lunes, 28 de marzo de 2022

PRIMAVERA (II)

 

Me quedé sin aliento. Creo que hasta se me paró el corazón.
Se hizo un silencio espeso en la habitación. Desde luego Paco, al verse sorprendido debió quedarse sin habla y tras un interminable impasse habló con cierto temblor.
- Pedro, ¿estás despierto?
De repente tenía la pelota en mi tejado. Francisco me acarició los huevos y me susurró al oído que contestase. Y le dije que lo estaba y que lo había escuchado y que le habíamos escuchado los dos pajearse porque una chica no había querido hacerle un pajote esa noche.
- ¿Estáis juntos en una sola cama?
Antes de que pudiera reaccionar Francisco contestó y yo sentí que el mundo iba a caerseme encima.
- No podría meterme solo en la cama estando tu hermano en una.
Se volvió a hacer el silencio y de pronto escuchamos que Paco se levantaba de su cama y se metía en la de Francisco.
- Ya estoy aquí Francisco. Estoy sobre las sábanas. Con la boca, por favor, y tú Pedrito vente aquí también y atiende mis pezones.
- Vamos Pedro, verás como nos lo pasamos los tres.
No hice caso a mi hermano y pensé que dos bocas eran mejor que una, hasta que Paco se corrió y compartí el semen con mi amigo.
Cuando acabó todo Francisco que tenía aún más mundo del que yo creía, habló sinceramente.
- No vas a convencerme que es la primera vez que te corres en la boca de un tío, bueno de dos.
Y soltó una carcajada limpia de las que él acostumbraba.
- ¿Nos vas a contar algo? si tu nos cuentas nosotros te contamos.
Paco saltó a su cama, encendió la lámpara de la mesilla de noche y se le veía sonriente aunque algo cortado.
- Hace un par de años, ya tenía yo catorce, cumplo en nada los dieciséis, ya sabe mi hermano. En un partido contra el Edemar, el equipo del colegio de curas, metí dos golazos y di dos asistencias a José Antonio, tú le conoces Pedro.
Yo conocía a José Antonio de siempre, venía a casa a recoger a mi hermano para jugar al fútbol desde que tenía memoria.
- Pues en el segundo gol que metí de cabeza el portero del Edemar, me dijo: tú, cabronazo, te vas a enterar" y acabando el partido en un salto en su área el muy cabrón metió la rodilla y me pegó un bocadillo en el muslo que me dejó sin resuello. En cuanto acabó la jugada el árbitro pitó el final. José Antonio me ayudó a llegar cojeando al vestuario. Yo tenía un dolor que me hacía llorar. No podía moverme. El partido era en nuestro campo y los compañeros poco a poco se fueron marchando deseándome que me recuperase. El entrenador le dejó a José Antonio la llave que se comprometió a acompañarme a casa. El muslo me dolía a rabiar, me parecía que me había quedado cojo para toda la vida. Juré cargarme a aquel cabrón. No conseguía recuperarme, hasta que José Antonio me dijo que tenía embrocación que le había dado su abuelo y que era una especie de linimento que iba muy bien para esos golpes. Me hizo tumbarme sobre una toalla en el suelo y se arrodilló a mi lado. Empezó a masajearme el muslo con el líquido tan irritante y fuerte y la temperatura en la piel aumentó. Eso con el masaje de José Antonio y tan cerca de mis partes hizo que me empalmase. Y se me saliese la polla por la pernera del pantalón del fútbol. José Antonio se dió cuenta inmediatamente se detuvo un momento mirando fijamente mi capullo y continuó masajeando rozando a veces hasta que sin decir una palabra y humillando la vista se levantó y al hacerlo pude ver la enorme tienda de campaña que tenía. La verdad es que me mejoré y pude levantarme y caminar. Volvimos en silencio por la calle y al despedirnos, me cogió por el brazo me miró a los ojos con pena y se disculpó por lo sucedido. Era de noche, la calle estaba poco iluminada y nadie pudo vernos. Le dije que fuimos los dos cobardes y le besé fugazmente en los labios. Cayó de rodillas llorando y yo me fui.
Al siguiente partido, que era en campo ajeno, cuando volvíamos en el autobús, me dijo que bajasemos en una parada antes. Le hice caso y me llevó a una casa abandonada donde él me la mamó y yo le masturbé. Después de ese día nos evitamos, pero si tenemos ocasión lo hacemos, sin hablarnos, sin mirarnos y seguimos nuestra vida como si nada, con nuestras novias y nuestras baladronadas de machito.
- A mi me gusta tu hermano y me da igual. ¿A ti te gusta José Luis? entonces, porque finjis.
- Yo ya he contado lo mío. Ahora os toca a vosotros.
Cuando le conté a mi hermano lo de la playa, lo del tío y todo lo demás se quedó sin palabras. Pero no se me pasó por alto que aunque él quisiera taparse, mi relato le había provocado una erección explosiva. Francisco tampoco fue ajeno.
- Te ha puesto cachondo lo de tu padre con tu hermano, no lo puedes negar.
Paco agachó la cabeza mientras jugueteaba con sus genitales, como nervioso o cogido en falta. Para quitar hierro al asunto le dije que no suponía que tuviera un capullo tan bonito y le mentí diciéndole que a veces soñaba que se metía en mi cama, aunque eso se me acabará de  ocurrir después de probar el sabor de su semen.
- No os he contado toda la verdad, me daba vergüenza decir cómo sucedieron las cosas de verdad.
Cuando José Antonio me estaba dando el masaje y yo asomé el capullo por la pernera del pantalón y José Antonio se detuvo yo eché mano al paquete de mi amigo y toqué durante un segundo, porque entonces se levantó y me dijo que debíamos irnos. Durante el trayecto hasta donde nos separamos intenté hablarle pero no consentía en siquiera mirarme. Le estuve llamando toda la semana y después del partido, si es cierto que bajamos una parada antes pero no para ir a una casa abandonada.
Se produjo un silencio. Le costaba contarnos lo que pasó.
- Bueno, venga, Paco, tu hermano y yo estamos en ascuas, si no fue en una casa abandonada, ¿donde fue? si es que fue, porque ya no sé qué pensar, guey.
- Perdonar. Esto me ha estado martillando mucho tiempo. Me parece que soy un degenerado y...
Le dije a mi hermano que nada podía ser más degenerado que follar con tu padre y yo lo hacía y todo me parecía poco. Soñaba con que mi padre me la clavase en el culo. ¿Que podía ser peor?
- No, no fuimos a una casa abandonada. Fuimos a casa de un amigo, bueno, algo más y distinto que amigo. Le pregunté a José Antonio quién era y me contestó que su amo. Le pregunté que qué era eso de su amo. Me contestó que ya vería y que no le mirara a los ojos si él no lo pedía.
Nos pusimos en el umbral y llamó a la puerta. Los dos clavamos la mirada en el suelo y la puerta se abrió.
- Y qué, tío, que pasó, quien abrió, ¿un monstruo, un ángel?
- Un hombre de unos cuarenta, vestido con una especie de zahones de cuero negro, desnudo de de torso, con los pezones anillados con unos gruesos aros grises y anillos también en nariz, raíz de la nariz con una barra y la cola de la ceja izquierda y descalzo. Rapado de cabeza y barba como de quince días.
Nada más abrir echó dos pasos atrás y José Antonio entró en la casa tirando de mi para que entrase detrás de él. Cerró la puerta y se arrodilló inmediatamente para lamerle los pies al tío. Me sorprendió y le miré la cara y eso hizo que patease a mi amigo que cayó al suelo hecho una rosquilla, diciéndole "¿Que me has traído, basura, un maleducado imbécil"?
Intenté justificar a José Antonio y a mí y el tío por toda respuesta me encontró a la primera a través de la ropa mi pezón derecho lo pellizcó con fuerza y me obligó a arrodillarme. Y nunca habría imaginado que aquello iba a provocarme una erección tan brutal ni tanto deseo de recibir más castigo. Le miré intencionadamente a los ojos para que volviera a humillarme y me dijo "Vaya, a tu vicioso amigo, le gusta jugar" y me agarró del pelo y tiró de mi hacía sus pies ordenándome que se los lamiera. No imaginaba que eso pudiera provocar tal excitación, deseo y placer. Deseaba entregarme. Pasó un rato, me empujó con el pie y me tiró al suelo. Me piso la entrepierna dándose cuenta de lo duro que estaba. Dejó de pisarme y nos echó a la calle. "Cuando estéis educados y sumisos volvéis. No quiero niñatos caprichosos".
Nos vimos en el descansillo de la escalera locos de lujuria los dos y allí mismo José Antonio se agachó, me la sacó y en dos chupetones me corrí. Le levanté del suelo le hurgué en la bragueta nada más encontrarsela se estaba corriendo ya. Me limpié la mano en su pantalón y corrimos escaleras abajo.
Yo estaba con la boca abierta y no solo eso, estaba muy empalmado y con ganas de hacer todo lo que mi hermano contaba. Le pregunté que desde cuando José Antonio hacia eso y me confesó que el hombre era un amigo del trabajo de su madre y que comenzó con ocho años una vez que su madre le dejo al cuidado porque ella tenía una cita. Le sometió aquel día a una tarde de disciplina y complementó con momentos de ternura que él echaba de menos en un padre al que veía de año en año. Y se enganchó. Le dije a Paco que yo quería conocerle.
- Y yo, y yo. Me mola todo eso del bondage. ¿Azota el culo?
- Mira.
Mi hermano se bajó el pantalón del pijama y nos enseñó el culo. Estaba cruzado de alguna que otra cicatriz.
- Veís las cicatrices. Es doloroso y lo más excitante que he sentido nunca. En más de una ocasión me he corrido en medio del castigo mientras lloraba por los azotes. A veces estoy días que al sentarme rememoró el dolor y me empalmo.
Bueno, chinorris y tú, ¿Qué? Con papá, que haces, le chupas, le follas, te folla.
- A éste le encanta que le follen. Tu padre, tu tío y yo, lo hemos follado. Si hay alguien más no sé y mamarla, ya has podido comprobarlo. Y el culo, a mi no me lo has comido aún, ¿a tu padre, o a alguien?
Les conté como el tío me había enseñado a hacerlo y lo que me enloqueció hacerlo. Sentir como se insinuaba a veces ese amargor que sabes de dónde viene pero de repente te da igual lo que sea porque hacerlo es excitante y sensación de que eres libre, que no estás encadenado por ninguna norma inexplicable que se pierde. Eso es la caña y al decirlo, mi hermano me dijo que nadie se lo había hecho.
- ¿Quieres hacérmelo Pedro?
Me pasé a la cama donde estaba Paco le empujé para que se tumbase, le levanté las piernas exponiendo el ano y me lancé con furia a comérselo. Él se empalmó otra vez de inmediato y Francisco se lanzó hasta que en nada se corrió.
Sentado a sus pies nada más correrse le pregunté que qué tal con la tía con la que estaba tan cabreado.
- Que no voy a parar hasta que me coma la polla y el culo, y desde luego que me dé su culo.
- ¿Y entonces, el amo ese que tenéis?
- Irrenunciable. Eso es una cosa, las tías otra y los amigos íntimos y los hermanos otra. De la vida hay que disfrutar, que en cualquier momento se acaba. Espero que cuando la chica me deje frito, me prestes tu culo, o la boca. Y yo te aliviaré a ti también, y en cuanto cumplas los trece te presento al amo. Papá y el tío todos tuyos. Francisco, bueno, lo que él quiera, pero de vez en cuando podíamos tener una conversación.
Y después de esto le entró una risa irreprimible. Al sonido acudió mi padre, tocó la puerta y abrió.
- Bueno, chicos, venga. ¿Os habéis divertido, verdad? pues a dormir.
Cuando dijo que si nos habíamos divertido hizo una sugerente pausa me miró, me guiñó un ojo y terminó la frase. Nos metimos cada uno en su cama y Paco nos chisteó llevándose el dedo a los labios.
Me dormí pensando en lo feliz que era, todo lo que había aprendido en tan poco tiempo y lo contento que estaba, siendo tan cercano a mi hermano, al que creía un poco estúpido siempre con su fútbol, sus novias y sus amigotes.
No había pasado ni un año desde que mi padre me abrió los ojos y los acontecimientos se habían encadenado de una manera vertiginosa. Era sorprendente la diferencia que había entre mis ocho y mis nueve años. En cuanto en una paja echase mi leche me consideraría adulto. Ya deseaba saber cuál era su sabor.

domingo, 27 de marzo de 2022

PRIMAVERA (I)

 

El trimestre que rendía su fruto en la Semana Santa, pasó para mí como en un suspiro acunado por el dios Morfeo. Los compañeros me preguntaban que qué me había pasado, estaba raro, me decían desde que volví de vacaciones de Navidad, que me comportaba como los mayores, que hasta la cara me había cambiado. Yo estaba muy a gusto, me encontraba relajado y feliz, sereno. 
El tío Santiago después de las uvas de nochevieja había comunicado urbi et orbe lo de su magnífico apartamento y el día de año nuevo fuimos todos a verlo menos los abuelos que dijeron que qué podría tener que ver un piso nuevo y que además para ver cosas irritantes ya tendrían tiempo. Todo el mundo pasó por alto la intemperancia del abuelo al que al parecer no se le habían quitado las ganas de coger la escopeta. 
Ese segundo trimestre del curso se me arrimó un chico venezolano recién llegado de su país por razón del trabajo del padre. Iba retrasado en los estudios y era más mayor, acababa de cumplir los trece. Nos sacaba la cabeza a todos y era menos alborotador, menos niño. Me dijo que se arrimó a mí porque yo era más como él. Me preguntaba por mi actitud tan serena, de mayor y yo le decía que yo no me notaba diferente. Pero no era cierto. Yo sabía que aquella tarde de diciembre que no fuimos al cine y que fue en realidad mi bautismo de sangre en sexo me había cambiado la vida.

Yo entré en el dormitorio del tío donde le vi con mi padre tiritando pero no de frío. Me conducían los dos cada uno una mano en cada hombro, como quien lleva a alguien a un rito de iniciación, y es que en realidad ese tipo de sexo en que la finalidad no era producir más humanos era en realidad una ceremonia en la que se admitía por fin a alguien, en aquel entonces a mi en un grupo de adultos con los privilegios y las responsabilidades de un adulto. La forma en que me desnudaron entre los dos, demorandose, sin prisas, para dar solemnidad al momento y luego ya desnudo yo y sin que me hubieran tocado más allá de lo necesario invitándome a que les desnudara a ellos. Cuando me vi entre esos dos adultos, pudiendo comparar formas y texturas y siendo personas a las que conocía como asexuadas, pero que tenían otra identidad, mucho más rica de la que yo les conocía.
Pero lo que yo creo que me cambió definitivamente fue el beso. Besar era para mí un acto de bienvenida, despedida o reconocimiento y de pronto descubrí que era algo más. Fue mi tío el que desveló un mundo distinto. Me abrazó intentando que hubiera la mayor parte de piel de cada uno en contacto con el otro y luego sin dejar de mirarme a los ojos rozó suavemente sus labios contra los míos, mientras que papá me acariciaba la cabeza con una mano y con la otra acariciaba el hombro de tío Santiago. Poco a poco fue aumentando la presión de sus labios contra los míos hasta que insinuó por entre ellos la lengua, carnosa y húmeda y me mojó mis labios. Sin proponermelo separé yo también mis labios y en cuanto se encontraron las lenguas dentro de mi boca se desencadenó toda una cascada de acontecimientos y sensaciones, estímulos y deslumbramientos que culminó con el tío firmemente insertado en mi culo estimulandome con sus movimientos y papá haciendo lo propio en mi boca.
Cuando la lengua del tío empezó a juguetear con la mía mis manos cobraron importancia. Disfrute acariciando la espalda y el culo del tío hurgandole entre los cachetes para encontrar el ano que acaricié hasta introducirle dos dedos. Cuando sucedió, sus caderas bascularon y me hicieron saber que iba por buen camino, impactando su trozo de acero en la barriga. Mi padre al ver el gesto de lujuria de su tío me buscó el ano y comenzó a estimularlo. Tío Santiago no abandonaba el beso que me tenía completamente entregado. En un momento dejó de besarme y me mordisqueó la oreja y el cuello hablándome al oído.
- Tu papá y yo te vamos a perforar ese culito virgen que tienes y vas a tocar el cielo con tus labios. Te vamos a preparar el ojete para dárselo a nuestros amigos y que seas nuestro mariconcito. 
Me sentí importante.
Fue terminar de escuchar que me iban a dar a otros para su disfrute y alarmado avisé que me venía el gusto y empecé a estremecerme entre los brazos del tío que si no llega a ser por él hubiera caído desplomado. Mi padre al verme así me intensificó el placer. Desde la espalda rodeó con sus brazos mi torso y me alcanzó los pezones y al pellizcarmelos me hizo gritar de placer. Me sentía con los dos como pez en el agua, completamente ubicado, para nada asustado o acobardado.

El nombre de aquel chico venezolano, de Barquisimeto, nunca se me olvidará era Francisco. No quería que le llamasen Paco, le sonaba mal. Era guapo y de buena planta como buen venezolano y una vez que tomó confianza, alegremente descarado.
Nos hicimos muy amigos. Él vivía con su padre. Había venido para levantar una fábrica de manufactura de algodón como las que tenía en su país. No tenía mucho tiempo para su hijo, de manera que Francisco hacia literalmente lo que le daba la gana.
Le llevé a casa un par de veces y mi padre le dijo que podía venir cuando quisiera, pero por la forma en que lo miraba yo sabía que lo deseaba. Por eso cuando le dije si podría quedarse a dormir en casa un fin de semana, mi padre le faltó tiempo para llamar al del chico para presentarse y pedir permiso para que se quedase a dormir.
Francisco nunca se me insinuó ni nada parecido, pero mi padre es como si hubiese detectado algo.
Mi hermano Paco dejó su cama a Francisco para que estuviese conmigo y pudiéramos hablar y él dormiría en el sofá cama del salón.
- Pedro, me gusta estar aquí contigo. Me parece que eres especial y distinto a todos los demás. Por eso voy a decirte algo. ¿Puedo acariciarte?
Mi cama estaba separada de la suya por la mesilla. Encendí la luz de la mesilla salí de mi cama, me quité toda la ropa, me quedé desnudo  y me metí en su cama. Le besé como el tío me besó a mi la primera vez y luego, poco a poco le ayudé a desnudarse. Estuvimos acariciándonos toda la noche. En un momento me di la vuelta y le rogué que me la metiese.
- ¿Estás seguro? la tengo muy grande, te haré daño, Pedro.
Por toda respuesta acerqué mi culo le tomé su miembro, lo apunté y empujé con toda mi fuerza, volví la cabeza y le susurré que me poseyera, que era suyo. Gocé más que con el tío y mi padre. Fue muy tierno y cariñoso conmigo y no terminó pronto. Se mantuvo entrando y saliendo de mi cuerpo mucho tiempo y me sentí muy feliz, como él, creo.
Estaba la Semana Santa encima y el padre de Francisco se presentó en casa unos días antes del Domingo de Ramos. Resulta que tenía que volver a su país. Un problema en su planta de Maracaibo necesitaba obligadamente de su presencia allí. No sabía el tiempo que le supondría pero no quería dejar a su hijo en una residencia, solo, porque se vaciaría en vacaciones ni llevárselo porque quisiera que no interrumpiera el curso y pedía por favor que nos quedásemos con él algunas semanas mientras solucionaba sus problemas. La primera que estuvo de acuerdo fue mi madre. Desde que yo tenía la amistad con este chico, no dejaba nada por medio, no contestaba, estudiaba y hacían los dos lo que se les pedía y además de buen talante. La verdad es que Francisco era adorable, hasta en la cama. El hombre dijo que pagaría por supuesto todos los gastos y mi padre, por supuesto se negó. De forma que de la noche a la mañana me encontré con que viviría con el chaval que me follaba y me daba estabilidad. Olvidé lo sucedido con mi padre y el tío y solo estaba pendiente de Francisco que además no me dejaba ni a sol ni sombra.
La habitación donde dormía con mi hermano Paco era grande, aunque no tanto como para meter otra cama, pero mi madre compró una cama nido que cuando se sacaba tenía un mecanismo que la elevaba hasta el nivel de la cama bajo la que se escondía quedando una especie de cama de matrimonio. Cuando Francisco y yo la vimos nos miramos de forma cómplice y sonreímos. 
Estábamos exultantes con poder pasar tantas horas juntos. comenzaba la Semana Santa teníamos todo el tiempo libre a nuestra disposición.
- Se os nota muy contentos. ¿Estás cómodo, Francisco, necesitas algo?
- No señor, estoy muy feliz, además me llevo muy bien con Pedro. Estamos muy compenetrados.
Al decir lo de compenetrados me pareció que mi padre apenas iniciaba el esbozo de una sonrisa y su mirada me decía "tú estás follandote a éste" sin imaginarse que yo era el follado. Y entonces mi padre hizo algo insólito, abrazó a Francisco por el cuello y lo atrajó a su pecho y en respuesta mi amigo pasó su brazo a la altura de su cintura devolviendo el cariño.
- Yo estoy muy contento, señor, y más pudiendo dormir al lado de su hijo. Así podemos hablar y compartir nuestras intimidades.
- Ven aquí a mi lado, Pedro.
Fui a su lado y me cogió exactamente igual que a mi amigo con el otro brazo. Yo le rodeé tambien por la cintura y nos dimos la mano mi amigo y yo  por detras.
- Un día de esta semana tenemos que ir los tres a casa del tío Santiago, para que Francisco le conozca también. ¿que te parece, hijo?
Un temblor me agitó por dentro. Ya lo tenía claro. Querían follar con nosotros dos, o forzar la situación a ver hasta donde llegaba nuestra intimidad. Francisco giró la cabeza que quedaba a escasos centimetros de la mía sobre el pecho de papá y me miró poniendo una sonrisa maliciosa y al tiempo me apretaba la mano. 
Esa noche al acostarnos, mi hermano Paco, aún no había llegado a casa. Sacamos la cama que se colocó a la par de la mía. mientras nos desnudabamos para ponernos el pijama yo le acaricié la entrepierna y me dijo que en ese momento podía llegar mi hermano. le noté que de inmediato le crecía y noté con gozo que mi bulto se hacía evidente tambien. Ya en la cama, cada uno en la suya, Francisco me preguntó, en susurro.
- ¿Cómo la tiene de grande tu tío? A tu padre ya le he visto los bultos de los pezones, deben ser muy excitantes. ¿tu tío, también los tiene grandes?
Le conté como empezó todo con pelos y señales. Al principio le conté por encima y le expliqué cuando me la metió con tanta facilidad la forma en que me desvirgaron, pero ningún detalle en ese momento le expliqué, morboseé en imagenes para ponerle más cachondo si cabía. Incluso a mí esa forma de relatarlo me puso muy cachondo también.
- Pedro, ¿puedo, pasarme a tu cama? estoy que me va a explotar el rabo. No encendemos la luz y aunque llegué tu hermano con la luz apagada no se va a dar cuenta de nada.
Yo estaba deseandolo también así que sin decir nada levanté mi ropa de cama mostrandome como estaba, desnudo de cintura para abajo. cuando él entró estaba exactamente igual. Los dos al abrigo del relato y acogidos a la oscuridad de la habitación nos habiamos despojado de pantalones y calzoncillos.
Aquello era el cielo, estar en mi cama los dos haciendo resbalar nuestros sexos el uno contra el otro. Pronto, Francisco me avisó que se venía, le dije que aguantase un poco y me zambullí entre las sabanas buscandole el miembro que atrapé con la boca y en ese momento empezó a eyacular. Era un semen dulce y soso al tiempo, más liquido que el de mi padre, nada grumoso y sentí como disparaba un chorro con fuerza unas cinco veces, luego siguió poco rato derramandose mansamente en mi boca. Era un placer estar tragando su jugo. Cuando acabó me preguntó si quería yo hacer lo mismo. Le dije que a mi todavia no me salía nada y que además mientras él se derramaba en mi boca y me lo tragaba yo había tenido mi gusto, muy intenso, pero que al no echar leche, él no lo había advertido.
En ese momento entró Paco en la habitación, abriendo la puerta con sumo cuidado y sin encender la luz para no despertarnos. Nos quedamos muy quietos y oíamos como se desnudaba y hablaba como para él en voz baja.
- ¡Joder que mala leche! que dolor de huevos me ha dejado la tía, y no ha querido ni hacerme una paja.
 Francisco y yo reimos lo mas silencioso posible bajo la cobija. Paco se metió en la cama y se escuchó su jadeo y el fru fru de las sabanas por el roce.
Yo le hubiera retenido, de saber lo que iba a hacer, pero me pilló por sorpresa completamente.
- Paco, soy Francisco. ¿quieres que te eche una mano? soy bueno en eso. Con la mano o con la boca, como prefieras.

jueves, 24 de marzo de 2022

INVIERNO (II)


Al final, se nos había hecho tarde y no fuimos a la tienda de bromas. Regresamos a casa y todos estaban en ascuas porque no sabían si nos habría pasado algo.
- ¿Dónde habéis estado tanto tiempo?. Y al final no traéis nada de nada.
- Ah, Claudia, mira, verás, hacía tanto tiempo que no venía aquí que Santi me lo ha estado enseñando todo un poco. Esto ha cambiado en quince años una barbaridad. Y de una cosa en otra se nos ha echado el tiempo encima. Bueno, vamos a comer ya, ¿no?
- Y tú, peque, te habrás aburrido.
Le dije a mamá que con papá y el tío me lo pasaba muy bien.
- Estupendo. Podían llevarte al cine esta tarde, que voy con Paula a la pelu, y los abuelos dicen que se quedan en casa, que hace frío para salir.
- Ah, que bien, sería estupendo, ¿verdad Santi? podíamos ir a merendar algo rico y luego ir con tu hijo al cine, incluso podríamos al salir llevarlo a cenar a una hamburgueseria. ¿Te parece bien, Pedro?
Mi padre dijo que si mirándome con esa cara de complicidad que yo ya sabía entender. Luego miró al tío y le guiñó un ojo. A mi la polla se me puso en pie. Ya sabía en qué iba a consistir toda la tarde en compañía de papá y el tío. 
Me pasé la comida preguntando que a qué hora íbamos a ir, que película íbamos a ver, a que cine. Mi padre daba largas, miraba al tío y sonreía, el tío me sonreía y me guiñaba el ojo 
- Verás lo bien que nos lo pasamos, Pedro, y con tu padre. La diversión está asegurada.
Me toqué la bragueta y me notaba duro. Inexplicable: me sentía el ano. Nunca antes había experimentado eso. Estaba seguro que si me lo tocaba estaría abierto, preparado para recibir el miembro de mi padre, y si fuese el tío quien lo hiciese me iba a morir de gusto. Me tomé un plátano a toda prisa y dije que necesitaba ir al baño. Mi madre me dijo que fuese y al levantarme supe que la picha tiesa como estaba se notaría tras el pantalón de forma que me puse la mano delante y me fui corriendo. Al llegar al cuarto de baño me miré al espejo subiendome la camiseta. Pensé en la forma en que mi padre disfrutó cuando le mordí el pezón y me toqué el mío. Casi no tenía. Era solo un botón plano. Me lo pellizqué flojito al principio y a medida que sentía placer el pellizco era más fuerte, hasta que para mi sorpresa el pezón había crecido, de ser plano y confundido con la piel se elevó un par de milímetros. Cuando lo apretaba mucho, dolía, pero más gordo se me ponía el capullo. Apliqué cada mano a un pezón, pellizcando sin miedo ya y las vaharadas de placer eran mareantes. Necesitaba algo en el ano. Imaginé la polla de mi padre y me vi saltando sobre ella hasta quedar ensartado con un dolor insoportable pero deseo de que me arrancase los pezones con su boca.
Alguien tocó la puerta.
- Pedrito, hijo, ¿estás bien, te pasa algo?
Contesté que no, que ya salía y tiré dela cadena, me remetí la camiseta y salí.
- ¡Vamos! tu padre y tu tío te están esperando, que ellos quieren ir a tomar café antes del cine.
Cuando me metí en el coche, estaba muy nervioso, tanto que mi padre me preguntó si tenía frío. Le dije que no y arrancamos. 
- Pedrito, que tal si tu padre y yo nos tomamos el café en nuestro apartamento y ya luego vamos al cine que tú elijas. ¿Te parece bien?
Le contesté tiritando de excitación que me encantaba la idea. Volvió a preguntar si tenía frío y le dije que estaba muy emocionado por ir con ellos al apartamento. Que me gustaba mucho ese apartamento.
- Vaya, Santi, a tu niño le gusta estar con nosotros. Me recuerda a un chaval del caserío que le encantaba estar en la casa grande conmigo. Tendría tu edad, Pedro. Me lo llevaba a mi cuarto y allí le leía novelas de acción. Cuando hacía frío nos metíamos en la cama y nos dábamos calor. En los meses crudos del invierno les pedía permiso a los padres para que pudiera dormir en mi cuarto. Su choza era muy húmeda. Y los días fríos de verdad, como te dije antes nos metíamos desnudos en la cama y nos abrazabamos para darnos calor que con las cobijas no era suficiente. Así no pasábamos frío y cada uno disfrutaba del calor del otro. A él le gustaba mucho como olía yo y se acurrucaba contra mi pecho.
Pensé inmediatamente en como el chico le chupaba al tío y como él le taladraba el culo con su rabo, que aunque no sabía cómo era, podía suponer que se parecería al de mi padre. La imagen del chaval llorando suplicando que empujase despacio al tío y al tiempo echando sus brazos atrás para alcanzar los muslos invitándole a penetrar para consumar el acto. Con todo esto yo estaba deseando llegar al apartamento para poder ver la picha a mi tío porque no tenía duda de que allí tendría que suceder algo.
Le pregunté al tío si estar desnudo en la cama con aquel rapaz, desnudos los dos no le producía algún tipo de deseo o algo.
- ¿Que quieres saber, si se me ponía gorda, como la tienes tú ahora mismo?
- San, por dios, deja al crío. No le digas esas cosas, ¿no ves que es muy pequeño?
- Si, vale, pequeño, pero tú ésta mañana...
- Vale, pero ahora no creo...
Estaban los dos con éste tira y afloja deseando y negando cuando mi inexperiencia me hizo tirar por el camino de enmedio y le dije a mi tío que si, que la tenía dura, solo de pensar que él estaba desnudo con un chico como yo en la cama. Que de haber sido yo me habría puesto muy duro.
- Está bien, hijo. Yo le he dicho esta mañana a San lo que ha sucedido por dos veces entre nosotros dos. Él me dijo que porqué no te invitamos a la cama y yo no quise, no me parecía bien, eres muy pequeño.
Y exploté. Le dije que para intentar perforarme el ojete no era pequeño o para tragarme toda su leche tampoco o para dejarme comer el culo.
- ¿Que este sinvergüenza te la ha querido meter?
- Me insistió él, San. Y lo intenté pero no pude, es un chico virgen. Le entró el capullo y nada más. Quise dilatarlo con los dedos pero me cogió la polla por su cuenta miéntras lo intentaba y me corrí sin remedio.
- Ahora en el apartamento yo te la voy a clavar, descuida, como se la clavé muchas veces al chico del caserío. Te va a encantar y luego te follará tu padre, que es lo que tú querías.
Me desabroché el pantalón y dejé salir mi polla tiesa. El tío la vio.
- Mira, Santi, el figura que tienes, viene sin calzoncillos y la polla como un palo de golf. Que bonita es, sin descapullar aún. Hoy va a ser glorioso, te vamos a desvirgar por detrás y por delante. Tienes además, y creeme, unos huevos grandes para no haber desarrollado aún y ese pubis sin un vello. Lo vamos a petar, Pedrito.
- ¡Pedro! hijo, despierta, que hemos llegado. Y abrochate ese pantalón. ¡No te has puesto calzoncillos! Chico, venga espabilate que subimos a casa de San.
¡Lo había soñado todo! Me abroché atropelladamente y salí del coche detrás de los dos.
- Has echado un buen sueñecito. Mejor, así no te duermes en el cine. Vamos, entra al ascensor.
Llegamos al apartamento y me dijeron que si quería un helado mientras ellos se tomaban su café. Pregunté si lo tenía de limón y solo lo tenía de chocolate. Le dije que me valía. Se fueron los dos a la cocina y yo me quedé en el salón. Me encendieron la tele y me quedé sentado. Les escuchaba hablar de lejos pero no entendía lo que decían. Me acerqué y estaban besándose apasionadamente. Pero está vez no estaba dispuesto a mirar para otro lado, así que levanté la voz y les dije que lo sabía todo y que les había visto desnudos en la cama como yo había estado desnudo con mi padre en la cama.
- Hijo, espera. Hacia mucho que no veía a mi tío y me ha alegrado.
- Santi, por favor. Ya está bien. Si Pedro, si. Se lo explicas tu a tu hijo o se lo explico yo.
Estaba en ascuas por saber. Había un secreto que yo ya sabía pero que no podía esperar para saber cómo sucedió.
- Mira hijo, mi padre, tu abuelo y hermano del tío Santiago siempre ha sido muy cabezota, siempre convencido de estar en posesión de la verdad, de manera que nunca consintió que se le llevará la contraria. Tu tío al ser de mi edad siempre andaba conmigo, o yo con él. Cuando cumplimos los catorce, que acabábamos el colegio para ir al instituto al curso siguiente, planeamos hacer un viaje en autostop a París. Mi padre, cabezón como siempre, se negó. Es verdad que éramos chicos, cerca de los quince, pero no solo se negó sino que convenció a su padre para que tampoco dejará su hijo pequeño. Nos llevamos un buen disgusto. Después de mucho pensar y rogar conseguimos que nos dejarán ir un fin de semana largo de Jueves a Lunes de acampada a un río que pasaba cerca. Era un sitio idílico al que habíamos ido con el colegio cuando teníamos doce años. Al final nos dejaron y nos fuimos.
- Nos lo pasamos realmente bien, tu padre y yo. El sitio era una maravilla. El agua estaba muy fría, eso sí. Y que fuese tan fría tuvo la culpa.
- La culpa de existir culpa, sería nuestra. Tú lo sabes, que ya nosotros teníamos nuestras intimidades.
La primera noche que pasamos de acampada estábamos nerviosos los dos. Nos metimos cada uno en su sacó y apagamos el quinqué. Aquella noche era calurosa y acabamos saliendonos del saco. Empezamos a  hablar de cómo había sido el día y el bochorno de la noche. Había luna y la tienda se iluminó de luz fría. Los dos nos pusimos de lado, cara a cara y seguimos hablando hasta que nos quedamos callados. Empezamos a dialogar con los ojos nada más. Nos devorabamos con la mirada y empezamos a respirar agitadamente los dos. Llegó un momento que sin querer empecé a llorar y vi que tu tío lloraba también. Sin acuerdo ninguno nos acercamos el uno al otro y nos besamos. No dijimos una palabra pero nos bebimos el uno al otro. Pasamos toda la acampada haciendo el amor. Sencillamente nos queríamos. Nos quisimos desde siempre, solo que creíamos que nos queríamos por ser familia. Él sexo entre nosotros nos abrió los ojos. Nos queremos. Por eso cuando con diecinueve años desapareció, me hundí, cariño, y encontré consuelo en tu madre, que como puedes imaginar no sabe nada.
- Yo, llegó un momento, que tuve que sincerarme. No podía vivir sin gritar que quería a tu padre. Y se lo dije al mío. Le dije que me había enamorado de un hombre y si no ando listo, me mata. El resto creo que lo escuchaste está mañana en el coche.
En ese momento a pesar de mi corta edad me iluminé. Comprendí lo que va de querer a amar. Después de tener sexo con mi padre sabía que le amaba, además de quererle como padre. Sabía que no debía, era tabú tener sexo con el padre o la madre, pero un sentimiento no es susceptible de ser mentira. Mi corazón me decía la verdad y está era que amaba a mi padre, que además de padre era mi amante y si túviera que elegir entre tenerlo como padre o como amante me decidiría por el amante.
Me acerqué a mi padre, y le abracé, le llegaba por su pecho y en el me apoyé diciéndole que le quería y que quería volver a hacer lo mismo y más de lo que hicimos las otras dos veces, el verano y el otoño pasados.
- Lo ves, Santi, no solo te quiero yo, tienes otro amante, tu hijo.
San se acercó a nosotros dos y nos abrazó y en ese momento les dije que quería sexo con los dos y que quería perder mi virginidad por el culo con ellos.
Mi padre miró a su primo durante un rato como pidiéndole consentimiento.
- Si hijo, si, vamos los tres al dormitorio.

INVIERNO (I)

 

Llegaron los abuelos justo un día antes de que nos diesen las vacaciones en el colegio. Estaba a punto de cumplir los nueve y después de lo sucedido con mi padre cuando se puso malita mi hermana, me sentía muy mayor.
Hacia un frío que pelaba. Por ser el último día de colegio no había clases por la tarde, e incluso la mañana no tenía programación alguna. Hicimos un poco lo que nos vino en gana sin armar mucho alboroto. Y diez minutos antes de la hora estaba Paco en la puerta para recogerme. Me pareció extraño y le pregunté si la pequeña se había puesto mala otra vez.
- Que va, Pedro. Es que se ha presentado en casa tío Santiago.
Enarqué las cejas mirando con extrañeza a mi hermano diciéndole que qué tío era ese.
- Bueno, tío, tío no es. En realidad tio-abuelo. Es hermano del abuelo Pedro. Tu te llamas así por el abuelo y papá se llama Santiago por su tío, o más bien su tío se llama Santiago por papá.
No entendía nada de nada y ante mi cara de desconcierto me explicó.
- Verás. Abuelo Pedro es el hijo mayor de nuestros bisabuelos, ya muertos. Cuando abuelo Pedro se casó y tuvo a Papá le puso Santiago cómo su padre. O sea el abuelo de papá se llamaba Santiago. Pero es que la abuela y su suegra se quedaron embarazadas casi al tiempo; papá nació primero, sietemesino y a las pocas semanas nació tío Santiago. Y su padre, tu bisabuelo dijo: "Ea, pues otro Santiago, así como los apóstoles, mi nieto Santiago el mayor y mi hijo Santiago el menor" Es un lío ya lo sé pero cuando lleguemos a casa verás qué tío abuelo más joven tienes, un poco más joven, unas semanas, que papá.
Efectivamente tío Santiago era como tener otro padre, porque eran clavados, los dos de treinta y cinco.
- Vaya, vaya, vaya. Este es entonces Pedrito. Que grande estás. Tienes que tener por lo menos diez años, ¿o son solo nueve?
Y se echó a reír muy ruidosamente al tiempo que me abrazaba me daba besos y me levantaba en peso. Era fuerte como mi padre y tenía una mirada chispeante y penetrante que inspiraba confianza. Le dije que solo nueve aunque siempre me decían que era alto para mi edad. Entonces me cogió por los hombros se acercó a mí me habló como en confidencia.
- Tendrás muchas novias, eh, canalla.
Y volvía a abrazarme.
Mi padre cogió a su tío por el brazo y se lo llevó.
- Anda, sinvergüenza, deja al chico y vamos a tomarnos un cervezón que tienes que contarme muchas cosas, que llevamos mucho tiempo sin hablar
- Si no me llamás nunca, cabronazo.
Me quedaba con la boca abierta viendo a tío y sobrino comportándose como había visto que hacía mi hermano Paco con sus amigos. Para mí que mi padre era una persona mayor, seria y responsable como padre que era y me encontraba con un chico alegre, mal hablado como un adolescente y que tenía otra vida, además de la de la familia, y la nuestra particular, por supuesto.
Las fiestas navideñas son de mucho movimiento. De salir, mirar la iluminación y la decoración de las calles a ver los mercadillos donde adquirir el pastor o el ángel que faltaba para el belén, las luces y los papeles de cielo estrellado. Hay que salir de compras de Reyes o de Papá Noel. Mucho movimiento.
El día antes de inocentes, después de desayunar, tío Santiago me puso la mano sobre la cabeza y me alborotó el pelo.
- ¿Te vienes con tu padre y conmigo a comprar bromas para Nochevieja?
De alborotarme el pelo pasó a abarcarme el cuello por la nuca y masajearme con una mano grande y caliente. Un escalofrío me recorrió toda la espalda hasta la rabadilla y de forma instintiva llevé mi mano a la mano que me acariciaba el cuello. Él se detuvo y me disculpé muy cortado diciendo que me hacía cosquillas.
- Pues venga, coge la bufanda, el abrigo y vámonos.
Me monté en la parte de atrás del coche y la conversación que se desarrolló entre mi padre y su tío no la entendí hasta unos días después. Tuve que aguzar el oído porque hablaban en voz baja y además al principio estaban como enfadados.
- Te fuiste con diecinueve años, tienes treinta y cinco, como yo. Ni una letra, ni una llamada. Me quedé destrozado.
- Me tuve que ir, papá, tu abuelo, me quería matar y mi madre no movió un dedo. Desde los quince años que lo hicimos..., Santi, no era como tú, que eras capaz de vivir dos vidas. Además tenía unos celos que me mataban. Estaba desesperado. Nada más soltarlo en casa, mi padre fue por la escopeta de caza y mi madre se quedó blanca, pero le vi la rabia en la cara. Tuve que salir corriendo Santi, escuché desde el despacho de mi padre como cargaba los cartuchos de la repetidora. Con lo puesto Santi.
- Podías haber venido a casa, no se, avisarme. ¿Que crees? que te olvidé al día siguiente. No podía dormir. Claudia me lo notó y creía que estaba enfadado con ella, para disipar dudas, ya ves. El resultado va ahí sentado. La preñé de Paco y hubo que casarse. Pero jamás te olvidé San.
Pregunté a mi padre si Claudia era mamá. 
- Claro hijo.
- ¿Tan diestro es Pedrito? Podríamos...
- Calla, joder, San
- ¿Que de malo habría?, Santi
- Calla. Venga. Dime cómo te las arreglaste. Saliste corriendo.
- Éramos jóvenes, ya ves. No eras el único. Te llamaba la atención que siempre tuviera dinero y nunca me preguntaste de donde lo sacaba; fui en busca de D. Felipe, un canónigo de la catedral, tuve que pagar el peaje, una vez más, pero me sacó del apuro. Él me envió al norte a casa de su familia, una familia rica, de la aristocracia rural diciendo que me habia quedado sin familia tras un desgraciado incendio. Allí trabajé para ellos y poco a poco me fui haciendo un sitio. Trabajé duro y me gané su confianza. Acabé por tener parte en el negocio. Tengo un apartamento aquí. Lo compré el mes pasado, no lo sabe nadie. 
Me pareció que el tío Santi estaba llorando y mi padre le echó la mano al hombro.
- Yo tampoco te he podido olvidar.
Se hizo un silencio espeso y vi que el tío le ponía la mano en la pierna a papá. Papá miró un segundo al tío antes de preguntar.
- ¿Vamos a tu apartamento?
- Yo encantado, pero..., bueno. Pedro, en el apartamento tengo una consola nuevecita con una pantalla enorme que me han traído de Francia.
Le pregunté a San que marca, pero no sabía decirme, sería una americana, supuse. De cualquier forma vista una, vistas todas. Me dijo que tenía unos cuantos juegos pero que no sabía cómo se llamaban. Le rogué a mi padre que fuésemos.
- Pero que esto quede entre nosotros, porque si el tío no le ha dicho al abuelo que lo tiene, si se entera que lo sabemos nosotros se puede enfadar.
Llegamos hasta el centro de la ciudad y tío San le dijo a mi padre donde ir hasta que enfrentamos una puerta de garage. El tío le dijo a papá que tenía que hacer.
- Presiona el botón rojo ese y espera
Una voz de hombre, como metálica resonó.
- A que apartamento va usted.
El tío contesto echándose hacia la ventanilla del conductor sobre papá.
- Soy yo, Mateo, que vengo con mi sobrino. El guarda se llama Mateo, buena gente. Te lo presentaré.
- Que me lo presentarás, ¿cómo? presentar, presentar o..., presentar.
Yo no entendía nada de lo que decía ni mi padre ni mi tío, aunque algo fuera de lo normal intuía yo. Tampoco me importaba mucho.
- Es un chico joven, alto, fuerte y algo metido en carnes. Te gustará.
La baraja del garaje se levantó y el tío le dijo a mi padre donde aparcar. Nos dirigimos a los ascensores.
- San, ¿Y la botonera?
- No hay botonera. Se sube o baja, con esta llave y el teclado. Cada apartamento tiene un número que se marca después de accionar la llave.
Así lo hizo y el ascensor arrancó suavemente hasta detenerse de forma casi imperceptible. Las puertas se abrieron y tanto mi padre como yo nos quedamos sorprendidos. ¡Estábamos en pleno salón del tío!
- Pero, San esto tiene que haberte costado una fortuna.
- Si. Ha sido caro. Pero eso ya no tiene importancia. Ahora, mira Pedrito, ahí tienes la consola, toda tuya, y los juegos. Tu padre y yo vamos a esa habitación que le voy a enseñar unas fotos y otras cosas.
Me di cuenta que mi padre ponía cara de sorpresa mirando al tío. Luego me miró a mi 
- Muy bien, Pedro, juega todo lo que quieras. Nosotros vamos a estar ahí al lado. Que te diviertas. Si necesitas algo llama a la puerta. ¿Vale?
Asentí con la cabeza a mi padre y los dos se metieron en la habitación y cerraron la puerta.

Una de las características de los humanos y que nos diferencia de los animales, aparte de nuestro interés por incordiarnos los unos a los otros, es la curiosidad. Yo estaba jugando con la consola pero tenía la cabeza en la habitación donde estaba mi padre y el tío. Imaginaba miles de cosas que podían estar pasando allí dentro y cada vez se me hacia más imposible seguir con los mandos del juego. Ya ni miraba la pantalla. Dejé el juego, me quité los cascos y entonces, sin la escuchar banda estridente de la lucha digital, escuché unos quejidos, que parecían de dolor y que parecían además de mi padre. Me levanté y acercándome a la puerta puse el oído. Se escuchaban quejidos, palabras sueltas ininteligibles, jadeos y suspiros. No pude remediarlo, no me pude aguantar y muy despacio moví el pomo de la puerta y ésta sin ningún chirrido comenzó a abrirse. Y lo que vi, me hipnotizó.
Tanto mi padre como el tío estaban desnudos. Mi padre acostado sobre la cama, boca arriba con las piernas abiertas. Mi tío estaba entre las piernas de su sobrino, pecho contra pecho y se besaban en la boca. Cuando se separaban, el tío empujaba con fuerza y papá le decía que lo hiciera más fuerte. Estuve un rato largo fijo en la estampa tocándome la picha que se me había puesto muy dura. Deseaba ser uno de esos actores y se me vinieron a la cabeza de las imágenes de mi padre con sus dos dedos metidos en mi ano e intentando dilatarlo. Instintivamente me llevé una mano al culo y busque el ojete, como decía mi padre intentando meterme el dedo y frotaba la picha lo que me provocaba mucho placer, tanto que en un momento, justo cuando el dedo entraba en el culo sentí ese  desfallecimiento tan placentero. Muy despacio volví a cerrar cuidadosamente la puerta y fui a sentarme delante de la pantalla, con la mirada perdida en el infinito. Cerré los ojos y me imaginé desnudo entre mi padre y el tío siendo penetrado por la boca y el ojete, en sus manos, a su merced para ser su juguete. Volví a sentir el pene duro y comencé a acariciarme otra vez a través del pantalón. Y de repente algo me sacó de mi ensimismamiento.
- ¿Que haces, hijo?
- ¿No te han gustado mis juegos? Bueno, venga, ¿vamos a comprar las bromas, o no?
- Venga Pedro, vámonos ya, que no quiero llegar tarde a casa.
Los miré a los dos y les pregunté que qué habían estado haciendo en la habitación y que me había aburrido de jugar solo. Que me podían haber llamado para ayudarles.
- Ayudarnos, ¿a qué, Pedro?
- Pues a lo que hubiésemos estado haciendo, Santi. ¿Tú crees que podía habernos ayudado tu hijo? A mi me hubiera gustado que nos ayudase.
El tío se sentó a mi lado me echó el brazo estrechando me contra él y besándome en la cabeza.
- ¿Tú quieres ayudarme a mí y a tu padre a hacer lo que hacemos, te gustaría, verdad?
- Tú, hijo, ¿Que crees que hacemos?
Me estaba enfadando mucho que estuviesen jugando conmigo de esa manera, como si fuese un bebé que no sabe atarse los zapatos y contesté muy irritado.
- Papá, estabais haciendo lo mismo que hacemos a veces tu y yo. Y además, lo he visto.






martes, 22 de marzo de 2022

OTOÑO

 

Quedaba una semana para empezar el colegio. Habia que hacerse a la idea de que volvía la rutina del trabajo. Levantarse a las ocho, desayunar y ligero al colegio, volver a la una y media, comer y a las tres hasta las cinco otra vez colegio. Me daba pereza tener que volver. 
Me pasé todo el verano esperando que algún día mi padre pudiera venir a la playa a solas conmigo. Soñaba con aquel sabor tan particular que me dio a probar, con la lisura de su vello y el olor de su entrepierna cuando me incline a abrazar con mis labios su miembro, tan duro, tan delicado. No se dieron las condiciones para que sucediese. Venía mi padre los fines de semana, íbamos a la playa con mi madre y la peque. Los mayores iban a lo suyo. Yo intentaba sentarme con mi padre y mi madre se sorprendía de lo pegajoso que me estaba poniendo, y mi padre me rechazaba como si yo le molestase. Mi padre nunca me advirtió de que no dijese nada de lo sucedido, pero yo sabía que aquello no era para contarlo. Cuando salíamos de paseo por las noches mi padre me echaba la mano por el hombro y le decía a mi madre que se iba a tomar un helado con un buen amigo. Yo me ponía esponjado como un pavo cuando le escuchaba decir eso. Luego cuando nos alejabamos me decía que le gustó mucho lo que hicimos en la playa ese verano y que tuviera paciencia que lo repetiríamos, luego me daba un beso y me compraba el helado de limón más grande que despachaban.
- Aunque el mordisco que me diste en el pezón dolió fue lo que me hizo alcanzar el Olimpo. Nunca me había pasado, Pedro, todo un hallazgo.
Le dije que no lo entendía y me contestó que en pocos años lo comprendería más que bien, que era aún un poco pequeño.
El tiempo transcurría lentamente y poco a poco fui olvidando el incidente de la playa.
Mi hermanita nació de aquella manera, muy malita y de vez en cuando, a pesar de comer bien y eso escuchaba llorar a mi madre de una forma desesperada y ya sabía que es que mi hermana volvía a estar mal. La mayoría de las veces llamaba mi padre a D. Federico que le faltaba tiempo para llegarse a casa. Pero cuando el llanto de mi madre era de los de plañidera profesional de cuando los tiempos lobregos de Galicia, mi padre no se molestaba en llamar a nadie. La cara mirada de la niña le indicaba que hacer; coger el coche, meter dentro a mi madre y a mi hermana y con un pañuelo blanco sacado por la ventanilla y sin parar de tocar el claxon a todo lo que daba el coche llegar al sanatorio, donde precisamente nació la cría, y que los médicos allí la sacasen del apuro.
Aquella vez volvió mi padre solo y cuando llegamos del colegio nos dijo que la pequeña se habia tenido que quedar en el hospital con él oxigeno puesto y mi madre con ella al cuidado de su comida y los pañales. Aquel día mi padre con la ayuda de mi hermana mayor se las arregló para darnos de comer y nos dió franco de colegio. Llamó él al colegio, dijo lo que pasaba y nos disculpó.
Me encantó poder quedarme en casa sin tener que ir por la tarde a clase. Paco aprovechó para irse a jugar al fútbol con los amigos y Paula a casa de una amiga que vivía en el portal de al lado. Mi padre me dijo que me echase la siesta, que él también se iba a tomar la tarde libre y se iba a echar un ratito antes de irse al sanatorio a acompañar a mi madre.
Y a mi, al escuchar ésto, se me subió el estómago a la garganta y me invadió un nerviosismo que no entendía. Me fui a la cama y me tumbé. Intenté dormir pero solo se me venían a la cabeza cosas malas, de muerte, sufrimiento y torturas, con imágenes muy reales que hicieron que me invadiera el pánico. Me levanté y fui a la habitación de mis padres. La puerta estaba entornada y por la rendija que dejaba se veía a mi padre tumbado sobre la cama, únicamente con los calzoncillos. Mi padre tenía treinta y cinco. Siempre fue muy deportista como mi hermano Paco y solía cuidarse, además. Iba a jugar al frontón al menos tres veces en semana con Paco y por eso creo yo que tenía esas manazas tan grandes y poderosas. El cuerpo era magnifico cubierto de vello espeso sobre todo en el pecho de donde le emergían unos pezones rosados, uno de los cuales le medio arranqué de un mordisco y que tanto placer le produjo. Me tenía hipnotizado la vista de mi padre, casi desnudo sobre la cama, tanto, que me hizo olvidar los temores que me habían llevado delante de su puerta.
El tiempo de otoño con sus ventoleras y una ventana abierta hicieron que la puerta del dormitorio pivotase y gimiesen los goznes lo que hizo que mi padre abriese los ojos y mirase justo en el momento que yo volvía sobre mis pasos
- ¿Pedro?
Me detuve en seco. Me había pillado fisgoneando, si antes tenía el corazón acelerado por la contemplación del cuerpo de mi padre, ahora creía que se me saldría por la boca.
- Pedrito, anda, ven aquí con papá.
Me di la vuelta, empujé un poco más la puerta y me quedé en el umbral con la vista fija en mis calcetines. No me atrevía a mirarle.
- Vamos, ven conmigo, túmbate a mi lado. ¿Que te pasa? que no puedes dormir. Donde está tu hermano, ah, ya, se ha ido. Bueno, anda, acurrucate aquí con tu padre, verás como te duermes enseguida.
Levanté la vista y allí estaba, espléndido, apoyado en su codo izquierdo y la cabeza dejada caer sobre su enorme mano. Sonreía relajadamente mientras me hablaba y me sentí feliz de que fuese mi padre.
- Anda, ven
Y abrió los brazos dejando que su cabeza reposase en la almohada.
Me lancé a sus brazos de un salto y sumergí la cara en su pecho. ¡dios! que bien olía. Y de repente reviví el episodio del verano y de forma completamente natural dirigí mi boca a su pezón derecho.
Mi padre hizo como dos inspiraciones muy rápidas y un gemido casi inaudible al tiempo que se ponía tenso.
- Pedro, hijo, Pedrito, no, no, espera, espera, si hijo, si. Te quiero mucho.
Y los brazos que me estaban abrazando condujeron sus manos a mis nalgas, salvando el elástico del calzoncillo que llevaba. Supe que quería que continuase, aunque su boca dijese que no. 
Sus enormes manazas abarcaban cada una un cachete del culo y mientras me los acariciaba podía dedicar sus dedos índices a explorar más dentro. Sentí como sacaba primero una mano que volvió a meter bajo el calzoncillo, y luego la otra. Cuando volvió a tener las manos dentro sentí el ano humedecido por sus dedos. Me encantó la sensación y me apliqué con más interés a succionar y empezar ya a mordisquear. En ese momento mi padre empezó el jadeo que tan bien recordaba y entonces fue cuando sin abandonar sus caricias del ano levantó sus manos y el calzoncillo cedió dejandome el culo a su antojo. Sentí como retiraba una de las manos del culo y con mucha suavidad cogía mi mano izquierda y con mucha parsimonia, para no interrumpir mi actividad en su pezón, la condujo hasta su entrepierna, sobre su gayumbo de pata ancha. A través de la tela noté su pene grande y caliente. Me entusiasmó recordar cómo entró en mi boca y como rebañé hasta la última gota de su leche. Hurgué buscando la potrina hasta encontrar la abertura y convertí mi mano en una serpiente ágil que se cuela donde quiere y llegué donde quería. No dejaba de chupar y mordisquear y mi padre no dejaba de insinuar su dedo en mi ano. Cuando tuve su pene rodeado por mi mano deseé que el dedo de mi padre entrase en mi cuerpo. No sabía porqué lo deseaba, pero imaginaba que me entraba y notaba que mi pene se ponía aún más duro de lo que estaba. 
Tenía un pene grande, tanto que hubiera podido agarrarme a él con las dos manos y habría hecho falta al menos otra mano como la mía para esconderlo. Fui resbalando la mano, acariciando el fuste hasta llegar a la punta en la que note la abertura por la que salía un líquido, pensé que su leche y saqué la mano para olerlo y en ese momento mi padre, como si yo fuese un muñeco de trapo me cogió por la cintura y me volteó de manera que mi cabeza estaba ahora a la altura de sus gayumbos y mi culo a la altura de su cabeza. 
Nunca habría podido imaginar que eso se hiciese. Si eso podía hacerse, podía ya imaginar lo que me diese la gana que sería realizable.
Primero fue con mucha suavidad. Metía su nariz entre las nalgas, como si quisiera impregnarse de mi olor de por ahí y pasaba los labios como besándome. Estuvo así un rato hasta que sacó la lengua y empezó a lamerme el ano, sin ninguna reserva. Solo pude decir a modo de exclamación ante un descubrimiento tan fastuoso un "Papá" con la voz entrecortada y precisamente entonces caí en la cuenta de donde tenía yo mi cabeza. Metí la nariz entre el bulto de los gayumbos y la pierna y aspiré profundamente y mi padre respondió abriendo más las piernas. A través de la tela de la ropa interior aprecié la dureza de su sexo empecé a morderlo en toda su amplitud, humedeciendo de saliva la bragueta, hasta que necesité algo más. Saber que era mi padre el que intentaba oradarme el ano con la lengua y que me producía un ardor guerrero por investigar dentro del gayumbo y ensalivar y atragantarme con su carne y finalmente querer dejarme llevar y experimentar que se sentía al lamer su ano, porque la inexplicable experiencia de tener su sexo en la boca ya la tenía. Con una destreza que a mí me sorprendió conseguí dejar completamente desnudo a mi padre, como él me ha había dejado a mi.
¡Increíble! Estaba desnudo en la cama con mi padre, al que admiraba y quería más que a nadie. Yo ya había estado desnudo con él en la cama. Yo era muy chico y no me acuerdo. Esto era distinto. Yo era consciente de que estábamos desnudos los dos con intención de explorarnos el uno al otro hasta los rincones más escondidos y provocarnos placer el uno al otro y que eso con ser lo más deseable para los dos al parecer no debería ser muy buen visto. Eso intuía yo. Para mi sólo existía ese momento.
El inmenso placer de sentir el ano perforado por su lengua y la náusea cohibida al impactar su capullo en mi campanilla conformaban un cóctel que en ese momento no alcanzaba a comprender pero que de forma inconsciente me permitía saber que hacer eso con mi padre no podía ser malo.
Sentí un cambio. La lengua de papá dejó paso a sus dedos. Alternaba el ensalivado con el dilatado digital hasta saber que ya me había metido su dedo. Entraba y salía y lo alternaba con su lengua. Notaba que tras sacar los dedos y meter la lengua él se enardecía aún más, y cuanto más enardecido estaba más intenso me ponía yo. Llegó un momento en que mi padre apartó la cabeza y buscó mi pene tieso. Yo me giré y él se tumbó boca arriba de manera que me quedé sentado sobre sus caderas con una pierna a cada lado. En esa posición papá haló de mi hasta quedar acostado sobre su pecho. Entonces se echó mano a su pene y lo colocó en la raja de mi culo. Me estremecí. Me clavó la mirada en mis ojos y sonrió.
- ¿Quieres?
Yo sabía lo que me quería decir y pensé en que podría suceder cuando ese grosor intentase abrirse paso dentro de mi cuerpo. Tendría que ser un dolor insuperable pero la realidad es que me daba igual. Es más, en aquel momento, sentado a horcajadas sobre mi padre deseaba que me destrozase el culo. Necesitaba a mi padre dentro. Me deslizaba adelante y atrás sobre el miembro de mi padre casi en trance sintiendo cada centímetro en contacto con mi cuerpo hecho yo entero ano. Nunca he vuelto a sentirlo. Sin proponérmelo, como un autómata eché mi mano atrás y agarré con vigor el pene de mi padre le hice recorrer toda mi raja del culo y cuando alcanzó el agujero lo apunté, respiré hondo y me apreté sobre el capullo. Sentí que entraba y lo gocé pero al intentar que fuese todo el miembro el que se abriese paso dentro de mi era un hierro durísimo el que quería entrar y dolía, vaya que si dolía y así y todo insistí, queriendo pasar por encima del dolor, pero no habia manera.
- No entra, hijo. Que más quisiera yo que metertela entera y vaciarme dentro. La tengo muy gorda y tú ojete es muy pequeño aún.
Me sorprendió el nombre que le dió, ojete, y solo nombrarlo así me excitaba, le daba personalidad de disfrute, le daba categoría independientemente de que fuese la puerta por la que salía la mierda. Me gustaba el nombre. 
Casi llorando le rogué a mi padre que volviera a intentarlo.
- Pedrito, hijo, te quiero mucho, y no sabes la de veces que he soñado con hacerlo. Si empujó te voy a partir el culo y no quiero hacerte daño.
Le sonreí y me lancé a su cuello y le abracé y bese por todos lados. Luego me acerqué a su oído y le rogué que me partiera el culo de una vez para que pudiera tenerlo a su disposición siempre. Le dije que para Navidad cumpliría los nueve y quería llegar a esa edad con mi cuerpo preparado para él.
- Vale. Espera. Siéntate sobre mi cara que pueda meter bien la lengua y luego los dedos para dilatar algo más. Al final te daré esto y todo será muy fácil.
Me enseñó un tarro que nunca había visto me coloqué encima de su cara con mi ojete apuntando a su boca. Imaginé que pasaría si en ese momento cagara. ¿Se acabaría la mágia de aquel momento o se multiplicaría? Preferí intentar no dar respuesta.
A cada embiste de mi padre en el ano más deseaba que fuese su polla la que entrase. Y sucedió. Mi padre metió un dedo de cada mano ayudado del contenido del bote y estiró hacia cada lado. No sentí dolor. Aquello no era dolor, era tensión o presión pero no dolor, lo que si es seguro es que me despejó las dudas sobre si me lanzaba sobre la polla de mi padre que tenía delante, a pocos centímetros, o no.
Me pareció lo correcto que si no entraba por el culo entraría por la boca. Y me la metí y chupé con fuerza y deseé de que mi padre disfrutase como lo hizo en la playa.
- ¡Pedro! hijo, no, no, espera..., ya hijo, ya, sigue y tragatelo todo, es para ti, Pedrito, te quiero.
La boca se me lleno de lo mismo que me dio a probar de sus dedos en la playa. Era mucha cantidad y aunque tragué, algo salió por la comisura. Cuando acabó mi padre me llevó a su lado, lamió lo que me rebosó y me abrazó muy fuerte.
- Te prometo que en cuanto tengamos oportunidad te la meteré en el culo para que disfrutes. Tengo ganas de hacerlo. Ahora, ponte el calzoncillo y vete a tu cuarto. No me gustaría que tu hermano Paco nos viera en la cama juntos, ya eres muy mayor para eso y menos desnudo.
Cuando llegó mi hermano y entró en la habitación yo estaba sobre la cama, en calzoncillos con los brazos bajo la cabeza y expresión de satisfacción absoluta.
- ¿Que te ha pasado chinorris? tienes la cara distinta, pareces mayor, como si hubieras visto una aparición.
Yo solo sonreí.



Llegó la Navidad y vinieron a casa a pasar las fiestas mis abuelos. No los conocía mucho, parece ser que mi padre se peleó con él abuelo cuando al casarse con mi madre le recriminó que se metiese en lo de las obras en lugar de buscar un trabajo en la administración, un sueldo fijo, una seguridad para el futuro y mi padre, según me enteré más tarde le dijo que si no quería ayudarle había dejado de ser su hijo. La niña pequeña, al nacer, estuvo muy malita y mi padre temiéndose lo peor habló con la abuela y al final acabaron haciendo las paces. Pero la Navidad es ya Invierno, y eso es otra historia 

lunes, 21 de marzo de 2022

VERANO


Hoy es difícil encontrar un sitio en la arena de la playa, donde extender tu toalla, y menos ya plantar una sombrilla.
Cuando yo era pequeño, ocho años, mi padre tuvo suerte, trabajaba bien y juntó dinero en abundancia. De manera que, como ricos que éramos, veraneabamos en la costa levantina. Las playas eran enormes, de blancas arenas y aguas más o menos tranquilas. Los tres meses de verano los pasábamos mi madre, los dos hermanos mayores y yo en una playa prácticamente vacía y nos alojabamos en una pensión donde comíamos, cenábamos y nos preparaban los bocadillos para pasar toda la mañana en la playa. Mi padre, que tenía un coche grande, americano de importación y que bebía más gasolina que un camello agua en un oasis, iba y venía de la playa todos los fines de semana, salía el viernes por la mañana y regresaba los domingos. Llegaba a tiempo para comer, y ya esa tarde y todo el sábado lo pasaba con nosotros en la playa.
Sucedió un sábado. Mi hermano mayor tenía dieciséis mi hermana quince y yo ocho. Mi madre había tenido en primavera una niña que llevaba a la playa en un capazo y a la que bañaba desnudita en la orilla y luego la dejaba bajo la sombrilla, no le fuese a dar el sol y quemarse. Mi madre, parecía que solo tenía ojos para ella. A mi me intrigaba que no tuviera cola y sin embargo siempre estuviera meada y mi madre cambiándola a todas horas. Paco el mayor tenía un grupo de amigos con los que se pasaba las horas muertas jugando al fútbol en la arena, mi hermana Paula tenía tres amigas con las que siempre estaba de cuchicheo y risas conspirando dios sabe porqué. Yo jugaba con la arena al lado de la sombrilla. Mi madre de vez en cuando me daba un aceite para evitar las quemaduras que yo intentaba que me entrase entre los dos carrillos del culo, porque al caminar y sentir como resbalaban entre sí me producía un extraño placer.
Los viernes por la tarde mi hermano Paco, con sus amigos y mi hermana Paula con sus inseparables iban al cine donde proyectaban una sesión doble, generalmente de guerra una de ellas y otra, un musical. Como era sesión continua, allí se pasaban la tarde. A mi me parecía un aburrimiento, aunque pensaba que por ser pequeño se me escapa algo. Ya crecería, pensaba.
Aquel viernes hacía calor y mi padre me dijo que si nos íbamos nosotros a la playa mientras mi madre y mi hermanita se quedaban en la pensión durmiendo la siesta. Me encantaba que mi padre me llevase a mi solo a la playa.
Mi padre plantó la sombrilla, puso su silla y con el periódico en la mano se dispuso a pasar el rato relajadamente. Yo era feliz jugando con la arena teniendo a mi padre a mi lado para mí solo.
Después de un rato vi que mi padre había dejado el periódico a un lado y repantingado en la silla de playa con las piernas abiertas se acariciaba muy despacio la entrepierna mirándome como jugaba con la pala y el cubo.
- Pedro, ve a bañarte un rato, hace mucho calor y ya hace buen rato que comimos. ¿Quieres que me bañé contigo?
Soñaba con que mi padre se bañase conmigo, los dos solos, que pudiéramos jugar en el agua sin nadie que nos interrumpirse. Se levantó de la silla me ofreció su mano y de un salto me puse en pie y le agarré con fuerza la mano. Estuvimos un buen rato disfrutando de las olas. Él me lanzaba desde sus hombros y me recogía después. Cerca de la orilla me decía que pasase buceando entre sus piernas, pero las cerraba, me sacaba del agua y me hacia cosquillas. No se podía ser más feliz.
Después de un rato largo mi padre me dijo que ya estaba bien, que se me habían puesto los labios morados y había que salir ya.
Mientras caminabamos hacía la sombrilla yo iba tiritando. Mi padre me cogió en brazos y corrió hasta coger una toalla. Me quitó el bañador, me envolvió en la toalla, se sentó él en la silla y me sentó en su pierna. Me abrazaba haciendo que apoyase la cabeza en su hombro izquierdo. Pasado un rato, después de frotarme vigorosamente con la toalla me la quitó y volvió a hacerme cosquillas. No quería que ese momento se acabase nunca. Era feliz sintiendo como me acariciaba suavemente la espalda. 
- ¿Te has dado cuenta que estamos solos? Ya solo quedamos nosotros en la playa. Aprovecharé y me quitaré también el bañador, me estoy enfriando.
Me dejó en el suelo, se quitó el bañador y volvió a sentarse. Me quedé de pie a su lado hipnotizado por su desnudez. Sobre todo me impresionaba el tamaño de su pene, y sus bolas, envueltas en pelo, lo que le daban un aire misterioso.
- Vamos, hijo, siéntate otra vez aquí.
Y sin darme tiempo a reaccionar me tomó con sus manazas y me sentó en su rodilla. Yo me recosté en su pecho y él me pasó su brazo por el cuello dejando caer la mano por mi pecho a la altura de mi mamila.
- Tu sabes que te quiero mucho, ¿verdad, Pedrito?
A pesar de haberse bañado podía oler su loción de afeitado, su colonia, su sudor limpio y me embargó la ternura. Me acurruqué aún más y le dije que lo sabía.
Mi piel desnuda contra su piel velluda y ligeramente morena me emocionaba. Nunca había sentido el roce del vello del cuerpo de mi padre. Era suave y daban ganas de restregarse. Metí la cara en su pecho y olí la frescura de su piel recién bañada junto a su colonia. Se me venían a la memoria sensaciones sin recuerdos. Era mágico. Cerré los ojos y empecé a acariciar el pecho y la espalda, también peluda, de papá. Acariciando el vello y la piel del pecho me topé con un obstáculo. Era agradable, una dureza elástica que se deformaba al empujarlo y recuperaba su forma. Mi padre con su mano sobre mi pezón izquierdo empezó a pellizcarlo muy suavemente y comprendí al instante que lo que yo tocaba desprovisto de vello y tan carnoso y duro era el pezón de mi padre y me decía con su acción que yo hiciera lo mismo con el suyo.  Empecé a pellizcarle al principio con prevención y al ver que se endurecía con más fuerza. Sentí un quejido cohibido ante el último pellizco que deseaba que fuese fuerte, y junto al quejido un estremecimiento. Miré a la cara a mi padre y tenía la cabeza echada hacia atrás y los ojos entornados. Le pregunté alarmado si le había hecho daño y que lo sentía. No abrió los ojos y empezó a jadear, y en el jadeo me dijo que no parase.
- Sigue cariño, sigue y no te de miedo apretar, no me haras daño. 
Y diciendo esto sentí la fuerza de sus manazas en mi hombros. Me levantó como una pluma y me sentó en su regazo, cara a cara con él y una pierna por cada lado de sus caderas. No sabía nada, no había visto nada, nadie me habia comentado nada. Vi a mi padre con la cabeza rendida hacia atrás, los ojos cerrados y respirando con fuerza al tiempo que algo tenso impactaba en mi culo y no era incómodo. Me salió espontáneo, agaché la cabeza y me metí en la boca su pezón derecho mientras pellizcaba el izquierdo. Me gustaba chupar y mordisquear le, a cada mordisco más fuerte mi padre gemía y yo apretaba más el pellizco. Mi padre me cogió la cabeza, con las dos manos, la acarició y la apretó suavemente contra su pecho, interpreté que quería más intensidad y mordí con fuerza, emitió un grito de dolor pero no intentó retirarse y al instante me separé del pezón y le dije que me parecía que me había cagado.
- No hijo, no. No te has hecho caca.
Metió una mano entre los cachetes del culo donde yo sentía la humedad y la sacó como llena de leche condensada. Me la dio a oler y luego se la lamió de los dedos. Le dije que yo quería probarlo también.
- ¿Seguro?
Le dije que si moviendo la cabeza de arriba a abajo. Volvió a meter la mano en mi culo y sacó más. Volvió a dármelo a oler y yo le tomé su mano y chupé dedo por dedo hasta limpiarla de su semen. Me preguntó si me gustaba y le dije que si, que ahora ya no tenía dudas, sabía cuál era el bouquet de mi padre. Me bajé de encima de él, me toqué el culo y algo quedaba, así como en el pene de mi padre que aún tenía una gota gruesa en la punta. No me costó agacharme y recogerla con la lengua. Entonces papá me cogió la cabeza en sus dos manos, me miró fijamente a los ojos y me llevó la cabeza hasta su capullo. Yo sabía que solo tenía que abrir la boca y me apetecía hacerlo además. Me arrodillé sobre la arena y dejé que su miembro resbalase dentro de mi boca.
Escuché una especie de gemido más llanto que otra cosa y una palabra saliendo de su boca
- Perdona
Y empezó un suave bombeo de todo su cuerpo dentro de mi 

jueves, 3 de marzo de 2022

MI PADRE (y 5)

 

Alejandro se acostó con un sabor agridulce. Por un lado sabía que esa tenía que ser la reacción ortodoxa y por otra sentía que deseaba a su hijo carnalmente más que nada. Pedro era alto, le estaban ensanchando los hombros, los oblicuos dirigiéndose en diagonal al pubis, enmarcando unos rectos que sin ser exagerados en definición permitían adivinar sus vientres con un ombligo perfecto adornado por un aro gris, el primero que se puso. Y peleándose con él por ponerse perforaciones en los pezones y un frenum. Cerró los ojos y sintió una gozosa erección al evocar la imagen de Pedro desnudo. Imaginó que demoraba su lengua en el ano de su hijo, ese mismo que limpió tantas veces y ahora se volvería loco si lo hiciera con la lengua para luego penetrarle suavemente excitandose con sus quejidos y gemidos. Empezó a acariciarse el frenillo ya muy tenso con sus dedos insalivados e inmediatamente lubricarlo con su precum en lugar de la saliva.
Incluso llegó a sentir como los pezones eran estimulados cual si alguien le estuvieran pellizcando con delicadeza.
- Papá.
Alejandro dió un respingo. Quién le pellizcaba los pezones era Pedro. Se sentó de un salto en la cama y encendió la lámpara de la mesilla.
- Vaya susto que me has dado.
- Llevaba un rato observándote, tanto, que mira el empalme que tengo. Como te acariciabas el frenillo con los dedos lubricados y gemías de placer, muy débilmente. Supuse que estimularte los pezones te intensificaría el placer. No quería molestarte.
- ¿Y Neftalí?
- Durmiendo. Ha sido un día muy intenso para él. La primera vez que tiene sexo, es con un tío y tres veces a falta de una. Estaba roto. He intentado volver a hacer algo, pero me ha dicho que no podía y se ha quedado como un leño.
Papá. De verdad tan mal te ha sentado la broma de antes cuando te hemos chupado el rabo.
- Era mi obligación. El incesto es tabú y lo llevamos grabado a fuego en nuestra conciencia colectiva, supongo que para salvaguardar la salud del rebaño, de la tribu. Observarían que los embarazos de fecundaciónes paterno filiales producían descendencias de mala calidad y supongo que alguien más observador llegó a la conclusión que no era bueno para el grupo que basaba su supervivencia en el número y si muchos morían peligraba como tribu a merced de otras más nutridas. Y para hacer que se cumpliese la prohibición pusieron a los dioses como excusa. Los dioses no querían, pues no se hacía. No tenían más que esperar un aborto o un nacido deforme para esgrimir el castigo divino por tener relaciones familiares. Y así milenios, hasta que la sociedad se fue complicando y se olvidó la razón del tabú cuya esencia es no tener razón, se obedece sin rechistar. Luego, cuando empezamos a tener a propósito sexo no reproductivo pensamos que entre familia, sexo era sexo e igualmente afectado por el tabú.
- Vale. Entonces, si yo ahora, que somos racionales y sabemos que eso de los dioses no es más que una primitiva forma de ingeniería social, me lanzo sobre tu polla y me la como, ¿también me vas a rechazar?
- ¿Y si yo te como el culo y luego te follo te vas a molestar?
- Papá, soy activo. Me gusta que me coman el culo pero no me apetece que me follen. Preferiría follarte yo a ti.
- ¿Lo harías, después de comerme el culo?
- Estoy deseando.

- Anoche me desperté y no estabas. Pásame el jarabe de arce.
- Estaba en la habitación de mi padre. Toma el jarabe. Te dormiste, yo estaba desvelado, escuché la respiración agitada de mi padre y me acerqué a ver.
- ¿Que le pasaba?
- Se estaba pajeando muy despacio rozandose con un dedo el frenillo. Tenía los ojos cerrados y gemía muy despacio. Me puse cachondísima.
- ¿Follaste con tu padre? Pero, pero, ¿estás loco?
- Más. ¡Cachondísima! Me lo follé, Nefta, me lo follé. Le dije que qué tal un trio y se volvió loco.
- Cuenta, cuenta.
- ¡Cómo come el culo! Luego se lo comí yo y finalmente nos los comimos en sesentaynueve. Mientras se lo comía solo pensar que era mi padre me llevaba al borde del orgasmo. Cuando ya no podía más se lo dije  "Papá, quiero clavartela ya, si no, me voy a correr de excitación" Fue dirigirme a quien iba a follar como "papá" hizo que empezase a correrme sin remedio. Mi padre con mucho arte se apoderó de mí polla, se la metió en la boca y ahí me vacíe por completo. Me quedé derrengado pero mi padre continuó. Me inyectó mi lefa en el ano y siguió estimulando con la lengua. Luego me dijo que me sentara en su rabo. Nunca pensé que nadie me fuera a follar. Nefta, ¡que placer! Frente a frente a mi padre, abrazandonos y besandonos, sintiendole dentro de mi. Que locura. Me la tenía metida, yo le rodeaba la cintura con las piernas y el me abrazaba. Me decía: "Pedro, hijo, te quiero. He soñado mucho tiempo con esto, porque no solo te quiero como padre, además como amante. Me encanta saber que eres tan maricón como tu padre" Como duró bastante me dio tiempo a recuperarme y para cuándo el se corrió yo ya tenía ganas y se lo dije. Me contestó que lo estaba deseando: "Follame como la perra que soy" Se me puso a cuatro patas y me rogó que se la metiese sin contemplaciones. Le apunté el capullo al ojal y de un golpe de cadera lo más fuerte que pude se la clave. Noté que le dolió pero no sé evadió, empujó para facilitarme la actuación. En seguida noté que me corría y se lo dije, me corro papá y me contestó: "preñame" Fue una locura.
- Pedro, me he puesto muy guarro, mira.
Neftalí se puso de pie y enseñó a Pedro cómo se le salía la polla por la pernera del pantalón corto del pijama, muy tiesa e ingurgitada.
- Pedro, por favor...
Pedro dejó la tostada en el plato y se metió debajo de la mesa alcanzando a su amigo.
- Siéntate maricón.
Neftalí se bajó el pantalón del pijama y se sentó abriendo las piernas. Pedro metió la cabeza abriendo la boca y tragándose el miembro de Neftalí. No hizo falta mucho más. Rápidamente Pedro gustó el sabor del semen de su amigo y con la lengua frotó la zona del frenillo al tiempo que tragaba poco a poco el semen que le iba entrando.
- Pedro, muchas gracias. Tengo que ir al instituto y luego ir a casa a recoger mis cosas y decirle a mi madre que voy a estar aquí. Tu, ¿que vas a hacer?
- Nada. Si puedo, volver a follar con papá. Me encanta. Me iré ahora a su cama. Me apetece tumbarme a su lado, acariciarle, acurrucarme con él y sentir que le quiero y me quiere.
- Vete preparando el escenario. Me apetece que me folle tu padre y probar con ese lubricante maravilloso intentar una doble. Me vuelve loco que me follen.
Neftalí se marchó al instituto pletórico de optimismo. Ya se imaginaba encima del padre de su amigo bien follado mientras Pedro intentaba colarse donde ya estaba bien metido su padre. Le faltaba tiempo para que terminase la mañana, ir a casa de sus padres, recoger sus cosas volar al Eliseo donde el gozo y el placer no iban a tener límite.
Durante el recreo alguno con muy mala intención le preguntaba por Pedro y le decía que qué tal iban las corridas, "perdón, las carreras. Ya sabes que con vosotros es difícil diferenciar" Neftalí hacía caso omiso, miraba despreciativamente y no respondía ante el regocijo general de los demás.
La última clase era historia y le hacía bostezar mientras el profesor explicaba la guerra de los Balcanes. De repente se abrió la puerta de la clase y un bedel pidió perdón al profesor y dijo que reclamaban a Neftalí Cohen en dirección. Neftalí se levantó para ir pero el bedel se acercó al profesor y le dijo algo al oído.
- Neftalí, no, no, recoge todas tus cosas. Probablemente cuando yo acabé la clase tu aún estarás en dirección, así que llévatelo todo.
El chico tuvo una mala impresión. No le gustaba aquello, pero recogió sus libros, su mochila y salió del aula camino de dirección.
En la puerta estaba la secretaria de la dirección.
- Está aquí tu padre. Ha venido a buscarte.
Del despacho salió el padre de Neftalí con cara sería.
- Vámonos de aquí.
- Ah, ahora ya quieres que vuelva a casa. Pues estoy viviendo en casa de mi amigo Pedro. Su padre me ha acogido.
- ¿En casa de ese maricón? Ya me he informado, el padre es tan maricón como el hijo. Esa casa, al menos si yo estoy a tu cargo, no la vas a volver a pisar. Venga, tu madre ya tiene que tener tus cosas preparadas. El avión sale en dos horas, te vas a Tel Aviv con tu tía Raquel. Allí en una escuela Chinuch Atzmai aprenderás la recta justicia y a ser un hombre temeroso de Yavhé. Se te quitarán de la cabeza esa ideas desviadas de la rectitud. Te volverán a crecer tus peyes, te casarás cuando llegue tu momento con la mujer que te diga tu rabino y hemos terminado de hablar. De no ser así te prefiero muerto, y sabes que lo digo en serio.
Neftalí tuvo dificultad para respirar. Se le agolparon en la cabeza las imágenes de lo sucedido en las veinticuatro horas precedentes y lo feliz que se había sentido con ímpetu para arrollar a cualquiera, padre incluido. En ese momento era el mundo entero el que se caía sobre su cabeza. Se sentía mareado y era incapaz de sujetar las lágrimas que rodaban pacíficas por sus mejillas. La secretaria se conmovió y le ánimo.
- Ánimo, Neftalí, ya verás como todo sale bien. No te apures.
Neftalí intentó esbozar una sonrisa de agradecimiento pero solo pudo desbordar el mar que se agolpaba en sus ojos y abrazar a la chica.
- Déjate de tocar a las mujeres. ¿Lo ves? necesitas una guía, te comportas como un cananeo, en nuestra patria encontrarás tu camino, el camino.
El chico hundió la cabeza entre los hombros y siguió pacíficamente a su padre.

A las tres y media de la tarde con la comida en la mesa y esperando a Neftalí, Pedro y su padre empezaban a ponerse nerviosos.
- Es raro. Salimos a las dos y media, un cuarto de hora para llegar a su casa, recoger y tal y como mucho a y cuarto debería haber estado aquí.
- Vamos a esperar un cuarto de hora más y llamas a su casa.
A las cuatro Pedro llamó a casa de su amigo. 
- Señora Cohen, ¿Neftalí ha estado ahí?
Y por toda respuesta escuchó un sollozo y colgar.
Pedro volvió a llamar.
- Deja de llamar. Tu has sido el culpable de lo que le ha pasado a mi niño. No llames más.
Durante un rato, a pesar de las preguntas la mujer solo hacía llorar sin terminar de colgar.
- Papá, la madre solo llora y dice que a Neftalí le ha pasado algo. Papá, tiene que ser algo malo.
- Vamos, vístete Pedro, a casa de tu amigo.
Cuando llegaron a pesar de insistir no abrían la puerta. Desde fuera Pedro preguntaba por su amigo y después de aporrear la puerta un buen rato la señora Cohen abrió con la cadena de seguridad puesta 
- Marchense. Mi hijo no está y ya no va a estar nunca.
Alejandro le dijo a la mujer que cuando salió de su casa para el instituto estaba alegre y bien.
- Pero, que ha sido ¿un accidente, está en algún hospital?
La mujer dejó de llorar, abrió la puerta del todo y con semblante muy duro terminó la conversación. Miró su reloj y con cierto aire de revancha.
- A estás horas ya está volando con su padre a Israel. Allí una cuñada mía, Rachel, muy observante enderezará a mi pobre hijo. Nunca más volverás a verle y tú te quemarás con ácido por toda la eternidad.
Fulminó con la mirada a Pedro y cerró de un portazo.