domingo, 10 de febrero de 2013

ROBERTO IV



Sarita gritó casi llorando que si, que era lo que quería y la figura se descompuso para pasar a formar un triangulo en el suelo en el que Quique me hacia la felación a mi, Sarita a él y yo me hundía hasta donde podía en el sexo de ella. Estaba ya eyaculando cuando sentí como ella entrecortaba su respiración al punto del colapso: se estaba corriendo a instancias de las arremetidas de mi lengua, Quique entonces anunció entre espasmos que le hacían irreconocible la voz que se corría también.
Sarita abandonó el pene de Quique y se acercó a mi boca a besarme, ya sabía lo que quería y no me importó. Intercambiamos el semen de Quique, pero cuando le reclamamos a él que compartiese mi semen con una sonrisa beatifica en los labios negó con la cabeza y con el dedo índice de la mano izquierda.
- Lo siento, no he podido remediar tragármelo todo. Desde la última vez que lo compartimos todo, me quedé con las ganas de beberme el tuyo yo solo. En otra ocasión.
- ¡Eres un egoísta, maricón! – Le increpó Sarita – me has cortado el rollo.
Quique rebuscó entre el rebujo de su ropa y rescató algo que escondió entre sus manos, luego lo exhibió mientras canturreaba.
- Tengo poper, para quien se corte y quiera más juerga.
Yo fui el primero que me tiré por el frasco, se lo arrebaté de las manos, lo abrí y aspiré como si en ello me fuera la vida. La cabeza me estalló, el corazón se puso al galope mas desbocado y la habitación comenzó a darme vueltas y el deseo de ser penetrado de forma brutal se me instaló en la mente con una fuerza devastadora. Luego fue Sarita la que cogió el frasco y aspiró desfalleciendo a continuación pidiendo a voces que la follasen salvajemente. Con los dos mareados en el suelo Quique de pie, con mucha tranquilidad tomo el frasco y aspiro lentamente varias veces, sonrió de manera pérfida y al poco comenzó a lloverme sobre la cara. Al sentir Sarita las gotas sobre la cara de forma automática abrió la boca desmesurada para recibir el líquido. Yo sentí una extraña sensación de aniquilación que me impulsó a recoger también la orina de Quique y al recibirla sentí como mi pene reaccionaba con una explosiva erección. El liquido caliente, amargo y salado me entraba en la boca según Quique dirigía el chorro ora a mi boca ora a la de Sarita que se atragantaba con él de tanta ansia por recibirlo. Veía caer las gotas color del sol y comprendí el porqué del nombre cursi que leía a veces en los anuncios de servicios sexuales “lluvia dorada”; yo prefería el de meadas de castigo, me excitaba más, me hacía sentir más cerdo y me consolaba sexualmente más. Estaba llegando ya a cotas de depravación sexual que me estremecían, tanto de miedo por donde podían conducirme, como de placer por el que me proporcionaban sin entender muy bien el porqué.
Cuando Quique terminó de orinar sobre nosotros se inclinó y comenzó a lamernos los cuerpos mojados de su emuntorio.
- ¿Ninguno tenéis ganas de orinar? – susurró con la voz ronca de lujuria
Yo estaba en erección potente y ni contesté, comencé a orinar hacia arriba como si fuera una fuente del parque. El chorro fue a impactar sobre la espalda de Quique que a horcajadas sobre mi lamía mi rostro. Como un gato que se revuelve lo hizo él capturando mi chorro con su boca y descendiendo hasta dar con el origen del mismo, luego se introdujo el pene en la boca y dentro de ella terminé de orinar. No se si tragó mucho o poco, yo solo se que mientras él recibía mi orina yo que tenía su ano delante me dediqué a lamérselo lo que me produjo enorme placer hasta que sentí otro chorro diferente en mi cara. Sarita orinaba de rodillas sobre el culo Quique y el liquido resbalaba por su pliegue ínter glúteo yendo a para a mi boca que se aplicaba a lamer su ano con entusiasmo.
Cuando termine de orinar y Quique dejo de recibir el liquido en su boca se dejo caer de lado con lo que yo también perdí su ano y el resto de orina de Sarita fue a parar a mi pecho. Finalmente la chica dejó reposar su sexo sobre mi cara y ya de manera reposada me dediqué al inenarrable placer de lamerle entero con suavidad y cariño. Quiso levantarse en un momento dado pero la retuve sobre mi cara y noté enseguida que sus labios se endurecían y el clítoris crecía y se ponía duro otra vez. Me apliqué entonces con más ahínco y ella se inclinó sobre mi pene introduciéndoselo en la boca. Cumplimentamos de esta manera un sesentaynueve suave y tranquilo en el que nos corrimos los dos sin demasiados aspavientos mientras que Quique de lado y apoyado sobre su codo nos contemplaba y acariciaba como el que lo hace con su mascota. Solo cuando yo acabé le pidió a Sarita que compartiese el semen con él. Ella lo hizo con suavidad y cuando terminaron les dije que estaba ya agotado y era de noche, llevábamos toda la tarde de sexo sin freno.
- Si queréis quedaros a dormir, tenéis camas, yo por mi parte me voy a duchar, tomar algo y acostarme. Me habéis dejado extenuado. Además la alfombra está para tirarla de meaos.
Después de ducharme me tumbé en la cama con al idea de descansar cuanto antes. Estaba agotado, pero el sueño no aparecía. La cabeza me empezó a maquinar, a rumiar todos los acontecimientos acaecidos de unos años atrás hasta esa misma noche. No acababa de comprender como había conseguido tirarme por esa pendiente en la que velocidad adquirida se incrementaba a cada vuelta que daba al caer. Todo empezó con Brunilda, aunque bien pensado ya con mi mujer las cosas no fueron como yo había imaginado que deberían ser. Lo de Brunilda no fue más que la consecuencia lógica, inexorable de la falta de comunicación con mi mujer, si no hubiese sido ella/el habría sido otra solo que encima el haber sido Brunilda me había abierto la caja de los truenos de mi bisexualidad que para colmo me había echado en brazos de mi hijo y sus amigos. Yo tenía cerca de cincuenta años y una reputación a nivel internacional, ¿que pasaría si alguien se fuese de la lengua? Tanto mi hijo, como sus amigos no eran más que niños malcriados, para los que todo era juego, habíamos intentado educarlos en valores morales inmutables y habíamos conseguido que la educación se tergiversase en vicios morales, inmutables también. Porque en lo que yo acababa de caer no era nuevo, tan viejo como la humanidad era, pero no me parecía que mi hijo tuviera que haber transitado esa senda, aunque por otra parte él aceptaba esa forma de ser bisexual, en el caso de que él también lo fuese, de la forma más natural y no parecía tener mucho remordimiento por ello, como me estaba sucediendo a mí.
Me levanté y escribí un correo a Roberto, le pedía disculpas por haberme comportado de esa manera, por haberme dejado llevar de mis instintos más primarios. Lo borré y escribí otro dándole explicaciones de mi proceder, lo borré así mismo. Me quedé pensativo delante del teclado hasta que escribí lo que no quería escribir: “Tengo que reconocer que soy bisexual, ¿tú también lo eres o no es más que un juego de niño caprichoso?”
No tuve en cuenta la diferencia de horario y me sorprendió recibir la respuesta al instante: “No me vuelvas a escribir más correos en estos términos, se prudente, me juego mucho en este país, déjate ya de bromitas”.
Si no había conseguido conciliar el sueño, después de leer el correo de Roberto, me desvelé por completo. Me quedé petrificado mirando la pantalla del ordenador y una sensación de terror pánico se hizo sitio a dentelladas en mis tripas. Estaba temblando de miedo al daño que podría haber hecho a mi hijo.
Sin pensármelo volví a escribir: “Perdona, hijo, estoy aquí con Sarita, una amiga y estamos de broma después de…, tu ya sabes, no era más que un sarcasmo. ¿Qué tal vas con Corina?”
Ya no recibí respuesta.
De repente se me ocurrió la idea y tal como surgió la llevé a la práctica, necesitaba  respuestas, la clave que me abriese la caja fuerte del tesoro de las explicaciones que me aclarasen el porqué. Fui a la habitación donde dormía ya Quique y sin ningún remordimiento le desperté.
- Espabílate, chaval – el tono de mi voz no iba a dejar lugar a ninguna duda – vente conmigo a tomar un café cargado y despéjate que me vas a contar con pelos y señales como fue eso del mariconeo – me miró con ojos de extrañeza – sí, del mariconeo, entre mi hijo, Raúl y tú, en el colegio ese tan caro donde tuve la mala idea de consentir que fuese Roberto.
Quique con cara de susto medio levantado, apoyado sobre un codo, no sabía que pasaba. Con los ojos entrecerrados intentaba fijar la vista en mi contorno y ponía cara de preguntar que estaba pasando.
- Vamos, levanta ya y vente a la cocina. Tenemos de que hablar.
- ¿Hablar? – Miró su caro TAG de colección - ¡Joder!, son las cuatro de la madrugada, nos has tenido suficiente con lo de anoche, ¿quieres más?
Volvió a hundir la cabeza en la almohada.
- Levanta ya, es muy importante – le halé del brazo.
- Vale, ya voy, con los caprichos – aceptó de mala gana – después somos nosotros los malcriados, pero anda que vosotros los adultos tenías guasita también.
Se puso una bata de mi hijo y me acompañó a la cocina. Mientras yo me afanaba en preparar café le pregunté a quemarropa.
- ¿Qué pasó en ese colegio de mierda para que hayáis dado en ser tan depravados?
- ¡Que! – Quique no sabía por donde le venía el tantarantán.
- Que me cuentes sin rodeos que ocurrió en ese colegio británico para que yo mandase un niño perfectamente normal y me hayan devuelto un hombre completamente degenerado en cuestión de sexo. Porque no me dirás que es muy normal que un chaval de dieciocho años tenga trato carnal con su propio padre y se quedé tan estupendo, independientemente de que su padre haya consentido en el incesto que eso merece otro tratamiento, pero eso es cosa mía.
Quique se quedó  mirándome muy serio y muy fijo a los ojos, con un rictus en la cara que le hacia ante mis ojos de repente muy viejo. Esa seriedad en el gesto manteniendo el silencio y la tensión, impidiéndome apremiarle en su respuesta me hicieron estremecer de frío. Se estaba preparando para dar una respuesta cruda, sin duda, pero dolorosa también. Se le inundaron los ojos y sin mover un solo músculo de la cara y sin hurtarme su cara le rodaron lágrimas por las mejillas. Con decisión torpe y con rabia a un tiempo se las secó con la manga de la bata de Roberto y comenzó a hablar.
- Te ruego que no me interrumpas, escuches lo escuches. En estos instantes he tenido que reunir demasiado valor para contarte lo que vas a escuchar, si me detienes probablemente no pueda volver a encontrarlo y no podría terminar.
- Adelante – le dije mientras servía dos tazas de café humeante y cargado. Por lo que se veía la noche iba a ser larga.

Cuando terminó su relato ya el sol se mecía sobre la sierra e iluminaba con alegría la cocina. Quique no se había secado ya más lagrimas y éstas, a medida que avanzaba el relato, eran cada vez más abundantes, pero no por eso parecían incomodar al muchacho en su perorar, al contrario daba la sensación de que le aliviaban. Yo, escuchándole, también lloraba, de rabia, de pena, de angustia imaginando lo que mi hijo había tenido que sufrir, y yo no estaba allí para ayudarle.
- Y eso es todo, Alejandro. A fuerza de repetir a la fuerza una acción se vuelve tan cotidiana que cuando se deja de practicar se echa de menos. Nos tararon para siempre y al parecer la mejor manera de defendernos de eso fue crear un espacio impermeable en nuestro ser que no pudiese contaminar al resto. Entramos de vez en cuando a ese espacio para dar de comer a la bestia que anidaron en nosotros y vive allí encerrada, le damos la carnaza que regularmente nos exige para que no nos devore después en nuestra vida diaria y salimos frescos y dispuestos a una vida común – había en sus palabras naturalidad forzada y se notaba porque el dolor le hacía manar lágrimas sin cesar – como la de cualquier mortal. Es cierto que no sabemos hasta cuando podremos sostener encerrada en ese espacio a la bestia, que por lo que vamos viendo cada vez es mayor a medida que la alimentamos y exige más espacio y atención, pero confiamos en poderla dar muerte algún día, porque si no lo conseguimos será ella la que nos aniquile a nosotros. Nos vemos regularmente y hablamos de ello y nos consuela pero sin poderlo remediar acabamos siempre dando rienda suelta, a modo de juego, a ese veneno que nos consume si no lo libamos entre los tres.
Yo me había quedado sin palabras. Eran niños de nueve años cuando comenzó aquella orgía de pederastia, solos, atemorizados, sin nadie a quien agarrarse, quien los sostuviese y los padres creídos en que sus hijos estaban arropados por un sistema de formación cuasi perfecto. Y al menos se tenían el uno al otro.
- Pero yo había sacado la conclusión que todo fue debido a los castigos corporales del centro de los que Roberto y, bueno, vosotros dos, os defendíais, sublimándolos en sexo. Hasta ahí se me hacía razonable, pero ahora…
- Los bastonazos en el despacho del director los solventábamos entregándonos entre nosotros a estas prácticas porque descubrimos que los hacían más llevaderos y nos dejaban la mente libre de deseo de venganza, que todos tenían y conservan. No sabemos como los demás negociaban este extremo, a nosotros no nos fue mal, visto lo visto.
- Pero, porqué a vosotros, a los tres juntos, ¿no hubo otros chavales?, ¿nadie se dio cuenta de lo que estaba sucediendo?, eso se me hace insuperable.
- Eso no te lo he contado. Es difícil de, después de tanto tiempo, hilar toda la realidad. Yo lo cuento como yo lo viví y no sé si esa vivencia fue real o yo me lo imaginé así, fue todo tan impactante en nuestra cabeza de niño que se ha criado entre algodones que posiblemente lo sucedido tenga que estar distorsionado en la interpretación, casi arqueológica de aquellos días.
- Pero tuvo que ser una pesadilla…
- Espera. Verás. Roberto, tu hijo, es guapo, eso no se lo puede negar nadie y a sus ocho años, bueno cuando sucedió todo ya habíamos cumplido los nueve, además de guapo era simpático y miraba a los ojos con la limpieza de la plata bruñida. Esto lo sé porque yo iba a con él a la salida del comedor; desde que llegamos, tu hijo, Raúl y yo congeniamos muy bien. Uno de los mayores, Brandon, que ese año salía del colegio, le echó la mano  por el hombro a Roberto y le apretujó contra él, Roberto se paró se quitó la presa del brazo de Brandon y le dijo que le tocase el culo mejor, y se lo dijo con una sonrisa cínica y su acento inequívocamente español, aunque en perfecto ingles. El otro se quedó cortado y apretó las mandíbulas. Seguimos camino del patio donde salíamos después de comer y justo antes de girar a la derecha para coger la puerta del exterior, Brandon agarró con fuerza a Roberto del brazo y le empujó con violencia de frente por el pasillo que moría en unos servicios. Intenté acompañarle para impedir la paliza que suponía que le iban a dar pero otros dos amigos de Brandon se interpusieron en mi camino y me amenazaron ‘ya te contará tu amiguito lo bien que se lo va a pasar…, Brandon’ y rompieron a reír.
- No pudiste avisar a un profesor, alguien que impidiese el atropello.
- Me escoltaron hasta el patio y hasta que no vi aparecer por la puerta a Roberto no me dejaron.
Quique calló y vi como tragaba saliva tensando los músculos de la cara evitando volver a llorar. Al fin con un gran suspiro le rodaron gruesos lagrimones por las mejillas, tomó aire y continuó.
- Perdona, pero es que esta imagen de tu hijo en la puerta del patio, se me había borrado de la mente y ahora al rememorarla el estomago se me ha retorcido y de lo que me han entrado ganas ha sido de retorcerle el gaznate al cabronazo aquel, por lo que le hizo a tu hijo en primer lugar y luego a nosotros dos y porque es el culpable de que al rememorarlo me haya empalmado como si hiciese años que no lo hacía. Indefectiblemente las sevicias me provocan asco y deseo sexual a un tiempo, como el pecado con su penitencia.
- Bien. Explícame como era esa imagen de Roberto.
- Estaba pálido, con la jarapa de la camisa por fuera del pantalón y los pelos revueltos. Su cara siempre sonriente y luminosa de franca, era ahora sombría y seria, con rictus de dolor, semblante trágico y hábito corporal derrotado, aunque ahora juzgándolo con el paso de los años y la experiencia que atesoro tenía una apostura digna que es difícil de definir. Me fui corriendo para él, pero me rechazó con un gesto de severidad en su mano con el dedo alzado que me hizo estremecer. Caminé a su lado en silencio hasta un rincón de aquella tremenda explanada de césped cuidado donde bajo un roble y apartado de las miradas inoportunas, rompió a llorar amargamente reposando la cabeza sobre mi hombro. Estuvo un rato así, hasta que se serenó y me refirió como a empujones y golpes le metió Brandon en uno de los retretes, le bajó los pantalones y con su fuerza le redujo mientras le mataba por detrás clavándole un pene monstruoso por donde parecía imposible que fuese a caber nada. Con una mano le tapaba la boca para que no gritase y con la otra le atenazaba el cuerpo entero para que no se moviese. Sentía que se asfixiaba intentando ganar aire sin  poderlo hacer y por otro lado el dolor era tan insoportable que la idea de morir de asfixia se mostraba como salvifica. ‘Cuando al fin sentí que aflojaba su presa sobre mi boca y me soltaba los brazos mientras espasmaba contra mi cuerpo supe que se había acabado todo. Yo intentando atrapar todo el aire que podía, se me olvido gritar, el culo ya no lo sentía y cuando me quise dar cuenta le escuché alejándose mientras se quejaba de que le había manchado de mierda’.
Cuando terminé de escuchar esto, yo estaba llorando y él ya lo había dejado de hacer. Entonces fue cuando se levantó de repente me dijo que no le daba tiempo, yo sin saber a que se refería, vi como se baja los pantalones y agachándose en cuclillas soltó unas babas mezcladas con sangre y luego unas pocas heces semilíquidas. Con la perspectiva de los años, aquello que sucedió que en ese momento me resultó desagradable por el olor y la situación, allí, detrás de un roble centenario y cerca del resto de los compañeros que podían percatarse y añadir más vergüenza aún a una situación ya de por si bochornosa, pero hoy me doy cuenta que fue lo mas indigno y degradante que un ser humano puede experimentar. Roberto se quitó el pantalón allí mismo y con los calzoncillos se limpió como pudo. Luego se compuso lo mejor que supo y me dijo ‘No ha pasado nada’.
Cuando volvíamos al edificio del colegio, nos cruzamos con Brandon y su pandilla, se rieron de nosotros y a Roberto le dijeron ‘Chaval a ver que tal te <sienta> el estudio de la tarde’ y rompieron en risas que a mi me hirieron hasta lo más hondo, luego tu hijo me dijo que de lo sucedido ni palabra.
- Y nadie notó nada de nada. Ningún tutor, ningún profesor vio cambio alguno en Roberto.
- A partir de aquel día Roberto se convirtió en un autómata perfectamente engrasado, nada dejaba al azar y todos sus movimientos eran medidos de tal forma que nunca más volviera a tener que vérselas con Brandon o su pandilla. El problema…
- ¿Hay más?, un problema… ¿Qué problema?
- Tu hijo estaba vigilante, pero ni Raúl ni yo lo estábamos. Y nos cogieron a los dos y nos condujeron a la habitación que compartían dos de los de la camarilla de Brandon. Eran cinco, no quiero darte demasiados detalles. Primero nos obligaron a hacérnoslo entre los dos mientras ellos miraban y nos denigraban entre risotadas y babeos y al final acabaron sodomizándonos como hicieron con tu hijo.
Cuando nos echaron de la habitación doloridos del trasero sobre todo, pero más afectados aún en nuestro amor propio le confesé a Raúl lo que le había pasado semanas atrás a Roberto. Raúl se enfureció más conmigo que con los mayores, por no habérselo contado antes. Cuando Roberto nos vio supo enseguida que había sucedido. Nos fuimos al aula de música que estaba vacía y allí nos desahogamos contándonos nuestras penas y deshaciendo reproches inútiles entre nosotros, trazando al tiempo una estrategia de defensa frente a los mayores.
Quique se quedó pensativo, con la mirada perdida y semblante de dolor insufrible en los ojos anegados de lágrimas. Tenía la vista fija en el suelo y no era capaz de seguir con ningún relato más.
- Aún te duele. Un bálsamo eficaz para tanto dolor es sacar toda esa basura fuera y aventarla para que pierda su fuerza.
- El dolor no es por eso, o no solo por eso – continuaba taladrando con la vista el pavimento de la cocina con el café ya frío en la mano – duele más saber que cuando ya éramos mayores reproducimos con otros chavales pequeños lo mismo que hicieron con nosotros y eso es una espina venenosa clavada en lo más hondo de mi ser que no soy capaz de sacarme. Y creo que a tu hijo y a Raúl les pasa lo mismo, aunque nunca lo hayamos hablado. Fue una sola vez y después de aquello ni volvimos a hacerlo ni a comentarlo entre nosotros.
- ¿Qué vosotros violasteis a niños en el colegio? – se me había hecho un nudo en las tripas y el vomito pugnaba por  aparecer.
- Fue una vez solo – necesitaba esgrimir, urdir una disculpa a tan execrable acción. El curso anterior a éste, teníamos  diecisiete. Llegaron unos niños marroquíes, hijos de diplomático nos dijeron, dos gemelos. De diez años, eran guapos, creo que rifeños en realidad y nos llamaron la atención a todos en el colegio. Como ya éramos mayores teníamos habitaciones dobles. Los engatusamos y los llevamos a mi habitación que compartía con Raúl, vino Roberto con nosotros. Les hicimos hacer las mismas perrerías que años atrás nos hicieron hacer a nosotros. Hablaban mal el ingles y nos imploraban en su idioma, pero eso nos estimuló más, su suplica era como una invitación a nuestra salacidad. Primero le obligamos a hacerse una felación mutua, después les sodomizamos los tres. Les amenazamos gravemente para que no hablasen. Luego cuando se cruzaban en nuestro camino la cara se les encalaba, a pesar del tono moreno de su piel y si les dirigíamos la palabra temblaban como cervatillos. Solo lo hicimos una vez no como hicieron Brandon y los suyos que nos tomaron por sus putitas como nos llamaban y nos condujeron donde transitamos ahora. Quiero que sepas, que en algún delirio de extremo sexual en el que nos enzarzábamos, si tu hijo supiese que te lo estoy contando me estrangularía sin perdón posible, bien tronados los tres de poper, Roberto expresó su deseo de tener sexo contigo, el incesto le atraía contigo, no con su madre a la que desprecia porque te relegó por su trabajo.
Estoy roto Alejandro, necesito dormir algo.
- Sube a dormir un poco, yo me quedo en la cocina. Pero ésta conversación no ha terminado aquí. Cuando estés fresco hablaremos mas largo.
Con andar cansino y flexible que no podía disimular la edad que tenía, la cabeza emboscada entre los hombros y la espalda encorvada se alejó camino del piso superior. El sol por un momento se le enredó entre sus guedejas pelirrojas y la cabeza le ardió como una tea, la imagen fue magnifica y sonreí agradablemente sorprendido por el espectáculo. Me produjo una ternura rara ver a Quique abrumado, derrotado de alguna forma por su hemorragia de sinceridad. Le admiraba por la valentía que había demostrado abriéndose en canal ante mí. No se porqué se me vino a la cabeza la imagen de la primera felación que me hizo en el coche cuando volvíamos de noche del restaurante y la reinterpreté en calve de cariño. Me deje hacer posiblemente más por que me gustaba la presencia del chico que por la lujuria que suponía ser estimulado por un varón joven en mi recién descubierta bisexualidad.
No tenía ya ganas de dormir. El sol alegrando la casa me contagiaba de buen humor y me empujó a bajar a la playa a pasear. Deseaba recibir la caricia fresca de la brisa del mar en la cara al tiempo que los rayos del sol sin tiempo aún para su desayuno ya trabajaban para calentarme la piel. Pasear por la playa tiene un mucho de terapéutico. En un impulso me descalcé y abandoné el calzado para sentir la arena fría, luego sentí la necesidad de meterlos en el agua y permitir que la espuma que moría en la arena me ascendiese por las piernas haciendo temblar de escalofrío, me sentía vivo y la imagen de Quique subiendo pesadamente las escaleras me entusiasmaba.
El frescor del agua salada en las piernas fue tornándose paulatinamente en sensación cálida que reclamaba mas parte del cuerpo, sumergida. A esas horas de la mañana de primeros de otoño la playa estaba vacía y lo seguiría estando durante muchas horas. Me desnudé por completo y me sumergí entre las olas que me besaban cada centímetro de la piel. Disfruté de la vida en la medida que el baño me hacia disfrutar y me sentía realmente pleno y feliz, sin saber bien como explicármelo luego de conocer las maldades a que fue sometido y sometió mi hijo. Cuando después de bracear jugueteando con el agua empecé a sentir sensación de frío me salí y el sol ya calentaba, me calentaba la piel. Vi entonces como una figura se acercaba. No había nadie más en la playa, estaba desnudo en una playa en la que habitualmente no hay nudismo pero no me importó en ese momento, era tan natural estar desnudo como respirar, no era el mío en ese momento un cuerpo desnudo al servicio del sexo que lo necesita para bien holgar, era yo en perfecta armonía con el entorno.
Cuando ya tuve a distancia de reconocimiento a la figura levanté los brazos, amigable, al tiempo que pronunciaba su nombre.
- ¡Sarita!, ven a bañarte, el agua está estupenda
Llegó hasta mi altura y me dio un beso muy suave en la boca. Mi cuerpo respondió de inmediato y se puso al servicio irrenunciable de mis genitales, ahora si. Ella descendió la mano hasta mi entrepierna y me hizo estremecer de placer con un suave y casi imperceptible roce del anillo del glande.
- Te deseaba, pero a solas, sin más actores – me susurró al tiempo que empezaba a desnudarse dejando caer la ropa con desparpajo sobre la arena.
La tomé, ya desnuda del todo, en brazos y me dirigí al mar donde nos sumergimos mientras la besaba apasionadamente.
Hacer sexo dentro del agua salada tiene sus valores añadidos al propio del placer sexual, pues el agua acaricia a los amantes en sus partes mas intimas al tiempo que ellas se estimulan también con lo que el placer es doble. El roce de su piel con la mía y la calidez de su cuerpo en mí miembro en contraste con la frescura del agua hacían el placer aún más intenso. Quería prolongar aquel goce por lo que me mantuve quieto permitiendo que el agua salada me meciese al compás del cuerpo de Sarita, pero ella necesita del roce de mi cuerpo en su sexo y se afanaba en masajearse una y otra vez. Fue el tailandés mejor llevado a cabo jamás permitiéndome llegar a un orgasmo lento, desesperadamente lento, en el que sentí como cada gota de semen recorría mi uretra hasta derramarse dentro de ella. Sarita estaba a un paso del cielo pero no conseguía alcanzarlo porque yo me negaba a acelerar los movimientos que acabasen con la magia pero cuando supo que yo ya estaba en el paraíso fue el pie que ella necesitaba para alcanzarlo de mi mano y se apretó contra mi cuerpo gimiendo y fundiéndonos en un abrazo tan inmóvil que hizo que nos fuésemos hundiendo poco a poco. Así, debajo del agua sin querer alcanzar la lámina de aire de la superficie, no necesitándola, por ser suficiente con el placer que estábamos sintiendo el tiempo se hizo eterno. Cuando yo dejé de sentir placer y aunque ella seguía instalada en su jardín del edén de dos patadas ascendí hasta la superficie llevándola ella  abrazada a mí. Luego de permitir que concluyese su experiencia de delicia eterna nos acercamos a la orilla y nos dejamos caer sobre la arena del rompiente de manera que las olas mansas que iban a morir a la orilla nos seguían acariciando cuando ya nosotros solo deseábamos reposar.
Nos quedamos dormidos cogidos de la mano y la marea nos respetó el descanso posterior al amor retirándose en bajamar. Cuando el sol estaba ya alto nos hirió los ojos a través de los parpados cerrados y despertamos felices, plenos de gozo. Entonces oímos una voz familiar que nos reclamaba. Al principio no sabíamos bien de quien se trataba, pero enseguida supimos los dos quien podía ser y al unísono nos lo dijimos.
- ¡Quique!
- Me he levantado – venía diciendo mientras se acercaba a nosotros – y al no encontraros he supuesto que estabais aquí.
Entonces fue cuando comprendió lo que había sucedido.
- Vaya par de dos que estáis hechos. Que calladito lo teníais. La verdad que no pensé yo… - había en su tono de voz cierta decepción – después de lo que he visto tuyo Alejandro no habría imaginado…
- ¿El qué, Quique?
- No se, una relación tan, tan, tan heterosexual por así decirlo.
- Me conoces de dos días – me había irritado su apriorismo en cuanto a mis inclinaciones sexuales – y lo que he hecho con vosotros es la primera vez en mi vida y aún no se, la verdad, como pudo suceder y si volverá a pasar.
Le miré la cara y supe que me iba a mentar a Brunilda y me anticipé a su reproche.
- Ya, ya se que me vas a hablar de Brunilda, pero tengo que recordarte que en lo que a mi compete Brunilda era una mujer y si me apuras lo sigue siendo, aunque tenga que reconocer que tiene un apéndice entre las piernas que no le cuadra.
Me di cuenta de que estaba hablando de cosas muy intimas en medio de la playa de la mano de una muchacha con la que había disfrutado como yo sabía que era lo correcto disfrutar y corté.
- Y ya se ha terminado la conversación – me levanté de un salto – porque me parece ridícula en estas circunstancias. Vámonos para la casa, Sarita. Si tu quieres nos acompañas o te quedas aquí a darte un baño y ahora subes. Vamos a comer en casa algo y luego tengo que preparar para irme.

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