miércoles, 27 de febrero de 2013

ROBERTO XII



- ¿Que es eso?
- Un bar con gente guapa, un dark, que es acojonante, siempre llena y mucha diversión, música en directo y buen rollo sobre todo. Algo de gente country, que depende de para qué, es insustituible. Allí conocí un chico de Austin, tejano al ciento por ciento, Clayton se llamaba que me hizo flipar el año pasado – miró al vacío y se le dibujo una sonrisa de satisfacción en la cara – camisa de leñador remangada hasta casi el hombro, unos jeans superhipermegaajustados que le marcaban un paquete de escándalo y unas botas gastadas de montar con espuelas y todo. Se empeño que nos lo hiciéramos en el coche, ¡y llevaba un descapotable años setenta!, menos mal que el aparcamiento estaba detrás del local y no estaba muy iluminado, porque me desnudó entero, y lo que te decía antes, me doblegó y ha sido la sodomización más dulce y placentera a la que me han sometido y no era de polla pequeña, pero ¡que habilidad Dios mío!
- ¿Y que hacia en Tampa un tío de Texas?
- Me dijo que le encanta la ciudad, tienes un montón de locales gay y sobre todo que no tiene que mantener el tipo de ejecutivo de la petrolera de su padre con sus trajecitos de Armani, sus Todd’s a todas horas, el Girard Perregaux edición 1966 de platino en la muñeca y su fama de conquistador incontrolable. Así que en cuanto tiene dos días coge el Falcon 7X de la empresa, o sea suyo, y se planta en el aeródromo de Tampa, se viste de él mismo, de lo que le gusta ser y suele recalar en Metrópolis. Ojala nos lo encontremos, mejor dicho, seguro que nos lo encontramos, te gustará. Otras veces que no tiene tanto tiempo gusta de colarse en el Splash de Baton Rouge, aunque por la cercanía a Austin teme encontrarse con alguien inconveniente y que se descubra el pastel.
- ¡Ah, cabrón! – Cayó Roberto – ese fue el que te llamó en medio de nuestro polvo del otro día, y quedaste, por eso hemos venido hasta aquí, para ir a verte con él. Desde luego tío, podías haber sido algo más leal conmigo y decírmelo.
Lucas exhibió una sonrisa picara que desarmó por completo a Roberto.
En ese momento apareció Juan para anunciar que enfilaban la bahía de Tampa y que atracarían en pocos minutos.
- Vamos, come algo más si te apetece y vamos a vestirnos para desembarcar y tomar posesión de las habitaciones del hotel – le metió prisa Lucas a Roberto.
- No voy a comer más. Vamos ya para vestirnos, que se ve que tiene prisa por llegar al Metrópolis ese. Serás maricón – le salió del alma a Roberto la expresión en español que Lucas puso cara de no entender.
Se cruzaron camino de sus camarotes con Duncan y Richard que ya subían de los suyos vestidos.
- ¡Buen homenaje os habéis dado los dos, cabrones!, ¿Qué vais a dejar para esta noche en Tampa? – les recriminó medio en broma Richard al tiempo que daba un azote cariñoso en la nalga a Roberto.
- ¡Envidioso! – le respondió Lucas al tiempo que le sacaba la lengua y simulaba con las manos una felación – y eso que no lo sabéis todo – y soltó una carcajada.
- Venga vestiros, os esperamos con una copa aquí en cubierta – dijo Duncan al tiempo que tocaba el timbre para que acudiese Sebastián para servirles - ¿os pedimos algo?
- Un par de Kentucky con hielo nada más, ¿no? – le pregunto a Roberto, Lucas.
- Ok – contestó Roberto al tiempo que cerrando el puño elevaba el pulgar.
Tito atracó con pericia en el pantalan para gran calado del club de yates del hotel y los cuatro amigos bajaron a tierra. Sebastián les seguía con sus equipajes.
Lucas había reservado la suite presidencial en la última planta del hotel desde la que se divisaba el otro lado de la bahía antigua de Tampa. Se veía la hilera de luz de los puentes que unían los dos lados de la bahía y que explotaban en una especie de fuego artificial desparramado que formaban las luces de la ciudad.
- Mira Roberto – le señaló Lucas una fina línea de luz en medio de la oscuridad – ese es el puente de la 93 que tenemos que tomar para desembocar en el boulevard Kennedy que es donde vamos.
- ¿Dónde cenamos? – preguntó Duncan.
- En el italiano del hotel – respondió Lucas sin dejar de mirar la bahía – es de lo mejorcito de Florida, incluida Miami. Pero antes nos tomamos algo en algún bar del puerto, para pulsar el ambiente, estaba bastante animado.
Se dirigió después al teléfono y preguntó en recepción si tenían el coche ya a su disposición.
- La suite – explicó – además de tres habitaciones tiene el privilegio de poder disfrutar de un coche de alta gama, que no te regalan, aclarémoslo, el precio da para eso y para más, pero pensé cuando reservé ésta mañana que mejor que alquilar era llevar el coche del hotel, que si tenemos cualquier incidente el hotel se ocupa de todo.
- ¿Que coche es? – preguntó Richard.
- Un Lincoln, generalmente de último año – contestó Duncan – mis padres cuando vienen a St. Petersburg, se alojan aquí y es lo que les ofrecen.
- Sí, así es – apostilló Lucas.
- ¡Que nivelazo tíos! – simuló sorpresa Roberto.
- Vamos, cambiaros de ropa si tenéis que hacerlo y vamos a bajar al muelle que se nos va el tiempo.
En la puerta del hotel, cuando salieron de cenar les esperaba el Lincoln reluciente. Lucas se puso al volante y enfilaron la calle a buscar la carretera 93 para cruzar la bahía. En menos de tres cuartos de hora estaban delante del Metrópolis. Un aparcacoches le recogió el vehiculo y los cuatro entraron al local.
Lucas miraba a un lado y a otro como buscando alguien. Se acercaron a la barra y pidieron sus copas. Un pianista interpretaba canciones de Freddy Mercury de forma melodiosa y la luz era tenue y sugerente. Un luminoso de neón indicaba por donde se entraba al cuarto oscuro y otro por donde se llegaba a los reservados. Lucas estaba inquieto sin poderse estar quieto hasta que Duncan le espeto:
- No le busques más, que hoy no ha venido, yo también le he buscado, porque es digno de contemplarse pero no está Clayton así que deja de estar en vilo y disfruta de la noche.
- ¡Pero él me prometió…!
- ¿Tanto te ha llegado ese tío? – le preguntó sorprendido Roberto, inocente y le sorprendió la respuesta de Lucas.
- Mira tío, no te metas donde no te llaman – y dirigiéndose a los otros dos -  y eso va por ustedes dos, ya está bien, yo me cuelo por quien me sale de los cojones y punto.
- Entonces – concluyó Roberto – queda claro el porqué de esta escala absurda cuando podíamos haber llegado perfectamente a  Sarasota esta noche sin necesidad de hotel y coche y toda la pesca. Así que no me vengas con el rollo ahora de que querías que conociese el ambiente de Tampa y especialmente este club. En mi país hay de estos a docenas y con bastante más glamour.
- Vaya, vaya – apuntó Duncan sarcástico – aquí los ataques de celos menudean por lo que se ve. Tu, Richard, ¿no estás colado por alguien?
- Por ti, cariño – le contestó de forma aburrida Richard – no te has dado cuenta como me empalmo cada vez que te veo.
El camarero sirvió las copas y dirigiéndose a Lucas, dando a entender que no le era desconocido, le preguntó si acababan de llegar. Luego le miró en silencio a los ojos e hizo un gesto como de disculpa, complicidad o contrariedad.
- Estamos en St. Petersburg en el hotel. Hemos llegado con el Marión II esta misma noche y he querido pasarme pero por lo que se ve no hay demasiado ambiente.
- Es pronto, de todas maneras – siguió el chico de la barra – en el dark hay mas movimiento, lo malo es que no se sabe con quien se relaciona uno. Yo acabo de entrar de turno.
Llamaron al barman desde la otra punta de la barra y disculpándose se alejó.
- Creo que ha sido un error – dijo Lucas – venir hasta aquí. Perdonarme que me haya puesto tan borde, debe ser el cansancio.
- El de esta tarde con Roberto ¿no? – Preguntó con ironía Duncan – me imagino.
- Va, dejarlo ya – quiso mediar Roberto – deberíamos apurar los vasos y volver al hotel, levantarnos mañana temprano y continuar la singladura a Sarasota para llegar a comer a casa de los abuelos de Duncan, descansar allí en la playa y al día siguiente salir para los everglades. Se supone que me ibais a enseñar los caimanes.
Lucas se le quedó mirando con los labios apretados en señal de fastidio imposible de evadir y asintió.
- De acuerdo, ¿que os parece a vosotros dos?
- Déjanos que nos demos un vueltazo por el dark y nos vamos. Acompañarnos – les animó Duncan.
- No, gracias – contestó educadamente Lucas – a mí se me han quitado las ganas ya, si Roberto quiere acompañaros.
- No, me quedo contigo Lucas. Nos tomamos otra mientras vosotros puteáis por ahí dentro.
Los dos amigos se dirigieron al cuarto oscuro y Lucas y Roberto se quedaron solos, uno al lado del otro mirando las hileras de botellas del contra mostrador. Así estuvieron un buen rato hasta que Roberto decidió romper el espeso silencio que se había hecho entre los dos.
- No te quiero molestar, y quiero que sepas que no me ha molestado que hayas venido con la intención de ver a Clayton, pero creo que ya compartimos unas cuantas cosas como para que hubieses sido más sincero conmigo. ¿Estás muy colado por él?
- Perdona Roberto, de verdad, me he portado como un imbecil. No estoy colado, estoy obsesionado, pero él no quiere saber nada de compromisos, es incapaz de salir del armario, piensa que lo perdería todo, su familia es opaca y machista, no se lo perdonarían jamás. Yo se que si me declarase abiertamente bisexual enamorado de un tío con el que querer vivir también tendría mi castigo en forma de rechazo de mi circulo, pero que antes o después mis padres y mi familia acabaría por aceptarme y a él también, pero Clayton…, Clayton se convertiría en un paria, al que yo podría mantener, pues claro que sí, aunque el no lo consentiría. Nuestro abuelo nos dejó a cada nieto un fideicomiso para recibirlo a los veintiún años de ocho ceros por lo que yo sé y eso si mi padre no lo ha multiplicado. Pero se niega, prefiere seguir con esta humillante forma de relación, a escondidas. Se que acabará casándose con una buena chica de su mismo entorno y creará una familia y tendrá hijos y finalmente los compromisos sociales impedirán que vivamos nuestro amor y acabaré siendo un viejo amargado que consumirá sus días con su propia familia a la que odiaré por no haberme dejado ser yo mismo después de haberle sido infiel a mi mujer con todo ser humano hombre o mujer que se me cruce en el camino.
- Pero podéis marcharos a Europa. Allí existe más tolerancia, podríais emprender una vida nueva.
- El problema nos lo llevaríamos con nosotros mismos, porque la puta realidad es que no es la familia a la que tenemos miedo para declararnos como somos, ni siquiera la sociedad tan cerrada y victoriana en la que vivimos, sino que somos nosotros mismos los que no podemos romper esa marca grabada a fuego desde que nacimos de que el que se enamora de otro hombre siéndolo él mismo es algo execrable. Nos rechazamos como somos nosotros mismos Roberto. Tú seguramente no te has dado cuenta aún, porque no has encontrado un hombre al que amar y te has tenido que plantear el problema, pero te gustaría arrancarte el corazón, como me pasa a mí ahora mismo, para no sentir el vértigo de lo que en lo más intimo sabes que está mal hecho, que no debe hacerse porque es radicalmente perverso.
Lucas derramaba lágrimas mansamente mientras hablaba. La pena profunda le salía en cada palabra del sótano más profundo de su alma. Roberto empezó a llorar con él por solidaridad, le echó el brazo por el hombro y le atrajo hacia él. Luego le beso suavemente en los labios y degustó el salitre de sus lágrimas. Un hombre ya mayor y muy pintarrajeado que pasaba por detrás de ellos dijo en voz alta “¡Ay, que bonito es el amor!, a los dos le hizo mucha gracia la forma de decirlo y empezaron a reírse sin poderse contener. Cuando regresaron sus amigos y les vieron riendo y llorando interpretaron que se lo estaban pasando bien como buenos amigos.
- Esta de bote en bote aquello, y que cosas se tocan – dijo Richard – y se chupan – apostilló Duncan riendo.
- ¿Nos vamos? – preguntó Roberto.
- Venga sí, no está aquí. Hoy no ha habido suerte, algo le tiene que haber pasado – afirmó Lucas.
Nada más salir del local los cuatro amigos, salió del cuarto oscuro un cow boy de ceñidísimos pantalones vaqueros y camisa de leñador con la cabeza cubierta por un gastadísimo sombrero de paja, dirigiéndose a la barra por una bebida.
- Lo de siempre – le dijo al camarero.
- Acaba de marcharse – le contestó sin inmutarse el camarero sin levantar la vista del vaso al que sacaba brillo con un paño inmaculado.
Clayton se le quedó mirando interrogativo un instante, preguntándose que querría decir con aquello, hasta que cayó en la cuenta de a lo que se refería.
- ¿Lucas? – exclamo en voz alta.
El camarero afirmó con la cabeza sin abrir la boca. Clayton salió corriendo a la calle a tiempo de ver como un Lincoln se alejaba rápidamente del local en dirección a la bahía vieja de Tampa.
Clayton regresó al local abatido. Se fue a un extremo de la barra, se acomodó en un taburete y pidió al camarero un doble. Se quitó el Stetson de paja arrugada que llevaba y lo revoleó sobre la barra. Quedaron al descubierto sus rizos negros brillantes. La mirada intensamente turquesa perdida en unos ojos vacíos. Las lágrimas comenzaron a manar sin rebozo, sin intención ninguna de hurtárselas a quien las quisiera mirar, le daba igual que se burlasen de él como de que se compadeciesen. El camarero se acercó con su trago.
- ¿No te ha preguntado por mí?, acertó a preguntar con un nudo en la garganta y el gesto compungido.
- No, Clayton. Vino con otros tres. Dos se metieron al dark y con el otro se hartaron los dos de llorar como estás haciendo tu ahora mismo, hasta que salieron los otros del cuarto oscuro y se marcharon, instantes antes de salir tú. Por cierto que a dos de ellos si los conocía, habían venido mas veces con Lucas por aquí, pero el otro, spaniard, si no me equivoco, era la primera vez y estuvieron abrazados y se besaron, aunque no me pareció que fuera de pasión, era como de amistad. Verás Clayton, no es que yo quiera endulzarte el mal trago te digo lo que me parece que vi. Lucas parecía consternado y el otro intentaba consolarle. La barra da títulos que la Universidad no tiene. Las horas aquí detrás enseñan bastante.
- Gracias – contestó Clayton – si volviera… - dudó si dar instrucciones o no -  no, déjalo, que más da ya. Me tienen preparada la boda desde que nací. Soy el sexto Clayton y cuando llegue el momento seguramente me veré en la tesitura de hacer con mi hijo la barbaridad que van a hacer conmigo ahora y mi hijo, si tiene los sentimientos que yo, se joderá y hará solo lo que tiene que hacer, casarse y seguir poniendo mas Clayton en el mundo que sigan la cadena, porque nadie tiene cojones para romperla. Quiero a Lucas – levantó la voz profundamente irritado – y voy a tener que renunciar a él y seré un amargado como lo es mi padre y lo fue mi abuelo y mi bisabuelo y así hasta donde quieras llegar. Tendré un matrimonio felicísimo, daré unas fiestas que serán envidia en Austin y en cualquiera de mis viajes, reales o inventados, pagaré fortunas a chaperos de lujo que me recuerden, solo para que me recuerden al único que podría haberme hecho feliz.
Se bebió de un trago el vaso que tenía delante. Se quedó mirando el vidrió escurriendo las gotas de licor y sonrió cínicamente.
- Ahora al aeropuerto y en dos horas en casa. Mi padre me mirará con cara de satisfacción creyendo que he estado de putas por cualquier club de lujo, orgulloso de tener un hijo que ya pone los cuernos a su mujer aún antes de casarse, como hizo él, y antes que él sus mayores, me echará un brazo por los hombros y me dará un tirón cariñoso de orejas diciéndome eso tan conocido de “ay, sinvergüenza, como se nota que llevas sangre Clayton en las venas, aunque ya sabes, el pecado no es hacerlo, sino permitir que se sepa” y luego soltará una sonora carcajada. Mi madre le mirará con asco, luego me mirará a los ojos a mí y derramará dos lágrimas, se preparará el enésimo gin tonic del día y dirá que se va a la cama con una jaqueca imposible, al cabo de la calle de que su hijo es maricón, las madres siempre lo saben, pero haciéndose cargo de la responsabilidad del apellido que porta, a sabiendas de tener el hijo más desgraciado del universo.
- ¡Joder, Clayton! Rompe con todo, coge tu avión y vete a Pensilvania a buscar a Lucas a la Universidad y se feliz con él de una puta vez.
Desde el fondo del local un tipo perfectamente vestido de casual Hilfiger no quitaba ojo a Clayton y la conversación que tenía con el camarero.
- Demasiado acostumbrado a vivir como sabes que vivo. Asquerosa comodidad. Me desheredarían ipso facto y a Lucas no digamos, la política, perdona menos que la empresa. Sería difícil para los dos. Está perdido, de verdad. Como tu dices, cuando me case haré viajes de negocios frecuentes a Pensilvania y llevaré la típica doble vida de los Clayton, con hombre o mujer, que más da. Cuando mi mujer se de cuenta se le hará entrar en razón como han terminado por entrar todas por el aro del que dirán. ¡Y luego dicen que éste es el país de las oportunidades! A la mierda con todo. Hasta otro día.
Clayton recogió su sombrero, se lo colocó en la coronilla con desgana, se sacó del bolsillo de su camisa de leñador, las Ray-Ban aviador se las caló y salió del local como el que acaba de lograr un triunfo espectacular con un cadencioso y obligado bamboleo de caderas.
Cuando Clayton salio del local el tipo de impecable vestimenta casual se acercó a la barra y llamó al camarero.
- Se puede saber de que hablabas con el vaquero que acaba de salir – y al tiempo dejaba sobre el mostrador cinco billetes de cien dólares.
- Nada de particular – mientras recogía parsimoniosamente los billetes uno a uno – lo habitual en estos sitios. Que está colado por un tío y el tío por él y no se han visto hoy de milagro y estaba frustrado, porque al parecer le tienen apalabrada la boda y no puede confesar sus inclinaciones en su casa, porque le desheredarían y…
El hombre que preguntaba le cortó en su discurso.
- Ya he escuchado suficiente, gracias – mientras dejaba sobre el mostrador otros dos billetes de cien – por cierto, como se llama el otro tío por el que esta colado el vaquero, si lo sabes claro.
- Si, claro, se llama Lucas, su padre es un pez gordo de Washington, senador o algo así.
El hombre se sintió complacido con la información y dejó caer otros tres billetes de cien sobre el mostrador antes de dirigirse a la puerta.
- Vuelva usted por aquí cuando quiera – le gritó el barman – se muchas mas cosas de mas gente.

La torre no acababa de dar permiso de despegue y las luces violetas de los márgenes de la pista se volvieron borrosas vistas a través de las lágrimas que no pudo evitar derramar sabiendo que dejaba atrás Tampa y a Lucas con la ciudad. Había tenido que detenerse al borde la carretera camino del aeropuerto porque las lágrimas no le dejaban ver bien la calzada; se fumó compulsivamente dos cigarrillos, pudo tranquilizarse después de dar dos gritos de impotencia en la oscuridad y continuó su trayecto.
Conectó una vez más con torre preguntando el porqué de tanta demora a esas horas de la noche, que le explicó que otro vuelo estaba en cabeza de pista para despegar antes que el suyo y que debía esperar. Finalmente pasados casi quince minutos recibió el ok de la torre de control y metió gas para empezar la rodadura por la pista asignada. Con el dorso de la mano se limpió los ojos e hizo un esfuerzo para hacer un buen despegue y seguir las indicaciones de la torre que le encaminase a su casa en Austin, provocando el empuje brutal de los tres reactores de cola de su jet para recorrer las mil seiscientas millas que le separaban de su ciudad en dos horas.
Con el viento de cola llegó al aeropuerto internacional de Austin donde después de aterrizar de forma casi automática le esperaba su Maserati que horas antes había dejado él en el hangar que la familia solía utilizar para estacionar sus aeronaves. Un mecánico, a pesar de las horas de madrugada, nada más descender de su jet le saludó con agrado, le entregó las llaves de su vehiculo y le comunicó que el reactor era ya cosa suya y de los mecánicos para ponerle en orden de vuelo para el día siguiente cuando le necesitase su padre que tenía que viajar a Washington, lo mismo que harían con el otro.
- Eres muy amable, Robert, pero a que otro te refieres, ¿es que alguien de mi familia ha usado hoy otro avión?
- Su hermano Peter, ha aterrizado unos quince minutos antes que usted. Me ha extrañado que no viniesen juntos, pero uno es solo un empleado y…
- De acuerdo Robert, gracias.
- Siempre a su disposición, señor.
Si tuvieses nada más que quince años menos – pensó Clayton – ya te enseñaría yo a ti en que disposición te querría, para  a continuación soltar una carcajada sorprendiéndose a sí mismo de su desvergüenza. Tenía una tristeza profunda que era la que hacía crecer la planta venenosa de su cinismo, por no haber podido ver a Lucas, una tristeza que le acogotaba y le dejaba sin resuello, pero no podía dejar de apreciar lo que podría haber sido un buen polvo en su momento. Estas son las cosas – se dijo para el cuello de la camisa – que al fin y al cabo me salvan de mi mismo. Se felicitó de no tomarse en serio ni siquiera a su persona. Para pensar a continuación que de donde vendría Peter a esas horas, pero no le dio más vueltas al asunto, no era cosa suya. Peter era dos años menor que él y no le tenía por trasnochador ni bullanguero. “Cualquier cosa” dijo en voz alta mientras arrancaba el deportivo del tridente.
El Maserati a las cuatro de la madrugada tardó un suspiro en llegar al rancho, en las afueras de Austin, en Georgetown en realidad, donde vivía la familia.

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