jueves, 29 de diciembre de 2022

EQUIVOCO

 - ¿Podrás tragartela entera?
- Tío, si no me entra entera con mi carrera, me retiro.
Bruno tomó la cabeza de Raúl entre sus manos y profundizó en la boca del chico. Raúl miraba hacia arriba, a la cara de Bruno en signo de sumisión total empezando a lacrimear al tiempo que cohibia la primera náusea sin atreverse a una maniobra evasiva y al contrario, empujó hasta que penetró en su garganta el último centímetro de polla y sus labios besaron la suave y peluda piel del escroto. Aguantó unas cuantas arcadas más hasta que le desbordó el vómito por boca y nariz pero sin renunciar al deseado bocado duro y caliente.

Cuando Raúl vio a Bruno entrar a la finlandesa no se lo podía creer. Él, desde el oscuro rincón en el que sudaba y manoseaba su sexo le veía perfectamente aunque Bruno recién entrado a la calurosa  penumbra no pudo ver a Raúl.
Bruno era un cuarentón bien conservado, nada de definición muscular pero bien formado. Algo de barriga, aunque por debajo de la misma, tras la toalla se adivinaba un bulto apreciable.
Raúl un twink algo descarado, aunque sin mala intención sintió endurecerse y apostó porque Bruno se sentase cerca de él. El chico se sacó la toalla de la cintura dejando saltar su juguete ansioso de ser domado y con la tela de rizo marrón hizo una especie de sudario de cabeza. Bruno acomodó su vista a la penumbra de la sauna y divisó en la otra esquina alguien con la cabeza velada, como si una monja de clausura se hubiese despistado, pero que exhibía un precioso trofeo enhiesto y de cabeza brillante. Se levantó de su rincón, se quitó la toalla también y enseñó orgulloso sus veinte centímetros de poder escoltados por una bolsa peluda de auténtico oro blanco. Sentado al lado del chico, no se anduvo en premiosidades, alargó la mano y sin ningún tipo de vacilación comprobó la dureza que ofrecía Raúl. 
Al chaval no le hizo falta más, se lanzó al regazo de Bruno a consumir sexo con su boca.
- No vayas tan deprisa que me vengo enseguida.
Raúl se levantó y fue directo a la boca de Bruno. Las lenguas en choque, la mezcla de salivas y el deseo mutuo hizo lo demás.
- Follame la garganta tío, tu rabo me cabe entero en la boca y tu leche tiene que ser dulce y grumosa.
Sin esperar al consentimiento una vez más Raúl se zambulló en el regazo de Bruno que sin poder remediarlo le entregó todo lo que llevaba dentro al chaval.
- ¿Te lo has tragado?
- Todo. ¿Tienes fuerza para el culo? Me encantaría que me lo comieses y luego entrases a saco.
- Vamos a tomar algo al bar y luego vamos a una cabina. Además, aquí ya hace mucho bochorno.
Salió primero Raúl y Bruno detrás colocándose la toalla a modo de taparrabos. Al caminar tras Raúl de repente se detuvo.
- Espera chaval.
Raúl se detuvo se volvió con una sonrisa cómplice y Bruno le estrechó en un abrazo potente cubriéndole de besos.
- ¡Joder, tío!
- ¿Porqué no me llamás Bruno?
 Le echó el brazo por los hombros y Raúl le rodeó la cintura y así muy despacio y charlando muy bajito llegaron al bar.
- Un cervezón para mí y para este modelazo..., ¿que tomas?
- Refresco de limón sin azúcar.
Sin terminar sus bebidas Bruno se acercó al oído de Raúl susurrando su deseo de follarle allí mismo y mordisqueandole la oreja. Raúl se estremecía de placer e intentaba meter la mano por dentro de la toalla a Bruno.
- Venga, vamos a una cabina Bruno.
En la cabina Raúl se transfiguró cuando Bruno le entró de todas las formas posibles hasta terminar por preñarle.
- ¿Te has dado cuenta de la hora que es Raúl?
- Si, tío es tarde. Se me ha pasado el tiempo en un suspiro, pero es que follas como nadie. He tocado el paraíso. Tenemos que repetir más veces 
- Seguro, Raúl, seguro. Te voy a acompañar a tu casa, es demasiado tarde por este barrio a estas horas.
- Si y a mi madre que le digo.
- De tu madre me ocupo yo, descuida.

- ¿Aún no te han dado llaves de tu casa?
- Aún no. Dice mi madre que con mi edad y hasta que no vuelva mi padre, nada.
La puerta de la casa se abrió y allí estaban Bruno y Raúl delante de una mujer visiblemente irritada.
- Que horas son estas Raúl.
- No te sulfures cuñada. Me he encontrado a mi sobrino y hemos estado dando una vuelta, ¿verdad, campeón?
- ¿Habéis cenado, al menos?
- Que va, cuñada, veníamos a que nos dieras algo. Y de mi hermano ¿que se sabe? 
- Ya ves la faena, en la fuerza de interposición, me tiene en vilo y hasta dentro de tres meses no les sustituyen los canadienses. A las horas que son, ya te quedarás a dormir, digo yo, mañana es sábado.
- Si mamá, que se quede y así seguimos hablando de nuestras cosas, ¿verdad, tío?
- Por supuesto, sobrino, tenemos mucha tela que cortar.
- Si, Bruno a ver si me le haces un hombre que no se yo este niño.
- Un hombre completo, cuñada.
- Venga a cenar.

domingo, 11 de diciembre de 2022

DESTINO

 

 

Es difícil condensar en un millón de palabras lo que sería imposible explicar si no fuese con una  mirada. Pero me siento obligado y además siento que se me acaba el tiempo, me deterioro y para colmo ya no veo la muerte como algo insoportable, antes bien algo que me liberará de una vida espesa, lenta y monótona que llevo sin él.
Pero antes he de poner mi vida en perspectiva.
Creo que mi tendencia homo viene de lejos. Fueron los cinco años cumplidos los que pulsaron algún botón en mi cabeza o en mi minúscula pilila de crio, pero el caso es que aquel niño de ojos intensamente turquesas y rizos de oro, piel blanca y gesto de mala leche siempre, me cautivó y quise tocarle, me atraía su zona pudenda. Me empujó, maldita la gracia que le hizo y yo desarrolle una conciencia de crimen que aún me encoje el corazón. Intentando tocar a aquel niño supe en ese instante que eso estaba mal y la responsabilidad me abrumaba y me obsesionaba. Por no saber, era un crío, no sabía que se trataba de sexo. Además ese acto provocó en el resto de los compañeros rechazo y burla, aislamiento y soledad. Yo no sabía que pasaba pero me hizo sentir diferente a los demás.
Recuerdo que aquello sucedió inmediatamente antes de las vacaciones de Navidad. Aquellas vacaciones y recuerdo mis sensaciones, no el decurso temporal, pues era día si día también terror a que de un momento a otro apareciese en mi casa alguien acusandome de aquello que hice y provocando en mi madre una furibunda reacción. Recuerdo la sensación de alivio cuando pasó Reyes y volví al colegio sin que nadie hubiese venido a meterme en la cárcel. Lo que más temía era la reacción de mi madre, pero no por lo que pudiera hacerme sino por el disgusto que ella pudiera llevarse.
Creo recordar que hasta los nueve años mi vida transcurrió sin especiales sobresaltos. Si recuerdo un episodio en el que yo encontraba un extraño placer en hacer pis en un vaso sin bajar de la cama. Dormía en una litera en la que mi hermano ocupaba la cama de arriba. Yo tendría seis o siete años y me levantaba temprano iba a la cocina cogía un vaso y volvía a la cama donde orinaba y me fascinaba vaciandome dentro del vaso viéndole llenarse del líquido ambarino. Me gustaba la repugnancia que sentía ante su olor e incluso llegué a probarlo. No sé hasta donde habría llegado si mi madre no me hubiera cogido un día cuando más placer estaba obteniendo acariciándome el ano mientras orinaba en el vaso. Por supuesto, fue la última vez que me atreví a hacerlo, no se me habría ocurrido después del escándalo que montó mi madre cuando lo descubrió.
Y nos mudamos. Mi padre era un constructor de fortuna y nos hizo un palacio. Piscina, cancha de deportes, huerta, vestuarios para piscina y deportes y mucho, mucho jardín. Y cambio de colegio.
Un colegio de campanillas, laico, ya entonces de fama y ahora hoy día, inalcanzable. La zona de ensanche de la capital con casas todas buenas, generalmente como nosotros, nuevos ricos, tenía aún muchos solares.
Había colegio por la tarde y en meses cortos yo volvía a casa de noche. Me atraían los solares oscuros donde quizá hubiese alguien agazapado para raptar y hacer quizá algo estremecedora mente excitante a quien se atreviera a meterse allí. Y yo entraba en todos los que podía esperando ser asaltado y obligado a hacer cosas fascinantes y horribles. Una vez allí, en medio de la oscuridad solo disipada por algún rayo de luz fugaz de algún coche que pasaba, me desnudaba por completo e intentaba exponerme a la luz por si alguien veía un niño desnudo en medio de la noche y quería tocarle o quizá algo peor. En esas ensoñaciones me masturbaba furiosamente y cuando sentía el orgasmo más remunerador corría hacia el montón de ropa y me vestía apresuradamente para volar a mi casa, donde entraba con cara de ángel travieso. Ese verano, a cuyo fin, cumpliría los diez años, me excitaba tumbarme desnudo en la cama, simulando el sueño para que mi hermano mayor, de diecisiete años, me viese, y quizá se excitase y quisiera usarme como ni me imaginaba que un hombre pudiera usar a un chaval. Nunca se interesó por mi. Siempre lo lamenté.
A pesar de todo yo era muy inocentón. De sexo, ni idea. En realidad aquellas aventuras postcolegiales nocturnas que tanto me excitaban yo no sabía que iban de sexo. Sabía que iban de que la sensación de que se me ponía insobornablemente dura era cautivadora y deseaba mucho más, pero no sabía que era eso más que tanto deseaba. Por eso, cuando escuchaba a los mayores, los de doce o trece años hablar de que se metían en tal o cual sitio y no se la sacaban, supe que ese trozo de carne tan duro debería tener acomodo y destino en una chica que efectivamente, como yo ya había visto en mi hermana pequeña de cuatro años, no tenía pirula como yo. Y ahí empezó mi calvario.
Una tórrida tarde de agosto. Un columpio de jardín asombrado por dos robustos castaños de indias, el pequeño estanque de los peces de colores flanqueado por verbena llena de florecillas de color. El cantiñeo del agua jugueteando con la superficie del estanque. Todo invitaba a la molicie. Mi hermana de cuatro años en braguitas y yo con un pantalón de deporte. A la sombra de los árboles compartiendo la colchoneta del balancín y rozandonos las sudorosas pieles, sentí mi entrepierna gritarme sin consuelo que necesitaba alivio. El roce con mi hermana me mareaba, hoy se que de lujuria, así que dije a mi hermanita que me acompañase hasta los vestuarios que le iba a enseñar un juego.
En los vestuarios bajé las bragas a mi hermana y me sorprendió que no hubiera nada entre las piernas, se las separé un poco y tenía una especie de pequeña hendidura. No tenía ni idea de lo que hacer. Yo no me había ni bajado el pantalón cuando apareció en la puerta mi madre. Si, mi hermana cuando intenté profundizar en esa rara hendidura (¿por donde mearía?) gritó con ese pito agudo que tenía e hizo intención de irse y yo se lo impedía lo que hizo que volviera a gritar y en eso, mi madre.
Aún hoy, décadas después, sigo sin entender aquel grito de viuda bíblica, "hija mía, ¡con lo que duele!" Lo repetía una vez y otra. Me di cuenta entonces que lo que había hecho era peor de lo que yo había imaginado. 
Aquel "ya verás cuando venga tu padre" me hizo temer lo peor. Me confinó en mi dormitorio. Estuve toda la tarde esperando la bronca y el castigo, hasta que me rindió el sueño. Cuando llegó a dormir mi hermano mayor, me desperté, pero me hice el dormido, vestido como estaba sobre la cama sin destapar. Cuando se acostó y apagó la luz, me desnudé y me metí en la cama. Lloré. No sabía porqué mi padre no había venido a regañarme, yo le había oído llegar a casa y hablar.
Al día siguiente bajé a desayunar, nadie me habló, mi padre no estaba. En cuanto acabé mi madre fría como un polo de fresa me mandó otra vez a mi dormitorio.
Serían las once de la mañana, quizá más tarde. Escuché como mi padre metía el coche en el garaje y entraba a casa. Esperé que entrase en mi cuarto de un momento a otro. Y nada. Pasaban los minutos y me tranquilicé. Oí subir la escalera a mi padre y me dije "ya", pero no, se fue a su dormitorio y volvió a bajar. Pensé que me dejarían arrestado en mi cuarto unos días y se acabó. Lo acepté, aunque no entendía porqué tanto castigo por hacer..., qué. De repente el chirrido del primer escalón me alertó. Y de lejos escuché como al pie de la escalera mi madre hablaba algo a mi padre. Y mi padre decía "no". Los pasos se hacían cada vez más cercanos. Chirrió el primer escalón, luego el tercero y finalmente chirrió el penúltimo. Ya estaba allí.
Agosto. Por la mañana y calor, en esa latitud mucho calor. No me fijé que llevaba en la mano. Se acercó a la ventana, la persiana, de lamas de madera hizo un sonido atemorizador cuando la bajo de golpe cerró las hojas de las ventana con violencia, encendió la luz y cerró la puerta. Actuaba como si yo no estuviese en la habitación. Mastiqué la ira que traía. Y entonces vi lo que llevaba en la mano. Una manguera de caucho, listrada, nunca se me olvidará, marca Pirelli. Y por dentro se apreciaba que estaba rellena de una goma de las que se usan para el gas butano. Hoy puedo decir que aquel cruel vergajo mediría unos cuarenta o cuarenta y cinco centímetros de largo. De ahí en adelante no sé si aquella paliza duro diez segundos, diez minutos o toda una vida. Mi padre decía: "para que aprendas" una y otra vez, con cada golpe y yo intentaba zafarme de su garra que sujetaba mi brazo golpeando donde podía mientras lloraba, llamaba a mi madre y decía: "papá, ya voy a ser bueno" una y otra vez.
Cuando se fue quedé tirado en el suelo y no recuerdo cómo llegué a mi cama ni como me puse el pantalón corto del pijama.
Pasado el tiempo llegué a la conclusión de que me desmayé, bien por la paliza o por el síncope vaso-vagal del llanto que no terminaba de romper o una combinación de los dos. La sorpresa por la agresión que yo no entendía a que correspondía a mi trasgresión y la decepción por ser mi padre en quien confiaba a ojos cerrados y que se revolvía contra mi, sin saber si su intención era matarme o infringirme el mayor dolor posible.
Era de noche ya, la ventana tenía la persiana levantada otra vez y no entraba luz. Sentí que se abría la puerta y empecé a mearme, pero conseguí cohibirlo al ver entrar a Beni. Beni era la chica interna que teníamos. Era una asturiana, joven, dulce y feucha, pero muy buena.
Me traía algo de cenar, no recuerdo qué. Intenté levantarme pero no pude. No podía moverme sin provocarme fuertes dolores. Beni se sentó en mi cama y me dio algo pero no pude comer. Me acariciaba y me decía palabras de consuelo. Pregunté por mi madre pero me dijo que no podía subir. Ya no recuerdo si llegué a llorar o no. Más adelante sucedieron muchas cosas, pero yo ya había desistido de llorar, mi padre me había a demostrado que no tenía ninguna utilidad.
No soy capaz de saber cuántos días permanecí en mi dormitorio sin poderme mover, al menos tres, en que la buena de Beni me subía la comida y me daba una palabra de aliento y me demostraba una sonrisa de empatía. No sé si mientras dormía mi madre entraba a verme, no se. Quiero creer que si. Se que entraba mi hermano mayor a dormir. Nunca me dijo nada, ni siquiera para insultarme. Durante esos días me juré que me iría de aquella casa, de aquella familia, que ya no era la mía, me agredía y además los sucesivos acontecimientos me demostraron que no me querían en su seno. Y lo acepté. No sabía lo acertado que estaba en lo de irme de allí.
Ya digo. No se el tiempo que estuve en aquella casa, que hoy ya sé que se convirtió en una casa cruel de acogida. 
Un día, quizá al día siguiente, quizá una semana después Beni entró en mi cuarto y me dijo que bajase al comedor que tenía que comer con la familia. Bajé absolutamente hundido, abatido, sumido en una vergüenza insuperable, no por lo que hice con mi hermana sino por la paliza a la que según todos fui acreedor; nadie me dijo nada, me senté en mi sitio, me sirvieron y comí. Mi hermana mayor tuvo un comentario sarcástico de tinte sexo-afectivo en relación a lo sucedido y mi madre cortó de raíz. Me volví al cuarto y mi madre me dijo que me fuera a jugar al jardín. Me sentí muy aliviado. Creía que el tornado había pasado y me relajé.
Dos días después mi madre entró temprano en el dormitorio y me dijo que me vistiese para salir a la calle. Me entró pánico. Llegué a pensar que me echaban de casa. Eso por un lado me descompuso la tripa y por otro lado me sentí aliviado de perder de vista a todos, madre incluida; me había abandonado en mi desgracia, las madres de los criminales más abyectos siempre encuentran una excusa a su hijo, la mía no, al menos a mí nunca me lo dijo y vivió ochenta y cinco años más. 
Llegamos finalmente a un sitio raro al que entramos por una puerta pequeña. Aquello era una nave enorme, llena de cajas y un hombre que recibió a mi padre con un apretón de manos empezó a abrir cajas, preguntándome a mi madre por tallas y números de pié y sacando ropa y zapatos y deportivas de todo tipo. Me probaron una americana azul marino con los botones dorados, me encantó, me sentí mayor y salimos de allí con un montón de cajas de ropa. Mi madre al día siguiente se líó a marcar toda la ropa con unas siglas: PIE102 y entonces me atreví a preguntar. Me respondió mi madre que como veían que mi comportamiento no era bueno me mandaban a un colegio interno donde me enseñarían. No me dijo más. Ni qué tipo de colegio, ni si estaba cerca o lejos, ni si me quedaría a comer o no.
A primeros de septiembre me dijo mi madre que al día siguiente, que era domingo me vistiese con la ropa nueva que me llevaban al colegio. No me dieron más información.
Al día siguiente montaron en el coche una enorme maleta, se montaron ellos, me monté yo y salimos..., a carretera y al cabo de como hora y media llegamos a una ciudad monumental de la que nos volvimos a alejar para llegar al poco a una enormisima explanada coronada por un roquedal sobre el que se elevaba un castillo con su torre del homenaje sus almenas sus troneras, como de tres pisos. Ese era mi colegio. Más tarde me enteré que era el castillo de San Servando.
Yo aún no había cumplido los diez años y aquella mole de piedra me abrumó. Me dejaron en la puerta junto con la maleta; salió un conseje al que mi padre dió cien pesetas para que me las administrase y mi padre me dijo que se iban, que yo me quedaba allí, que me portarse bien, que no se enterase él que tenían quejas de mi comportamiento porque volvería y me iba a enterar yo de quién era él. Si tenía alguna duda de si debía o no odiarle se me disipó. Aquel señor me explicaría donde dormiría, cuando comería y me presentaría a quienes iban a ser mi compañeros.
No recuerdo si me besaron o no. Si recuerdo que quería que se fueran y me dejaran en paz. Vi su Renault Gordini alejarse y respiré. Al fin era libre, en aquella cárcel, si, pero no volvería a ver a ninguno. Esperaba que se olvidasen de mi y no volvieran nunca, ya vería yo como vivaqueaba por allí.
El conserje me cogió la maleta y escaleras arriba llegamos a un salón enorme dividido en boxes de cuatro literas cada uno e iluminada toda la sala por globos que colgaban del alto techo. Al fondo del salón una puerta daba a unos aseos con lavabos y cabinas con puerta y cerrojillo de inodoro abiertas por arriba y con puertas que no llegaban al suelo. En un lateral unas puertas francesas daban a las duchas, ocho alcachofas en una sala corrida.
Me indicaron cual era mi cama y mi taquilla, coloqué la ropa como dios me dio a entender, hice la cama como creía que debía hacerse, nunca había hecho una cama en mi vida. Para mi lo natural es que hubiera servicio en la casa que se ocupaba de esas cosas.
Y empezaron a llegar alumnos.
Yo estaba paralizado. Llegué para estudiar segundo de bachillerato, es decir que era el nuevo. Todos habían hecho primero y ya se conocían. Y empezó lo que en aquel entonces aún no se sabía que era el bullyng.
Sabía que antes o después me pegarían o se burlarían de mi, pero fueron pasando los días y las piezas del puzzle fueron acomodándose, cada uno se fue adscribiendo a su grupo y yo seguía solo y no me iba mal, no necesitaba a nadie, como en toda mi vida, a nadie, aunque lo necesite no lo reconozco y salgo adelante solo. Y duele, lo que no sabía era cuanto iba a doler.
A los quince días de llegar un compañero de clase de trece años, bastante mayor que yo, por la tarde al entrar de la esplanada donde jugábamos o sencillamente hacíamos nada, y dirigirme al dormitorio me echó el brazo por el cuello y me dijo que le acompañara que me iba a enseñar algo. Me resistí más porque viese que no estaba de acuerdo que por presentar batalla, estába pérdida. Me sacaba tres años y la cabeza y pesaría como veinticinco kilos más que yo.
Me llevo a unos retretes que se usaban sobre todo por la mañana, porque estaban en el paso al comedor, pero a las cinco de la tarde no había justificación para tener que utilizarlos. Estos retretes se ventilaban mediante una ventana grande que daba al patio donde cada día formábamos para izar o arriar la bandera y cantar el himno. En ese patio no se podía permanecer, nos tenían dicho, pero siempre había allí alguien, bien dando patadas a un balón o fumando a escondidas o contándose confidencias.
Aquel día, como siempre había alguien y cuando me vieron salir de la cabina del retrete con aquel repulsivo mayor, Felipe, grabado a sangre y fuego en mi alma, se me colgó la etiqueta. Fue para siempre. Como el nombre de aquel indeseable se me quedó indeleble el olor agrio y dulzón de su pene cuando, amenazante, se lo sacó y me empujó hasta arrodillarme. El resto fueron arcadas y mucha pena, sensación de indefensión absoluta y vergüenza. No tenía fuerzas ni para llorar. Me habría aliviado hacerlo, pero no podía. Amenacé con denunciar lo que me había obligado a hacer pero el temor a la represalia de aquel abusón me paralizó. Me quise convencer de que ocurrió aquella vez y ya, pero en lo más hondo de mi ser temía que volviese a suceder y para colmo estar señalado ya para siempre con una palabra que aún no conocía y denigrado en cualquier situación y manera. Eso me aisló. Llegué a sentirme cómodo permaneciendo solo a todas horas o como mucho jugando al ajedrez con algún otro raro como yo. Al mes, quizá dos meses, no sé cuándo ya había olvidado que tenía familia, es cierto, los olvidé y eso me hacía feliz y un domingo como todos estaba jugando en la sala de juegos con alguien cuando el conserje vino a avisarme que mis padres estaban en conserjería, esperando, que habían venido a verme. Se me aceleró el corazón y me fastidió de verdad. Le contesté que les dijese que se fueran que no podía ir a verlos en ese momento. El conserje me cogió por la oreja y me levantó de la silla recriminando mi desapego. Bajé, serio, esperando algún castigo, sin ganas, y preguntándome, que es lo que querrían de mi. Nunca di por hecho que pudieran quererme, estaba claro que sí me habían echado de su lado era porque les desagradaba. ¿Cómo iban a quererme? de mi padre me daba igual que me quisiera o no, pero de mi madre, me dolía que no me hubiera dado ni una palabra de consuelo, ni un beso, nada.
Les salude con un beso que no pretendía ser frío, yo no tenía maldad en ese momento de mi vida como para mandar esa señal de desprecio. Me salió así porque era lo que me salía del alma. Me llevaron a comer y luego me devolvieron al colegio, lo que agradecí inmensamente. Hablé poco, lo que me preguntaban y con frases cortas. La verdad es que estaba muy cortado, me sentía fuera de lugar. Era como comer con dos extraños. No se me pasó por la cabeza decirles lo que me habían obligado a hacer. Si por nada, me medio mata mi padre, por chupar el pene a otro me despelleja. Todo lo que túviera que ver con los genitales sería motivo de repulsa, debería ser secreto. Y así se enquistó aquello. Empecé a vivir dos vidas, la mía y la del chico al que cualquiera podía llevarse a un excusado y usarlo como mejor le pareciese. Poco a poco fui aprendiendo a, primero a tolerar los abusos luego a aprender a saborearlos y finalmente a disfrutarlos al punto de buscar activamente a compañeros de lujuria. Algo que ahora en la distancia no entiendo aunque justifica el porque una práctica tan bizarra del sexo, tanto con unas como con otros. 
Ya tenía diez años. Cuando un mayor de diecisiete, pelirrojo, muy delgado, simpatico y con la cara llena granos me echó el brazo por el hombro y me dijo que le acompañara al dormitorio, me sentí importante. Además me intrigaba averiguar si me cabría su cacharro en la boca. Pero no, no fue eso lo que sucedió.
Me llevó al único retrete que desde ese segundo piso se veía la ciudad en la otra orilla de aquel gran río, sobre el que solíamos competir por ver qué avión de papel era capaz de llegar desde el colegio hasta la otra orilla.
Pues allí estábamos. Me senté en el tabloncillo del inodoro de frente a Riquelme. Si, se llamaba Riquelme de apellido. E intenté desabrocharle el pantalón mientras le decía muy bajito que me avisase cuando le saliese "eso" ¡Que confundido estaba! 
Me cogió por los hombros, me puso de pie, me desabrochó el pantalón y me lo bajó junto con los calzoncillos y me dió la vuelta. La ciudad estaba magnífica. Sentí como Riquelme me humedecía el ano y después de verle el grosor de lo que tenía, pensé que aquello iba a ser imposible. Quise volverme pero me sujetó con violencia cara a la ventana y me apuntó con su miembro al ano. Fue una puñalada, creí morir. Imaginé que las tripas iban a salirse por el culo y ante la imposibilidad de conseguirlo a la primera supuse que desistiría. Pero no. Volvió a la carga, una y otra vez hasta que me sentí reventar. Él tenía una mano sobre mi boca y la otra me apretaba el pecho contra su cuerpo. Sentí que algo húmedo me resbalaba por los muslos. Debía ser sangre, pensé y mientras él se subía el pantalón y se abrochaba el cinturón para marcharse me eché la mano y me la miré. Si, había sangre, algo, pero mezclada con eso que echaban los mayores. Me senté, ya a solas en la taza, y me toqué el ano. Estaba gordo y dilatado y cuando saque la mano estaba teñida de rojo con semen. Lo olí y no me disgustó, pensé en acercar la lengua pero no me atreví. Tenía el culo dolorido y mi lampiño pene muy tieso. Intentaba apretar el ano y me despertaba más dolor pero curiosamente sentía un gran placer en hacerlo al hincharseme el capullo. Intenté retraer el pellejo pero tensaba mucho y me horrorizaba que se fuese a romper. Muy despacio comencé a frotarme y me gustaba en combinación con ese dolor tan especial que sentía en el ano. Cerré los ojos y rememoré el momento en que Riquelme me penetraba abruptamente y el dolor que sentí. Me llevé la mano al ano insinuando un dedo dentro por pura intuición. El placer que me produjo en el pene se multiplicó y aumentaba. Froté más deprisa y me faltaba el aire pero el placer me mareaba. Seguí y seguí profundizando al tiempo todo lo que podía, pero ahora con dos dedos y se produjo la explosión caleidoscópica. Increíble del todo el placer. Cuando recobré el aliento me miré los dedos del ano, estaban manchados de sangre y mierda. Lo olí y la sensación de deseo y repulsión me sorprendió, para de inmediato pensar en cómo sería la siguiente deposición, con sangre, sin ella, muy dolorosa, imposible. Me asusté pero preferí esperar a ver qué pasaba. Me decepcionó que tuviera la mano que sujetaba el pene limpia. Una vez más no había echado nada, como lo echaban los mayores. Pensé en Riquelme y me pregunté cuando volvería a tomarme del hombro y llevarme a un sitio apartado. Volví a pensar en Felipe y me preguntaba si alguna vez me daría la vuelta como lo hizo Riquelme.
No sé si fue antes o después de las vacaciones de Navidad, eso da igual. Cuando aquel chico feo, desagradable, alto y desgarbado, pelirrojo también, Roldán, me llevó al mismo retrete que me llevo Felipe la primera vez, sentí vértigo. No quería, pero me excitaba que fuese a abusarme, quizá me diese la vuelta, pero no fue así. Solo me bajó los pantalones, yo estaba ya muy duro, pero no me bajo el calzoncillo. Se sacó su pene largo, me lo puso entre los muslos y me abrazó muy fuerte empezando a hacer movimientos rítmicos, cada vez más acelerados hasta que se detuvo y sentí los muslos mojados. Rápidamente se la guardo y me dijo que esperase un rato antes de salir. Me sentí vacío, extraño, triste y con ganas de irme. Me prometí no volver ha consentirselo a nadie. ¡Que iluso!
Un día, en clase de historia y Geografía que impartía D. Emilio, siempre tan elegante, con su sempiterno traje cruzado azul de raya diplomática, tan delgado y serio, pero tan bondadoso, se centraba siempre en sus explicaciones y no se fijaba mucho en los chicos que de dos en dos se sentaban en pupitres de madera antiguos.
De la Rocha mi compañero de pupitre siempre dibujando, y no lo hacia mal. Aquel día mientras D. Emilio explicaba algo, Rocha, siempre con la cara cuajada de granos, el labio inferior caído siempre, lo que le obligaba a estar sorbiendo de continuo la saliva, me dijo muy bajito mientras me mostraba el forro del bolsillo del pantalón descosido, que metiese la mano dentro. Hasta ese momento no comprendí que pretendía hasta tocar algo duro y caliente y además noté que la punta estaba desnuda. Me alegro tocar algo así y me prometí que acabaría por bajarme el pellejo del todo cuanto antes. Le estuve acariciando hasta que de repente, juntó las piernas, se dobló por la cintura y me sacó bruscamente la mano del bolsillo. D. Emilio, sin alterarse nos reconvino diciendo, sin volverse, que hiciésemos, los del fondo, lo que estuviésemos haciendo cuando no fuera su clase. Me dio rabia que tuviera que ser D. Emilio el que nos llamará la atención y le tomé coraje al tal Rocha que siempre andaba rogandome que le masturbarse. Me excitaba que me rogase, alguna vez incluso lloraba y entonces le masturbaba y asistí a la primera vez que eyaculó. Él se sorprendió y me preguntó si moriría. Siempre he tenido curiosidad por todo y aquella situación me intrigaba, la forma en que Rocha expresaba ese estimulo y la forma en salir disparado el semen, la lefa le llamábamos, en varias emboladas consecutivas, el desfallecimiento posterior y la cara de beatitud que se le quedaba. Esas pequeñas cosas me compensaban de los momentos de dolor, de sentir el rechazo de muchos de palabra y de desprecio. Si bien había otros como un compañero, Juan Manuel, muy empatico conmigo al que gustaba acompañarme en los recreos, llegándome a molestar en alguna ocasión en que yo tenía identificado alguien al que me hubiera gustado llevarme a un retrete. Las noches me eran duras como cuando me hacían la petaca y viendo la imposibilidad que tenía de meterme en la cama me sometían a escarnio, o los insultos diarios mientras me desnudaba para acostarme. Rezaba a un dios imaginario que yo materializaba en un trozo de estaño que me llamó la atención del taller de mi padre para sus hobys. Solo yo sé todas las lágrimas que derramaba cada noche y la alegría que me embargaba cada mañana cuando tocaba diana, porque cada nuevo día era una oportunidad de que todo aquello acabase. No era cómodo vivir así para mí y en medio de esa selva inhóspita solo encontraba alivio curiosamente en hacer pajas a la gente, me hacia sentir poderoso, dominador de la situación. Un perfecto círculo vicioso. Ya veríamos como se rompía, solo me preocupaba que pasase cada día y que llegasen las vacaciones y poder descansar de aquel sinvivir que suponía mantener la tensión de tener que atender sexualmente al que me requería o que me apeteciese a mi.
El curso transcurría lentamente. Yo, como me dijo el cura una vez, el último curso que estuve allí, era la puta del colegio. Ya con esa edad yo en el patio iba de cruising. Me gustaba ver penes nuevos, masturbarlos y chuparlos si me dejaban. En el patio, enorme explanada de tierra, enorme, siempre estaba solo, como ausente, pensativo pero marcaba a todo aquel del que me apetecería saborear su entrepierna. Alguno se sentía concernido por mi mirada y si me miraba él a mí clavándome la suya como yo lo hacía con la mía iniciaba un lento paseo hasta el retrete que me parecía más discreto. Otra veces, y no eran pocas, chicos en los que nunca reparaba me marcaban a mi como sucedió con uno, muy, muy moreno, del que no recuerdo nada, solamente que nunca abrió la boca y mira que le hice pajas veces. En el patio me miraba un segundo e iniciaba su paseo hasta dentro del colegio. Yo le seguía unos pasos por detrás hasta llegar, casi siempre, a los retretes del dormitorio, donde una vez allí, se colgaba del cerco de la puerta de una de las cabinas y se balancea hasta hacer como que se resbalaba las manos y caía. Y así una y otra vez hasta que yo me ofrecía a sujetarlo tomándolo a la altura de la bragueta y el culo. Instantáneamente sentía crecer su anatomía debajo del pantalón momento en que él caía dentro de la cabina me miraba muy serio y yo entraba y cerraba la puerta. Y yo lo hacía todo. Quizá él pensaba que no facilitándome la labor quedaba a cubierto del estigma que yo arrastraba. Y al final lo que más disfrutaba; éste muchacho moreno y fibroso si eyaculaba un tremendo chorreón blanco como nata que por su tono de piel quizá por contraste a mi me parecía una preciosidad. Solo me consentía eso. De boca, nada.
Y así hasta cuarto de bachillerato en que todo se precipitó.
Los veranos de segundo a tercero y tercero a cuarto no fueron inocentes. Eso que comenzó con violencia y coacción a los quince días de llegar a aquella cárcel se convirtió en la mayor fuente de divertimento para mí. Al punto de que cuando me iba de vacaciones deseaba que se acabasen para volver a mi paraíso, donde hubiera gente que me buscase para explayarse sin vergüenza o cortapisa alguna. ¿Que luego no solo no me miraban o directamente me insultaban para hacerse los machitos con sus amiguetes? normal, al fin y al cabo quien iba a quererme a mi sí los que deberían hacerlo de oficio me despreciaban de esa manera. Lo más cerca que he tenido cerca la empatía de alguien hacia mí son esos miserables segundos de orgasmo que tenían a los chicos a los que pajeaba o se la mamaba. Para mi, de verdad, era suficiente. Yo si tenía que masturbarme lo hacía siempre cuando, aliviados y servidos, salían de la cabina del retrete sin mirar atrás.
Aquellos meses de los primeros años 60 fueron de cambio. Si, todo eso de estar pendiente de quién necesitaba mi mano o mi boca, empezó a ser cansino. Además, en el último curso que estuve allí entró también el hijo de un amigo de mi padre que tenía mucha maldad, sexualmente hablando y tenía una tremenda experiencia. Venezolano, sería por la latitud de nacimiento pero su comportamiento era el de un hombre ya mayor. Él era el único que me tocaba a mí de igual a igual y me chupaba y masturbaba, pero es que lo hacía sin recato con cualquiera. Aquel putiferio empezó a ser voz populi y un escándalo. Yo, después de mucho pensármelo, acudí al Pater del colegio en busca de ayuda y lo que encontré fue una tonante furia vestida de negro. Me llamó puta, me condenó al infierno por los siglos y concluyó que nadie tenía la culpa más que yo. Ni absolución, ni, naturalmente, hostias, yo era un invertido, pervertido, degenerado que era un peligro para todos los alumnos del colegio. Y ahí me encontré yo, ahora sí que sí, más solo e indefenso que nunca, sin donde acudir en busca de consuelo ni al menos cobijo.
Sucedió lo que tenía que suceder. A la semana me llamó el director a su despacho. No preguntó nada, no quiso saber, ni como, ni cuando, ni porqué, le asqueaba todo aquello y no me iba a expulsar del colegio en ese momento que estaba a punto de acabar el curso y no iba a decir nada a mis padres con la condición de que cuando llegase la solicitud del siguiente curso para hacerlo, no la firmase. Yo no volvería nunca allí y a él se le olvidaría.
En cuarto de Bachillerato se pasaba la reválida de cuarto una especie de examen recopilatorio de los cuatro primeros cursos. Había tres bloques, uno de letras, otro de ciencias y uno mas de matemáticas. Yo aprobé cuarto y me presentó el colegio como era lógico a examen de reválida. Las matemáticas nunca fueron mi fuerte y suspendí ese bloque. Debería presentarme el setiembre para ver de recuperarlo. De manera que me fui de vacaciones y se me olvidó por completo la admonición del director.
Y en aquellas vacaciones aprobé el examen de acceso a la Universidad popular del sexo más salvaje.
No recuerdo desde cuando me sentí seducido por el cine. La magia de una sala enorme llena de gente pendiente de un punto, ese altar sagrado de lo virtual en lo que poder abandonarse y sentir plenamente la emociones de lo que en la pantalla sucedía. Recuerdo perfectamente como reventé una butaca de los saltos que daba con la emoción de los piratas asaltando galeones y masacrando a los pobres marineros. Imposible olvidar esa cara de feroz pirata de Burt Lancaster con el cuchillo entre los dientes colgado de un cabo y abordando el barco, y ahí en uno de los saltos allá fue la butaca convertida en astillas. El cine me sigue apasionado y los hados para disciplinarme me emparejaron a una mujer que lo odia. Serán cosas del karma.
Retomando la memoria, llegó mi encanallamiento en el pajeo ajeno a tal límite que había días que no salía de los retretes en los recreos, y entre mis pajeos, los que iban a fumar y, desde mi actual experiencia, otros pajeos que no ejercía yo y que seguro existían, había unos servicios en la planta baja, cerca de las aulas, que más parecían un garito del Chicago de los 20 que los meaderos de un colegio. No me extraña que en el colegio fuese un clamor y tampoco me explico cómo los cuidadores (mandos les llamábamos) no ponían orden en aquellas orgias en las que lo único que faltaba era el alcohol. Ese servicio precisamente estaba en un ala del castillo de primitiva factura con muros de más de dos metros de espesor en los que se había abierto un hueco para instalar una ventana que diese ventilación. En el alféizar interior de la ventana cabíamos varios medio acostados desde donde los días de calor sofocante veíamos la explanada donde desfogabamos la energía en los recreos. No sabía yo el protagonismo que iba a tener esa ventana en mi historia.
Cuando, tras examinarme de la reválida vinieron mis padres a recogerme para las vacaciones de verano pensaba yo que a ver cómo me entretenía yo ese verano sin una polla que llevarme a la boca, y claro, la solución estaba en el cine.
Mi vida en vacaciones era levantarme tarde, cuando llegó el suspenso de la reválida, estudiar un poco para el examen de setiembre, luego, piscina, piscina y más piscina. Aquel verano recuerdo que no me quité el bañador más que para vestirme e ir al colegio a examinarme. Me avisaban para comer y a las cuatro y cuarto al cine de sesión doble continua de donde salía a eso de las nueve para volver a casa a cenar y acostarme.
Debo aclarar que el salvaje de mi padre era un contratista de obras de éxito, además de arquitecto y tenía mucha pasta. Vivíamos en un palacete enorme con todos sus avíos y entre ellos una piscina de las de aquellos tiempos con forma arriñonada.
Y llegó el día en que llevaba yo un tiempo en mi butaca, cuando un señor mayor (no tendría más de veinticinco años, pero para mis catorce, un señor mayor) se sentó a mi lado e inmediatamente comenzó a invadir mi territorio con su rodilla. Al principio me aparté pensando en una mala posición por su parte, pero cuando siguió moviéndose hasta volver a contactar mi rodilla, aguanté y entonces él apretó más con su pierna y yo hice fuerza para sostener el pulso. Dejó entonces de apretar y dejó caer su mano como involuntariamente sobre mi muslo. El corazón se me desbocó. Acababa de descubrir que el cine servía para algo más que para vivir aventuras desde una butaca, servía para experimentar físicamente las aventuras. Aquella primera ocasión fue rápido, hurgar la bragueta del colega de butaca, tocar, emocionado, una piel tersa, suave y caliente acariciarla unas cuantas veces utilizando para ello toda mi experiencia acumulada y sentir la mano humedecida por el líquido viscoso y caliente. El otro en cuanto terminé mi trabajo, atropelladamente se abrochó el pantalón y casi saltó sobre mí para huir más que marcharse. Me quedé cariacontecido porque esperaba una réplica por su parte; si, mientras yo le masturbaba el, a través de la ropa me magreaba. Creí que una vez acabase me dispensaria alguna atención y me fastidió. Al llegar a casa, me masturbé pero no extraje toda la satisfacción que esperaba.
Aquel verano un par de veces más toque carne ajena y me convencí que en el internado era mucho más sencillo que en la calle, tocar caliente, pero me propuse seguir intentando en otros cines. Supuse que si eso me había pasado en un cine de barrio, probando otros barrios más deprimidos, de peor nivel social quizá la moralidad no tan estricta como la de mi familia pudiera rendirme beneficios sexuales depravados. Fabulaba con que un chico mayor me pillaba en los servicios y me forzaba como lo hizo Riquelme y nunca los conseguí materializar. Y navegando por esas fantasías un día mi padre me llamó a su despacho y me puso por delante lo papeles para solicitar el quinto curso. Le dije a mi padre que ya no quería ir interno a ese colegio y por toda respuesta me ordenó "firma"
Y firmé. Bueno, quizá el director se olvidó, quizá el día que llegaba mi solicitud él no estaba, quizá, quizá, no sé, me dejé llevar, que fuese lo que tuviera que ser y me olvidé.
A primeros de septiembre me examinaba de la parte de la reválida suspensa. Me llevaron mis padres al colegio.
Y sucedió. Pero eso ya es otra historia diferente.

sábado, 30 de julio de 2022

CONSULTA

 

- Vaya por delante Leo, que he venido obligado. Condición de mi mujer para consentir que vuelva a casa. No creo yo que tenga nada que ver que haya tenido una aventura como para que la  psiquiatría sea la que de con la clave de porqué he tenido una aventura extramatrimonial.
- Venga Pedro. Tú cuéntame qué ha sucedido. Nos conocemos hace muchos años y nunca he sospechado que pudieras tener un problema de mi especialidad. Supongo que una mujer, la tuya en este caso, despechada al saberse engañada por su marido con una amiga, intente dar explicaciones de lo sucedido debido a patología psiquiátrica.
- Una aclaración, Leo - se quedó mirando a su compañero con una expresión neutra durante unos segundos. Se removió en el asiento y sin cambiar ni tono ni volumen lo soltó - una amiga, no, un amigo, Leo, un amigo íntimo.
- ¿Un amigo? - en la retórica pregunta de Leo se podía leer incredulidad, diversión, sorpresa y hasta regocijo - un amigo. Pedro nunca lo hubiera imaginado de tí. Nunca te vi el menor atisbo de homosexualidad..., bueno, supongo que en este caso de bisexualidad. Y, dime, algo ocasional, más serio. Joder tío no entiendo cómo se puede encontrar a otro tío para follar si no vas a locales al uso. ¿Tú vas?
En ese momento, Pedro, pensó en explayarse ya que acababa de salir del armario con su colega pero inmediatamente recordó aquel consejo de el inefable Kowalsky, amigo inseparable de su padre: "Nunca des información que no se te hayan pedido. La información es poder"  el tal amigo de su padre trabajaba con él en un sistema secreto de comunicaciones militares junto a la US Army y siempre sospechó que era un espía asignado a su padre para vigilarle y que no diese noticia a nadie de la famosa Red Territorial de Mando.
Aquel consejo siempre le resonaba en la memoria cada vez que tenía entre manos una revelación.
- Fui un par de veces, siendo un chaval asustado a ver qué se cocía allí. Pero no. Desde que me casé nunca más.
- Y entonces, ¿donde?
- Leo, ¿Tu sabes dónde conseguir alcohol en cualquier momento que lo necesites? para tí, simple, ¿no? - fue un golpe bajo, él sabía que Leo era alcohólico, pero le estaba jodiendo ya que empezase a apreciar morbo en sus preguntas - pues yo no tengo más que poner atención por la calle para encontrar lo que busco. Una mirada, un fugaz giro de cabeza, una estúpida parada en un escaparate junto a un roce inocente del propio paquete, y luego arrojo para el abordaje. Te expones, como me ha pasado ya, a que te den un corte - apreció en su mirada que le había afectado la pregunta sobre el alcohol y quiso darle un poco de cuartelillo para rebajar el ambiente - verás, hace un par de semanas estábamos en nuestro bar de referencia un par de amigos con sus mujeres y la mía naturalmente. Y sentí que alguien acariciaba mi nuca con su interés. Con todo el disimulo del mundo fui cambiando de postura hasta afrontar al que, del brazo de su novia, como a dos metros no paraba de marcarme. Le crucé mis pupilas con las suyas y nos lo dijimos todo en una milésima. Un rápido giro de ojos hacia la localización de los servicios y un pestañeo casi sugerido por parte de él y en menos de un minuto estábamos los dos caminando hacia los servicios. Dos urinarios, uno ocupado, y el chico que ocupa el libre. Yo simulo lavado de manos, mientras acaba el que estaba de más. Enseguida ocupo el urinario, una rápida mirada un señalamiento de la cabina y en treinta segundos ya tenía el semen del chico en la boca. Salimos como si nada, el chico muy satisfecho besó a su novia y pidieron otra ronda. Yo besé a la mía y continuamos departiendo. 
- Así de sencillo - contestó sorprendido Leo.
- Parece sencillo. Hay que estar muy seguro, por las dos partes, del lenguaje corporal, el hábito, los parpadeos y los pases de lengua por los labios. No todo el mundo se atreve. Hace falta cierta dosis de espíritu aventurero. Siempre hay un porcentaje de errores, hay que asumirlo y tener preparado un plan B por los patinazos.
- Pero, ¿puedes hacer correrse a un tío en treinta segundos? Y con el semen en la boca ¿que haces?
- Lo único que se puede hacer si has consentido que entre en tu boca. Tragartelo. Normalmente se le enseña al propietario su semen dentro de tu boca y sin dejar de mirarle a los ojos te lo tragas, luego abres la boca y se la vuelves a enseñar. Algunos están tan excitados cuando ven que te humillas y te tragas lo suyo que te escupen en la boca. Si no quieres que eso pase, cuando tragas no vuelves a enseñar boca, te levantas y te vas.
- Pero, ¿Porqué no lo escupes?
- En está actividad, como en cualquier otra actividad humana hay determinada ética. Si no te lo vas a tragar no dejes que entre en la boca. Admitirlo y luego escupirlo es como una bofetada sin manos, es decir, que asco de tí, no me ha gustado nada tú compañía. Cuando admites el polvo del otro en tu boca, te lo quedas tragandolo.
- O sea, verás - en las palabras de Leo había vacilación y cierta vergüenza - no quiero darte una impresión equivocada. Si tu me la mamases ahora, ¿dejarías que me corriera en tu boca. Te lo tragarías?
- Si esa situación se diera, Leo, intentaría hacer todo lo posible porque no fuera un polvo robado, como el del chaval del bar. Querría que fuese algo más relajado, que durase más tiempo y en esa tesitura no me tragaría tu lefa por la boca, porque preferiría que me echases el polvo en el culo. Lo que en nuestro argot se llama preñar, dejar el semen dentro de lo que entre los tíos podría asimilarse a un coño. Pero, claro, eso, ya se que no se daría nunca contigo que eres, hasta donde se, un heterosexual puro.
- Imagínate, que con esta conversación me ha entrado curiosidad por como será una relación sexual con otro tipo. ¿Que tendría que hacer?
- Empezar a pensar que eres lo que en nuestro mundillo se llama hetero curioso. El hetero curioso se limita a prestar su cuerpo para hacer con él lo que podría hacer con una mujer, pero con un hombre. Un hetero curioso no besa, hasta que le da curiosidad de cómo será la lengua de un tío. Un hetero curioso no cruza mirada de deseo, hasta que no le es suficiente con meterla por el culo sino que tiene que dejar bien claro quién manda en esa relación y eso se ordena con la mirada. Un hetero curioso no toca ni chupa polla hasta que llega un momento que se impone un sesenta y nueve y piensa que al fin y al cabo una polla no es más que un clítoris enorme.
Un hetero curioso es solo la denominación que damos al gay que no soporta la idea de serlo, pero tampoco soporta no relacionarse nunca con otro tío.
- ¿Tu crees que yo podría ser un hetero curioso?
- Se valiente, Leo, joder, me he abierto contigo. Dime qué quieres que te la chupe y yo te diré que quiero que me la claves en el culo. Incluso podemos hacer las dos cosas si nos damos tiempo.
- Está bien. Dile a tu mujer que pase.
Pedro se levantó, fue a la puerta, la abrió e invitó a su mujer a pasar a la consulta.
- Bueno, doctor, ¿Puedo tener esperanza de que mi marido reconduzca su camino?
- Muy buenas perspectivas. De verdad. Tendremos que tener terapia al menos una vez a la semana, aunque le he dicho a Pedro, que estaríamos más cómodos en la consulta de mi casa, lejos de los horarios que impone la sanidad pública - y dirigiéndose a Pedro terminó al tiempo que se levantaba del asiento dando por terminada la consulta - pasado mañana a las cinco de la tarde en mi consulta ¿te viene bien? No hará falta que venga usted, señora, necesitaremos al menos un par de horas para hacer la regresión.
Cuando Leo salía de detrás de su mesa echó el brazo sobre el hombro de Pedro acercándose a su espalda haciéndole sentir su dureza al tiempo que se dirigía a su mujer.
- Pedro es un buen compañero y creo que después de estas sesiones seremos algo más.
Pedro sonrió malévolo casi imperceptible apretando su cuerpo contra la dureza de Leo.
- Hasta pasado mañana, Pedro - cerró la puerta y se apoyó contra ella mientras se acariciaba su bulto.

domingo, 24 de julio de 2022

SIBLINGS

 

Cuando nació mi hermano, yo tenía año y medio. De repente todas las atenciones eran para Drew. Yo no llegaba al borde de la cuna, intentaba auparme agarrándome agarrandome fuerte pero no conseguía la ansiada dominada para mirar. A veces mi padre me veía y me ayudaba a atisbar. Y lo que veía no me parecía que fuese para tanto. Yo era mejor. Había aprendido a decir papá y mamá y tata que no se que quería decir pero mis padres lo celebraban mucho. Mi hermano en la cuna no hacía nada. Ni lloraba y sin embargo todos le prestaban una atención sin igual. Yo había dejado de usar pañales justo un mes antes de que trajeran al hermano a casa y mi madre se pusiera mala por esas fechas. Me hizo ilusión que se le pusieran las tetas gordas, quizá me dejase volver a chupar de ese trozo de carne duro y caliente. Eso lo echaba de menos. Pero no. Las tetas eran para el niño que trajeron a mi casa, mi hermano. Me produjo tanta desazón que todos, hasta la tía Carmen, se olvidarán de mí que volví a mearme y tuvieron que volver a ponerme pañales como el recién llegado. 
Recuerdo un día que estaba mi madre vistiendo a Drew sobre la cama. Yo me colé en primera fila a mirar y me sorprendió la picha tan grande y tiesa que tenía y de pronto ese trozo de carne blanca empezó a soltar un chorro de pis que fue a darme en toda la cara. Mientras reía a gusto y mi madre gritaba alarmada por el desavio yo paladeaba la orina de mi hermano que estaba saladita. Me encantó. Desde aquel día buscaba el momento en que pudiera pescar algo de su orina. Empezaba mi tendencia depravada. Por cierto, me pusieron Jerónimo, por un tío mío, pero para todos hizo fortuna, Jero.
Los fines de semana venían a casa las hermanas de mamá y con ellas, mi primo Rubén. Yo estaba crónicamente cabreado por no recibir las atenciones que recibía habitualmente. Rubén tendría unos siete años y hacía mucho conmigo. Uno de los finde que vino, se celebraba algo que yo no sé que era, pero había tarta y jolgorio. En medio de la barahúnda Rubén me dijo que le acompañara a hacer pis. Me hizo ilusión. Lo que tuviera que ver con la picha y la orina me llamaba extraordinariamente la atención. Di palmas y todo y Rubén me cogió de la mano y fuimos al váter. Con la edad de mi primo llegaba bien. Se bajó pantalón y calzoncillos hasta los tobillos y la picha que parecía dura se remataba por dos bolas pequeñas. Tenía la punta cerrada así que hizo algo que me sorprendió. Luego lo hice yo y me gustó. Se tiró para atrás del pellejo y apareció como una cabecita rosa fuerte. Y empezó a orinar. No me lo pensé dos veces, acerqué la boca, saqué la lengua y recibí el chorro. Estaba salado también, como el de mi hermano. Rubén me preguntó que si me gustaba, le dije que si con la cabeza y sin encomendarse ni a dios ni al diablo me metió la picha en la boca. Me atragantó la orina, me entraron muchas arcadas y vomité. En ese momento irrumpió mi madre en el cuarto de baño y como una loca nos increpó por las porquerías que hacíamos. Yo al parecer estaba libre de culpa, por la edad y toda la bronca se la llevó Rubén que era ya muy mayor en palabras de mis tías. Se llevó el correspondiente pescozón de su padre y a mi que estaba de meaos y vomito hasta la bandera me metió mi madre directamente al baño.
Nunca lo había contado, pero cuando le vi a mi tío Jerónimo la ferretería que llevaba en la polla (ver entrada: Tatoo) solo podía pensar en cómo le saldría el chorro con el piercing príncipe del capullo.
Mira que a mi edad, aunque corta, había visitado urinarios y había bebido orina de gente, pero nunca había puesto la boca en una polla con ferralla. Una vez en el viaje de fin de curso que hicimos a Madrid estuve en los servicios de la Puerta del Sol. De esto hace años ya. Yo debía tener doce años, quizá ya trece. Me puse al lado de un tipo raro, con barba y calvo que tenía un rabo tremendo, una anilla en la base, de donde le salían los huevos y un chorro más tremendo aún. Le miré a la cara descaradamente, y cuando conseguí su atención, dirigí la mirada a mi picha puse la mano en el chorro, recogí algo y me lo llevé a la boca. El tío raro se sonrió y dijo algo de depravado y vicioso. Cortó su chorro como por arte de magia, me tomó violentamente del cuello y me metió la cabeza en la taza donde estaba meando él. A continuación siguió meando pero en mi cabeza. Yo también seguí meando pero en el suelo. Me dijo que bebiese de la taza del urinario y que luego le limpiarse el capullo. Ya estaba yo de por sí excitado con el sometimiento al que me obligó y encima el olor, el sitio donde tenía la cabeza y el chorro cayéndome en la cabeza que cuando me metió el capullo en la boca sin querer me corrí. El cabrón se dió cuenta y me dijo que él también. Me atragantó de forma parecida a como lo hizo Rubén años atrás y antes de que me diese cuenta se me llenó la boca de otra cosa que no era orina. Me tapó la nariz el fulano y me dijo que tragase. Me lo tragué, él se guardó su polla y se fue. Yo como pude me lavé la cabeza y la cara y al salir todos me dijeron que si tenía cagalera. Yo estaba flotando. Me había tragado el primer polvo de mi primera mamada propiamente dicha, porque lo de Rubén nunca lo consideré una felación en regla.
Pero bueno, me he ido por las ramas. Yo con añito y medio y un hermano mamón ya era adicto a la lluvia dorada, aunque no supiera que los mayores la llamaban así para evitar el tabú de mentar caca, pis o leche de polla, que siempre es de muy mala educación y propio de gente que no tiene cuna. 
Cuando mi hermano, Drew, que no se si lo había dicho, tenía año y medio, a mi me debieron castigar por lo del pis (me volvía loco mearme encima si estaba vestido y cuando lo hacía se me ponía la cola muy dura y lo disfrutaba) porque mi madre cada vez que meaba los pantalones le gritaba a mi padre y entonces él me bajaba el pantalón y me daba en el culo con la palma de la mano, lo que si bien me dolía añadía dureza a mi cola. Está bien, me castigaron y me echaron de la casa para llevarme a otra casa donde otros padres cabreados con sus hijos también los llevaban. Yo debí asumir que esa era mi pena por mearme cuando no debía y me dejé llevar. Muchos niños y niñas lloraban alarmados por el abandono pero al poco todos nos olvidamos y empezamos a conocernos. Con las niñas, que tanto me llamaban la atención, no me llevaba porque no me dejaban ver cómo tenían la cola y se mostraban despectivas. Con los niños si. Nos abrazabamos y nos enseñabamos lo que fuera preciso. Me llamó la atención un niño, con el pelo rojo, muy blanco de piel y la cara llena de pecas. En seguida me arrimé. Tenía una mirada que hoy se que era perversa y simpática a la vez. Le reían los ojos enmarcados por esas pestañas espesas y rojas. Me enamoró. Le seguía donde el fuese. Creo que era algo mayor que yo. Le preguntaba cosas o le decía otras y el solo me abrazaba y fruncía sus ojos trasparentes. Hasta que una mujer que había por allí me dijo que Jonás, que así se llamaba era escocés, ni idea de lo que era eso, y que no entendía nuestra forma de hablar. Lo tomé en consideración y desde entonces solo le hacía señas. A media mañana la mujer mayor que había preguntó que qué niños querían hacer pis. Levantamos la mano los siete u ocho que habíamos y nos mandó de dos en dos al cuarto de baño que tenía dos urinarios a nuestra altura. Me quedé hipnotizado con el tamaño del rabo de Jonás, era por lo menos el doble de largo que el mío y grueso en relación. Además no tenía pellejo en la punta, solo la cabeza rosa fuerte de la que salía el chorro. No me lo pensé, metí la mano y me mojé. Él no pareció inmutarse, dijo algo que no entendí y como yo tenía el pantaloncito también desabrochado el pudo meter una mano por la cinturilla del pantalón y el calzoncillo buscándome la raja del culo. Esa sensación era nueva y me produjo tan impresión de bienestar que me acerqué más a él para darle facilidades. Me encontró con sus deditos el ano y empezó a trabajarmelo. Me derretía de gusto y deseaba que me metiese un dedo dentro. En un momento de delirio, me agaché y busqué su chorro con la boca. Fue la consumación de nuestra relación, Jonás en ese momento me metió un dedito en el ano y creí morir de placer. Y en ese momento crucial escuchamos venir chillando a la mujer mayor que parecía decir que no se explicaba porque tardabamos tanto. Abrió la puerta de golpe y nos pilló a los dos terminando de abrocharnos los pantalones. Se le cambió el tono de voz y muy condescendiente nos anunció que es que éramos muy pequeños, lo que nos absolvió de cualquier otra culpa. Cuando volvíamos a nuestro sitio, Jonás me dijo algo al oído mientras me abrazaba y luego me dio muchos besos. Desde aquel bendito día ya no nos separamos. La mujer mayor que estaba a nuestro cargo les dijo a nuestras madres que habíamos hecho muy buenas migas, que éramos inseparables, y ellas se hicieron amigas. De esa forma no solo estábamos juntos en la guardería sino que o yo estaba en su casa o él en la mía. Aprendimos una especie de híbrido de los dos idiomas y enseguida nos entendimos, con la ventaja de que nadie acertaba a entender lo que nos deciamos. Jonás vivía con su madre en una casa con jardín y su padre a veces iba a verlos. Se llevaba a Jonás a otra casa que tenían y a veces yo me iba con ellos.
En una de esas ocasiones, el padre de Jonás recibió a una mujer en su casa y se metió con ella en su dormitorio, tendrían sueño los dos y Jonás y yo nos quedamos solos jugando. Le dije que porqué no íbamos a hacer pis y él me contestó entusiasmado que si. Estábamos solos y el padre de Jonás en el dormitorio con la puerta cerrada. Nos metimos en el cuarto de baño y nos desnudamos. Fue la experiencia más alucinante. Nunca había estado desnudo delante de nadie que no fuera mi madre. Verme desnudo delante de Jonás, desnudo también hizo que la cola se me pusiera tiesa y dura, lo que me impulsó, como si fuera la cosa más natural del mundo a palpar la cola de mi amigo. La agarré en mi mano. Era gruesa, dura y elástica, caliente y palpitante. Le sopesé los huevos y se estremeció lo que le llevó a tocarme a mí y a renglón seguido abrazarme haciéndome sentir su sexo contra mi cuerpo. Al abrazarme fue descendiendo las manos hasta dar la raja del culo y luego el ano. En esta ocasión no intentó probar, me metió directamente un dedo dentro y yo no pude reprimir un gemido de sorpresa y placer. Yo también le busqué el ano pero él se defendió, me dejó bien claro que a él no le gustaba que le metieran nada. Finalmente me dijo que quería mearme en la boca. Nos metimos en la bañera y por primera vez en mi vida supe lo que era estar sumiso a los pies de otro humillandome con su orina. Era sencillamente feliz viéndome a merced de Jonás y no sé porque vericuetos del inconsciente, subconsciente o infrayo supe que debería inclinarme y chuparle los pies mientras me meaba la espalda. Después de un rato, que ya había terminado de orinarme me hizo levantar y me metió su cola dura en la boca. Chupé como cuando mamaba de mi madre hasta un punto en que Jonás me agarró la cabeza con fuerza y se estremeció y gimió muy fuerte. Luego se le quitó la dureza de la cola y me dijo que teníamos que vestirnos ya. Me sequé con una toalla y me vestí. Sin parar de mirar y arrimarme a Jonás que a duras penas me lo consentía. Le pregunté si iba a querer volver a hacerlo otro día y me dijo que lo estaba deseando ya. Eso me llenó de esperanza y emoción. Esperaría a que su padre se lo llevase a la otra casa para irme con él y poder chuparle los pies mientras me meaba, quizá algún día hasta quería hacerme caca encima. Y solo pensarlo me provocaba una dureza en la cola que hasta me dolía.
Al año siguiente ya con cuatro años largos al volver a la guardería busqué ansioso al pelirrojo, pero no estaba. Y al día siguiente, y al otro y al otro, hasta que le pregunté a la mujer que nos cuidaba, por Jonás. Resulta que Jonás se había marchado con su padre durante ese curso muy lejos por el trabajo, porque su madre estaba muy enferma y no podía hacerse cargo de él.
Se me hundió el mundo. Estuve medio vagando, como ausente, echándole mucho de menos, hasta que un día en casa que mi madre nos dejó bañando a los dos solos, Drew y yo, para atender a alguien en la puerta. 
La bañera tenía poca agua y Drew se puso en pie y empezó a orinar. Yo me interpuse en el chorro y bebí su orina, él se rió, le hizo gracia y empezó a regarme con su pis, yo me puse de rodillas, agaché la cabeza, quité el tapón de la bañera y empecé a chuparle los pies a mi hermano, que dejó de reír y empezó a gemir de gusto. Le pregunté si le gustaba, me dijo que mucho y me alcé y me metí su cola en la boca y su naturaleza reaccionó. Me agarró la cabeza y me hundió su colita tiesa en la boca. Me atragantó y me retiré y en ese momento llegó mi madre que se enfadó por haber quitado el tapón a la bañera y remató sacándonos y vistiendonos. Cuando volvimos a quedarnos solos le dije si le había gustado y me dijo que yo era un guarro, pero que sí. Me alegró la vida que me llamara guarro. Pero no volví a tener ocasión de gozar con Drew porque mis padres se separaron siempre estábamos o en una casa o en otra y no teníamos forma de coincidir para volver a hacerlo. Luego, al parecer, Drew tenía necesidades educativas especiales y cerca de dónde vivía mi padre había un colegio adecuado. Total, me veía muy poco con mi hermano.
Hasta que no tuve nueve años, en el colegio, no tuve oportunidad de cumplir con mis deseos guarros. Creía que todo estaba olvidado hasta que coincidí un día en los urinarios con uno de los mayores. Felipe era espigado, catorce años, pelo rapado y cara de sinvergüenza, lo que en realidad me excitaba. Para ser sinceros, creo que fui yo quien le provocó a él. Bueno no sé. El caso es que, casi al final de curso, cuando ya nadie va al colegio, después del último recreo, veo que Felipe, acalorado, sudoroso de jugar al balón con otros tres que se despiden se dirige a los servicios  del patio y allá que voy yo detrás. Cuando entré el estaba desabrochandose el vaquero para sacársela y me puse en el urinario de al lado. Me reprochó que tuviera que ponerme justo al lado y yo le contesté mirándole a la polla con descaro inocente que no llevaba calzoncillos. Fue decirle eso y empezar a crecerle el rabo y a renglón seguido, crecer el mío que le acababa de sacar para hacer pis. Con su rabo tieso y todo empezó a orinar y yo a hipnotizarme con su fuerza y su olor a váter sucio. Me preguntó sonriendo si me gustaba su rabo y le dije que me gustaba meando. Me tomó mi mano izquierda y me la llevó a su polla y automáticamente me sentí autorizado a prestar mi boca. Me agaché y apunté el chorro, metiendo la cabeza en el urinario a mi boca. Él durante un segundo intentó impedirmelo hasta que comprendió el morbo que me movía y entonces me empujó la cabeza hasta el fondo del urinario y siguió orinando sobre mi cabeza. Mientras me decía que era un vicioso, un demonio de lujuria y que merecía algo más. Y en ese instante, cuando me estaba empujando para obligarme a arrodillarme y chuparle sus deportivas una voz a nuestras espaldas nos sobresaltó. Era Crescencio el bedel. Crescencio tendría, yo no sé, a mis nueve años todos los mayores de quince son viejos, tendría entre cuarenta y cincuenta, aunque podrían ser treinta y cinco. Da igual, el caso es que Crescencio fue a la puerta del servicio y la cerró con llave. Le afeó que se lo hiciera con chicos tan pequeños aunque dijo que le había puesto a tope el numerito de la orina en la cabeza. Luego se dirigió a mi para decirme que en unos años más tomase nota de cual iba a ser mi destino. Felipe sin que nadie le dijese nada, se sacó el pantalón y la camiseta y se quedó desnudo, se apoyó contra el urinario donde me había metido la cabeza y separó las piernas. Crescencio se abrió la bragueta y dejó salir lo que a mí me pareció una monstruosidad de gordura. Tenía aspecto de estar dura. Me dijo a mí sí quería catarla con la boca porque si la cataba por el culo me reventaría y me lancé. ¡Que sensación más increíble sentir la boca llena de carne suave! Me cabía el capullo pero deseaba que me entrase entera. Después de eso me dijo que hiciese lo mismo con el culo de Felipe, que le diese bien de saliva para que entrase mejor. Felipe con voz temerosa rogaba que se lo hiciese despacito. Al acercar la cara al ano del chico percibí el olor a ese sudor especial de cuando se corre mucho o se hace mucho ejercicio entreverado de un sutil olor a mierda. Me enardeció. Metí la boca con fuerza y saqué la lengua. El sabor levemente amargo me excitaba y procuraba que la lengua taladrase. El agujero lo tenía Felipe bastante abierto y sentir como entraba me hacía marear de placer hasta que Crescencio me retiró con cajas destempladas diciendo que le tocaba a él. Vi, estando de rodillas, como apuntaba el capullo al ano hundiéndose en el cuerpo. Con un quejido, no supe determinar si de placer o dolor, el chico dijo que toda y el bedel con un golpe seco de cadera entró totalmente en el culo. Me quedé absorto mirando la magia de ver desaparecer esa cantidad de carne dentro de otra carne. Deseé que alguna vez el culo fuera mío. Felipe dió un grito cohibido y Crescencio le mandó callar llamándome puta. Le agarró por los pelos le echó la cabeza atrás y empezó a bombear, cada vez más rápido, con la misma velocidad que se producían los jadeos y gemidos de Felipe, hasta que con un último y brutal golpe de caderas Crescencio se quedó muy quieto haciendo como que intentaban  metérsela aún más. Luego me dijo que me acercara al culo del chaval a recoger la miel más dulce que él le acababa de regalar. El ano estaba muy abierto y salía de dentro una cosa, como pus, blanquecino. No me atrevía a meter la boca hasta que el bedel me empujó con violencia la cabeza diciéndome que me comiera lo que salía. Salía lo que él le había dejado más lo que Felipe ya tenía y mi boca estaba ahí. Pero la violencia de la escena, el bedel insultandome llamándome perra guarra y empujandome con tanta intensidad al culo de Felipe que se masturbaba furiosamente hizo que me entregase. Me acordé de cuando pensé que quizá algún día Jonás me cagase y supe que ese era el momento y no iba a ser en la espalda, iba a ser en la boca. Estaba a veces amargo y a veces grumoso dulzón soso. Me entregué a consumirlo todo, notando que mi cola cada vez estaba más dura y con ganas de atención. De pronto Felipe se volvió hacia mi, me metió su rabo en la boca y se vació dentro. Me sentí pleno y realizado. Yo quería que Crescencio me la metiera a mi en el culo. Cuando Felipe terminó, el bedel le echó el brazo por el hombro y le dijo que cada vez estaba más abierto y Felipe le preguntó por el puño. El otro le dijo que tranquilidad que todo llegaría a su tiempo y que el nuevo que se había buscado, por mi, iba a dar mucho juego. Nos adencetamos después de lo hecho, Crescencio abrió y nos fuimos.
Mientras iba para casa fui rememorando lo sucedido y volví a ponerme muy duro. Veía los embates del bedel contra el cuerpo de Felipe y me cambiaba en mi imaginación, me veía sintiendo el dolor de ser violentado y más duro me ponía. Después de todo yo no me había masturbado y estaba fuera de mi. Estaba deseando llegar a mi casa para contárselo a mi hermano. Drew tenía cerca de los ocho. Cada noche que se encontraba nervioso o disgustado se metía en mi cama y se rozaba desnudo conmigo. A veces sin abrir la boca me empujaba la cabeza a su entrepierna para que le chupase. Estaba seguro que en cuanto se lo contaste todo iba a querer que le hiciese lo del culo. Se lo conté todo durante la siesta y se excitó mucho y como yo me imaginaba quería el beso negro. Me hizo acompañarle al cuarto de baño para, como hacíamos desde siempre, mearme en la boca solo que en esta ocasión me dijo que era más guarro de lo que él creía y que después de mear tenía que cagar. En lugar de sentarse en la taza se puso en cuclillas y me exigió que recogiese el zurullo con las manos. Me entró una gran inquietud, como si tuviese que cruzar un precipicio por un cable. Era vértigo deseable. Se puso cara a la cisterna para darme espacio para recoger su mierda según salía. Era emocionante ver cómo se le abría el ano hasta quedar imposiblemente abierto y un cilindro de mierda comenzó a salir. Según salía lo iba recogiendo con las manos y deseando que me obligase a llevarmelo a la boca. Temblaba de miedo ante la orden. Cuando me dijo que lo lamiera me mareé y creía que me correría. Cuando me dijo que le limpiará el culo y cogí el papel me dijo que lo soltara. Que le limpiará con la lengua. Se lo había hecho a Felipe y él era mi hermano. Quería masturbarse mientras yo le comía el culo sucio. Con la lengua sabiendo a mierda no tuve más que sacudirme unas pocas veces la picha para sentir el gusto. Drew me dijo que le había encantado, ya siempre que tuviese que cagar me llamaría. Le puse alguna objeción pero me dijo que era un guarro y que me gustaban esas porquerías. Que mi hermano pequeño me ordenase y sujetase a su voluntad me hacía sentir feliz. Hubiese querido una bofetada o una patada para dejar clara su postura, pero tendría que pasar algo de tiempo para hacerse mi máster y yo convertirme en su esclavo 24/7.

jueves, 21 de julio de 2022

TATOO

 

- ¡Tío, por favor! convence a tu hermana. Tengo ya quince años, joder, yo creo que ya puedo decidir sobre mi cuerpo. Además solo quiero uno pequeñito y donde no se vea.
- Yo, sabes que no soy santo de devoción de tu madre, y falta que yo intente convencerla para que se encone más y no te lo permita. En menos de tres años eres mayor de edad y te lo haces.
- Todos mis amigos tienen uno y el David, dos, ¡joder! y yo, como un crío. Se cachondean de mi. Tú tienes uno que me lo ha dicho mi madre. ¡Convéncela! por favor.
- Si tengo uno y a la postre causa de mi separación. En realidad fue el detonante de que nos separaramos.
- Nunca me lo has enseñado.
- Ni el piercing tampoco. No están en un sitio digamos muy visible.
- ¿Tienes un piercing? Yo quiero uno en un pezón pero mi madre por poco me mata. Se puso como loca, no entendía porqué.
- Mi hermana tiene mala experiencia. El piercing me lo hice con tu padre en un finde de juerga al poco de casarse. Tú tendrías no más de dos años. Teníamos tal tajada que hicimos unas cuantas locuras y entre ellas el piercing.
- Yo a mi padre en la piscina nunca le he visto un piercing. Ni siquiera en la lengua, que alguna vez se lo habría visto..., espera, tío, no. No puede ser. Lo tiene..., ¿Ahí? Y tú también. Pero, ¿dónde?
- Tu padre se hizo un frenum y yo un Ampallang. Supongo que yo estaba más borracho que él.
- Y eso ¿Que es, os dolió mucho?
- Lo de tu padre no fue tanto. Es una barra que atraviesa el frenillo de lado a lado. Yo me lo hice, ya después, precisamente cuando el tatuaje y la verdad es que me cicatrizó rápido y prácticamente no me dolió. El mío, el Ampallang me tardó tres meses en curar. Tres meses sin follar, y si, si me dolió. Lo cierto es que ahora da mucho morbo, junto con los otros.
- ¿Otros, tienes más?
- Si, tres más. Dos Didoe y un Príncipe Alberto.
- ¡Joder, tío! Enseñamelos por favor, enseñamelos. Y el tatuaje, ¿Que es? ¿Dónde lo tienes?
- Mira Jero, ¿sabes que te llamas así por mí? Soy tu padrino. Jerónimo. Tienes quince años para dieciséis y no sé cómo vas a llevar empaparte de lo que te voy a enseñar. Y tengo aún un piercing más del que no tiene noticia nadie. Uno anal.
Jero se le cambió la cara. De pronto la faz de crío al que todo le emociona y todo le parece bien se demudó. El semblante jaranero de adolescente se trocó en oscuridad y dureza.
- Anal, ¿Como?
- Cómo el de los ombligos. En uno de los márgenes abarcando el músculo orbicular externo, que al fin y al cabo se hace incompetente en un momento. 
- Entonces, ¿Que pasa, que se te cae la mierda?
- No Jero. Hay dos músculos que impiden que se salga, el externo que se puede volver incompetente y el interno que es el que siempre funciona y entre uno y otro un trocito de unos dos centímetros, el canal anal.
- ¿Y cuando cagas? ¡joder, con la conversación!
- Después de cagar, bidé o toallitas húmedas y listo. Hay que conservar la higiene.
- Menos mal que no te tienen que dar por el culo porque pobre polla toda despellejada.
- Si túvieran que follarme..., o, cuando me follan. ¿Tú que sabes de mi vida? Piénsalo. Me lo quito. Tiene un clip, es fácil, quitárselo y ponérselo. El morbo que le da a tu pareja vertelo a veces le anima a dar un lengüetazo.
- ¿En el culo? Joder, tío. ¿Que tía le chupa el culo a un tío?
- Muchas y más tíos. ¿O es que ni por curiosidad has visto nunca porno gay?
El chico se quedó callado y humilló la mirada, cómo sintiéndose cogido en falta.
- Pero fue solo una vez. Con el primo que me dijo que la viéramos y no supe decirle que no.
- ¿Y qué? Os pajeásteis ¿Verdad?
- Te lo ha dicho el primo. Será maricón. Él me la chupó. Me dijo que no pasaba nada que todas las bocas son iguales.
- Y tu a él. Me juego el bigote a que tú también. Aunque solo fuese por no parecer un retrógrado.
- ¡Joder, de verdad, tío! Ya está bien - Jero empañó los ojos de lágrimas. 
- Venga, Jero ya está. Mira. Te voy a enseñar mi tatuaje. Los piercings otro día. Te prometo que intentaré convencer a mi hermana de lo de tu tatoo.
Jerónimo empezó a desabrocharse el pantalón y se lo bajó hasta los tobillos. El chico puso cara de sorpresa y se levantó como un resorte del asiento 
- Tranquilo, chico, que no me la voy a sacar. Pero es que el tatuaje lo tengo aquí, en la ingle y para que lo veas bien tengo que exponerlo bien, mira - Jerónimo se bajó el calzoncillo justo hasta el arranque del pene para que pudiera verse en todo su esplendor el tatuaje.
- Tío, es el sol, ¿No? Pero que tiene dentro un ojo mira adelante y el otro de lado - Jero acercó su dedo índice al centro del tatuaje y apoyándolo débilmente en la piel dibujó el perfil de la luna que estaba insertado en la cara del sol.
- Jero, por favor, hijo, quita ese dedo de ahí, está demasiado cerca de dónde no debería estar. Y creo que lo puedes comprobar a simple vista - el chico se quedó mirando con sorpresa el calzoncillo de su tío que crecía a una velocidad respetable y quiso cambiar el tema.
- Y ese tatuaje - retiró su dedo a gran velocidad - porqué tiene ese perfil dentro del sol.
- Es el sol y la luna, Jero.
- ¿Y eso, porqué?
- Ya eres mayorcito para saberlo. Soy bisexual, Jero.
- ¿Bisexual? Y eso significa...
- Que me gustan sexualmente tanto las mujeres como los hombres.
- Entonces, ahora lo comprendo todo. Has follado con tíos.
- Últimamente más que con chicas. Los coños que por tu edad tendrás a tu alcance son realmente apetecibles. Los que por mi edad podrían estar a mi alcance, son para follarlos, no para meter la boca. Y yo soy bocón, me gusta follar con la boca y para eso una polla es mucho más apetecible. Tú lo sabes que ya te ha entrado una en la boca. Dando estás explicaciones el pene de Jerónimo continuó creciendo hasta asomar medio capullo exhibiendo orgulloso su Príncipe Alberto. 
- Mira, ya sabes otra cosa, esto es un Príncipe. Entra por el agujero de mear y sale por el frenillo y si bajas un poco el elástico del calzoncillo..., Vamos, lo estás deseando, baja un poco el elástico y verás el Ampallang y los didoe.
Jero, tragaba saliva y de forma completamente refleja se llevó la mano a la bragueta y se manoseó.
- Lo ves, chico. Te estás empalmando. Bajame ya el calzoncillo y date el gustazo de ver lo que quieres.
- Bajatelo tu, tío Jerónimo - el chico empezaba a transpirar aunque no hacía calor - es tuyo. A mi me da igual.
- Te da igual - empezó a decir Jerónimo subiéndose el elástico y recogiéndose los pantalones de los tobillos - pero tú te has empalmado. Dime qué es mentira - y diciendolo su mano como el rayo se lanzó a la bragueta del sobrino y agarró el trozo de carne dura, dio un par de halones y soltó - que soy muy viejo ya para ti y me he fijado en miles de braguetas. Y la tuya me dice que le encantaría estar abierta dejando al pájaro suelto. Anda. Ya has visto más de lo que te correspondía, el tatoo y el príncipe y no has visto más porque no has querido.
- Tío. ¿Te la han metido por el culo?
- Muchas veces, y para mi gusto, menos de las que me deberían haber metido. Sobre todo con vuestras edades, las de tu primo y la tuya, que tuve oportunidad de dilatarme entonces y por cortedad, miedo o vergüenza o un mix de todo me eché para atrás.
- Eres maricón, entonces 
- ¿Qué coño es ser maricón? Tu también lo serás porque te has metido una polla en la boca y además te acabas de empalmar viéndome el capullo.
- Pero nadie me la ha metido por el culo.
- Date tiempo y a ver, porque por lo que yo he podido observar tienes muchas papeletas.
- El culo es para cagar. Eso es lo natural.
- Y la polla para mear. Y el tiempo que no los usas, ¿Podríamos encontrarle otra utilidad? De hecho se la encontramos. Hay más culos follados que pelos en la cabeza.
- Pero eso tiene que doler una barbaridad. La dirección es de dentro hacia afuera.
- En las mujeres la vagina es de fuera adentro y a veces de dentro afuera con un tamaño que te cagas. El ano se dilata en las dos direcciones y las dos pueden ser placenteras. A mi me desvirgó un hombre ya cincuentón cuando yo tenía diecinueve. No sé ni cómo me fui con él. Era fortachón con bigote y tenía una mirada penetrante y diría que hasta violenta y me subyugó. Tenía como magnetismo. Me fijó con la mirada. Estábamos en un bar de carretera, iba yo a la uni y me había parado a tomar algo. Estaba atardeciendo ya.
- Pero antes de eso, ¿Tú habías tenido ya algún rollo con alguien?
- Con amigos de la pandilla, siempre con borrachera por medio y amnesia matutina por parte de los dos. Nada importante, mamadas mutuas, pajitas y poco más. Salvo uno que amanecimos en el coche solos los dos a la mañana siguiente, no era habitual de la pandilla, que le pregunté que qué había pasado la noche anterior y me contestó que me dejase de hostias que la mamaba muy bien y le jodió que apartase la boca cuando se corrió. Que mi polvo fue directamente a su estómago y que si había próxima vez me iba a amarrar la cabeza y atragantarme de leche. Quedamos para esa noche en un motel y echamos el polvo de mi vida, la primera vez que tragué leche. Y él también se la volvió a tragar, le gustaba y yo le cogí el gusto. Tú le conoces, alguna vez estaba aquí cuando tú has venido; Rosendo. No perdimos el contacto y seguimos follando, sin rollos emocionales ni compromisos. Es lo que más me gusta de follar con un tío.
- El Rosendo ese si me acuerdo. Imposible olvidar las miradas que me echa, y eso que no le habré visto más que un par de veces. Bueno, tío Jero. El camionero. Cuenta.
- Estás que te corres, eh, canalla. Estás babeando - se echó a reír feliz con su ocurrencia - se te nota el empalme y seguro que si te la sacas está destilando precum.
- No te vayas por las ramas, tío - se sonrió condescendiente mirándole de forma cómplice - y dime cómo fue lo del camionero.
- Yo no he dicho que fuera camionero.
- ¿No lo era? En un bar de carretera, fortachón con bigote he deducido que era camionero.
- Si. Era grandote, con una camisa de leñador, lo típico, abierta hasta casi el ombligo enseñando una mata de pelo negro abundante. Brazos morenos y potentes y algo de barriga. Me clavó la mirada, me hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera. Y no se porqué, le seguí, temblando, con la polla que me saltaba las costuras del vaquero. Tenía la respiración acelerada pero no podía evitar seguirle un par de pasos detrás. Es la sensación más emocionante que he sentido nunca. Entró en el servicio y yo detrás. Se fue a uno de los urinarios y yo me detuve nada más entrar, como paralizado, el corazón en la boca. Giro el hombre la cabeza y volvió a ordenarme, porque ese movimiento de cabeza era una orden en toda regla. Me encantaba que me lo hiciese, me encantaba obedecerle, me daba placer obedecerle. No conocía hasta ese momento esa emoción. Me puse en el urinario de al lado y me saqué la picha para mear. El la tenía fuera, morcillona y meando. Un chorro grueso y fuerte. Me cogió la mano más cerca de él y me la llevo a su polla. Se la sujeté y él me llevó la mano al chorro y me dijo que le cogiera el capullo y me empapase la mano de su orina. "Para que te mee en la boca me lo tienes que rogar, perra"  Creí que me corría de gusto allí mismo. Nunca se me habría ocurrido que alguien pudiera mearme en la boca, ¡Que asco! pero en esa situación el asco se me cambió por deseo de que se materializase. Deseé en ese instante que me empapase de su orina. Cuando acabó de orinar se la guardó y se limitó a decir "Sígueme guarra"  efectivamente, lo era, me producía placer considerarme una guarra y que él me lo recordase. Le seguí y llegamos a un Mack enorme. Abrió el camión subió y me ordenó que le siguiera. Subí al camión muy nervioso. Dentro de la cabina podía hacerme lo que quisiera y barajar la opción de que quisiera hacerme daño me excitaba aún más. Deseaba entregarme a aquel tío.
Jerónimo con el relato no se había dado cuenta de que su sobrino se había desabrochado el botón del pantalón y con la mano metida por dentro de la ropa interior se acariciaba la polla.
- Te la puedes sacar si quieres. Estarás más cómodo, a mi no me va a importar.
- No, déjalo, así estoy bien - le contestó sacándose la mano de la entrepierna - sigue, ¿Que pasó en la cabina, te trató peor aún?
- Descorrió una cortina a espaldas de los asientos y detrás había una cama. Me hizo pasar y me ordenó que me quitase la camisa. Se me quedó mirando y me pellizcó los pezones. Me dolió y me quejé intentando eludir el castigo y me calzó una hostia que me hizo saber de qué iba aquello. Me sometí no por miedo, me escocía la bofetada pero la polla no podía estar más dura. Me excitaba que me pegase, no lo entendía. Siguió pellizcandome los pezones, yo estaba encogido intentando minimizar el castigo y empecé a llorar, "La perra tiene mucha pena" me soltó los pellizcos y me cogió con las manazas la cara, se acercó a mí con la boca abierta, sacó la lengua y me lamió las lágrimas. Eso me excitó sobremanera y le eché mano el paquete. Me la apartó de un manotazo y me dijo que yo tenía que hacer lo que él me dejase hacer. Se sacó la polla y me dijo que abriera la boca, me escupió dentro y me dijo que ese era mi premio, luego me cogió la cabeza y me clavó la polla en la boca. Me atragantó, las náuseas no paraban, yo seguía echando lágrimas pero no era pena lo que tenía, estaba a punto de correrme. No he vuelto a sentir tanto placer nunca. Cuando se cansó de destrozarme la garganta, él mismo me arrancó prácticamente el pantalón y el calzoncillo no me lo quitó me lo rasgó con su manazas en la parte del culo. Supe que me iba a reventar, tenía una polla respetable, pero estaba tan excitado que estaba dispuesto a resistir lo que fuera. Me daba igual que me rajase o me reventase: lo deseaba. Temblaba de miedo y deseo a la vez. Le dije en el clímax de la lujuria que me follase una y otra vez, que me diese a sus amigos como su puta que era.
- ¿Te hizo mucho daño, te dolió mucho?
- Nada. Fue todo un descubrimiento. Me hice adicto al ano. Nada da más placer. No me dijo ni cómo se llamaba. Quizá mejor. No le volví a ver. Y mira que volví unas cuantas veces a diferentes horas por ver si podía volver a verle. Pero nada.
- Bueno, y como es que no te dolió. No me lo explicó - no se había dado ni cuenta, pero tenía la polla tiesa en la mano.
- No tan grande como la del camionero, pero tú polla tampoco está mal.
- Tío, joder deja mi polla en paz y déjame que disfrute de tu película. Estabas que te rasgó el calzoncillo y te dejó el ojete al aire.
- Sacó de una alacena un tarro grande lleno de algo que cuando lo estiraba hacia hilos. Un lubricante para puños. Me embadurnó toda la raja y empezó con los dedos. En menos de lo que se santigua una monja me tenía metidos cuatro de sus dedazos. Sentía presión y dilatación pero no dolor y antes de que me diese cuenta me la había clavado. ¡Dios, Jero! Que placer sentir entrar y salir ese pedazo de  carne en barra. Y la sensación de placer suave e infinito cada vez que la sacaba y la metía como el que clava un piolet en un bloque de manteca. En una de esas embestidas, sin ni siquiera tocarme me salió un géiser de leche y casi me desmayo. Entonces él se detuvo con la polla dentro y con un largo gruñido, me preñó. La sacó y me dijo que me largara que se tenía que marchar. Arrancó el camión y casi me tuve que tirar del camión. Ese fue mi desvirgue. Y me encantaría que el tuyo fuese parecido.
- Ya has dado por hecho que me van a abrir una puerta trasera.
- Ya la tienes solo que no la sabes usar.

miércoles, 20 de julio de 2022

TRAGADA

 

- Corta, corta, corta. ¡Joder, tío, esto no es!
El cámara, con una camiseta raída, sin pantalón y medio empalmado, apagó la autónoma, dejó caer la mano con la cámara y le dedicó atención a su pene, recogiendo el precum y llevándoselo a la boca.
- No seas guarro, tío, que no estamos grabando - imprecó al chico de la cámara autónoma - Tú, Sergio, ven aquí, joder, tenemos que hablar. Y tú, figura del lefazo, si el tío vuelve la cabeza cuando te vas a correr, se la sujetas. ¡Esa leche se la tenía que tragar! Ahora, vuelta a empezar, esto tiene que quedarse para edición, ¡hoy!
- Yo ya me he corrido, Román, ¡joder! ¿Ahora, qué?
- Pues te vas a la sala de vídeo y le dices a Juanito que te ponga una de las tuyas y te calientas otra vez, que de Sergio me ocupo yo.
Vamos a ver Sergio - Román estaba realmente contrariado - ¿Qué parte de te tienes que tragar el polvo no has entendido? Porque lo de los seiscientos euros si lo entendiste, ¿No?
- No puedo Román, tío, vomito, de verdad, vomito, podría sentir esa mierda en los labios y haciendo de tripas corazón soportaría, pero pensar que me entre en la boca, de verdad tío...
- A ver, Sergio. Cierra los ojos y piensa en tu novia. La cara que va a poner cuando te la lleves de finde con esa pasta. Y te recuerdo que llevas el tres de las ventas brutas porque te conozco desde la barriga de tu madre. Si el vídeo queda creíble, pero claro, si Jeremy se corre y tú quitas la cara, como comprenderás, eso no es muy comercial.
- Me da mucho asco, joder, Román.
- Sergio, vas a salir al set de grabación y cuando Jeremy se corra, vas a abrir la boca como la plaza mayor y con una sonrisa te lo vas a tragar y para finalizar le vas a relamer el capullo, y sin una puta arcada. Esta es una oportunidad que te doy por la amistad que me unía a tu padre.
- A ese, ni le nombres. Nos abandonó cuando yo tenía once años. Y hago esto por el dinero, ni mi novia ni hostias. En mi casa hace falta.
- Y por eso te lo propuse Sergio. Esta tragada de hetero nos va a dar pasta. Tu polla está constantemente en pantalla para que se vea que mamar un nabo no te gusta. Cuando tragues sin empalmar, las tomas se van a vender como pan caliente. La gracia no es que te tragues el polvo, es que realizas el deseo imposible de todo maricón, que es poderse trajinarse un hetero que lo sea de verdad. Venga, y además si lo haces y con convicción y sale bien te cuento la razón por la que tu padre desapareció de la noche a la mañana. 
Román se quedó mirando el cuerpo de Sergio y no pudo por menos que decir un "No me extraña"
- ¿Que es lo que no te extraña, Román?
- Nada, Sergio, nada. Luego, cuando te diga lo de tu padre te lo aclaro. Ahora, venga, al rodaje. Recuerda, no me importan las arcadas cuando Jeremy entre profundamente en tu garganta, ni el vómito de moco, eso le da tinte sado a la filmación y tiene recorrido. Como los ojos llorosos mirando hacia Jeremy en señal de aceptación y sumisión a su rabo. No te me vayas a empalmar, por favor. Luego cuando acabemos, te pongo algo hetero para hacer unas tomas de empalme tuyo por si al montar se me ocurre hacer una versión en la que al tragar descubres que te encanta y te corres tú. No lo pienses. Limítate a arrodillarte y abrir la boca. Jeremy hará el resto. Las manos a la espalda, nada de sujetarle para que no empujé. Las náuseas antes de tragar dan bien en la cámara. Y al final ya sabes frenillo contra la lengua para que se vean bien los disparos de lefa. Enseñas la leche llenandote la boca y cubriéndote la lengua, tragas y vuelves a enseñar boca vacía. Si hace falta alguna toma adicional, al final.
- Yo estoy listo y después de esa cinta que me has puesto, a punto de correrme otra vez - Jeremy venía de la sala de vídeo con ganas.
- Y ¡Acción!
Sergio se arrodilló delante de Jeremy con cara de circunstancias con las diez pulgadas duras y rectas rozándole los labios. Puso su mirada de astrónomo para cruzarse con la que le dedicaba su compañero de grabación y abrió la boca despacio, permitiendo que el enorme pene le entrara. Nunca antes de ese día le habían metido una polla en la boca y la verdad es que ocupaba espacio pero no sabía ni olía especialmente. Era una textura suave y elástica no desagradable. Pensó en la dureza del clítoris de las mujeres con las que había estado y la única diferencia era el tamaño. Incluso eso no era desagradable hasta que tomaba contacto con la campanilla que provoca la primera náusea que había que reprimir, haciendo que se saltasen las lágrimas y apareciese una tos de timbre muy ronco. Al cabo de unos minutos parecía que la garganta se desensibilizaba y las arcadas eran más escasas. Los veinticinco centímetros de verga se acomodaban dentro de la garganta y por las exclamaciones de Jeremy, con evidente placer. Después de varios vómitos de un moco muy lubricante que sorprendió a Sergio por lo abundantes, el pene de Jeremy entraba hasta permitir besar los huevos con el labio inferior y en una de esas Jeremy mirando a Román le dijo que no aguantaba más.
- Ahora tranquilo Sergio - Román estaba nervioso, todo se desarrollaba bien - ya se acaba, vas bien. Saca la lengua que Jeremy te apoye el capullo y que empiece el baile. ¡Fuerza Sergio!
El pene tieso de Jeremy empezó a escupir semen. Sergio con los ojos cerrados, se sorprendió de que fuese peor el olor que el sabor. Estaba como soso y lo podía tolerar. Era increíble la cantidad de lefa que tenía ese tío hasta que paró y volvió a meter como media polla dentro de la boca. Y en ese momento sin enseñar el semen almacenado a cámara tragó y sintió la necesidad de seguir chupando, deseaba chupar y chupar. No sintió náuseas ni asco. De forma instintiva sacó una mano de la espalda y exprimió la polla de Jeremy que le regaló una gota gruesa de semen que el recogió con la punta de la lengua y abriendo ya los ojos y sin dejar de mirar a los de Jeremy se la tragó. Luego dió dos o tres chupetones más y Román gritó el "corten"
Todos, desde Román, el cámara y hasta Juanito que se había llegado a mirar aplaudieron y le dieron los parabienes a Sergio.
- Bueno, Román, ya está. Ahora lo de mi puto padre.
- No va a ser fácil, Sergio. Vístete y vamos a tomar algo. Será mejor.
Sergio se calzó su superestrechos y elasticos jeans que marcaban paquete escandalosamente y una camiseta de asas de lycra para poder marcar tableta y las Hoss blancas, que se compró con el adelanto de Sergio por la tragada.
Se sentaron en la terraza de la cafetería que había en el local del piso donde estaba el plató de grabación, un piso reformado exprofeso.
- Tienes un cuerpo diez, Sergio.
- Ya lo sé, no hace falta que me des jabón. Mi padre, ¿Qué?
- A eso iba. Ese cuerpo se te empezó a notar ya con siete años y tu padre que se dio cuenta te puso a esculpirlo con un entrenador. Recuerda que desde pequeño, hacías rutinas, levantabas pesas y aparatos, sentadillas y tal. Por eso tienes ese cuerpo. Y ahora para seguir tengo que irme hacia atrás. Cuando tu padre ni pensaba en tener familia.
Éramos unos golfos. Tu padre es cuatro años más mayor que yo. Éramos chicos de la calle. Yo tenía diez años y tu padre iba para quince. Yo era muy echado para adelante, como tu padre y enseguida conectamos. Teníamos empuje y agallas. ¡Joder, que tiempos! Un día entramos a un bazar de un pakistaní y a tu padre se le antojó un reloj y yo con toda mi cara lo robé para él. Salimos corriendo y el tío detrás nuestra. Nos metimos al doblar una esquina por un boquete en la tela metálica en un edificio abandonado y despistamos al pakistaní. Pero nosotros, cagaditos de miedo tiramos escaleras arriba un par de pisos. Allí, cuando recuperamos el aliento, tu padre, que se llama como tú me pidió el reloj y yo por juguetón, joder, tenía sólo diez años le dije que era mío, que él no había tenido cojones porque era maricón. Intenté escapar, para seguir con el juego, pero me alcanzó. Hubo conato de lucha y acabé con la espalda en el suelo y tu padre a horcajadas sobre mis caderas y sus manos sobre mis brazos. Y así, inmovilizado vi un reflejo en su mirada y una especie de sonrisa rara en su cara. Me di cuenta como no apartaba sus pupilas de las mías y la sonrisa se hacía más franca, relajando el rictus de la boca, "Con que soy maricón, ¿No?" me dijo y vi como se inclinaba sobre mi cara y cuando estaba a dos dedos sobre ella, selló mis labios con los suyos. Soltó entonces la presa de mis brazos y me sujetó la cara con sus manos y sentí como la lengua me abría los labios, y me gustó. Si, me gustó y me asustó también. Aprovechando que él se había relajado me desembaracé de su llave y con agilidad salí corriendo. Él se quedó allí quieto, me paré, le tiré el reloj y le grité que era un maricón.
Estuve unas semanas evitandole, aunque no podía quitarme de la cabeza su beso. Y cada vez que lo evocaba me ponía duro como un palo. Un día en una de nuestras raterías en la que no participé aunque la seguía a distancia, la verdad es que me gustaba verle, le pilló el dueño de una tienda donde robó y yo al verlo me entró una rabia que me acerqué corriendo y le di una patada en la espinilla al tío y Sergio pudo escapar. Yo salí corriendo detrás de él y atravesando un solar con una caseta medio derruida, nos refugiamos. "¿Ya no soy maricón, o qué?" Me le quedé mirando a la cara y me dió pena y me eché a llorar refugiándome en su pecho, tu padre me abrazó y me cubrió la cabeza de besos, luego me besó la cara hasta que llegó a los labios y me entregué. Dejé que mi instinto volase y que el suyo me dirigiese.
- Entonces, ¿Mi padre es maricón?
- Espera que aún no llego al final. Aquel día en aquella caseta medio derruida, llena de mierda y escombros, hicimos un poco de sitio a patada limpia, nos desnudamos y tu padre me desvirgó el ojete. Me dolió pero me gustó que él disfrutará de lo que hacíamos. Cuando terminamos, me dijo que no sabía si era maricón "Me gustan las chicas, pero los críos de tu edad o así me vuelven loco, y no sé si eso es ser maricón" yo no creo que sea maricón le contesté, pero me ha gustado chuparte el rabo y haberte tenido dentro. Estuvimos como tres años teniendo relaciones hasta los trece míos en que me dijo que había preñado a su novia, de tí precisamente, y teníamos que dejarlo, además de que yo ya era mayor para su gusto.
- ¿Estuvisteis tres años liados?
- Bueno, si. Después cada uno tenía sus rollos. Nunca me dijo si tuvo otros críos con los que follaba. Yo sí estuve liado con más tíos, llegué a la conclusión que gozaba más con que me follasen a mi que follando yo a una chica.
- Y una vez que preñó a mi madre de mí, se olvidó de tí.
- Sexualmente si. Estaba muy pillado por tu madre y cuando naciste no tenía ojos más que para tí. Se cabreaba si llegaba de trabajar a casa y tú madre te había bañado, por ejemplo. Pasaba todo lo que podía contigo.
- ¿En que trabajaba?
- En la refinería de peón. Era muy salvaje trabajando. Hacía turnos dobles para que tuvieras de todo. Cada vez fue apartándose más y más hasta que prácticamente dejamos de vernos. Cuando yo tenía casi los veinte años y ya hacía mis pinitos en esta industria me llamó. Tú tenías siete años. Me dijo que quería que viese el cuerpo tan perfecto que tenías. Te hizo desnudar delante de mí. Te quedaste con un suspensorio mínimo, completamente desnudo. Fue una gozada contemplar a un crío tan pequeño marcando tan bien sus rutinas de diferentes grupos musculares. Tu vientre bajo era toda una sinfonía de armonía y plasticidad. Después de admirarte te vestiste y nos quedamos solos. "Le veo a mi niño y te veo a ti cuando te desvirgué, y le deseo, Román, le deseo"  y rompió a llorar. "No sé que voy a hacer Román, cada vez me resulta más difícil reprimirme. Cuando hay alguna exhibición y le tengo que dar el aceite en la piel, me vuelvo loco. La semana pasada dándole el aceite por la espalda, no sé si queriendo o sin querer le roce con la polla el culo y me dijo que qué era eso tan duro" volvió a romper a llorar y ya no hubo forma de consolarlo. 
- Pero ¿Llegó a hacerme algo o..., yo que se?
- Si lo hizo, a mi no me lo dijo. Eso sí, cada vez que tenías una competición de culturismo infantil me llamaba para que te aceitase yo y no tener él que tocarte. En los cuatro que transcurrieron entre aquella vez que me lloró desesperado por su inclinación y la llamada que me hizo anunciando que desaparecía, no sé a qué se dedicó o si se buscó algo..., no se...
- ¿Que te dijo en esa llamada? Si se puede saber.
- Me llamó casi sin poder hablar "Ya no lo aguanto más. Ayer vi a mi Sergio desnudo en el baño y estaba empalmado. Rompí el espejo del lavabo con la cabeza para poder resistirme y me herí. Tengo unos puntos. Y ya me voy"
- Ahora que lo dices, ¡Es verdad! mi padre rompió el espejo de un cabezazo y se le llenó la cara de sangre. ¡Lo había olvidado! Bueno, ¿y donde se fue?
- Me llamó a los tres meses. Estaba en Méjico, allí conocía a alguien que pasó un tiempo en su refinería. Al año me volvió a llamar, trabajaba en una plataforma en el Golfo de México. Seis meses en la plataforma y tres de asueto. Lo gana bien y no sé si tiene pareja, hombre o mujer. No se. Ahora, ya lo sabes. A tu padre le gustan los chavales desde que era un zagalón, y le siguieron gustando hasta que el sujeto de su lujuria fuiste tú. Por eso se fue.
- Román - Sergio miró al suelo y se encogió, como si quisiera esconderse - tengo algo que decirte, pero, no sé cómo hacerlo.
- Yo se cómo se puede hacer, para que no te resulte tan duro. Espera voy a pagar - fue al local y volvió en un momento - vamos. Subamos al estudio otra vez. Ahora está vacío.
Subieron al piso-estudio de grabación y después de asegurar la puerta le puso la mano a Sergio sobre el hombro y le condujo a su despacho.
- Desnúdate Sergio.
Sergio se quedó perplejo ante la solicitud de Román y ver que él empezaba a hacerlo.
- ¿Pretendes follar conmigo, estás loco?
- No, Sergio, no. Cuando se está desnudo frente a alguien desnudo se tiene menos tendencia a ocultar cosas. Desnudo, te va a ser más fácil contarme eso que tanto te avergüenza.
- ¿Cómo sabes que me avergüenza?
- Tengo más edad que tú, aunque no soy viejo, cuatro años menos que tu padre, treinta y tres y este negocio da mucha sabiduría en comportamiento. Venga, desnúdate y empecemos.
- ¿Sabes porqué he soportado la tragada de leche de Jeremy?
- No me asustes, Sergio. 
- Tenemos un vecino, Elías, un chaval muy simpático, de madre soltera. Desde que aprendió a caminar me seguía a todos lados. Yo le daba volteretas, le acunaba, le levantaba en vilo y me encantaba estar con él. Con seis años le cogí un día para jugar, le metí la mano desde detrás entre las piernas y me cupo en la mano su paquete. Mi empalme fue fulminante y solté al niño como si fuera un hierro al rojo. A raíz de aquello me despegué del niño, le huía como al diablo, pero me perseguía a todos lados y tenía suficiente estatura para llegar a mi bragueta y en cuanto podía se me abrazaba al muslo y me metía la cara en la entrepierna y como un resorte me empalmaba. Se dio cuenta de la dureza y lo provocaba y cuando estaba dura me la besaba a través del pantalón, a veces se demoraba y yo me corría. Me odiaba por ello, pero llegó un momento en que provocaba el encuentro para imaginar que me la sacaba y se la tragaba hasta hacerme correr. Estaba enganchado.
Esta mañana pude tragar porque cerré los ojos y vi a Elías sentado sobre mi boca metiéndole la lengua en el ano. No sé si te diste cuenta, pero al final acabé empalmado.
- Ya. Como ahora mismo, que vaya pedazo de rabo gastas, Sergio. Ese final tendré que poner un scroll de tu polla flácida.
- ¿Será hereditario lo de que me gusten pequeños?
- Ni idea, Sergio. Bueno, cambiando de tema. ¿Harías mañana otra tragadita?
- No tío, de verdad, no se...
Esta vez sería tragada y desvirgue de ojete, con lágrimas, cara crispada del dolor y los insultos pertinentes. Mil quinientos estaría bien.
- ¿Por mi culo? Ni hablar. 
- También decías que nada de tragar y al final, oreja y rabo, nunca mejor dicho - y Román se rió de su ocurrencia - ven a la sala de vídeo, te voy a enseñar algo -
Román se metió en la sala de control y conectó un disco, volvió donde Sergio, se sentó a su lado y le echó el brazo por los hombros - disfruta y luego me dices si estarías dispuesto a poner el culo.
En la pantalla apareció un granjero muy grande y coloradote con un peto vaquero sin camisa que dejaba ver un tórax peludo. En off una voz le llamaba "tío, tío" mientras se dirigía a la cuadra. Un traveling y se veía venir corriendo al encuentro del hombre un niño de, parecían unos diez años. Alcanzaba al hombre, se le abrazaba a la pierna y le apoyaba su cara sobre el paquete que crecía y crecía. El crío pugnaba por hacerse con el bulto hasta que el granjero se desenganchaba de su peto y el pantalón caía al suelo, momento en que el crío miraba a su tío con sonrisa de felicidad y se metía su pene en la boca. Al cabo del rato el hombre levantaba en peso al chico le arrancaba los pantalones y dejaba libre una polla más grande que la suya, ponía al sobrino cabeza abajo y se montaban un sesenta y nueve. Finalmente el hombre subía sobre unas cajas al chico, se daba la vuelta y ofrecía su culo a la sodomía. El chaval se follaba al hombre hasta correrse. Una vez preñado el hombre el chico lamía su semen que resbalaba por el ano del granjero.
Sergio estaba más que empalmado.
- ¿Cómo es posible que un chico tan pequeño haga eso? - no paraba, mientras preguntaba, de estimularse el capullo con el precum que destilaba.
- ¿Te gustaría estar en la situación del red neck? Se te ha puesto el rabo a reventar.
- ¡Joder, si! no me importaría. Esa cara de inocencia y esa mirada final al comerle el culo de vicio. Puff, no sé qué hacer, ahora mismo.
- Toma - le entregó un plug corto de tres centímetros - y ahí hay lubricante, vete entrenando, el "niño" calza ocho pulgadas y media y una y setenta y cinco de diámetro. Voy a ver si puedo contratarle, es caro, pero le gusta conocer gente nueva. Su agente es duro, pero la pasta abre cualquier puerta. ¡Ah! y tiene solo veintitrés años. Genética pura, no quieras saber la pinta que tenía con dieciocho, daba grima. Y es vicioso que te cagas.
- ¿Se le puede follar, para luego cumplir mi fantasía de que me cague en la boca un chaval?
- No se si estará en su rol profesional, todo es hablarlo. A ver qué dice su agente. Ahora vamos. Te llamaré.