- ¿Que es eso?
- Un bar con gente guapa, un dark,
que es acojonante, siempre llena y mucha diversión, música en directo y buen
rollo sobre todo. Algo de gente country, que depende de para qué, es
insustituible. Allí conocí un chico de Austin, tejano al ciento por ciento,
Clayton se llamaba que me hizo flipar el año pasado – miró al vacío y se le
dibujo una sonrisa de satisfacción en la cara – camisa de leñador remangada
hasta casi el hombro, unos jeans superhipermegaajustados que le marcaban un
paquete de escándalo y unas botas gastadas de montar con espuelas y todo. Se
empeño que nos lo hiciéramos en el coche, ¡y llevaba un descapotable años
setenta!, menos mal que el aparcamiento estaba detrás del local y no estaba muy
iluminado, porque me desnudó entero, y lo que te decía antes, me doblegó y ha
sido la sodomización más dulce y placentera a la que me han sometido y no era
de polla pequeña, pero ¡que habilidad Dios mío!
- ¿Y que hacia en Tampa un tío de
Texas?
- Me dijo que le encanta la
ciudad, tienes un montón de locales gay y sobre todo que no tiene que mantener
el tipo de ejecutivo de la petrolera de su padre con sus trajecitos de Armani,
sus Todd’s a todas horas, el Girard Perregaux edición 1966 de platino en la
muñeca y su fama de conquistador incontrolable. Así que en cuanto tiene dos
días coge el Falcon 7X de la empresa, o sea suyo, y se planta en el aeródromo
de Tampa, se viste de él mismo, de lo que le gusta ser y suele recalar en
Metrópolis. Ojala nos lo encontremos, mejor dicho, seguro que nos lo
encontramos, te gustará. Otras veces que no tiene tanto tiempo gusta de colarse
en el Splash de Baton Rouge, aunque por la cercanía a Austin teme encontrarse
con alguien inconveniente y que se descubra el pastel.
- ¡Ah, cabrón! – Cayó Roberto –
ese fue el que te llamó en medio de nuestro polvo del otro día, y quedaste, por
eso hemos venido hasta aquí, para ir a verte con él. Desde luego tío, podías
haber sido algo más leal conmigo y decírmelo.
Lucas exhibió una sonrisa picara
que desarmó por completo a Roberto.
En ese momento apareció Juan para
anunciar que enfilaban la bahía de Tampa y que atracarían en pocos minutos.
- Vamos, come algo más si te
apetece y vamos a vestirnos para desembarcar y tomar posesión de las
habitaciones del hotel – le metió prisa Lucas a Roberto.
- No voy a comer más. Vamos ya
para vestirnos, que se ve que tiene prisa por llegar al Metrópolis ese. Serás
maricón – le salió del alma a Roberto la expresión en español que Lucas puso
cara de no entender.
Se cruzaron camino de sus
camarotes con Duncan y Richard que ya subían de los suyos vestidos.
- ¡Buen homenaje os habéis dado
los dos, cabrones!, ¿Qué vais a dejar para esta noche en Tampa? – les recriminó
medio en broma Richard al tiempo que daba un azote cariñoso en la nalga a
Roberto.
- ¡Envidioso! – le respondió
Lucas al tiempo que le sacaba la lengua y simulaba con las manos una felación –
y eso que no lo sabéis todo – y soltó una carcajada.
- Venga vestiros, os esperamos
con una copa aquí en cubierta – dijo Duncan al tiempo que tocaba el timbre para
que acudiese Sebastián para servirles - ¿os pedimos algo?
- Un par de Kentucky con hielo
nada más, ¿no? – le pregunto a Roberto, Lucas.
- Ok – contestó Roberto al tiempo
que cerrando el puño elevaba el pulgar.
Tito atracó con pericia en el
pantalan para gran calado del club de yates del hotel y los cuatro amigos
bajaron a tierra. Sebastián les seguía con sus equipajes.
Lucas había reservado la suite
presidencial en la última planta del hotel desde la que se divisaba el otro
lado de la bahía antigua de Tampa. Se veía la hilera de luz de los puentes que unían
los dos lados de la bahía y que explotaban en una especie de fuego artificial
desparramado que formaban las luces de la ciudad.
- Mira Roberto – le señaló Lucas
una fina línea de luz en medio de la oscuridad – ese es el puente de la 93 que
tenemos que tomar para desembocar en el boulevard Kennedy que es donde vamos.
- ¿Dónde cenamos? – preguntó
Duncan.
- En el italiano del hotel –
respondió Lucas sin dejar de mirar la bahía – es de lo mejorcito de Florida,
incluida Miami. Pero antes nos tomamos algo en algún bar del puerto, para pulsar
el ambiente, estaba bastante animado.
Se dirigió después al teléfono y
preguntó en recepción si tenían el coche ya a su disposición.
- La suite – explicó – además de
tres habitaciones tiene el privilegio de poder disfrutar de un coche de alta
gama, que no te regalan, aclarémoslo, el precio da para eso y para más, pero
pensé cuando reservé ésta mañana que mejor que alquilar era llevar el coche del
hotel, que si tenemos cualquier incidente el hotel se ocupa de todo.
- ¿Que coche es? – preguntó
Richard.
- Un Lincoln, generalmente de
último año – contestó Duncan – mis padres cuando vienen a St. Petersburg, se
alojan aquí y es lo que les ofrecen.
- Sí, así es – apostilló Lucas.
- ¡Que nivelazo tíos! – simuló
sorpresa Roberto.
- Vamos, cambiaros de ropa si
tenéis que hacerlo y vamos a bajar al muelle que se nos va el tiempo.
En la puerta del hotel, cuando
salieron de cenar les esperaba el Lincoln reluciente. Lucas se puso al volante
y enfilaron la calle a buscar la carretera 93 para cruzar la bahía. En menos de
tres cuartos de hora estaban delante del Metrópolis. Un aparcacoches le recogió
el vehiculo y los cuatro entraron al local.
Lucas miraba a un lado y a otro
como buscando alguien. Se acercaron a la barra y pidieron sus copas. Un
pianista interpretaba canciones de Freddy Mercury de forma melodiosa y la luz
era tenue y sugerente. Un luminoso de neón indicaba por donde se entraba al
cuarto oscuro y otro por donde se llegaba a los reservados. Lucas estaba
inquieto sin poderse estar quieto hasta que Duncan le espeto:
- No le busques más, que hoy no
ha venido, yo también le he buscado, porque es digno de contemplarse pero no
está Clayton así que deja de estar en vilo y disfruta de la noche.
- ¡Pero él me prometió…!
- ¿Tanto te ha llegado ese tío? –
le preguntó sorprendido Roberto, inocente y le sorprendió la respuesta de
Lucas.
- Mira tío, no te metas donde no
te llaman – y dirigiéndose a los otros dos -
y eso va por ustedes dos, ya está bien, yo me cuelo por quien me sale de
los cojones y punto.
- Entonces – concluyó Roberto –
queda claro el porqué de esta escala absurda cuando podíamos haber llegado
perfectamente a Sarasota esta noche sin
necesidad de hotel y coche y toda la pesca. Así que no me vengas con el rollo
ahora de que querías que conociese el ambiente de Tampa y especialmente este
club. En mi país hay de estos a docenas y con bastante más glamour.
- Vaya, vaya – apuntó Duncan
sarcástico – aquí los ataques de celos menudean por lo que se ve. Tu, Richard,
¿no estás colado por alguien?
- Por ti, cariño – le contestó de
forma aburrida Richard – no te has dado cuenta como me empalmo cada vez que te
veo.
El camarero sirvió las copas y
dirigiéndose a Lucas, dando a entender que no le era desconocido, le preguntó
si acababan de llegar. Luego le miró en silencio a los ojos e hizo un gesto
como de disculpa, complicidad o contrariedad.
- Estamos en St. Petersburg en el
hotel. Hemos llegado con el Marión II esta misma noche y he querido pasarme
pero por lo que se ve no hay demasiado ambiente.
- Es pronto, de todas maneras –
siguió el chico de la barra – en el dark hay mas movimiento, lo malo es que no
se sabe con quien se relaciona uno. Yo acabo de entrar de turno.
Llamaron al barman desde la otra
punta de la barra y disculpándose se alejó.
- Creo que ha sido un error –
dijo Lucas – venir hasta aquí. Perdonarme que me haya puesto tan borde, debe
ser el cansancio.
- El de esta tarde con Roberto
¿no? – Preguntó con ironía Duncan – me imagino.
- Va, dejarlo ya – quiso mediar
Roberto – deberíamos apurar los vasos y volver al hotel, levantarnos mañana
temprano y continuar la singladura a Sarasota para llegar a comer a casa de los
abuelos de Duncan, descansar allí en la playa y al día siguiente salir para los
everglades. Se supone que me ibais a enseñar los caimanes.
Lucas se le quedó mirando con los
labios apretados en señal de fastidio imposible de evadir y asintió.
- De acuerdo, ¿que os parece a
vosotros dos?
- Déjanos que nos demos un
vueltazo por el dark y nos vamos. Acompañarnos – les animó Duncan.
- No, gracias – contestó
educadamente Lucas – a mí se me han quitado las ganas ya, si Roberto quiere
acompañaros.
- No, me quedo contigo Lucas. Nos
tomamos otra mientras vosotros puteáis por ahí dentro.
Los dos amigos se dirigieron al
cuarto oscuro y Lucas y Roberto se quedaron solos, uno al lado del otro mirando
las hileras de botellas del contra mostrador. Así estuvieron un buen rato hasta
que Roberto decidió romper el espeso silencio que se había hecho entre los dos.
- No te quiero molestar, y quiero
que sepas que no me ha molestado que hayas venido con la intención de ver a
Clayton, pero creo que ya compartimos unas cuantas cosas como para que hubieses
sido más sincero conmigo. ¿Estás muy colado por él?
- Perdona Roberto, de verdad, me
he portado como un imbecil. No estoy colado, estoy obsesionado, pero él no
quiere saber nada de compromisos, es incapaz de salir del armario, piensa que
lo perdería todo, su familia es opaca y machista, no se lo perdonarían jamás.
Yo se que si me declarase abiertamente bisexual enamorado de un tío con el que
querer vivir también tendría mi castigo en forma de rechazo de mi circulo, pero
que antes o después mis padres y mi familia acabaría por aceptarme y a él
también, pero Clayton…, Clayton se convertiría en un paria, al que yo podría
mantener, pues claro que sí, aunque el no lo consentiría. Nuestro abuelo nos
dejó a cada nieto un fideicomiso para recibirlo a los veintiún años de ocho
ceros por lo que yo sé y eso si mi padre no lo ha multiplicado. Pero se niega,
prefiere seguir con esta humillante forma de relación, a escondidas. Se que
acabará casándose con una buena chica de su mismo entorno y creará una familia
y tendrá hijos y finalmente los compromisos sociales impedirán que vivamos
nuestro amor y acabaré siendo un viejo amargado que consumirá sus días con su
propia familia a la que odiaré por no haberme dejado ser yo mismo después de
haberle sido infiel a mi mujer con todo ser humano hombre o mujer que se me
cruce en el camino.
- Pero podéis marcharos a Europa.
Allí existe más tolerancia, podríais emprender una vida nueva.
- El problema nos lo llevaríamos
con nosotros mismos, porque la puta realidad es que no es la familia a la que
tenemos miedo para declararnos como somos, ni siquiera la sociedad tan cerrada
y victoriana en la que vivimos, sino que somos nosotros mismos los que no
podemos romper esa marca grabada a fuego desde que nacimos de que el que se
enamora de otro hombre siéndolo él mismo es algo execrable. Nos rechazamos como
somos nosotros mismos Roberto. Tú seguramente no te has dado cuenta aún, porque
no has encontrado un hombre al que amar y te has tenido que plantear el
problema, pero te gustaría arrancarte el corazón, como me pasa a mí ahora
mismo, para no sentir el vértigo de lo que en lo más intimo sabes que está mal
hecho, que no debe hacerse porque es radicalmente perverso.
Lucas derramaba lágrimas
mansamente mientras hablaba. La pena profunda le salía en cada palabra del
sótano más profundo de su alma. Roberto empezó a llorar con él por solidaridad,
le echó el brazo por el hombro y le atrajo hacia él. Luego le beso suavemente
en los labios y degustó el salitre de sus lágrimas. Un hombre ya mayor y muy
pintarrajeado que pasaba por detrás de ellos dijo en voz alta “¡Ay, que bonito
es el amor!, a los dos le hizo mucha gracia la forma de decirlo y empezaron a
reírse sin poderse contener. Cuando regresaron sus amigos y les vieron riendo y
llorando interpretaron que se lo estaban pasando bien como buenos amigos.
- Esta de bote en bote aquello, y
que cosas se tocan – dijo Richard – y se chupan – apostilló Duncan riendo.
- ¿Nos vamos? – preguntó Roberto.
- Venga sí, no está aquí. Hoy no
ha habido suerte, algo le tiene que haber pasado – afirmó Lucas.
Nada más salir del local los
cuatro amigos, salió del cuarto oscuro un cow boy de ceñidísimos pantalones
vaqueros y camisa de leñador con la cabeza cubierta por un gastadísimo sombrero
de paja, dirigiéndose a la barra por una bebida.
- Lo de siempre – le dijo al
camarero.
- Acaba de marcharse – le
contestó sin inmutarse el camarero sin levantar la vista del vaso al que sacaba
brillo con un paño inmaculado.
Clayton se le quedó mirando
interrogativo un instante, preguntándose que querría decir con aquello, hasta
que cayó en la cuenta de a lo que se refería.
- ¿Lucas? – exclamo en voz alta.
El camarero afirmó con la cabeza
sin abrir la boca. Clayton salió corriendo a la calle a tiempo de ver como un
Lincoln se alejaba rápidamente del local en dirección a la bahía vieja de
Tampa.
Clayton regresó al local abatido.
Se fue a un extremo de la barra, se acomodó en un taburete y pidió al camarero
un doble. Se quitó el Stetson de paja arrugada que llevaba y lo revoleó sobre
la barra. Quedaron al descubierto sus rizos negros brillantes. La mirada
intensamente turquesa perdida en unos ojos vacíos. Las lágrimas comenzaron a
manar sin rebozo, sin intención ninguna de hurtárselas a quien las quisiera
mirar, le daba igual que se burlasen de él como de que se compadeciesen. El
camarero se acercó con su trago.
- ¿No te ha preguntado por mí?,
acertó a preguntar con un nudo en la garganta y el gesto compungido.
- No, Clayton. Vino con otros
tres. Dos se metieron al dark y con el otro se hartaron los dos de llorar como
estás haciendo tu ahora mismo, hasta que salieron los otros del cuarto oscuro y
se marcharon, instantes antes de salir tú. Por cierto que a dos de ellos si los
conocía, habían venido mas veces con Lucas por aquí, pero el otro, spaniard, si
no me equivoco, era la primera vez y estuvieron abrazados y se besaron, aunque
no me pareció que fuera de pasión, era como de amistad. Verás Clayton, no es
que yo quiera endulzarte el mal trago te digo lo que me parece que vi. Lucas
parecía consternado y el otro intentaba consolarle. La barra da títulos que la Universidad no tiene.
Las horas aquí detrás enseñan bastante.
- Gracias – contestó Clayton – si
volviera… - dudó si dar instrucciones o no - no, déjalo, que más da ya. Me tienen preparada
la boda desde que nací. Soy el sexto Clayton y cuando llegue el momento
seguramente me veré en la tesitura de hacer con mi hijo la barbaridad que van a
hacer conmigo ahora y mi hijo, si tiene los sentimientos que yo, se joderá y
hará solo lo que tiene que hacer, casarse y seguir poniendo mas Clayton en el
mundo que sigan la cadena, porque nadie tiene cojones para romperla. Quiero a
Lucas – levantó la voz profundamente irritado – y voy a tener que renunciar a
él y seré un amargado como lo es mi padre y lo fue mi abuelo y mi bisabuelo y
así hasta donde quieras llegar. Tendré un matrimonio felicísimo, daré unas
fiestas que serán envidia en Austin y en cualquiera de mis viajes, reales o
inventados, pagaré fortunas a chaperos de lujo que me recuerden, solo para que
me recuerden al único que podría haberme hecho feliz.
Se bebió de un trago el vaso que
tenía delante. Se quedó mirando el vidrió escurriendo las gotas de licor y
sonrió cínicamente.
- Ahora al aeropuerto y en dos
horas en casa. Mi padre me mirará con cara de satisfacción creyendo que he
estado de putas por cualquier club de lujo, orgulloso de tener un hijo que ya
pone los cuernos a su mujer aún antes de casarse, como hizo él, y antes que él
sus mayores, me echará un brazo por los hombros y me dará un tirón cariñoso de
orejas diciéndome eso tan conocido de “ay, sinvergüenza, como se nota que
llevas sangre Clayton en las venas, aunque ya sabes, el pecado no es hacerlo,
sino permitir que se sepa” y luego soltará una sonora carcajada. Mi madre le
mirará con asco, luego me mirará a los ojos a mí y derramará dos lágrimas, se
preparará el enésimo gin tonic del día y dirá que se va a la cama con una
jaqueca imposible, al cabo de la calle de que su hijo es maricón, las madres
siempre lo saben, pero haciéndose cargo de la responsabilidad del apellido que
porta, a sabiendas de tener el hijo más desgraciado del universo.
- ¡Joder, Clayton! Rompe con
todo, coge tu avión y vete a Pensilvania a buscar a Lucas a la Universidad y se feliz
con él de una puta vez.
Desde el fondo del local un tipo
perfectamente vestido de casual Hilfiger no quitaba ojo a Clayton y la conversación
que tenía con el camarero.
- Demasiado acostumbrado a vivir
como sabes que vivo. Asquerosa comodidad. Me desheredarían ipso facto y a Lucas
no digamos, la política, perdona menos que la empresa. Sería difícil para los
dos. Está perdido, de verdad. Como tu dices, cuando me case haré viajes de
negocios frecuentes a Pensilvania y llevaré la típica doble vida de los
Clayton, con hombre o mujer, que más da. Cuando mi mujer se de cuenta se le
hará entrar en razón como han terminado por entrar todas por el aro del que
dirán. ¡Y luego dicen que éste es el país de las oportunidades! A la mierda con
todo. Hasta otro día.
Clayton recogió su sombrero, se
lo colocó en la coronilla con desgana, se sacó del bolsillo de su camisa de
leñador, las Ray-Ban aviador se las caló y salió del local como el que acaba de
lograr un triunfo espectacular con un cadencioso y obligado bamboleo de caderas.
Cuando Clayton salio del local el
tipo de impecable vestimenta casual se acercó a la barra y llamó al camarero.
- Se puede saber de que hablabas
con el vaquero que acaba de salir – y al tiempo dejaba sobre el mostrador cinco
billetes de cien dólares.
- Nada de particular – mientras
recogía parsimoniosamente los billetes uno a uno – lo habitual en estos sitios.
Que está colado por un tío y el tío por él y no se han visto hoy de milagro y
estaba frustrado, porque al parecer le tienen apalabrada la boda y no puede
confesar sus inclinaciones en su casa, porque le desheredarían y…
El hombre que preguntaba le cortó
en su discurso.
- Ya he escuchado suficiente,
gracias – mientras dejaba sobre el mostrador otros dos billetes de cien – por
cierto, como se llama el otro tío por el que esta colado el vaquero, si lo
sabes claro.
- Si, claro, se llama Lucas, su
padre es un pez gordo de Washington, senador o algo así.
El hombre se sintió complacido
con la información y dejó caer otros tres billetes de cien sobre el mostrador
antes de dirigirse a la puerta.
- Vuelva usted por aquí cuando
quiera – le gritó el barman – se muchas mas cosas de mas gente.
La torre no acababa de dar
permiso de despegue y las luces violetas de los márgenes de la pista se
volvieron borrosas vistas a través de las lágrimas que no pudo evitar derramar
sabiendo que dejaba atrás Tampa y a Lucas con la ciudad. Había tenido que detenerse
al borde la carretera camino del aeropuerto porque las lágrimas no le dejaban
ver bien la calzada; se fumó compulsivamente dos cigarrillos, pudo
tranquilizarse después de dar dos gritos de impotencia en la oscuridad y
continuó su trayecto.
Conectó una vez más con torre preguntando
el porqué de tanta demora a esas horas de la noche, que le explicó que otro
vuelo estaba en cabeza de pista para despegar antes que el suyo y que debía
esperar. Finalmente pasados casi quince minutos recibió el ok de la torre de
control y metió gas para empezar la rodadura por la pista asignada. Con el
dorso de la mano se limpió los ojos e hizo un esfuerzo para hacer un buen
despegue y seguir las indicaciones de la torre que le encaminase a su casa en
Austin, provocando el empuje brutal de los tres reactores de cola de su jet
para recorrer las mil seiscientas millas que le separaban de su ciudad en dos
horas.
Con el viento de cola llegó al
aeropuerto internacional de Austin donde después de aterrizar de forma casi
automática le esperaba su Maserati que horas antes había dejado él en el hangar
que la familia solía utilizar para estacionar sus aeronaves. Un mecánico, a
pesar de las horas de madrugada, nada más descender de su jet le saludó con
agrado, le entregó las llaves de su vehiculo y le comunicó que el reactor era
ya cosa suya y de los mecánicos para ponerle en orden de vuelo para el día
siguiente cuando le necesitase su padre que tenía que viajar a Washington, lo
mismo que harían con el otro.
- Eres muy amable, Robert, pero a
que otro te refieres, ¿es que alguien de mi familia ha usado hoy otro avión?
- Su hermano Peter, ha aterrizado
unos quince minutos antes que usted. Me ha extrañado que no viniesen juntos,
pero uno es solo un empleado y…
- De acuerdo Robert, gracias.
- Siempre a su disposición,
señor.
Si tuvieses nada más que quince
años menos – pensó Clayton – ya te enseñaría yo a ti en que disposición te
querría, para a continuación soltar una
carcajada sorprendiéndose a sí mismo de su desvergüenza. Tenía una tristeza
profunda que era la que hacía crecer la planta venenosa de su cinismo, por no
haber podido ver a Lucas, una tristeza que le acogotaba y le dejaba sin
resuello, pero no podía dejar de apreciar lo que podría haber sido un buen
polvo en su momento. Estas son las cosas – se dijo para el cuello de la camisa
– que al fin y al cabo me salvan de mi mismo. Se felicitó de no tomarse en
serio ni siquiera a su persona. Para pensar a continuación que de donde vendría
Peter a esas horas, pero no le dio más vueltas al asunto, no era cosa suya.
Peter era dos años menor que él y no le tenía por trasnochador ni bullanguero.
“Cualquier cosa” dijo en voz alta mientras arrancaba el deportivo del tridente.
El Maserati a las cuatro de la
madrugada tardó un suspiro en llegar al rancho, en las afueras de Austin, en
Georgetown en realidad, donde vivía la familia.
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