Sarita gritó casi llorando que
si, que era lo que quería y la figura se descompuso para pasar a formar un
triangulo en el suelo en el que Quique me hacia la felación a mi, Sarita a él y
yo me hundía hasta donde podía en el sexo de ella. Estaba ya eyaculando cuando
sentí como ella entrecortaba su respiración al punto del colapso: se estaba
corriendo a instancias de las arremetidas de mi lengua, Quique entonces anunció
entre espasmos que le hacían irreconocible la voz que se corría también.
Sarita abandonó el pene de Quique
y se acercó a mi boca a besarme, ya sabía lo que quería y no me importó.
Intercambiamos el semen de Quique, pero cuando le reclamamos a él que
compartiese mi semen con una sonrisa beatifica en los labios negó con la cabeza
y con el dedo índice de la mano izquierda.
- Lo siento, no he podido
remediar tragármelo todo. Desde la última vez que lo compartimos todo, me quedé
con las ganas de beberme el tuyo yo solo. En otra ocasión.
- ¡Eres un egoísta, maricón! – Le
increpó Sarita – me has cortado el rollo.
Quique rebuscó entre el rebujo de
su ropa y rescató algo que escondió entre sus manos, luego lo exhibió mientras
canturreaba.
- Tengo poper, para quien se
corte y quiera más juerga.
Yo fui el primero que me tiré por
el frasco, se lo arrebaté de las manos, lo abrí y aspiré como si en ello me
fuera la vida. La cabeza me estalló, el corazón se puso al galope mas desbocado
y la habitación comenzó a darme vueltas y el deseo de ser penetrado de forma
brutal se me instaló en la mente con una fuerza devastadora. Luego fue Sarita
la que cogió el frasco y aspiró desfalleciendo a continuación pidiendo a voces
que la follasen salvajemente. Con los dos mareados en el suelo Quique de pie,
con mucha tranquilidad tomo el frasco y aspiro lentamente varias veces, sonrió
de manera pérfida y al poco comenzó a lloverme sobre la cara. Al sentir Sarita
las gotas sobre la cara de forma automática abrió la boca desmesurada para
recibir el líquido. Yo sentí una extraña sensación de aniquilación que me
impulsó a recoger también la orina de Quique y al recibirla sentí como mi pene
reaccionaba con una explosiva erección. El liquido caliente, amargo y salado me
entraba en la boca según Quique dirigía el chorro ora a mi boca ora a la de
Sarita que se atragantaba con él de tanta ansia por recibirlo. Veía caer las
gotas color del sol y comprendí el porqué del nombre cursi que leía a veces en
los anuncios de servicios sexuales “lluvia dorada”; yo prefería el de meadas de
castigo, me excitaba más, me hacía sentir más cerdo y me consolaba sexualmente
más. Estaba llegando ya a cotas de depravación sexual que me estremecían, tanto
de miedo por donde podían conducirme, como de placer por el que me
proporcionaban sin entender muy bien el porqué.
Cuando Quique terminó de orinar
sobre nosotros se inclinó y comenzó a lamernos los cuerpos mojados de su
emuntorio.
- ¿Ninguno tenéis ganas de
orinar? – susurró con la voz ronca de lujuria
Yo estaba en erección potente y
ni contesté, comencé a orinar hacia arriba como si fuera una fuente del parque.
El chorro fue a impactar sobre la espalda de Quique que a horcajadas sobre mi
lamía mi rostro. Como un gato que se revuelve lo hizo él capturando mi chorro
con su boca y descendiendo hasta dar con el origen del mismo, luego se
introdujo el pene en la boca y dentro de ella terminé de orinar. No se si tragó
mucho o poco, yo solo se que mientras él recibía mi orina yo que tenía su ano
delante me dediqué a lamérselo lo que me produjo enorme placer hasta que sentí
otro chorro diferente en mi cara. Sarita orinaba de rodillas sobre el culo
Quique y el liquido resbalaba por su pliegue ínter glúteo yendo a para a mi
boca que se aplicaba a lamer su ano con entusiasmo.
Cuando termine de orinar y Quique
dejo de recibir el liquido en su boca se dejo caer de lado con lo que yo
también perdí su ano y el resto de orina de Sarita fue a parar a mi pecho.
Finalmente la chica dejó reposar su sexo sobre mi cara y ya de manera reposada
me dediqué al inenarrable placer de lamerle entero con suavidad y cariño. Quiso
levantarse en un momento dado pero la retuve sobre mi cara y noté enseguida que
sus labios se endurecían y el clítoris crecía y se ponía duro otra vez. Me
apliqué entonces con más ahínco y ella se inclinó sobre mi pene
introduciéndoselo en la boca. Cumplimentamos de esta manera un sesentaynueve
suave y tranquilo en el que nos corrimos los dos sin demasiados aspavientos
mientras que Quique de lado y apoyado sobre su codo nos contemplaba y
acariciaba como el que lo hace con su mascota. Solo cuando yo acabé le pidió a
Sarita que compartiese el semen con él. Ella lo hizo con suavidad y cuando terminaron
les dije que estaba ya agotado y era de noche, llevábamos toda la tarde de sexo
sin freno.
- Si queréis quedaros a dormir,
tenéis camas, yo por mi parte me voy a duchar, tomar algo y acostarme. Me
habéis dejado extenuado. Además la alfombra está para tirarla de meaos.
Después de ducharme me tumbé en
la cama con al idea de descansar cuanto antes. Estaba agotado, pero el sueño no
aparecía. La cabeza me empezó a maquinar, a rumiar todos los acontecimientos
acaecidos de unos años atrás hasta esa misma noche. No acababa de comprender
como había conseguido tirarme por esa pendiente en la que velocidad adquirida
se incrementaba a cada vuelta que daba al caer. Todo empezó con Brunilda,
aunque bien pensado ya con mi mujer las cosas no fueron como yo había imaginado
que deberían ser. Lo de Brunilda no fue más que la consecuencia lógica,
inexorable de la falta de comunicación con mi mujer, si no hubiese sido ella/el
habría sido otra solo que encima el haber sido Brunilda me había abierto la
caja de los truenos de mi bisexualidad que para colmo me había echado en brazos
de mi hijo y sus amigos. Yo tenía cerca de cincuenta años y una reputación a
nivel internacional, ¿que pasaría si alguien se fuese de la lengua? Tanto mi
hijo, como sus amigos no eran más que niños malcriados, para los que todo era
juego, habíamos intentado educarlos en valores morales inmutables y habíamos
conseguido que la educación se tergiversase en vicios morales, inmutables
también. Porque en lo que yo acababa de caer no era nuevo, tan viejo como la
humanidad era, pero no me parecía que mi hijo tuviera que haber transitado esa
senda, aunque por otra parte él aceptaba esa forma de ser bisexual, en el caso
de que él también lo fuese, de la forma más natural y no parecía tener mucho
remordimiento por ello, como me estaba sucediendo a mí.
Me levanté y escribí un correo a
Roberto, le pedía disculpas por haberme comportado de esa manera, por haberme
dejado llevar de mis instintos más primarios. Lo borré y escribí otro dándole
explicaciones de mi proceder, lo borré así mismo. Me quedé pensativo delante
del teclado hasta que escribí lo que no quería escribir: “Tengo que reconocer
que soy bisexual, ¿tú también lo eres o no es más que un juego de niño
caprichoso?”
No tuve en cuenta la diferencia
de horario y me sorprendió recibir la respuesta al instante: “No me vuelvas a
escribir más correos en estos términos, se prudente, me juego mucho en este
país, déjate ya de bromitas”.
Si no había conseguido conciliar
el sueño, después de leer el correo de Roberto, me desvelé por completo. Me
quedé petrificado mirando la pantalla del ordenador y una sensación de terror
pánico se hizo sitio a dentelladas en mis tripas. Estaba temblando de miedo al
daño que podría haber hecho a mi hijo.
Sin pensármelo volví a escribir: “Perdona,
hijo, estoy aquí con Sarita, una amiga y estamos de broma después de…, tu ya
sabes, no era más que un sarcasmo. ¿Qué tal vas con Corina?”
Ya no recibí respuesta.
De repente se me ocurrió la idea
y tal como surgió la llevé a la práctica, necesitaba respuestas, la clave que me abriese la caja
fuerte del tesoro de las explicaciones que me aclarasen el porqué. Fui a la
habitación donde dormía ya Quique y sin ningún remordimiento le desperté.
- Espabílate, chaval – el tono de
mi voz no iba a dejar lugar a ninguna duda – vente conmigo a tomar un café
cargado y despéjate que me vas a contar con pelos y señales como fue eso del
mariconeo – me miró con ojos de extrañeza – sí, del mariconeo, entre mi hijo,
Raúl y tú, en el colegio ese tan caro donde tuve la mala idea de consentir que
fuese Roberto.
Quique con cara de susto medio
levantado, apoyado sobre un codo, no sabía que pasaba. Con los ojos
entrecerrados intentaba fijar la vista en mi contorno y ponía cara de preguntar
que estaba pasando.
- Vamos, levanta ya y vente a la
cocina. Tenemos de que hablar.
- ¿Hablar? – Miró su caro TAG de
colección - ¡Joder!, son las cuatro de la madrugada, nos has tenido suficiente
con lo de anoche, ¿quieres más?
Volvió a hundir la cabeza en la
almohada.
- Levanta ya, es muy importante –
le halé del brazo.
- Vale, ya voy, con los caprichos
– aceptó de mala gana – después somos nosotros los malcriados, pero anda que
vosotros los adultos tenías guasita también.
Se puso una bata de mi hijo y me
acompañó a la cocina. Mientras yo me afanaba en preparar café le pregunté a
quemarropa.
- ¿Qué pasó en ese colegio de
mierda para que hayáis dado en ser tan depravados?
- ¡Que! – Quique no sabía por
donde le venía el tantarantán.
- Que me cuentes sin rodeos que
ocurrió en ese colegio británico para que yo mandase un niño perfectamente
normal y me hayan devuelto un hombre completamente degenerado en cuestión de
sexo. Porque no me dirás que es muy normal que un chaval de dieciocho años
tenga trato carnal con su propio padre y se quedé tan estupendo,
independientemente de que su padre haya consentido en el incesto que eso merece
otro tratamiento, pero eso es cosa mía.
Quique se quedó mirándome muy serio y muy fijo a los ojos,
con un rictus en la cara que le hacia ante mis ojos de repente muy viejo. Esa
seriedad en el gesto manteniendo el silencio y la tensión, impidiéndome
apremiarle en su respuesta me hicieron estremecer de frío. Se estaba preparando
para dar una respuesta cruda, sin duda, pero dolorosa también. Se le inundaron
los ojos y sin mover un solo músculo de la cara y sin hurtarme su cara le
rodaron lágrimas por las mejillas. Con decisión torpe y con rabia a un tiempo
se las secó con la manga de la bata de Roberto y comenzó a hablar.
- Te ruego que no me interrumpas,
escuches lo escuches. En estos instantes he tenido que reunir demasiado valor
para contarte lo que vas a escuchar, si me detienes probablemente no pueda
volver a encontrarlo y no podría terminar.
- Adelante – le dije mientras
servía dos tazas de café humeante y cargado. Por lo que se veía la noche iba a
ser larga.
Cuando terminó su relato ya el
sol se mecía sobre la sierra e iluminaba con alegría la cocina. Quique no se
había secado ya más lagrimas y éstas, a medida que avanzaba el relato, eran
cada vez más abundantes, pero no por eso parecían incomodar al muchacho en su
perorar, al contrario daba la sensación de que le aliviaban. Yo, escuchándole,
también lloraba, de rabia, de pena, de angustia imaginando lo que mi hijo había
tenido que sufrir, y yo no estaba allí para ayudarle.
- Y eso es todo, Alejandro. A
fuerza de repetir a la fuerza una acción se vuelve tan cotidiana que cuando se
deja de practicar se echa de menos. Nos tararon para siempre y al parecer la
mejor manera de defendernos de eso fue crear un espacio impermeable en nuestro
ser que no pudiese contaminar al resto. Entramos de vez en cuando a ese espacio
para dar de comer a la bestia que anidaron en nosotros y vive allí encerrada,
le damos la carnaza que regularmente nos exige para que no nos devore después en
nuestra vida diaria y salimos frescos y dispuestos a una vida común – había en
sus palabras naturalidad forzada y se notaba porque el dolor le hacía manar
lágrimas sin cesar – como la de cualquier mortal. Es cierto que no sabemos
hasta cuando podremos sostener encerrada en ese espacio a la bestia, que por lo
que vamos viendo cada vez es mayor a medida que la alimentamos y exige más
espacio y atención, pero confiamos en poderla dar muerte algún día, porque si
no lo conseguimos será ella la que nos aniquile a nosotros. Nos vemos
regularmente y hablamos de ello y nos consuela pero sin poderlo remediar
acabamos siempre dando rienda suelta, a modo de juego, a ese veneno que nos
consume si no lo libamos entre los tres.
Yo me había quedado sin palabras.
Eran niños de nueve años cuando comenzó aquella orgía de pederastia, solos,
atemorizados, sin nadie a quien agarrarse, quien los sostuviese y los padres
creídos en que sus hijos estaban arropados por un sistema de formación cuasi
perfecto. Y al menos se tenían el uno al otro.
- Pero yo había sacado la
conclusión que todo fue debido a los castigos corporales del centro de los que
Roberto y, bueno, vosotros dos, os defendíais, sublimándolos en sexo. Hasta ahí
se me hacía razonable, pero ahora…
- Los bastonazos en el despacho
del director los solventábamos entregándonos entre nosotros a estas prácticas
porque descubrimos que los hacían más llevaderos y nos dejaban la mente libre
de deseo de venganza, que todos tenían y conservan. No sabemos como los demás
negociaban este extremo, a nosotros no nos fue mal, visto lo visto.
- Pero, porqué a vosotros, a los
tres juntos, ¿no hubo otros chavales?, ¿nadie se dio cuenta de lo que estaba
sucediendo?, eso se me hace insuperable.
- Eso no te lo he contado. Es
difícil de, después de tanto tiempo, hilar toda la realidad. Yo lo cuento como
yo lo viví y no sé si esa vivencia fue real o yo me lo imaginé así, fue todo
tan impactante en nuestra cabeza de niño que se ha criado entre algodones que
posiblemente lo sucedido tenga que estar distorsionado en la interpretación,
casi arqueológica de aquellos días.
- Pero tuvo que ser una
pesadilla…
- Espera. Verás. Roberto, tu
hijo, es guapo, eso no se lo puede negar nadie y a sus ocho años, bueno cuando
sucedió todo ya habíamos cumplido los nueve, además de guapo era simpático y
miraba a los ojos con la limpieza de la plata bruñida. Esto lo sé porque yo iba
a con él a la salida del comedor; desde que llegamos, tu hijo, Raúl y yo
congeniamos muy bien. Uno de los mayores, Brandon, que ese año salía del
colegio, le echó la mano por el hombro a
Roberto y le apretujó contra él, Roberto se paró se quitó la presa del brazo de
Brandon y le dijo que le tocase el culo mejor, y se lo dijo con una sonrisa
cínica y su acento inequívocamente español, aunque en perfecto ingles. El otro
se quedó cortado y apretó las mandíbulas. Seguimos camino del patio donde
salíamos después de comer y justo antes de girar a la derecha para coger la
puerta del exterior, Brandon agarró con fuerza a Roberto del brazo y le empujó
con violencia de frente por el pasillo que moría en unos servicios. Intenté
acompañarle para impedir la paliza que suponía que le iban a dar pero otros dos
amigos de Brandon se interpusieron en mi camino y me amenazaron ‘ya te contará
tu amiguito lo bien que se lo va a pasar…, Brandon’ y rompieron a reír.
- No pudiste avisar a un
profesor, alguien que impidiese el atropello.
- Me escoltaron hasta el patio y
hasta que no vi aparecer por la puerta a Roberto no me dejaron.
Quique calló y vi como tragaba
saliva tensando los músculos de la cara evitando volver a llorar. Al fin con un
gran suspiro le rodaron gruesos lagrimones por las mejillas, tomó aire y
continuó.
- Perdona, pero es que esta
imagen de tu hijo en la puerta del patio, se me había borrado de la mente y
ahora al rememorarla el estomago se me ha retorcido y de lo que me han entrado
ganas ha sido de retorcerle el gaznate al cabronazo aquel, por lo que le hizo a
tu hijo en primer lugar y luego a nosotros dos y porque es el culpable de que
al rememorarlo me haya empalmado como si hiciese años que no lo hacía.
Indefectiblemente las sevicias me provocan asco y deseo sexual a un tiempo,
como el pecado con su penitencia.
- Bien. Explícame como era esa
imagen de Roberto.
- Estaba pálido, con la jarapa de
la camisa por fuera del pantalón y los pelos revueltos. Su cara siempre
sonriente y luminosa de franca, era ahora sombría y seria, con rictus de dolor,
semblante trágico y hábito corporal derrotado, aunque ahora juzgándolo con el
paso de los años y la experiencia que atesoro tenía una apostura digna que es
difícil de definir. Me fui corriendo para él, pero me rechazó con un gesto de
severidad en su mano con el dedo alzado que me hizo estremecer. Caminé a su
lado en silencio hasta un rincón de aquella tremenda explanada de césped
cuidado donde bajo un roble y apartado de las miradas inoportunas, rompió a
llorar amargamente reposando la cabeza sobre mi hombro. Estuvo un rato así,
hasta que se serenó y me refirió como a empujones y golpes le metió Brandon en
uno de los retretes, le bajó los pantalones y con su fuerza le redujo mientras
le mataba por detrás clavándole un pene monstruoso por donde parecía imposible
que fuese a caber nada. Con una mano le tapaba la boca para que no gritase y
con la otra le atenazaba el cuerpo entero para que no se moviese. Sentía que se
asfixiaba intentando ganar aire sin
poderlo hacer y por otro lado el dolor era tan insoportable que la idea
de morir de asfixia se mostraba como salvifica. ‘Cuando al fin sentí que
aflojaba su presa sobre mi boca y me soltaba los brazos mientras espasmaba
contra mi cuerpo supe que se había acabado todo. Yo intentando atrapar todo el
aire que podía, se me olvido gritar, el culo ya no lo sentía y cuando me quise
dar cuenta le escuché alejándose mientras se quejaba de que le había manchado
de mierda’.
Cuando terminé de escuchar esto,
yo estaba llorando y él ya lo había dejado de hacer. Entonces fue cuando se
levantó de repente me dijo que no le daba tiempo, yo sin saber a que se refería,
vi como se baja los pantalones y agachándose en cuclillas soltó unas babas
mezcladas con sangre y luego unas pocas heces semilíquidas. Con la perspectiva
de los años, aquello que sucedió que en ese momento me resultó desagradable por
el olor y la situación, allí, detrás de un roble centenario y cerca del resto
de los compañeros que podían percatarse y añadir más vergüenza aún a una
situación ya de por si bochornosa, pero hoy me doy cuenta que fue lo mas
indigno y degradante que un ser humano puede experimentar. Roberto se quitó el pantalón
allí mismo y con los calzoncillos se limpió como pudo. Luego se compuso lo
mejor que supo y me dijo ‘No ha pasado nada’.
Cuando volvíamos al edificio del
colegio, nos cruzamos con Brandon y su pandilla, se rieron de nosotros y a
Roberto le dijeron ‘Chaval a ver que tal te <sienta> el estudio de la
tarde’ y rompieron en risas que a mi me hirieron hasta lo más hondo, luego tu
hijo me dijo que de lo sucedido ni palabra.
- Y nadie notó nada de nada.
Ningún tutor, ningún profesor vio cambio alguno en Roberto.
- A partir de aquel día Roberto
se convirtió en un autómata perfectamente engrasado, nada dejaba al azar y
todos sus movimientos eran medidos de tal forma que nunca más volviera a tener
que vérselas con Brandon o su pandilla. El problema…
- ¿Hay más?, un problema… ¿Qué
problema?
- Tu hijo estaba vigilante, pero
ni Raúl ni yo lo estábamos. Y nos cogieron a los dos y nos condujeron a la
habitación que compartían dos de los de la camarilla de Brandon. Eran cinco, no
quiero darte demasiados detalles. Primero nos obligaron a hacérnoslo entre los
dos mientras ellos miraban y nos denigraban entre risotadas y babeos y al final
acabaron sodomizándonos como hicieron con tu hijo.
Cuando nos echaron de la
habitación doloridos del trasero sobre todo, pero más afectados aún en nuestro
amor propio le confesé a Raúl lo que le había pasado semanas atrás a Roberto.
Raúl se enfureció más conmigo que con los mayores, por no habérselo contado
antes. Cuando Roberto nos vio supo enseguida que había sucedido. Nos fuimos al aula
de música que estaba vacía y allí nos desahogamos contándonos nuestras penas y
deshaciendo reproches inútiles entre nosotros, trazando al tiempo una
estrategia de defensa frente a los mayores.
Quique se quedó pensativo, con la
mirada perdida y semblante de dolor insufrible en los ojos anegados de
lágrimas. Tenía la vista fija en el suelo y no era capaz de seguir con ningún
relato más.
- Aún te duele. Un bálsamo eficaz
para tanto dolor es sacar toda esa basura fuera y aventarla para que pierda su
fuerza.
- El dolor no es por eso, o no
solo por eso – continuaba taladrando con la vista el pavimento de la cocina con
el café ya frío en la mano – duele más saber que cuando ya éramos mayores
reproducimos con otros chavales pequeños lo mismo que hicieron con nosotros y
eso es una espina venenosa clavada en lo más hondo de mi ser que no soy capaz
de sacarme. Y creo que a tu hijo y a Raúl les pasa lo mismo, aunque nunca lo
hayamos hablado. Fue una sola vez y después de aquello ni volvimos a hacerlo ni
a comentarlo entre nosotros.
- ¿Qué vosotros violasteis a
niños en el colegio? – se me había hecho un nudo en las tripas y el vomito
pugnaba por aparecer.
- Fue una vez solo – necesitaba
esgrimir, urdir una disculpa a tan execrable acción. El curso anterior a éste,
teníamos diecisiete. Llegaron unos niños
marroquíes, hijos de diplomático nos dijeron, dos gemelos. De diez años, eran
guapos, creo que rifeños en realidad y nos llamaron la atención a todos en el
colegio. Como ya éramos mayores teníamos habitaciones dobles. Los engatusamos y
los llevamos a mi habitación que compartía con Raúl, vino Roberto con nosotros.
Les hicimos hacer las mismas perrerías que años atrás nos hicieron hacer a
nosotros. Hablaban mal el ingles y nos imploraban en su idioma, pero eso nos
estimuló más, su suplica era como una invitación a nuestra salacidad. Primero
le obligamos a hacerse una felación mutua, después les sodomizamos los tres.
Les amenazamos gravemente para que no hablasen. Luego cuando se cruzaban en
nuestro camino la cara se les encalaba, a pesar del tono moreno de su piel y si
les dirigíamos la palabra temblaban como cervatillos. Solo lo hicimos una vez
no como hicieron Brandon y los suyos que nos tomaron por sus putitas como nos
llamaban y nos condujeron donde transitamos ahora. Quiero que sepas, que en
algún delirio de extremo sexual en el que nos enzarzábamos, si tu hijo supiese
que te lo estoy contando me estrangularía sin perdón posible, bien tronados los
tres de poper, Roberto expresó su deseo de tener sexo contigo, el incesto le
atraía contigo, no con su madre a la que desprecia porque te relegó por su
trabajo.
Estoy roto Alejandro, necesito
dormir algo.
- Sube a dormir un poco, yo me
quedo en la cocina. Pero ésta conversación no ha terminado aquí. Cuando estés
fresco hablaremos mas largo.
Con andar cansino y flexible que
no podía disimular la edad que tenía, la cabeza emboscada entre los hombros y
la espalda encorvada se alejó camino del piso superior. El sol por un momento
se le enredó entre sus guedejas pelirrojas y la cabeza le ardió como una tea,
la imagen fue magnifica y sonreí agradablemente sorprendido por el espectáculo.
Me produjo una ternura rara ver a Quique abrumado, derrotado de alguna forma
por su hemorragia de sinceridad. Le admiraba por la valentía que había demostrado
abriéndose en canal ante mí. No se porqué se me vino a la cabeza la imagen de
la primera felación que me hizo en el coche cuando volvíamos de noche del
restaurante y la reinterpreté en calve de cariño. Me deje hacer posiblemente
más por que me gustaba la presencia del chico que por la lujuria que suponía
ser estimulado por un varón joven en mi recién descubierta bisexualidad.
No tenía ya ganas de dormir. El
sol alegrando la casa me contagiaba de buen humor y me empujó a bajar a la
playa a pasear. Deseaba recibir la caricia fresca de la brisa del mar en la
cara al tiempo que los rayos del sol sin tiempo aún para su desayuno ya
trabajaban para calentarme la piel. Pasear por la playa tiene un mucho de terapéutico.
En un impulso me descalcé y abandoné el calzado para sentir la arena fría,
luego sentí la necesidad de meterlos en el agua y permitir que la espuma que
moría en la arena me ascendiese por las piernas haciendo temblar de escalofrío,
me sentía vivo y la imagen de Quique subiendo pesadamente las escaleras me
entusiasmaba.
El frescor del agua salada en las
piernas fue tornándose paulatinamente en sensación cálida que reclamaba mas
parte del cuerpo, sumergida. A esas horas de la mañana de primeros de otoño la
playa estaba vacía y lo seguiría estando durante muchas horas. Me desnudé por
completo y me sumergí entre las olas que me besaban cada centímetro de la piel.
Disfruté de la vida en la medida que el baño me hacia disfrutar y me sentía
realmente pleno y feliz, sin saber bien como explicármelo luego de conocer las
maldades a que fue sometido y sometió mi hijo. Cuando después de bracear
jugueteando con el agua empecé a sentir sensación de frío me salí y el sol ya
calentaba, me calentaba la piel. Vi entonces como una figura se acercaba. No
había nadie más en la playa, estaba desnudo en una playa en la que
habitualmente no hay nudismo pero no me importó en ese momento, era tan natural
estar desnudo como respirar, no era el mío en ese momento un cuerpo desnudo al
servicio del sexo que lo necesita para bien holgar, era yo en perfecta armonía
con el entorno.
Cuando ya tuve a distancia de
reconocimiento a la figura levanté los brazos, amigable, al tiempo que
pronunciaba su nombre.
- ¡Sarita!, ven a bañarte, el
agua está estupenda
Llegó hasta mi altura y me dio un
beso muy suave en la boca. Mi cuerpo respondió de inmediato y se puso al
servicio irrenunciable de mis genitales, ahora si. Ella descendió la mano hasta
mi entrepierna y me hizo estremecer de placer con un suave y casi imperceptible
roce del anillo del glande.
- Te deseaba, pero a solas, sin
más actores – me susurró al tiempo que empezaba a desnudarse dejando caer la
ropa con desparpajo sobre la arena.
La tomé, ya desnuda del todo, en
brazos y me dirigí al mar donde nos sumergimos mientras la besaba apasionadamente.
Hacer sexo dentro del agua salada
tiene sus valores añadidos al propio del placer sexual, pues el agua acaricia a
los amantes en sus partes mas intimas al tiempo que ellas se estimulan también
con lo que el placer es doble. El roce de su piel con la mía y la calidez de su
cuerpo en mí miembro en contraste con la frescura del agua hacían el placer aún
más intenso. Quería prolongar aquel goce por lo que me mantuve quieto
permitiendo que el agua salada me meciese al compás del cuerpo de Sarita, pero
ella necesita del roce de mi cuerpo en su sexo y se afanaba en masajearse una y
otra vez. Fue el tailandés mejor llevado a cabo jamás permitiéndome llegar a un
orgasmo lento, desesperadamente lento, en el que sentí como cada gota de semen
recorría mi uretra hasta derramarse dentro de ella. Sarita estaba a un paso del
cielo pero no conseguía alcanzarlo porque yo me negaba a acelerar los
movimientos que acabasen con la magia pero cuando supo que yo ya estaba en el
paraíso fue el pie que ella necesitaba para alcanzarlo de mi mano y se apretó
contra mi cuerpo gimiendo y fundiéndonos en un abrazo tan inmóvil que hizo que
nos fuésemos hundiendo poco a poco. Así, debajo del agua sin querer alcanzar la
lámina de aire de la superficie, no necesitándola, por ser suficiente con el
placer que estábamos sintiendo el tiempo se hizo eterno. Cuando yo dejé de
sentir placer y aunque ella seguía instalada en su jardín del edén de dos
patadas ascendí hasta la superficie llevándola ella abrazada a mí. Luego de permitir que
concluyese su experiencia de delicia eterna nos acercamos a la orilla y nos
dejamos caer sobre la arena del rompiente de manera que las olas mansas que
iban a morir a la orilla nos seguían acariciando cuando ya nosotros solo
deseábamos reposar.
Nos quedamos dormidos cogidos de
la mano y la marea nos respetó el descanso posterior al amor retirándose en
bajamar. Cuando el sol estaba ya alto nos hirió los ojos a través de los
parpados cerrados y despertamos felices, plenos de gozo. Entonces oímos una voz
familiar que nos reclamaba. Al principio no sabíamos bien de quien se trataba,
pero enseguida supimos los dos quien podía ser y al unísono nos lo dijimos.
- ¡Quique!
- Me he levantado – venía
diciendo mientras se acercaba a nosotros – y al no encontraros he supuesto que
estabais aquí.
Entonces fue cuando comprendió lo
que había sucedido.
- Vaya par de dos que estáis
hechos. Que calladito lo teníais. La verdad que no pensé yo… - había en su tono
de voz cierta decepción – después de lo que he visto tuyo Alejandro no habría
imaginado…
- ¿El qué, Quique?
- No se, una relación tan, tan,
tan heterosexual por así decirlo.
- Me conoces de dos días – me
había irritado su apriorismo en cuanto a mis inclinaciones sexuales – y lo que
he hecho con vosotros es la primera vez en mi vida y aún no se, la verdad, como
pudo suceder y si volverá a pasar.
Le miré la cara y supe que me iba
a mentar a Brunilda y me anticipé a su reproche.
- Ya, ya se que me vas a hablar
de Brunilda, pero tengo que recordarte que en lo que a mi compete Brunilda era
una mujer y si me apuras lo sigue siendo, aunque tenga que reconocer que tiene
un apéndice entre las piernas que no le cuadra.
Me di cuenta de que estaba
hablando de cosas muy intimas en medio de la playa de la mano de una muchacha
con la que había disfrutado como yo sabía que era lo correcto disfrutar y
corté.
- Y ya se ha terminado la
conversación – me levanté de un salto – porque me parece ridícula en estas
circunstancias. Vámonos para la casa, Sarita. Si tu quieres nos acompañas o te
quedas aquí a darte un baño y ahora subes. Vamos a comer en casa algo y luego
tengo que preparar para irme.
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