sábado, 23 de febrero de 2013

ROBERTO X



Cuando colgó el teléfono, Alejandro se golpeó con fuerza el puño contra la otra palma de la mano, irritado por lo que acababa de escuchar. Se propuso llamar pasadas veinticuatro horas para comprobar que la uretra de Roberto estaba en condiciones de salud.
Nada más colgar el teléfono Roberto sintió ganas de orinar y temió lo que pudiera suceder. Con mucho miedo se dirigió al baño y se sujetó el pene fláccido entre los dedos haciendo presión sobre la uretra en la base del pene. Sintió en los dedos como el impetuoso chorro de orina empezaba a correr por la uretra y llegaba a la zona lesionada por el mango del cepillo y creyó morir de dolor,  pues la orina no conseguía el paso porque se lo cerraba la inflamación y de repente ante la presión ejercida por la vejiga la orina y el masaje que con sus dedos ejerció él desde fuera, consiguió ésta abrirse paso y con una desesperante quemazón dolorosísima irrumpió por el meato urinario salpicando hasta la pared del baño pero para alivió del chico sin rastro de sangre. La micción continuó después con molestia pero con el alivio que suponía saber que el mal trago había pasado no sin dificultad y temiendo al tiempo la próxima vez que volviese a suceder. Ante la sorpresa de Roberto y sintiendo aún el dolor recién sentido comprobó como su pene ganaba tamaño hasta alcanzar una dolorosa erección que le exigió una masturbación rápida que sí se saldó con una eyaculación teñida de semen rosado lo que le volvió a provocar preocupación a la vez que morbosidad recordando como Lucas le horadaba su pene con el mango del cepillo. No descartaba volver a repetirlo aún viendo sobre sus dedos el color rosado del semen.

Alejandro se quedó preocupado por lo que su hijo le había consultado y Quique se lo notó en los ojos.
- ¿Qué ha pasado?
Alejandro se quedó mirando muy fijamente a los ojos de Quique intentando averiguar cuales eran sus verdaderas intenciones. Lo cierto es que estaba colado por él hasta lo más profundo, pero no ya por su sexo o su manera de entenderlo, sino por su manera descarada de enfrentar la vida. Era absolutamente libre y pensaba que todo lo que se le antojaba era licito solo porque a él se le había antojado. Absolutamente amoral su personalidad era arrolladora y no podía quitarse jamás de la cabeza la felación que le hizo a orilla de la carretera de los Caños aquella noche que le conoció. Le estaba mirando a él, que tenía un semblante deliberadamente severo, con un esbozo de sonrisa cínica en los labios que lo que le incitaba era a saltarse la mesa que les separaba y comerle la boca delante de todos los presentes, pero su condición le impedía hacerlo. Seguro que si eso mismo se le ocurriese a Quique lo haría sin pensárselo ni una vez tan solo, el ser pelirrojo le hacía ser un ser absolutamente diferente al resto de los mortales.
- Nada, era solo una consulta medica – no quiso extenderse ni dar más explicaciones y menos darle la opinión que su hijo tenía de él – sigue comiendo.
- Seguro que te ha dicho que tengas ojo conmigo. Siempre ha dicho que soy muy loco y muy echado para adelante, pero no creas, también tengo mis cautelas.
- Come y calla, que eres muy adelantado.
- Luego en la habitación te vas a enterar todo lo adelantado que soy. Aunque antes exploraremos un poco de la vida nocturna de Bangkok, que creo que es muy excitante y a lo mejor…, resulta que…, nuestra habitación es muy grande.
A Alejandro inmediatamente se le tensó la entrepierna al escuchar a Quique y le pareció que el pelo le ardía de fuego más rojo que nunca y los ojos le hervían de pasión.
- La vida del tai es siempre excitante – contestó trémulo de lujuria desatada Alejandro, cuando alguien le posó la mano sobre el hombro y la cara de Quique se iluminó viendo quien le saludaba de manera tan cordial.
- ¡Macko!, la última persona que hubiera pensado encontrarme – se levantó festivo del asiento Quique a saludar efusivamente al azafato – siéntate con nosotros.
Alejandro volvió la cabeza y se topó con el generoso paquete de Macko delante de sus narices; pudo hasta oler la secreción genital de su dueño y se excitó aún más.
- No, acabar de cenar y quedamos luego en “La Luna Oscura”. Cualquier Rick-shaw lo conoce. Que os lleve. Quedamos sobre las doce allí. No os va a defraudar. Yo tengo ahora otras obligaciones.
Les tendió la mano a los dos y con un “Os espero”, se marchó caracoleando entre las mesas hasta llegar al fondo del local donde un hombre grueso con aspecto de extranjero le dio un fuerte apretón de manos y juntos se dirigieron a la salida trasera del restaurante del hotel.
- No parece mal nombre para un local morboso ese de Luna Oscura – comentó babeante Quique.
- Veremos – contestó mas reservón Alejandro – este Macko no me parece trigo limpio – y bajando la voz acercándose a Quique en confidencia – aunque desde luego tiene un paquete que vale un imperio, solo su olor a sexo cálido y urgente me ha dejado impresionado.
- Es que te ha colocado la polla a tres milímetros de la boca, no se como no le has dado un bocado, que me he dado cuenta y eso no ha sido por casualidad. Me parece que esta noche vamos a tenerla movidita.
- Pues nosotros mañana salimos para la frontera, así que muy tarde no podemos acostarnos.
- ¿Nosotros? – le contestó con cara de pocos amigos Quique – a mi no se me ha perdido nada en la frontera, yo intento pasármelo lo mejor que pueda aquí y con Macko cerca creo que va a ser cuestión de querer nada más, de manera que a la frontera te vas a ir tú. Además tío, de viaje de inspección de esos no vamos a poder echar ni un polvo y así va ser un coñazo. Aquí sin embargo pienso vaciarme. Pero no te preocupes – se mostró conciliador – que me quedará suficiente para ti cuando regreses.
Luna Oscura era en si mismo un enorme cuarto oscuro en el que lo único iluminado con LED en rojo y muy focalizado era la barra para poder pedir la bebida. Macko les estaba esperando en la puerta. Al tiempo que se pagaba a la entrada mil euros por persona lo que daba derecho a barra libre era preceptivo desnudarse del todo. El suelo era de un ratan suave y recio a un tiempo y cálido de pisar. Quique se mostró de inmediato entusiasmado con la idea y Alejandro puso sus objeciones. Macko se puso serio y se explicó.
- Lo que hace que este local continué abierto después de tres años y sea conocido en el mundo entero es porque nunca jamás se ha perdido nada ni nadie, eso para empezar y luego te ruego que mires a la barra y observes bien a quien puedas distinguir que se encuentre cerca de un foco de LED. No me dirás que no has visto esas caras cien mil veces en revistas, en TV o en la gran pantalla. Aquí no entra un paparazzo, se les huele a kilómetros y te aseguro que el dueño de este local, que por cierto es el mismo del hotel en el que estáis, no tiene ningún interés en que se sepa quien acude a disfrutar de su hospitalidad. Relájate, relajaros los dos, aunque Quique ya veo que lo está – dijo al tiempo que le rozaba el sexo ya duro – y dejaros llevar. Hay hombres y mujeres, disfrutar de vuestro cuerpo con y como os de la gana y mañana me diréis si vais a volver o no. Cuando queráis marcharos no tenéis más que entregar la chapa que os han colgado del cuello y os darán vuestras pertenencias. En la puerta siempre habrá un rick-shaw discreto dispuesto a llevaros donde le digáis.
Se acercaron los dos a la barra cerca de uno de los focos e inmediatamente Quique dio un codazo a su amigo para indicarle quien estaba justo a su lado, la última revelación de Hollywood en cine de aventuras, que en persona no debía tener más de diecisiete años, y desnudo del todo, arrebatador. De inmediato se les acercó un camarero ataviado exclusivamente con una pajarita dorada. De entre la oscuridad salió Macko.
- Quique, déjalo. Tiene un cuerpazo y seguramente fuera de aquí será un bestia en la cama pero como se le ocurra empalmarse no volverá a trabajar en este negocio ni ninguno parecido en esta ciudad nunca, de manera que no le mires más el sexo si no quieres hacerle un descosido del que se arrepentiría siempre. Además, que sepas que le gusta el color de pelo que tu tienes y le da lo mismo que lo lleve una mujer o un hombre, le enloquece el pelirrojo. Toma tu copa y dedícate a moverte entre la gente, es lo mas divertido. Cuando veas una pajarita roja fosforescente le puedes dejar la copa si necesitas las manos libres para alguna otra cosa. Aunque es más rentable, te lo aseguro, beberse la copa en la barra y luego brujulear por el local. Si sigues en línea recta desde la barra hasta el final del local encontraras que la pared no es tal, es una gruesa cortina de terciopelo negro que se puede traspasar. Detrás de ella si entras hay algo más de luz pero te expones a cualquier variante del sexo que se te pueda ocurrir y por el hecho de traspasar esa frontera no podrás negarte a nada de lo que te pidan o hagan y viceversa. Encontraras todo tipo de arneses, cruces, duchas, fustas, dildos y lo que se te pueda ocurrir. ¡Ah!, detrás de esa cortina, todo se graba.
- ¿Porqué nos cuentas eso? – Preguntó Alejandro – viendo la excitación que ya exhibía su amigo. ¿Tienes un interés especial en que traspasemos la cortina?
- Aquí, dentro de este mundo en el que se va desnudo, se va desnudo del todo, no solo de físico, también de corazón, no se miente. Si, si tengo un interés especial en que traspaséis la cortina, sobre todo tengo interés en que la traspase Quique. Desde que le vi en el avión desee poseerlo atado a una cruz de san Andrés después de azotarlo. Me excitaría sobremanera dejarle las marcas del látigo en las nalgas esas tan redondas y prietas que tiene.
Quique al escuchar hablar así a Macko se estremeció de placer y sin poderlo remediar aceptó de inmediato acariciándole el sexo al azafato.
- ¿No habría inconveniente en que yo mirase? – preguntó Alejandro.
- Al contrario – y Macko acercó sus labios a los de Quique rozándoselos nada más – me haría gozar bastante que vieses como castigo esas nalgas – le pasó las manos por las mismas – que ya veo que tienen cicatrices de otras veces. Vamos para las cortinas, nos vamos a divertir.
Camino del fondo del local Alejandro se vio detenido mediante el procedimiento de sujetarle el pene enhiesto una mano de largas uñas. Supo que era una mujer y el reflejo de una de las pajaritas rojas que pasó por su lado le permitió saber que era negra. Antes de que se diese cuenta estaba alojado dentro de una vagina caliente y movediza que masajeaba su glande con gran maestría mientras las manos de largas uñas arañaban con suavidad sus bolsas de los testículos. Sin podérselo proponer ni evitar eyaculó dentro de aquella mujer y el morbo de aquel encuentro anónimo, le hizo agacharse para beberse su propio semen según le resbalaba del sexo a la mujer de color. Luego besó a la mujer con el semen en su boca y continuó el camino hacia las cortinas. Como despedida la mujer le arañó con fuerza las nalgas lo que provocó que el pene fláccido de Alejandro resucitase otra vez antes de lo previsto.
Cuando atravesó las cortinas le sorprendió que hubiese tanta luz, que no era tanta, pero viniendo de la oscuridad total aquello era el día meridiano. Había un hombre anciano y obeso sobre un caballo de los de gimnasia tumbado y abrazado a él con las muñecas y los tobillos esposados. Llevaba puesto un antifaz que le impedía ver lo que podía suceder a su alrededor. Un grupo variable de personas según pasaba por allí se hacía bien con una fusta, una disciplina o un látigo y golpeaba por todo el cuerpo al anciano que no cesaba de dar las gracias cada vez que le asestaban un golpe. Y el sexo del que esgrimía el látigo era lo de menos, lo importante y placentero era ser apaleado.
Más a la derecha estaba la cruz de san Andrés sobre la que Macko ataba firmemente a Quique. Le había colocado una mordaza con bola para que la saliva le rebosase, de esa manera la sensación de suciedad y desamparo era mayor y no existía, de paso, la oportunidad de quejarse. La cruz tenía una inclinación de unos cuarenta y cinco grados de manera que dejaba los genitales del muchacho al descubierto para quien quisiera utilizarlos mientras Macko aplicaba su castigo. Las presas de las muñecas atravesaban los travesaños de madera y se conectaban con unas pinzas chinas a los pezones de Quique, de manera que si durante el castigo él de forma instintiva intentaba halar de las muñecas hacia abajo las pinzas chinas le torturarían los pezones, era algo diabólico y deseable por lo visto cuando estaba previsto de esa manera. Para terminar de arreglarlo una muchachita rubia, frágil y encantadora se arrodilló delante de Quique y primero le hizo una felación suave y luego le sujeto el pene y los testículos con una funda de castidad para evitar que pudiera empalmarse. Finalmente colgó de los testículos unas pesas sujetas con unas pinzas que debían provocarle un dolor infinito. Con su lengua menuda siguió lamiendo la parte de capullo visible para que la erección se produjese y fuese dolorosa al no poder expandir la carne por la presa en la que se encontraba.
Y empezó el castigo. Primero suavemente, luego con más violencia, finalmente con tal fuerza que Quique pedía mediante señas y movimientos convulsos de la cabeza, clemencia, perdón e incluso hacer lo más asqueroso que pudiera hacerse, pero que cesasen los azotes. Los azotes cesaron y la cruz giró hasta dejar a Quique boca abajo a la altura de la entrepierna de Macko. Le retiró la bola del abrebocas para que pudiera entrar en ella lo que tuviera a bien meter él, pero dejando el artilugio que le impidiese cerrarla. Éste acabalgó sobre la cara de Quique y le metió el pene en la boca hasta la garganta hasta que le hizo vomitar. Una vez hubo vomitado le colocó su ano sobre la boca y se vació obligándole a tragar. Quique volvió a vomitar lo tragado mientras Macko restregaba su ano contra la cara del chico. Después volvió a meter el pene en la boca hasta que eyaculó para finalmente orinar en la boca haciéndole vomitar una vez más. Después le quitó el abre bocas se agachó junto a él le beso en los labios y le preguntó si deseaba aún más o le parecía suficiente.
- No me has trabajado el ojete cabronazo – le contestó Quique desafiante.
Una salva de aplausos se hizo escuchar cuando todo el público que se estaba arremolinando para ver el espectáculo oyó la chulería del pelirrojo proferida en perfecto ingles de Oxford..
- Eso tiene solución – le dijo al oído el tailandés.
Tomó de una estantería un bote grande de vaselina casi liquida y empezó a trabajar el ano del chico. No le costó mucho trabajo meter el puño de manera que dio un silbido y apareció en escena un pony de largas crines, blanco y negro que debía ser ducho en las lides y que en cuanto vio a Quique en la cruz le empezó a rozar el suelo su tremenda verga. La cruz pivotó un poco más para dejar expuesto el ano del pelirrojo y Macko hizo de mamporrero. La verga descomunal del pony se perdió dentro del cuerpo de Quique, que se quejaba ya medio fuera de conciencia. Su pene encerrado dentro de su jaula empezó a eyacular semen creando una columnita semilíquida que llegaba hasta el suelo y no cesaba de manar mientras el pony arremetía y Quique daba muestras de gozar cerca del desmayo. Cuando por fin el pony se retiró, Macko metió su cara en el ano enormemente abierto de Quique y no encontraba el momento de parar de chupar. Alejandro no pudo esperar mas, se arrodilló debajo del pony y se metió todo el capullo del caballito en la boca que al contacto con el calor del cuerpo volvió a empalmarse otra vez. La boca de Alejandro se llenó de pene del pony y lamió y lamió hasta que el semen del animal le rebosó por las comisuras de los labios. La muchachita rubia que había estado lamiendo por la rendija del aparato del pene de Quique y consumiendo sus fluidos le liberó de la prisión y el pene ensangrentado se hinchó como un globo, momento en el que la chica se lo introdujo por su ano hasta hacerse correr en medio de gritos de placer a Quique. Macko apartó la cara del ano del chico exhausto y entonces fue cuando Alejandro le introdujo su propia polla a Macko en la boca. Éste la aceptó y en pocos segundos Alejandro se corría y Macko tragaba goloso todo el semen que le daban.
- Yo creo – dijo Macko una vez tragado todo el semen de Alejandro – que por esta noche tenemos suficiente. ¿Habéis gozado?
- Yo como una bestia y dolorido por completo que cuando mañana me acuerde no voy a encontrar manera de no correrme – apuntilló Quique aun sin soltar de sus presas – como nunca.
- Nunca pensé que se pudiera hacer esto – apostilló Alejandro – pero lo repetiría hasta el infinito.
- ¿Podemos irnos, entonces?, pues venga, al hotel y a dormir.
Mientras se vestían en la habitación “ad hoc” donde hacia no tanto se habían desnudado, Alejandro pudo fijarse en el cuerpo de casi diecinueve años del pelirrojo; era perfecto, un atleta bien equilibrado con su musculatura marcada sin exageración, un perfecto modelo para cualquier Fidias que hubiera querido inmortalizar la belleza en estado puro, se fijó en el suyo después y comprobó como el paso del tiempo es el peor enemigo del concepto de perfección que cada uno lleva imbuido desde que nace. Sin llegar a ser un adefesio, ya los tejidos iban cediendo a la ley inexorable de la gravedad y la distribución de la grasa hacía imposible cualquier intento de quitar años a la tarjeta de identidad. El cuerpo de Macko le llamó la atención, por lo desequilibrado en cuanto a la relación torso con los miembros inferiores y sus nalgas eran anormalmente convexas para lo que habría exigido el resto de proporciones del cuerpo. Cuando se agachó para recoger uno de los zapatos los dos carrillos del trasero se abrieron y dejaron al descubierto un ano de labios evertidos y rojos, como el que puede presentar un mandril en época de celo y de un tamaño que hacia pensar que aquel ano hacía años que era trabajado de forma inmisericorde.
Al salir del local Alejandro mandó al hotel a Quique en un rick-schaw y él con Macko montaron en otro. Al llegar al Intercontinental Macko se despidió pero Alejandro le invito a tomar en la terraza del chill-out del hotel que se encontraba en el último piso, una copa.
- ¡Ah! estupendo, la última – dijo festivo Quique – el que se va a levantar temprano va a ser tú.
Alejandro vaciló un instante porque en realidad quería hablar en solitario con Macko sobre su anatomía y como llegó a esos extremos de deformidad que él como médico sabía que solo se alcanzaba después de mucha tortura y atrición.
- Venga, va, vete ya a dormir y déjanos a los mayores que charlemos de nuestras cosas.
- ¿Mayores? – Puso cara de burla Quique – a ver ¿Qué edad tienes, Macko?
- Déjalo, que suba, no me importa, se de que quieres hablar. No se me escapa una y llevo en la calle desde los tres años. Vamos los tres, además a este mariconcete degenerado le hace falta escuchar lo que voy a decir, que aquí en Tailandia y más en esta ciudad no es ninguna broma.
- De acuerdo – como quieras – apostilló Alejandro.
- ¿De que es eso tan serio y misterioso de lo que queréis hablar?
- Vamos al chill-out – intervino Macko – allí te enterarás.
Llegaron al último piso desde el que se divisaba toda la ciudad con su serpenteante río dividiendo los barrios rico y paupérrimo de la ciudad que no duerme con sus luces de colores y sus ruidos y olores lejanos que de cuando en cuando amenizaban el confort y bienestar que se respiraban en las camas mesa en las que se acomodaban los clientes.
Una muchacha bellísima ataviada con el alto tocado típico thai y el vestido de gasa colorida con estampados de elefantes les tomó la comanda.
- Me quieres preguntar por mi ano, ¿no es así? – preguntó casi afirmando Macko.
- ¿Qué? – Levantó la voz extrañado Quique – hemos venido aquí para hablar de tu culo. ¿También vamos a follar aquí?
- Calla y escucha, joder Quique, que pareces más chico de lo que eres. ¿Te crees que todo en la vida es del color que tú lo has vivido? Escucha lo que Macko tiene que contarnos, si es que es lo que yo me estoy imaginando.
- Si, si es lo que estás imaginando – aceptó con la cabeza hundida entre los hombros y abrumado Macko, como si tener que recordar ciertos episodios de su vida le aplastasen contra su propia miseria.
Levantó la cabeza y tenía los ojos húmedos y el rictus de la boca de amargura pero irguió los hombros y comenzó su relato
- Por lo que he calculado tenía unos tres años cuando mi madre debió morir porque dejó de ocuparse de mí y no volví a verla. Nadie me dio explicaciones. Creo recordar que tenía hermanos mayores que yo, pero no se bien. Solo me acuerdo que en la chabola que vivíamos un día me levanté buscando la esterilla de mi padre y no estaba allí. Busque por los alrededores y no había nadie conocido. Me metí en la chabola de al lado y me echaron a patadas diciéndome que para mi no había nada, que me marchase. Y me fui. Deambulé por las calles y cuando tuve hambre y vi comida la cogí. Salía un olor a gambas fritas de una puerta, entré y alcancé de un plato una. Cuando me la llevaba a boca una mano enorme, o eso me pareció a mí en ese momento, me agarró la muñeca y creí que me la partiría. Chillé de dolor, pero el de la manaza me zarandeaba del brazo haciéndome daño preguntándome quien me había dado permiso para comerme su comida. Luego de un rato, como no paraba de llorar y gritar que tenía hambre se me quedó mirando de arriba abajo, se levantó cerró la puerta por la que había entrado que daba a la calle y me preguntó si quería comer. Le dije, como era natural que si y me contestó, que las cosas tienen un precio y que debía ganarme la comida que me comiese y el rincón donde colocar la esterilla para dormir de noche. Yo le dije en mi media lengua que trabajaría y me contestó que debía probar si el trabajo que él me iba a dar yo podría llevarlo a cabo. Nunca se me olvidará lo que le dije a mis tres escasos años, como un hombre dispuesto a todo: “lo que haga falta, cualquier cosa por difícil que sea, aprendo rápido”. Aún no se si la respuesta fue la adecuada o debí salir corriendo. Quizá sin el infierno que pasé hasta los once años y me ha dejado la secuela que tu has visto – se dirigió a Alejandro – no estaría ahora donde estoy ni hubiese alcanzado la posición de la que gozo. La vida es un continuo ir y venir, perder para ganar más tarde, o ganarlo todo para hundirse dos pasos más allá, ésta sociedad en la yo vivo es así, desde luego; en vuestra cultura occidental todo está más previsto, esta más asegurado, pero es menos excitante aunque menos espeluznante también.
Cuando le dije a aquel hombre que estaba dispuesto a trabajar para ganarme la comida hizo algo que en aquel instante no entendí pero dos instantes después me hicieron entender que la vida es lo suficientemente dura como para apreciarla cuando se muestra complaciente. Me desnudó de los harapos que llevaba puestos y creí que iba a darme ropa nueva, pero en lugar de eso me levantó a la altura de su cara y se metió en su boca mis genitales y me los mordisqueó hasta que mi pene se endureció. Entonces me separó de su cara que sonreía y me dijo muy contento “Me parece que sí vas a valer. Y ahora la prueba del fuego, si pasas ésta no te va a faltar la comida jamás”.
Me soltó en el suelo conservando aún mi pene tieso. Me lo tomó entre sus dos dedos y me retrajo el pellejo, apareció el capullo y en ese momento recordé que cada vez que mi madre me bañaba también lo hacia, eso me dio confianza. Dijo para sí un “perfecto” y se levantó la especie de pareo esa que llevamos todos por aquí dejando al descubierto un pene como el mío pero que a mis ojos era descomunal. Lo tenía tatuado con un dragón enroscado y el capullo brillante de humedad. Apuntaba al cielo. Me imagine que quería que ahora fuese yo el que se lo chupase como me obligó alguna vez mi padre a hacer y me incliné sobre él. El hombre empezó a reírse a carcajadas moviendo la cabeza de un lado al otro diciendo que no, que no era eso lo que tocaba. Me volvió a levantar en vilo, me separó las piernecitas escuálidas que tenía y me sentó sobre su sexo. Yo estaba confundido, porque era evidente que aquello con esas dimensiones solo podría entrar entre mis muslos, nunca se me hubiera ocurrido que quisiera entrármelo dentro de mi cuerpo por el ano. Como yo imaginaba me metió su pene grande y caliente entre mis piernas y llamó a alguien. Enseguida entró una mujer a la que dio unas instrucciones y que muy sonriente dijo “¿Una nueva adquisición?, estás de suerte, ahora mismo traigo el sebo.
Trajo la mujer un cuenco con una especie de manteca que el hombre me aplicó con generosidad por entre las piernas y el ano y empezó por meterme un dedo utilizando el sebo como lubricante. Me dolió y quise huir de aquel dedo, pero me sujeto firmemente. Volví a quejarme esta vez con más intensidad y se enfadó porque dijo, lo recuerdo como si sucediese ahora mismo: “Con todos es igual, no se puede uno andar con compasiones, para adentro y listo”. Se untó en su miembro aquella grasa, sentí como su punta tomaba contacto con mi ano y debido a mi peso y a la fuerza que él ejercía, algo de su punta se insinuaba dentro de mi cuerpo por el ano con algo de molestia, pero no era doloroso, solo molesto, quizá hasta aceptable, pero cuando más distraído estaba sentí como me abrían las entrañas y di un grito desgarrador que me hizo crecer por lo menos veinte años. Había puesto sus manazas sobre mis hombros y con toda la fuerza de la que fue capaz me empujó hacía abajo hasta embutirme todo su miembro en mi cuerpo. Le chillaba que tenía ganas de hacer caca, pero él no se movía. El dolor era insoportable, tanto que me desmayé. Cuando desperté, no se cuanto tiempo después, el hombre me tenía cogido por los sobacos y me subía y me bajaba haciendo así entrar y salir de mi cuerpo su miembro. El dolor era horrible y me notaba que me había hecho caca aunque no olía y eso me sorprendió, pero cuando me llevé las manos a mis muslos las noté húmedas, pero no de heces, eran sangre. El energúmeno aquel me había rajado el ano. Me debatí con fuerza, intenté soltarme, pero vino la mujer y me abofeteó echándome en cara la bondad de su marido que me iba a dar de comer a cambio de un trabajo y que solo estaba probando a ver si valía o no. Le dije que me quería ir, que no quería el trabajo y el hombre me soltó, me abofeteó y me tiró desnudo y sangrando por el ano corriendo la sangre por las piernas a la calle.
- Pero…, - y no supo decir más, un Quique escandalizado de lo que acababa de escuchar.
- Aún no he terminado y he querido que lo escuches para que se te quiten de la cabeza ideas que se que tienes.
Quique intentó protestar pero Macko le cortó.
- Si se que se te ha pasado por la cabeza hacerte un crío, porque conozco el tipo de degenerado que eres. ¿Que no tienes la culpa tú de ser como eres? Con mucha seguridad, porque con toda probabilidad de pequeño alguien se te hizo a ti y ahora se te apetece saber que se siente siendo mayor y hacérselo a uno pequeño. ¿O que te crees? Que no he visto tus cicatrices en tu culete, son viejas y tú no lo eres, debías tener, - miró hacia el cielo entrecerrando los ojos haciendo a modo de calculo aproximado - dime si me equivoco entre los seis y los nueve años.
Quique, agachó la cabeza, avergonzado de si mismo, por lo que escuchaba.
- Me lo hicieron los mayores del colegio, como al hijo de éste – señalo a Alejandro llorando ya – y a otro compañero.
- Me da igual. Y tus lagrimitas de niño consentido no me ablandan el corazón ni un ápice. Los que os lo hicieron tendrán su culpa pero eso no te exime a ti de tu responsabilidad de querer probar un pobre niño para desgraciarle como lo hicieron contigo o conmigo. Yo en lugar de eso pertenezco a una organización que se dedica a localizar pederastas, denunciarlos y salvar niños de la calle. Luego mi vida es mía y hago con ella lo que me da la gana. Cuando os vi en el avión, me distéis el pego de pederastas en viaje de turismo sexual, porque eso me pegué a vosotros. Ahora ya se que no era así por parte de Alejandro, que lo que está es coladísimo por ti, se nota a kilómetros, pero tú, pederasta en potencia si se te llega a dejar solo habrías acabado pudriéndote en una cárcel de esas que tenemos tan lindas y con tu palmito en menos de dos años serías solo carroña en manos de una mafia que te explotaría hasta tu muerte.
- No seas tan duro con él Macko – intervino Alejandro – es solo un chaval que se cree que es un experto en parafilias y que disfruta con ellas aunque en realidad no sabe lo que es la vida dura que tu has tenido que sufrir. Pero sigue con tu relato. ¿Qué ocurrió cuando te viste en la calle desnudo y sangrando?
Macko se quedó muy serio pensando y mirando con los ojos vacíos de vida a la nada, reviviendo aquellos momentos de desamparo de un pobre niño carne de pederasta. Después de un interminable silencio en el que con ojos duros miró alternativamente a u no y otro de sus interlocutores, llamó a la camarera para que les volviese a servir otra ronda.
- Es bonita, ¿verdad?, pero yo nunca podré acercarme a una mujer así, me tararon desde chico y ahora solo puedo entender el sexo de otra manera. Me desgajaron a base de dolores el amor del sexo y no se amar con sexo ni se hacer sexo por amor, lo único que puedo hacer es salvar niños de ese desastre humanitario que es la pederastia. Pero continuaré, es preciso dar coherencia a todo esto; ahora soy jefe de cabina de auxiliares de la línea aérea de mi país y ahí se llega con esfuerzo y ayuda desde una calle cualquiera después de ser violado y con el cuerpo roto.
La camarera volvió con las bebidas depositando en la mesa con una encantadora sonrisa las copas. En cuanto la chica se fue Macko continuó.
- Me dolía todo el cuerpo. Me eché mano al ano y me cabía la manita; la saque ensangrentada y me asusté aún más. Me dirigí a un canal de los miles que hay aquí en Bangkok a lavarme. Un chico algo mayor que yo, no mucho más me vio y se acercó. Me asusté y quise echar a correr, ya no me fiaba de nadie, pero me dolía el cuerpo entero y solo supe colocarme en cuclillas y llorar. El chico se me acercó y me consoló. Estuvo a mi lado sin hablar ni tocarme, en cuclillas hasta que me serené y entonces me preguntó si me lo habían hecho, porque a él también se lo hicieron con cuatro años y le dolió mucho y le salía mucha sangre, pero que a él se lo curaron unos muchachos de la calle y él se lo curaría también. Me llevó al canal me lavó y me miró. Luego me dijo que me habían hecho mucho mal y que el cacharro del hombre tenía que ser enorme, que me dolería la cura pero que era absolutamente necesaria. Me dijo que esperara a que él volviera. Al rato volvió con una hoja de aloe y un puñado de sal. Peló con los dientes la hoja y extrajo la pulpa. Luego me restregó la sal por el ano y sentí el dolor más agudo del mundo y volví a llorar pero él me acariciaba y me decía que tuvo un hermano de mi edad que unos hombres se llevaron un día y no volvió a verlo. Luego de darme la sal me lavó con el agua del canal y me metió dentro del agujero ampliado que tenía en lugar de ano toda la pulpa que había sacado de la hoja de aloe. Me dijo que no hiciese caca en un día entero aunque tuviera muchas ganas. Hacía dos días que no comía y en los anteriores poco es lo que había podido meter en el estomago así que en el fondo desde mi corta edad me hizo gracia que me dijese que no hiciese caca.
El me llevó a una zona debajo de unos puentes muy grandes por los que pasaban muchos coches y allí entre muchos cachivaches dormimos. A la mañana siguiente él muchacho, Sucka me dijo que se llamaba me miró a ver como tenía la herida y el aloe había hecho el milagro. Me dijo que se me había cerrado bastante, lo suficiente para no cagarme sin querer pero no tanto para que no pudiera ganarme la vida.
- ¿Cómo? – Preguntó extrañado Alejandro – ¿primero te salva y luego te pone a trabajar con el culo?
- Había que comer y me contó que él ganaba con los turistas muchos dólares y además al ser más pequeño ganaría más, porque los hombres que vienen en avión pagan más cuanto más pequeño es el niño. “Tendrás que comer y ponerte ropa de abrigo para cuando el monzón” me dijo con la inocencia propia de un niño “y tienes la ventaja de que aunque te haya dolido ya estás preparado, no te dolerá nada y podrás hacerlo varias veces al día con lo que ganaras más dinero. A mi me costó un calvario porque con el primero que lo hice no se planteó si yo estaba preparado o no. No me rajó como te han rajado a ti porque no la tenía muy grande y como era viejo no la tenía ni muy dura, pero estuvo doliéndome una semana y no pude comer en esa semana, porque no podía trabajar”
Después me puso cuatro andrajos que encontró entre la basura y me llevó a un hotel del extremo de la ciudad, me presentó al hombre del mostrador que me quiso ver como estaba de preparado. Quedó conforme y empezó mi vida de prostituto infantil. Me llevaba a alguna habitación donde había hombres que hacían sus porquerías conmigo y luego pagaban al del hotel unos dólares. El del hotel me daba a mí unos diez baht, como treinta céntimos de euro, para que fuese tirando. A veces subía hasta a diez habitaciones el mismo día, eso me pasó una vez y el hombre del hotel me dio un dólar entero. Pero ya era mayor cuando eso, tenía cinco años.
A medida que pasaban los años yo ganaba en experiencia y mi ano en tamaño, hasta que a un canadiense se le ocurrió que como no se le ponía dura me iba a meter la mano. Vi como se ponía un guante, luego sacaba de la maleta un tubo grande con el que se embadurnó bien hasta el antebrazo, me hizo ponerme boca arriba con las piernas abiertas y resignado me dejé hacer. No tardo ni mucho en conseguirlo porque ya tenía la trasera bien abierta y el decía que era como un sueño hacérselo a un crío de ocho años, hasta el punto de que llegó a empalmarse pero no me sodomizó, sin sacarme el puño del culo me metió su miembro en la boca y allí se corrió, obligándome después a tragar su eyaculación. Pensé que me daría asco pero en lugar de eso el sabor del semen me pareció bueno y sentí como mi propio pene se ponía duro. Entonces el hombre me masturbó y gocé yo de ese contacto. El hombre me dio diez dólares enteros para mí, aparte de lo que le diese al del hotel y me sentí la persona más rica y feliz del mundo.
A partir de ese momento me pareció que entregar las ganancias de la venta de mi cuerpo, ahora que podía hacer cosas que los otros no podían hacer, al del hotel, era de burros y me dediqué a trabajar por mi cuenta. Con los diez dólares me compré ropa buena y unos zapatos y rondaba por los hoteles del centro de la ciudad, los caros.
Hasta los once años estuve ganando mucho dinero. Había aprendido el oficio, hablaba bastante bien el inglés y podía satisfacer cualquier extravagancia de cualquier cliente.
Un día cerca de éste hotel un hombre mayor vestido de occidental pero muy informal, no como todos los turistas, se me acercó y me preguntó en mi idioma que a qué me dedicaba para vestir tan bien, que si me había perdido de mis padres o qué. Inmediatamente le ofrecí mis servicios más especiales y él me ofreció llevarme mejor a su casa, donde podríamos estar más cómodos. Yo accedí pensando en que quizá en la casa incluso hubiese algún objeto de valor que pudiese distraer como en alguna ocasión había hecho con algún otro cliente, que por razones obvias nunca me iba a denunciar. Tomamos un rick-shaw y llegamos a una casa de portón grande en cuyo frontispicio había un cartel que rezaba ACOGIDA DE NIÑOS VIOLADOS.
Me asusté, me baje a la carrera del rick-shaw y salí como alma que lleva el diablo. Mientras corría escuché como el hombre me gritaba que ya sabía donde encontrarnos cuando me cansase de esa vida tan triste y desgraciada.
¿Triste y desgraciada?, pensé. Para triste y desgraciada la que llevaba antes, descalzo y andrajoso arrastrando mi sexo de niño por hoteluchos de mala muerte y recompensado con unas monedas cuando el del hotel se llevaba bien de billetes.
Así pensaba de verdad a mis once años en los que yo creía ser ya mayor y con la capacidad suficiente para no poder ser engañado por nadie.
Llegué a poder comprar una pequeña embarcación en un canal donde vivía y me reunía con niños como yo a los que ayudaba en lo que podía…, cobrándoles, por supuesto el corretaje de mis desvelos. Yo ya sabía donde encontrar piezas y que chaval adjudicar cada una según sus disponibilidades.
Una vez estaba en la parada de cerca de este hotel del tren aéreo buscando clientes cuando se me acercó un par de holandeses, o belgas, no sabría decirlo y me preguntaron que donde podrían pasar un rato agradable. Con el descaro que ya me caracterizaba les ofrecí un chico de ocho años que tenía en mi embarcación y que era bastante competente, aunque de mirada triste. Quedamos en uno de los hoteles que yo ya tenía apalabrados para cuando tuviese negocio y me fui en busca del crío. Les pedí cincuenta  euros de adelanto, porque eran dos. Cuando llegué al barco no estaba Tanwá. Lo decidí en un momento. Me cambié mi ropa elegante por andrajos, me ensucié en la margen del canal, me descalcé y me alboroté el pelo. Cuando llegué al hotel los dos ya no eran dos, eran tres, uno de ellos muy viejo. La trasformación surtió efecto, no me reconocieron y le dije que tenía ocho años cuando me preguntaron, pero yo ya tenía vello púbico y los genitales hacia tiempo que me habían crecido. Cuando me desnudé y me vieron el cuerpo de preadolescente, no de niño, no se tragaron lo de los ocho años, se miraron entre ellos y se dijeron algo en su lengua. Luego me miraron a mí y el viejo se acercó a tocarme los genitales. Lo hacía con suavidad y me excité. A continuación pasó su mano por la entrepierna y me palpó el ano, puso cara de haber dado con el santo grial y llamó a los otros dos a que viniesen a tocar. Me hicieron agachar y se maravillaron de mi ano, como tu – dijo dirigiéndose a Alejandro – cuando me viste en el vestuario.
El viejo dijo “Perfecto, este está hecho a todo, seguro” y lo dijo en ingles me imagino para que yo lo entendiera.
Uno de los otros dos abrió las mochilas que llevaban y empezaron a sacar de todo, arneses, ligaduras, azotes, bridas y fundas de castidad.
Me colocaron lo primero una funda de castidad. Era la primera vez que me colocaban algo así y me excitó llevarlo pero en el pecado llevaba la penitencia y el dolor que me produjo el no poder dejar crecer el pene fue peor que cualquier otra cosa. Me colocaron un plug enorme en el ano y una tabla de castigo y obediencia en los testículos.
- ¿Qué es eso? – preguntó intrigado, Quique.
- Una especie de abrazadera que se coloca por detrás sacando los huevos por entre las piernas y que impide que te pongas de pie – se adelantó Alejandro a Macko en la explicación – porque es alargada y da tope en los muslos. Si intentas erguirte los huevos aprisionados te lo impiden y el dolor se acentúa, por lo que te ves obligado a comportarte como un perro.
- Lo has explicado perfectamente – asintió Macko – desde ese momento fui su perro. Me colocaron sujeciones en muñecas y tobillos y un collar con cadena en el cuello. Me azotaron y me hicieron toda clase de barbaridades. Todavía me quedan cicatrices de aquel encuentro y aún puedo oler la mierda del viejo cuando me obligo a tragar sus heces y el vomito que me hacia sentir morir. Aquella sesión duró horas, hasta que ellos se cansaron de tanto correrse. Cuando se fueron y me quitaron el aparato de castidad mi pene empezó a destilar semen a espasmos con calambres en lugar de con placer. Me lave como pude, dolorido y ensangrentado y salí a la calle.
El de recepción me dijo que me largase, que los señores ya me habían pagado, lo que era mentira y me encontré solo y desamparado.
Me acordé del albergue al que me llevó aquel señor y allí me fui.
Me curaron, me enseñaron que tenía una dignidad que nada tenía que ver con lo que me había sucedido y que era un niño sin responsabilidad, que solo había sido sujeto de desaprensivos.
De allí salí con mis estudios y mi trabajo.
Es tarde ya. En esta piscina se encuentra uno muy a gusto, pero yo vuelo mañana a Austin, vía Los Ángeles y tengo que estar en tres horas en el aeropuerto.
- Y a mi me vienen a recoger para llevarme al helipuerto para ir a la frontera a la siete de la mañana, en menos de tres horas – dijo Alejandro levantándose.
- No te importará que te acompañé – le preguntó Quique como cariacontecido.
- ¡Caramba!, ¿no habíamos quedado que te quedabas aquí hasta que yo volviese?
- Lo que nos has contado Macko me ha revuelto un poco. Me parece que me voy a tener que replantear algunas cosas en mi vida. Macko, de verdad, nunca lo había visto desde esa perspectiva, ahora me repugna pensar en lo que tenía intención de hacer, es asqueroso. Me gustaría que me dijeses que organización es esa, quisiera ayudar en la medida de mis posibilidades, no se…, me ha resultado todo tan…, sórdido, tan penoso, tan inhumano y cruel, que no veo otra manera de penar mis deseos que ayudar a esos pobres niños.
- Tienes mi tarjeta. Cuando lo creas oportuno, me llamas y hablamos de lo que puedes hacer desde tu mismo país, no es preciso venirse aquí, recuerda que el mal viene de donde tu vives.
- Vamos Quique, a la cama a dormir un par de horitas, pero a dormir ¿eh?, y no seas tan generoso, que en cuanto veas un culo como los que a ti te gustan se te van a olvidar todas las buenas intenciones
- Si, claro, a dormir. ¡Que pocos confías en mí, cabronazo!
Con un apretón de manos se despidieron Alejandro, Macko y Quique y cada uno tomo su camino. Había dado unos pasos cuando Macko se volvió y reclamo la atención de Alejandro.
- Tener mucho cuidado con la frontera. Hay muchos bandidos por la selva. ¿A qué zona vais?
- Alrededores del Templo de Preah  Vihear, la zona donde tu gente dice que los camboyanos hacen los vertidos a los afluentes del Meckong que después entran en tierra tailandesa y contaminan.
- Esa zona es peligrosa, esa provincia es peligrosa en sí. El pradesh, o sea el templo en si toma el nombre de la provincia – le dijo preocupado Macko.
- Vamos con el ejercito…, no creo yo que los bandidos vayan a querer tener un enfrentamiento y además soy un alto funcionario de la ONU; se crearía un incidente internacional y a nadie… - contestó muy seguro Alejandro,.
- En febrero de este mismo año hubo tiros entre los dos ejércitos y las escaramuzas son constantes. Esa zona de las montañas de Dângrêk es muy boscosa y las emboscadas sencillas. Recordad además que el khmer dice de los thais que somos unos bandidos, nos os fiéis mucho tampoco de los soldados de frontera. Sería bueno que tuvieseis mil ojos y que llevases bastantes dólares por si los bandidos, esa gente, so capa de reivindicaciones territoriales y fulgores patrios lo que buscan es dinero y punto.
- Gracias por el aviso Macko – le contesto levantando la mano en saludo Quique.
- No hay de qué, Quique – contestó satisfecho Macko – tú procura cuidarte ese color de pelo…
- ¿Qué pasa con mi pelo? – preguntó extrañado.
- Nos llama la atención, ya lo sabes, para nosotros es muy exótico y excitante.
- Acabaré tiñéndomelo de negro, para no resaltar – y soltó una carcajada imaginándose su pelo ensortijado de moreno.


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