaba asomar. Unas gafas montadas al aire con cristales verdes le daban un aspecto como de obispo o al menos de vicario. Ya conocía ese aspecto en el padre provincial cuando vino a visitarnos con motivo del inicio del noviciado.
Me hacía preguntas y yo respondía con monosílabos hasta que me preguntó por la novia.
- Estoy haciendo el noviciado. No tengo novia.
- ¡Religioso! Como yo. Perfecto, perfecto. ¿Y tú hábito? Dispensa por viaje, supongo.
Al mostrarse comprensivo con mi atuendo civil hizo un movimiento acomodándose en el asiento y se colocó el paquete. Le miré descaradamente su acción y balbuceó algo.
- ¿Cómo dice, padre? No le entendí.
- Decía que lo peor de todo, lo más difícil del noviciado es la pureza. Eso fue lo que más me costó a mi en el seminario.
- Para mí - vacilé algo al contestar - lo más difícil es la obediencia.
Me quedé callado absorbido por mi imagen en la capilla durante la meditación moviéndome para que el dildo que me había buscado me estimulase lo necesario para obtener el mejor orgasmo. 
- La obediencia es difícil, si, pero la lujuria muerde la carne y cuesta trabajo desprenderse de ella. Llevamos la carne sobre nosotros siempre dispuesta a arrastrarnos a un placer mal entendido.
Lo decía con un tono melifluo de voz, como si quisiera hipnotizarme clavándome la mirada en mis pupilas, como atornillandome a su voluntad. Ya sin ningún disimulo se acariciaba la sotana a nivel de su bragueta y pasaba de mis ojos a la bragueta queriéndome comer.
Sonó en ese momento por la megafonía que llegábamos a mi destino, al parecer el mismo que el del cura.
- ¿Viene alguien a recogerte? Por cierto, ¿te llamas? Yo soy Felipe, padre Felipe - al tiempo que me tendía la mano.
- Yo me llamo Pedro - le tendí mi mano y sentí una mano blanda, desfallecida, regordeta, fría y húmeda - y sí - mentí pensaba tomar un taxi, no había llamado a casa para comunicarlo - vendrá un hermano mayor a buscarme.
- Yo soy el párroco de San Dionisio. Cuando quieras cualquier cosa, cualquier cosa - enfatizó - te pasas por la sacristía y preguntas por mi, Don Felipe.
La amplia sonrisa emocionada con los labios brillantes por la salivación excesiva y el deseo de comerme en los ojos me halagó, me sentí deseado pero la náusea se me hizo presente imaginando aquel cuerpo blanco y grasiento desnudo.
Esperé a que le recogiese un coche y luego fui a la parada de taxis y di al chófer mi dirección.
Mientras me dirigía a casa e iba viendo pasar mi ciudad se me venía a la cabeza la imagen del cura. Don Felipe. No podía evitar las imágenes de un gordo macilento de mejillas azuladas y baboso tendiendo su mano a mi cara. Me daba asco, si, pero me excitaba. Entornaba los ojos y me removía en el asiento de forma lubrica.
- ¿Te pasa algo chaval?
El taxista me sacó de la ensoñación. Veía sus ojos a través del retrovisor y comprendí su pregunta.
- Nada, nada, es solo un pliegue del pantalón, una incomodidad.
- Como a vuestra edad, tenéis un culito tan redondito y duro..., verdad. Ya te digo, si puedo echarte un cable, o algo, lo que quieras.
- Muchas gracias. Estamos llegando.
Creo que si hubiese durado la carrera diez minutos más habría acabado en cualquier descampado con la cabeza entre las piernas y el culo en pompa.

- Me han dado unos días de vacaciones.
- ¿En estas fechas, vacaciones? Pedro, ¿ Que has hecho? Que te temo.
- Nada, mamá. En unos dias me llamarán de la casa madre y ya está.
- Pero a ti te han echado. A mitad de noviciado, vacaciones. Que te compre quien no te conozca. Menos mal que ya no está tú padre, habría que haberle aguantado además sus sarcasmo.
- Bueno, es un tiempo de reflexión. Echado, echado, no ha sido. Además, en el tren he conocido a un cura, párroco de San Dionisio que me ha dicho que vaya a verle para poner en orden las ideas.
Diciendo esto, Pedro se imaginó al cura, desnudo, blanco como el yogur natural con una oronda barriga y una polla embebida en grasa, las mamás fláccidas colgando  como si los gruesos pezones rosados le pesasen, acercándosele con la sonrisa bobalicona pintada en sus mejillas azuladas y la saliva resbalando por las comisuras. Sin saber porqué, se empalmó. Le excitaba imaginar la escena.
- Pues lo que tienes que hacer es mañana temprano, después de desayunar, acercarte a esa parroquia y que ese cura tan amable te ilumine.
- Mañana temprano, iré a verle y me desnudaré por completo delante de él, en el confesionario para que me haga ver la gloria - cerró los ojos y se vio a si mismo desnudo, masturbándose furiosamente dentro del confesionario mientras el cura, revestido le echaba agua bendita con el hisopo. Y en ese momento se corrió de gusto.
- ¿Que te pasa, Pedro? Se te ha cambiado la cara.
- Un retortijón mamá, voy al váter.
En el cuarto de baño observó la cantidad de semen que había eyaculado; mucha cantidad, recogió lo que pudo con los dedos, se lo llevó a la boca, cerró los ojos y quiso imaginar que Don Felipe, se le había corrido en la boca, sintió que su verga revivía con esa imagen y sin pensárselo más la abonó con otra masturbación. Otra corrida, otra consumición de lefa propia y un sueño que le invadía que le llevó a su cama.
- ¿No vas a cenar, Pedro? - le gritó su madre desde la cocina.
- No mami estoy cansado, prefiero dormir - intentó levantar la voz.
- No te escucho, hijo - su madre se acercó a su dormitorio y le vio ya sumido en un profundo sueño. Le quiso arropar amorosamente - duerme mi niño precioso, duerme. Con esa carita de niño inocente - se le escaparon dos lágrimas - ¿Quién te ha hecho daño a ti, mi amor?
Le observó vestido sobre la cama profundamente dormido, como solo saben dormir los adolescentes después de derrochar toda su fuerza vital a lo largo del día.
- No cariño - susurró- así no vas a dormir bien. Mamá te va a poner tu pijama como cuando eras del todo mío.
Como el que desnuda a un muñeco de trapo, su madre le sacó la camisa, los pantalones y el slip. Se quedó mirando su sexo. Era grande y bien formado. Quiso saber si tenía en la encrucijada del escroto y el pene un antojo como el que ella descubrió en el padre de Pedro cuando, al fin, se decidió a hacerle una felación. Una mancha rojiza con forma de berenjena - un angioma dijo él - levantó el pene de su hijo con cuidado para ver si existía el antojo y, cosas de la edad, la verga comenzó a tener consistencia hasta adquirir en pocos segundos una dureza pétrea. Del meato empezó a destilar fluido trasparente y la madre no pudo evitar acercar la lengua para recogerlo, como lo hacía siempre con su marido y entonces vio una mancha oscura y pequeña cerca del escroto. Se preguntó qué pasaría si se metía el pene en la boca y no pudo reprimirse. Una vez que sintió la seda de su hijo en la boca, su lengua recuperó la memoria de cuando lo hacía con su marido, ya ex, y tuvo que seguir, no por mucho tiempo pues su hijo comenzó a eyacular y permaneciendo dormido gemía de placer por la felación de su madre. Lo tragó todo como solía con el padre del niño, terminó de ponerle el pijama y se llevó de forma inconsciente la mano a su sexo comenzando su propia autosatisfacción. En pocos energicos y rítmicos movimientos alcanzó su orgasmo y cayó de rodillas junto a la cama de su hijo. Estuvo un rato llorando arrepentida de su comportamiento y se comprometió a ir al confesionario.
Luego se levantó despacio y estampó un beso suave en la frente y salió del dormitorio cerrando con cuidado la puerta.
Pedro continuó dormido ajeno a la tragedia que acaba de suceder en habitación.

Estaba ya el sol alto cuando despertó a Pedro una tirantez extrema en la entrepierna. De manera instintiva se llevó la mano al pantalón del pijama y lo encontró mojado. Dio un bote en la cama creyendo haberse meado estando dormido. Pero la cama estaba seca y además identificó como semen seco la mancha que acartonaba en parte el pijama. Se quedó parado y se dijo en voz alta: ¿Quién me puso el pijama?
- Mamá - levantó la voz - ¿Tú me pusiste el pijama?
- Si hijo - la madre entró en el dormitorio como cortada - estabas vestido y así no ibas a descansar bien.
- Entonces..., me lo has visto todo. ¡Joder, mamá, que ya soy mayor!
- Hijo, claro - cada vez más nerviosa - te he visto muchas veces. Pero no hice nada...
- Mamá, solo faltaba que hubieses hecho algo. ¡Que cosas tienes!
- Bueno, venga Pedro, que ya está el desayuno.