lunes, 4 de febrero de 2013

SUMISO Y FIEL IV



Me dispuse a subir a la habitación negra pero Domingo me detuvo con una orden tajante: “a la mazmorra”. Yo sabía lo que eso suponía y me puse a  temblar de miedo y de deseo también. Sabía que me iba a encadenar a la pared con los genitales atados a una de las argollas situadas a media pared; eso significaba que no podría desfallecer y que tendría que permanecer de pie sino quería sufrir el dolor más espantoso que era quedar colgado de los testículos. Gritaría, berrearía de cansancio y de dolor y eso solo provocaría mas azotes, era lo que buscaba Domingo y lo que más anhelaba yo también. Llegamos a la mazmorra pero antes de que me atase a las argollas como yo suponía que iba a suceder mandó a la eslava a que se quitase su ajustado traje. Desnuda era aún más delgada, un saco de huesos, la mandó tumbarse boca abajo en la especie de altar que había en medio de la habitación con las piernas bien abiertas apoyadas en el suelo, luego me ordenó que le comiese el ano hasta que él me ordenase dejarlo. A la muchacha la esposó a la mesa y le sujeto lo pies a los lados para que no se fuese a quitar del sitio. Me fui a arrodillar para cumplir la orden pero me dijo que me agachase sin arrodillarme y que abriese las piernas también, Screw sabría como hacerme gozar mientras yo hacía gozar a la chica. Así fue, nada más empezar a lamer el ano de la ucraniana, el perro saltó sobre mí, creyendo que me derribaría con su peso. Domingo con una fusta me golpeó en los testículos con alguna fuerza para recordarme que debía aguantar lo que él quisiese echarme encima, el dolor me espoleó e hizo aguantar y el perro pronto se abrió camino dentro de mis entrañas. El dolor que sentía, pues nunca antes me habían penetrado de esa manera y con esos calibres de dildo me invitaba a revolverme pero ahí estaba la fusta de Domingo castigándome en los huevos para hacerme recordar que era lo ordenado. El perro entraba y salía de mí sin misericordia hasta que el ano se relajó y lo que era dolor se convirtió en un placer exquisito, inextinguible. Cuando Domingo comprendió que ya estaba gozando en lugar de sufrir, ordenó a Screw que lo dejase, a mi me ordenó que me retirase de un fustazo en las nalgas y mediante otra orden el perro sodomizó a la muchacha que emitió un grito de placer. Cuando el perro lanzó un medio ladrido ahogado, señal por lo que supe después, de que iba a derramarse, el amo le ordenó retirarse y a mi que me metiese el pene del perro en la boca. Screw tenía todo el pene envuelto en mis heces y en las de la chica pero la orden de Domingo fue tajante. Con  determinación que a mi mismo me sorprendió me metí el pene del animal hasta la garganta y chupe y chupe con deleite. El sabor amargo de las heces hacia que mi excitación fuese cada vez mayor pero cuando sentí que el glande del perro crecía en mi boca hasta ocuparla del todo supe lo que iba a suceder. El perro se detuvo en sus movimientos y gimió de placer, Domingo sabiendo que pasaba comenzó a darme golpes con la fusta por los muslos y los genitales mientras gritaba excitadísimo: “come cerdo, eso va a ser lo único que entre en tu boca hasta que cagues la llave”. El perro era muy grande y la cantidad de eyaculación hacía juego. Al principio con asco y luego, una vez comenzado, con avaricia tragué todo lo que el perro quiso echarme en la boca. Cuando acabó, por mucho que yo quise abrir la boca su capullo, aumentado de volumen una exageración no salía. Tuve que permanecer atado así al perro unos minutos durante los cuales Juanita me consolaba lamiéndome con muchísima suavidad el pene, no el glande pues sabía que de habérmelo rozado me habría corrido sin remedio. Cuando Screw se salió de mi fue a un rincón a sentarse. Domingo mientras yo estaba enganchado al perro se había desnudado y obligaba a la eslava a lamerle su pene, luego la sodomizó igual que el perro antes. Cuando yo me hube liberado me ordenó que volviese al ano de la chica mientras el obligaba a Juanita a la felación. Había cambiado la fusta por una palmeta rugosa y se dedicó a palmearme con fuerza las nalgas mientras yo le comía el ano a la ucraniana. Cuando estaba a punto de correrse me apartó de un golpe del trasero y la introdujo en el ano a la chica vaciándose dentro de ella, después me guiñó un ojo con malicia mientras señalaba el ano de la eslava diciéndome: “a lo tuyo, a comer”.
Juanita miraba y vivía todo el cuadro con los ojos espantados, no paraba de repetir que aquello no podía estar ocurriendo y que lo que era aún más imposible es que ella estuviese loca de lujuria deseando participar hasta en lo más escatológico.  Domingo se aplicaba con la palmeta a golpearme en las nalgas insultándome de toda manera mientras yo consumía su semen recién salido del cuerpo de la delgaducha chica que además gemía y se retorcía de placer porque mi lengua hacía tiempo que había aprendido a entrar profundamente en aquellos agujeros a los que se me ordenaba aplicarme. Cuando pensaba en lo sumiso que me mostraba ante todas esas estrafalarias y depravadas órdenes aún más me sentía feliz y excitado por hacerlo. Quizá si no hubiese mediado el comportamiento despótico y despectivo de Domingo hacia mí, nunca se me habría ocurrido hacer cualquiera de aquellas cochinadas a las que con tanta delectación estaba encadenando. Cuando a él le pareció que ya había “comido” lo suficiente y se había cansado de palmearme las nalgas al punto de que ya solo sentía el correr de hilillos de sangre por los muslos y tenía la piel anestesiada de tanto golpe me dio un empellón tirándome al suelo por donde rodé hasta las cercanías donde Screw descansaba. Allí me quedé hecho un ovillo y escuché como la Ucraniana era despedida de aquella especie de altar y se le ordenaba a Juanita que se subiese para continuar la orgía de sexo, dolor y sangre. Palmeó el culo fláccido de la mujer sin importarle las quejas y el conato de huida de ella rechazando el castigo. Desde el suelo observé como el rostro de Domingo mudó la sonrisa pérfida de disfrute por la seriedad del disgusto ante la desobediencia, con lo que a él le gustaba ser obedecido. Cambio rápidamente la palmeta rugosa que tanto escarnio me había hecho en mis nalgas, por un látigo de siete colas hecho de tiras de cuero que yo me había confeccionado sobre todo para disciplinarme cuando me encontraba solo. Yo sabía que si se esgrimía con demasiada fuerza arrancaría con cada golpe una tira de piel; temblé desde el suelo porque sabía lo que se me venía encima. Efectivamente comenzó a golpearme a mí ordenándome que sometiese a mi amiga y la conminase a que se subiese al plinto para poder someterla a las vejaciones que él desease. Al ver la clase de castigo a la que me estaba viendo sometido Juanita se subió al podio rogando alarmada que dejase de castigarme. Mi piel no era ya la que fue a los veinte años. Una piel casi de setenta años debilitada y fláccida  no opuso ninguna resistencia al ímpetu del cuero endurecido y alguna tira de piel con un horrible dolor se levantó de mi espalda y mis muslos. Al sentir esa sensación urente le rogué a Domingo que continuase hasta acabar conmigo, me gustaría morir en medio de una tremenda orgía de dolor y sexo puesto que el último castigo si bien me destrozó parte de mi piel no consiguió ablandar mi erección. En lugar de continuar con la flagelación Domingo tiró el látigo a un lado y se perdió escaleras arriba. Screw comenzó a lamer mi heridas y yo en agradecimiento le lamí la punta de su pene que estaba ya escondido dentro de su pellejo recubierto de pelo. Como si de un resorte se tratase el pene de Screw saltó fuera de su refugió chorreando  liquido y se me introdujo en la boca. Juanita lloraba tumbada boca abajo en el plinto chillando a voces que se quería marchar de aquella abominación. Todavía estaba chillando cuando regresó Domingo se dirigió a mi y abrió el puño de su mano derecha restregándome lo que atesoraba en ella por todas mis heridas. Yo no sabía lo que era dolor hasta que no sentí aquel desparramamiento de sal en la carne viva. Me arqueé, solté el pene del perro y me dolí con un alarido que a mi mismo me sorprendió. Me incorporé retorciéndome con intención de responder a la agresión, pero Domingo era joven y yo viejo, me dominó de inmediato obligándome a hacerle una felación. Yo nunca le había hecho una felación a un hombre, me daba igual beberme el semen si salía de la vagina o el ano de una mujer pero una felación en seco, así de golpe, me repugnaba más que todo. Me resistí pero me obligó a hacerla. Mientras yo la hacía imaginando que era el pene del perro, para no morir de asco él le decía entre risotadas a Juanita que al final conseguiría de mí que me hiciese maricón. Esto me hizo sufrir más que todo lo demás. Yo nunca había deseado a un hombre ni nada parecido, si en el transcurso de la batalla había un pene por entre medias de sexo de mujer se justificaba, pero que me viese reducido a hacer una mamada a un hombre me resultaba demasiado nauseabundo. Pero me obligó y cuando estuvo bien seguro de haberme humillado hasta el limite me apartó y me dijo, “creías que eras capaz de soportar hasta la muerte, ¿no?, que equivocado estas, imbecil, que equivocado, nunca podrás imaginar cual es el límite”.
Después de eso se fue para Juanita y la penetró salvajemente por el ano, ella me gritaba que lo hacia por mí porque no me castigase más, pero al poco de sentirse llena de Domingo dejó de quejarse y empezó a bailar la caderas expresando todo el placer que le estaban proporcionando. Cuando se vació dentro de ella me dijo, como el que trata benevolentemente a una escoria, que me comiese el culo de la “gordinflona esta” si no quería arrepentirme de perder esa oportunidad o que no me lo comiese, le daba igual, porque él se iba. Dio un silbido a Screw, que obediente le siguió y se perdió escaleras arriba con la eslava siguiéndole los pasos.
No me pude reprimir, me refocilaba con la depravación  de pensar en hacerlo y le encontraba mucho goce, antes de que Juanita se levantase me lancé a su ano y comencé a succionar, ella se quería resistir pero no pudo y en lugar de darse la vuelta levantó la pelvis dejando al descubierto ahora su vulva, ofreciéndomela. Cuando consumí el producto de su ano me desplacé hasta su sexo y comencé a mordisquear y lamer hasta que ella me suplicó que la penetrase como a una hembra pero en la posición en la que se encontraba, desde detrás como si fuésemos animales. Lo hice y con solo sentir en mi glande, aún armado del candado, el roce calido y suave de las paredes de una vagina  húmeda, me vacié entre espasmos convulsos a la vez que ella empezaba a retorcerse y a gozar de su orgasmo.
Cuando hubimos terminado le pregunte si quería que la lamiese para limpiarle de mi semen pero atacada de un impulso súbito de comedimiento, agachó la cabeza y se tapó como pudo. Estaba avergonzada. Se echó a llorar diciendo que no se explicaba como habría podido ella llegar a esos extremos, me pidió perdón y se fue. Corrí detrás de ella y al coronar las escaleras, me sorprendió ver a Domingo sentado, desnudo, en el sofá con Screw a sus pies. Juanita al verlo lanzo una exclamación de pudor herido, como si no acabase hacia minutos de haber sido el objeto sexual de él, se vistió rápidamente muy sonrojada, con la mirada humillada, y en un susurro se marchó diciendo que me llamaría.
Al marcharse Juanita y quedarme delante de Domingo con la ucraniana recostada a su lado y el perro a los pies encontré la plasmación de toda la lujuria del mundo concentrada en aquel cuadro. A pesar de haber terminado de tener un orgasmo, me gocé en tumbarme al lado del perro y a los pies de mi amo recordando otros tiempos en que comenzaba mis prácticas de sumisión. Con autentico temblor de emoción me eché como lo habría hecho Screw minutos antes a los pies de Domingo hecho una rosca lamiéndole los pies.  Por los lamentos de placer que empezó a emitir Domingo comprendí que la eslava estaba haciéndole algo, posiblemente una felación. Me aupé un poco para comprobar y efectivamente estaba en lo cierto. Cuando se dio cuenta me pateó en un hombro conminándome a que siguiese chupándole los dedos de los pies como estaba haciendo antes metiéndomelos en la boca con suavidad alternativamente. El a la muchacha de vez en cuando la sacudía las nalgas con una palmada que sonaba a golpe seco que se seguía de un quejido gustoso por parte de la chica. El le decía que siguiese, que tardaría ahora en vaciarse, pero que gozaba como nunca sintiéndose chupado en dos partes a la vez. Tenía los ojos cerrados gozando de los pies de mi amo cuando me preguntó si aún no tenía ganas de defecar, sin sacarme el dedo gordo de su pie derecho de la boca negué con la cabeza. Sentí entonces como Screw me metía el hocico con suavidad por la parte del estomago invitándome a levantarme. Lo hacía con suavidad ora lamiéndome el abdomen ora empujando levemente, gruñendo a veces. Al cabo del rato Domingo me aclaró la conducta del animal: “Ponte de rodillas, le gustó tu culo hace un rato, quiere follarte”. Me entró un estremecimiento recordando como el pene del perro creció en mi boca impidiendo que saliese quedando encadenado durante un rato por la boca, ahora sería así en el ano porque la vez anterior Domingo lo impidió. Muy despacio y sin dejar de chupar los pies del amo me coloqué de rodillas con las piernas entreabiertas y esperé la acometida de Screw en la trasera. Tenía el pene detumescente pero grande y largo por el peso que en esa posición ejercía el candado en mi glande. Esperé  con temor el asalto. Pero no, lo primero que sentí fueron sus pezuñas arañándome los flancos del cuerpo al abrazarse a mi como lo haría con una perra oprimiéndome las costillas dejándome sin respiración y haciéndome sentir un tremendo peso en mi espalda al dejarse caer con su cuerpo de setenta kilos sobre mis lomos, después un acercamiento a tientas con su pene duro y punzante hasta que encontró el orificio y luego una penetración sin compasión que me hizo berrear de dolor. En ese momento la chica eslava me azotó la nalga con la palma de su mano, con saña  y Domingo me ordenó que callase y siguiese chupándole los pies. Screw entraba y salía con mucha rapidez y poco a poco el dolor se fue calmando al tiempo que el perro se detenía  en sus arremetidas y yo empezaba a gozarme de su sexo grueso y duro como el hueso que llevaba dentro. Sentí que mis entrañas se empezaban a llenar por dentro y Screw quiso retirarse pero su capullo engordado se lo impedía. Yo sentía que me arrancaban las vísceras por dentro y me asusté, Domingo se refocilaba de la situación y me decía entre risotadas que si me sacaba las tripas que no me preocupase que él me las metería otra vez con las manos. Pasados unos minutos que fueron eternos en uno de los intentos de retirarse el perro por fin lo consiguió pero me dejó el ano completamente desflorado y desbocado. Domingo entonces me ordenó que me volviese de culo a él. No sabía que iba a hacer, pero me lo explicó. “Vas a sentir algo especial y quien sabe, a lo mejor encontramos la llave” luego sentí como algo muy grueso entraba otra vez en mi cuerpo, miré hacia atrás y comprobé como la chica me metía su mano que no era muy grande hasta mitad del antebrazo. Sentí pánico por lo que iba a sucederme. Yo había visto sesiones de fisting en películas y nunca pude imaginar que eso pudiera hacerse y ahora lo estaban haciendo conmigo. Por otra parte alguna vez vi alguna película de scat y jamás pensé que yo me encontraría tan a gusto practicándolo.
Si, efectivamente era una sensación extraña y placentera pero de un gusto diferente. Noté como echaba a borbotones esmegma por el pene como si orinase, resbalándose el liquido por el candado, al punto de que si no fuese porque el chorro que me salía era de un moco fluido y filante no lo habría distinguido de la orina. Deseaba que me profundizase más y más pues el dolor que producía se hacia ya indistinguible del placer y me mareaba. Me sentía empalado, quería verme salir la mano por la boca, era una bonita forma de morir pensé. Screw se aprovechó de la situación y lamía la secreción que escurría del candado que colgaba de mi pene fláccido pues no estaba erecto; lo que me sorprendió, pues gozaba sin erección y sin deseos de orgasmo, era, como dijo Domingo “otro placer más, y te morirás sin llegar a conocerlos todos”. Cuando sentí como la chica me retiraba el brazo le rogué que me metiese algo más gordo, como el pie, pero Domingo lo impidió diciéndome que no le iba a privar de verme rebuscar la llave en mi mierda.
Era tarde ya y Domingo dijo de marcharse pero antes nos obligó a la eslava y a mí a bajar a la mazmorra para encadenarnos. Habríamos de pasar la noche allí los dos. Nos encadenó muy cerca, “para que os deis calor” y nos dejo a la mano dildos, flagelos y palmetas, “para que os deis gusto, degenerados”. A mi me puso un fiador en los testículos que iba encadenado a la pared. Lo más que podría, era mantenerme en cuclillas, si me tumbaba la cadena era lo suficientemente corta como para hacerme gritar del dolor por el estiramiento a que me sometería a las bolsas. A la chica le hizo lo mismo pero pasándole la cadena por los anillos que perforaban sus pezones, de manera que tampoco podría tumbarse so pena de ver sometidos los pezones a un estiramiento atormentador. Nos dejó sendos frascos de nitrito de amilo cerca, para que nos entonásemos. Quedamos los dos de espalda a la pared enargollados y en cuclillas muy cerca el uno del otro.
Yo empecé a sentir escalofríos, las heridas de la espalda hechas por los latigazos dolían y supe que iba a subirme la fiebre. La debilidad por la falta de alimento mas la sed que tenía debida al castigo hicieron lo demás. Después de los escalofríos vinieron los sudores, tenía  empapado el cuerpo, los goterones me resbalaban por la frente pero las cejas no eran barrera para preservarme los ojos, entrándome en ellos y escociéndomelos. Estaba medio obnubilado, flotando en una nube de anestesia, pero feliz, la vida poco me importaba y me encontraba como y donde yo quería, realmente aniquilado y exhausto a  merced de alguien a quien yo me había sometido voluntariamente. Me sentía mis genitales de forma agradable y recordaba mi región peri anal con fruición, dilatada y castigada. Entonces me pareció que alguien me dirigía la palabra desde una lejanía imposible, como un eco onírico, estaba desorientado por la fiebre y pensaba que estaba soñando despierto. Pero la voz continuaba preguntándome si no me parecía que era demasiado viejo para este tipo de lance.
No había abierto la boca salvo para quejarse o gemir de placer o eso me parecía a mí, por eso su timbre de voz me resultaba ajeno y como del mas allá, pero cuando me preguntó intrigada como era capaz de aguantar las vejaciones de Domingo sin quejarme se me despejó la mente y supe que era ella, la ucraniana la que en un español perfecto con un suavizado acento eslavo, como un aroma de perfume sobre una piel limpia, me preguntaba. Le conté a grandes rasgos el quid de mi relación con Domingo y Pilar y la forma en que terminó mi matrimonio y como me di al sexo no por nada especial, sino porque me gustaba experimentar esa sensación profundamente física y vital que es todo el tiempo que precede a un orgasmo y si se consigue que dure horas o días mejor y si para ello es preciso llegar al despeñadero de la muerte y hacer peligrar  de forma absolutamente consciente tu integridad pues mas emocionante aún y por lo tanto mas sensación de eternidad y de juventud, por eso yo no me consideraba viejo, vieja era mi piel y mi aspecto, pero mi mente estaba ágil y dispuesta a experimentar, aprender, gozar y sufrir con todo aquello que en su interior llevase la semilla del placer. No se si quedó convencida o no, pues la iluminación era deliberadamente escasa y como no respondió no pude apreciar en su cara ningún gesto de aprobación, desaprobación o comprensión. Pasó un buen rato en el que descubrí que reposando de rodillas en lugar de en cuclillas que era más cansado, estaba más cómodo, aunque la tensión que experimentaban los testículos era mayor. Se lo dije a ella que adoptó la misma postura. A ella también le producía algo de tensión  en los pezones como a mí en el escroto pero era soportable y hasta agradable. De pronto me vi rebuscando en mi memoria el nombre de la muchacha para darme cuenta de que no tenía nombre. Se lo pregunté.
Me contestó que en realidad no lo sabía,  no se acordaba. Alguien la empezó a llamar Natacha y ella se acostumbró a sus cuatro años a atender por ese nombre. Después se explayó. Su familia entera vivía a unos kilómetros de Chernobil cuando la catástrofe atómica.  Ella recordaba como uno a uno todos los miembros de su familia, que vivían en una granja en medio del campo, habían ido muriendo. Ella no entendía nada de nada, porque gritaban y se dolían días antes de dejar de moverse para siempre y cuando su madre finalmente expiró la última de todos, ella sin más, salió por el camino y echó a andar alejándose de aquel nicho de muerte en que se había convertido su casa. Deambuló y deambuló hasta que la  encontró un hombre mayor un atardecer en que hecha un ovillo por el frío se había rendido finalmente al destino de toda su familia. Aquel hombre fue al que ella consideraba desde entonces su padre. Luego éste le contó que no comenzó a hablar hasta pasados dos años pero ya no recordaba nada de nada, ni su nombre siquiera. Se interrumpió y con aire de intriga me preguntó porqué gozaba chupándosela a un perro, pero me daba tanto asco hacérselo a un hombre, “a mi en el fondo me da asco hacérselo a los dos” continuó en tono coloquial, incluso pintoresco. Le gustaban, continuó, las mujeres y sentirse sometida a una de ellas. Pilar le había entregado a Domingo y hacia lo que él quisiese porque le agradaría a ella que cumpliese su voluntad, “pero nada con forma de pene me agrada”. Le contesté que hacerle una felación a un hombre era algo indigno, yo era un macho al que le gustaban las hembras más que nada y si me prestaba a los juegos malvados de Domingo era porque en él iba implícita la imagen de Pilar que era la que me había engatusado siempre. Yo gozaba sabiendo que ella me miraba  mientras era maltratado o sodomizado por Domingo y me daba igual hacer lo que fuera si ella lo presenciaba, pero hacer una felación a un tío porque sí…, prefería hacérselo a un perro, era más decente.
Hice un silencio para que Natacha continuase. Luego de una eternidad en la que solo se escuchaban nuestras respiraciones continuó diciendo que tenía curiosidad por presenciar como buscaba esa llave en mi mierda, eso no lo había presenciado nunca. Le dije que lo vería y gozaría al verlo y le rogué que continuase con su relato, como si el tener que hozar en mi propia mierda no fuese a ir conmigo.
Se hizo mayor, hasta que cumplió los trece años en que ya desarrollada, un día llegó un hombre al que ella no había visto jamás, a la casa del anciano que ella llamaba padre y éste le dijo que se tenía que marchar con él, porque le había dado buen dinero por ella. Natacha le dijo al anciano que qué era eso del dinero y que si ella era como las patatas o las cebollas y el viejo le contestó que él la puso grande, que sin él ella habría muerto de hambre y que en su vejez algo tendría que sacar de su buena acción, era lo justo y la recompensa a su caridad cristiana.
“Después de aquel día nunca jamás volví a llorar”. El hombre que la compró, contaba ella con una tristeza en la palabra que se podía respirar, la llevó a otra granja y en cuanto entraron por la puerta la mandó desnudarse y la manoseó y la violentó su cuerpo. Desde entonces odiaba todo aquello que pareciese un pene. Parece, continuó, que vaya a saberse porqué, a ella lo de la central nuclear no la mató, pero la esterilizó, porque por más que el bruto aquel la inseminaba no había forma de que se preñase y cada día adelgazaba más y más. Un día harto de que tuviese el vientre más seco que una mazorca, la llevó a una ciudad donde la dejó en una casa con abundantes habitaciones; “pensé que era una fonda o algo por el estilo, tonta de mí”. Allí aprendió a ser dura y a no vomitar por muchas que fuesen las cosas que tuviera que hacer para ganarse un plato de sopa de nabos y patata. A los diecinueve sin mediar palabra la metieron en un coche y casi sin parar la dejaron en una casa en medio de la nada que se iluminaba de neón cada noche. No la dejaban salir, contaba nostálgica con la mirada perdida. Cuando empezó a protestar, la encerraron y encadenaron hasta que se avino a razones. Una noche se escabulló y se metió dentro de un coche para huir, el coche tuvo un accidente porque el conductor iba borracho y la policía la descubrió. La internaron en un centro de acogida para inmigrantes donde Pilar, asistente social la descubrió. “Fue un flechazo”  me dijo iluminándosele el rostro y era feliz porque el trato que le daba Pilar era el de alguien a quien se considera, aunque tuviera que aguantar los castigos pero sabiendo que era para darle placer a ella nada más, no la pegaba para hacerla daño, sino para producir placer y ella había aprendido eso bastante bien ya.

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