jueves, 28 de febrero de 2013

ROBERTO XIII



C L A Y T O N



John Earl Clayton VII pertenecía a una familia de petroleros que en origen fueron ganaderos hasta que al tatarabuelo de Clayton VII, Osel Miseas Clayton I se le intoxicó toda la cabaña de vacas, por beber agua contaminada de un aceite sulfuroso en uno de los abrevaderos del rancho de cien mil acres que poseía al norte de Houston. Lo que en principio no fue sino una desgracia se trasformó en bendición cuando uno de los vaqueros le aconsejó que mandase analizar aquella especie de aceite lo que le valió el despido fulminante y felicitándose el pobre vaquero de que no le hubiese descerrajado un tiro con su colt que no abandonaba por nada. Osel Miseas Clayton I no admitía, al menos en público, ni un consejo de quien él considerase un inferior, pues una de las notas del apellido Clayton era la suficiencia. Una vez puso orden en sus tierras y dejó suficiente esclarecido quien era el boss, mandó analizar aquella agua aceitosa que resultó ser con el tiempo la punta del iceberg del mayor yacimiento de petróleo de todo el estado de la estrella solitaria. Los diferentes Clayton que se sucedieron supieron no solo conservar y explotar sus bienes subterráneos, pues prácticamente toda su finca era un lago de petróleo, sino que aumentaron la fortuna mediante la compra, las mas de las veces a base de extorsión, de fincas colindantes y la fundación de una compañía de refino que terminó por asentar la inmensa fortuna que día a día crecía bajo la férrea batuta del Clayton de turno. Hasta que llegó a John Earl Clayton VII. Este Clayton no había perdido la suficiencia de la familia, pero le faltaba la ambición que había sido más que un vicio una virtud en todos sus mayores para hacer llegar a su familia al lugar en el que se encontraba.
Al dejar su deportivo en la cochera de la casa apoyó la mano en el capó del coche de al lado un BMW de la serie 6 dos puertas y estaba caliente, recién aparcado. “El coche de Peter pensó” y se dirigió a la casa sin darle mayor importancia.
Entró en el vestíbulo de la casa y se dirigió a la escalera victoriana autentico orgullo de la casa Clayton, traída pieza a pieza después de ser desmontada de un palacio de la mismísima India cuando la ocupación británica. Desde la derecha del vestíbulo, a través de la puerta de la biblioteca semi abierta escuchó su nombre.
- ¡John!
Clayton se detuvo en seco a punto de pisar el primer escalón sin mover un músculo. La voz de su hermano Peter le desarboló. En un instante comprendió el porque de la espera en cabecera de pista, el porque Robert le había dicho que el Falcón que el traía sería el segundo en revisar y porqué cuando estaba detenido llorando sin consuelo al borde de la carretera que conducía al aeropuerto le pareció ver un coche que le rebasaba con la misma matricula de su Maserati “CLAYTON. TEXAS”. Era el fin, su hermano le había seguido en esta ocasión y sabía de donde venía, no podía echarse para atrás debía afrontar lo que se le viniese encima. Se le puso en la mente el semblante sonriente de Lucas, sintió el ardor de sus besos y recordó sus gemidos en la trasera de su coche en Tampa cuando le hizo suyo.
Inspiró con fuerza y dejó escapar el aire para relajarse, luego se volvió y entró en la biblioteca.
- Tarde para estar despierto, ¿no Peter?
- Lo mismo podría decirte yo, John. Entra y siéntate conmigo hermano. Mira – tenía en la mano un vaso de cristal tallado lleno hasta la mitad de un liquido ambarino oscuro – es el burbon de papá, le daría un infarto si supiera que se donde lo guarda. ¿Sabías que se lo destilan de forma ilegal en Kentucky? Ya ves en esta familia todos tienen algún secreto; mamá el número de gin tonic que se toma al cabo del día, papá el sitio donde “nadie” sabe que guarda su burbon y nosotros…, tú John, hermano, ¿Qué secreto tienes?
John ocupó el otro extremo del chester en el que se encontraba sentado Peter no sin antes tomar de la camarera un vaso como el de su hermano y servirse de la botella totalmente vulgar de la que se servía Peter.
- ¿A que edad descubriste el escondrijo del burbon de papá? – se giró un cuarto de vuelta sobre su sitio colocando su pierna sobre el asiento del sillón y encarando a su hermano. ¿Cuándo descubriste que mamá no para de tomar ginebra?, pero…, sabes porque se aficionó.
- Se otras cosas hermanito, que quizá sean más interesantes.
- Este burbon de papá – dijo John sorbiendo de su vaso – es irrepetible. ¿Desde cuando se lo quitas, desde los diez, los quince?, quizá desde que Jerome te dijo donde lo escondía.
- No hay porqué meter a Jerome en esta conversación – replicó muy tenso Peter.
- Bueno podemos meter si quieres a Rosa. ¿Quizá el matrimonio junto te parezca mejor?, desde cuando dirías tú que se que eres el tercero en su cama.
Peter se puso en pie de un salto, apuró de un trago el vaso lo dejó sobre la mesa y se dirigió a la puerta. John se levantó inmediatamente y con más agilidad que su hermano llegó a la puerta antes y la cerró. Se apoyó sobre la misma y se encaró con Peter. Se sintió relajado y libre. De pronto todo le pareció diáfano, se veía feliz y descansado, natural su deseo de Lucas y perfectamente capacitado para aventar a los cuatro puntos cardinales su verdad.
- Déjame salir John – masculló entre dientes Peter.
- Me has seguido hasta Tampa, ¿no es cierto? ¿Nunca hasta Baton Rouge? Está más cerca, aunque a mi personalmente me gusta más Florida – bebió un sorbo del vaso que conservaba en la mano – y a ti las parejas de color, ya ves que cada uno tiene sus preferencias. ¿Qué diría el gran Osel Miseas Clayton I si supiera que su tataranieto se lo monta con dos negros? – abandonó la puerta de la biblioteca sobre la que se apoyaba y regresó relajado al chester - créeme, a los Clayton, los de verdad como el tatarabuelo, tratándose de negros les importa un bledo lo de los sexos. ¿Y que diría papá?, al menos yo soy maricón pero me lo monto con gente de nuestra clase; mira el padre de Lucas es…, vamos a dejarlo así, senador de los Estados Unidos y una de las fortunas más parecida a la nuestra, al menos lo mío con Lucas tendría de inconfesabilidad lo del sexo, pero como contrapartida, ya sabes que los Clayton por un dólar son capaces de perdonar hasta una peculiaridad como la mía, pero un matrimonio, de negros y encima criados de la casa, ni aunque te arrastrases suplicante, porque si papá te echaría de la casa, mama, de una saga de cultivadores de algodón de Carolina del Sur, con esclavos desde que Lee usaba chupete, renegaría de ti.
- Basta ya - Peter se acercó al sofá y se echó sobre el hombro de John abrazándose a él.
- Te quiero hermano – John apuró el vaso y lo dejó caer sobre la mullida alfombra para poder abrazar a Peter – no quiero hacerte daño, por nada del mundo, ya sufro yo todo el daño que necesita esta familia.
Peter comenzó a besar en el cuello a John apretándole contra su cuerpo.
- Ah, ah, Peter, por favor, ¿no notas nada duro por el piso de abajo?, a mi no me puedes hacer estas cosas, ya conoces mis inclinaciones y te quiero demasiado, tanto que sería capaz de hacer sexo contigo y se que eso no estaría bien.
- A mi me gusta que Jerome me sodomice mientras yo le como el sexo a la negra confesó estremecido Peter a su hermano.
- Venga, ya está bien. Vamos a sentarnos otra vez los dos tranquilitos, llenamos los vasos y nos hacemos todas las confidencias que tú quieras.
Se retreparon los dos sobre el chester, llenaron los vasos y esta vez uno cerca del otro comenzaron la charla.
- Desde cuando sabes lo de mis tríos.
- Desde que me lo dijo Jerome.
- ¡Que cabronazo! Y porqué te lo dijo – se le quedó mirando a John inquisitivo al tiempo que a éste se le dibujaba una sonrisa maliciosa en la cara sin contestar - ¡No puede ser!, dime que no es cierto. Jerome y tú también…
- Cuando Rosa y Jerome entraron a trabajar en casa hace veinte años, yo tenía nueve y tú siete. Éramos muy pequeños aún, pero con el paso del tiempo crecimos. Durante ese tiempo que cogimos confianza con Jerome, bueno yo cogí confianza, que tu la cogerías con Rosa, noté que se me acercaba demasiado, me daba cariñosos azotes en el culo y siempre mencionaba lo caliente que me tenían que poner las chicas en el colegio y todas las pajas que debía hacerme a cuenta de ello. Cuando yo cumplí los dieciséis, que tu tenías catorce en un día de verano de esos de calor tórrido andaba yo por el jardín, por la parte de las caballerizas, bien es cierto que muy caldeado sexualmente y buscando donde poder aliviarme con un poco de morbosidad que diese algo de pimienta al acto. Estaba alejado de la casa, por los establos decía, cuando escuché agua correr. Supuse que estarían regando o lavando los establos o dando agua a los caballos y me acerqué. Esperaba ver a uno de los vaqueros con el torso descubierto y recrearme en su figura fibrosa mientras me masturbaba; desde hacia meses que me había convencido que me excitaba más la visión de un cuerpo masculino que uno femenino. Cuando en el instituto algún compañero llevaba alguna revista pornográfica los ojos se me iban detrás de los cuerpos musculosos de los tíos y sus penes, no de los cuerpos curvilíneos de las tías, me tuve que rendir a la evidencia. Como te iba diciendo me acerqué al susurro del agua y vi que Jerome estaba duchándose con la manguera que tienen los establos, sujetándola de una argolla de la pared. Habían pasado siete años desde que entró en casa el matrimonio de negros que yo tenía casi diez años. Jerome no podía tener más de veinticinco y Rosa veintidós o veintitrés, de manera que en ese momento Jerome era un macho joven de treinta y un años en todo su esplendor que se estaba refrescando completamente desnudo y me di cuenta que su visión me provocaba placer como no había conocido nunca y los deseos irrefrenables de tocarle sobre todo su sexo que se ocultaba a la vista y metérmelo en la boca, me anulaban la voluntad y sabía que no iba a poder resistirme al deseo. El color ébano brillante con el culo de aspecto tan prieto y convexo y la espalda ancha y recta. Deseaba ver su sexo. Ni me lo pensé, debí calibrar que podría suceder si Jerome me llega a rechazar y va con el cuento a papa, en que posición quedaría yo y papa a continuación pues se habría visto en la tesitura de defenderme, somos Clayton por encima de todo, pero nada de eso me arredró. El cúmulo de pequeños detalles atesorados a lo largo de los años, roces mas o menos inocentes, guiños sin malicia, complicidades de adolescente conmigo dieron como resultado de la ecuación que me desnudé allí mismo y me fui para la ducha y con la mayor naturalidad que pude le dije que yo también quería refrescarme.
- Estabas loco – repuso Peter – imagina que papá o cualquiera de los vaqueros llega a ir y os pilla.
- No lo pensé. Ahora lo pienso como ya te he dicho y se que lo que estaba era completamente excitado y deseoso de macho. Nunca había tenido oportunidad de tocar un cuerpo de hombre y me cegué, todo lo demás era accesorio, ya tenía dieciséis y nunca había tenido sexo con nadie, decidí que ese era el momento, deseaba verle el sexo a Jerome y se lo iba a ver. Los negros tienen fama de tener grandes vergas y quería vérsela.
- Bueno y que te dijo al verte. ¿Tú no estabas empalmado?
- Súper empalmado. No aparentó inmutarse, solo me dijo que entrase bajo el chorro y me refrescase y así lo hice. Me puse delante de él. Tenía un bonito pene largo y grueso del mismo color de su piel entera con el capullo, que no se porqué había imaginado del color de las palmas de las manos, mas sonrosado, pero era tan negro como el resto de la joya que atesoraba y las bolsas de los testículos recogidas bajo el fuste. Estaba hipnotizado con esa visión y entonces fue él quien me dio un golpe suave en el pene tieso que yo tenía y me lo hizo oscilar al tiempo que me preguntaba que qué me pasaba. Me dijo “¿tu te pajearás ya, pensando en mi polla quizá?”
- Que descaro el Jerome de los cojones.
- Yo no sabía que responder así que él se agarró su pene y empezó a masajearlo arriba y abajo y en menos de medio minuto tenía la verga más tiesa que la mía. “Ves, así la frotas haciendo que el capullo se esconda y salga y al cabo de unas cuantas veces sientes como un escalofrió que da mucho gusto”. Entonces me cogió el pene y me echó el pellejo para atrás hasta que no sin dolor hizo que mi capullo saliera fuera entero. Era la primera vez que me sacaba el capullo entero, yo no me atrevía nunca ante el temor de que se rompiera o me sangrase. Sentí un enorme placer, eso sí.
- ¿Te pajeó? – preguntó con los ojos muy abiertos Peter.
- No, espera. El estaba empalmadísimo, comprobé que mi presencia le excitaba tanto como a mi la suya y me dijo que así no podía quedarse, necesitaba darse placer. “¿Sabes que con la boca se pueden dar mucho placer un hombre al otro?”.Llevaba  los ojos de su cara a su polla y me imaginaba metiéndome el miembro dentro de la boca, pero no me atrevía a dar el paso, hasta que Jerome me animó. “Anda pequeño John, que no se lo voy a decir a nadie, métetela en la boca”. No me lo pensé me agaché un poco y el capullo me entró entero. Fue un placer indescriptible sentirme la boca llena del sexo de Jerome, de aquella seda negra, caliente y a tensión que me resbalaba por la lengua y pugnaba por entrar hasta la garganta provocándome en momentos nauseas que yo intentaba controlar para no tener que escupir la bola de carne que me inundaba, no quería que aquella sensación terminase. De forma instintiva mi lengua escudriñaba todos los escondrijos que tenía aquel trozo de carbón ardiente, de carne dura y suave hasta que de repente el dijo un urgente “ya”, se salió de mi boca y su capullo me escupió en la cara varios chorros de una sustancia blanca y pegajosa el semen más blanco y pringoso que haya vista jamás, y en cantidad, pero entonces no sabía que se trataba de semen normal, el mío era casi transparente con rameo blancuzco. El semen me chorreó la cara hasta dar con mis labios y de la forma más natural lamí con la lengua aquellos restos cálidos que se iban enfriando a medida que avanzaban camino de mi barbilla, que caían cerca de mis comisuras. Me gustó el sabor de manera que sin pensarlo volví a meter el capullo de Jerome en la boca para terminar de relamer el semen que aún le salía en pequeña cantidad. Me gustaba y me lo tragaba.
- ¿No te daba asco? – Puso cara de ir a vomitar - yo nunca haría eso, por Dios, que guarro eres.
- Cuando él se dio por satisfecho – John hizo caso omiso de la apostilla de su hermano – me dijo que a mi edad pocos tíos hacían lo que yo había hecho sin vomitar. “Lo tuyo pequeño John es vicio del bueno, pajéate delante de mí ahora” y con autentica delectación lo hice para que me viera. Gozaba sabiendo que me miraba con fruición mientras me decía que si llegaba a saber que me gustaba el semen no me habría sacado de la boca el capullo. Imaginé como la cantidad tan extraordinaria de semen inundaba mi boca y en dos o tres emboladas sentí el orgasmo con poco semen aún para lo que echó él y me sujetó por las axilas para que no me desfalleciese y cayese al suelo pues el  placer que sentí fue más que excesivo. Después él mismo me secó el cuerpo del agua de la ducha frotándome con una toalla áspera, lo que me hizo gozar de lo lindo sobre todo cuando me rozó con firmeza los pezones y luego me ayudo a vestirme. Cuando se despidió me dijo algo que entonces quise entender pero que no entendí del todo hasta el verano siguiente cuando nos quedamos en casa solos al cuidado de Jerome y Rosa, porque los padres se fueron a Europa todo el verano. Ese verano yo tenía diecisiete años y tú quince, dos hombrecitos ya,  y ese verano fue en el que Rosa te metió en la cama y Jerome os pilló, ¿O no?
Peter se quedó noqueado.
- ¿Fue con quince años?, ¡hija de puta pederasta!, pero cómo me lo pasaba con ella, bueno y cuando al fin despejé temores con los dos. Pero bueno que fue eso que te dijo que creíste entender.
- Me dijo “Si esto te ha parecido esplendido, cuando aprendas a gozar de la trasera serás completo y nada se te pondrá por delante”, y el año que a ti te desvirgó Rosa fue el que Jerome me desvirgó a mí. Pero Peter son casi las seis de la mañana papá está punto de levantarse, al menos deshagamos las camas y demos una cabezada. Mañana nos cogemos el Jeep nos vamos al desierto a disfrutar como dos hermanos y te cuento el desvirgue y tu me cuentas a mí el tuyo.
No había pasado ni media hora desde que los hermanos se acostaron cuando John Earl Clayton VI se levantaba y después de una ducha fría bajaba a desayunar. Su mujer se quedaba en la cama como correspondía a la señora sureña que se sentía hasta que viniese Rosa  a prepararla el baño subiéndole el desayuno. Jerome sabía como se las gastaba el jefe del clan Clayton y cuando entraba en el comedor ya estaban sobre la mesa el café negro humeante y sin azúcar, los huevos revueltos “como los hace esta puta negra de tu mujer no los hace nadie, cabronazo”, era su buenos días al criado, y el tocino achicharrado. “Si un buen tejano no empieza así el día como diablos va a poder hacer dinero”, les decía a sus hijos cada vez que podía coincidir con ellos en el desayuno, algo que no sucedía frecuentemente desde que se hicieron mayores y pudieron trasnochar.
- Los chicos están en la casa, Jerome – hizo más una afirmación que una pregunta.
- Si señor, llegaron anoche casi al tiempo y estuvieron en la biblioteca bebiendo y charlando como amigos hasta tarde.
- Eso me gusta, que diablos, que sean amigos más que hermanos, que el chico eche una mano a John cuando se tenga que hacer cargo de todo esto, yo no voy a ser eterno – le dijo a un imperturbable Jerome soltando una carcajada – y que se beban mi burbon como los hombres. Procura que no falte en la botella que tengo escondida Jerome.
- Descuide el señor, ya me ocupo tanto yo como mi Rosa de sus hijos, nos ocupamos los dos muy bien, desde que llegamos a esta casa y ellos eran pequeños nos hemos desvivido por que fuesen lo mas felices posible. Y desde que son mayorcitos el cuidado se ha redoblado por parte de los dos, era una edad difícil cuando usted y la señora fueron a Europa y convenía vigilarlos de cerca, creo que lo hicimos a conciencia señor.
- No me cabe duda Jerome, no me cabe duda. ¿Está mi chofer ya aquí?
- Fuera esperando al señor para llevarle a Austin.
- Que no se levanten los chicos más allá de las nueve, que eso es ya casi por la tarde, hay que fomentarles la disciplina.
En ese momento bajaban al comedor John y Peter.
- Estamos muertos de hambre Jerome, tráenos tostadas y huevos revueltos. Hola papa – dijo inusualmente optimista John – vamos a ir con el Jeep al desierto, Peter y yo esta mañana, queremos charlar de nuestras cosas y estar juntos, que nunca lo hacemos y que diablos, como tú dices, somos hermanos, no te parece a ti también Jerome – se dirigió al criado de forma descarada – que los hermanos no deben tener secretos.
- Por supuesto, señorito John, por supuesto.
Y nada más decirlo con un esbozo imperceptible de sonrisa suficiente Jerome se dirigió a la cocina a preparar más café y las tostadas con los huevos revueltos.
- Os lleváis el Jeep, cuidarlo bien, vuestro abuelo en la tumba se revolvería si le pasase algo. Es más creo que volvería del más allá para ajustaros las cuentas.
- Descuida jefe – contestó Peter – los huesos del abuelo estarán en paz. No vamos ha hacer burradas, solo queremos estar los dos hermanos tranquilos charlando de nuestras cosas, nuestro futuro, nuestras inquietudes.
- ¡Las chicas! ¿Eh bribones? Me gusta esa actitud – dijo el padre satisfecho – dentro de nada la empresa estará en vuestras manos y será mejor que os llevéis bien. Pero el Jeep cuidármelo.
John Earl Clayton V participó activamente en la campaña del pacifico a pesar de pertenecer a una de las familias más acaudaladas de su país y contar su fortuna en el rango de los diez ceros. Pero como todos los Clayton, amaba a su país y se alistó con el consentimiento de su padre John Óseas Clayton IV para defender a su patria. En la batalla de las Midway durante un desembarco el Jeep en que iba de operador de  transmisiones fue alcanzado por un obús de refilón y él fue el único que se salvó sin un rasguño. El Clayton IV pidió personalmente a McArtur, que se interesara por su salud dado su apellido, y Clayton V permiso para quedarse el Jeep destrozado y comunicó con su padre en Texas para que desviaran uno de los petroleros de la firma, de su ruta para que lo recogiese. Ya en Austin el Jeep fue enviado a Detroit donde fue fielmente restaurado y se conservaba en la familia como un talismán de buena suerte. Tanto a John como a Peter les gustaba el vehiculo desde que eran pequeños y su padre les sacaba con él de paseo por el desierto a ver los pozos de extracción.
- Antes perdería una mano – le dijo muy serio John – que dejar que el Jeep se hiciese un rasguño.
- Bien – se levantó de la silla Clayton VI – me voy al aeropuerto, tengo reunión en Springfield con otros refinadores. Volveré avanzada la noche o mañana por la mañana si se hace tarde – les guiñó un ojo. Portaros bien.
Los dos hermanos terminaron de desayunar lo que Jerome les trajo sin hacer el menor comentario y cuando hubieron acabado se dirigieron a la cochera a por el Jeep.
- Yo conduzco, dijo primero Peter, adelantándose unos pasos a John y volviéndose luego hacia él – mientras hacia el gesto de acribillarle a balazos con sus dedos índices y le guiñaba cómplice un ojo.
- Vale, de acuerdo – dijo John levantando ambas manos en señal de claudicación pero sin dejar de sonreír – pero el regreso es mío.
Peter se puso entonces a la altura de su hermano, le echó el brazo por el cuello y le estampó un beso sonoro en la mejilla. Desde la puerta del comedor Jerome observaba la escena y sonreía satisfecho. Le gustaba que los dos hermanos se llevaran bien, eran como hijos suyos aunque los hubiese disfrutado de una forma poco convencional, eso a él no le planteaba ningún problema de conciencia porque sabía que ellos habían disfrutado como él y no les había supuesto ningún trauma psicológico. Los habría defendido hasta la muerte y habría sido incapaz de perjudicarlos. Lo sucedido desde aquella lejana noche de verano en los establos había sido fluido y normal desde el principio, él había querido y el chaval lo había deseado aún más que él. Lo de Peter aunque de otra manera fue exactamente igual de natural.
- Te quiero hermano – le acercó la cabeza Peter a la de su hermano hasta tocarse entre ellas – y más ahora que conociéndonos somos amigos de verdad.
Habían enfilado la carretera en dirección a San Antonio después de cruzar Austin y a la altura de Buda tomaron una desviación que les conducía directamente al desierto donde unas cuevas, antiguos santuarios indígenas, les servirían de refugio cuando el sol se pusiese inasequible. Conducía Peter como habían acordado y John decidió comenzar la conversación que habían cortado horas antes con el burbon de su padre en la mano.
- Bueno Peter,  ¿como fue lo tuyo con Rosa?, ¿y como entró en eso luego Jerome?
- Joder John solo de recordarlo me empalmo – le dijo acariciándose la entrepierna y resaltando entre sus dedos el pene ya duro.
- Venga déjate de bobadas que vas conduciendo. Y además a mi no se me pueden hacer esas cosas – rió divertido de la ocurrencia.
- Mas o menos el año que tu tuviste tu encuentro con Jerome, y no se si sería la misma noche, te estuve buscando por la casa, me encontraba solo y quería encontrarte para estar acompañado. Me acerqué a la casa de Rosa y Jerome y vi que estaba todo apagado menos una ventana que tenía luz. Me asomé y lo que vi me dejó hipnotizado y sentí como me crecía el pene como cuando me levantaba por las mañanas con ganas de hacer pis, pero sin ganas y además la sensación era estremecedora. Me di cuenta que temblaba ante lo que veía.
- Bueno, ¿y que veías?
- Rosa de espaldas a la ventana, completamente desnuda, delante del espejo del armario acariciándose todo el cuerpo. Joder, John, como siga recordándolo con detalles me corro.
- Pues si te vas a correr te paras, no te vayas a correr mientras conduces. Y si te vas a correr la leche no la vayas a desperdiciar.
- Eres un guarro John – entonó una voz de enfado – joder, que soy tu hermano.
- Con mayor razón, tío, con mayor razón, todo se queda en casa – y volvió a soltar una carcajada distendida y conciliadora – venga sigue con lo de la ventana.
- Por el ángulo en que quedaba el espejo yo veía lo que Rosa se tocaba y me fijaba que se pellizcaba los pezones que estaban tiesos como mi polla y se metía uno o dos dedos por el sexo al tiempo que emitía quejidos y gemidos, que en otro momento yo habría interpretado como de dolor pero que por la cara que ponía no podían ser más que placenteros. No reparé, con la excitación, que mi cabecita que yo creía hurtada a cualquier mirada, era vista por Rosa pues se reflejaba en el espejo y ella se percató de como la observaba, pero en lugar de azorarse se envalentonó. De repente los quejidos se aceleraron al mismo tiempo que lo hacían los latidos de mi corazón hasta que ya a gritos ella cayó al suelo casi convulsionando, me asusté tanto que me fui corriendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario