Quique se acercó sonriente y relajado
hasta mí que no podía creer lo que escuchaba de boca de mi hijo y sus amigos
asentían con una sonrisa meliflua en los labios.
- Te ha gustado ¿eh Alejandro? –
Me dijo festivo y sonriente – no te pongas así, solo queríamos pasar un rato
agradable los tres contigo. Era una especie de regalo de Roberto, que por
Brunilda sabía que te volvería loco – se me acercó y me dio una palmada viril
en la espalda – yo me adelanté porque estaba muy salido, ya te lo ha dicho
Roberto, porque seguramente sea el más vicioso y echado para delante de los
tres, pensando en lo que venía después, pero seguro que ya te has recuperado y
podemos los cuatro retomar lo nuestro con todo el ímpetu. Además – y bajo la
voz como el que revela un secreto íntimo – tenemos poper.
Se me acercaron Roberto y Raúl y
me palmearon la espalda también quitando hierro a la situación. Roberto me estampó
un cálido beso en la mejilla y me acercó su vaso de vodka.
- ¿Un vodka, viejo?
Se echaron a reír los tres y
entramos a la casa. Yo reí también por no alargar más aquel aquelarre nihilista
en que mi hijo había convertido la entrada de la casa, pero en lo más profundo
de mi, la pena y la angustia conseguían a duras penas abrirse paso entre la
maleza de unas pulsiones sexuales que no sabía ya como manejar. Brunilda había
abierto la caja de los truenos de mi más profunda sexualidad, la más animal
pero la más placentera y era en ese momento un vaso de líquido corrosivo
efervescente que amenazaba con desbordarse y arrasar con mis convicciones y
estatutos morales aprendidos y atesorados durante la vida. Probablemente las
preocupaciones por como había consentido que se desarrollase la formación de mi
hijo, mientras me dedicaba a copular con un hombre perfectamente disfrazado de
mujer, se quedarían desangrándose entre las espinas de ese bosque de deseos
desenfrenados cuyos focos se localizaban sobre tres adolescentes cuyo máximo
atractivo era la juventud que yo deseaba sorber y asimilar para poder
ralentizar mi propia perdida de la misma.
Roberto propuso que nos bajásemos
a la planta inferior, medio soterrada aprovechando la orografía del terreno,
donde se localizaba también el garaje. Era una habitación que yo llamaba de
juegos y que sobre todo, por sus características de aislamiento era la de Roberto y sus amistades cuando venían a casa
los que mas utilizaban; podían gritar hasta la afonía sin que nadie se enterase
de lo que estaba sucediendo. Poseía así mismo una chimenea que en las frías y
húmedas noches de Cádiz daba ambiente y calor a los cuerpos.
Nada más bajar los chicos se
acomodaron en los sofás, uno en cada uno, sin dejarme un solo sitio para
sentarme.
- Papá, enciende la chimenea, así
haces algo y se caldea un poco el ambiente – me dijo sonriente Roberto mientras
se metía las manos por dentro del pantalón y se sobaba descaradamente los
genitales.
- No seas descarado – le dije
arrodillado sobre la alfombra disponiéndome a encender la chimenea- Roberto, joder. Si te quieres masturbar hazlo
con más discreción – le increpé irritado.
- ¿Prefieres que me la saque y
así la ves mejor?, porque lo que te irrita de verdad es no verme el pedazo de
instrumento que calzo – y mirando a sus compañeros empezó a reírse mientras se
desabrochaba el pantalón.
Vi lo que mi hijo estaba a punto
de hacer y no supe reaccionar. Deseaba ver su instrumento, como el decía y al
tiempo me escandalizaba asumirlo. Me bebí de un trago el vaso de vodka que me
habían dado, sin variar mi postura arrodillada, intentando conservar la
seriedad, pero era incapaz de disimular la agitación en la respiración que ya
me resultaba incomoda y el bulto en el pantalón que me acusaba de mis emociones
prohibidas.
Tanto Quique como Raúl no paraba
de festejar la ocurrencia de Roberto que en un santiamén se quedó desnudo
completamente erecto y se levantó de su asiento dirigiéndose donde me
encontraba.
- Toma papá, ¿a quien se la
podrías mamar mejor que a tu propio hijo?, ¡Ah! – Empezó a reírse – y date
prisa que este par de obsesos se te adelantan a poco que te descuides.
El glande de Roberto lo tenía a
escasos centímetros de los labios destilando esmegma que goteaba lentamente a
la alfombra sobre la que estaba arrodillado. No abrí la boca y permanecí serio
con una nube de langostas emigrando dentro de mi estomago. Él se acercó aún más
hasta rozar su punta contra mis labios que se impregnaron del líquido filante
que sin querer saboreé. Era ligeramente salado y en él reconocía algo familiar.
- Venga papá, vamos, que lo estas
deseando y yo estoy ya que no puedo.
Entreabrí los labios y con la
mayor suavidad Roberto entró en mi boca y yo al sentir la calidez de su piel
dentro de mí abracé amorosamente con mi lengua su dureza. De manera instintiva
coloqué mis manos sobre sus nalgas apretándole contra mí para que la
penetración bucal fuese más profunda. Era placentero sentir a mi hijo dentro de
mí y saber que le estaba complaciendo.
- Cuando estés preparado, papá,
eyaculo, lo estoy deseando hacer – ya no había jolgorio en sus palabras, había
bajado el tono de voz y ésta era trémula del que se encuentra en un trance por el
que sabe que ha de pasar y pretende demorarlo lo más posible – pero si no
quieres lo haré fuera.
Miré a los ojos a mi hijo y cerré
los parpados con lentitud para volverlos a abrir a continuación dándole a
entender que admitía su eyaculación en la boca. Que deseaba que utilizase mi
boca como la vagina de una mujer, que usase mi cuerpo para darle el mayor
placer. Y cuando quise darme cuenta unas manos expertas me manipulaban la
bragueta. Quique y Raúl me desnudaban con sensualidad. Yo lo admití sin dilación
y sin que Roberto me sacase de la boca su pene permití que me quitasen el
pantalón. De inmediato Raúl, esta vez, comenzó una felación suave y lenta que
me hizo exclamar de placer. Quique por su parte con su cabeza metida entre mis
piernas me lamía las bolsas de los testículos y el ano hasta donde podía.
Cuando Roberto colocó sus manos
sobre mi cabeza y apretó firmemente y exclamó “¡Papá!” supe que se iba a
consumar todo.
Un líquido suavemente salado y
dulzón a un tiempo me inundó la boca. Creí que me daría un asco irrefrenable,
me sorprendió no sentir nada parecido, quizá el impulso de querer tragarlo y dudar si escupirlo, mi hijo
me sacó de dudas. Al tiempo que el semen salía de la punta del glande de
Roberto, él, en medio del éxtasis gritaba que no me lo tragase. Estaba aún
pensando hacerlo, por eso me sorprendió su solicitud. Enseguida comprendería la
razón de su petición a gritos espasmódicos de placer.
En cuanto se salió de mi boca,
Raúl que se encontraba haciéndome la felación, dejó de hacerla y se levantó con
rapidez hasta quedar a la altura de mi cabeza. Me besó con desesperación
robándome el semen que atesoraba en la boca, para ese momento Roberto ya estaba
tumbado en la alfombra boca arriba y con la lengua fuera y reclamaba con ese
gesto lo que era suyo, Raúl se le acercó y le escupió en la boca su propio
semen mezclado con su saliva. Quique abandonó mi periné para pedir la parte que
le correspondía y así los tres se enzarzaron en un beso lubrico a tres en el
que compartían el semen y las salivas de cada uno en un magnifico beso
pornográfico interminable.
Yo estaba hechizado viendo la
composición de las tres figuras enzarzadas en una baile lento y acompasado
entremezclando las lenguas y saboreándose entre si. Quise entrar en el juego,
pero Roberto me empujo la cabeza hacia las entrepiernas de los danzantes. El
pene de Quique irrumpió en mi boca con un suave trajinar. Aprecié el diferente
sabor del de mi hijo pero no me desagradó, era un sabor más fuerte pero de
bouquet largo e intenso. De repente Quique comenzó a acariciarme la cabeza sin
dejar su entrecruzar de lenguas con Raúl y Roberto y su semen se me derramó en
la boca. Ya sabía que no debía tragarlo de manera que me levanté y en ese
momento como lobos hambrientos, sobre todo Raúl y Roberto vinieron a mi boca
para arrebatarme su tesoro. Lo compartimos durante un rato hasta que Raúl me
empujó una vez la cabeza y supe lo que requería de mi. Se volvió a repetir la
escena, si bien con más dificultad por mi parte, el pene de Raúl, no me había
percatado, era monstruoso, no tanto de largo como de grueso y al metérmelo en
la boca vi el tatoo que le adornaba el dorso, una leyenda escrita en caracteres
chinos que me intrigó. El pene de Raúl me llegaba hasta la faringe y me
despertaba alguna nausea pero no podía evitarlo, pues me obligaba a una
apertura desmesurada de la boca para acoger aquel volumen tan considerable. En
esta ocasión si sentí como el capullo de Raúl se agrandaba y supe que venía el
semen. Lo esperé y sentí como un chorro fuerte me impactaba en la garganta y de
forma refleja tragué. Las anteriores eyaculaciones de Roberto y Quique habían
sido mansas y el semen me había llenado la boca como se llena un estanque a
base de un manantial lento y pacifico. Con Raúl no fue así, después del primer
chorro que no pude evitar tragar, vino otro y luego otro más, pero estaba ya
prevenido y no los tragué, los atesoré en la boca hasta que el semen, que salía
en gran cantidad, me rebosaba por las comisuras de los labios. Después la misma
operación, el compartir lo de uno por todos. Cuando ellos se cansaron de
guarrear con sus salivas y fluidos se tiraron en sus sofás. Solo quedaba yo por
satisfacer y estaba muy excitado. Me quedé sentado en la alfombra entre los
tres sofás con el pene muy tieso un poco cortado y sin saber como acabar aquel
trance. Roberto entonces se me acercó y con toda la delicadeza del mundo se
arrodilló frente a mí y comenzó a hacerme la mejor felación que recuerdo que me
hubieran hecho y me harían jamás.
Paseó su lengua por todo el largo
del pene deteniéndose sobre todo en la zona del frenillo que era la que tenía
más sensible. Cuando estaba muy excitado dejó que el pene me entrase
profundamente en su boca. No sentí que tuviese ninguna nausea, pero yo sabía
que estaba entrando hasta más allá de la garganta. Llegó un momento en que me
empujó con suavidad del pecho para que me tumbase y ya no pude ver como Raúl y
Quique se colocaban en el mismo sofá y se dedicaban a practicar un anilinguis
entre ellos. Roberto se colocó en la misma posición que Raúl y Quique tenían
pero en lugar de hacer el famoso sesentaynueve se dedico a introducir mi pene
lo más profundamente que pudo en su garganta hasta que de repente sentí como el
pene traspasaba una especie de barrera y los labios de mi hijo impactaban de lleno
contra mis testículos. De inmediato sentí como si una mano potente me masajease
el capullo y supe que iba a correrme, pero Roberto no se movía y sin embargo mi
glande estaba siendo estimulado de una manera suave y continua. Empecé a
eyacular entre espasmos y Roberto seguía sin moverse un milímetro. Cuando
acabé, él se retiró. Le mire a la cara y estaba congestionado, durante el
tiempo que duró mi orgasmo el no había podido respirar y mi semen fue a parar
directamente a su estomago sin tocarle la lengua. La boca de su esófago me había masajeado el capullo
intentando tragarlo como si fuera un bocado exquisito hasta que le extrajo
hasta la última gota de semen.
Cuando Roberto recuperó el
aliento con una sonrisa de oreja a oreja me preguntó.
- ¿Qué te ha parecido?, esto solo
se lo hago yo a mis amigos de verdad, a estos dos cabrones, por ejemplo – dijo
señalando a sus amigos que continuaban entregados a su anilinguis – y ahora a
ti. Es una delicatessen y hay que saber controlarse, porque sientes como te vas
asfixiando, pero al tiempo sentir como crece el capullo dentro del esófago es
remunerador. De todas formas no se a que sabe tu semen, otro día me lo tendrás
que dar a probar. Esta técnica me la enseño un degenerado noruego de un curso
superior que había en el colegio y del que excuso decirte más porque no se si
sería motivo de conflicto diplomático.
Nos quedamos los cuatro desnudos
desparramados delante de la chimenea que finalmente yo no había terminado de
encender, con las piernas entrelazadas después de que Raúl y Quique terminasen
su anilinguis con sendas masturbaciones. Entonces me decidí y encendí la
chimenea. El calor sobre la piel desnuda era sensual y mi hijo se levantó y
subió al piso de arriba. Bajó enseguida con un par de frasquitos de poper y las
varas de avellano.
- Ponte a gatas papá. Ahora va a
empezar lo bueno. Ya se ha pasado la fiebre del sexo y ahora empieza el placer
del dolor. Vas a aprender a gozar de un buen castigo. Los tres te vamos a
azotar. No te vayas a asustar, pero vas a sangrar y el placer que te va a
procurar el sentir como te lamemos los tres las heridas ni te lo puedes
imaginar, vas a pedir a gritos, como lo pedimos nosotros, mas castigo.
Cuando me desperté, el sol estaba
alto sobre el horizonte. Hice ademán de salir de la cama y sentí una punzada en
las nalgas. El ano no me dolía pero me lo sentía raro, como que me ocupaba
sitio entre las nalgas. Entonces lo recordé todo, los varazos, las inhalaciones
demenciales de poper, el corazón a punto de estallar, el deseo de entregarme a
los tres depravados que gozaban torturando y finalmente todo oscuro. No
recordaba como había llegado a la cama y no tenía idea de cuales habrían sido
las lesiones infringidas. Con dificultad me levanté de la cama y me miré al
espejo. Me asusté y grité el nombre de mi hijo.
No me respondió nadie. Me puse el
albornoz de baño y bajé a la planta baja. Una nota de Roberto sobre la mesa
indicaba que se habían ido con las tablas a coger olas y con todo el cinismo
del mundo me recomendaba que gozase del escozor masturbándome delante del
espejo, así sabría que era lo que ellos, desde los nueve años, sentían. Y
remataba: “No nos esperes a comer”.
Con bastante dificultad conseguí
sentarme en el coche, después de intentar curar las heridas y me dirigí a casa
de un amigo enfermero que vivía solo unos kilómetros mas abajo. Le conté un
cuento de camino que no se creyó pero me hizo el inmenso favor de simular que
me creía incluso asombrándose de que unos gamberros se limitasen a apalizarme
con unas varas solo por el placer de hacerlo. Me curó, le acompañé a comer
después de aceptar su invitación y volví a casa cayendo el día. Me sorprendió
que el coche de Roberto no estuviese ya en el garaje, pero no le di demasiada
importancia. Cuando me sorprendí de verás fue cuando leí otra nota, esta de
despedida, en la que me anunciaba que se iba para Barcelona donde le esperaba
su madre para embarcarse con coche incluido para Nueva York en un paquebote que
zarpaba en una semana. En dos semanas empezaba sus estudios de Leyes en Yale.
Que me llamaría por teléfono.
Intenté llamarle a su móvil, pero
la locución de la amable señorita
siempre me informaba que ese número no existía. Intenté contactar con Cristina
sin éxito tampoco, siempre salía la secretaria del bufete diciendo que la señora
no se encontraba.
Finalmente, a la semana, cuando
supuse que Roberto ya estaba embarcado, llamé a Brunilda. Me contestó a la
primera y eso me sorprendió.
- ¿Qué te ocurre, Alejandro?
- Roberto…
- Ya, ya lo sé. Me llamó hace
tres días y me lo contó todo. ¿Cómo tienes ese culete?
- No me duele. Le quedan algunas
costras pero esta cicatrizado y las marcas quedarán ahí para siempre. Que te
contó ese descastado de hijo que se despidió a la francesa.
- Todo, ya te he dicho. Que sus
amigos y él mismo disfrutaron azotándote y sodomizándote después, uno detrás de
otro. Que pedías a voces que se te metiesen por el culo y que Quique, que es
como mas depravado te hizo fist, de lo que disfrutaron tanto ellos como tú que
no te cansabas de pedir más y mas poper y que metiese el brazo entero…
- Espera, espera. De eso ya no me
acuerdo. ¿Estás queriendo decirme que me sodomizaron con el puño?
- Si. Me dijo Roberto que no
parabas de inhalar poper pidiendo que te violasen con el brazo, lo que hizo
Quique, hasta que te desmayaste. Entonces te subieron a tu dormitorio, te
lavaron, te curaron las heridas como ellos lo hacían en el colegio, con sal y
vinagre, pero que tu no reaccionaste. Como la sangre se había detenido te
taparon y te dejaron dormir.
- Y no te dijo nada más. Solo que
tiene el padre más degenerado y degradado del orbe y que ya definitivamente voy
a perder aceite.
- No, nada de eso. Que se iba sin
decirte adiós, porque sabía que si se quedaba un poco más no iba a poder
dejarte, te quiere demasiado y en absoluto le pareces degenerado. Me aseguró
que tenía la inmensa suerte de poder gozar en todos los sentidos con la persona
a la que más quería. Tú, sabes que yo le quiero como si fuera mi hijo y me
alegro de que haya sido feliz encontrándose con tu cuerpo. Al mes que viene iré
por Cádiz, me pasaré a verte.
- Llama antes, quizá no esté;
asuntos de trabajo, ya sabes…
- De acuerdo, cariño. Un beso.
Nunca antes me había tratado de
cariño y me sorprendió. Era una muestra de cercanía emocional de las que
siempre había sido avara. De alguna forma me reconfortó entre tanta amargura
por no poder volver a abrazar a mi hijo. Sabía que en cualquier momento podría
volar a USA y verle, eran unas pocas horas, pero no era esa lejanía la que me
hacía penar, era la lejanía de corazón que parecía haber adquirido después de
tener trato carnal con él. Estaba desolado por tener la sensación de que había
ganado un amante, pero había perdido un hijo.
Tres días más tarde me llamó
Quique. Quería saber si podría pasarse por casa para retomar el hilo de lo que
sucedió aquella noche. Podía llevar un amigo o una amiga si me apetecía. Me
disculpé educada pero fríamente y él recogió el guante igual de educado pero
muy cortado. Solo se tomó la licencia de darme su correo por si alguna vez me
sentía solo y quería charlar. Le respondí haciendo como que la anotaba y colgué,
aunque se me grabó en la memoria por su descaro “allass@etc”.
. Pase un invierno frío no solo en lo atmosférico. No salía de casa, más
que lo imprescindible y no contestaba el teléfono agobiado de los
remordimientos por haber consumado aquel incesto tan brutal y lo peor que me
podía suceder era que cada vez que me acordaba de mi hijo mi cuerpo se vengaba
de mí reaccionando violentamente. Muchas veces me castigaba estirando sin
misericordia del Príncipe Alberto pero solo conseguía que la excitación me
durase más y fuese más placentera. Comía poco y mal. Quizá no verbalizado pero
deseaba morir como única manera de expiar mi culpa y por eso las ganas de comer
me abandonaron.
Cuando vino Brunilda a verme me
encontró desmejorado y me lo hizo saber. Se quedó conmigo una semana para
cuidarme. Intentaba sanarme, sobre todo el alma, de las asechanzas del enorme
pecado cometido con mi hijo, intentando recuperarme para lo lúdico, pero no
había consuelo para mí. No le consentí tener sexo conmigo, aunque hubo momentos
en los que me lo rogó humillándose como nunca me habría imaginado que pudiera
hacerlo, eso me halagó el ego aunque no consiguió abatir mis baluartes contra
el trato carnal. El que Roberto no me llamase era una razón de peso para
castigarme por mi conducta disipada y ni Brunilda ni nadie iban a sacarme de mi
postración anímica.
En mayo del año siguiente, por
fin Roberto, me llamó. El corazón se me aceleró y las lágrimas se me saltaron.
- Papa, perdona que no te haya
llamado antes, pero aquí nadie regala nada y hay que trabajar duro. No tengo
mucho tiempo, aquí hay casi que acostarse ya. Verás, es que tengo novia, una
compañera muy brillante, hija de un senador que me ha invitado a Florida a su
casa a pasar el verano.
- Pero, Roberto, ¿no vas a venir
a casa? ¡Soy tu padre!, hace que no te veo…, ya he perdido la cuenta. – no pude
continuar, las lágrimas me atenazaron la garganta y la voz se me quebró.
- Te pasa algo, papa. ¿Estás
llorando?
- No hijo, estoy resfriado, de
esos de primavera que son tan traicioneros – le mentí de forma descarada. Y
además si no vas a venir este verano pues se me hace un nudo en la garganta.
- Lo sé papá, pero Corina es
mucho para mí, estoy bastante colado y Florida me gusta, sus padres me aprecian
y la verdad, allí en Cádiz, como que se me queda pequeño todo ya. Pero no te preocupes que las navidades, ya
lo tengo hablado con mamá, las paso contigo. Y eso que Corina quería que las
pasase con ellos en los Hapton’s, pero bueno, me acompañará a Cádiz, así que
espero que prepares una fiesta por todo lo alto. Tengo que colgar ya. Un beso
papa, un beso muy fuerte…, donde tu quieras.
Y termino la conversación con una
carcajada de las de su estilo. Me reconfortó, seguía siendo el mismo, mi
Roberto. Esperaría a las Navidades, conocería a su novia y volvería a ser
feliz.
- Descarado – quise decirle en
tono jocoso, pero ya había colgado. Me entristeció dejar de escuchar su voz y
le recordé, sin quererlo, desnudo a mi lado practicándonos una dulce felación.
No iba a tener fácil el desembarazarme de los remordimientos y la culpa; quizá
debería echarme sin recato en brazos del deseo y dejarme llevar por el
instinto. Yo no le había violentado, de alguna manera había sido él quien me
había manejado a mí y no parecía tener ninguna reserva de conciencia por ello,
se le notaba inocente y feliz. Inocente, algo que yo ya no podría volver a ser.
En Julio, antes de partir a Sri
Lanka en misión de la OMS ,
pasé unos días yendo a diario a Los Caños. El ambiente de Los Caños me
fascinaba. Solo me molestaba el que la naturaleza agreste y virgen se viese
alterada y ensuciada por las acampadas de falsos naturalistas que en realidad
solo perseguían estar todo el día tirados al sol y colocados de hierba. Me
alejaba a propósito de las zonas más frecuentadas y con marea baja transitaba
entre pedruscos y calitas hacia el sur buscando las cortinas de agua que tan
idílico hacían el paisaje, a parte de permitirte tener agua potable y fresca a
cualquier hora. Una de las tardes, ya cerca de mi marcha al sudeste asiático, a
punto de iniciar el camino de regreso a casa, sentí, mientras tomaba los
últimos rayos de sol una mano calida y suave que me acariciaba. Me sobresaltó y
me incorporé de inmediato. Con el sol de frente no pude ver de quien se trataba
hasta que hice parasol con la mano y no pude más que quedarme con la boca
abierta.
- ¡Quique!, pero que coño estas
haciendo aquí.
- Ni una llamada, ni un correo,
nada. Esperaba algo más de ti.
- ¿Esperar algo de mi?
- Perdona Alejandro. Roberto, por
supuesto nada sabe de esto y menos Raúl, pero me quede bastante pillado, no se
como decírtelo, me gustaste y no he podido en este tiempo sacarte de mi
imaginación y siempre es la misma imagen: tu coche al borde la carretera, de
noche y la mas perfecta felación que haya podido hacer con la mejor reacción
por parte de mi pareja. Me dejaste pillado. Cuando te llamé y me contestaste
tan frío, me hundí. Contaba con que mi edad fuese suficiente aliciente para ti
y que estuvieses encantado de volver a verme.
- No quisiera ser grosero, de
verdad chico, pero vamos a ver si ponemos un par de cosas en claro. Para
empezar, no soy gay, ni creo que vaya a serlo nunca. Me entusiasman las mujeres
y el hecho de que un hombre me excite también no me hace pertenecer al
colectivo al que por lo que se ve perteneces tú. He descubierto mi bisexualidad
y punto. ¿Un polvo contigo?, pues porque no, pero de ahí a establecer una
relación emocional con un tío, ¡deliras!
- Entonces…
- ¿Cómo me has encontrado?, nadie
sabía donde estaba.
- Te lo creerás o no, total y
absoluta casualidad. Es cierto que he ido a tu casa – se le notaba abatido – y
que me ha hundido no encontrarte.
- Quique, joder, que puedo ser tu
padre – le grité cargado de razón.
- Claro, como lo eres de Roberto
y no por eso te has privado. A lo que iba. Cuando he salido de tu casa me ha
apetecido venir hasta aquí. Cuando te he visto por poco no me da algo, me
pareció que los hados se conjuraban para hacernos encontrar. Ya veo que no.
- Venga vámonos – me estaba dando
pena su actitud defraudada, su habito inerme, su absoluta falta de defensa – te
invito a cenar.
- ¿En tu casa? – se le iluminó el
rostro de esperanza.
- No, vamos, no te hagas falsas
ilusiones, ya te he dicho…
- Vale, vale – me cortó muy
abrumado – no quería molestarte. Me apetece, estar contigo, aunque sea solo
cenando en un restaurante.
- ¿Cómo has venido?
- En moto, la tengo arriba, en
Mar de Frente.
- Pues vamos, me acercas a mi
coche que lo tengo más lejos, y luego me sigues.
Entre las Cortinas, que fue donde
Quique me encontró y la subida hasta la Breña donde tenía la moto hay un trecho largo en
el que hay que tomarse con calma la caminata, por las rocas que hay que sortear
y luego las pequeñas calas de arena fina que dan un respiro al paseo. Me
producía pena la desilusión del chico y le eché el brazo sobre el hombro
intentando consolarle. Estábamos desnudos, como es propio en esa playa, y el
mero roce de mi brazo en su hombro provocó una instantánea erección en el
chico, lo que mal que me pesase llevó apareada otra por mi parte. Quique se
percató de ello y con todo el cariño del mundo me acarició el sexo donde más me
gustaba, suavemente en las bolsas y luego levemente en torno al frenillo. Ya no
me pude negar, el volvió la cabeza y sentí sus labios en los míos, primero un
roce leve, luego algo más intenso sintiendo en mi boca la punzada de una barba
de dos días que arañaba mientras besaba. Esa sensación era nueva y me desarmó
del todo. Seguíamos caminando mientras nos besábamos y fui yo el que me detuve,
le puse frente a mi y me fundí en un abrazó y un beso de auténticos amantes.
Acabamos de consumar el sexo, allí en la playa, donde finalmente tuvimos que
dejarnos de molicies pues la marea amenazaba con dejarnos aislados hasta el día
siguiente. Mientras caminábamos ya deprisa hacia la moto le dije muy seriamente
que aquello no variaba un ápice lo que había dicho antes y que ni por asomo se
me ocurriría iniciar una relación sentimental con chico como él ni como nadie. Sin
llegar a mirarle escuché como se enjugaba los ojos con los antebrazos y sorbía
los mocos de las lágrimas que se resistía a derramar. Se me partió el alma
escuchándole, porque lo cierto es que a mí, por mucho que quisiera mirar a otro
lado, aquel fugaz encuentro me produjo algo más que un orgasmo placentero. Sus
lagrimas secadas a golpe de dorso de mano, con cierto disimulo me escocían como
sal sobre ulceras abiertas. Me negaba a reconocerlo pero Quique acababa de
establecer conmigo sin saberlo ni siquiera él una relación más intima de lo que
yo hubiera deseado como aconsejable.
En el corto trayecto, lento por
necesidad, sorteando coches aparcados a ambos lados, entre el lugar donde tenía
la moto Quique y mi coche, éste intentaba echarse hacia atrás para rozar mi cuerpo
con el suyo, pero yo me estiraba para no permitirlo, pero hubo un momento que
me dio lastima su tesón infructuoso y mi propio deseo reprimido y me sujeté a
su cintura con mis manos. Noté un estremecimiento en todo su cuerpo. Giró la
cabeza y me rogó que le quitara las manos de la cintura.
- Si ese gesto no significa nada
y no va a tener trascendencia, prefiero que te agarres a la barra trasera.
Me dolió más que si me hubiese
tirado de la moto. Estaba enamorado y me resistía a aceptarlo, pero no quería
hacerle más daño. Le quité las manos algo cortado, y así seguí hasta llegar a
la altura de mi roadster. Me impresionó, es cierto, la seriedad y la falta de
frivolidad que le suponía negarse a mi caricia y lo dejé pasar sin querer
profundizar más en los sentimientos del muchacho y mucho menos en los míos a
los que quería lo más lejos de mí que pudiera conseguir sin darme cuenta de que
ya habían enraizado de una forma inapelable.
Mismo restaurante de hacia meses,
misma o casi la misma comida, pero en esta ocasión, solos Quique y yo, o eso me
creía.
- ¡Quique! – un revuelo de color
y alegría se acercó gritando el nombre del chico y se abrazó a su cuello.
Después de cubrirle de besos se
fijó en mí y le interrogó con la mirada. Ante su falta de respuesta y sin ningún
pudor le preguntó.
- ¿Un ligue? Ya has vuelto a las
andadas, ¡que viciosillo eres!
A mi se me debió poner cara de
estupido y a Quique se le puso como de fastidio.
- Alejandro, te presento a
Sarita. Sarita, Alejandro, el padre de Roberto. Y no, no es un ligue – se
detuvo en las presentaciones y dirigiéndose a mi continuó – Sarita estuvo
saliendo conmigo un tiempo y fue la que me descubrió que mi inclinación, tu ya
sabes – bajó la voz mirando de soslayo alrededor – que yo creía que no era más
que resultado de mi paso por el internado.
- Es un bisexual estupendo – casi
voceó sin recato la muchacha.
- Por favor Sarita – le recriminó
Quique.
- Siéntate y come con nosotros –
intenté neutralizar el foco de atención en que nos estaba convirtiendo.
- No, déjalo, estoy con unos
amigos en la barra, que hemos venido a pillar algo para esta noche – se quedó
con la mirada perdida de pronto como pensando y volvió decidida a hablar - pero les doy pasaporte y me quedo con ustedes
– rió con la ocurrencia - ¿así lo decís aquí, no?, ahora vengo.
- Quique, ¿estuviste saliendo con
esta loca?, que por cierto está muy bien.
- El año pasado. Me llevó a la
cama a las primeras de cambio y a las segundas me metió en la cama a un amigo
suyo y la verdad es que me despejó un montón de interrogantes. Le encantaba
vernos hacer el sesentaynueve para después hacerse hacer la doble penetración.
Lo cierto es que se disfruta con ella lo indecible. Se hacer las felaciones
como las hago porque ella me enseñó como hacerlas. Es viciosilla, si, lo es.
Apareció Sarita en ese momento
con la sonrisa instalada en su rostro, una sonrisa que se veía sincera,
primitiva, natural, descarada. Se acomodó en una silla y llamó al camarero.
- Yo me voy en la moto. Sarita,
vete con Alejandro.
A la salida de la Venta , Quique se calzó el
casco y se acomodó en el sillín mientras arrancaba. Tras el postre a la chica
le pareció estupendo venirse a casa a tomar una copa con Quique y conmigo. A mi
no me hizo demasiada gracia, no tenía demasiadas ganas de socializar con nadie,
con rumiar la ausencia de Roberto tenía suficiente, ese placer que se obtiene
lamiéndose las propias heridas infringidas por error u omisión y se castiga de
paso uno por su mala cabeza. Es cierto que no hay juez y verdugo más recto y
cruel que uno mismo.
Durante todo el trayecto Sarita
no paró de hablar de su relación con Quique, de cómo conoció una vez a Roberto
y le encantó y de lo mucho que en algunas cosas mirándome a mí le veía a él.
Habló de sus escarceos sexuales con Quique y eso, he de reconocer que me
excitó. Pero yo no abrí la boca, intenté mantenerme distante y gélido aunque a
ella poco le importó. Creo que si hubiese ido sola en el coche habría
parloteado de igual forma, lo hacia para escucharse a ella, pensé y en estos
pensamientos accioné el mando del garaje y entré en casa. Quique me estaba
esperando fuera, en la calle, sentado en el sillín de su cabalgadura fumándose
un canuto, con el casco colgado del manillar, era la viva estampa del
desarraigado impenitente y díscolo que todos hubiéramos querido ser a su edad.
Estéticamente me enamoró. Me siguió hasta dentro del garaje y allí al bajarme
del coche me ofreció una calada de su porro, hice un ademán de indecisión y
Sarita se lanzó a por él, le sorbió una calada que casi lo agota y me lo pasó a
mí que de dos caladas más, cortas e intensas, lo terminé. La droga me alcanzó
de lleno y me invadió un mareo calido y confortable. Sin saber porqué vi a
Sarita junto a Quique y empecé a reírme, pero no sabía de qué.
- Vamos para dentro – les dije con
los ojos semientornados por el peso de los parpados.
Me siguieron hasta la habitación
de la chimenea y enfilé la escalera para subir a la planta baja.
- Porqué no nos quedamos aquí
como la última vez – comentó en voz alta Quique con voz acaramelada.
Me volví y contemple la escena
con desapasionamiento pero con interés, pero como si fuera el interés del
entomólogo por la especie de escarabajo recién descubierta. Sarita tenía sus
pantaloncitos cortos quitados y en ese preciso momento dejaba caer al suelo los
de Quique que sin más embozo, ni preocupación se los descalzó quedándose
desnudo de medio cuerpo para abajo, como ella.
- La última vez - le explicó
Quique a la chica – le partimos el culo a Alejandro con la polla y con el puño
los tres, Raúl, Roberto y yo – y dirigiéndose a mi me preguntó - ¿te acuerdas?,
fue una pasada, como gozaste, cabrón.
La cabeza me empezó a dar vueltas
y las nauseas se enseñorearon de mi estomago, pero pude resistirme al vomito y
las nauseas de repente desaparecieron, pero empecé a ensalivar de tal manera
que la saliva me rebosaba por las comisuras y no daba abasto a tragar. Sin ser
dueño de mi voluntad, bajé los dos escalones que ya había subido y me acerqué a
los chicos.
- ¿Tienes poper?
- ¡Si te acuerdas!, quieres que
repitamos con Sarita como aderezo, ¿no me equivoco?
Mientras Quique decía riéndose
esto, la chica estaba agachada chupando y lamiendo el sexo del chico que no
aparentaba ni gozar ni padecer, como si aquello fuese lo más natural, pero a mi
sin embargo aquel grupo escultórico tuvo la virtud de terminar por hacerme
perder la cabeza. Me quité a la carrera los pantalones, los calzoncillos, la
camiseta y excitado como un burro me acerqué hasta el lado de Quique al que
eché el brazo por el hombro para acercar mi sexo a la boca de la chica y que
nos lo hiciese a los dos al tiempo. No se porqué a la vez acerqué mi boca a la
de Quique y le bese durante un instante recordando la sensualidad del beso de
la playa, para agacharme a continuación, y hacer que la chica se levantase y se
pusiese a la altura de mi boca. Le mordisquee el clítoris y las ninfas con tal
furia que ella se quejó de dolor, lo que tuvo como consecuencia que me excitase
aún más y me aplicase a morder con mayor frenesí. Ella abrió las piernas para
que la perjudicase a mis anchas y entonces observé su ano y no lo pude
resistir, me lance a meterle la lengua y ella a contorsionarse de placer.
Quique entonces se agachó también y se aplicó a su sexo de manera que los dos
cubrimos cada uno un orificio. Sarita gritaba de placer y pedía más y más. Como
si estuviese ensayado, nos levantamos los dos a la vez y al unísono ensartamos
por delante y por detrás a la chica que gritaba entrecortadamente de gusto
emparedada entre los dos. Yo sodomizándola sentía en mi polla como la de Quique
entraba y salía de la vagina y sentí que iba a eyacular. Empecé a rebuznar de
gusto y Quique me preguntó si querría correrme en su boca, mientras él lo hacia
en la boca de ella.
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