sábado, 3 de octubre de 2020

VECINOS

 HISTORIA REAL DEBIDAMENTE CAMUFLADA.

En escasas ocasiones compartimos ascensor - antes de esta inoportuna apuesta por la mala salud de la gente - en mutismo total, salpimentado, eso si, por huidizas miradas de reojo, cuando se suponía que ningún otro ocupante debía darse cuenta.

Lo voy a contar para ilustrar eso de que no sabemos con quien convivimos.

Pues bien, este vecino al que voy a llamar Mario, felizmente, supongo, casado con tres niños, no alcanzaba la cuarentena, pero lo rozaba. Alguna vez lo vi bien aviado de culote, licra y bici cara volviendo de su deporte. Cuando nos dabamos de narices en el portal o en el garaje un sordo saludo era lo común. 

Yo solía bajar a mi trastero para, con cualquier achaque, poder practicar unos manejos de corte sado - masoca, sería mas adecuado decir - dado que la sexualidad marital me resultaba mortalmente aburrida, eramos yo conmigo mismo, provocandome determinadas molestias que me procuraban unos placeres exquisitos. No conseguí que mi mujer abjurará de su convencimiento, de que todo lo que no fuese misionero era una practica desviada, una parafilia inasumible. En cierta ocasión me sorprendió con el esbozo de una felación que duraría no más allá de cinco segundos y que terminó con mi gozo en la taza del vater donde ella acudió rauda a vomitar. Al parecer, fue un pelo que se le coló. Como fuera, todo desembocó en un sexo insipido, en el que solo aceptaba que le practicase cunilinguis. Ya se sabe que hacerlo sin el marco de un sesenta y nueve se convierte en una practica monotona y que acaba con tu pene llorando su aburrimiento.

Después de tantos años de vecindad, fue casi un milagro que en una semana coincidieramos dos veces en el sotano de los trasteros. La primera vez, un martes, yo llegaba a los trasteros y Mario estaba moviendo sus bultos. No nos dijimos ni mu, como era habitual, aunque cruzamos las miradas una milesima de segundo. La segunda vez fue el jueves. Yo estaba entregado dentro de ese armario grande, a mis practicas, tan placenteras, cuando oí como él abría el suyo. Se me cayó una pinza al suelo y pareció en medio del silencio del sotano que medio edificio acababa de desplomarse.

- ¿Hay alguien ahí?

Mario, ¿quien podría ser? queria saber si habia alguien en mi trastero.

- Lo he escuchado. ¿le sucede algo?

Antes de pasar a mayores, decidí que debería salir y desactivar habladurias y suspicacias. Volví a ponerme la camiseta, que era la única prenda que me había dado tiempo a quitar y abrí.

- Hola vecino. ¿que pasa Mario, has oido el golpe de la pinza al caer?

- No se lo que sería, pero pensaba que estaban robando.

Y se me quedó mirando, con esa mirada interrogativa y acusadora de haber estado haciendo algo incorrecto. No se movió del sitio.

- Que te pasa, ¿que no te haces idea de lo que hacia ahí  dentro? 

Me dio la impresión de que se sintió incomodo. Como si acabase de perder su posición ventajosa.

- Si quieres te digo lo que hacia, no tienes mas que preguntarmelo directamente. Y si te da igual saberlo te apartas y me dejas pasar o te vas y yo vuelvo a retomar mi recreo en mi trastero sin vecinos cotillos.

Se creería que iba de farol así que adoptó un rictus de suficiencia, levantó levemente la barbilla y esbozó una sonrisilla cinica. Mario es mas alto que yo, delgado, mas agraciado de lo que era su padre, y estaba en buena forma fisica. De manera que cuando levantó la cabeza para expresar superioridad me hizo dudar de si había elejido la opción adecuada. Pero habia que mantener el tipo. Me volví al trastero me puse en la puerta y con un gesto de cortesía le ofreci entrar.

- Pero, ¿entrar, para qué? 

- Sería muy dificil explicarlo con palabras. Entra, vete al fondo del trastero, y quédate allí sin abrir la boca, hasta que termine. Será como un obra de teatro corta. Pero, hay un pero. No puedes salir, por mucho que te conmocione, hasta que yo acabe. Anímate, Mario, va a ser divertido. Nunca he tenido publico.

Se quedó allí parado, dejo caer los hombros, agachó la cabeza y dudó, tanto tiempo estuvo así que inicie el gesto de volver a entrar.

- De acuerdo. Voy a entrar.

Me aparté y le dejé entrar. Mi trastero tendrá como cuatro metros de largo por uno y medio de ancho. Tengo en las paredes ganchos recibidos para colgar enseres y estantes. Mario se dirigió al fondo y sin reparar en él cerré la puerta con llave y comencé a desnudarme. Mario hizo intención de hablar y le corté.

- Te dije que ni una palabra, así que ¡cállate!

Continué hasta quedar desnudo. Abrí una de las cajas de los estantes y saqué dos pares de pinzas para la ropa, bandas elasticas rematadas por ganchos, de diferentes grosores. Luego de una caja mas pequeña saque cuatro pinzas dentadas de las que usan los electricistas, cocodrilos se llaman. Mario no lo pudo remediar y en tono incredulo preguntó.

- ¿Y eso? 

Me quedé parado, mirando al suelo, para expresar mi irritación por incumplir mis normas y con mucha suavidad contesté.

- Para castigar los pezones. Y haz el favor a partir de ahora de no molestar. Déjame gozar. Tu has querido saberlo.

Tenia los ojos muy abiertos e hiperventilaba. En el momento que los dientes de las pinzas de cocodrilo hicieron presa en la sensible piel del pezón se me escapó un gemido de lujuria al sentir el agudo dolor al tiempo que el pene cobraba vida y adquiria dureza de la piedra. La misma punta destilaba ya liquido pegajoso. Cuando terminé de colocar dos pinzas en cada pezón y enganché una de las gomas a las pinzas Mario soltó un quejido como si las pinzas las llevase él mismo. Miré guiado por su exhalación y le observé frotandose su entrepierna hipnotizado por mis doloridos pezones. Tomé entonces otro de los cordones elasticos mas fuertes y lo pasé como con un lazo en torno al escroto que luego eché hacia atras y pasandolo por el plieque intergluteo lo llevé hasta uno de los ganchos de la pared con lo que los testiculos se vieron estirados hacia atrás de manera que era mi salacidad y placer tirar para sufrir el dolor-placer al sentir el castigo testicular. El glande destilaba liquido filante que caía al piso. Hice fuerza para alcanzar la pared contraria y así poder enganchar la goma sujeta a los pezones. Cuando lo conseguí miré a mi derecha, al fondo del cuarto y Mario estaba espantado con su verga dura entre sus dedos y los pantalones ya quitados.

- Vaya, Mario, veo que no os resulta desagradable del todo el castigo. ¿desearíais probar algo menos severo pero igualmente gozoso?

- Pero ¿voy a sangrar como tú?

De los pezones, mordidos por los cocodrilos salia un hilillo de sangre aguada que resbalaba lentamente hacia mi pubis.

- No. Lo tuyo serian pinzas sin dientes. Probad. Si no os gusta. Se quita.

Se acercó donde yo estaba, temblando y sin dejar de mirar mi escroto, ya morado oscuro por la congestión de la presa atenazante a tensión. Acercó la mano con mas curiosidad que lascivia.

- Si tu intención es tocar, no lo hagas. Golpea con tu mano con fuerza y asi lo consentiré y si los golpes son repetidos, me haréis un gran favor. No tengas miedo Mario. Acercate que pueda pinzar tus pezones, así luego podrás vengarte golpeandome en los huevos. Te aviso, no sería extraño que golpeandome hicieses que me corriese. El dolor y el placer no son mas que cabeza y cola de una serpiente venenosa. En el momento que se muerde y cierra el circulo el veneno se extiende y no te mata, te esclaviza en un eterno girar de dolor y placer. Hace falta mucho dolor para alcanzar el placer.

Mario estaba hipnotizado, los rasgos de su cara se habian desdibujado y tenia la mirada vidriosa. De forma automatica hacia resbalar su mano por su pene muy despacio. Cuando llegó a mi altura, le pellizqué con suavidad los pezones hasta que estos crecieron y entonces les coloque las pinzas de tender. Se le contrajo la faz pero le impedí que se los arrancara y al poco me pedia mas dolor. Le puse otras dos, pero esta vez mas al extremo, provocando mucho más  dolor, tanto que empezó a golpearme los huevos de rabia. Sentí que alcanzaba la plenitud y le estimulé a que diese mas duro. Finalmente eyaculé y todo acabó.

- Bueno Mario, ahora ya sabes que hago aquí. Por supuesto el final ha sido el que ha sido porque tu me has golpeado. Gracias por eso, ha sido un detalle por tu parte. Pero ahora - le miré a la cara de como asustado - coge tu ropa, vístete y nos vamos. 

Empecé a desengancharme de las ataduras, actividad algo dolorosa y amarga si se llegó a la cima, como me ocurrió en esta ocasión. Mario, viendo el dolor que yo manifestaba, comenzó a sacudirse violentamente su sexo hasta que eyaculó en unos segundos. Y como si hubiese salido de un encantamiento, o entrase en una pesadilla, cayó de rodillas se arrancó con mucho dolor las pinzas que le habia puesto y con la cara escondida en sus manos lloró compulsivamente.

- Venga, Mario, dejate de niñerias y se un hombre. Porque te has hecho un paja. ¿habrá sido la primera paja en tu vida? No intentes convencerme que en tus doce o trece años no te has masturbado en grupo a ver quien se corría antes. Pues esto ha sido igual. Ahora ademas tienes recursos, digamos de mayor calidad, para avanzar por tu historia sexual con tu mujer. Ahora ya sabes el juego que puede dar un pezón, pues las mujeres los tienen mucho mas sensibles. Hazle ese regalo a tu mujer, y no te tortures con estupideces de homosexualidad reprimida y armarios empotrados, que te diría un enterao. Se trata de vivir, saborear, perseguir placer. Hala, deja de llorar que hay que largarse. Yo salgo primero y si no hay nadie, vuelvo a abrir, que hay mucho maledicente.

Salimos al fin, Mario, tomo su camino y yo el mío. Por lo menos en un mes no volví a verlo. Al fin coincidimos un dia al llegar a casa. El vivía en el decimoseptimo, yo en el vigesimo de la torre A. El trayecto duraba lo suyo. 

- Perdona..., ¿habría posibilidad de repetir lo del trastero?

- ¿Que trastero, Mario? No se de que me hablas

- Si, lo que pasó en tu trastero hace cosa de un mes, con las pinzas de los pezones y eso. ¿podriamos? Por favor.

Me le quedé mirando fijamente, me humedecí los labios deliberadamente lento con la lengua y me recoloque el paquete. Noté su nerviosismo.

- No tengo memoria de nada parecido, Mario. A ver si no es más que resultado de una ensoñación calenturienta. Desfoga con tu mujer, que es linda.

En ese momento se abrieron las puertas y la voz mecanica anunció la planta decimoseptima. Mario se me quedó mirando como avergonzado y salió. Se cerraban ya las puertas cuándo le grité.

- Mario, planteaté lo del armario.

Se volvió como impulsado por un resorte con la cara crispada de panico.