C L A Y T O N
John Earl Clayton VII pertenecía
a una familia de petroleros que en origen fueron ganaderos hasta que al
tatarabuelo de Clayton VII, Osel Miseas Clayton I se le intoxicó toda la cabaña
de vacas, por beber agua contaminada de un aceite sulfuroso en uno de los
abrevaderos del rancho de cien mil acres que poseía al norte de Houston. Lo que
en principio no fue sino una desgracia se trasformó en bendición cuando uno de
los vaqueros le aconsejó que mandase analizar aquella especie de aceite lo que
le valió el despido fulminante y felicitándose el pobre vaquero de que no le
hubiese descerrajado un tiro con su colt que no abandonaba por nada. Osel
Miseas Clayton I no admitía, al menos en público, ni un consejo de quien él
considerase un inferior, pues una de las notas del apellido Clayton era la
suficiencia. Una vez puso orden en sus tierras y dejó suficiente esclarecido
quien era el boss, mandó analizar aquella agua aceitosa que resultó ser con el
tiempo la punta del iceberg del mayor yacimiento de petróleo de todo el estado
de la estrella solitaria. Los diferentes Clayton que se sucedieron supieron no
solo conservar y explotar sus bienes subterráneos, pues prácticamente toda su
finca era un lago de petróleo, sino que aumentaron la fortuna mediante la
compra, las mas de las veces a base de extorsión, de fincas colindantes y la
fundación de una compañía de refino que terminó por asentar la inmensa fortuna
que día a día crecía bajo la férrea batuta del Clayton de turno. Hasta que
llegó a John Earl Clayton VII. Este Clayton no había perdido la suficiencia de
la familia, pero le faltaba la ambición que había sido más que un vicio una
virtud en todos sus mayores para hacer llegar a su familia al lugar en el que
se encontraba.
Al dejar su deportivo en la
cochera de la casa apoyó la mano en el capó del coche de al lado un BMW de la
serie 6 dos puertas y estaba caliente, recién aparcado. “El coche de Peter
pensó” y se dirigió a la casa sin darle mayor importancia.
Entró en el vestíbulo de la casa
y se dirigió a la escalera victoriana autentico orgullo de la casa Clayton,
traída pieza a pieza después de ser desmontada de un palacio de la mismísima
India cuando la ocupación británica. Desde la derecha del vestíbulo, a través
de la puerta de la biblioteca semi abierta escuchó su nombre.
- ¡John!
Clayton se detuvo en seco a punto
de pisar el primer escalón sin mover un músculo. La voz de su hermano Peter le
desarboló. En un instante comprendió el porque de la espera en cabecera de
pista, el porque Robert le había dicho que el Falcón que el traía sería el
segundo en revisar y porqué cuando estaba detenido llorando sin consuelo al
borde de la carretera que conducía al aeropuerto le pareció ver un coche que le
rebasaba con la misma matricula de su Maserati “CLAYTON. TEXAS”. Era el fin, su
hermano le había seguido en esta ocasión y sabía de donde venía, no podía
echarse para atrás debía afrontar lo que se le viniese encima. Se le puso en la
mente el semblante sonriente de Lucas, sintió el ardor de sus besos y recordó
sus gemidos en la trasera de su coche en Tampa cuando le hizo suyo.
Inspiró con fuerza y dejó escapar
el aire para relajarse, luego se volvió y entró en la biblioteca.
- Tarde para estar despierto, ¿no
Peter?
- Lo mismo podría decirte yo,
John. Entra y siéntate conmigo hermano. Mira – tenía en la mano un vaso de
cristal tallado lleno hasta la mitad de un liquido ambarino oscuro – es el
burbon de papá, le daría un infarto si supiera que se donde lo guarda. ¿Sabías
que se lo destilan de forma ilegal en Kentucky? Ya ves en esta familia todos
tienen algún secreto; mamá el número de gin tonic que se toma al cabo del día,
papá el sitio donde “nadie” sabe que guarda su burbon y nosotros…, tú John,
hermano, ¿Qué secreto tienes?
John ocupó el otro extremo del
chester en el que se encontraba sentado Peter no sin antes tomar de la camarera
un vaso como el de su hermano y servirse de la botella totalmente vulgar de la
que se servía Peter.
- ¿A que edad descubriste el
escondrijo del burbon de papá? – se giró un cuarto de vuelta sobre su sitio
colocando su pierna sobre el asiento del sillón y encarando a su hermano.
¿Cuándo descubriste que mamá no para de tomar ginebra?, pero…, sabes porque se
aficionó.
- Se otras cosas hermanito, que
quizá sean más interesantes.
- Este burbon de papá – dijo John
sorbiendo de su vaso – es irrepetible. ¿Desde cuando se lo quitas, desde los
diez, los quince?, quizá desde que Jerome te dijo donde lo escondía.
- No hay porqué meter a Jerome en
esta conversación – replicó muy tenso Peter.
- Bueno podemos meter si quieres
a Rosa. ¿Quizá el matrimonio junto te parezca mejor?, desde cuando dirías tú
que se que eres el tercero en su cama.
Peter se puso en pie de un salto,
apuró de un trago el vaso lo dejó sobre la mesa y se dirigió a la puerta. John
se levantó inmediatamente y con más agilidad que su hermano llegó a la puerta
antes y la cerró. Se apoyó sobre la misma y se encaró con Peter. Se sintió
relajado y libre. De pronto todo le pareció diáfano, se veía feliz y
descansado, natural su deseo de Lucas y perfectamente capacitado para aventar a
los cuatro puntos cardinales su verdad.
- Déjame salir John – masculló
entre dientes Peter.
- Me has seguido hasta Tampa, ¿no
es cierto? ¿Nunca hasta Baton Rouge? Está más cerca, aunque a mi personalmente
me gusta más Florida – bebió un sorbo del vaso que conservaba en la mano – y a
ti las parejas de color, ya ves que cada uno tiene sus preferencias. ¿Qué diría
el gran Osel Miseas Clayton I si supiera que su tataranieto se lo monta con dos
negros? – abandonó la puerta de la biblioteca sobre la que se apoyaba y regresó
relajado al chester - créeme, a los Clayton, los de verdad como el tatarabuelo,
tratándose de negros les importa un bledo lo de los sexos. ¿Y que diría papá?,
al menos yo soy maricón pero me lo monto con gente de nuestra clase; mira el
padre de Lucas es…, vamos a dejarlo así, senador de los Estados Unidos y una de
las fortunas más parecida a la nuestra, al menos lo mío con Lucas tendría de
inconfesabilidad lo del sexo, pero como contrapartida, ya sabes que los Clayton
por un dólar son capaces de perdonar hasta una peculiaridad como la mía, pero
un matrimonio, de negros y encima criados de la casa, ni aunque te arrastrases
suplicante, porque si papá te echaría de la casa, mama, de una saga de
cultivadores de algodón de Carolina del Sur, con esclavos desde que Lee usaba
chupete, renegaría de ti.
- Basta ya - Peter se acercó al
sofá y se echó sobre el hombro de John abrazándose a él.
- Te quiero hermano – John apuró
el vaso y lo dejó caer sobre la mullida alfombra para poder abrazar a Peter –
no quiero hacerte daño, por nada del mundo, ya sufro yo todo el daño que
necesita esta familia.
Peter comenzó a besar en el
cuello a John apretándole contra su cuerpo.
- Ah, ah, Peter, por favor, ¿no
notas nada duro por el piso de abajo?, a mi no me puedes hacer estas cosas, ya
conoces mis inclinaciones y te quiero demasiado, tanto que sería capaz de hacer
sexo contigo y se que eso no estaría bien.
- A mi me gusta que Jerome me
sodomice mientras yo le como el sexo a la negra confesó estremecido Peter a su
hermano.
- Venga, ya está bien. Vamos a
sentarnos otra vez los dos tranquilitos, llenamos los vasos y nos hacemos todas
las confidencias que tú quieras.
Se retreparon los dos sobre el
chester, llenaron los vasos y esta vez uno cerca del otro comenzaron la charla.
- Desde cuando sabes lo de mis
tríos.
- Desde que me lo dijo Jerome.
- ¡Que cabronazo! Y porqué te lo
dijo – se le quedó mirando a John inquisitivo al tiempo que a éste se le
dibujaba una sonrisa maliciosa en la cara sin contestar - ¡No puede ser!, dime
que no es cierto. Jerome y tú también…
- Cuando Rosa y Jerome entraron a
trabajar en casa hace veinte años, yo tenía nueve y tú siete. Éramos muy
pequeños aún, pero con el paso del tiempo crecimos. Durante ese tiempo que
cogimos confianza con Jerome, bueno yo cogí confianza, que tu la cogerías con
Rosa, noté que se me acercaba demasiado, me daba cariñosos azotes en el culo y
siempre mencionaba lo caliente que me tenían que poner las chicas en el colegio
y todas las pajas que debía hacerme a cuenta de ello. Cuando yo cumplí los
dieciséis, que tu tenías catorce en un día de verano de esos de calor tórrido
andaba yo por el jardín, por la parte de las caballerizas, bien es cierto que
muy caldeado sexualmente y buscando donde poder aliviarme con un poco de
morbosidad que diese algo de pimienta al acto. Estaba alejado de la casa, por
los establos decía, cuando escuché agua correr. Supuse que estarían regando o
lavando los establos o dando agua a los caballos y me acerqué. Esperaba ver a
uno de los vaqueros con el torso descubierto y recrearme en su figura fibrosa
mientras me masturbaba; desde hacia meses que me había convencido que me excitaba
más la visión de un cuerpo masculino que uno femenino. Cuando en el instituto
algún compañero llevaba alguna revista pornográfica los ojos se me iban detrás
de los cuerpos musculosos de los tíos y sus penes, no de los cuerpos curvilíneos
de las tías, me tuve que rendir a la evidencia. Como te iba diciendo me acerqué
al susurro del agua y vi que Jerome estaba duchándose con la manguera que
tienen los establos, sujetándola de una argolla de la pared. Habían pasado
siete años desde que entró en casa el matrimonio de negros que yo tenía casi diez
años. Jerome no podía tener más de veinticinco y Rosa veintidós o veintitrés,
de manera que en ese momento Jerome era un macho joven de treinta y un años en
todo su esplendor que se estaba refrescando completamente desnudo y me di
cuenta que su visión me provocaba placer como no había conocido nunca y los
deseos irrefrenables de tocarle sobre todo su sexo que se ocultaba a la vista y
metérmelo en la boca, me anulaban la voluntad y sabía que no iba a poder
resistirme al deseo. El color ébano brillante con el culo de aspecto tan prieto
y convexo y la espalda ancha y recta. Deseaba ver su sexo. Ni me lo pensé, debí
calibrar que podría suceder si Jerome me llega a rechazar y va con el cuento a
papa, en que posición quedaría yo y papa a continuación pues se habría visto en
la tesitura de defenderme, somos Clayton por encima de todo, pero nada de eso
me arredró. El cúmulo de pequeños detalles atesorados a lo largo de los años,
roces mas o menos inocentes, guiños sin malicia, complicidades de adolescente
conmigo dieron como resultado de la ecuación que me desnudé allí mismo y me fui
para la ducha y con la mayor naturalidad que pude le dije que yo también quería
refrescarme.
- Estabas loco – repuso Peter –
imagina que papá o cualquiera de los vaqueros llega a ir y os pilla.
- No lo pensé. Ahora lo pienso como
ya te he dicho y se que lo que estaba era completamente excitado y deseoso de
macho. Nunca había tenido oportunidad de tocar un cuerpo de hombre y me cegué,
todo lo demás era accesorio, ya tenía dieciséis y nunca había tenido sexo con
nadie, decidí que ese era el momento, deseaba verle el sexo a Jerome y se lo
iba a ver. Los negros tienen fama de tener grandes vergas y quería vérsela.
- Bueno y que te dijo al verte. ¿Tú
no estabas empalmado?
- Súper empalmado. No aparentó
inmutarse, solo me dijo que entrase bajo el chorro y me refrescase y así lo
hice. Me puse delante de él. Tenía un bonito pene largo y grueso del mismo
color de su piel entera con el capullo, que no se porqué había imaginado del
color de las palmas de las manos, mas sonrosado, pero era tan negro como el
resto de la joya que atesoraba y las bolsas de los testículos recogidas bajo el
fuste. Estaba hipnotizado con esa visión y entonces fue él quien me dio un golpe
suave en el pene tieso que yo tenía y me lo hizo oscilar al tiempo que me
preguntaba que qué me pasaba. Me dijo “¿tu te pajearás ya, pensando en mi polla
quizá?”
- Que descaro el Jerome de los
cojones.
- Yo no sabía que responder así
que él se agarró su pene y empezó a masajearlo arriba y abajo y en menos de
medio minuto tenía la verga más tiesa que la mía. “Ves, así la frotas haciendo
que el capullo se esconda y salga y al cabo de unas cuantas veces sientes como
un escalofrió que da mucho gusto”. Entonces me cogió el pene y me echó el
pellejo para atrás hasta que no sin dolor hizo que mi capullo saliera fuera
entero. Era la primera vez que me sacaba el capullo entero, yo no me atrevía
nunca ante el temor de que se rompiera o me sangrase. Sentí un enorme placer,
eso sí.
- ¿Te pajeó? – preguntó con los
ojos muy abiertos Peter.
- No, espera. El estaba
empalmadísimo, comprobé que mi presencia le excitaba tanto como a mi la suya y
me dijo que así no podía quedarse, necesitaba darse placer. “¿Sabes que con la
boca se pueden dar mucho placer un hombre al otro?”.Llevaba los ojos de su cara a su polla y me imaginaba
metiéndome el miembro dentro de la boca, pero no me atrevía a dar el paso,
hasta que Jerome me animó. “Anda pequeño John, que no se lo voy a decir a nadie,
métetela en la boca”. No me lo pensé me agaché un poco y el capullo me entró
entero. Fue un placer indescriptible sentirme la boca llena del sexo de Jerome,
de aquella seda negra, caliente y a tensión que me resbalaba por la lengua y
pugnaba por entrar hasta la garganta provocándome en momentos nauseas que yo
intentaba controlar para no tener que escupir la bola de carne que me inundaba,
no quería que aquella sensación terminase. De forma instintiva mi lengua
escudriñaba todos los escondrijos que tenía aquel trozo de carbón ardiente, de
carne dura y suave hasta que de repente el dijo un urgente “ya”, se salió de mi
boca y su capullo me escupió en la cara varios chorros de una sustancia blanca
y pegajosa el semen más blanco y pringoso que haya vista jamás, y en cantidad,
pero entonces no sabía que se trataba de semen normal, el mío era casi
transparente con rameo blancuzco. El semen me chorreó la cara hasta dar con mis
labios y de la forma más natural lamí con la lengua aquellos restos cálidos que
se iban enfriando a medida que avanzaban camino de mi barbilla, que caían cerca
de mis comisuras. Me gustó el sabor de manera que sin pensarlo volví a meter el
capullo de Jerome en la boca para terminar de relamer el semen que aún le salía
en pequeña cantidad. Me gustaba y me lo tragaba.
- ¿No te daba asco? – Puso cara
de ir a vomitar - yo nunca haría eso, por Dios, que guarro eres.
- Cuando él se dio por satisfecho
– John hizo caso omiso de la apostilla de su hermano – me dijo que a mi edad
pocos tíos hacían lo que yo había hecho sin vomitar. “Lo tuyo pequeño John es
vicio del bueno, pajéate delante de mí ahora” y con autentica delectación lo
hice para que me viera. Gozaba sabiendo que me miraba con fruición mientras me
decía que si llegaba a saber que me gustaba el semen no me habría sacado de la
boca el capullo. Imaginé como la cantidad tan extraordinaria de semen inundaba
mi boca y en dos o tres emboladas sentí el orgasmo con poco semen aún para lo
que echó él y me sujetó por las axilas para que no me desfalleciese y cayese al
suelo pues el placer que sentí fue más
que excesivo. Después él mismo me secó el cuerpo del agua de la ducha
frotándome con una toalla áspera, lo que me hizo gozar de lo lindo sobre todo
cuando me rozó con firmeza los pezones y luego me ayudo a vestirme. Cuando se
despidió me dijo algo que entonces quise entender pero que no entendí del todo
hasta el verano siguiente cuando nos quedamos en casa solos al cuidado de
Jerome y Rosa, porque los padres se fueron a Europa todo el verano. Ese verano
yo tenía diecisiete años y tú quince, dos hombrecitos ya, y ese verano fue en el que Rosa te metió en la
cama y Jerome os pilló, ¿O no?
Peter se quedó noqueado.
- ¿Fue con quince años?, ¡hija de
puta pederasta!, pero cómo me lo pasaba con ella, bueno y cuando al fin despejé
temores con los dos. Pero bueno que fue eso que te dijo que creíste entender.
- Me dijo “Si esto te ha parecido
esplendido, cuando aprendas a gozar de la trasera serás completo y nada se te
pondrá por delante”, y el año que a ti te desvirgó Rosa fue el que Jerome me
desvirgó a mí. Pero Peter son casi las seis de la mañana papá está punto de
levantarse, al menos deshagamos las camas y demos una cabezada. Mañana nos
cogemos el Jeep nos vamos al desierto a disfrutar como dos hermanos y te cuento
el desvirgue y tu me cuentas a mí el tuyo.
No había pasado ni media hora
desde que los hermanos se acostaron cuando John Earl Clayton VI se levantaba y
después de una ducha fría bajaba a desayunar. Su mujer se quedaba en la cama
como correspondía a la señora sureña que se sentía hasta que viniese Rosa a prepararla el baño subiéndole el desayuno.
Jerome sabía como se las gastaba el jefe del clan Clayton y cuando entraba en
el comedor ya estaban sobre la mesa el café negro humeante y sin azúcar, los huevos
revueltos “como los hace esta puta negra de tu mujer no los hace nadie,
cabronazo”, era su buenos días al criado, y el tocino achicharrado. “Si un buen
tejano no empieza así el día como diablos va a poder hacer dinero”, les decía a
sus hijos cada vez que podía coincidir con ellos en el desayuno, algo que no
sucedía frecuentemente desde que se hicieron mayores y pudieron trasnochar.
- Los chicos están en la casa,
Jerome – hizo más una afirmación que una pregunta.
- Si señor, llegaron anoche casi
al tiempo y estuvieron en la biblioteca bebiendo y charlando como amigos hasta
tarde.
- Eso me gusta, que diablos, que
sean amigos más que hermanos, que el chico eche una mano a John cuando se tenga
que hacer cargo de todo esto, yo no voy a ser eterno – le dijo a un
imperturbable Jerome soltando una carcajada – y que se beban mi burbon como los
hombres. Procura que no falte en la botella que tengo escondida Jerome.
- Descuide el señor, ya me ocupo
tanto yo como mi Rosa de sus hijos, nos ocupamos los dos muy bien, desde que
llegamos a esta casa y ellos eran pequeños nos hemos desvivido por que fuesen
lo mas felices posible. Y desde que son mayorcitos el cuidado se ha redoblado
por parte de los dos, era una edad difícil cuando usted y la señora fueron a
Europa y convenía vigilarlos de cerca, creo que lo hicimos a conciencia señor.
- No me cabe duda Jerome, no me
cabe duda. ¿Está mi chofer ya aquí?
- Fuera esperando al señor para
llevarle a Austin.
- Que no se levanten los chicos
más allá de las nueve, que eso es ya casi por la tarde, hay que fomentarles la
disciplina.
En ese momento bajaban al comedor
John y Peter.
- Estamos muertos de hambre
Jerome, tráenos tostadas y huevos revueltos. Hola papa – dijo inusualmente
optimista John – vamos a ir con el Jeep al desierto, Peter y yo esta mañana,
queremos charlar de nuestras cosas y estar juntos, que nunca lo hacemos y que
diablos, como tú dices, somos hermanos, no te parece a ti también Jerome – se
dirigió al criado de forma descarada – que los hermanos no deben tener secretos.
- Por supuesto, señorito John,
por supuesto.
Y nada más decirlo con un esbozo
imperceptible de sonrisa suficiente Jerome se dirigió a la cocina a preparar
más café y las tostadas con los huevos revueltos.
- Os lleváis el Jeep, cuidarlo
bien, vuestro abuelo en la tumba se revolvería si le pasase algo. Es más creo
que volvería del más allá para ajustaros las cuentas.
- Descuida jefe – contestó Peter
– los huesos del abuelo estarán en paz. No vamos ha hacer burradas, solo
queremos estar los dos hermanos tranquilos charlando de nuestras cosas, nuestro
futuro, nuestras inquietudes.
- ¡Las chicas! ¿Eh bribones? Me
gusta esa actitud – dijo el padre satisfecho – dentro de nada la empresa estará
en vuestras manos y será mejor que os llevéis bien. Pero el Jeep cuidármelo.
John Earl Clayton V participó
activamente en la campaña del pacifico a pesar de pertenecer a una de las
familias más acaudaladas de su país y contar su fortuna en el rango de los diez
ceros. Pero como todos los Clayton, amaba a su país y se alistó con el
consentimiento de su padre John Óseas Clayton IV para defender a su patria. En
la batalla de las Midway durante un desembarco el Jeep en que iba de operador
de transmisiones fue alcanzado por un
obús de refilón y él fue el único que se salvó sin un rasguño. El Clayton IV
pidió personalmente a McArtur, que se interesara por su salud dado su apellido,
y Clayton V permiso para quedarse el Jeep destrozado y comunicó con su padre en
Texas para que desviaran uno de los petroleros de la firma, de su ruta para que
lo recogiese. Ya en Austin el Jeep fue enviado a Detroit donde fue fielmente
restaurado y se conservaba en la familia como un talismán de buena suerte. Tanto
a John como a Peter les gustaba el vehiculo desde que eran pequeños y su padre
les sacaba con él de paseo por el desierto a ver los pozos de extracción.
- Antes perdería una mano – le
dijo muy serio John – que dejar que el Jeep se hiciese un rasguño.
- Bien – se levantó de la silla
Clayton VI – me voy al aeropuerto, tengo reunión en Springfield con otros
refinadores. Volveré avanzada la noche o mañana por la mañana si se hace tarde
– les guiñó un ojo. Portaros bien.
Los dos hermanos terminaron de
desayunar lo que Jerome les trajo sin hacer el menor comentario y cuando
hubieron acabado se dirigieron a la cochera a por el Jeep.
- Yo conduzco, dijo primero
Peter, adelantándose unos pasos a John y volviéndose luego hacia él – mientras
hacia el gesto de acribillarle a balazos con sus dedos índices y le guiñaba
cómplice un ojo.
- Vale, de acuerdo – dijo John
levantando ambas manos en señal de claudicación pero sin dejar de sonreír –
pero el regreso es mío.
Peter se puso entonces a la
altura de su hermano, le echó el brazo por el cuello y le estampó un beso
sonoro en la mejilla. Desde la puerta del comedor Jerome observaba la escena y
sonreía satisfecho. Le gustaba que los dos hermanos se llevaran bien, eran como
hijos suyos aunque los hubiese disfrutado de una forma poco convencional, eso a
él no le planteaba ningún problema de conciencia porque sabía que ellos habían
disfrutado como él y no les había supuesto ningún trauma psicológico. Los
habría defendido hasta la muerte y habría sido incapaz de perjudicarlos. Lo
sucedido desde aquella lejana noche de verano en los establos había sido fluido
y normal desde el principio, él había querido y el chaval lo había deseado aún
más que él. Lo de Peter aunque de otra manera fue exactamente igual de natural.
- Te quiero hermano – le acercó
la cabeza Peter a la de su hermano hasta tocarse entre ellas – y más ahora que conociéndonos
somos amigos de verdad.
Habían enfilado la carretera en
dirección a San Antonio después de cruzar Austin y a la altura de Buda tomaron
una desviación que les conducía directamente al desierto donde unas cuevas,
antiguos santuarios indígenas, les servirían de refugio cuando el sol se
pusiese inasequible. Conducía Peter como habían acordado y John decidió
comenzar la conversación que habían cortado horas antes con el burbon de su
padre en la mano.
- Bueno Peter, ¿como fue lo tuyo con Rosa?, ¿y como entró en
eso luego Jerome?
- Joder John solo de recordarlo
me empalmo – le dijo acariciándose la entrepierna y resaltando entre sus dedos
el pene ya duro.
- Venga déjate de bobadas que vas
conduciendo. Y además a mi no se me pueden hacer esas cosas – rió divertido de
la ocurrencia.
- Mas o menos el año que tu
tuviste tu encuentro con Jerome, y no se si sería la misma noche, te estuve
buscando por la casa, me encontraba solo y quería encontrarte para estar
acompañado. Me acerqué a la casa de Rosa y Jerome y vi que estaba todo apagado
menos una ventana que tenía luz. Me asomé y lo que vi me dejó hipnotizado y
sentí como me crecía el pene como cuando me levantaba por las mañanas con ganas
de hacer pis, pero sin ganas y además la sensación era estremecedora. Me di
cuenta que temblaba ante lo que veía.
- Bueno, ¿y que veías?
- Rosa de espaldas a la ventana,
completamente desnuda, delante del espejo del armario acariciándose todo el
cuerpo. Joder, John, como siga recordándolo con detalles me corro.
- Pues si te vas a correr te
paras, no te vayas a correr mientras conduces. Y si te vas a correr la leche no
la vayas a desperdiciar.
- Eres un guarro John – entonó
una voz de enfado – joder, que soy tu hermano.
- Con mayor razón, tío, con mayor
razón, todo se queda en casa – y volvió a soltar una carcajada distendida y
conciliadora – venga sigue con lo de la ventana.
- Por el ángulo en que quedaba el
espejo yo veía lo que Rosa se tocaba y me fijaba que se pellizcaba los pezones
que estaban tiesos como mi polla y se metía uno o dos dedos por el sexo al
tiempo que emitía quejidos y gemidos, que en otro momento yo habría
interpretado como de dolor pero que por la cara que ponía no podían ser más que
placenteros. No reparé, con la excitación, que mi cabecita que yo creía hurtada
a cualquier mirada, era vista por Rosa pues se reflejaba en el espejo y ella se
percató de como la observaba, pero en lugar de azorarse se envalentonó. De
repente los quejidos se aceleraron al mismo tiempo que lo hacían los latidos de
mi corazón hasta que ya a gritos ella cayó al suelo casi convulsionando, me
asusté tanto que me fui corriendo.
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