Cuando colgó el teléfono,
Alejandro se golpeó con fuerza el puño contra la otra palma de la mano,
irritado por lo que acababa de escuchar. Se propuso llamar pasadas veinticuatro
horas para comprobar que la uretra de Roberto estaba en condiciones de salud.
Nada más colgar el teléfono
Roberto sintió ganas de orinar y temió lo que pudiera suceder. Con mucho miedo
se dirigió al baño y se sujetó el pene fláccido entre los dedos haciendo
presión sobre la uretra en la base del pene. Sintió en los dedos como el
impetuoso chorro de orina empezaba a correr por la uretra y llegaba a la zona
lesionada por el mango del cepillo y creyó morir de dolor, pues la orina no conseguía el paso porque se
lo cerraba la inflamación y de repente ante la presión ejercida por la vejiga
la orina y el masaje que con sus dedos ejerció él desde fuera, consiguió ésta abrirse
paso y con una desesperante quemazón dolorosísima irrumpió por el meato
urinario salpicando hasta la pared del baño pero para alivió del chico sin
rastro de sangre. La micción continuó después con molestia pero con el alivio
que suponía saber que el mal trago había pasado no sin dificultad y temiendo al
tiempo la próxima vez que volviese a suceder. Ante la sorpresa de Roberto y
sintiendo aún el dolor recién sentido comprobó como su pene ganaba tamaño hasta
alcanzar una dolorosa erección que le exigió una masturbación rápida que sí se
saldó con una eyaculación teñida de semen rosado lo que le volvió a provocar
preocupación a la vez que morbosidad recordando como Lucas le horadaba su pene
con el mango del cepillo. No descartaba volver a repetirlo aún viendo sobre sus
dedos el color rosado del semen.
Alejandro se quedó preocupado por
lo que su hijo le había consultado y Quique se lo notó en los ojos.
- ¿Qué ha pasado?
Alejandro se quedó mirando muy
fijamente a los ojos de Quique intentando averiguar cuales eran sus verdaderas
intenciones. Lo cierto es que estaba colado por él hasta lo más profundo, pero
no ya por su sexo o su manera de entenderlo, sino por su manera descarada de
enfrentar la vida. Era absolutamente libre y pensaba que todo lo que se le antojaba
era licito solo porque a él se le había antojado. Absolutamente amoral su
personalidad era arrolladora y no podía quitarse jamás de la cabeza la felación
que le hizo a orilla de la carretera de los Caños aquella noche que le conoció.
Le estaba mirando a él, que tenía un semblante deliberadamente severo, con un
esbozo de sonrisa cínica en los labios que lo que le incitaba era a saltarse la
mesa que les separaba y comerle la boca delante de todos los presentes, pero su
condición le impedía hacerlo. Seguro que si eso mismo se le ocurriese a Quique
lo haría sin pensárselo ni una vez tan solo, el ser pelirrojo le hacía ser un
ser absolutamente diferente al resto de los mortales.
- Nada, era solo una consulta
medica – no quiso extenderse ni dar más explicaciones y menos darle la opinión
que su hijo tenía de él – sigue comiendo.
- Seguro que te ha dicho que
tengas ojo conmigo. Siempre ha dicho que soy muy loco y muy echado para
adelante, pero no creas, también tengo mis cautelas.
- Come y calla, que eres muy
adelantado.
- Luego en la habitación te vas a
enterar todo lo adelantado que soy. Aunque antes exploraremos un poco de la
vida nocturna de Bangkok, que creo que es muy excitante y a lo mejor…, resulta
que…, nuestra habitación es muy grande.
A Alejandro inmediatamente se le
tensó la entrepierna al escuchar a Quique y le pareció que el pelo le ardía de
fuego más rojo que nunca y los ojos le hervían de pasión.
- La vida del tai es siempre
excitante – contestó trémulo de lujuria desatada Alejandro, cuando alguien le
posó la mano sobre el hombro y la cara de Quique se iluminó viendo quien le
saludaba de manera tan cordial.
- ¡Macko!, la última persona que
hubiera pensado encontrarme – se levantó festivo del asiento Quique a saludar
efusivamente al azafato – siéntate con nosotros.
Alejandro volvió la cabeza y se
topó con el generoso paquete de Macko delante de sus narices; pudo hasta oler
la secreción genital de su dueño y se excitó aún más.
- No, acabar de cenar y quedamos
luego en “La Luna Oscura ”.
Cualquier Rick-shaw lo conoce. Que os lleve. Quedamos sobre las doce allí. No
os va a defraudar. Yo tengo ahora otras obligaciones.
Les tendió la mano a los dos y
con un “Os espero”, se marchó caracoleando entre las mesas hasta llegar al
fondo del local donde un hombre grueso con aspecto de extranjero le dio un fuerte
apretón de manos y juntos se dirigieron a la salida trasera del restaurante del
hotel.
- No parece mal nombre para un
local morboso ese de Luna Oscura – comentó babeante Quique.
- Veremos – contestó mas reservón
Alejandro – este Macko no me parece trigo limpio – y bajando la voz acercándose
a Quique en confidencia – aunque desde luego tiene un paquete que vale un
imperio, solo su olor a sexo cálido y urgente me ha dejado impresionado.
- Es que te ha colocado la polla
a tres milímetros de la boca, no se como no le has dado un bocado, que me he
dado cuenta y eso no ha sido por casualidad. Me parece que esta noche vamos a
tenerla movidita.
- Pues nosotros mañana salimos
para la frontera, así que muy tarde no podemos acostarnos.
- ¿Nosotros? – le contestó con
cara de pocos amigos Quique – a mi no se me ha perdido nada en la frontera, yo
intento pasármelo lo mejor que pueda aquí y con Macko cerca creo que va a ser
cuestión de querer nada más, de manera que a la frontera te vas a ir tú. Además
tío, de viaje de inspección de esos no vamos a poder echar ni un polvo y así va
ser un coñazo. Aquí sin embargo pienso vaciarme. Pero no te preocupes – se
mostró conciliador – que me quedará suficiente para ti cuando regreses.
Luna Oscura era en si mismo un
enorme cuarto oscuro en el que lo único iluminado con LED en rojo y muy
focalizado era la barra para poder pedir la bebida. Macko les estaba esperando
en la puerta. Al tiempo que se pagaba a la entrada mil euros por persona lo que
daba derecho a barra libre era preceptivo desnudarse del todo. El suelo era de
un ratan suave y recio a un tiempo y cálido de pisar. Quique se mostró de
inmediato entusiasmado con la idea y Alejandro puso sus objeciones. Macko se
puso serio y se explicó.
- Lo que hace que este local
continué abierto después de tres años y sea conocido en el mundo entero es
porque nunca jamás se ha perdido nada ni nadie, eso para empezar y luego te
ruego que mires a la barra y observes bien a quien puedas distinguir que se
encuentre cerca de un foco de LED. No me dirás que no has visto esas caras cien
mil veces en revistas, en TV o en la gran pantalla. Aquí no entra un paparazzo,
se les huele a kilómetros y te aseguro que el dueño de este local, que por
cierto es el mismo del hotel en el que estáis, no tiene ningún interés en que
se sepa quien acude a disfrutar de su hospitalidad. Relájate, relajaros los
dos, aunque Quique ya veo que lo está – dijo al tiempo que le rozaba el sexo ya
duro – y dejaros llevar. Hay hombres y mujeres, disfrutar de vuestro cuerpo con
y como os de la gana y mañana me diréis si vais a volver o no. Cuando queráis
marcharos no tenéis más que entregar la chapa que os han colgado del cuello y
os darán vuestras pertenencias. En la puerta siempre habrá un rick-shaw
discreto dispuesto a llevaros donde le digáis.
Se acercaron los dos a la barra
cerca de uno de los focos e inmediatamente Quique dio un codazo a su amigo para
indicarle quien estaba justo a su lado, la última revelación de Hollywood en
cine de aventuras, que en persona no debía tener más de diecisiete años, y
desnudo del todo, arrebatador. De inmediato se les acercó un camarero ataviado
exclusivamente con una pajarita dorada. De entre la oscuridad salió Macko.
- Quique, déjalo. Tiene un cuerpazo
y seguramente fuera de aquí será un bestia en la cama pero como se le ocurra
empalmarse no volverá a trabajar en este negocio ni ninguno parecido en esta
ciudad nunca, de manera que no le mires más el sexo si no quieres hacerle un
descosido del que se arrepentiría siempre. Además, que sepas que le gusta el
color de pelo que tu tienes y le da lo mismo que lo lleve una mujer o un
hombre, le enloquece el pelirrojo. Toma tu copa y dedícate a moverte entre la
gente, es lo mas divertido. Cuando veas una pajarita roja fosforescente le
puedes dejar la copa si necesitas las manos libres para alguna otra cosa.
Aunque es más rentable, te lo aseguro, beberse la copa en la barra y luego
brujulear por el local. Si sigues en línea recta desde la barra hasta el final del
local encontraras que la pared no es tal, es una gruesa cortina de terciopelo
negro que se puede traspasar. Detrás de ella si entras hay algo más de luz pero
te expones a cualquier variante del sexo que se te pueda ocurrir y por el hecho
de traspasar esa frontera no podrás negarte a nada de lo que te pidan o hagan y
viceversa. Encontraras todo tipo de arneses, cruces, duchas, fustas, dildos y
lo que se te pueda ocurrir. ¡Ah!, detrás de esa cortina, todo se graba.
- ¿Porqué nos cuentas eso? –
Preguntó Alejandro – viendo la excitación que ya exhibía su amigo. ¿Tienes un
interés especial en que traspasemos la cortina?
- Aquí, dentro de este mundo en
el que se va desnudo, se va desnudo del todo, no solo de físico, también de
corazón, no se miente. Si, si tengo un interés especial en que traspaséis la
cortina, sobre todo tengo interés en que la traspase Quique. Desde que le vi en
el avión desee poseerlo atado a una cruz de san Andrés después de azotarlo. Me
excitaría sobremanera dejarle las marcas del látigo en las nalgas esas tan
redondas y prietas que tiene.
Quique al escuchar hablar así a
Macko se estremeció de placer y sin poderlo remediar aceptó de inmediato
acariciándole el sexo al azafato.
- ¿No habría inconveniente en que
yo mirase? – preguntó Alejandro.
- Al contrario – y Macko acercó
sus labios a los de Quique rozándoselos nada más – me haría gozar bastante que
vieses como castigo esas nalgas – le pasó las manos por las mismas – que ya veo
que tienen cicatrices de otras veces. Vamos para las cortinas, nos vamos a
divertir.
Camino del fondo del local
Alejandro se vio detenido mediante el procedimiento de sujetarle el pene
enhiesto una mano de largas uñas. Supo que era una mujer y el reflejo de una de
las pajaritas rojas que pasó por su lado le permitió saber que era negra. Antes
de que se diese cuenta estaba alojado dentro de una vagina caliente y movediza
que masajeaba su glande con gran maestría mientras las manos de largas uñas
arañaban con suavidad sus bolsas de los testículos. Sin podérselo proponer ni
evitar eyaculó dentro de aquella mujer y el morbo de aquel encuentro anónimo,
le hizo agacharse para beberse su propio semen según le resbalaba del sexo a la
mujer de color. Luego besó a la mujer con el semen en su boca y continuó el
camino hacia las cortinas. Como despedida la mujer le arañó con fuerza las
nalgas lo que provocó que el pene fláccido de Alejandro resucitase otra vez
antes de lo previsto.
Cuando atravesó las cortinas le
sorprendió que hubiese tanta luz, que no era tanta, pero viniendo de la oscuridad
total aquello era el día meridiano. Había un hombre anciano y obeso sobre un
caballo de los de gimnasia tumbado y abrazado a él con las muñecas y los
tobillos esposados. Llevaba puesto un antifaz que le impedía ver lo que podía
suceder a su alrededor. Un grupo variable de personas según pasaba por allí se
hacía bien con una fusta, una disciplina o un látigo y golpeaba por todo el
cuerpo al anciano que no cesaba de dar las gracias cada vez que le asestaban un
golpe. Y el sexo del que esgrimía el látigo era lo de menos, lo importante y
placentero era ser apaleado.
Más a la derecha estaba la cruz
de san Andrés sobre la que Macko ataba firmemente a Quique. Le había colocado
una mordaza con bola para que la saliva le rebosase, de esa manera la sensación
de suciedad y desamparo era mayor y no existía, de paso, la oportunidad de
quejarse. La cruz tenía una inclinación de unos cuarenta y cinco grados de
manera que dejaba los genitales del muchacho al descubierto para quien quisiera
utilizarlos mientras Macko aplicaba su castigo. Las presas de las muñecas
atravesaban los travesaños de madera y se conectaban con unas pinzas chinas a
los pezones de Quique, de manera que si durante el castigo él de forma
instintiva intentaba halar de las muñecas hacia abajo las pinzas chinas le
torturarían los pezones, era algo diabólico y deseable por lo visto cuando
estaba previsto de esa manera. Para terminar de arreglarlo una muchachita
rubia, frágil y encantadora se arrodilló delante de Quique y primero le hizo
una felación suave y luego le sujeto el pene y los testículos con una funda de
castidad para evitar que pudiera empalmarse. Finalmente colgó de los testículos
unas pesas sujetas con unas pinzas que debían provocarle un dolor infinito. Con
su lengua menuda siguió lamiendo la parte de capullo visible para que la
erección se produjese y fuese dolorosa al no poder expandir la carne por la
presa en la que se encontraba.
Y empezó el castigo. Primero
suavemente, luego con más violencia, finalmente con tal fuerza que Quique pedía
mediante señas y movimientos convulsos de la cabeza, clemencia, perdón e
incluso hacer lo más asqueroso que pudiera hacerse, pero que cesasen los
azotes. Los azotes cesaron y la cruz giró hasta dejar a Quique boca abajo a la
altura de la entrepierna de Macko. Le retiró la bola del abrebocas para que
pudiera entrar en ella lo que tuviera a bien meter él, pero dejando el
artilugio que le impidiese cerrarla. Éste acabalgó sobre la cara de Quique y le
metió el pene en la boca hasta la garganta hasta que le hizo vomitar. Una vez
hubo vomitado le colocó su ano sobre la boca y se vació obligándole a tragar.
Quique volvió a vomitar lo tragado mientras Macko restregaba su ano contra la
cara del chico. Después volvió a meter el pene en la boca hasta que eyaculó para
finalmente orinar en la boca haciéndole vomitar una vez más. Después le quitó
el abre bocas se agachó junto a él le beso en los labios y le preguntó si
deseaba aún más o le parecía suficiente.
- No me has trabajado el ojete
cabronazo – le contestó Quique desafiante.
Una salva de aplausos se hizo
escuchar cuando todo el público que se estaba arremolinando para ver el
espectáculo oyó la chulería del pelirrojo proferida en perfecto ingles de
Oxford..
- Eso tiene solución – le dijo al
oído el tailandés.
Tomó de una estantería un bote
grande de vaselina casi liquida y empezó a trabajar el ano del chico. No le
costó mucho trabajo meter el puño de manera que dio un silbido y apareció en
escena un pony de largas crines, blanco y negro que debía ser ducho en las lides
y que en cuanto vio a Quique en la cruz le empezó a rozar el suelo su tremenda
verga. La cruz pivotó un poco más para dejar expuesto el ano del pelirrojo y
Macko hizo de mamporrero. La verga descomunal del pony se perdió dentro del
cuerpo de Quique, que se quejaba ya medio fuera de conciencia. Su pene
encerrado dentro de su jaula empezó a eyacular semen creando una columnita
semilíquida que llegaba hasta el suelo y no cesaba de manar mientras el pony
arremetía y Quique daba muestras de gozar cerca del desmayo. Cuando por fin el
pony se retiró, Macko metió su cara en el ano enormemente abierto de Quique y
no encontraba el momento de parar de chupar. Alejandro no pudo esperar mas, se
arrodilló debajo del pony y se metió todo el capullo del caballito en la boca
que al contacto con el calor del cuerpo volvió a empalmarse otra vez. La boca
de Alejandro se llenó de pene del pony y lamió y lamió hasta que el semen del
animal le rebosó por las comisuras de los labios. La muchachita rubia que había
estado lamiendo por la rendija del aparato del pene de Quique y consumiendo sus
fluidos le liberó de la prisión y el pene ensangrentado se hinchó como un
globo, momento en el que la chica se lo introdujo por su ano hasta hacerse
correr en medio de gritos de placer a Quique. Macko apartó la cara del ano del
chico exhausto y entonces fue cuando Alejandro le introdujo su propia polla a
Macko en la boca. Éste la aceptó y en pocos segundos Alejandro se corría y
Macko tragaba goloso todo el semen que le daban.
- Yo creo – dijo Macko una vez
tragado todo el semen de Alejandro – que por esta noche tenemos suficiente.
¿Habéis gozado?
- Yo como una bestia y dolorido
por completo que cuando mañana me acuerde no voy a encontrar manera de no
correrme – apuntilló Quique aun sin soltar de sus presas – como nunca.
- Nunca pensé que se pudiera
hacer esto – apostilló Alejandro – pero lo repetiría hasta el infinito.
- ¿Podemos irnos, entonces?, pues
venga, al hotel y a dormir.
Mientras se vestían en la
habitación “ad hoc” donde hacia no tanto se habían desnudado, Alejandro pudo
fijarse en el cuerpo de casi diecinueve años del pelirrojo; era perfecto, un
atleta bien equilibrado con su musculatura marcada sin exageración, un perfecto
modelo para cualquier Fidias que hubiera querido inmortalizar la belleza en
estado puro, se fijó en el suyo después y comprobó como el paso del tiempo es
el peor enemigo del concepto de perfección que cada uno lleva imbuido desde que
nace. Sin llegar a ser un adefesio, ya los tejidos iban cediendo a la ley
inexorable de la gravedad y la distribución de la grasa hacía imposible
cualquier intento de quitar años a la tarjeta de identidad. El cuerpo de Macko
le llamó la atención, por lo desequilibrado en cuanto a la relación torso con
los miembros inferiores y sus nalgas eran anormalmente convexas para lo que
habría exigido el resto de proporciones del cuerpo. Cuando se agachó para
recoger uno de los zapatos los dos carrillos del trasero se abrieron y dejaron
al descubierto un ano de labios evertidos y rojos, como el que puede presentar
un mandril en época de celo y de un tamaño que hacia pensar que aquel ano hacía
años que era trabajado de forma inmisericorde.
Al salir del local Alejandro
mandó al hotel a Quique en un rick-schaw y él con Macko montaron en otro. Al
llegar al Intercontinental Macko se despidió pero Alejandro le invito a tomar
en la terraza del chill-out del hotel que se encontraba en el último piso, una
copa.
- ¡Ah! estupendo, la última –
dijo festivo Quique – el que se va a levantar temprano va a ser tú.
Alejandro vaciló un instante
porque en realidad quería hablar en solitario con Macko sobre su anatomía y
como llegó a esos extremos de deformidad que él como médico sabía que solo se
alcanzaba después de mucha tortura y atrición.
- Venga, va, vete ya a dormir y
déjanos a los mayores que charlemos de nuestras cosas.
- ¿Mayores? – Puso cara de burla
Quique – a ver ¿Qué edad tienes, Macko?
- Déjalo, que suba, no me
importa, se de que quieres hablar. No se me escapa una y llevo en la calle
desde los tres años. Vamos los tres, además a este mariconcete degenerado le
hace falta escuchar lo que voy a decir, que aquí en Tailandia y más en esta
ciudad no es ninguna broma.
- De acuerdo – como quieras –
apostilló Alejandro.
- ¿De que es eso tan serio y
misterioso de lo que queréis hablar?
- Vamos al chill-out – intervino
Macko – allí te enterarás.
Llegaron al último piso desde el
que se divisaba toda la ciudad con su serpenteante río dividiendo los barrios
rico y paupérrimo de la ciudad que no duerme con sus luces de colores y sus
ruidos y olores lejanos que de cuando en cuando amenizaban el confort y
bienestar que se respiraban en las camas mesa en las que se acomodaban los
clientes.
Una muchacha bellísima ataviada
con el alto tocado típico thai y el vestido de gasa colorida con estampados de
elefantes les tomó la comanda.
- Me quieres preguntar por mi
ano, ¿no es así? – preguntó casi afirmando Macko.
- ¿Qué? – Levantó la voz
extrañado Quique – hemos venido aquí para hablar de tu culo. ¿También vamos a
follar aquí?
- Calla y escucha, joder Quique,
que pareces más chico de lo que eres. ¿Te crees que todo en la vida es del
color que tú lo has vivido? Escucha lo que Macko tiene que contarnos, si es que
es lo que yo me estoy imaginando.
- Si, si es lo que estás
imaginando – aceptó con la cabeza hundida entre los hombros y abrumado Macko,
como si tener que recordar ciertos episodios de su vida le aplastasen contra su
propia miseria.
Levantó la cabeza y tenía los
ojos húmedos y el rictus de la boca de amargura pero irguió los hombros y
comenzó su relato
- Por lo que he calculado tenía
unos tres años cuando mi madre debió morir porque dejó de ocuparse de mí y no
volví a verla. Nadie me dio explicaciones. Creo recordar que tenía hermanos
mayores que yo, pero no se bien. Solo me acuerdo que en la chabola que vivíamos
un día me levanté buscando la esterilla de mi padre y no estaba allí. Busque
por los alrededores y no había nadie conocido. Me metí en la chabola de al lado
y me echaron a patadas diciéndome que para mi no había nada, que me marchase. Y
me fui. Deambulé por las calles y cuando tuve hambre y vi comida la cogí. Salía
un olor a gambas fritas de una puerta, entré y alcancé de un plato una. Cuando
me la llevaba a boca una mano enorme, o eso me pareció a mí en ese momento, me
agarró la muñeca y creí que me la partiría. Chillé de dolor, pero el de la
manaza me zarandeaba del brazo haciéndome daño preguntándome quien me había
dado permiso para comerme su comida. Luego de un rato, como no paraba de llorar
y gritar que tenía hambre se me quedó mirando de arriba abajo, se levantó cerró
la puerta por la que había entrado que daba a la calle y me preguntó si quería
comer. Le dije, como era natural que si y me contestó, que las cosas tienen un
precio y que debía ganarme la comida que me comiese y el rincón donde colocar
la esterilla para dormir de noche. Yo le dije en mi media lengua que trabajaría
y me contestó que debía probar si el trabajo que él me iba a dar yo podría
llevarlo a cabo. Nunca se me olvidará lo que le dije a mis tres escasos años,
como un hombre dispuesto a todo: “lo que haga falta, cualquier cosa por difícil
que sea, aprendo rápido”. Aún no se si la respuesta fue la adecuada o debí
salir corriendo. Quizá sin el infierno que pasé hasta los once años y me ha
dejado la secuela que tu has visto – se dirigió a Alejandro – no estaría ahora
donde estoy ni hubiese alcanzado la posición de la que gozo. La vida es un
continuo ir y venir, perder para ganar más tarde, o ganarlo todo para hundirse
dos pasos más allá, ésta sociedad en la yo vivo es así, desde luego; en vuestra
cultura occidental todo está más previsto, esta más asegurado, pero es menos excitante
aunque menos espeluznante también.
Cuando le dije a aquel hombre que
estaba dispuesto a trabajar para ganarme la comida hizo algo que en aquel
instante no entendí pero dos instantes después me hicieron entender que la vida
es lo suficientemente dura como para apreciarla cuando se muestra complaciente.
Me desnudó de los harapos que llevaba puestos y creí que iba a darme ropa
nueva, pero en lugar de eso me levantó a la altura de su cara y se metió en su
boca mis genitales y me los mordisqueó hasta que mi pene se endureció. Entonces
me separó de su cara que sonreía y me dijo muy contento “Me parece que sí vas a
valer. Y ahora la prueba del fuego, si pasas ésta no te va a faltar la comida
jamás”.
Me soltó en el suelo conservando
aún mi pene tieso. Me lo tomó entre sus dos dedos y me retrajo el pellejo,
apareció el capullo y en ese momento recordé que cada vez que mi madre me
bañaba también lo hacia, eso me dio confianza. Dijo para sí un “perfecto” y se
levantó la especie de pareo esa que llevamos todos por aquí dejando al
descubierto un pene como el mío pero que a mis ojos era descomunal. Lo tenía
tatuado con un dragón enroscado y el capullo brillante de humedad. Apuntaba al
cielo. Me imagine que quería que ahora fuese yo el que se lo chupase como me
obligó alguna vez mi padre a hacer y me incliné sobre él. El hombre empezó a
reírse a carcajadas moviendo la cabeza de un lado al otro diciendo que no, que
no era eso lo que tocaba. Me volvió a levantar en vilo, me separó las
piernecitas escuálidas que tenía y me sentó sobre su sexo. Yo estaba
confundido, porque era evidente que aquello con esas dimensiones solo podría
entrar entre mis muslos, nunca se me hubiera ocurrido que quisiera entrármelo
dentro de mi cuerpo por el ano. Como yo imaginaba me metió su pene grande y
caliente entre mis piernas y llamó a alguien. Enseguida entró una mujer a la
que dio unas instrucciones y que muy sonriente dijo “¿Una nueva adquisición?,
estás de suerte, ahora mismo traigo el sebo.
Trajo la mujer un cuenco con una
especie de manteca que el hombre me aplicó con generosidad por entre las
piernas y el ano y empezó por meterme un dedo utilizando el sebo como lubricante.
Me dolió y quise huir de aquel dedo, pero me sujeto firmemente. Volví a
quejarme esta vez con más intensidad y se enfadó porque dijo, lo recuerdo como
si sucediese ahora mismo: “Con todos es igual, no se puede uno andar con
compasiones, para adentro y listo”. Se untó en su miembro aquella grasa, sentí
como su punta tomaba contacto con mi ano y debido a mi peso y a la fuerza que
él ejercía, algo de su punta se insinuaba dentro de mi cuerpo por el ano con
algo de molestia, pero no era doloroso, solo molesto, quizá hasta aceptable,
pero cuando más distraído estaba sentí como me abrían las entrañas y di un
grito desgarrador que me hizo crecer por lo menos veinte años. Había puesto sus
manazas sobre mis hombros y con toda la fuerza de la que fue capaz me empujó
hacía abajo hasta embutirme todo su miembro en mi cuerpo. Le chillaba que tenía
ganas de hacer caca, pero él no se movía. El dolor era insoportable, tanto que
me desmayé. Cuando desperté, no se cuanto tiempo después, el hombre me tenía
cogido por los sobacos y me subía y me bajaba haciendo así entrar y salir de mi
cuerpo su miembro. El dolor era horrible y me notaba que me había hecho caca
aunque no olía y eso me sorprendió, pero cuando me llevé las manos a mis muslos
las noté húmedas, pero no de heces, eran sangre. El energúmeno aquel me había
rajado el ano. Me debatí con fuerza, intenté soltarme, pero vino la mujer y me
abofeteó echándome en cara la bondad de su marido que me iba a dar de comer a
cambio de un trabajo y que solo estaba probando a ver si valía o no. Le dije
que me quería ir, que no quería el trabajo y el hombre me soltó, me abofeteó y
me tiró desnudo y sangrando por el ano corriendo la sangre por las piernas a la
calle.
- Pero…, - y no supo decir más,
un Quique escandalizado de lo que acababa de escuchar.
- Aún no he terminado y he
querido que lo escuches para que se te quiten de la cabeza ideas que se que
tienes.
Quique intentó protestar pero
Macko le cortó.
- Si se que se te ha pasado por
la cabeza hacerte un crío, porque conozco el tipo de degenerado que eres. ¿Que
no tienes la culpa tú de ser como eres? Con mucha seguridad, porque con toda
probabilidad de pequeño alguien se te hizo a ti y ahora se te apetece saber que
se siente siendo mayor y hacérselo a uno pequeño. ¿O que te crees? Que no he
visto tus cicatrices en tu culete, son viejas y tú no lo eres, debías tener, -
miró hacia el cielo entrecerrando los ojos haciendo a modo de calculo
aproximado - dime si me equivoco entre los seis y los nueve años.
Quique, agachó la cabeza,
avergonzado de si mismo, por lo que escuchaba.
- Me lo hicieron los mayores del
colegio, como al hijo de éste – señalo a Alejandro llorando ya – y a otro
compañero.
- Me da igual. Y tus lagrimitas
de niño consentido no me ablandan el corazón ni un ápice. Los que os lo
hicieron tendrán su culpa pero eso no te exime a ti de tu responsabilidad de
querer probar un pobre niño para desgraciarle como lo hicieron contigo o
conmigo. Yo en lugar de eso pertenezco a una organización que se dedica a
localizar pederastas, denunciarlos y salvar niños de la calle. Luego mi vida es
mía y hago con ella lo que me da la gana. Cuando os vi en el avión, me distéis
el pego de pederastas en viaje de turismo sexual, porque eso me pegué a
vosotros. Ahora ya se que no era así por parte de Alejandro, que lo que está es
coladísimo por ti, se nota a kilómetros, pero tú, pederasta en potencia si se
te llega a dejar solo habrías acabado pudriéndote en una cárcel de esas que
tenemos tan lindas y con tu palmito en menos de dos años serías solo carroña en
manos de una mafia que te explotaría hasta tu muerte.
- No seas tan duro con él Macko –
intervino Alejandro – es solo un chaval que se cree que es un experto en
parafilias y que disfruta con ellas aunque en realidad no sabe lo que es la
vida dura que tu has tenido que sufrir. Pero sigue con tu relato. ¿Qué ocurrió
cuando te viste en la calle desnudo y sangrando?
Macko se quedó muy serio pensando
y mirando con los ojos vacíos de vida a la nada, reviviendo aquellos momentos
de desamparo de un pobre niño carne de pederasta. Después de un interminable
silencio en el que con ojos duros miró alternativamente a u no y otro de sus
interlocutores, llamó a la camarera para que les volviese a servir otra ronda.
- Es bonita, ¿verdad?, pero yo
nunca podré acercarme a una mujer así, me tararon desde chico y ahora solo
puedo entender el sexo de otra manera. Me desgajaron a base de dolores el amor
del sexo y no se amar con sexo ni se hacer sexo por amor, lo único que puedo
hacer es salvar niños de ese desastre humanitario que es la pederastia. Pero
continuaré, es preciso dar coherencia a todo esto; ahora soy jefe de cabina de
auxiliares de la línea aérea de mi país y ahí se llega con esfuerzo y ayuda
desde una calle cualquiera después de ser violado y con el cuerpo roto.
La camarera volvió con las
bebidas depositando en la mesa con una encantadora sonrisa las copas. En cuanto
la chica se fue Macko continuó.
- Me dolía todo el cuerpo. Me
eché mano al ano y me cabía la manita; la saque ensangrentada y me asusté aún
más. Me dirigí a un canal de los miles que hay aquí en Bangkok a lavarme. Un
chico algo mayor que yo, no mucho más me vio y se acercó. Me asusté y quise
echar a correr, ya no me fiaba de nadie, pero me dolía el cuerpo entero y solo
supe colocarme en cuclillas y llorar. El chico se me acercó y me consoló. Estuvo
a mi lado sin hablar ni tocarme, en cuclillas hasta que me serené y entonces me
preguntó si me lo habían hecho, porque a él también se lo hicieron con cuatro
años y le dolió mucho y le salía mucha sangre, pero que a él se lo curaron unos
muchachos de la calle y él se lo curaría también. Me llevó al canal me lavó y
me miró. Luego me dijo que me habían hecho mucho mal y que el cacharro del
hombre tenía que ser enorme, que me dolería la cura pero que era absolutamente
necesaria. Me dijo que esperara a que él volviera. Al rato volvió con una hoja de
aloe y un puñado de sal. Peló con los dientes la hoja y extrajo la pulpa. Luego
me restregó la sal por el ano y sentí el dolor más agudo del mundo y volví a
llorar pero él me acariciaba y me decía que tuvo un hermano de mi edad que unos
hombres se llevaron un día y no volvió a verlo. Luego de darme la sal me lavó
con el agua del canal y me metió dentro del agujero ampliado que tenía en lugar
de ano toda la pulpa que había sacado de la hoja de aloe. Me dijo que no
hiciese caca en un día entero aunque tuviera muchas ganas. Hacía dos días que
no comía y en los anteriores poco es lo que había podido meter en el estomago
así que en el fondo desde mi corta edad me hizo gracia que me dijese que no
hiciese caca.
El me llevó a una zona debajo de
unos puentes muy grandes por los que pasaban muchos coches y allí entre muchos
cachivaches dormimos. A la mañana siguiente él muchacho, Sucka me dijo que se
llamaba me miró a ver como tenía la herida y el aloe había hecho el milagro. Me
dijo que se me había cerrado bastante, lo suficiente para no cagarme sin querer
pero no tanto para que no pudiera ganarme la vida.
- ¿Cómo? – Preguntó extrañado
Alejandro – ¿primero te salva y luego te pone a trabajar con el culo?
- Había que comer y me contó que
él ganaba con los turistas muchos dólares y además al ser más pequeño ganaría
más, porque los hombres que vienen en avión pagan más cuanto más pequeño es el
niño. “Tendrás que comer y ponerte ropa de abrigo para cuando el monzón” me
dijo con la inocencia propia de un niño “y tienes la ventaja de que aunque te
haya dolido ya estás preparado, no te dolerá nada y podrás hacerlo varias veces
al día con lo que ganaras más dinero. A mi me costó un calvario porque con el primero
que lo hice no se planteó si yo estaba preparado o no. No me rajó como te han
rajado a ti porque no la tenía muy grande y como era viejo no la tenía ni muy
dura, pero estuvo doliéndome una semana y no pude comer en esa semana, porque
no podía trabajar”
Después me puso cuatro andrajos
que encontró entre la basura y me llevó a un hotel del extremo de la ciudad, me
presentó al hombre del mostrador que me quiso ver como estaba de preparado.
Quedó conforme y empezó mi vida de prostituto infantil. Me llevaba a alguna
habitación donde había hombres que hacían sus porquerías conmigo y luego
pagaban al del hotel unos dólares. El del hotel me daba a mí unos diez baht, como
treinta céntimos de euro, para que fuese tirando. A veces subía hasta a diez
habitaciones el mismo día, eso me pasó una vez y el hombre del hotel me dio un
dólar entero. Pero ya era mayor cuando eso, tenía cinco años.
A medida que pasaban los años yo
ganaba en experiencia y mi ano en tamaño, hasta que a un canadiense se le ocurrió
que como no se le ponía dura me iba a meter la mano. Vi como se ponía un
guante, luego sacaba de la maleta un tubo grande con el que se embadurnó bien
hasta el antebrazo, me hizo ponerme boca arriba con las piernas abiertas y
resignado me dejé hacer. No tardo ni mucho en conseguirlo porque ya tenía la
trasera bien abierta y el decía que era como un sueño hacérselo a un crío de
ocho años, hasta el punto de que llegó a empalmarse pero no me sodomizó, sin
sacarme el puño del culo me metió su miembro en la boca y allí se corrió,
obligándome después a tragar su eyaculación. Pensé que me daría asco pero en
lugar de eso el sabor del semen me pareció bueno y sentí como mi propio pene se
ponía duro. Entonces el hombre me masturbó y gocé yo de ese contacto. El hombre
me dio diez dólares enteros para mí, aparte de lo que le diese al del hotel y
me sentí la persona más rica y feliz del mundo.
A partir de ese momento me
pareció que entregar las ganancias de la venta de mi cuerpo, ahora que podía
hacer cosas que los otros no podían hacer, al del hotel, era de burros y me
dediqué a trabajar por mi cuenta. Con los diez dólares me compré ropa buena y
unos zapatos y rondaba por los hoteles del centro de la ciudad, los caros.
Hasta los once años estuve
ganando mucho dinero. Había aprendido el oficio, hablaba bastante bien el
inglés y podía satisfacer cualquier extravagancia de cualquier cliente.
Un día cerca de éste hotel un
hombre mayor vestido de occidental pero muy informal, no como todos los
turistas, se me acercó y me preguntó en mi idioma que a qué me dedicaba para
vestir tan bien, que si me había perdido de mis padres o qué. Inmediatamente le
ofrecí mis servicios más especiales y él me ofreció llevarme mejor a su casa,
donde podríamos estar más cómodos. Yo accedí pensando en que quizá en la casa
incluso hubiese algún objeto de valor que pudiese distraer como en alguna
ocasión había hecho con algún otro cliente, que por razones obvias nunca me iba
a denunciar. Tomamos un rick-shaw y llegamos a una casa de portón grande en
cuyo frontispicio había un cartel que rezaba ACOGIDA DE NIÑOS VIOLADOS.
Me asusté, me baje a la carrera
del rick-shaw y salí como alma que lleva el diablo. Mientras corría escuché
como el hombre me gritaba que ya sabía donde encontrarnos cuando me cansase de
esa vida tan triste y desgraciada.
¿Triste y desgraciada?, pensé.
Para triste y desgraciada la que llevaba antes, descalzo y andrajoso
arrastrando mi sexo de niño por hoteluchos de mala muerte y recompensado con
unas monedas cuando el del hotel se llevaba bien de billetes.
Así pensaba de verdad a mis once
años en los que yo creía ser ya mayor y con la capacidad suficiente para no
poder ser engañado por nadie.
Llegué a poder comprar una
pequeña embarcación en un canal donde vivía y me reunía con niños como yo a los
que ayudaba en lo que podía…, cobrándoles, por supuesto el corretaje de mis
desvelos. Yo ya sabía donde encontrar piezas y que chaval adjudicar cada una
según sus disponibilidades.
Una vez estaba en la parada de
cerca de este hotel del tren aéreo buscando clientes cuando se me acercó un par
de holandeses, o belgas, no sabría decirlo y me preguntaron que donde podrían
pasar un rato agradable. Con el descaro que ya me caracterizaba les ofrecí un
chico de ocho años que tenía en mi embarcación y que era bastante competente,
aunque de mirada triste. Quedamos en uno de los hoteles que yo ya tenía
apalabrados para cuando tuviese negocio y me fui en busca del crío. Les pedí
cincuenta euros de adelanto, porque eran
dos. Cuando llegué al barco no estaba Tanwá. Lo decidí en un momento. Me cambié
mi ropa elegante por andrajos, me ensucié en la margen del canal, me descalcé y
me alboroté el pelo. Cuando llegué al hotel los dos ya no eran dos, eran tres,
uno de ellos muy viejo. La trasformación surtió efecto, no me reconocieron y le
dije que tenía ocho años cuando me preguntaron, pero yo ya tenía vello púbico y
los genitales hacia tiempo que me habían crecido. Cuando me desnudé y me vieron
el cuerpo de preadolescente, no de niño, no se tragaron lo de los ocho años, se
miraron entre ellos y se dijeron algo en su lengua. Luego me miraron a mí y el
viejo se acercó a tocarme los genitales. Lo hacía con suavidad y me excité. A
continuación pasó su mano por la entrepierna y me palpó el ano, puso cara de
haber dado con el santo grial y llamó a los otros dos a que viniesen a tocar.
Me hicieron agachar y se maravillaron de mi ano, como tu – dijo dirigiéndose a
Alejandro – cuando me viste en el vestuario.
El viejo dijo “Perfecto, este
está hecho a todo, seguro” y lo dijo en ingles me imagino para que yo lo
entendiera.
Uno de los otros dos abrió las
mochilas que llevaban y empezaron a sacar de todo, arneses, ligaduras, azotes,
bridas y fundas de castidad.
Me colocaron lo primero una funda
de castidad. Era la primera vez que me colocaban algo así y me excitó llevarlo
pero en el pecado llevaba la penitencia y el dolor que me produjo el no poder
dejar crecer el pene fue peor que cualquier otra cosa. Me colocaron un plug
enorme en el ano y una tabla de castigo y obediencia en los testículos.
- ¿Qué es eso? – preguntó
intrigado, Quique.
- Una especie de abrazadera que
se coloca por detrás sacando los huevos por entre las piernas y que impide que
te pongas de pie – se adelantó Alejandro a Macko en la explicación – porque es
alargada y da tope en los muslos. Si intentas erguirte los huevos aprisionados
te lo impiden y el dolor se acentúa, por lo que te ves obligado a comportarte
como un perro.
- Lo has explicado perfectamente
– asintió Macko – desde ese momento fui su perro. Me colocaron sujeciones en
muñecas y tobillos y un collar con cadena en el cuello. Me azotaron y me
hicieron toda clase de barbaridades. Todavía me quedan cicatrices de aquel
encuentro y aún puedo oler la mierda del viejo cuando me obligo a tragar sus
heces y el vomito que me hacia sentir morir. Aquella sesión duró horas, hasta
que ellos se cansaron de tanto correrse. Cuando se fueron y me quitaron el
aparato de castidad mi pene empezó a destilar semen a espasmos con calambres en
lugar de con placer. Me lave como pude, dolorido y ensangrentado y salí a la
calle.
El de recepción me dijo que me
largase, que los señores ya me habían pagado, lo que era mentira y me encontré
solo y desamparado.
Me acordé del albergue al que me
llevó aquel señor y allí me fui.
Me curaron, me enseñaron que
tenía una dignidad que nada tenía que ver con lo que me había sucedido y que
era un niño sin responsabilidad, que solo había sido sujeto de desaprensivos.
De allí salí con mis estudios y
mi trabajo.
Es tarde ya. En esta piscina se
encuentra uno muy a gusto, pero yo vuelo mañana a Austin, vía Los Ángeles y
tengo que estar en tres horas en el aeropuerto.
- Y a mi me vienen a recoger para
llevarme al helipuerto para ir a la frontera a la siete de la mañana, en menos
de tres horas – dijo Alejandro levantándose.
- No te importará que te acompañé
– le preguntó Quique como cariacontecido.
- ¡Caramba!, ¿no habíamos quedado
que te quedabas aquí hasta que yo volviese?
- Lo que nos has contado Macko me
ha revuelto un poco. Me parece que me voy a tener que replantear algunas cosas
en mi vida. Macko, de verdad, nunca lo había visto desde esa perspectiva, ahora
me repugna pensar en lo que tenía intención de hacer, es asqueroso. Me gustaría
que me dijeses que organización es esa, quisiera ayudar en la medida de mis
posibilidades, no se…, me ha resultado todo tan…, sórdido, tan penoso, tan
inhumano y cruel, que no veo otra manera de penar mis deseos que ayudar a esos
pobres niños.
- Tienes mi tarjeta. Cuando lo
creas oportuno, me llamas y hablamos de lo que puedes hacer desde tu mismo
país, no es preciso venirse aquí, recuerda que el mal viene de donde tu vives.
- Vamos Quique, a la cama a
dormir un par de horitas, pero a dormir ¿eh?, y no seas tan generoso, que en
cuanto veas un culo como los que a ti te gustan se te van a olvidar todas las
buenas intenciones
- Si, claro, a dormir. ¡Que pocos
confías en mí, cabronazo!
Con un apretón de manos se despidieron
Alejandro, Macko y Quique y cada uno tomo su camino. Había dado unos pasos
cuando Macko se volvió y reclamo la atención de Alejandro.
- Tener mucho cuidado con la
frontera. Hay muchos bandidos por la selva. ¿A qué zona vais?
- Alrededores del Templo de Preah Vihear, la zona donde tu gente dice que los
camboyanos hacen los vertidos a los afluentes del Meckong que después entran en
tierra tailandesa y contaminan.
- Esa zona es peligrosa, esa
provincia es peligrosa en sí. El pradesh, o sea el templo en si toma el nombre
de la provincia – le dijo preocupado Macko.
- Vamos con el ejercito…, no creo
yo que los bandidos vayan a querer tener un enfrentamiento y además soy un alto
funcionario de la ONU ;
se crearía un incidente internacional y a nadie… - contestó muy seguro
Alejandro,.
- En febrero de este mismo año
hubo tiros entre los dos ejércitos y las escaramuzas son constantes. Esa zona
de las montañas de Dângrêk es muy boscosa y las emboscadas sencillas. Recordad
además que el khmer dice de los thais que somos unos bandidos, nos os fiéis
mucho tampoco de los soldados de frontera. Sería bueno que tuvieseis mil ojos y
que llevases bastantes dólares por si los bandidos, esa gente, so capa de
reivindicaciones territoriales y fulgores patrios lo que buscan es dinero y
punto.
- Gracias por el aviso Macko – le
contesto levantando la mano en saludo Quique.
- No hay de qué, Quique –
contestó satisfecho Macko – tú procura cuidarte ese color de pelo…
- ¿Qué pasa con mi pelo? –
preguntó extrañado.
- Nos llama la atención, ya lo
sabes, para nosotros es muy exótico y excitante.
- Acabaré tiñéndomelo de negro,
para no resaltar – y soltó una carcajada imaginándose su pelo ensortijado de
moreno.
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