Me dispuse a subir a la
habitación negra pero Domingo me detuvo con una orden tajante: “a la mazmorra”.
Yo sabía lo que eso suponía y me puse a
temblar de miedo y de deseo también. Sabía que me iba a encadenar a la
pared con los genitales atados a una de las argollas situadas a media pared;
eso significaba que no podría desfallecer y que tendría que permanecer de pie
sino quería sufrir el dolor más espantoso que era quedar colgado de los
testículos. Gritaría, berrearía de cansancio y de dolor y eso solo provocaría
mas azotes, era lo que buscaba Domingo y lo que más anhelaba yo también.
Llegamos a la mazmorra pero antes de que me atase a las argollas como yo
suponía que iba a suceder mandó a la eslava a que se quitase su ajustado traje.
Desnuda era aún más delgada, un saco de huesos, la mandó tumbarse boca abajo en
la especie de altar que había en medio de la habitación con las piernas bien
abiertas apoyadas en el suelo, luego me ordenó que le comiese el ano hasta que
él me ordenase dejarlo. A la muchacha la esposó a la mesa y le sujeto lo pies a
los lados para que no se fuese a quitar del sitio. Me fui a arrodillar para
cumplir la orden pero me dijo que me agachase sin arrodillarme y que abriese
las piernas también, Screw sabría como hacerme gozar mientras yo hacía gozar a
la chica. Así fue, nada más empezar a lamer el ano de la ucraniana, el perro
saltó sobre mí, creyendo que me derribaría con su peso. Domingo con una fusta
me golpeó en los testículos con alguna fuerza para recordarme que debía
aguantar lo que él quisiese echarme encima, el dolor me espoleó e hizo aguantar
y el perro pronto se abrió camino dentro de mis entrañas. El dolor que sentía,
pues nunca antes me habían penetrado de esa manera y con esos calibres de dildo
me invitaba a revolverme pero ahí estaba la fusta de Domingo castigándome en
los huevos para hacerme recordar que era lo ordenado. El perro entraba y salía
de mí sin misericordia hasta que el ano se relajó y lo que era dolor se
convirtió en un placer exquisito, inextinguible. Cuando Domingo comprendió que
ya estaba gozando en lugar de sufrir, ordenó a Screw que lo dejase, a mi me
ordenó que me retirase de un fustazo en las nalgas y mediante otra orden el
perro sodomizó a la muchacha que emitió un grito de placer. Cuando el perro
lanzó un medio ladrido ahogado, señal por lo que supe después, de que iba a
derramarse, el amo le ordenó retirarse y a mi que me metiese el pene del perro
en la boca. Screw tenía todo el pene envuelto en mis heces y en las de la chica
pero la orden de Domingo fue tajante. Con
determinación que a mi mismo me sorprendió me metí el pene del animal
hasta la garganta y chupe y chupe con deleite. El sabor amargo de las heces
hacia que mi excitación fuese cada vez mayor pero cuando sentí que el glande
del perro crecía en mi boca hasta ocuparla del todo supe lo que iba a suceder.
El perro se detuvo en sus movimientos y gimió de placer, Domingo sabiendo que
pasaba comenzó a darme golpes con la fusta por los muslos y los genitales
mientras gritaba excitadísimo: “come cerdo, eso va a ser lo único que entre en
tu boca hasta que cagues la llave”. El perro era muy grande y la cantidad de
eyaculación hacía juego. Al principio con asco y luego, una vez comenzado, con
avaricia tragué todo lo que el perro quiso echarme en la boca. Cuando acabó,
por mucho que yo quise abrir la boca su capullo, aumentado de volumen una
exageración no salía. Tuve que permanecer atado así al perro unos minutos
durante los cuales Juanita me consolaba lamiéndome con muchísima suavidad el
pene, no el glande pues sabía que de habérmelo rozado me habría corrido sin
remedio. Cuando Screw se salió de mi fue a un rincón a sentarse. Domingo
mientras yo estaba enganchado al perro se había desnudado y obligaba a la
eslava a lamerle su pene, luego la sodomizó igual que el perro antes. Cuando yo
me hube liberado me ordenó que volviese al ano de la chica mientras el obligaba
a Juanita a la felación. Había cambiado la fusta por una palmeta rugosa y se
dedicó a palmearme con fuerza las nalgas mientras yo le comía el ano a la
ucraniana. Cuando estaba a punto de correrse me apartó de un golpe del trasero
y la introdujo en el ano a la chica vaciándose dentro de ella, después me guiñó
un ojo con malicia mientras señalaba el ano de la eslava diciéndome: “a lo
tuyo, a comer”.
Juanita miraba y vivía todo el
cuadro con los ojos espantados, no paraba de repetir que aquello no podía estar
ocurriendo y que lo que era aún más imposible es que ella estuviese loca de
lujuria deseando participar hasta en lo más escatológico. Domingo se aplicaba con la palmeta a
golpearme en las nalgas insultándome de toda manera mientras yo consumía su
semen recién salido del cuerpo de la delgaducha chica que además gemía y se
retorcía de placer porque mi lengua hacía tiempo que había aprendido a entrar
profundamente en aquellos agujeros a los que se me ordenaba aplicarme. Cuando
pensaba en lo sumiso que me mostraba ante todas esas estrafalarias y depravadas
órdenes aún más me sentía feliz y excitado por hacerlo. Quizá si no hubiese
mediado el comportamiento despótico y despectivo de Domingo hacia mí, nunca se
me habría ocurrido hacer cualquiera de aquellas cochinadas a las que con tanta
delectación estaba encadenando. Cuando a él le pareció que ya había “comido” lo
suficiente y se había cansado de palmearme las nalgas al punto de que ya solo
sentía el correr de hilillos de sangre por los muslos y tenía la piel
anestesiada de tanto golpe me dio un empellón tirándome al suelo por donde rodé
hasta las cercanías donde Screw descansaba. Allí me quedé hecho un ovillo y
escuché como la Ucraniana
era despedida de aquella especie de altar y se le ordenaba a Juanita que se
subiese para continuar la orgía de sexo, dolor y sangre. Palmeó el culo
fláccido de la mujer sin importarle las quejas y el conato de huida de ella
rechazando el castigo. Desde el suelo observé como el rostro de Domingo mudó la
sonrisa pérfida de disfrute por la seriedad del disgusto ante la desobediencia,
con lo que a él le gustaba ser obedecido. Cambio rápidamente la palmeta rugosa
que tanto escarnio me había hecho en mis nalgas, por un látigo de siete colas
hecho de tiras de cuero que yo me había confeccionado sobre todo para
disciplinarme cuando me encontraba solo. Yo sabía que si se esgrimía con
demasiada fuerza arrancaría con cada golpe una tira de piel; temblé desde el
suelo porque sabía lo que se me venía encima. Efectivamente comenzó a golpearme
a mí ordenándome que sometiese a mi amiga y la conminase a que se subiese al
plinto para poder someterla a las vejaciones que él desease. Al ver la clase de
castigo a la que me estaba viendo sometido Juanita se subió al podio rogando
alarmada que dejase de castigarme. Mi piel no era ya la que fue a los veinte
años. Una piel casi de setenta años debilitada y fláccida no opuso ninguna resistencia al ímpetu del
cuero endurecido y alguna tira de piel con un horrible dolor se levantó de mi
espalda y mis muslos. Al sentir esa sensación urente le rogué a Domingo que
continuase hasta acabar conmigo, me gustaría morir en medio de una tremenda
orgía de dolor y sexo puesto que el último castigo si bien me destrozó parte de
mi piel no consiguió ablandar mi erección. En lugar de continuar con la
flagelación Domingo tiró el látigo a un lado y se perdió escaleras arriba.
Screw comenzó a lamer mi heridas y yo en agradecimiento le lamí la punta de su
pene que estaba ya escondido dentro de su pellejo recubierto de pelo. Como si
de un resorte se tratase el pene de Screw saltó fuera de su refugió chorreando liquido y se me introdujo en la boca. Juanita
lloraba tumbada boca abajo en el plinto chillando a voces que se quería marchar
de aquella abominación. Todavía estaba chillando cuando regresó Domingo se
dirigió a mi y abrió el puño de su mano derecha restregándome lo que atesoraba en
ella por todas mis heridas. Yo no sabía lo que era dolor hasta que no sentí
aquel desparramamiento de sal en la carne viva. Me arqueé, solté el pene del
perro y me dolí con un alarido que a mi mismo me sorprendió. Me incorporé
retorciéndome con intención de responder a la agresión, pero Domingo era joven
y yo viejo, me dominó de inmediato obligándome a hacerle una felación. Yo nunca
le había hecho una felación a un hombre, me daba igual beberme el semen si
salía de la vagina o el ano de una mujer pero una felación en seco, así de
golpe, me repugnaba más que todo. Me resistí pero me obligó a hacerla. Mientras
yo la hacía imaginando que era el pene del perro, para no morir de asco él le
decía entre risotadas a Juanita que al final conseguiría de mí que me hiciese
maricón. Esto me hizo sufrir más que todo lo demás. Yo nunca había deseado a un
hombre ni nada parecido, si en el transcurso de la batalla había un pene por
entre medias de sexo de mujer se justificaba, pero que me viese reducido a
hacer una mamada a un hombre me resultaba demasiado nauseabundo. Pero me obligó
y cuando estuvo bien seguro de haberme humillado hasta el limite me apartó y me
dijo, “creías que eras capaz de soportar hasta la muerte, ¿no?, que equivocado
estas, imbecil, que equivocado, nunca podrás imaginar cual es el límite”.
Después de eso se fue para
Juanita y la penetró salvajemente por el ano, ella me gritaba que lo hacia por
mí porque no me castigase más, pero al poco de sentirse llena de Domingo dejó
de quejarse y empezó a bailar la caderas expresando todo el placer que le
estaban proporcionando. Cuando se vació dentro de ella me dijo, como el que
trata benevolentemente a una escoria, que me comiese el culo de la “gordinflona
esta” si no quería arrepentirme de perder esa oportunidad o que no me lo
comiese, le daba igual, porque él se iba. Dio un silbido a Screw, que obediente
le siguió y se perdió escaleras arriba con la eslava siguiéndole los pasos.
No me pude reprimir, me
refocilaba con la depravación de pensar
en hacerlo y le encontraba mucho goce, antes de que Juanita se levantase me
lancé a su ano y comencé a succionar, ella se quería resistir pero no pudo y en
lugar de darse la vuelta levantó la pelvis dejando al descubierto ahora su
vulva, ofreciéndomela. Cuando consumí el producto de su ano me desplacé hasta
su sexo y comencé a mordisquear y lamer hasta que ella me suplicó que la
penetrase como a una hembra pero en la posición en la que se encontraba, desde
detrás como si fuésemos animales. Lo hice y con solo sentir en mi glande, aún
armado del candado, el roce calido y suave de las paredes de una vagina húmeda, me vacié entre espasmos convulsos a la
vez que ella empezaba a retorcerse y a gozar de su orgasmo.
Cuando hubimos terminado le
pregunte si quería que la lamiese para limpiarle de mi semen pero atacada de un
impulso súbito de comedimiento, agachó la cabeza y se tapó como pudo. Estaba
avergonzada. Se echó a llorar diciendo que no se explicaba como habría podido
ella llegar a esos extremos, me pidió perdón y se fue. Corrí detrás de ella y
al coronar las escaleras, me sorprendió ver a Domingo sentado, desnudo, en el
sofá con Screw a sus pies. Juanita al verlo lanzo una exclamación de pudor
herido, como si no acabase hacia minutos de haber sido el objeto sexual de él, se
vistió rápidamente muy sonrojada, con la mirada humillada, y en un susurro se
marchó diciendo que me llamaría.
Al marcharse Juanita y quedarme
delante de Domingo con la ucraniana recostada a su lado y el perro a los pies
encontré la plasmación de toda la lujuria del mundo concentrada en aquel
cuadro. A pesar de haber terminado de tener un orgasmo, me gocé en tumbarme al
lado del perro y a los pies de mi amo recordando otros tiempos en que comenzaba
mis prácticas de sumisión. Con autentico temblor de emoción me eché como lo
habría hecho Screw minutos antes a los pies de Domingo hecho una rosca
lamiéndole los pies. Por los lamentos de
placer que empezó a emitir Domingo comprendí que la eslava estaba haciéndole
algo, posiblemente una felación. Me aupé un poco para comprobar y efectivamente
estaba en lo cierto. Cuando se dio cuenta me pateó en un hombro conminándome a
que siguiese chupándole los dedos de los pies como estaba haciendo antes
metiéndomelos en la boca con suavidad alternativamente. El a la muchacha de vez
en cuando la sacudía las nalgas con una palmada que sonaba a golpe seco que se
seguía de un quejido gustoso por parte de la chica. El le decía que siguiese,
que tardaría ahora en vaciarse, pero que gozaba como nunca sintiéndose chupado
en dos partes a la vez. Tenía los ojos cerrados gozando de los pies de mi amo
cuando me preguntó si aún no tenía ganas de defecar, sin sacarme el dedo gordo
de su pie derecho de la boca negué con la cabeza. Sentí entonces como Screw me
metía el hocico con suavidad por la parte del estomago invitándome a
levantarme. Lo hacía con suavidad ora lamiéndome el abdomen ora empujando
levemente, gruñendo a veces. Al cabo del rato Domingo me aclaró la conducta del
animal: “Ponte de rodillas, le gustó tu culo hace un rato, quiere follarte”. Me
entró un estremecimiento recordando como el pene del perro creció en mi boca
impidiendo que saliese quedando encadenado durante un rato por la boca, ahora
sería así en el ano porque la vez anterior Domingo lo impidió. Muy despacio y
sin dejar de chupar los pies del amo me coloqué de rodillas con las piernas
entreabiertas y esperé la acometida de Screw en la trasera. Tenía el pene
detumescente pero grande y largo por el peso que en esa posición ejercía el
candado en mi glande. Esperé con temor
el asalto. Pero no, lo primero que sentí fueron sus pezuñas arañándome los
flancos del cuerpo al abrazarse a mi como lo haría con una perra oprimiéndome
las costillas dejándome sin respiración y haciéndome sentir un tremendo peso en
mi espalda al dejarse caer con su cuerpo de setenta kilos sobre mis lomos,
después un acercamiento a tientas con su pene duro y punzante hasta que
encontró el orificio y luego una penetración sin compasión que me hizo berrear
de dolor. En ese momento la chica eslava me azotó la nalga con la palma de su
mano, con saña y Domingo me ordenó que
callase y siguiese chupándole los pies. Screw entraba y salía con mucha rapidez
y poco a poco el dolor se fue calmando al tiempo que el perro se detenía en sus arremetidas y yo empezaba a gozarme de
su sexo grueso y duro como el hueso que llevaba dentro. Sentí que mis entrañas
se empezaban a llenar por dentro y Screw quiso retirarse pero su capullo engordado
se lo impedía. Yo sentía que me arrancaban las vísceras por dentro y me asusté,
Domingo se refocilaba de la situación y me decía entre risotadas que si me
sacaba las tripas que no me preocupase que él me las metería otra vez con las
manos. Pasados unos minutos que fueron eternos en uno de los intentos de
retirarse el perro por fin lo consiguió pero me dejó el ano completamente
desflorado y desbocado. Domingo entonces me ordenó que me volviese de culo a
él. No sabía que iba a hacer, pero me lo explicó. “Vas a sentir algo especial y
quien sabe, a lo mejor encontramos la llave” luego sentí como algo muy grueso
entraba otra vez en mi cuerpo, miré hacia atrás y comprobé como la chica me
metía su mano que no era muy grande hasta mitad del antebrazo. Sentí pánico por
lo que iba a sucederme. Yo había visto sesiones de fisting en películas y nunca
pude imaginar que eso pudiera hacerse y ahora lo estaban haciendo conmigo. Por
otra parte alguna vez vi alguna película de scat y jamás pensé que yo me
encontraría tan a gusto practicándolo.
Si, efectivamente era una
sensación extraña y placentera pero de un gusto diferente. Noté como echaba a
borbotones esmegma por el pene como si orinase, resbalándose el liquido por el
candado, al punto de que si no fuese porque el chorro que me salía era de un
moco fluido y filante no lo habría distinguido de la orina. Deseaba que me
profundizase más y más pues el dolor que producía se hacia ya indistinguible
del placer y me mareaba. Me sentía empalado, quería verme salir la mano por la
boca, era una bonita forma de morir pensé. Screw se aprovechó de la situación y
lamía la secreción que escurría del candado que colgaba de mi pene fláccido
pues no estaba erecto; lo que me sorprendió, pues gozaba sin erección y sin
deseos de orgasmo, era, como dijo Domingo “otro placer más, y te morirás sin
llegar a conocerlos todos”. Cuando sentí como la chica me retiraba el brazo le
rogué que me metiese algo más gordo, como el pie, pero Domingo lo impidió
diciéndome que no le iba a privar de verme rebuscar la llave en mi mierda.
Era tarde ya y Domingo dijo de
marcharse pero antes nos obligó a la eslava y a mí a bajar a la mazmorra para
encadenarnos. Habríamos de pasar la noche allí los dos. Nos encadenó muy cerca,
“para que os deis calor” y nos dejo a la mano dildos, flagelos y palmetas,
“para que os deis gusto, degenerados”. A mi me puso un fiador en los testículos
que iba encadenado a la pared. Lo más que podría, era mantenerme en cuclillas,
si me tumbaba la cadena era lo suficientemente corta como para hacerme gritar
del dolor por el estiramiento a que me sometería a las bolsas. A la chica le
hizo lo mismo pero pasándole la cadena por los anillos que perforaban sus
pezones, de manera que tampoco podría tumbarse so pena de ver sometidos los pezones
a un estiramiento atormentador. Nos dejó sendos frascos de nitrito de amilo
cerca, para que nos entonásemos. Quedamos los dos de espalda a la pared
enargollados y en cuclillas muy cerca el uno del otro.
Yo empecé a sentir escalofríos,
las heridas de la espalda hechas por los latigazos dolían y supe que iba a subirme
la fiebre. La debilidad por la falta de alimento mas la sed que tenía debida al
castigo hicieron lo demás. Después de los escalofríos vinieron los sudores,
tenía empapado el cuerpo, los goterones
me resbalaban por la frente pero las cejas no eran barrera para preservarme los
ojos, entrándome en ellos y escociéndomelos. Estaba medio obnubilado, flotando
en una nube de anestesia, pero feliz, la vida poco me importaba y me encontraba
como y donde yo quería, realmente aniquilado y exhausto a merced de alguien a quien yo me había
sometido voluntariamente. Me sentía mis genitales de forma agradable y
recordaba mi región peri anal con fruición, dilatada y castigada. Entonces me
pareció que alguien me dirigía la palabra desde una lejanía imposible, como un
eco onírico, estaba desorientado por la fiebre y pensaba que estaba soñando
despierto. Pero la voz continuaba preguntándome si no me parecía que era
demasiado viejo para este tipo de lance.
No había abierto la boca salvo
para quejarse o gemir de placer o eso me parecía a mí, por eso su timbre de voz
me resultaba ajeno y como del mas allá, pero cuando me preguntó intrigada como
era capaz de aguantar las vejaciones de Domingo sin quejarme se me despejó la mente
y supe que era ella, la ucraniana la que en un español perfecto con un
suavizado acento eslavo, como un aroma de perfume sobre una piel limpia, me
preguntaba. Le conté a grandes rasgos el quid de mi relación con Domingo y
Pilar y la forma en que terminó mi matrimonio y como me di al sexo no por nada
especial, sino porque me gustaba experimentar esa sensación profundamente
física y vital que es todo el tiempo que precede a un orgasmo y si se consigue
que dure horas o días mejor y si para ello es preciso llegar al despeñadero de
la muerte y hacer peligrar de forma
absolutamente consciente tu integridad pues mas emocionante aún y por lo tanto
mas sensación de eternidad y de juventud, por eso yo no me consideraba viejo,
vieja era mi piel y mi aspecto, pero mi mente estaba ágil y dispuesta a
experimentar, aprender, gozar y sufrir con todo aquello que en su interior
llevase la semilla del placer. No se si quedó convencida o no, pues la
iluminación era deliberadamente escasa y como no respondió no pude apreciar en
su cara ningún gesto de aprobación, desaprobación o comprensión. Pasó un buen
rato en el que descubrí que reposando de rodillas en lugar de en cuclillas que
era más cansado, estaba más cómodo, aunque la tensión que experimentaban los
testículos era mayor. Se lo dije a ella que adoptó la misma postura. A ella
también le producía algo de tensión en
los pezones como a mí en el escroto pero era soportable y hasta agradable. De
pronto me vi rebuscando en mi memoria el nombre de la muchacha para darme
cuenta de que no tenía nombre. Se lo pregunté.
Me contestó que en realidad no
lo sabía, no se acordaba. Alguien la
empezó a llamar Natacha y ella se acostumbró a sus cuatro años a atender por
ese nombre. Después se explayó. Su familia entera vivía a unos kilómetros de
Chernobil cuando la catástrofe atómica.
Ella recordaba como uno a uno todos los miembros de su familia, que
vivían en una granja en medio del campo, habían ido muriendo. Ella no entendía
nada de nada, porque gritaban y se dolían días antes de dejar de moverse para
siempre y cuando su madre finalmente expiró la última de todos, ella sin más,
salió por el camino y echó a andar alejándose de aquel nicho de muerte en que
se había convertido su casa. Deambuló y deambuló hasta que la encontró un hombre mayor un atardecer en que
hecha un ovillo por el frío se había rendido finalmente al destino de toda su
familia. Aquel hombre fue al que ella consideraba desde entonces su padre.
Luego éste le contó que no comenzó a hablar hasta pasados dos años pero ya no recordaba
nada de nada, ni su nombre siquiera. Se interrumpió y con aire de intriga me
preguntó porqué gozaba chupándosela a un perro, pero me daba tanto asco
hacérselo a un hombre, “a mi en el fondo me da asco hacérselo a los dos”
continuó en tono coloquial, incluso pintoresco. Le gustaban, continuó, las
mujeres y sentirse sometida a una de ellas. Pilar le había entregado a Domingo
y hacia lo que él quisiese porque le agradaría a ella que cumpliese su
voluntad, “pero nada con forma de pene me agrada”. Le contesté que hacerle una
felación a un hombre era algo indigno, yo era un macho al que le gustaban las
hembras más que nada y si me prestaba a los juegos malvados de Domingo era
porque en él iba implícita la imagen de Pilar que era la que me había engatusado
siempre. Yo gozaba sabiendo que ella me miraba
mientras era maltratado o sodomizado por Domingo y me daba igual hacer
lo que fuera si ella lo presenciaba, pero hacer una felación a un tío porque
sí…, prefería hacérselo a un perro, era más decente.
Hice un silencio para que
Natacha continuase. Luego de una eternidad en la que solo se escuchaban
nuestras respiraciones continuó diciendo que tenía curiosidad por presenciar
como buscaba esa llave en mi mierda, eso no lo había presenciado nunca. Le dije
que lo vería y gozaría al verlo y le rogué que continuase con su relato, como
si el tener que hozar en mi propia mierda no fuese a ir conmigo.
Se hizo mayor, hasta que
cumplió los trece años en que ya desarrollada, un día llegó un hombre al que
ella no había visto jamás, a la casa del anciano que ella llamaba padre y éste
le dijo que se tenía que marchar con él, porque le había dado buen dinero por
ella. Natacha le dijo al anciano que qué era eso del dinero y que si ella era
como las patatas o las cebollas y el viejo le contestó que él la puso grande,
que sin él ella habría muerto de hambre y que en su vejez algo tendría que
sacar de su buena acción, era lo justo y la recompensa a su caridad cristiana.
“Después de aquel día nunca
jamás volví a llorar”. El hombre que la compró, contaba ella con una tristeza
en la palabra que se podía respirar, la llevó a otra granja y en cuanto
entraron por la puerta la mandó desnudarse y la manoseó y la violentó su
cuerpo. Desde entonces odiaba todo aquello que pareciese un pene. Parece,
continuó, que vaya a saberse porqué, a ella lo de la central nuclear no la
mató, pero la esterilizó, porque por más que el bruto aquel la inseminaba no
había forma de que se preñase y cada día adelgazaba más y más. Un día harto de
que tuviese el vientre más seco que una mazorca, la llevó a una ciudad donde la
dejó en una casa con abundantes habitaciones; “pensé que era una fonda o algo
por el estilo, tonta de mí”. Allí aprendió a ser dura y a no vomitar por muchas
que fuesen las cosas que tuviera que hacer para ganarse un plato de sopa de
nabos y patata. A los diecinueve sin mediar palabra la metieron en un coche y
casi sin parar la dejaron en una casa en medio de la nada que se iluminaba de
neón cada noche. No la dejaban salir, contaba nostálgica con la mirada perdida.
Cuando empezó a protestar, la encerraron y encadenaron hasta que se avino a
razones. Una noche se escabulló y se metió dentro de un coche para huir, el
coche tuvo un accidente porque el conductor iba borracho y la policía la
descubrió. La internaron en un centro de acogida para inmigrantes donde Pilar,
asistente social la descubrió. “Fue un flechazo” me dijo iluminándosele el rostro y era feliz
porque el trato que le daba Pilar era el de alguien a quien se considera,
aunque tuviera que aguantar los castigos pero sabiendo que era para darle
placer a ella nada más, no la pegaba para hacerla daño, sino para producir
placer y ella había aprendido eso bastante bien ya.
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