viernes, 15 de febrero de 2013

ROBERTO VII



S U D E S T E    A S I A T I C O

Dos días después de que Quique se marchase cabizbajo metiendo puño a su moto por cómo me había portado con él en relación a su loca amiga recibí un encargo de girar visita a Laos, Camboya y Vietnam, basándome en el Hotel Internacional de Bangkok, por aquello de que Tailandia es un país simpático donde todo el mundo es feliz aunque no lo sea y las oportunidades de disfrute en los ratos de ocio son mayores. Tenía que  tomar datos sobre el terreno sobre un supuesto brote alimentario que habría tenido su origen en las plantaciones de arroz, que habiéndose encharcado con aguas procedentes de un núcleo chabolista de los alrededores de Saigón amenazaba con extender una gastroenteritis por enterococo a todo el sudeste asiático. Cuando me lo dijeron, me pareció una de tantas estupideces como se inventan los burócratas cuanto en despachos más altos están, pues con los medios propios de cada país y más tratándose de un país emergente como Vietnam, podría haber sido suficiente, pero yo tenía ganas de moverme, tenía mal sabor de boca aún por el disgusto que le di al chaval deliciosamente panocha, no sabía bien aún porqué, al pelirrojo risueño del que me había encaprichado y ni me lo pensé. Le puse un mail sencillo: “¿Me acompañas un mes al sudeste asiático, con cargo a la OMS?”, yo tenía potestad para llevarme un ayudante si creía que pudiera hacerme falta y se lo ofrecí a él.
La respuesta me llegó como el rayo a mi BB. “Encantado, pero… ¿y ese cambio de actitud hacia mí?”.
Yo solo le contesté después de tener los billetes en business confirmados por la oficina de la OMS en Madrid. “Te espero a las diez de la mañana dentro de tres días en la terminal 4 de Barajas en la zona VIP de las líneas aéreas Tailandesas. Volamos a Bangkok, en el avión te lo explico”
Nada más recibir el OK de Quique, como si hubiese tenido un resorte enganchado a mi sexo, se me disparó el pene hasta el punto de dolerme y sentir la tirantez del anillo que me perforaba el glande. Entrecerré los ojos, me recosté en el sofá mirando al estrecho que en esos momentos lucía de color violeta y cadmio en ese limite indefinible que separa las aguas del cielo pensando que ese color debieron tener cuando allá por el infinito a un dios le dio por separar las aguas de la tierra, y sin abrirme el pantalón siquiera me acaricié el sexo sintiéndome yo el dios que era capaz de convocar a una simple llamada de deseo a un chico que me había encandilado, a pesar de mi edad y la suya hasta limites que ni yo mismo alcanzaba a comprender. Dándome pequeños tirones del anillo provocándome un dulce dolor que solo me hizo pensar en como iba a ser el mes en Asia con Quique, reviví el hotel Intercontinental, sus suites, porque íbamos a una suite, por supuesto y los momentos que combatiríamos los dos. Cerré los ojos y me extasié con la contemplación del tren aéreo a escasos doscientos metros del hotel. Me adormecí un rato y solo se me ocurrió llamar a Roberto para contárselo. No me di cuenta de la hora y menos mal que mi hijo ya estaba levantado en Yale.
- ¿Papá?
- No pasa nada, es que quería escucharte, me siento feliz y quería compartirlo con alguien muy querido.
- Me iba a meter en la ducha…
- Es solo un momento, hijo. Para comunicarte que me voy al sudeste asiático con Quique. Me he colado como una adolescente con un cantante de moda, y creo que él siente lo mismo, de hecho estuvo aquí a buscarme para decírmelo…
- Vale, vale, ya, papa. Perdona pero no me interesan tus devaneos. Por cierto, sabes que Lucas Jr. mi compi de habitación es hijo del senador presidente de la Comisión de Defensa de los Estados Unidos, pues eso, tu eres inteligente. Ya hablaremos de todas las extravagancias habidas y por haber cuando vaya con Corina en vacaciones de Navidad. Ahora tengo que colgarte.
Me quedé con el auricular dando señal de comunicar y perplejo y de repente caí en la cuenta. ¡Que estupido! Los teléfonos de su fraternidad tenían que estar pinchados, seguro, fuese por la CIA, ASN o el FBI o dios sabe que cualquier otro organismo dedicado a husmear el culo de cada bicho viviente. Había sido un inconsciente. Para consolarme, ahora sí, después de colgar el teléfono, me desnudé y me dediqué a mis genitales. Acariciándomelos y dándome pequeños tirones del anillo del glande lo que me provocaba gran placer y de repente decidí que necesita estar preparado. De un salto subí a mi cuarto me vestí y en menos de diez minutos estaba camino de Chiclana y del sex-shop que tiene. Adquirí un plug de buen tamaño y un aparato de castidad. Acababa de decidir que solo me satisfaría con Quique y solo cuando Quique  con sus exquisitos labios decidiese querer saborear mi semen.
Llegué a casa ya anocheciendo pero no por eso con menos ganas de probarme el plug y el aparato de castidad; un artilugio ingenioso que enfundaba el pene en silicona y sujeto mediante unos anillos a la base del escroto impedía que el pene pudiera crecer por mucha que fuera la excitación. Llevaba una ranura para poder orinar sin quitárselo y por la que podía salir el Príncipe Alberto. Doble placer, llevar el anillo perforando el glande y el adminículo impidiéndote que la polla te creciera, una tortura deliciosa.
Aprovechando que al insertarme el plug el pene se me encogió me coloqué el aparato de castidad y sentí la sensación más placentera que nunca había sentido. Deseaba quitarme el enfundado de silicona para dar rienda suelta al pene pero me lo negaba para gozar con el placer de querer y no querer hacerlo. Ya estaba el sol escondiéndose tras el océano y había media luz de un color que solo en la costa de Cádiz puede darse. Es un color salmón anarajando que con la bruma del agua hace un ambiente que invita a la relajación y el disfrute de los sentidos. En estos términos la voluntad es algo evanescente y prescindible, solo es real lo que puede sentirse, lo demás es irreal. Sabía donde mi hijo guardaba el hachis en su habitación y me dispuse a liarme uno. Ya digo que esa particular hora del día en la atalaya que yo tenía sobre el estrecho era propicia a lo que yo estaba haciendo, exclusivamente estimulando mis sentidos y ya solo me faltaba trascender los mismos, drogándome con hachis y saltando a la siguiente dimensión en la experiencia de sentir lo máximo y diferente.
Estaba por la mitad del canuto cuando escuché el timbre de la puerta. Eso en mi casa y a esas horas es algo imposible y me sobresalté. Estaba desnudo con el plug colocado y el aparato de castidad puesto. Lo más rápido que pude me puse un batín de seda que es lo que más mano tuve y me dirigí a abrir mientras me anudaba a toda prisa el cinturón.
Me impresionó ver en la puerta a dos hombres jóvenes de uniforme, buena estatura, perfectamente rasurados y oliendo a colonia de baño, debían acabar de entrar al servicio pensé, que de momento me sonaban hasta que recordé que era el uniforme del servicio de seguridad de la urbanización.
- Si, ¿que deseaban? – les pregunte con una sonrisa en los labios pues la verdad es que sus aspectos eran agradables a mis ojos.
- Perdone señor - empezó uno de ellos, que parecía ser el de mas mando – pero están habiendo robos por el entorno y estamos revisando los domicilios. Los que están cerrados les comprobamos por fuera que no hay problemas con seguridad en puertas y ventanas o que las alarmas estén bien conectadas y los que están habitados como el de usted, si el dueño nos lo permite, les echamos un vistazo por dentro; a veces los ladrones en estas casas tan grandes se esconden hasta que los dueños se van a dormir y luego salen y desvalijan.
- Por supuesto – les dije franqueándoles la entrada – pasen por favor y comprueben que todo está en orden, yo acabo de salir de la ducha.
Recorrieron toda la planta baja abriendo y cerrando puertas y escudriñando rincones. Bajaron al garaje y su habitación anexa haciéndose lenguas del buen sitio que era para una reunión sin molestar  ni ser molestado. Luego subieron al dormitorio, a mi despacho y vieron la trampilla que daba al sobrado que se empeñaron los arquitectos que pusiese para aprovechar todos los espacios de la casa. Me preguntaron si podrían subir y les dije que naturalmente. Pulsé el botón que desencajaba la trampilla y desenroscaba la escalera para acceder a la buhardilla y ascendieron los dos por ella. Yo me quedé abajo y de pronto escuché ruidos, carreras, voces y finalmente cristales rotos y los vigilantes que bajaban por la escalera.
- Pues si señor. Tenía usted un visitante escondido en la buhardilla esperando, supongo la ocasión. Había accedido rompiendo el cristal del tragaluz y por él se ha escapado no sin dejarse un jirón de piel en parte del cristal roto. Se ha escapado cerro arriba pero de aquí no va poder salir, esta cercado.
Inmediatamente con su intercomunicador dio la alarma al servicio de seguridad.
- Ya se ocuparán ellos. Nosotros seguiremos la ronda, aunque me parece que ya no vamos a encontrar nada más.
Yo estaba al lado de la escalera cuando ellos bajaron y no me di cuenta que el bolsillo del batín se había enganchado en uno de los tornillos de la escalera que estaba algo fuera. Volví a pulsar el botón para que la escalera se recogiese y se cerrase la trampilla mientras les decía que desde dentro no se podía abrir cuando ya la escalera se recogía y con ella se llevaba, rasgándola, la seda del batín, dejándome con una especie de torerita a base del canesú del batín y las mangas mientras el resto del cuerpo quedaba a la intemperie enseñando el adminículo de castidad, pero no acababa ahí el sofoco, de verme delante de aquellos dos tíos desnudo, sino que no se me ocurrió más que agacharme para recoger parte de la tela rasgada para cubrirme con lo que quedo al descubierto el plug que llevaba insertado.
Los guardias se miraron entre sí, se sonrieron de forma cómplice y uno de ellos, el que hasta entonces no había hablado sin dejar de mirarme el pene enjaulado en la funda de silicona con su anillo puesto se dirigió con voz sugerente.
- ¿Y el amo, donde lo tienes? – al tiempo que empezaba a frotarse sin mucho disimulo la bragueta.
- A lo mejor se ha quedado sin amo, como un perro sin cola, como le pasa en el culo y está buscando quien le adiestre, ¿no es así, esclavo? Porque tu eres esclavo y te va la marcha.
- Nosotros tenemos más marcha de la que tu te crees – continuó el otro desabrochándose ya sin disimulo la bragueta.
Yo les miraba ensimismado en la situación y sin saber que decir o hacer de manera que como aquello no tenía más solución me quité la parte de arriba del batín y pudieron ver que los pezones también estaban torturados por anillas. Uno de ellos, el que llevaba la voz cantante me echó mano a una de las anillas metió el dedo meñique tiró y retorció. El dolor me hizo aullar pero a él la sonrisa no se le cayó de la boca.
- Le gusta – le dijo al otro, que imitó el gesto del compañero y me vi aprisionado por los anillos de los pezones y estos retorcidos y doloridos. Por supuesto mi pene reaccionó para erección pero el aparato que llevaba lo impidió lo que me produjo un dolor de huevos increíble pero dulce y arrebatador.
Los dos guardias se habían sacado ya sus penes que no eran grandes pero si de bonita factura y bien dotados de grosor. Tirando los dos de las anillas me obligaron arrodillarme delante de ellos y lamerles los capullos que aparecían brillantes y chorreando ya el de uno de ellos el líquido filante y transparente de sabor entre dulzón y saladillo que tan excitado me ponía. Empezaron a respirar de forma entrecortada y supe que iban a correrse. Abrí la boca lo más que pude con la lengua fuera mirándoles a los ojos y en pocos segundos me estaban chorreando la cara y la boca con su lefa. Cuando hubieron acabado la masturbación terminé de rebañarles hasta la última gota de semen, me pidieron una toalla para terminar de secarse y me levanté para ir en busca de una. Al hacerlo uno de ellos, no supe cual me dio un fuerte azote en el culo al tiempo que me gritaba.
- Maricona, la mamas de lujo. Salimos de turno a las doce de la noche en punto, vete preparando que esto no se ha acabado aquí, esto aún tiene más recorrido. ¡Ah! y ahora los amos somos nosotros, ni se te ocurra quitarte el cacharro de castidad, porque tú hoy no te corres, por lo menos en nuestra presencia.
Les traje la toalla, se secaron, se abrocharon el pantalón me volvieron a dar, esta vez un azote cada uno en el culo y se fueron colocándose sus gorras.
Cuando se marcharon, miré el reloj, eran las nueve y media de la noche y quedaban dos horas y media hasta las doce que estaba seguro que iban a volver a dios sabe que cosas hacer conmigo. Estaba algo más que excitado y necesitaba decírselo a alguien. Llamé a Quique, pero se puso Raúl.
- ¿Raúl, eres tú? – Pregunté extrañado – te hacia con tus padres. ¿Está Quique?, estará digo yo, porque es su casa. A ver si me equivocado. Yo he llamado a casa de Quique…
- ¿Eres Alejandro?
- Sí
- Me ha llamado Quique para contarme lo vuestro. Está muy ilusionado. Está en la ducha ahora, ¿quieres que le diga algo?
- No, nada es que tenía necesidad de contar lo que me acaba de pasar con dos guardias se seguridad de mi urbanización y lo que me va a pasar a eso de la medianoche.
- Ya me dejas intrigado, ¿Qué es lo que te ha pasado?, te han agredido, o te han robado o qué.
- Se han corrido los dos a la vez en mi boca y me han asegurado que en cuanto acaben turno van a volver a terminar la faena. Raúl, de verdad, ha sido excitante del todo. Llevaba un plug puesto y un artilugio de castidad de esos de silicona, por morbo, para llevármelo al sudeste asiático con Quique y se han concitado las circunstancias de tal manera que sin yo ni pensarlo ni quererlo ni nada me quede por accidente en pelotas y vieron todo lo que llevaba puesto y se pusieron cachondos, me han azotado el culo y me han  retorcido los pezones pero yo con la castidad puesta sin poderme desahogar y al final se han corrido los dos casi a la vez en mi boca. Esta noche va a ser la mundial.
- Joder Alejandro, me has puesto cachondo a pesar de haber terminado de follar con Quique ahora mismo.
No se porqué razón pero de repente sentí como si una mano ardiente de acero me apretase el corazón y las entrañas, unos celos salvajes y autónomos por completo se adueñaron de mi cuerpo. ¡Quería a Quique tanto que me jodía que Raúl follase con él! Y sin embargo yo le hice de menos cuando estuvo en mi casa, pero ahora era diferente. Habíamos estado follando los cuatro y me había dado igual que a Quique se lo follase, Raúl o Roberto o los dos o nadie y ahora sin embargo… Como me quedé sin aliento por lo que acababa de escuchar, al otro lado de la línea Raúl se asustó.
- ¿Te pasa algo Alejandro?, te has quedado callado. No te habrá sentado mal lo que te he dicho que he follado con Quique. Tú sabes que de cuando en cuando, desde el colegio lo hacemos de vez en cuando. Nos gusta azotarnos mutuamente y encontramos gran placer en ello, unas veces acaba la sesión en corrida y otras no. Precisamente en este caso hemos terminado masturbándonos el uno al otro después de los varetazos en el culo, porque decía que no le apetecía que se la clavase. Quizá porque está tan colado por ti como tú por él. ¿Es eso, a que sí?
- Perdona Raúl. Esto es una locura irracional. En mi puta vida – y ahora estaba llorando y no sabía porqué – he tenido celos y cuando he escuchado lo que me has dicho, por poco no estallo como el krakatoa, del fuego abrasador que me ascendía de las tripas hasta la garganta y me impedía articular palabra.
- Pero, vamos a ver. Vosotros dos, ¿sois ya pareja?, porque si es así yo no vuelvo a acercarme a Quique, pero vamos que por lo que me ha contado es solamente que tu le has invitado durante un mes con cargo a la OMS, que vaya geta tío, a Tailandia, pero para nada Quique me ha dicho de algo más serio o más profundo.
- No Raúl, son solo cosas mías. Bueno, no le vayas a contar nada a Quique, quiero hacerlo yo en persona y perdona si te he colocado en el disparadero o te he ofendido.
- En absoluto Alejandro. Yo también te aprecio mazo, de verdad y que conste que no me importaría nada enrollarme contigo, a pesar de la diferencia de edad, eres enrolladísimo y leal. ¿Qué sabes del cabrón de Roberto, por cierto?
- Que está en Florida con sus futuros suegros y la novia.
- Vaya, ahora le ha dado por la vena hetero, me alegro por él.
- Bueno Raúl un abrazo.
- Un abrazo Alejandro.
Cuando colgó Raúl mi intención fue quitarme el aparato de silicona y tener una efusión de semen liberadora y relajada para tomar una ducha después y dormir hasta el día siguiente, después de tanto acontecimiento excitante, pero se me vinieron a la cabeza los dos vigilantes, sus tirones de pezones y sus azotes y me estremecí. Me había inoculado yo solito el veneno de toda parafilia y ya no tenía límite, deseaba experimentarlo todo hasta encontrar mi límite y con los dos vigilantes que nada tenían emocionalmente conmigo podía ser, como ya había podido atisbar en unos pocos minutos, algo diferente. De manera que para echar más leña al fuego y que me encontrasen con toda la libido en efervescencia al llegar de madrugada me dediqué que mejor, a ver unas películas de sumisión en las que interviniesen uniformados. Tenía el pene dolorido de tanto pujar por empalmarse y los huevos me dolían de tanto trabajar sin encontrar alivio al trabajo pero la sensación en toda la zona perineal era de tal calibre que todo el cuerpo era en ese momento en mí piel de capullo, gozaba de forma integral viendo las imágenes en las que los uniformados de gruesas botas militares, pateaban, y pisaban los genitales a pobres esclavos que lloraban de agradecimiento ante tales demostraciones de crueldad.
Pasaban veinte minutos de la media noche y ya había desistido de esperar más. Aquel par de sinvergüenzas, se habían corrido a gusto y seguramente al salir del turno se habrían ido a sus respectivas casas a echar el polvo a sus mujercitas que alegremente les estarían esperando en su casa y en su cama con el picardías puesto para así excitarlos más. Ya iba a cortar el cierre de seguridad para el aparato de castidad para irme a la cama y a sacarme el plug, cuando oí golpear la puerta. Un escalofrió me recorrió la espalda desde la nuca a la rabadilla y el pene que estaba relajado en su prisión transparente volvió a revivir con pujanza intentando encontrar salida a su encierro. El Príncipe Alberto asomaba orgulloso por la rendija practicada para la orina dejando un perfecto agujero para que cualquiera pudiera imaginar que hacer con aquella argolla que sería capaz de dominar a quien la llevase puesta. Temblando, pero de excitación fui a abrir. Estaban los dos seguratas vestidos con unos vaqueros muy ajustados que marcaban los paquetes de una forma ordinaria y unas camisetas de asas que marcaban sus pectorales y abdominales de gimnasio. Pero oh sorpresa traían con ellos un pastor alemán precioso que en cuanto abrí la puerta se lanzó a olisquearme la entrepierna y el culo empezando a gemir y a dar saltitos yendo de sus amos a mi culo nervioso como un adolescente en su primera cita.
Los dos seguratas empezaron a reírse.
- ¡Que cabrón, no ha hecho más que llegar y ya quiere fiesta! – Le dijo el uno al otro y dirigiéndose a mí, me preguntó si llevaba el plug puesto – y tu maricona ¿llevas el consolador en el culo?
Afirme con la cabeza despacio temiéndome lo peor. El perro cada vez estaba más nervioso. Uno de los seguratas le quitó el collar con la cadena con la que le traían y me los puso a mí, me obligó a ponerme a cuatro patas y con tono de muy mala leche me escupió en la cara y me dijo: “Ahora el perro eres tú”.
- Caga el consolador que nuestra mascota quiere follarte.
El perro danzaba nervioso oliéndome el ano. Le observé en medio de su danza nerviosa cuando pasaba delante de mi cara, su pene que empezaba a asomar una punta roja húmeda y brillante, como afilada que crecía cada vez más y goteaba. Supe que el perro me iba a montar y empecé a temblar, no de miedo, sino de excitación. Yo mismo me sorprendía de desear que un perro me montase y me taladrase el culo pero lo deseaba tanto que hice un esfuerzo y el plug salió dando un taponazo y cayó al suelo. El perro de inmediato se acerco a olerlo y a lamerlo, luego me lamió a mí el culo que estaba muy abierto del plug y uno de los seguratas me conminó a abrir bien las piernas para que el perro pudiera montarme. El perro no esperó mucho, se encaramó en mi espalda y sentí la presión de sus patas delanteras sobre mis costillas y su pene duro buscándome el agujero, que no terminaba de encontrar. Después varios intentos, al fin, sentí como el animal entraba en mi cuerpo y tal y como la naturaleza le había enseñado, sin más miramiento que el que le imponía su instinto arremetía contra mi cuerpo. Sentía el pelo de su parte de pene cubierta acariciarme a cada embestida las nalgas y me resultaba agradable al tiempo que saber que un perro me montaba me provocaba un placer diferente y adictivo. Mientras el animal gozaba de mi ano y me costaba trabajo respirar por la presión de sus patas contra mis costado y sentía los arañazos de sus pezuñas en mi piel uno de los seguratas, el que tenía la polla más gorda se desabrochó el pantalón, se puso de rodillas delante de mí y me dio a comer su sexo. El otro no sabía que hacía colocándose debajo de mí, hasta que sentí el primer golpe que me hizo soltar la polla del primero y aullar de dolor. Con las dos manos y sin ninguna consideración me cogió la cabeza y me hundió su verga en mi garganta sin dejarme gritar del dolor que me producía el otro segurata, que mientras el perro me follaba, desde debajo de mí me golpeaba los testículos con su mano abierta una y otra vez y cada vez mas fuerte. No supe en ese momento que pasó, pero noté como el orgasmo se hacía cada vez más grande y se abría paso en mi cuerpo hasta mi pene para hacer salir a chorros el semen por mi capullo a pesar de aparato que llevaba y sin empalmar. Los golpes del animal aquel lo habían conseguido, y yo corriéndome en medio de estertores de placer note como el perro gemía y se detenía en su embestir y el segurata de delante me llenaba la boca de lefa espesa y salada, que me obligó a tragar sin que tuviese que hacer mucho esfuerzo pues yo deseaba tragarla, tal era mi deseo de alcanzar limites inalcanzables. El perro se bajó de mí, se dio la vuelta como habría hecho con una perra (que otra cosa era yo) y se quedó hecho el nudo durante unos minutos, en los que me llenaba el cuerpo de su semen de perro. Cuando acabó de eyacular, de un tirón se salió de mí lo que aprovechó el que me había golpeado los huevos para follarme sin problemas. No dio ni tres emboladas y sentí como se corría dentro, tras lo cual, recogió el plug del suelo y me lo insertó otra vez.
- Es para que te quedes preñado de nosotros, del perro y de mí – me dijo al tiempo que soltaba una carcajada algo forzada y su amigo le secundaba en la misma.
El perro se fue a un rincón a lamerse el pene y a descansar y a mi los dos seguratas cogido de la correa me llevaron hasta el salón a cuatro patas.
- Ahora tú eres el perro, pero nos vas a servir unas copas. Tenemos que recuperarnos que aún no hemos acabado. Esta noche promete bastante.
Me dieron cada uno un azote fuerte en el culo, que me supo poco y me mandaron a la cocina a prepararles unas copas.
- Vete a dos patas, perra, y ni se te ocurra cagar nuestra leche que tienes que quedarte preñado del perro – dijo uno, el que me la metió en la boca – y de mi contestó el otro - y volvieron a reírse como colegas.
En cuanto llegué a la cocina, me quité el plug y solté toda la carga en el cubo de la basura. Me había preparado con un enema de agua tibia aplicado con la ducha, antes de que ellos llegasen, por lo que no salieron heces, solo una papilla sanguinolenta y espesa, mezcla de mis secreciones, sangre por las embestidas del perro y el segurata y el semen de los dos. Me dejó aliviado. Me recogí con las manos los restos de mi semen que resbalaban de la prisión del pene y me los chupé con deleite. Mi semen me sabía bien y lamentaba no poder ir al vestíbulo donde se había desarrollado todo a lamer del suelo los restos. Me sentía a gusto sintiéndome tan rebajado y humillado, me escocían loa últimos azotes y deseaba que continuasen por esa senda.
Les preparé las copas como me las habían pedido y se las llevé. Me hicieron tumbarme a sus pies donde reposaron con sus botas de militar puestas sobre mi cuerpo. Cuando terminaron sus copas me hicieron ponerles otras y entonces me hicieron ponerles una película que tratase de humillaciones y sumisión. Les puse la que yo estaba viendo cuando ellos llegaron y volvieron a excitarse. Me pisaban por todo el cuerpo tumbado bajo sus pies y encontraban placer en hacerlo sobre todo sobre los genitales, lo que a mi me excitaba quizá más que a ellos, llegando a pelearse por hacerlo los dos a la vez mientras reían como niños que se divierten con un juguete. En un momento, callaron en su alboroto por un momento y exclamaron a coro los dos bien fuerte: “Si”
Yo no sabía a que se estaban refiriendo con ese “sí” pronunciado con tan festivo entusiasmo, pero por lo que disfrutaron diciéndolo supuse que preparaban algo que les iba a complacer mucho, y quizá a mi no tanto, aunque me encontraba tan a gusto entregado a sus caprichos que lo que se les ocurriera a mi me parecería de perlas por muy extremo que me pareciese.
Con un silbido de uno de ellos hicieron que el perro se viniera  a tumbar a mi lado colocándose con su hocico pegado a mis genitales que de inmediato reaccionaron con un intento fallido de erección por el maldito aparato de castidad que llevaba, pero la lujuria que despertó en mí que el animal volviese a olisquear y a lamerme mis partes me hizo jadear de forma escandalosa.
- Les gusta a los perros olerse los sexos – dijo uno de ellos cargado de razón - ¡claro!, cosa de animales, se contestó a si mismo – y me dio un tirón de la cadena para que me levantase – anda no goces tanto que nadie te ha dado permiso, ve a la cocina a prepararnos más bebida y no seas perra y tráete la botella de una puta vez, pero ve a cuatro patas y la botella la vas a traer cogida con la boca como una buena perra. Luego te vuelves a tumbar como antes.
Obedecí al pie de la letra y les llevé la botella al salón como me habían pedido. Luego de una patada en el culo dada sin miramientos, que me cogió parte de los huevos, lo que me dejó casi sin respiración, me obligaron a tirarme al suelo en la posición que estaba al principio. El perro volvió a husmearme la entrepierna y yo la abrí para dejarle meter bien el hocico, tanto gozaba con aquella sensación tan bestial. Tenía los ojos entrecerrados gozando de los lametones del perro en mis testículos cuando una patada en las costillas me hizo salir de la Valhala en el que me encontraba.
- Vamos perra, satisface tú a tu pareja que tanto interés está poniendo en darte placer y se ve que te gusta. ¡Cómele la polla al perro de una puta vez que veamos lo guarra que eres como perra!
No se me había pasado por la imaginación siquiera, pero al decírmelo el segurata, el estomago se me subió a la boca de vértigo puro por lo que sabía que iba a hacer y que además iba a hacerlo encantado por satisfacer a aquel par de amos improvisados que me había buscado. Con decisión acerqué mi cara a la entrepierna del perro que en cuanto sintió el calor de mi cuerpo cerca de su sexo levanto la pata para darme vía libre. Comencé por besarle el miembro peludo y la punta que encerraba la parte sensible. Hurgué con la lengua en la punta de su pene con los ojos cerrados de placer por los lametones que el me daba en el ano hasta que de pronto sentí como contra mi lengua apretaba en dirección contraría otra especie de lengua húmeda y caliente. Abrí los ojos y vi como salía el capullo largo y rojo del animal casi de golpe, cerré los ojos otra vez, abrí la boca y permití que me entrase todo el miembro, al que acaricié con la lengua con el mayor de los cuidados. Empecé a hacer entrar y salir de mi boca el trozo de carne de perro caliente hasta que mis labios impactaban con el pelo del fuste del animal apretando los labios en torno a su capullo. El perro gemía de placer y empezó a mordisquearme los huevos con delicadeza, como si estuviese acostumbrado a hacerlo. A medida que chupaba y chupaba el pene del perro mas me excitaba hasta que escuché lo que uno de los seguratas me decía.
- No seas más ridícula perra, pues no ves que el pobre animal te trabaja los huevos y el ojete. Tú que eres la perra hazle lo mismo y así gozáis los dos y nosotros gozamos de ver el espectáculo. Antes de avanzar con la cara hacía los testículos del perro levanté la cabeza a ver quien era el que hablaba y vi como uno de los seguratas, el que nunca hablaba le hacía una felación al otro mientras que él le masturbaba al amigo mirando la estampa de los perros.
Alcancé, pues los testículos del perro y comencé a lamerlos y sin pensármelo dos veces le levanté el rabo y apliqué mis labios a su ano comenzando a lamerlo, pasando del ano a los huevos con la lengua hasta que llegó un punto en que el mordisqueo del perro en mis huevos y los lametones unido a la excitación extrema de hacer lo que le estaba haciendo al perro hizo que sintiese que la lefa se me venía para fuera y me desbordé en medio de un orgasmo más agudo aún que el anterior y me obligase a volver al pene del perro para mamárselo deseando que volviese a correrse pero en mi boca. Debí aplicarme con fruición porque terminaba yo de experimentar mi orgasmo cuando sentí que el capullo del perro crecía dentro de mi boca, haciendo gemir al perro e impidiéndome sacármelo, me llenaba toda la boca su capullo multiplicado por tres en volumen. Pasaron unos pocos segundos y el perro empezó a vomitarme su semen sin que pudiese hacer otra cosa que tragármelo para no asfixiarme con él. En cuanto disminuyó el volumen del capullo del perro se salió de mi boca y entonces escuché al segurata que llevaba la voz cantante decir:
- Deja que sea la perra la que se trague mi leche ahora, luego se tragará la tuya.
- Yo prefiero – dijo el otro – preñarla el culo mejor.
De una patada en el estomago me hicieron levantarme del suelo y a cuatro patas meterme la polla del segurata en la boca mientras el otro de un salto se colocaba detrás de mi, me arrancaba el plug de un tirón y de un solo golpe de cadera me encajaba a base de fuerza toda su carne dura como el pedernal en el culo.
Al poco sentí como me agarraba el segurata al que se la estaba mamando, por la orejas y me empujaba la cabeza para meterme la polla hasta la garganta atragantándome con su capullo. Se me venía la nausea y el vomito pero con la polla hasta dentro solo podía dar las arcadas sin aliviarme; empecé a asfixiarme y a llorarme los ojos. Mientras tanto el otro embestía con fiereza por detrás. Inmediatamente sentí como la presión en mis orejas se relajaba y la polla de la boca empezaba a derramar semen que también tragué porque no me daba opción a sacarme la verga del fondo de la garganta y el que estaba detrás dio un grito de placer y terminó de echarme el polvo. Inmediatamente al que acababa de mamársela me puso la bota en la cara, le dijo al otro que se apartase y me dio un empujón que me hizo caer de espaldas. Pude recuperar entre toses y nauseas el aliento y sentirme entusiasmado de lo que me acababa de pasar. Me volví al que me había sodomizado y le lamí todo el pene para limpiarle de restos de semen y algo de heces que ya se había traído con las embestidas tan intensas. El segurata estiro la cabeza y emitió un gemido de placer profundo.
- ¡Se come la mierda la muy perra! Otro día hay que darle en cantidad, pero de la nuestra que le va a gustar más que la suya, que por lo que se ve la conoce bien.
- Bueno, son las dos y media de la madrugada - dijo el que llevaba la voz cantante - por esta noche ha estado bien. Esta perrita que nos hemos buscado es bastante sumisa. Habrá que repetirlo. 

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