miércoles, 20 de febrero de 2013

ROBERTO VIII


Se volvieron a vestir los dos, silbaron al perro, que se levantó de un salto ágil para seguir a sus amos y antes de largarse sin decir adiós ni cerrar la puerta, me dijeron que volviese grupas sin perder la posición a cuatro patas y abriese un poco las piernas. Su despedida fue una patada en los huevos que me hizo ver las estrellas pero que curiosamente me hizo iniciar otra erección fallida debido al instrumento que llevaba puesto. Después, sin más preámbulos me quitaron el collar del cuello y volvieron a ponérselo al perro. Me quedé revolcándome en el suelo de mezcla de dolor y placer, algo realmente extraño, una sensación agridulce que deseaba volver a experimentar aunque con miedo a hacerlo por lo dolorosa y fascinante por lo morbosa y depravada. Habría disfrutado si Brunilda hubiera podido presenciar la escena.
Fui a la cocina, con las tijeras corte el fiador que impedía desprenderme del aparato de castidad y dejé al fin mi pene libre, que inmediatamente creció pero de forma fláccida. Fue recordar como le hice la felación al perro y se puso dura como la roca y entonces sí me masturbe, allí mismo, en la cocina, lentamente, degustado cada centímetro de mi pene y sintiendo como se acercaba lentamente el placer a mi cuerpo hasta estallar en la eyaculación que derrame a conciencia sobre el suelo. Era una gran cantidad de semen, porque las dos veces que anteriormente había eyaculado había sido por pura excitación nerviosa sin estimulación cutánea, de manera que reservaba una cantidad extraordinaria para regar el suelo de la cocina. Una vez acabado el orgasmo, con toda la parsimonia y el morbo del mundo me arrodillé en el suelo y me sentí reconfortado de poder lamer mi lefa del piso, por el placer de hacerlo como lo que me acababan de demostrar que era: una perra.
Luego de hacerlo me invadió un cansancio tan intenso que creí no poder subir las escaleras a mi dormitorio. Tal como llegué a él caí sobre la cama y en esa posición quedé profundamente dormido.
Cuando abrí los ojos entraba el sol con toda su inmisericorde luz por el ventanal de la habitación. Había vomitado mientras dormía una mezcla de sangre y heces que seco todo aparecía color marrón. Tenía la boca seca y amarga, era el sabor de mi mierda no cabía duda, pero no le di importancia, me fui a la ducha y me deje acariciar por el chorro fuerte y muy caliente que al dejarlo caer sobre el capullo hizo que entrase en erección una vez más. Pensé que en algún momento debería probar a sentir la quemazón de la cera caliente sobre el capullo, igual que sentía ahora el chorro caliente de la ducha, pero no quise volver a correrme aunque era lo que me pedía el cuerpo. Bajé desnudo a la cocina a prepararme un café, cuando mirando por la ventana el jardín observé una moto que se paraba delante de la cancela. Se bajaron dos personas que reconocí al instante: Quique y Raúl. Se me estremeció el cuerpo y la polla se me disparó. Rápidamente fui a la puerta y la dejé abierta para que pudieran entrar y al sonar el interfono de la cancela después de preguntar, haciéndome de nuevas, les franqueé la entrada al tiempo que les decía que la puerta de la casa estaba abierta y yo en la cocina preparando café. Lo que no les dije es que estaba desnudo.
Se me hizo eterno hasta que irrumpieron en la cocina y sentí como Quique me abrazaba por detrás y me metía la mano por la entrepierna acariciándome con dulzura el pene.
- ¡Joder! – Exclamó Raúl – con los jodidos tortolitos, ¡venga ya!, que me pongo cachondo perdido.
- Pues súmate – le contestó Quique sin dejar de mordisquearme la oreja ni acariciarme el capullo desde detrás. Eres bienvenido, somos una pareja moderna – le dijo en plan de sorna.
Pero Raúl no se cortó se agachó delante de mi y empezó a lamerme el capullo compitiendo con la suavidad de los dedos del pelirrojo Quique sobre mi frenillo. Estuvieron así un rato haciéndome gozar lo indecible hasta que el café avisó que estaba listo para servirse.
- Bueno, vamos, ya esta bien – les separé en tono conciliador – me encanta como me lo hacéis, pero ahora vamos a tomar un café. ¿Habréis desayunado, me imagino a las horas que son?
Me contestaron que muy temprano pero que se tomarían un café conmigo, para acompañarme mientras les explicaba lo de la tarde anterior.
- ¿Lo de la tarde?, si fuese solo lo de la tarde. Lo bueno fue lo de la noche con perro y todo incluido.
- ¡Hostias! - dijo Raúl visiblemente asombrazo - ¿te ha follado un perro?
- Y se la he mamado, mientras los dos seguratas me pisaban con sus botas de militar y bebían las copas que les había servido.
- Eso nos lo tienes que contar con pelos y señales, tío – dijo rendido Quique – que se me ha puesto la polla que yo no se si voy a poder contenerme. ¿Se lo has contado a Roberto ya?
- Pues yo estoy a punto de correrme solo de imaginar como te follaba el perro – dijo Raúl - ¿Qué perro era?, ¿la tenía muy grande?, ¿se te corrió en la boca?, joder Alejandro habla de una puta vez
Nos sentamos y les relaté con pelos y señales todo lo ocurrido. Les describí a los seguratas y al perro.
- Esos, esos, nos han parado cuando veníamos y llevaban el perro con ellos. Vaya par de cabrones. Nos han dicho que tuviésemos cuidado, que a veces hay asaltos a chavales como nosotros en la urbanización. ¡Que cabronazos!
A medida que me demoraba degustando cada palabra depravada y cada frase morbosa ellos, Quique y Raúl iban subiendo la temperatura de sus cuerpos hasta el punto de no poder más y tener que desnudarse del todo para acariciarse sus sexos que estaban a punto del colapso. Yo enlentecía la descripción de lo sucedido y cargaba las tintas en aquello que sabía que más les subía la boca del estomago a las nubes y le provocaba fuentes de esmegma que les lubricaba los capullos. Cuando comprendí que no podían más, me puse a cuatro patas ejemplarizando la manera en la que me follaba el perro y yo se la mamaba a uno de los seguratas y les dije que Quique hiciese de perro y Raúl de segurata para que viesen de que forma lo hicimos.
Les faltó tiempo a Quique para penetrarme el ano sin ninguna lubricación ni dificultad, tal era la dilatación que arrastraba de la noche anterior, con el plug permanentemente puesto, cuando no era follado por cualquiera de los humanos o el perro y a Raúl para meterme su miembro por la boca hasta lo más profundo, cosa que le agradecí pues la sensación de ser penetrado tan profundamente me estaba siendo ya muy placentera. En pocos segundos estaban los dos corriéndose con lo que decayeron sus ímpetus y se relajaron.
- Nunca imaginé – dijo Quique – que un cuento de estos me pudiese poner tan a tope.
- Es el polvo más placentero que he echado – apostillo Raúl – en años. ¿Te acuerdas Quique aquella vez en el internado después de que Brandon y sus amigos me follaran, después de la tunda con las varas, que Roberto para consolarme me hizo una mamada larga y profunda mientras tu me sedabas el ojete lamiéndomelo hasta que me corrí en la boca de Roberto que luego compartimos la lefa entre los tres?, pues ha sido aún más excitante y placentero. La próxima vez lo filmas, que eso es para verlo.
En eso sonaron unos golpes en la puerta.
- ¿Hay alguien aquí?
- Si, si. ¿Quién es?, un momento – dijo Quique mientras deprisa y corriendo como Raúl se ponía los pantalones.
Pero ya no había lugar. Los dos seguratas estaban dentro del salón con el perro. Quique tenía una pernera del pantalón corto puesta y no le había dado tiempo a mas, a Raúl ni eso le había dado tiempo y yo estaba a cuatro patas aún. Los dos seguratas se miraron de forma cómplice y soltaron la cadena del perro que sin mayor dilación se me encaramó a la espalda y me penetró con su pene ya enhiesto al verme desnudo en posición de perro, como la noche pasada. Inmediatamente Quique y Raúl a pesar de acabar de correrse se empalmaron a tope sin poder disimularlo y los seguratas se mantuvieron impasibles mientras el perro me follaba. Yo deseaba algo en la boca y les mire a los guardas jurados implorando carne caliente en la boca.
- Que te la meta cualquiera de estos, nosotros – habló el que llevaba siempre la voz cantante – estamos de servicio. Esperaremos a que el animalito termine de aliviarse y nos vamos. Solo estamos de ronda; hemos visto la puerta abierta y hemos entrado, solo eso, aunque estemos, yo por lo menos a punto de estallar – y se marcó con la mano el relieve de su polla a través del pantalón.
- Y yo – dijo el otro segurata – que creo que acabaré por correrme solo de ver la escena.
Entonces Raúl se acerco al guarda que acababa de hablar y se arrodilló delante de él.
- No va a ser cuestión – le dijo desde su posición de rodillas delante de él y mirándole de forma sumisa – que ensucies de lefa esos pantalones de militar tan bonitos, y como estas a punto, como dices, te presto mi boca.
El segurata hurgó la bragueta que hizo aparecer un pene congestionado y chorreante que entró sin más en la boca de Raúl e inmediatamente le obsequió con una buena chorreada de semen fresco. Cuando lo hubo tragado, miró al otro, el que llevaba siempre la voz cantante.
- No iras a dejarme cojo – le dijo, casi suplicante, en tono bajo y ronco por la lujuria que le atenazaba la garganta - va a ser solo un momento, como a tu compañero, y nadie se tiene porque enterar.
El segurata le soltó una hostia a Raúl que le hizo caer de lado para a continuación sacarse la polla y ordenarle que se volviese.
- Por la boca ya te han satisfecho perrita, ahora hay que follarte.
Raúl se puso como estaba yo, a cuatro patas cerca de mi cara y el segurata le encalomó su verga tiesa de un solo golpe, que le hizo ver las estrellas. Yo alargué un poco el cuello y le ofrecí mi lengua a la suya para consolarle del dolor, mientras el perro terminaba de correrse en mi culo y aún no deshacía el nudo continuando enganchado a mí. Cuando pudo salirse de mi cuerpo, el segurata que se estaba follando a Raúl se dirigió a Quique.
- Venga, tú, guarrona, cómele ahora el culo a la perra de tu amiga, que yo vea como se lo comes con el lefazo del perro para excitarme y poder echárselo yo a tu amigo.
Sentí como Quique se arrodillaba detrás de mí y empezaba a lamerme el ano. Al principio despacio, pero el morbo de saber que me acababa de follar el perro debió de obrar como factor lujuriante, pues empezó a meter la lengua por el ano lo que me provocaba mucho placer y él a gruñir como un animal en celo. Cada vez empujaba más y más, con su boca buscando los flujos que salían del ano hasta que volviéndose hacia mi cabeza me dijo que abriese la boca y entonces me escupió un gran lapo, a base de saliva, semen del perro y algo de mierda. Yo lo saboreé y él me dio la boca para que lo consumiésemos entre los dos al tiempo que con un grito animal el segurata se derramaba en el ojete de Raúl. Nada más salirse de él y mientras se abrochaba, Quique se abalanzó al culo de su amigo para chuparle el polvo que le acababan de echar. Yo me tumbé en el suelo y me metí mientras la polla de Raúl en la boca que ante los acontecimientos volvió a correrse directamente en mi garganta. Terminamos los tres intercambiando los diferentes fluidos que teníamos en nuestras bocas, mientras los seguratas volvían a poner la cadena al collar del perro y con un lacónico “que pasen un buen día” salieron por la puerta y desaparecieron.
Acabamos los tres tumbados en el suelo, exhaustos, y riendo a carcajadas por lo que acababa de suceder, comentando los lances del episodio y el comportamiento de los seguratas.
- A mi lo que acabó de sacarme de dudas y entregarme, fue la hostia – dijo Raúl – nunca pensé que un golpe que no fuese en el culo con una vara me pudiese excitar tanto, pero un segurata que te pega una hostia para follarte nunca me había pasado y es lo más estremecedor, estoy deseando que me zurre una buena tunda un uniformado y que me maltrate porque me correré.
- Pues a mí – apostilló Quique – cuando me dijo que te comiese el culo después de que te follase el perro, me levantó el estomago, pero algo muy dentro de mí me empujo a hacerlo sobreponiéndome al asco. En cuanto empecé a lamerte el ojete con ese sabor entre a mierda, que es excitante, y al sabor salado y soso del semen del perro, me volvió loco y solo quería sorber todo lo que llevabas dentro del culo. Luego se me ocurrió que te resultaría excitante y a mi hacerlo, echarte un buen lapo de mierda y lefa de perro en la boca, como así fue, o eso creo yo. Aquí nadie a vomitado de asco y nos estamos divirtiendo de lo lindo.
Yo por mi parte escuchaba a los chavales hablar con toda naturalidad de cosas que para otros serían solo estampas de la escatología más depravada que solo el estar allí hablando con naturalidad de lo que le gustaba a cada uno me encalmaba el animo.
- Yo solo he echado de menos a Roberto – les dije a los dos – habría disfrutado mucho con el perro y desde luego no habría dejado que se fuesen los seguratas sin terminar todos en el sótano en pelotas, con bien de poper y hasta caer desmayados de tanto correrse.
- Es que Roberto es la caña – dijo Raúl muy convencido – seguro que en la Universidad estará haciendo de las suyas. Seguro que se folla todo lo que se mueva, tenga faldas o pantalones. Y con el aguante que tiene que es capaz de estar tres días seguidos follando sin parar.
- Bueno, cambiando de tercio – se dirigió a mí, Quique - ¿Cuándo salimos para Tailandia?
- Pasado mañana salimos de Madrid vía Paris. De manera que podías ir por tus cosas y quedarte ya aquí estos días y salimos los dos juntos de casa.
- Pues venga Raúl, vete vistiendo, te dejo en casa, voy a la mía recojo cuatro cosas y me vengo para acá otra vez.
Cuando salieron por la puerta imaginé lo triste que iba a quedarse Raúl sin su amigo, pero de inmediato pensé en como lo iba a pasar yo con Quique en Tailandia.
Los dos días que pasamos en la casa solos el pelirrojo y yo, salvo un par de pajas deliberadamente lentas que nos hicimos uno delante del otro jugando a ver quien tardaba más en correrse sin detener la caricia, lo pasamos bajando a la playa y comiendo en cualquier chiringuito. Quique se encaprichó de una guiri rubia de azulísimos ojos y sin una gota de grasa y le animé a que se la sodomizase detrás de una roca mientras yo les contemplaba absorto en la figura que componían los dos, escultural, ella con la cara de placer angustioso del que ve que le alcanza el orgasmo pero no puede esperarle y desea y desea y no termina de llegar, y él con una sonrisa de estar disfrutando del sexo sabiendo que yo le observaba y gozaba lo mismo que lo hacía él, de hecho de vez en cuando me miraba y me guiñaba el ojo cómplice. Finalmente me tuve que acercar y darle dos lametones en el clítoris para que tanto ella como Quique se corriesen a gritos sin el menor recato. La invitamos después a comer y a los postres se disculpó pues su marido y los niños llegaban esa tarde al apartamento y debía estar esperándolos como amantísima madre y esposa.

En París, como no, llovía cuando llegamos a Orly y aún debimos hacer una escala de cinco horas porque el vuelo a Bangkok venía de Londres con retraso. Por los grandes ventanales se veía con dificultad aterrizar y despegar los aviones estando en tierra varados sin saber que hacer. Quique tuvo una malévola idea para entretener la espera, que por poco no nos cuesta el viaje y a mi la carrera. El equipaje de mano lo dejamos en la consigna y nos dirigimos un servicio donde con la puerta entreabierta de una de las cabinas nos dedicamos a meternos mano. En lugar de provocar la libido de algún viajero que era lo que pretendía Quique, para pasar el rato, provocamos el escándalo de un meapilas que aviso a seguridad y por poco no nos vemos en la gendarmería mas que nada por mi olfato para detectar situaciones de matiz estresante. Me pareció que el joven que nos vio disfrutar de nuestras lubricidades públicas hizo una mueca de desagrado que me hizo sospechar por lo que obligué al insensato de Quique a subirse los pantalones y a hacer que se lavaba las manos justo en el momento en que dos eximios miembros de la policía francesa hacían acto de presencia. El jovenzuelo habló en un francés rápido con los guardias pero al no ver estos, mas que unas inocentes maniobras de lavado de manos solo pudieron conminarnos a que abandonásemos el servicio en cuanto acabásemos nuestras abluciones marchándose a continuación haciendo admoniciones severas al meapilas chivato.
En cuanto salimos del servicio escuchamos por los altavoces el aviso de embarque y nos dirigimos a la puerta señalada.
El vuelo fue tranquilo. OMS vuela en business y el servicio de las líneas aéreas Thais es excepcional. Quique estaba eufórico sin parar de hablar y de relatar todo lo que iba y no iba a hacer en cuanto llegase. Desde luego quería un masaje tailandés a ser posible aplicado por una jovencita callada y complaciente con final feliz, desde luego.
- Lo tendrán como servicio en el hotel al que vamos, espero – me preguntó en voz baja – se de buena tinta que en los hoteles el personal de recepción ofrece servicios especiales por unos cuantos dólares.
- Yo voy a trabajar, te recuerdo. Parte del tiempo lo tendré que pasar en la frontera con Camboya que es el origen del conflicto de la contaminación de las aguas. Si quieres me acompañas y si quieres te quedas, pero eso es problema tuyo.
- Y entonces tú y yo cuando vamos…, es fin ya sabes. Me apetece además de saber lo que es un tailandés con final feliz conocerte ampliamente, más ampliamente.
- Tendremos tiempo, descuida. Tenemos un mes, porque yo por la frontera estaré no más de una semana, luego vendrán las tediosas conversaciones de despacho con las autoridades haciendo de mediador y esperar los análisis de las muestras que se tomen, para remitir el informe final a Basilea. Tendremos tiempo, te lo aseguro. Sin embargo ten en cuenta que formas parte de una delegación oficial al frente de la cual estoy yo, no vayas a ponerme en un brete, que cuando tienes dos copas o dos canutos encima te pones disparatado, y ya no te digo nada si es poper, que espero que no encuentres.
- No te preocupes viejo, no habrá problema. Aunque me han dicho que hay unos chavalitos que por nada y menos hacen de todo.
- Como sigas por ese camino, en cuanto aterricemos te meto en otro avión para donde sea.
- Era coña joder, que no aguantas ni una broma, todo el mundo sabe que Tailandia es la meca del turismo sexual pederasta.
- Bueno, pues en ese aspecto, ni en broma
Intenté ponerme lo más serio posible, para trasmitir a Quique que mi determinación en ese aspecto no admitía ni una micra de tolerancia, no porque en alguna ocasión no hubiese tenido una veleidad fantasiosa en medio de una tormenta de sexo desbocado, pero de ahí a consentir en llegar a plasmar en realidades ciertas imaginaciones iba un trecho largísimo que jamás estaría dispuesto a recorrer.
- ¿Te has cabreado? – Me preguntó afectado al tiempo que un azafato nos servía un aperitivo antes del servicio de comida – por cierto, ¿te has fijado en el paquete de este tipo?, ¡que maravilla!
- Nunca tendrás arreglo – le contesté conciliador.
Yo ya me había fijado en el azafato y me había dado cuenta que él se había fijado en nosotros, porque empezó sirviéndonos una chica monísima y muy eficiente y de repente se cambiaron para que pudiera servirnos él. Cada vez que nos traía algo su paquete se paseaba peligrosamente cerca de nuestras cabezas y eso que en la clase en la que viajábamos lo que sobraba era espacio.
Cuando se nos avisó de que faltaban veinte minutos para aterrizar se nos acercó y muy sonriente y confidencial nos entregó una tarjeta.
- No se si es la primera vez que viajan a Bangkok y el hotel supongo que lo llevarán ya contratado, pero si tienen algún problema del tipo que sea – y remarcó bien lo “del tipo que sea” al tiempo que se pasaba disimuladamente la mano por su bragueta – mi número está en la tarjeta. Son ustedes una pareja muy simpática y merecen pasárselo bien en mi país. Ya saben, del tipo que sea.
- ¡Joder con el azafato de los cojones! – Exclamo en voz casi alta Quique - ¡que morro!
- Calla y guarda la tarjeta que nunca se sabe – le dije pensando que realmente el azafato no estaba nada mal y como tercero para una pequeña orgía en el hotel no estaría para nada de más.
Quique leyó la tarjeta: Macko y un apellido ininteligible con un número de teléfono y se guardó la tarjeta
La habitación reservada en el hotel Intercontinental de Bangkok era una suite júnior con servicio propio de habitaciones las veinticuatro horas del día, una cama como un campo de tenis y una habitación más con una cama de matrimonio de las que llamaríamos normales. Además tenía un salón corrido con una terraza que era un vergel de plantas desde donde se divisaba toda la ciudad con el río serpenteando entre los diferentes barrios, unos que caían para en su lugar levantar enormes rascacielos y otros que se mantenían como zonas nobles de la ciudad donde se residenciaban las diferentes legaciones y dependencias oficiales y viviendas de la gente bien. Bangkok de cualquier forma es una ciudad que nunca duerme y siempre, las veinticuatro horas del día hay bullicio, la gente vive y come y casi ama en la calle. El tailandés además por carácter es afable y cariñoso y es casi imposible encontrar un tai enfurruñado y si te lo llegas a encontrar, corre. Por eso que el azafato se mostrase tan amable, por encima de intereses espurios para con nosotros, no fue de extrañar, está en su ADN ser amables y serviciales sin ser nunca serviles.

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