jueves, 7 de febrero de 2013

ROBERTO III



Quique se acercó sonriente y relajado hasta mí que no podía creer lo que escuchaba de boca de mi hijo y sus amigos asentían con una sonrisa meliflua en los labios.
- Te ha gustado ¿eh Alejandro? – Me dijo festivo y sonriente – no te pongas así, solo queríamos pasar un rato agradable los tres contigo. Era una especie de regalo de Roberto, que por Brunilda sabía que te volvería loco – se me acercó y me dio una palmada viril en la espalda – yo me adelanté porque estaba muy salido, ya te lo ha dicho Roberto, porque seguramente sea el más vicioso y echado para delante de los tres, pensando en lo que venía después, pero seguro que ya te has recuperado y podemos los cuatro retomar lo nuestro con todo el ímpetu. Además – y bajo la voz como el que revela un secreto íntimo – tenemos poper.
Se me acercaron Roberto y Raúl y me palmearon la espalda también quitando hierro a la situación. Roberto me estampó un cálido beso en la mejilla y me acercó su vaso de vodka.
- ¿Un vodka, viejo?
Se echaron a reír los tres y entramos a la casa. Yo reí también por no alargar más aquel aquelarre nihilista en que mi hijo había convertido la entrada de la casa, pero en lo más profundo de mi, la pena y la angustia conseguían a duras penas abrirse paso entre la maleza de unas pulsiones sexuales que no sabía ya como manejar. Brunilda había abierto la caja de los truenos de mi más profunda sexualidad, la más animal pero la más placentera y era en ese momento un vaso de líquido corrosivo efervescente que amenazaba con desbordarse y arrasar con mis convicciones y estatutos morales aprendidos y atesorados durante la vida. Probablemente las preocupaciones por como había consentido que se desarrollase la formación de mi hijo, mientras me dedicaba a copular con un hombre perfectamente disfrazado de mujer, se quedarían desangrándose entre las espinas de ese bosque de deseos desenfrenados cuyos focos se localizaban sobre tres adolescentes cuyo máximo atractivo era la juventud que yo deseaba sorber y asimilar para poder ralentizar mi propia perdida de la misma.
Roberto propuso que nos bajásemos a la planta inferior, medio soterrada aprovechando la orografía del terreno, donde se localizaba también el garaje. Era una habitación que yo llamaba de juegos y que sobre todo, por sus características de aislamiento era la de  Roberto y sus amistades cuando venían a casa los que mas utilizaban; podían gritar hasta la afonía sin que nadie se enterase de lo que estaba sucediendo. Poseía así mismo una chimenea que en las frías y húmedas noches de Cádiz daba ambiente y calor a los cuerpos.
Nada más bajar los chicos se acomodaron en los sofás, uno en cada uno, sin dejarme un solo sitio para sentarme.
- Papá, enciende la chimenea, así haces algo y se caldea un poco el ambiente – me dijo sonriente Roberto mientras se metía las manos por dentro del pantalón y se sobaba descaradamente los genitales.
- No seas descarado – le dije arrodillado sobre la alfombra disponiéndome a encender la chimenea-  Roberto, joder. Si te quieres masturbar hazlo con más discreción – le increpé irritado.
- ¿Prefieres que me la saque y así la ves mejor?, porque lo que te irrita de verdad es no verme el pedazo de instrumento que calzo – y mirando a sus compañeros empezó a reírse mientras se desabrochaba el pantalón.
Vi lo que mi hijo estaba a punto de hacer y no supe reaccionar. Deseaba ver su instrumento, como el decía y al tiempo me escandalizaba asumirlo. Me bebí de un trago el vaso de vodka que me habían dado, sin variar mi postura arrodillada, intentando conservar la seriedad, pero era incapaz de disimular la agitación en la respiración que ya me resultaba incomoda y el bulto en el pantalón que me acusaba de mis emociones prohibidas.
Tanto Quique como Raúl no paraba de festejar la ocurrencia de Roberto que en un santiamén se quedó desnudo completamente erecto y se levantó de su asiento dirigiéndose donde me encontraba.
- Toma papá, ¿a quien se la podrías mamar mejor que a tu propio hijo?, ¡Ah! – Empezó a reírse – y date prisa que este par de obsesos se te adelantan a poco que te descuides.
El glande de Roberto lo tenía a escasos centímetros de los labios destilando esmegma que goteaba lentamente a la alfombra sobre la que estaba arrodillado. No abrí la boca y permanecí serio con una nube de langostas emigrando dentro de mi estomago. Él se acercó aún más hasta rozar su punta contra mis labios que se impregnaron del líquido filante que sin querer saboreé. Era ligeramente salado y en él reconocía algo familiar.
- Venga papá, vamos, que lo estas deseando y yo estoy ya que no puedo.
Entreabrí los labios y con la mayor suavidad Roberto entró en mi boca y yo al sentir la calidez de su piel dentro de mí abracé amorosamente con mi lengua su dureza. De manera instintiva coloqué mis manos sobre sus nalgas apretándole contra mí para que la penetración bucal fuese más profunda. Era placentero sentir a mi hijo dentro de mí y saber que le estaba complaciendo.
- Cuando estés preparado, papá, eyaculo, lo estoy deseando hacer – ya no había jolgorio en sus palabras, había bajado el tono de voz y ésta era trémula del que se encuentra en un trance por el que sabe que ha de pasar y pretende demorarlo lo más posible – pero si no quieres lo haré fuera.
Miré a los ojos a mi hijo y cerré los parpados con lentitud para volverlos a abrir a continuación dándole a entender que admitía su eyaculación en la boca. Que deseaba que utilizase mi boca como la vagina de una mujer, que usase mi cuerpo para darle el mayor placer. Y cuando quise darme cuenta unas manos expertas me manipulaban la bragueta. Quique y Raúl me desnudaban con sensualidad. Yo lo admití sin dilación y sin que Roberto me sacase de la boca su pene permití que me quitasen el pantalón. De inmediato Raúl, esta vez, comenzó una felación suave y lenta que me hizo exclamar de placer. Quique por su parte con su cabeza metida entre mis piernas me lamía las bolsas de los testículos y el ano hasta donde podía.
Cuando Roberto colocó sus manos sobre mi cabeza y apretó firmemente y exclamó “¡Papá!” supe que se iba a consumar todo.
Un líquido suavemente salado y dulzón a un tiempo me inundó la boca. Creí que me daría un asco irrefrenable, me sorprendió no sentir nada parecido, quizá el impulso de  querer tragarlo y dudar si escupirlo, mi hijo me sacó de dudas. Al tiempo que el semen salía de la punta del glande de Roberto, él, en medio del éxtasis gritaba que no me lo tragase. Estaba aún pensando hacerlo, por eso me sorprendió su solicitud. Enseguida comprendería la razón de su petición a gritos espasmódicos de placer.
En cuanto se salió de mi boca, Raúl que se encontraba haciéndome la felación, dejó de hacerla y se levantó con rapidez hasta quedar a la altura de mi cabeza. Me besó con desesperación robándome el semen que atesoraba en la boca, para ese momento Roberto ya estaba tumbado en la alfombra boca arriba y con la lengua fuera y reclamaba con ese gesto lo que era suyo, Raúl se le acercó y le escupió en la boca su propio semen mezclado con su saliva. Quique abandonó mi periné para pedir la parte que le correspondía y así los tres se enzarzaron en un beso lubrico a tres en el que compartían el semen y las salivas de cada uno en un magnifico beso pornográfico interminable.
Yo estaba hechizado viendo la composición de las tres figuras enzarzadas en una baile lento y acompasado entremezclando las lenguas y saboreándose entre si. Quise entrar en el juego, pero Roberto me empujo la cabeza hacia las entrepiernas de los danzantes. El pene de Quique irrumpió en mi boca con un suave trajinar. Aprecié el diferente sabor del de mi hijo pero no me desagradó, era un sabor más fuerte pero de bouquet largo e intenso. De repente Quique comenzó a acariciarme la cabeza sin dejar su entrecruzar de lenguas con Raúl y Roberto y su semen se me derramó en la boca. Ya sabía que no debía tragarlo de manera que me levanté y en ese momento como lobos hambrientos, sobre todo Raúl y Roberto vinieron a mi boca para arrebatarme su tesoro. Lo compartimos durante un rato hasta que Raúl me empujó una vez la cabeza y supe lo que requería de mi. Se volvió a repetir la escena, si bien con más dificultad por mi parte, el pene de Raúl, no me había percatado, era monstruoso, no tanto de largo como de grueso y al metérmelo en la boca vi el tatoo que le adornaba el dorso, una leyenda escrita en caracteres chinos que me intrigó. El pene de Raúl me llegaba hasta la faringe y me despertaba alguna nausea pero no podía evitarlo, pues me obligaba a una apertura desmesurada de la boca para acoger aquel volumen tan considerable. En esta ocasión si sentí como el capullo de Raúl se agrandaba y supe que venía el semen. Lo esperé y sentí como un chorro fuerte me impactaba en la garganta y de forma refleja tragué. Las anteriores eyaculaciones de Roberto y Quique habían sido mansas y el semen me había llenado la boca como se llena un estanque a base de un manantial lento y pacifico. Con Raúl no fue así, después del primer chorro que no pude evitar tragar, vino otro y luego otro más, pero estaba ya prevenido y no los tragué, los atesoré en la boca hasta que el semen, que salía en gran cantidad, me rebosaba por las comisuras de los labios. Después la misma operación, el compartir lo de uno por todos. Cuando ellos se cansaron de guarrear con sus salivas y fluidos se tiraron en sus sofás. Solo quedaba yo por satisfacer y estaba muy excitado. Me quedé sentado en la alfombra entre los tres sofás con el pene muy tieso un poco cortado y sin saber como acabar aquel trance. Roberto entonces se me acercó y con toda la delicadeza del mundo se arrodilló frente a mí y comenzó a hacerme la mejor felación que recuerdo que me hubieran hecho y me harían jamás.
Paseó su lengua por todo el largo del pene deteniéndose sobre todo en la zona del frenillo que era la que tenía más sensible. Cuando estaba muy excitado dejó que el pene me entrase profundamente en su boca. No sentí que tuviese ninguna nausea, pero yo sabía que estaba entrando hasta más allá de la garganta. Llegó un momento en que me empujó con suavidad del pecho para que me tumbase y ya no pude ver como Raúl y Quique se colocaban en el mismo sofá y se dedicaban a practicar un anilinguis entre ellos. Roberto se colocó en la misma posición que Raúl y Quique tenían pero en lugar de hacer el famoso sesentaynueve se dedico a introducir mi pene lo más profundamente que pudo en su garganta hasta que de repente sentí como el pene traspasaba una especie de barrera y los labios de mi hijo impactaban de lleno contra mis testículos. De inmediato sentí como si una mano potente me masajease el capullo y supe que iba a correrme, pero Roberto no se movía y sin embargo mi glande estaba siendo estimulado de una manera suave y continua. Empecé a eyacular entre espasmos y Roberto seguía sin moverse un milímetro. Cuando acabé, él se retiró. Le mire a la cara y estaba congestionado, durante el tiempo que duró mi orgasmo el no había podido respirar y mi semen fue a parar directamente a su estomago sin tocarle la lengua. La boca de su  esófago me había masajeado el capullo intentando tragarlo como si fuera un bocado exquisito hasta que le extrajo hasta la última gota de semen.
Cuando Roberto recuperó el aliento con una sonrisa de oreja a oreja me preguntó.
- ¿Qué te ha parecido?, esto solo se lo hago yo a mis amigos de verdad, a estos dos cabrones, por ejemplo – dijo señalando a sus amigos que continuaban entregados a su anilinguis – y ahora a ti. Es una delicatessen y hay que saber controlarse, porque sientes como te vas asfixiando, pero al tiempo sentir como crece el capullo dentro del esófago es remunerador. De todas formas no se a que sabe tu semen, otro día me lo tendrás que dar a probar. Esta técnica me la enseño un degenerado noruego de un curso superior que había en el colegio y del que excuso decirte más porque no se si sería motivo de conflicto diplomático.
Nos quedamos los cuatro desnudos desparramados delante de la chimenea que finalmente yo no había terminado de encender, con las piernas entrelazadas después de que Raúl y Quique terminasen su anilinguis con sendas masturbaciones. Entonces me decidí y encendí la chimenea. El calor sobre la piel desnuda era sensual y mi hijo se levantó y subió al piso de arriba. Bajó enseguida con un par de frasquitos de poper y las varas de avellano.
- Ponte a gatas papá. Ahora va a empezar lo bueno. Ya se ha pasado la fiebre del sexo y ahora empieza el placer del dolor. Vas a aprender a gozar de un buen castigo. Los tres te vamos a azotar. No te vayas a asustar, pero vas a sangrar y el placer que te va a procurar el sentir como te lamemos los tres las heridas ni te lo puedes imaginar, vas a pedir a gritos, como lo pedimos nosotros, mas castigo.

Cuando me desperté, el sol estaba alto sobre el horizonte. Hice ademán de salir de la cama y sentí una punzada en las nalgas. El ano no me dolía pero me lo sentía raro, como que me ocupaba sitio entre las nalgas. Entonces lo recordé todo, los varazos, las inhalaciones demenciales de poper, el corazón a punto de estallar, el deseo de entregarme a los tres depravados que gozaban torturando y finalmente todo oscuro. No recordaba como había llegado a la cama y no tenía idea de cuales habrían sido las lesiones infringidas. Con dificultad me levanté de la cama y me miré al espejo. Me asusté y grité el nombre de mi hijo.
No me respondió nadie. Me puse el albornoz de baño y bajé a la planta baja. Una nota de Roberto sobre la mesa indicaba que se habían ido con las tablas a coger olas y con todo el cinismo del mundo me recomendaba que gozase del escozor masturbándome delante del espejo, así sabría que era lo que ellos, desde los nueve años, sentían. Y remataba: “No nos esperes a comer”.
Con bastante dificultad conseguí sentarme en el coche, después de intentar curar las heridas y me dirigí a casa de un amigo enfermero que vivía solo unos kilómetros mas abajo. Le conté un cuento de camino que no se creyó pero me hizo el inmenso favor de simular que me creía incluso asombrándose de que unos gamberros se limitasen a apalizarme con unas varas solo por el placer de hacerlo. Me curó, le acompañé a comer después de aceptar su invitación y volví a casa cayendo el día. Me sorprendió que el coche de Roberto no estuviese ya en el garaje, pero no le di demasiada importancia. Cuando me sorprendí de verás fue cuando leí otra nota, esta de despedida, en la que me anunciaba que se iba para Barcelona donde le esperaba su madre para embarcarse con coche incluido para Nueva York en un paquebote que zarpaba en una semana. En dos semanas empezaba sus estudios de Leyes en Yale. Que me llamaría por teléfono.
Intenté llamarle a su móvil, pero la locución de la amable  señorita siempre me informaba que ese número no existía. Intenté contactar con Cristina sin éxito tampoco, siempre salía la secretaria del bufete diciendo que la señora no se encontraba.
Finalmente, a la semana, cuando supuse que Roberto ya estaba embarcado, llamé a Brunilda. Me contestó a la primera y eso me sorprendió.
- ¿Qué te ocurre, Alejandro?
- Roberto…
- Ya, ya lo sé. Me llamó hace tres días y me lo contó todo. ¿Cómo tienes ese culete?
- No me duele. Le quedan algunas costras pero esta cicatrizado y las marcas quedarán ahí para siempre. Que te contó ese descastado de hijo que se despidió a la francesa.
- Todo, ya te he dicho. Que sus amigos y él mismo disfrutaron azotándote y sodomizándote después, uno detrás de otro. Que pedías a voces que se te metiesen por el culo y que Quique, que es como mas depravado te hizo fist, de lo que disfrutaron tanto ellos como tú que no te cansabas de pedir más y mas poper y que metiese el brazo entero…
- Espera, espera. De eso ya no me acuerdo. ¿Estás queriendo decirme que me sodomizaron con el puño?
- Si. Me dijo Roberto que no parabas de inhalar poper pidiendo que te violasen con el brazo, lo que hizo Quique, hasta que te desmayaste. Entonces te subieron a tu dormitorio, te lavaron, te curaron las heridas como ellos lo hacían en el colegio, con sal y vinagre, pero que tu no reaccionaste. Como la sangre se había detenido te taparon y te dejaron dormir.
- Y no te dijo nada más. Solo que tiene el padre más degenerado y degradado del orbe y que ya definitivamente voy a perder aceite.
- No, nada de eso. Que se iba sin decirte adiós, porque sabía que si se quedaba un poco más no iba a poder dejarte, te quiere demasiado y en absoluto le pareces degenerado. Me aseguró que tenía la inmensa suerte de poder gozar en todos los sentidos con la persona a la que más quería. Tú, sabes que yo le quiero como si fuera mi hijo y me alegro de que haya sido feliz encontrándose con tu cuerpo. Al mes que viene iré por Cádiz, me pasaré a verte.
- Llama antes, quizá no esté; asuntos de trabajo, ya sabes…
- De acuerdo, cariño. Un beso.
Nunca antes me había tratado de cariño y me sorprendió. Era una muestra de cercanía emocional de las que siempre había sido avara. De alguna forma me reconfortó entre tanta amargura por no poder volver a abrazar a mi hijo. Sabía que en cualquier momento podría volar a USA y verle, eran unas pocas horas, pero no era esa lejanía la que me hacía penar, era la lejanía de corazón que parecía haber adquirido después de tener trato carnal con él. Estaba desolado por tener la sensación de que había ganado un amante, pero había perdido un hijo.
Tres días más tarde me llamó Quique. Quería saber si podría pasarse por casa para retomar el hilo de lo que sucedió aquella noche. Podía llevar un amigo o una amiga si me apetecía. Me disculpé educada pero fríamente y él recogió el guante igual de educado pero muy cortado. Solo se tomó la licencia de darme su correo por si alguna vez me sentía solo y quería charlar. Le respondí haciendo como que la anotaba y colgué, aunque se me grabó en la memoria por su descaro “allass@etc”.

. Pase un invierno frío  no solo en lo atmosférico. No salía de casa, más que lo imprescindible y no contestaba el teléfono agobiado de los remordimientos por haber consumado aquel incesto tan brutal y lo peor que me podía suceder era que cada vez que me acordaba de mi hijo mi cuerpo se vengaba de mí reaccionando violentamente. Muchas veces me castigaba estirando sin misericordia del Príncipe Alberto pero solo conseguía que la excitación me durase más y fuese más placentera. Comía poco y mal. Quizá no verbalizado pero deseaba morir como única manera de expiar mi culpa y por eso las ganas de comer me abandonaron.
Cuando vino Brunilda a verme me encontró desmejorado y me lo hizo saber. Se quedó conmigo una semana para cuidarme. Intentaba sanarme, sobre todo el alma, de las asechanzas del enorme pecado cometido con mi hijo, intentando recuperarme para lo lúdico, pero no había consuelo para mí. No le consentí tener sexo conmigo, aunque hubo momentos en los que me lo rogó humillándose como nunca me habría imaginado que pudiera hacerlo, eso me halagó el ego aunque no consiguió abatir mis baluartes contra el trato carnal. El que Roberto no me llamase era una razón de peso para castigarme por mi conducta disipada y ni Brunilda ni nadie iban a sacarme de mi postración anímica.
En mayo del año siguiente, por fin Roberto, me llamó. El corazón se me aceleró y las lágrimas se me saltaron.
- Papa, perdona que no te haya llamado antes, pero aquí nadie regala nada y hay que trabajar duro. No tengo mucho tiempo, aquí hay casi que acostarse ya. Verás, es que tengo novia, una compañera muy brillante, hija de un senador que me ha invitado a Florida a su casa a pasar el verano.
- Pero, Roberto, ¿no vas a venir a casa? ¡Soy tu padre!, hace que no te veo…, ya he perdido la cuenta. – no pude continuar, las lágrimas me atenazaron la garganta y la voz se me quebró.
- Te pasa algo, papa. ¿Estás llorando?
- No hijo, estoy resfriado, de esos de primavera que son tan traicioneros – le mentí de forma descarada. Y además si no vas a venir este verano pues se me hace un nudo en la garganta.
- Lo sé papá, pero Corina es mucho para mí, estoy bastante colado y Florida me gusta, sus padres me aprecian y la verdad, allí en Cádiz, como que se me queda pequeño todo  ya. Pero no te preocupes que las navidades, ya lo tengo hablado con mamá, las paso contigo. Y eso que Corina quería que las pasase con ellos en los Hapton’s, pero bueno, me acompañará a Cádiz, así que espero que prepares una fiesta por todo lo alto. Tengo que colgar ya. Un beso papa, un beso muy fuerte…, donde tu quieras.
Y termino la conversación con una carcajada de las de su estilo. Me reconfortó, seguía siendo el mismo, mi Roberto. Esperaría a las Navidades, conocería a su novia y volvería a ser feliz.
- Descarado – quise decirle en tono jocoso, pero ya había colgado. Me entristeció dejar de escuchar su voz y le recordé, sin quererlo, desnudo a mi lado practicándonos una dulce felación. No iba a tener fácil el desembarazarme de los remordimientos y la culpa; quizá debería echarme sin recato en brazos del deseo y dejarme llevar por el instinto. Yo no le había violentado, de alguna manera había sido él quien me había manejado a mí y no parecía tener ninguna reserva de conciencia por ello, se le notaba inocente y feliz. Inocente, algo que yo ya no podría volver a ser.
En Julio, antes de partir a Sri Lanka en misión de la OMS, pasé unos días yendo a diario a Los Caños. El ambiente de Los Caños me fascinaba. Solo me molestaba el que la naturaleza agreste y virgen se viese alterada y ensuciada por las acampadas de falsos naturalistas que en realidad solo perseguían estar todo el día tirados al sol y colocados de hierba. Me alejaba a propósito de las zonas más frecuentadas y con marea baja transitaba entre pedruscos y calitas hacia el sur buscando las cortinas de agua que tan idílico hacían el paisaje, a parte de permitirte tener agua potable y fresca a cualquier hora. Una de las tardes, ya cerca de mi marcha al sudeste asiático, a punto de iniciar el camino de regreso a casa, sentí, mientras tomaba los últimos rayos de sol una mano calida y suave que me acariciaba. Me sobresaltó y me incorporé de inmediato. Con el sol de frente no pude ver de quien se trataba hasta que hice parasol con la mano y no pude más que quedarme con la boca abierta.
- ¡Quique!, pero que coño estas haciendo aquí.
- Ni una llamada, ni un correo, nada. Esperaba algo más de ti.
- ¿Esperar algo de mi?
- Perdona Alejandro. Roberto, por supuesto nada sabe de esto y menos Raúl, pero me quede bastante pillado, no se como decírtelo, me gustaste y no he podido en este tiempo sacarte de mi imaginación y siempre es la misma imagen: tu coche al borde la carretera, de noche y la mas perfecta felación que haya podido hacer con la mejor reacción por parte de mi pareja. Me dejaste pillado. Cuando te llamé y me contestaste tan frío, me hundí. Contaba con que mi edad fuese suficiente aliciente para ti y que estuvieses encantado de volver a verme.
- No quisiera ser grosero, de verdad chico, pero vamos a ver si ponemos un par de cosas en claro. Para empezar, no soy gay, ni creo que vaya a serlo nunca. Me entusiasman las mujeres y el hecho de que un hombre me excite también no me hace pertenecer al colectivo al que por lo que se ve perteneces tú. He descubierto mi bisexualidad y punto. ¿Un polvo contigo?, pues porque no, pero de ahí a establecer una relación emocional con un tío, ¡deliras!
- Entonces…
- ¿Cómo me has encontrado?, nadie sabía donde estaba.
- Te lo creerás o no, total y absoluta casualidad. Es cierto que he ido a tu casa – se le notaba abatido – y que me ha hundido no encontrarte.
- Quique, joder, que puedo ser tu padre – le grité cargado de razón.
- Claro, como lo eres de Roberto y no por eso te has privado. A lo que iba. Cuando he salido de tu casa me ha apetecido venir hasta aquí. Cuando te he visto por poco no me da algo, me pareció que los hados se conjuraban para hacernos encontrar. Ya veo que no.
- Venga vámonos – me estaba dando pena su actitud defraudada, su habito inerme, su absoluta falta de defensa – te invito a cenar.
- ¿En tu casa? – se le iluminó el rostro de esperanza.
- No, vamos, no te hagas falsas ilusiones, ya te he dicho…
- Vale, vale – me cortó muy abrumado – no quería molestarte. Me apetece, estar contigo, aunque sea solo cenando en un restaurante.
- ¿Cómo has venido?
- En moto, la tengo arriba, en Mar de Frente.
- Pues vamos, me acercas a mi coche que lo tengo más lejos, y luego me sigues.
Entre las Cortinas, que fue donde Quique me encontró y la subida hasta la Breña donde tenía la moto hay un trecho largo en el que hay que tomarse con calma la caminata, por las rocas que hay que sortear y luego las pequeñas calas de arena fina que dan un respiro al paseo. Me producía pena la desilusión del chico y le eché el brazo sobre el hombro intentando consolarle. Estábamos desnudos, como es propio en esa playa, y el mero roce de mi brazo en su hombro provocó una instantánea erección en el chico, lo que mal que me pesase llevó apareada otra por mi parte. Quique se percató de ello y con todo el cariño del mundo me acarició el sexo donde más me gustaba, suavemente en las bolsas y luego levemente en torno al frenillo. Ya no me pude negar, el volvió la cabeza y sentí sus labios en los míos, primero un roce leve, luego algo más intenso sintiendo en mi boca la punzada de una barba de dos días que arañaba mientras besaba. Esa sensación era nueva y me desarmó del todo. Seguíamos caminando mientras nos besábamos y fui yo el que me detuve, le puse frente a mi y me fundí en un abrazó y un beso de auténticos amantes. Acabamos de consumar el sexo, allí en la playa, donde finalmente tuvimos que dejarnos de molicies pues la marea amenazaba con dejarnos aislados hasta el día siguiente. Mientras caminábamos ya deprisa hacia la moto le dije muy seriamente que aquello no variaba un ápice lo que había dicho antes y que ni por asomo se me ocurriría iniciar una relación sentimental con chico como él ni como nadie. Sin llegar a mirarle escuché como se enjugaba los ojos con los antebrazos y sorbía los mocos de las lágrimas que se resistía a derramar. Se me partió el alma escuchándole, porque lo cierto es que a mí, por mucho que quisiera mirar a otro lado, aquel fugaz encuentro me produjo algo más que un orgasmo placentero. Sus lagrimas secadas a golpe de dorso de mano, con cierto disimulo me escocían como sal sobre ulceras abiertas. Me negaba a reconocerlo pero Quique acababa de establecer conmigo sin saberlo ni siquiera él una relación más intima de lo que yo hubiera deseado como aconsejable.
En el corto trayecto, lento por necesidad, sorteando coches aparcados a ambos lados, entre el lugar donde tenía la moto Quique y mi coche, éste intentaba echarse hacia atrás para rozar mi cuerpo con el suyo, pero yo me estiraba para no permitirlo, pero hubo un momento que me dio lastima su tesón infructuoso y mi propio deseo reprimido y me sujeté a su cintura con mis manos. Noté un estremecimiento en todo su cuerpo. Giró la cabeza y me rogó que le quitara las manos de la cintura.
- Si ese gesto no significa nada y no va a tener trascendencia, prefiero que te agarres a la barra trasera.
Me dolió más que si me hubiese tirado de la moto. Estaba enamorado y me resistía a aceptarlo, pero no quería hacerle más daño. Le quité las manos algo cortado, y así seguí hasta llegar a la altura de mi roadster. Me impresionó, es cierto, la seriedad y la falta de frivolidad que le suponía negarse a mi caricia y lo dejé pasar sin querer profundizar más en los sentimientos del muchacho y mucho menos en los míos a los que quería lo más lejos de mí que pudiera conseguir sin darme cuenta de que ya habían enraizado de una forma inapelable.
Mismo restaurante de hacia meses, misma o casi la misma comida, pero en esta ocasión, solos Quique y yo, o eso me creía.
- ¡Quique! – un revuelo de color y alegría se acercó gritando el nombre del chico y se abrazó a su cuello.
Después de cubrirle de besos se fijó en mí y le interrogó con la mirada. Ante su falta de respuesta y sin ningún pudor le preguntó.
- ¿Un ligue? Ya has vuelto a las andadas, ¡que viciosillo eres!
A mi se me debió poner cara de estupido y a Quique se le puso como de fastidio.
- Alejandro, te presento a Sarita. Sarita, Alejandro, el padre de Roberto. Y no, no es un ligue – se detuvo en las presentaciones y dirigiéndose a mi continuó – Sarita estuvo saliendo conmigo un tiempo y fue la que me descubrió que mi inclinación, tu ya sabes – bajó la voz mirando de soslayo alrededor – que yo creía que no era más que resultado de mi paso por el internado.
- Es un bisexual estupendo – casi voceó sin recato la muchacha.
- Por favor Sarita – le recriminó Quique.
- Siéntate y come con nosotros – intenté neutralizar el foco de atención en que nos estaba convirtiendo.
- No, déjalo, estoy con unos amigos en la barra, que hemos venido a pillar algo para esta noche – se quedó con la mirada perdida de pronto como pensando y volvió decidida a hablar -  pero les doy pasaporte y me quedo con ustedes – rió con la ocurrencia - ¿así lo decís aquí, no?, ahora vengo.
- Quique, ¿estuviste saliendo con esta loca?, que por cierto está muy bien.
- El año pasado. Me llevó a la cama a las primeras de cambio y a las segundas me metió en la cama a un amigo suyo y la verdad es que me despejó un montón de interrogantes. Le encantaba vernos hacer el sesentaynueve para después hacerse hacer la doble penetración. Lo cierto es que se disfruta con ella lo indecible. Se hacer las felaciones como las hago porque ella me enseñó como hacerlas. Es viciosilla, si, lo es.
Apareció Sarita en ese momento con la sonrisa instalada en su rostro, una sonrisa que se veía sincera, primitiva, natural, descarada. Se acomodó en una silla y llamó al camarero.
- Yo me voy en la moto. Sarita, vete con Alejandro.
A la salida de la Venta, Quique se calzó el casco y se acomodó en el sillín mientras arrancaba. Tras el postre a la chica le pareció estupendo venirse a casa a tomar una copa con Quique y conmigo. A mi no me hizo demasiada gracia, no tenía demasiadas ganas de socializar con nadie, con rumiar la ausencia de Roberto tenía suficiente, ese placer que se obtiene lamiéndose las propias heridas infringidas por error u omisión y se castiga de paso uno por su mala cabeza. Es cierto que no hay juez y verdugo más recto y cruel que uno mismo.
Durante todo el trayecto Sarita no paró de hablar de su relación con Quique, de cómo conoció una vez a Roberto y le encantó y de lo mucho que en algunas cosas mirándome a mí le veía a él. Habló de sus escarceos sexuales con Quique y eso, he de reconocer que me excitó. Pero yo no abrí la boca, intenté mantenerme distante y gélido aunque a ella poco le importó. Creo que si hubiese ido sola en el coche habría parloteado de igual forma, lo hacia para escucharse a ella, pensé y en estos pensamientos accioné el mando del garaje y entré en casa. Quique me estaba esperando fuera, en la calle, sentado en el sillín de su cabalgadura fumándose un canuto, con el casco colgado del manillar, era la viva estampa del desarraigado impenitente y díscolo que todos hubiéramos querido ser a su edad. Estéticamente me enamoró. Me siguió hasta dentro del garaje y allí al bajarme del coche me ofreció una calada de su porro, hice un ademán de indecisión y Sarita se lanzó a por él, le sorbió una calada que casi lo agota y me lo pasó a mí que de dos caladas más, cortas e intensas, lo terminé. La droga me alcanzó de lleno y me invadió un mareo calido y confortable. Sin saber porqué vi a Sarita junto a Quique y empecé a reírme, pero no sabía de qué.
- Vamos para dentro – les dije con los ojos semientornados por el peso de los parpados.
Me siguieron hasta la habitación de la chimenea y enfilé la escalera para subir a la planta baja.
- Porqué no nos quedamos aquí como la última vez – comentó en voz alta Quique con voz acaramelada.
Me volví y contemple la escena con desapasionamiento pero con interés, pero como si fuera el interés del entomólogo por la especie de escarabajo recién descubierta. Sarita tenía sus pantaloncitos cortos quitados y en ese preciso momento dejaba caer al suelo los de Quique que sin más embozo, ni preocupación se los descalzó quedándose desnudo de medio cuerpo para abajo, como ella.
- La última vez - le explicó Quique a la chica – le partimos el culo a Alejandro con la polla y con el puño los tres, Raúl, Roberto y yo – y dirigiéndose a mi me preguntó - ¿te acuerdas?, fue una pasada, como gozaste, cabrón.
La cabeza me empezó a dar vueltas y las nauseas se enseñorearon de mi estomago, pero pude resistirme al vomito y las nauseas de repente desaparecieron, pero empecé a ensalivar de tal manera que la saliva me rebosaba por las comisuras y no daba abasto a tragar. Sin ser dueño de mi voluntad, bajé los dos escalones que ya había subido y me acerqué a los chicos.
- ¿Tienes poper?
- ¡Si te acuerdas!, quieres que repitamos con Sarita como aderezo, ¿no me equivoco?
Mientras Quique decía riéndose esto, la chica estaba agachada chupando y lamiendo el sexo del chico que no aparentaba ni gozar ni padecer, como si aquello fuese lo más natural, pero a mi sin embargo aquel grupo escultórico tuvo la virtud de terminar por hacerme perder la cabeza. Me quité a la carrera los pantalones, los calzoncillos, la camiseta y excitado como un burro me acerqué hasta el lado de Quique al que eché el brazo por el hombro para acercar mi sexo a la boca de la chica y que nos lo hiciese a los dos al tiempo. No se porqué a la vez acerqué mi boca a la de Quique y le bese durante un instante recordando la sensualidad del beso de la playa, para agacharme a continuación, y hacer que la chica se levantase y se pusiese a la altura de mi boca. Le mordisquee el clítoris y las ninfas con tal furia que ella se quejó de dolor, lo que tuvo como consecuencia que me excitase aún más y me aplicase a morder con mayor frenesí. Ella abrió las piernas para que la perjudicase a mis anchas y entonces observé su ano y no lo pude resistir, me lance a meterle la lengua y ella a contorsionarse de placer. Quique entonces se agachó también y se aplicó a su sexo de manera que los dos cubrimos cada uno un orificio. Sarita gritaba de placer y pedía más y más. Como si estuviese ensayado, nos levantamos los dos a la vez y al unísono ensartamos por delante y por detrás a la chica que gritaba entrecortadamente de gusto emparedada entre los dos. Yo sodomizándola sentía en mi polla como la de Quique entraba y salía de la vagina y sentí que iba a eyacular. Empecé a rebuznar de gusto y Quique me preguntó si querría correrme en su boca, mientras él lo hacia en la boca de ella.

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