lunes, 29 de marzo de 2021

The teacher I

 

Un nuevo curso. Empezar un nuevo curso a mi edad da ya pereza. Saqué las oposiciones a los veinticuatro, recién acabada la carrera de Física. Mi vida desde que entre al Kinder fue, estudiar, estudiar y volver a estudiar. Saqué mis estudios secundarios sin una salida de tono. Alguna chica se me arrimaba, a ver, y yo huía como de la peste. Para mí la vida era estudiar para labrarme un porvenir que es lo que tuve que escuchar a mis padres, creo que desde que nací. Por eso acabar la carrera y sacar estás oposiciones fue un paso más. Me casé con una compañera de instituto y en tres años, divorciado; decía ella que sólo sabía seguir estudiando. Ahora con treinta y ocho, después de catorce años ahí seguía, empezando un nuevo curso, dando clase a los preuniversitarios. Nueva gente. Veríamos.

Primer día de clase: conocer a los veinte alumnos, aprender sus nombres y dejar claras mis normas. A las diez de la noche apagaba el teléfono y ya no lo encendía hasta las ocho de la mañana. El resto estaba abierto para resolver cualquier duda. Mi vida eran mis alumnos. Mi privacidad comenzaba a las diez de la noche. Escribí el número de teléfono en la pizarra.

- Está claro que es un número de trabajo. No es el mío privado, al que como es lógico no tendréis acceso. No lo conoce más que mi ex, y ya es mucha gente.

Hubo sonrisitas, codazos y cuchicheos. Todo esperable en ese primer día de toma de contacto. Sonia una chica delgada, de cabello lacio rubio, ojos grandes y celestes cielo hizo la pregunta.

- Su ex, ¿es hombre o mujer?

- Señorita..., - consulté la lista - si, Sonia, eso pertenece a mi ámbito privado. Pero no voy a alimentar sus exhuberantes imaginaciones propias de la edad. Mi ex es mujer. La única relación sentimental que he tenido en la vida, y tras tres años de imposible convivencia pusimos termino al contrato. Ella pidió traslado a otro instituto. Y si ese era su última duda. Mañana comenzaremos a desarrollar el programa. Hasta mañana.

Nadie, seguro, nadie había notado mi nerviosismo, pero ese hábito de mujer blanca como una sábana y aspecto mórbido acababa de hacer temblar mis cimientos. Cuando la vi salir del aula con ese traje de viscosa ajustándosele al cuerpo y dibujando un culo de forma perfecta de pera sin bragas, porque era imposible que no se notase la menor entalladura en las caderas que debería dejar el elástico de una braga. Hacía tiempo que no tenía una erección tan violenta y que de forma instintiva hizo que me llevase la mano a la entrepierna para colocarla. Pero hubo un alumno rezagado al que no se le pasó por alto y me dirigió una sonrisa cómplice, imperceptible seguida de su mano colocando o haciendo que se acomodaba sus genitales. Me pareció ver, no podría afirmarlo, estaba muy nervioso, que guiñaba un ojo. Recogí mis cosas y me fui a la sala de profesores. Busqué en nuestro terminal la ficha de Sonia y la de Esteban, el alumno que se percató. Buenos estudiantes, sin más problemas.
Por cierto, me llamo Benito, por el santo. Mi padre era exmonje benedictino. Cosas.
Mi vida fuera del centro escolar era átona. Disciplina, para no perder la cabeza y rigidez de horario. Aquella tarde después de la comida del martes (mi programación era estricta. Cada día de la semana tenía su almuerzo y su cena, me apeteciese o no. Yo no podía dejar espacio a la improvisación, porque me vería abocado al verano de veinte años atrás, en Salamanca, cuando mi vida se convirtió en la antítesis del cartesianismo que tanto adoraba. Quizá sea necesario un excursus para explicar lo sucedido.

"Acababa de aterrizar en Salamanca, para estudiar filología francesa, después de acabar el bachillerato. El palacio de Anaya justo enfrente de la Catedral iba a ser mi facultad. En la cola de la matrícula empezó el torbellino.
- Hola, ¿Tu también empiezas?
Era una niña tipo Sonia de la que hablé antes. Mis dieciocho años y su abordaje espontáneo hicieron que enrojeciera como un pavo. La erección fue instantánea y seguro que se daría cuenta.
- Si, si. Filología francesa, no sabía si Magisterio o esto. En realidad acabo de llegar, bueno ayer, dejar las cosas en casa de mi tía Casilda dar una vuelta a ver el ambientillo en la Plaza y ahora aquí.
- ¿Estás con familia, entonces? por cierto yo soy Blanca
- Yo Benito. Mi tía es soltera, trabaja en Cervantes...
- ¿Cervantes? Ah, si calla la librería - y me puso su mano sobre la cintura lo que acabó por desbaratarme - Yo estoy en un piso ahí al lado en la Rúa, con otras tres. Van a venir un par de amigos está tarde, si quieres..., y así vas conociendo gente.
- Ah, bueno, claro, claro. Me dices dónde y ¿a qué hora más o menos?
- A eso de las nueve, salimos, tomamos unos pinchos y luego volvemos y terminamos..., a la hora que terminemos.
Y ahí empezó todo.
Me presenté a las nueve menos cuarto. Había llegado ya un tal Fran, estrafalario fumándose un canuto enorme que dejaba toda la casa envuelta en una nube dulzona y tóxica,  y estaban allí, las tres compañeras de Blanca, May, Serena y Atena. Atena me dejó caer un hola que me desnudó de arriba abajo y otro "Me voy zorras, que he quedado para follar"
- Tío o tía - a estas alturas estaba sobrecogido - preguntó Blanca.
- Los dos, es una parejita amiga.
- ¿Una polla para dos coños? Os vais a arañar - dijo May con la mayor naturalidad - sí al menos fuese Blanca.
- Joder, tía May, no empieces. Está aquí Benito de primeras y le vais a espantar - Blanca adoptaba un tono de cabreo.
- No, yo no me asusto de nada, de verdad.
- ¿Seguro? - dijo Atena al tiempo que cerraba la puerta.
- ¿Pedimos un indio? y nos dejamos de salir ahora
- Por mi no hay problema - dije intentando aparentar normalidad mientras veía como el tal Fran me pasaba un peta que se acababa de liar. Lo cogí con toda la naturalidad que pude y intenté aparentar que le daba una calada.
- Venga Beni, no seas pringaillo - me dijo Fran - metele caña, que te llegue al culo.
Le di una chupada más profunda y creí que ahí se acababa mi mundo. Di un traspiés y Blanca me ayudó a llegar a un sofá desvencijado donde pude empezar a recomponerme. Y de pronto me entró una risa floja porque había estado a punto de dar un crismazo. No podía dejar de reír. Blanca se contagió de la risa.
- ¿Lo veis, que dije que con esa carita de pasmao pero era competente? - explicaba Blanca a los otros.
Entonces me echó un brazo por el cuello me haló hacia ella y me empezó a besar con maestría y lengua. Sentí que me estallaba la bragueta. Blanca empezó a sobarme y me desabrochó. Sentí que iba a correrme de un momento a otro. La polla me saltó fuera y eso me produjo más risa.
- ¡Vaya pedazo de rabo tías! Os vais a hartar - dijo Fran - y eso que el mío no es chico - al tiempo que se bajaba los pantalones, se los quitaba y se quedaba en pelotas de medio cuerpo para abajo. May le echó mano.
- ¡Ea! que putones sois - soltó Serena - la polla de Fran ya es como el Corrillo, muy vista, ahora por la del chavalín. Ten cuidado crío que verás - dijo dirigiéndose a Benito - me voy a mi cuarto, yo ya me hice una paja esta mañana.
- Luego no vengas pidiendo parte - le gritó Fran entre la humareda de una calada al canuto.
- Si ésta tiene al novato - dijo May - yo no me quedo soltera, me pido un Fran - y poniéndose de rodillas comenzó a comérsela a Fran que estaba absorto en como Blanca era capaz de tragarse entero el rabo de Benito.
Blanca, sin dejar de chupar le quitó la ropa a Benito. La chica, experta en profundidad de garganta sacó a a Benito de sus casillas que perdió toda vergüenza y quiso desnudar a Blanca a toda velocidad.
- No, espera, Benito, por el culo. Por delante..., es que, aquí no hay condones y no vaya a ser...
- A mí me da lo mismo, si tienes el culo limpio me da igual.
Blanca se dio la vuelta se cogió su sexo con la mano y abrió las cachas del culo. Benito le dio con saliva y apuntó al ano. Primero despacio fue empujando hasta que el capullo entero se escondió en el cuerpo de Blanca y encontró oposición.
- Empuja cabrón, metela entera - la voz de Blanca estaba ronca de lujuria.
- No quiero hacerte daño tía. Nunca la he metido ni por delante ni por detrás.
- Clava, joder - y diciéndolo utilizó las dos manos para sujetar los muslos de Benito y hacer que entrase, momento que aprovecho éste para pasar sus manos por las ingles de Blanca y encontrarse con la desagradable sorpresa de que allí no había un coño, sino un pene duro. Y al mismo tiempo Blanca hacía presión y Benito entraba entero dentro de quien tenía delante, y ya no pudo parar.
- Hostias, hostias, que me da igual quien seas, - no podía dejar de bombear - me voy a correr tío joder mariconazo me corro, me corro...
Dio un último estertor y se quedó unos segundos paladeando su orgasmo hasta que se salió.
- Dame algo para limpiarme tío - y entonces se dio cuenta de que Fran y May se habían detenido en sus manejos.
Fran se abalanzó sobre Blanca y Benito, dió un empujón al chico y se agachó tras Blanca. Ella ya sabía que iba a pasar y se agachó bien exponiendo su ano. Fran se lanzó como un sediento naufrago sobre el culo del chico y le hundió la cara abriendo bien el ano con la lengua recibiendo el semen de Benito en la boca. Cuando lo recogió todo May se lanzó sobre Fran y buscandole la boca se fundieron en un beso de semen de Benito.
- Pero sois unos degenerados. Y tu Blanca o Blanco o lo que seas, ¿esas tetas. Que eres tú joder?
- Benito - le contestó con mucha tranquilidad Fran - deberías probar. Se que ahora te da un asco terrible, pero piensa en ello. Cuando estés mas salido, lo piensas y estés a punto de correrte, no te digo en un culo, en un coño que veo que aún eres muy hetero, piensalo y llegará el momento que lo desearas hacer hasta de un culo.
- De esa guarrada no voy ni a hablar. Esta o este o esto - dijo señalando a Blanca - ¿que pasa?
- ¿Y que pasa, colega, que a pesar de saber que tengo, aún, pelotas,  no te has corrido como si tuviera coño? Dime, cual ha sido la diferencia.
- Pero esa guarrada...
- Esa guarrada - contesto sonriente Fran - y otras más guarras - y estallaron en risotadas las dos chicas y él mismo - me ponen a cien mil. ¿Te cuento, o te vas a ir sin enterarte de lo que es gozar? Ya, tu eres más de pajitas.
- ¿Que te crees, imbécil, que soy un meapilas? - dijo retando Benito - venga, cuenta.

miércoles, 10 de marzo de 2021

SOLO RECUERDOS final

 

- Vamos Pedro. Estoy aquí. Desabrochame el pantalón. ¿Porqué creías que me había quitado el cinturón, para pegarte? Aprenderás a que hasta de un azotazo se puede sacar placer. Quiero que no utilices el sexo con temor, si con respeto y aprendas lo que yo aprendí en aquellos tres años que fui de transhumancia con Agustin y el ultimo año ya casi con doce años con su sobrino German, un muchacho de veinte años que me enseñó otra forma de ver el sexo.
- El también..., que si él la tenía grande y también... - no me atrevía a preguntar directamente si ese German, que se llamaba como el jardinero de casa le habia culeado. El se dio cuenta y me ayudó.
- Para cuando nos acompañó German yo ya estaba dilatado y disfrutaba de mi culo. Después con él aprendí otras cosas. Pero habrá tiempo Pedro, ahora ya está bien. ¿Vas a querer aprender?
- Quiero aprender, papa - y sin dejar de mirarle a la cara, que tenía sonriente y muy relajada, le bajé la cremallera del pantalón. Sentí como su pene pugnaba por salir. Sin desabrochar el botón  aún, el instinto me condujo la mano dentro de la bragueta. No tocaba piel pero el calor que despedia su sexo tuvo el poder de hacerme marear. Cerré los ojos e intenté abarcar su verga dura con mi mano a traves del calzoncillo, imaginandome su figura. Sentí un escalofrío y recordé la forma en que Fran me metió la picha en la boca y me hizo vomitar. Abrí los ojos y sonreí a mi padre - ¿me ayudas con el botón?
- No. Hazlo tú, no tenemos ninguna prisa Pedro. Quiero que disfrutes del momento. Es más placentero el deseo que su culminación. Tu deseas ver mi sexo, tocarlo, olerlo, chuparlo si quieres, pero te lo tienes que ganar. Desabrocha tú. Ven aquí al sofá, me voy a tumbar y tu te arrodillas y te será mas facil.
Estaba temblando. Fue al sofá de su despacho, mi padre es arquitecto y tiene un estudio de renombre, y se tumbó. Me arrodillé junto a él y me fue sencillo quitar el botón, ayudó que mi padre, aun hoy, es delgado. Separé las dos piezas de tela y su pene saltó solo retenido por el calzoncillo.
- Antes de sacarmela, huelela, acariciala a traves de la tela, palpalá y hazte idea de como es. Luego ya puedes levantar el calzoncillo.
Olía muy parecido aunque menos fuerte que lo de Fran. Era mas grande y en la punta habia algo que resaltaba, lo cogí y halé de ello, mi padre se estremeció y emitió un gemido que me excitó como no me habia excitado  chuparle a Fran. El capullo de mi padre se endureció y yo no me pude resistir más y bajé el calzoncillo. Mi padre me ayudó levantando un poco las caderas y pantalón y ropa interior bajó hasta los tobillos. El pene saltó erecto con una anilla que le entraba por el agujero y le salía por donde Fran me dijo que era el frenillo. Volví a tironear de la anilla y mi padre volvió a gemir. Yo me excité aún más.
- ¿Te duele?
- Me gusta que me lo hagas. Mira lo que me está saliendo por la punta.
- Es lo mismo - contesté ilusionado - que le salía a Fran y me dió a probar
- ¿Quieres probar el mio? hijo
Me dejaba cortado. Yo queria hacerlo, pero el hecho de que él me lo ofreciera desprovisto de toda morbidez me retraía. Y en ese momento mi padre bajó la mano y empezó a acariciarme la bragueta.
- Soy tu padre, cariño. Mi polla es tuya para disfrutar si eso te gusta.
- Pero esa anilla ahí, ¿No te duele?
- Le gusta a tu madre cuando hacemos el amor. Ella tiene otra anilla parecida en el clítoris. Si quieres cuando lleguemos a casa te la enseña. La tiene porque le da placer cuando yo entro con mi polla en su cuerpo.
- Y ¿Que es eso del clítoris?
- Como la picha de los hombres pero en la mujer. Cuando se lo acarician les da un placer parecido al que te da a ti que yo te esté acariciando ahora - y con una habilidad que me dejó frío, me desabrochó el pantalón y dejó que cayera hasta las rodillas, luego me bajó los calzoncillos - verás Pedro, vamos a hacer una cosa; te desnudas tu y me desnudo yo y te enseño los sitios del cuerpo que más placer te van a dar y los que tienes que acariciar para dar tú el placer.
Se levantó del sofá y se desnudó. Yo le miraba embobado el cuerpo, precioso con vello en el pecho y la barriga, menos por abajo.
- Me afeito por aquí porque a tu madre y a Germán les produce más placer que sea así.
- ¿Germán? Que Germán, ¿el que iba con el pastor, su tío?
- Si. Cuando empezaron a irme bien las cosas y nos mudamos a la casa donde vivimos me lo traje de jardinero. Hicimos muy buena amistad y a tu madre le encanta como me la mete en el culo mientras yo se la meto a ella.
- ¿A mi hermano..., también?
- Tu hermano es muy bueno pero nunca ha tenido el instinto que has desarrollado tu ni la curiosidad que te ha llevado a ti con un chico mayor a una cabina de un retrete. Si alguna vez muestra alguna virtud de las que tenemos tu o yo ahí estaré para guiarle, como lo estoy haciendo ahora contigo.
Mientras mi padre hablaba yo me desnudaba. Él ya lo estaba y se volvió a tumbar en el sofá.
- Túmbate encima de mi, Pedro y acariciame.
Empezó a besarme por el cuello a mordisquearme los lóbulos de las orejas mientras con sus manos me acariciaba el culo y tocaba con delicadeza mi ano. Se mojaba los dedos y los pasaba por el agujero de mi cuerpo haciendo cierta presión que me enardecía. Su boca me besaba muy suave la cara y los ojos y poco a poco fue llegando a las comisuras de los labios y ahí fue donde sacó la lengua húmeda y la insinuó entre mis labios. Yo de forma instintiva separé los labios y dejé entrar su lengua y cuando se encontró con la mía abrió francamente la boca y hurgó dentro mezclando las salivas; inexplicablemente eso me excitó muchisimo. Yo me sentía como en una nube, ni me daba cuenta que ya tenía en mi ano metidos dos dedos y disfrutaba de ello. De pronto se separó de mi boca, me miró a los ojos sonriente.
- Te quiero mucho Pedro, y tu madre también. Lo mismo que jugamos ahora nosotros otro día en casa jugará también mamá, para que descubras su sexo también y no le tengas miedo. Y ahora haz una cosa. Levántate y mirando hacia mis pies siéntate sobre mi boca con un pie a cada lado de la cabeza.
- ¿Para qué?
- Voy a lamerte el ano y quiero que empieces a disfrutar de él y que cuando puedas usarlo para gozar no te pase como a mí con Agustín.
Hice caso. Y cuando sentí como la lengua de mi padre entraba una y otra vez empecé a gemir y a dar masaje a mi polla. Mi padre me detuvo.
- Normalmente, si te corres se pierde el encanto que tenemos ahora y luego es más difícil volver a empezar. Verás échate hacia adelante y mientras yo te doy gusto tu te metes mi polla en la boca.
- Pero esa anilla, me va a molestar.
- Tienes razón, me la quito.
Con mucha facilidad se sacó aquel trozo de metal y me tiré encima, como cuando lo hice con Fran, pero mejor.
- Chupa despacio, arriba y abajo, sin prisas. Lame los huevos y lo que quieras, lo que guíe el instinto. 
Y después de disfrutar chupando, mi instinto me llevo al sitio donde acaban las bolsas y comienza el ano. Mi padre lo comprendió y levantó abriendolas, sus piernas. El ano quedaba perfectamente expuesto. Me sorprendió que no fuera redondito, era como una raja con los bordes abultados. Grande.
- No te asustes. Chupalo, me dará mucho placer. Está así de todas las veces que se ha dilatado incluso con el puño. Eso me lo enseñó Germán. Da mucho placer.
- ¿En el campo?
- No, en casa, cuando lo traje de jardinero y a tu madre le gustaba lo grande que tenía la polla y que nos la metiese a mí o a ella.
- ¿Mamá también la chupa a ti o a Germán?
- Y a más personas. Cuando tú te vas a pasar unos días a casa de los abuelos nosotros invitamos a otros amigos y a Germán y nos divertimos mucho.
- ¿Yo voy a poder ir?
- No, tu eres pequeño aún. Tu con papá y mamá y cuando tengas dieciocho te haremos una fiesta y podrán venir tus amigos y tu novia o novio. Pero antes tienes que soplar muchas velitas. Y ahora por favor hazme a mi lo mismo que te estoy haciendo a ti.
Le toqué el ano y lo tenía suave. Quise probar a meter el dedo y me abrí pasó con facilidad.
- Espera Pedro - me hizo a un lado del sofá, se levantó y de un cajón de su mesa sacó un bote grande, le quitó la tapa y me lo dio - ahora mete tu mano en este bote y embadurnatela de esta crema. Así, ya me puedes meter la mano.
Ahora se puso de rodillas en el suelo abriendo bien las piernas. Yo entré con mi mano en el bote. Era muy resbaloso y con la mano llena metí dos dedos pero pedía más.
- No tengas miedo Pedro, junta todos los dedos y mete la mano entera hasta donde te llegue, verás que divertido y te gusta. Luego te meteré unos dedos nada más yo a ti para que empieces a saber lo que es disfrutar de verdad.
Efectivamente, metí los dedos todos juntos y enseguida entró mi puño entero, empuje y siguió entrando, cuando llegué al codo me dio miedo y me detuve. Mi padre jadeaba como un perro harto de correr.
- Tocame ahora la punta de la polla con la otra mano - me dijo con voz entrecortada.
Le salía abundante líquido como el de Fran. Instintivamente froté con ese líquido el capullo de mi padre.
- No sigas Pedro o me correré. ¿Quieres ver mi leche? - me dijo como con dificultad para hablar.
- Si - le contesté entusiasmado.
- Sacame el brazo, colócate debajo de mi y te caerá en la cara, luego yo la limpiaré con la lengua.
Me metí debajo de él, su capullo estaba a pocos centímetros de mi cara y entonces el empezó a acariciarse muy fuerte hasta que dijo "ya"
No sé porqué, cerré los ojos y abrí la boca. Sentí una lluvia caliente en mi cara. Algunas gotas entraron en la boca, las saboreé y las tragué. Él se acercó después a mi y me lamió toda la cara. Cuando acabó me cogió el brazo que le había metido a él y me lo limpió con su mano. Me sentó sobre su regazo de tal manera que las piernas quedaban a un lado y otro de sus caderas y la cabeza en sus pies, luego me levantó más haciendo que me doblase dejando caer mis piernas sobre mi cabeza, me las separó y con su mano lubricada empezó a dilatarme el ano. No dolía, sentía presión, entraba y salía y por dentro tocaba algo que hacía que me diese gusto en mi capullo. 
- Tócate Pedro, para que veas lo que tienes dentro.
Alcance mi ano con mi mano e hice una exclamación de sorpresa.
- Si, Pedro, cuatro dedos. ¿Te gusta?
- Mucho, papá. ¿Vas a poder meter el puño entero?
Por respuesta con la otra mano me cogió mi picha y empezó a frotarla hasta que sentí un placer como nunca porque desde dentro me tocaba en algun sitio que multiplicaba el placer. Me acababa de masturbar con sus dedos dentro de mi. Me prometí que lo repetiria.
- Bueno, hijo, vamos a vestirnos y a casa. Espero que hayas aprendido que todo lo que rodea al sexo ni es oculto, ni sucio, ni reprochable. Que es algo que no se puede trivializar ni se puede obligar a nadie y que se puede hacer lo que uno le guste sin hacer daño a los demás. Y que porque te guste tocarle a un compañero y disfrutar con ello no significa que cuando llegue tu momento no te guste tocar a una mujer. Se puede hacer todo, y una cosa no quita la otra y no hay nada obligatorio. Hay a quien no le gusta algo y no por eso hay que rechazarle. Para todo en esta vida hay que ser respetuoso.

Ahora que ya ha pasado el tiempo y voy a ver mi padre, ya muy mayor, e impedido, a la residencia, nos quedamos solos y entonces me rebusco en la bragueta me saco el príncipe Alberto, le rebusco en su pijama le saco el botón que le queda, le inserto el anillo y parece revivir. Sonríe, se le caen dos lagrimones y me mira pidiéndome lo que yo ya sé que le voy a dar. Me desabrochó el pantalón, no llevo ropa interior a propósito y le dejó que me acaricie y se la meta en la boca y mame como lo haría un recién nacido con fuerza y entusiasmo hasta que me saca el semen en un orgasmo sin placer que me hace llorar. Luego mete la mano entre las piernas y me palpa el ano. Lo mensura, me mira picarón y me dice "Grande"
- Si papá, más grande que el tuyo cuando yo tenía nueve años. Las sesiones de fisting con nuestros amigos, como me enseñaste, con mi mujer animándome para que me entren a veces los pies. Nadie lo entendería. Alguna vez, pediré permiso para llevarte a casa y que vuelvas a sentir esa tensión tan intensa dentro de tí.
Mi padre sonríe siempre pide que me agaché, me besa en los labios me da parte de mi semen que tiene aún en la boca y se queda dormido.
Le besó en la frente y me voy satisfecho del padre que el destino me reservó.

domingo, 7 de marzo de 2021

SOLO RECUERDOS bis

 

- Tu sabes que tu abuelo era mayoral de una finca de Extremadura, y te llamas Pedro por su padre, tu bisabuelo.
- No lo sabía 
- Bien  yo nací en aquella finca. Era habitual todavía hace treinte y nueve años llevar el ganado trashumando hasta tierras altas de León, en Extremadura hace demasiado calor en verano. El rebaño lo llevaba un pastor mayor, unos cincuenta años tendría. Estaba con el ganado fuera tres meses y regresaba para la invernada. Cuando cumplí ocho años, tu abuelo me dijo que ese verano acompañaría al pastor y al ganado, que supiera lo que era dormir al raso y comer poco y casi siempre frío; tasajo, tocino de hoja, pan asentado que se iba comprando por donde se pasaba y agua que se recogía por los arroyos. En el borrico que nos acompañaba iban mantas, el queso, el tocino, tabaco y vino. El pastor, Agustín era reservado y al único al que hacían caso los perros pastores.
Era duro el camino y Agustín parecía que no me veía pero estaba pendiente siempre de mi. 
Llegamos a tierras altas y las noches aún en verano son frías. Había apriscos donde recoger el ganado y en algún sitio refugios de piedra con techos de ramas donde se pasaba la noche mejor encendiendo fuego. 
Al principio Agustín se echaba a un lado y yo al otro, hasta que una noche más fría de lo habitual, a mi me castañeteaban los dientes y Agustín me dijo que me arrebujara con él. Me acosté dándole la espalda mientras me abrazaba para darme calor. Efectivamente entré en calor y me dormí. De madrugada me despertó Agustín mientras me desabrochaba el pantalón.
- ¿Que pasa? - le dije.
- Calla y estate quieto, vas a aprender cosas de hombre cuando faltan mujeres.
Me quedé muy quieto y dejé que hiciera lo que quisiera, al fin y al cabo era un hombre de casi sesenta años y yo solo un rapaz. Sentí como me quitaba el pantalón y el calzoncillo y como después el se desabrochaba su ropa. De pronto sentí en el culo algo duro y caliente y como su mano me buscaba en mi entrepierna y me acariciaba con su mano callosa. Sentí como se me endurecía mi cola y confirmé que lo que sentía en el culo era la suya, muy grande. Me la puso entre los cachetes del culo y empezó a moverse rítmicamente y a la vez hacia lo mismo con mi cola dura. ¿Y sabes una cosa, Pedro? me gustaba. Era una sensación extraña pero muy agradable. 
- No te asustes - me dijo en un susurro ronco, más ronco que su voz natural - si te notas mojado por el culo, me voy a correr. Tu eres chico para echar nada aunque no sé si tú también vas a sentir gusto en tu polla.

Mi padre estaba hablando y yo notaba que se le resaltaba la bragueta como si empujasen desde dentro. Yo sentí mi picha crecer y disfrutaba viendo como la bragueta de mi padre se deformaba por el bulto. Deseaba vérsela y cogerla entre mis manos y metermela en la boca.

Se detuvo en su relato, me miró sin hablar, me sonrió y me dijo.
- Pedrito, hijo, tiempo habrá para todo. Ten paciencia.
Como te iba diciendo, efectivamente, sentí como el culo y la parte baja de la espalda se me humedecía y al tiempo sentí como un calambre en mi picha que me hizo estremecerme. Yo también me había corrido.
- Tu también te has corrido - tuvo que sentir mi estremecimiento - ¿Era la primera vez, no. Te ha gustado?
- Si me ha gustado - dije en voz baja.
- Te voy a limpiar y a dormir.
Me limpio su semen más mal que bien y me dijo que me vistiera. Me volví a poner mi ropa, él se volvió y me dijo que si quería que siguiese a su lado.
Al día siguiente, cuando paramos un rato a comer Agustín me dijo que a partir de ese día las noches las íbamos a tener más entretenidas.
A partir de aquel día cada noche era igual, al punto de que yo ya me echaba por la noche sin ropa de espaldas a Agustín. Una noche, cuando terminó él y me limpió su corrida yo me quedé muy caliente y aprendí a masturbarme. Lo hice tres veces esa noche y durante el camino, si podía me despistada y volvía a hacerlo. Agustín no era tonto y se percató de mis manejos y un día me sorprendió.
- Te va a gustar más - me dijo mientras se desabrochaba el pantalón - si jugueteas con la mía.
Nunca se la había visto. Era grandísima y el pellejo que a mí se me resistía a bajar a él se le bajaba del todo dejando al aire un capullo reluciente.
- Metela en la boca y chupa, Manolito, te va a gustar y a mi también.
Estaba confundido, nunca se me habría ocurrido que esa parte del cuerpo pudiera chuparse. Además por ahí se orinaba, pero al tiempo pensaba que quizá matase el gusanillo de que sería eso pringoso que le salía cuando como él decía le daba el gusto. Yo le miraba a los ojos y a su capullo alternativamente sin dejar de tocarme mi cola que estaba tiesa como el cayado de Agustín.
- Venga ya, niño, que hay que trabajar, y mientras chupas te la meneas y te da más gusto.
Con mucha prevención, primero me acerqué lo suficiente para olerle el capullo que ya destilaba el líquido transparente, tenía un olor peculiar, era a orina pero de otra manera que hacía que me animase a abrir la boca. Finalmente cerré los ojos y me metí aquel trozo brillante de carne en la boca. Me sorprendió su lisura y su firmeza elástica que me gustaron, lo noté sobre todo en mi picha que se puso tan dura que me dolía y me obligaba a sacudirmela. Luego Agustín me cogió la cabeza y hacía presión para que me la metiese toda. Me daba arcadas, se me saltaban las lágrimas, pero yo no tenía pena, al contrario me gustaba hacer eso y de repente se me retiró de la boca. Vi salir un chorro blanco de donde antes salía un líquido transparente, Agustín gemía y se la sacudía con lentitud tirando mucho del pellejo hacia abajo y cada vez echaba un chorro a menos distancia hasta que lo que salia le resbalaba y mojaba su mano. 
- Toma, prueba a ver qué tal - me acercó su mano a la boca, saqué la lengua y probé aquello, que ya sabes tú, hijo, a qué sabe; no me disgustó y di un chupetón más grande -Si te gusta la próxima vez no te la sacó de la boca.
- No tiene mal sabor, sabe un poco a tabaco. Me gusta.
- Pues ya sabes, la próxima vez, ésta noche si quieres, te lo hago en la boca. Ahora, ya que te gusta límpiame el churro de lo que queda de leche.
Volví a meterme su polla en la boca ya sin prevención ninguna y como se le había aflojado me cabía entera. Fue la primera vez que experimenté la sensación de querer que me la metiese dura en el culo y en ese momento, pensando en que me podía atravesar con su polla me corrí yo. Y recuerdo, Pedro, aquel orgasmo como el más placentero que he tenido nunca.
A partir de ese momento dejé de tener cierto temor a Agustín. Yo le buscaba varias veces al día, quería que fuese él quien me propusiera follarme. Cuando iba a cagar me metía el dedo a ver qué se sentía pero no sentía nada. Él se conformaba ya con correrse en mi boca y que yo tragase su leche. Todas las noches lo hacíamos y las más calurosas desnudos del todo. Una vez me la chupo él a mí hasta que tuve el gusto, luego lo hice yo, pero antes de que le llegase el orgasmo me atreví.
- Agustín, ¿tú crees que se puede meter por el culo?
- Te reventaría, chico y tu padre me mataría.
- Pero puedes probar - no me podía resistir a esa fantasía - con la punta nada más.
Antes de darle tiempo a pensar, estábamos desnudos, me di la vuelta, y le cogí la picha y la apunté a mi ano. Él se retiró bruscamente.
- ¡Espera, niño del demonio, que me vas a buscar una ruina! - me dijo mientras se levantaba bruscamente y salía fuera.
Me desilusioné, ya me veía clavado por detrás e incluso asumido que algo me iba a doler, pero la curiosidad era más fuerte que yo.

- Entonces, papá, ¿no te lo hizo?
- Espera, no seas impaciente y deja de tocarte el rabo que te vas a correr.

Volvió al poco con algo en la mano. Él se puso de rodillas sentado sobre sus talones y a mi tumbó de espaldas con las piernas hacia arriba bien abiertas y con lo que traía en la mano me untó el ano, ¡El tocino! Me lo restregó bien metiendo el dedo con cuidado para que resbalase bien. Cuando pensó que ya tenía suficiente volvió a envolver el trozo de tocino en el lienzo y lo dejó a un lado. Me levantó y me sentó a horcajadas sobre su regazo y con mucho nerviosismo supe cómo lo iba a hacer.
- Llevo deseando hacer esto desde que me corrí la primera vez, Pedro. Si te duele no te vayas a quejar, aguanta y el dolor irá pasando y yo me correré dentro, cuando acabé, te vas fuera y cagas el polvo.
Yo estaba muy nervioso y deseando que me entrase entera. Sentí el capullo en el ano y como se abría paso hasta que dio una especie de tope.
- ¿Te duele hasta aquí?
- Agustín, noto como que me hago caca, pero no me viene. ¿Ya está toda dentro?
- Solo el capullo Pedro, ¿Quieres que siga un poco más?
- ¡Si!
Y empujó un poco y sentí que me rajaban entero, con un dolor que nunca hubiera imaginado. Grité, intenté zafarme, pero me tenía bien sujeto y su polla progresando. 
- Ah, ah, Pedrito, me corro, que coño más estrecho, me corro.
Y con esos aspavientos entró aún más. Con el dolor aún más intenso me mareé y creo que por un instante me desmayé. Cuando se corrió la dureza cedió y se salió.
- Anda ve a cagar el polvo. Que tienes un coño de virgen.
Salí fuera, me puse en cuclillas y solté lo que me echó. Con unas hojas lisas me limpié, volví adentro me vestí y con el culo ardiendo y dolorido me dormí.
- ¿Dolió mucho? - me preguntó mientras desayunabamos.
- No me puedo sentar - estaba desayunando de pie.
- Ven acá, bajate los pantalones y las bragas que te vea.
- No me la vayas a meter otra vez - le respondí escamado.
- Que no hombre. Enséñame el culo ¡Joder!
Me bajé los pantalones y me agaché. Me separó los cachetes y me dijo que esperara. Fue por un trozo de lienzo donde envolvía el pan desgarró un trozo lo mojo con agua y me lavo. Luego me enseñó el trapo.
- Ya no sangras. Estás desvirgado. La próxima vez no será tan malo - me decía mientras me enseñaba el trapo manchado de sangre seca ya.
- ¿Otra vez? No, otra vez no.
- Me lo vas a pedir tú - se me quedó mirando con una sonrisa en los labios que no le conocía - y te recuerdo que me lo pediste tú, Pedrito. Tú querías que te follara.
- ¡Pero la tienes muy grande!

- Papá, como de grande la tenía. ¿Tan grande era?
- Como la mía ahora, más o menos, aunque a mí con la edad que tú tienes más o menos me pareció la del burro que llevábamos - hizo una pausa larga, se levantó de donde estaba sentado - ¿quieres verla?
- ... - no contesté pero clavé mi mirada en su bragueta.
- Anda, sacamela tú.

sábado, 6 de marzo de 2021

SOLO RECUERDOS

 

No sé nada de mi vida hasta que cumplí cinco años. Hasta entonces ni siquiera un flash. Nada.
Mi primer recuerdo me ubica caminando a unos pasos de Ernst que se dirigía a los urinarios del patio del colegio.
Eran años cincuenta y Ernst hijo de un alemán que no sé porqué vivía en Madrid, era un niño un poco más alto que yo, rubio de pelo de rizo grande y color de oro con mechones más oscuros. Tenía unos ojos insultantemente celestes y mirada desafiante. A pesar de ser de mí misma edad su desenvoltura era la de un adolescente, no la de un crío como yo.
Empezó el curso unas semanas más tarde, que fue cuando su famila se instaló en la capital. Me hipnotizó y activé mi memoria en ese momento. No podía dejar de mirarle; él se daba cuenta y me clavaba una mirada dura junto a un rictus de odio.
Iba por el patio a unos pasos detrás de él, a sabiendas de que no quería saber nada de mi. Cuando entré en el recinto él, solo, tenía su colita apuntando al urinario y empezaba su orina.
Me acerqué a él, intenté tocarle y me rechazó de un codazo, pero no me arredré. Tanto era el deseo de tocar, poseer, chupar su pene que me dirigí a él.
- Échame el pis en la boca Ernst
Ernst terminaba de orinar, se la estaba sacudiendo y metí la mano para ayudarle. Hizo un movimiento de evasión moviendo bruscamente el hombro, me encaró mientras se guardaba su pene y se abrochada los botones y de subito me dió una bofetada que me dejó sin habla. La cara me hervía de dolor pero al tiempo sentí que aquella bofetada era una forma de atenderme. Me satisfizo y junto al escozor de la mejilla sentí un íntimo placer. A pesar de todo sabía, intuía, no sé cómo expresarlo, que allí acababa de hacer algo de lo que arrepentirme.
Cuando salí del urinario tras Ernst unos minutos después de él, los otros niños me insultaban, me decían que era una niña y salvo un par de ellos no me volvieron a dejar jugar con ellos.
Las vacaciones de Navidad fueron un tiempo en el que cada vez que sonaba el timbre de la puerta me sobresaltaba porque veía al director del colegio venir a decir lo que había hecho. A medida que pasaban los días aquella sensación de culpa fue languideciendo, aunque la imagen de Ernst seguía igual de vívida que aquel día en el urinario.
El curso acabó y nos mudamos a otro barrio, otro colegio y el recuerdo de Ernst nunca me abandonó.


En la casa nueva, mi hermano mayor y yo compartimos habitación. Yo tenía ya seis años y él trece. Era verano otra vez y yo a punto de cumplir siete años y él catorce, una noche me despertó un quejido ahogado, después supe que mi hermano se estaba masturbando, pero en aquel momento sin saber bien que pasaba experimenté la misma sensación agradable que cuando le vi su colita a Ernst. No dije nada, pero estaba siempre pendiente, por las noches de los manejos de mi hermano. Habría deseado saltar a su cama y chuparle su cola pero sabía que la reacción que tuvo el patio del colegio contra mi, podía repetirse y me reprimí. Mi padre era temible, o así le veía yo.
Fue cambio de casa y de colegio.
El nuevo colegio era de campanillas (y aún hoy más campanillas aún) y el deporte era parte importante del currículo. Eso significaba que el vestuario y los cuerpos desnudos eran de diario; había que ducharse al acabar el deporte si o si.
Llevaba dos años en el colegio, tenía ya nueve años.
Y pasó lo que antes o después tenía que pasar.
Un chaval de catorce años, rubiasco con cara de canallita (yo creo que desde entonces el lumpen me atrae como la luz a las polillas) me cogió al vuelo una mirada intensa en las duchas a su cuerpazo y lo que no lo era. No dijo ni hizo nada, pero se me acercó.
- Que tal chaval. ¿Vives cerca? - me echó el brazo por el hombro y con su manaza me abarcó la nuca y apretaba y aflojaba, mientras yo me derretía. Luego me atrajo hacia su cuerpo mientras caminabamos en señal de cercanía en medio de los demás compañeros sin ningún complejo, al tiempo que se agachaba un poco para que yo escuchase y solo yo lo que iba a decirme - ¿Te ha gustado mi picha? Me he dado cuenta en las duchas. Pues cuando se pone grandota como la tengo ahora te gustaría mas. ¿Quieres verla?
- Si - le contesté saliendoseme el corazón por la boca, en un susurro mientras le miraba su cara sonriente de sinvergüenza que iba a conseguir que me desmayase. Me soltó el cuello.
- Vamos a los servicios del patio, tu sígueme  no muy cerca - y en dos zancadas se adelantó y le vi meterse en los urinaros del patio que quedaban medio ocultos por el seto que perimetraba las canchas de tenis.
El corazon ya no me podía latir mas deprisa, pero el posible premio que me esperaba daba alas a mis pies. Entré en el recinto. Olía a desinfectante y orina. Me resultaba excitante, pero allí no habia nadie. Estaba ya dispuesto a marcharme con una mezcla de alivio y pena al tiempo cuando oí el chirrido de la puerta de una de las cabinas al chico que me llamaba.
- Venga, maricón, entra.
Era la primera vez que escuchaba la palabra dirigida a mi y lejos de ofenderme, como sabia que debería sentirme, me halagó. Entré a la cabina y allí estaba Fran, así se llamaba, muy serio, con los pantalones y los calzoncillos en los pies con una picha enorme con una especie de bellota gorda y brilante en el extremo de un miembro muy largo del que colgaba una bolsa peluda. Todo lo tenía enmarcado por una mata enmarañada de pelo azabache abundante. Los muslos tambien eran peludos. Se levantaba la camisa con una mano dejando al descubierto una barriga por la que ascendía hasta el ombligo una senda del mismo vello que le adornaba el sexo. De la punta le salía un liquido espeso y transparente. Lo recogió con uno de sus dedos y ordenandome que abriera la boca me lo acercó a los labios.
- Chupame esto y luego me chupas la polla. Te va a gustar.
Empecé a chuparle el dedo con esa cosa trasparente y me mareé de placer. Sin que tuviera que decirme nada me hinqué de rodillas y sin pensarmelo me metí todo lo dentro que pude su miembro. Me dio una arcada.
- No seas bruto, que me haces daño. Chupala con suavidad y cuidadito con los dientes.
- ¿Vas a mearte en mi boca? - me acordé de Ernst y pensé que al fin lo iba a conseguir.
- No, loco, me voy a correr en tu boca y te lo vas a tragar. Venga empieza a mamar ya. ¿es la primera vez, verdad? pues yo acabo enseguida. Con la lengua acaricias esta parte y acabamos rapido - y me enseñó lo que él llamó frenillo.
Me la meti en la boca y el instinto me llevó a acariciarle la bolsa peluda mientras con la lengua le acariciaba el frenillo. 
- ¡No te la saques que me corro ya! y con sus manos me sujetó la cabeza mientras empujaba con las caderas y la boca se me llenaba de algo medio insipido o quizá dulzón lo que me provocó el vomito.
Tendría que ser asi. No se. Me retiré a tiempo para echar hasta la primera papilla, salpicandole a Fran la ropa y sin parar de dar arcadas y vomitar. Estaba asustado. Y sucedió.
- ¿Quien anda ahí, está usted enfermo? Abra la puerta. - El encargado de los patios hacia su ronda y me escuchó vomitar. ¡Que abra, le digo!
Fran se subio la ropa como pudo y descorrió el pestillo. Yo seguia dando arcadas de rodillas con la cabeza en la taza del vater. El vigilante empujó la puerta y me vio a mi vomitando pero al no poder abrir del todo, entró y vio a Fran.
- Me pueden decir que hacían ustedes aqui encerrados.
- Es que este niño estaba mal y le estaba ayudando - Fran estaba mas blanco que la taza del vater mientras yo ya me levantaba limpiandome la boca con la manga de la camisa.
- Al despacho del director. Alli podrán explicarle a él. 
Media hora mas tarde alli estaba mi padre a buscarme. Me cagué, literalmente. Cuando llegué a casa y mi padre me mandó sin mas explicaciones a mi cuarto, me desnudé y me habia cagado.
Dos dias después, domingo, mi padre me metió en el coche y me llevó a su oficina, vacía. Entramos a su despacho
- Bueno, muchacho, ahora me vas a contar todo lo que pasó con ese otro chico mayor que tu - y se quito su correa de cinturon. Empecé a llorar - no llores, no te voy a pegar, aunque - y esto lo dijo en voz baja - quizá tu me lo pidas. Empieza a contarmelo todo de la pe a la pa. Yo no te voy a interrumpir, pero no llores, por favor. Luego te contaré yo a ti otra historia.
Relaté a mi padre todo como habia sucedido. A veces me interrumpía y me decía que qué era lo que yo sentía o deseaba en ese momento y me dejaba continuar. Cuando acabe, ya mas calmado y casi con confianza mi padre me hizo una pregunta y me pidió que fuera muy sincero. Me enseñó su cinturón y volvió a repetirme que no me iba a castigar.
- ¿Si supieras que no iba a tener ninguna consecuencia, repetirías?
- Si - le contesté apartando mi vista de la suya.
- ¿No tienes mal recuerdo de lo que vomitaste?
- Pienso en cómo me dio con su dedo a probar lo que le salia por la punta y lo doy por bien empleado. De lo que se me llenó la boca después me dio rabia que me hiciese vomitar.
Tal como se lo estaba contando, un escalofrío me recorrió toda la espina dorsal. Empecé a temblar y no pude reprimir las lágrimas, pero no por eso le hurté la mirada a mi padre. Yo tenía nueve años, mi padre treinta y nueve. Para mi entonces un hombre mayor, hoy se que era un tío en toda la efervescencia de sus hormonas.
Se levantó de su asiento se dirigió al mío,  me levantó de la silla y me abrazó, poniendome su mano en la nuca de la misma manera que lo hizo Fran, al tiempo que me besaba en el cuello encendiendome vaharadas de placer, y lo supe. Me apretó contra él y sentí su pene duro contra mi pecho. Levanté la vista y mi padre la cruzó con la suya, me sonrió, rozó sus labios con los míos dejó que me sentara y él hizo lo propio delante de mi sobre la mesa de despacho.
- Ahora, Pedrito, te voy a contar yo una historia.

martes, 2 de marzo de 2021

AMIGOS..., epilogo

 

Estuvo toda la mañana y parte de la tarde intentando contactar con Isabel y una y otra vez saltaba el buzón de voz. Fueron Mario y él a un chino que habia cerca de la residencia a comer algo sin cejar en su empeño de hablar, de quedar con su novia; aún novia.
Eran pasadas las nueve de la noche, con los dos en su habitacion de la residencia cuando, al fin, Isabel descolgó el telefono.

- Isabel - en la voz de Sebastián había una vacilación aunque Mario le sujetaba con fuerza la mano.

- ¿Estás con ella? - parecía una pregunta pero en sus palabras había una determinación que la convertían en una aseveración.

- Tenemos que hablar, Isabel. Te debo una explicación y una disculpa - miró a Mario interrogativo y Mario con un ligero movimiento de cabeza asintió - te la debemos los dos.

- No seas cínico. A ella no la quiero ver - calló unos instantes de vacilación y la curiosidad le hizo caer - ¿La conozco?

- Si, Isabel, LE conoces. No LA conoces - y el mismo se sorprendió de su seguridad al decirlo, incluso sintió alivio al decirlo.

- ¿Un tío? - fue un grito descontrolado - ¿me has puesto los cuernos con un tío? maricón al final. Ya me decía mi madre que tenías algo que no la convencía.

- Escúchame, cariño - y ya no le dejo seguir.

- Cariño tu puta madre. ¡Que me has toreado con un tío! - y la curiosidad acabó con ella - ¿Y quién es, pedazo de...? - hizo una pausa espesa - ¿No me habrás pegado nada? Será más de uno, ¿Cuanto tiempo cabrón?

- Mario, Isabel, que quiere verte y que te demos las explicaciones.

- ¿El alfeñique ese? Joder tu - no acertaba a dar con su nombre de lo irritada que estaba, su subconsciente le negaba ya hasta el nombre -  como te llames, podías haber tenido más gusto, con la cantidad de tíos buenos que hay en tu Escuela o en tu residencia, has tenido que ir a liarte con ese. Serás mariconazo, y bueno, él peor, que a saber de qué malas artes..., no quiero saber nada más, y no quiero seguir hablando y a ese, ese..., cerdo que no se ponga delante de mí que le arrancó la cabeza..., Ni tu tampoco - y colgó sin dar ni una opción más.

Sebastián se quedó con el teléfono en la palma de la mano, lo había estado sosteniendo con el manos libres para que Mario pudiese escuchar lo que Isabel decía. Estaba pálido y con la mirada perdida. Mario le recogió el móvil, lo apagó y lo dejó sobre la mesa de Sebastián.

- Reacciona Sebastián. Esto era esperable.

- Pero yo quería explicarle - estaba tan sonado como un sparring después de un día de entrenamiento - darle las razones que ni yo mismo entiendo. Quería que me ayudase a ordenar mis pensamientos. Yo Mario, no sé porqué hice lo que hice y sin embargo quiero volver a hacerlo y tampoco comprendo cómo va a ser mi vida sin ella..., y sin ti..., no lo sé Mario - se abrazó a su compañero y no pudo reprimir las lágrimas.
Mario contuvo en sus brazos el cuerpo de Sebastián que a duras penas se sostenía hipando de llanto. El calor que mutuamente se trasmitían, y las lágrimas de solidaridad que empezó a derramar Mario hizo el resto.

Sin poner ninguno de los dos empeño ni voluntariedad sus cuerpos se movieron y cada uno detecto el crecimiento del otro. Para cada uno de ellos supuso un alivio a la presión de su disgusto y sus abrazos dejaron de ser estáticos para empezar a mover sus manos acariciándose mutuamente y sus pelvis se acercaron entre sí al límite haciendo que sus cuerpos entrasen en íntima colisión. Sebastián bajo su mano derecha hasta la cinturilla del pantalón de Mario e insinuó sus dedos por dentro. Mario cómo un autómata desabrochó sus vaqueros de los botones y la mano de su amigo ya no encontró oposición. Los jeans cayeron hasta los tobillos. Busco la mano de Sebastián el ano de Mario, aprovechando la ausencia de calzoncillos y Mario gimió al sentir como los torpes, aún, dedos de su amigo intentaban entrar en su cuerpo. Las lágrimas dejaron paso a los jadeos, las bocas se buscaron ávidamente y con avaricia se dieron su saliva el uno al otro, y sin saber cómo, se encontraron otra vez desnudos sobre la cama de Mario. Sin muchos preámbulos Sebastián busco el ano de Mario que dócilmente se lo ofreció.

- Lo necesito - habló junto al oído de Mario con urgencia lúbrica - necesito sentir que estamos unidos, que me acoges y que yo estoy a gusto en tu cuerpo porque tú lo estás de tenerme.

- Entrate lo más profundo que quieras y dame tu ser, tu esencia y quédate todo lo que puedas, que yo seas tú y tu, yo. Te quiero Sebastián. Quiero que ésta sea toda nuestra vida.

Una vez más, como la noche anterior, Mario sintió la puñalada de Sebastian pero en contra de lo que creía que iba a ser otra sesión de agonía a los pocos segundos de ser penetrado profundamente dejo de sentir dolor y comprobó como una sensación dulce y placentera partía del ano y recorría todo el fuste de su miembro hasta estallar en algo parecido a un orgasmo con emision, según sintió con su mano de semen, pero que lejos de debilitarle el deseo se lo multiplicó  y con la mano que le quedaba libre le tomó el muslo a Sebastian incitandole a que le penetrase con mayor fuerza. Luego presentó  ante sus ojos la mano con la que había recogido el semen que emitió por obra de los embites de su amigo, lo olió y se llevó los dedos a la boca.

- ¡Si! -dijo en voz alta

- ¿Te gusta? - le pregunto con voz ronca por la excitación sin parar de bombear.

- Me gusta el semen que me estas sacando de la polla con la tuya follandome.

- Dejame probarlo, Mario, quiero conocer tu sabor

Mario se exprimió el pene hasta hacer salir otro borbotón de semen, lo recogió con la mano y se lo dio a Sebastian, que primero vaciló un instante antes de aceptarlo, para inmediatamente recogerlo todo con la lengua y saborearlo antes de tragarlo.

- Tambien me gusta como sabes, amor. Creo que no sabia lo que era amar a alguien, lo confundia con el sexo. Ahora se que lo que siento por ti, ademas de una infinita atracción sexual, es amor - y en ese momento, sin esperarselo tuvo un orgasmo como no recordaba haberlo tenido nunca al tiempo que Mario emitía un gemido articulado y escupia todo su semen restante.

- Te amo Sebastián y eso - tuvo que parar porque el gemido de placer se imponía - y eso - continuó - ya no lo va a cambiar nadie.

De madrugada sonó el teléfono de Sebastian. Se despertaron los dos sobresaltados en la cama donde dormían abrazados. Miró el dial Sebastián 

- Es Isabel - dijo mirando como asustado a Mario

- Contesta, tiene que estar pasandolo mal. Hay que comprenderla. Ha sido un palo muy duro.

- Dime Isabel

- Sebastian, vale. Perdona por todo lo que te dije antes, y no, no quiero verte; ni a él tampoco. No se si mas adelante..., está él contigo, ¿verdad?

- Si, estabamos durmiendo juntos. No hay vuelta atrás, nos queremos. Mañana se lo presentaré a mis padres - Mario, sonriente, puso cara de sorpresa y se abrazó a su ya novio.

- Vaya, me alegro por ustedes - se escuchaba el llanto cohibido al otro lado de la línea - ahora tengo que colgar, lo siento

- Yo lo siento también por ti - pero las ultimas palabras se diluyeron en el eter, Isabel ya había colgado. Sebastian se quedó mirando la pantalla de su móvil hasta que fundió en negro, lo soltó en la mesilla de noche y le dio a Mario el beso mas dulce.