martes, 24 de noviembre de 2020

TIO IGNACIO (2)

 

El hombre que se apartaba para que pasasemos no traslucía ninguna emoción, serio, en su papel. Aspecto de acabar contigo con un solo gesto. Unicamente un "cuidado con los escalones". En efecto. La luz era mortecina y al fondo de la escalera que se perdía en las entrañas de la tierra se veian, se adivinaban mas bien destellos de color. A medida que descendiamos el ambiente se iba espesando. Humedad, tabaco y sudor agrio eran los olores predominantes. La impresión es que hacia niebla y la gente era ajena a la aglomeración. En una esquina nada más desembarcar de la escalera habia una pareja besandose de una manera feroz, pero lo sorprendente es que eran dos hombres y nadie parecía estar sorprendido. Se lo hice notar a mi tío y él con naturalidad me contestó aquello de Tiberio: "son precisos los dos para mantenerse sano" Luego me puso su mano sobre mi hombro y me llevó hasta un velador en una esquina, donde una mujer verdaderamente extraordinaria hacia señas a Ignacio para que fuesemos alli.
Nos sentamos y la mujer de hermosos pechos y caderas sugerentes me obsequió con un beso en la comisura de los labios dado con tanta sensualidad que hizo reaccionar a mi cuerpo como se podría esperar de mis dieciocho años. No fue ello ajeno a la mujer que casi acariciandome con sus pestañas me penetró los ojos con los suyos mientras con mucha suavidad me acariciaba la entrepierna. Luego levantó la vista hacia Ignacio y le preguntó quien era el petit choux de nata que le habia llevado.
- Es mi sobrino preferido Violeta y espero que le inicies en los misterios de Eros..., o Safo, tu verás.
- Muy bien, sinvergüenza. Despues de las presentaciones y de diez años sin dar señales de vida, quizá, un poquito de explicaciones...
- Violeta...
- ¿Violeta? Tu sabes el respingo que di cuando escuché tu voz al cabo de una vida y encima que estabas aquí.
- Te veo muy bien - mi tío se colgó esa media sonrisa que sabía que contra ella nadie tenía defensa - ¿te has puesto pecho. Te operaste?
- Si, me puse una 115 y no, no me operé. Me dió miedo, y al fin y al cabo los que me piden coño, lo tienen y los que no..., como siempre.
- Venga, vamos a sentarnos, Violeta, el chico tiene aún mucho que aprender..., y disfrutar de todo.
Me quedé mirando al tío interrogativo, confundido. Aquella mujer despampanante, enfada por lo que parece fue un abandono de novia. La conversación fue en si, rara.  Todo se estaba desarrollando de una forma inusual. Aquel local era un sotano, iluminado y decorado para lo que estaba pensado, pero no dejaba de ser un espacio muy irregular con muchos recovecos, y sin una barra donde poder consumir , por lo menos al alcance de mi vista no estaba. Después me dijo tío Ignacio que debajo del velador habia un pulsador para que una camarera se acercase a recoger la comanda. Efectivamente no habia barra donde poder apalancarse, habia que  sentarse para poder tomar algo y las mesas solian estar ocupadas por mujeres de quitar el aliento, a las que era preceptivo invitar.
Violeta me acariciaba mientras hablaba con Ignacio y éste me animaba a que comprobase la textura, lisura y firmeza de los pechos. Yo me estaba ya poniendo fuera de mi. Cuando  ella con una maestría digna de un prestidigitador consiguió sacar mi virilidad enhiesta y destilante de su guarida y perdí la cabeza, tanto que pregunté a mi tío si podríamos ir a otro sitio. Mi tío muy pausadamente me contestó que para los aperitivos en cualquier fiesta no hace falta moverse y esta era mi celebración de mayoria de edad.
- Anda Violeta dale un canapé a mi sobrino.
Violeta con gran agilidad se puso de rodillas bajo el velador y comenzó la felación. Intenté acceder a su sexo pero me sujetó la mano y mi tío me dijo que el plato principal después de los entrantes.
No tardó mucho en hacer que yo satisfaciese mis impulsos. En el momento culmen mi tío me cogió la mano, se acercó a mi oido y me susurro: "disfruta Ignacio, eres un hombre" y el orgasmo se precipitó en todo su esplendor. Cerré los ojos, me mareé pero la mano de mi tío me permitió mantener la calma. Ni una gota de semen se escapó de la boca de Violeta. Cuando se levantó y volvio a quedar sentada a mi lado se hizo lenguas del buen sabor que tenía mi esencia y me estampó un beso con el que además del sabor a carmín adiviné cual era ese otro sabor que con su lengua me trasmitia. Ni me repugnó ni me escandalizó, me excitó aún más. Intenté meter mi mano en su entrepierna y me la volvió a sujetar mirandome con una sonrisa que me pareció profesional. El tío Ignacio me instó a que fuera paciente y disfrutase de la lentitud del galanteo.
- Violeta, esta noche, es para ti. Y eso es toda la noche. Tenemos tiempo y tu por tu edad, aguante, ganas y fuerza. Queda lo mejor de la noche.
Salvo que no me dejaba acceder a su  clitoris, que yo ya soñaba con poder mordisquear, Violeta continuó dandonos placer a mi tío y a mi. A mi tío le hizo otra felación solo que finalmemte compartieron su semen en un beso final. Me quede sorprendidisimo y le pregunté al tío si había sucedido lo que yo creía que había sucedido y me contestó sacando la lengua y relamiendose como un gato.
- Disfruta, sobrino. De sexo, sabes, que se goza con él, pero hay diferentes maneras. Ya iremos enseñandotelas y tu irás aprendiendo a disfrutarlas. Violeta también te besó a ti después, que hubiese tragado, antes o después es algo que solo va en la necesidad un goce mas elaborado o mas intenso o mas cerebral. Yo supuse que ella habia tragado para que el choque de prejuicios no te sacudiese, pero ¿y si no hubiese tragado, te habría arruinado la noche y tu goce, o lo habia prolongado? Disfruta del sexo. Es solo sexo y es muy placentero, recuerdalo. 
Volvimos a pedir bebidas, ibamos por la cuarta consumición y yo empezaba a perder la verguenza. Sin ningún recato eché mano al sexo de Violeta, pero fue mi tío quien me sujetó con bastante violencia diciendome que era su turno, y ni corto ni perezoso se metió debajo de la mesa y sumergió la cabeza en la entrepierna de Violeta que inmediatamente empezó a navegar por el cosmos. De pronto tío Ignacio dejó de serlo. En mi mente se difuminó el ser entrañable, inmaculado, divertido e inocente como un angel en el que la vida era lúdica en si y nada tenía importancia suficiente para perder un minuto de vida gozando y emergió en su lugar un extraño de carne y hueso para el que disfrutar lo era a cualquier precio. Se me presentó a modo de un Jano diferente su cara egoista, individualista y diablesca. No era tan ángel desprovisto de defectos. Me escandalizó que se bajase al pilón de Violeta. 
Cuando ésta terminó de experimentar todo su placer, Ignacio salió de debajo de la mesa, limpiandose la boca y haciendose lenguas de las texturas del sexo de Violeta.
En ese momento Violeta le dijo a mi tio que bien podriamos acabar la fiesta en su casa, así, un poquito mas distendidos y ligeritos de ropa. Me preguntó que qué me parecía poder jugar sin tanto encorsetamiento y ya me vi penetrando profundamente a Violeta y curiosamente, no se como, en la imagen se coló tío Ignacio empalando por detrás a la chica. El tío se puso en pie y con un "Vamos" al tiempo que pulsaba el botón de la mesa nos dispusimos a salir.
El piso de Violeta no estaba lejos y no podía ser mas que el piso de alguien como Violeta, amiga de mi tío, pero puta de profesión.
Violeta se puso cómoda, o sea, se quedó medio desnuda, con un body escarlata que dejaba sus pechos artificiales fuera con unos pezones rematados por unos anillos de metal muy oscuro y luego se ajustaba a su cuerpo como una guante de latex, nalgas al aire; en suma, yo sentí  una erección explosiva que se que me puso cara de salido gilipollas y además babeando por la boca medio abierta. Estaría agradecido a mi tío de por vida por aquella celebración de mayoría de edad.
Yo estaba paralizado ante semejante exhibición miéntras tío Ignacio se desnudaba al tiempo que me invitaba a mi a hacerlo.
Violeta sirvió tres vasos generosos de vodka con hielo y mi tío se vino hasta mi para sacarme de mi impasse. El mismo, ya desnudo y exhibiendo unos genitales de los que sentirse orgulloso, comenzó a desnudarme a mi. Yo no podía apartar la vista de Violeta y el tío Ignacio estaba desabrochandome los pantalones hasta que cayeron al suelo dejando a la vista un orgulloso bulto que velaba mi slip.
- Mira Violeta, lo que tiene mi sobrino entre las piernas.
No sabía donde meterme y no podía inhibir la tremenda erección y en ese momento mi tío echó abajo los calzoncillos haciendo saltar mi verga furibunda buscando donde entrar. Intenté taparme de forma instintiva pero Violeta me apartó las manos y se hizo cargo de mi miembro. Estaba a punto de llegar al precipicio, cuando ella me soltó se colocó de espaldas y se introdujo en su cuerpo mi pene con la facilidad que un puño entra en un bloque de mantequilla.
Y luego, entre mi percepción distorsionada de la realidad por la extraña situación y el borde del abismo ante el que me encontraba no me dejó comprender porqué tío Ignacio se colocaba de espaldas a Violeta y le decía con voz desfallecida y al tiempo imperativa "Metemela".
En ese momento hizo acto de presencia mi orgasmo y me vacié dentro de Violeta y justo instantes después era ella la que decía "Me corro, cabrón, te voy a preñar" y en ese momento se hizo la luz y lo comprendí todo.
- ¡Pero  tío Ignacio, que es esto!

viernes, 20 de noviembre de 2020

TIO IGNACIO (1)

 

Cuando tío Ignacio se fue para hacer las Americas, yo tendría, no mas allá de ocho años y él no mas de veintidos o veintitres, o sea, un viejo para mi.
Pero tío Ignacio me gustaba. Mi madre decía que era un bala, que no tenia idea de lo que quería decir, pero algo no muy bueno, porque mi madre nunca tuvo a tío Ignacio en gran aprecio. Me gustaba, por su amplia sonrisa, cuando no franca carcajada. Sus abrazos eran intensos y calidos que parecia que quería meterme dentro de él y me comia a besos con unos labios humedos y carnosos. En suma, yo estaba deseando que tío Ignacio viniese porque me hacia feliz con sus  bromas, sus cosquillas, a las que temía tanto como deseaba.
Mi padre afeaba a su hermano pequeño que me estrujase tanto, pero no perdia su sonrisa mientras le reñia. Papa era como seis años mayor que tío Ignacio y como el abuelo hacia tiempo que no se hablaba con ningún hijo, pues mi padre ejercía de autoridad.
Siempre me intrigó que los dos después de la cena se retirasen a una salita donde papa escuchaba musica, leía o escribía. Cerraban la puerta y se les escuchaba reir y comentar, hasta que, suponía yo, el brandy hacia de las suyas y entonces solo se escuchaban murmullos y exclamaciones ahogadas.  Yo ya estaba acostado cuando salían intentando no hacer ruido y sentía como tio Ignacio se inclinaba sobre mi cama y me besaba en la frente. Podía entonces olerle, con los ojos cerrados, a tabaco y vainilla, a bergamota y canela, un perfume penetrante, que aún hoy me hace estremecer de un placer indefinido; sentía el roce de su barba contra mi mejilla me producia escalofrios y ese ultimo beso, pues al día siguiente se iba, fue acompañado de un abrazo en el que su mano pasó por detrás de mi nuca hasta estrecharme contra su pecho peludo, que iba con su camisa desgalichada, como casi siempre que bebía más de la cuenta.
Conservo en mi memoria aquella despedida y desearía haber podido permanecer contra su pecho eternamente, tal era el placer que me proporcionaba y que era incapaz de definir.

Pasaron años. Muchos. Celebrabamos mi mayoría de edad. Al fin era dueño de mi destino. Estabamos sentados a la mesa todos, incluido el abuelo que hacia ya un año que nos visitaba con regularidad, después de que mi padre y él solventasen algunos extremos de su relación. Sonó el telefono de mi padre. Se le mudó el semblante. Tío Ignacio estaba en el aeropuerto y preguntaba si podría ir a recogerlo. Mi padre le puso al corriente de los acontecimientos y le sugirió que cogiera un Uber, avisandole de paso que el abuelo, estaba con nosotros. Los nervios tomaron rehenes en mi estomago y ya no pude comer más. El color de mi cara debió esfumarse y empecé a transpirar al tiempo que los dedos de mis manos comenzaron un arcaico baile que no sabía como hacer que parase. Se dió cuenta mi abuelo, que deposito su mano confortable y caliente sobre mi pierna iniciando una caricia que muy suavemente recorría el muslo desde la rodilla a la ingle. Me susurraba muy bajito en medio del alboroto de la mesa que él estaba allí. Una de las caricias del muslo llegó mas lejos de lo que parecia correcto y se disculpó. Le contesté que me tranquilizaba y él retiró su mano. Suspiré yo entonces de relajación y consuelo y como si de un electroiman se tratara la acerada mirada gris de mi padre saltó de mis ojos a los de mi abuelo. Yo no pude sostener esa mirada pero mi abuelo con mucha tranquilidad respondió a su mirada con un "todo está correcto, hijo, ya pasó"

Tenía yo diez años y el calor del verano impedía coger el sueño. Sudaba en mi cama y el roce de la sabana con mi cuerpo, especialmente las nalgas, me producia una sensación de bienestar hasta entonces desconocida. Y sin poder explicarmelo rescaté de mi memoria aquel ultimo beso de tío Ignacio envuelto en aromas a tabaco y canela y mi cuerpo reaccionó haciendo que mi colita renunciase a su nombre y adoptase ya el nombre de verga, con todos sus pronunciamientos. ¡Dios mío, que grande era, y que dura! me agradaba tocarmela y las bolsas que tenía debajo. Y descubrí que se estaban cubriendo como de una pelusa. La cara del tío se me hizo tan real besandome que cerrando los ojos force a que aquel beso se desviase y fuese a dar en mi boca. Me estaba acariciando y esa imagen del tío Ignacio, besandome apasionadamente en los labios obró el milagro de que sintiese un calambre muy placentero que partiendo de mi ano, explotaba en la punta del miembro y me dejaba sin aliento. Después de eso caí en un sueño profundo a pesar del calor estival. 
Mas adelante, en la escuela de la calle aprendí todo lo que parecía necesitar saber para utilizar mi cuerpo en beneficio propio. Y siempre aquel postrer beso del tío presidía siempre en primera fila todos mis orgasmos. Cuando con mas edad y chicas con las que entretener los tediosos dias de la adolescencia teniamos sexo, la imagen del tío era la que me permitia alcanzar el climax. Por eso, cuando mi padre anunció que venía entré en barrena. Temía cual sería mi reacción ante sus besos y abrazos. ¿Y si me ponía duro y él lo notaba? La mano providencial del abuelo en el muslo, me salvó del aprieto. La dura mirada de mi padre era lo que no terminaba de entender.
Habían pasado diez años y el tío Ignacio no habia variado. Era el mismo torbellino que todo lo trastoca y todo lo espabila. Tenía la tez mas tostada y alguna arruga de expresión en torno a su boca y frente, pero por lo demás el brillo de sus ojos verdes y el cascabeleo de su sonrisa permanecían inperturbables. 
El abuelo se levantó de su silla con brazos que presidía la mesa y con las facciones congeladas se dirigió a su hijo y poco a poco fue abriendo los brazos en signo de acogimiento. Yo vi como le resbalaba una lagrima por la mejilla y algo de liquido claro destilaba su orificio de nariz derecha. Se abrazaron y no pude alcanzar a entender lo que le decía al oído a su hijo, pero el tío Ignacio si rompió a llorar sonoramente mientras pedía con la voz entrecortada, perdón. Mantuvieron el abrazo unos minutos durante los cuales cesaron los tintineos de la cuberteria contra la loza de la vajilla y pareciera que durante ese abrazo el tiempo de detuvo. Cuando al fin se separaron el abuelo volvió a ocupar su sitial y mi padre arrimó otra silla a la mesa. Mientras tío Ignacio se me acercó con su amplia sonrisa otra vez en su cara con los brazos abiertos proclamando al mundo lo feliz que era por reencontrarse con su sobrino favorito. Me puse en pie y me estrechó como solía. Ya no olía a bergamota y tabaco, olia a citricos y madreselva, a jazmin y dama de noche y me embriagó de tal manera que tuve que cerrar los ojos y rememorar aquel ultimo abrazo con su mano en mi nuca. Y como por ensalmo, su mano derecha se hacia dueña de mi nuca empujandome la cabeza a su hombro mientras me cubría de besos y sucedió lo que yo me temía. Mi cuerpo exultó de felicidad y toda mi dureza impactó en la entrepierna de tío Ignacio, que sin aflojar un apice el abrazo me susurró al oído que se alegraba que ya fuese un hombre y que esa noche saldría conmigo a festejar. Empecé a temblar justo en el momento que mi padre ponía orden diciéndonos que continuasemos  comiendo y dejasemos las efusiones para otro momento.
A los postres tío Ignacio anunció que ya que yo era un hombre y pronto sería llamado a filas, me llevaría a celebrarlo esa noche. El abuelo levantó despacio la vista interrogando a mi padre. Mi padre se limitó a adevertir a su hermano que a ver a que casa de tolerancia me llevaba. Tío Ignacio, sin perder la sonrisa anunció que para su sobrino y tocayo, lo mejor de lo mejor. Yo sentí como toda la sangre se agolpaba en mis mejillas. No se volvió a hablar de ese asunto.
Me estaba vistiendo para salir, cuando el tío entro en mi alcoba. Yo estaba en ropa interior y me sentí cohibido. Ignacio se acercó a mi y se interesó por mi deseo de poder estar con una mujer, y ademas experta. Me quedé mudo. Entoces se sentó en la descalzadera y me recordó la impresión que le produjo aquella despedida de hacía diez años. 
- Quiero que lo sepas, ahora ya que eres un hombre. Entonces eras un niño. Un niño al que yo ya quería mucho. No se si recordarás que deslicé mi mano por tu cuello sujetandote la nuca y besandote. Hubiese deseado hacer llegar mis manos mas lejos, pero..., anda vístete. Ya seguiremos hablando de ello.
Se levantó y sin darme opción a contestar se fue. No sabría decir si se percató  de que mi calzoncillo se abultó o que mi respiración se aceleraba, la boca se me llenaba de saliva y me veía obligado a tragar una y otra vez. Lo cierto es que habría dado mi mayoria de edad por haber vuelto a sentir su manaza contra mi nuca.
Cuando salimos, mi padre y mi abuelo le encomendaron, todo el cuidado del mundo. Un taxi nos llevó hasta el centro y después de transitar por callejuelas mal iluminadas entramos por un callejon en el que una sola y vacilante luz ambarina dejaba ver una puerta desconchada. El tío tocó con los nudillos y un ventanuco de la misma puerta se abrió. Una voz desde dentro después de unos poderosos instantes se alegró de que Don Ignacio volviera por allí y la puerta se franqueó.

viernes, 13 de noviembre de 2020

TÍMIDO

 La timidez es una remora a la hora de tener vida social, aunque en mi caso fue mal interpretada y me dio buen resultado.

Me distraigo con facilidad y por eso tengo que estar en primera fila en clase. Me levantaba temprano para poder estar en la facultad el primero para coger sitio. Era mi ventaja y de paso veía cada día el desfile de compañeros camino de su sitio.
Desde el primer día me fijé en una compañera de porte altivo, perfectamente vestida, maquillada y sin asomo de fastidio o contrariedad por tener que iniciar la jornada tan temprano.
En una de esas mañanas de frialdad extrema como corresponde a la meseta aquella mujer imponente se sentó a mi lado. Su olor suave a maquillaje caro y perfume mas caro aún me empujó como una tía incordiante y puntillosa a dirigirle la palabra. Me respondió con una amplia sonrisa, pero no me contestó, el profesor acababa de hacer acto de presencia. Lilha, así se llamaba - y las evocaciones de su nombre ya me derretían por unos lados y me consolidaban por otros - sacó sus folios, sus boligrafos de colores y se dispuso a producir los apuntes mas pulcros, ordenados y esteticos que hubiese visto nunca. Cuando acabo la clase, como si no hubiese pasado tiempo me contestó. Esa puesta en escena costaba levantarse dos horas antes para poder prepararse. Me sorprendió y me intrigó esa voluntad ferrea.
Marco era el figura del curso. Tipazo, rubiasco siempre despeinado con la melena recogida con una gomilla cuando nadie se hubiera atrevido a semejante salida de cauce, y una perpetua sonrisa pintada en sus veintidós años. Todas las chicas de la clase se lo comian a dentelladas de vista en cuanto entraba en el aula. Lilha ese día solo se volvió hacia mi un instante, el tiempo suficiente para decirme con rabia lo presuntuoso que era. Ahí supe lo mucho que le llamaba la atención. Marco tenía una personalidad desbordante, nadie podia negarselo y cuando pasaba por delante de nuestra primera fila para después acabar en el gallinero y nos restregaba su magnifica alegria de vivir, guiñandonos un ojo, eso si, Lilha enrojecía, nunca adiviné si de rabia o de ganas de que se tirase sobre ella atornillanle un beso de esos en los que se suponía era un maestro.

Salimos del ultimo parcial de aquel primer trimestre y para celebrarlo lo ritualizamos con unas cañas, unas tapas, cenando comida basura y acabando como si de un sumidero se tratara, en el "Dickhead", en el que supuestamente a la entrada había un perchero donde dejar los principios morales después de empaparlos en tequila.
Estabamos Lilha y yo, junto a otros compañeros en la barra, intentando hacernos entender a voces entre aquella estridencia y ahogandonos en alcohol cuando la vejiga dijo que a desbeber. Al oido y desgañitado le dije a Lilha donde iba, y ella contestó que lo mismo.
Ninguno de los dos nos dimos cuenta que Marco iba tambaleandose tres pasos detrás de nosotros. Supongo que con al menos los mismos tequilas que llevábamos nosotros.
Llegamos a un punto en que los lavabos de chicas estaban al final de una escalera que ascendía y el de chicos bajaba hasta un descansillo con dos puertas, una, la de los lavabos y la otra de un almacén. Lilha con un ahora nos vemos enfiló la escalera y yo consciente de mi estado comencé a descender apoyándome en la pared.
Y comenzó el terremoto. Quizá de haber sido más proactivo ahí habría acabado todo, pero se me vino a la cabeza lo que me decía mi amigo Norman: Shy. Y era verdad me atormentaba esa timidez, aunque en esta ocasión, esa timidez fue mi ventaja.
Sentí una mano grande y firme rodearme la cintura, sujetándome al tiempo que me aseguraba que no me caería y todo ello tan cerca de mi cara que supe que no era tequila de lo que iba Marco, era maría. Al sentirle tan cerca, como por ensalmo se me disiparon los vapores del alcohol. Llegamos al descansillo; pensé que me soltaría, pero en lugar de ello, se colocó detrás de mí y en lugar de sentir una mano en mi cintura, sentí las dos y su tórax colisionando con mi espalda. Me acompañó dentro, sin soltarme, susurrándome al oído lo buena que estaba Lilha. Luego me preguntó si quería que me la sacase, si yo no podía. En ese momento de una cabina, salió una pareja arreglandose la ropa. Ella me dijo que si no quería que me la sacase Marco, ella estaría encantada de hacerlo. El que salía con la chica de la cabina le dijo que si ella quería seguir follando el prefería irse con sus colegas. Marco me empujó con cierta violencia dentro de la cabina e invito a la chica a acompañarnos. Y me vi con aquellos dos en aquel estrecho espacio sin saber que hacer y antes de darme cuenta tenía a los dos de rodillas hurgandome la bragueta y sacándome todo lo que se podía sacar. Protesté porque me estaba meando y fue Marco el que mirándome con ese encantador descaro que esgrimía con tanta maestría, me dijo que para que creía yo que valía su boca y ante mi sorpresa abrió sus fauces. La chica protestó entonces y Marco la atrajo a él para que recibiese ella la orina. Me estaba reventando y los otros dos con la boca abierta, así que me abandoné. Parecía gustarles, se peleaban por el chorro y en esa batalla se duchaba con mi orina a conciencia. Aquello me excitó. Fue todo rápido. Con bastante destreza Marco se deshizo de su pantalón, no llevaba ropa interior, y se ensartó materialmente en su culo usando mi rabo. La chica se afanó en marearme y besarme mientras yo alcanzaba el clímax dentro de Marco. Salí de repente como de un sueño y me di cuenta de lo ocurrido. Como pude me recompuse y salí. Debía tener la cara descompuesta porque Lilha al verme llegar me dijo que si me había desmayado, le contesté que algo parecido.

Pasadas las vacaciones y el primer día de curso, al pasar Marco por delante de nuestra banca, se detuvo y me recordó al oído que aquella chica se quedó impresionada del sabor de mi semen, que a ver cuándo repetimos. Me citó para el finde y le dije que vale. Se me aceleró el corazón. Y se fue con su sempiterna y cautivadora sonrisa.
Lilha me preguntó que qué me había dicho y le dije que una cochinada.
Me tenía enganchado.