jueves, 21 de febrero de 2013

ROBERTO IX



F L O R I D A

Hablar de Florida es hablar de buen tiempo, fuera de la temporada de huracanes, jubilaciones doradas de gente con posibles, cuerpos bronceados y negros con ritmo. Quien no ha estado en Nueva Orleáns (Luisiana) fronteriza con Florida,  no ha estado en ningún sitio realmente interesante; en realidad quien no conoce el sur, los manglares que rodean Miami, bañados por el golfo de Méjico y el caribe en su conjunto se ha perdido una buena parte de las mejores experiencias de la vida. Quizá preguntando a alguno de los negros que ven pasar la vida sin ningún interés por quedársela, tocando algún instrumento por las calles del barrio francés de Nueva Orleáns, uno de esos que se negó a abandonar su chabola por muchos katrinas que se abalanzasen sobre su chepa, pueda decirle que en otro lugar se puede vivir más tranquilo pero no de manera más excitante.
La costa occidental de Florida, donde terminan sus vidas los jubilados de oro de los estados del norte en urbanizaciones de lujo, cerca de Tampa y su bahía, comprando en las tele tiendas todo tipo de objetos inútiles y de vivos colores cada madrugada porque sus conciencias les impiden dormir pensando en todas las pobres personas a las que han jodido para poder llegar a quedarse insomnes hasta el día que se les pudra el culo en su cama articulada, es en la misma en la que hay otras urbanizaciones de lujo en las que no hay jubilados que reciben puntualmente su cheque de los cupones de sus acciones pagaderas mensual o trimestralmente. Son otras urbanizaciones con su enorme trozo de playa privada perfectamente acotada con su red de acero reforzado para que los tiburones no se tomen su aperitivo de niño rico cada mediodía y donde lenguas de mar planeadas artificialmente entran por entre los inmensos chalet a modo de sistema de circulación paralelo al de las calles de asfalto rodeadas de cuidados jardines para que los residentes, si así les peta, lleguen a casa a bordo de sus yates, motos acuáticas o planeadoras de mas de dos mil caballos de potencia.
Y este era el caso de los Taylor. Milton R. Taylor, flamante senador por Florida, abuelo de Lucas Sr., padre de Lucas Jr., cuando era congresista en Tallahassee, se hizo con esos miles de acres donde ahora se levantaba su mansión con trozo de playa propia, engañando miserablemente a unos pescadores que se ganaban honradamente su sustento pescando y jugándose la vida entre tiburones que creían que el pescado que habitaba la rica zona de manglares era suya. Les hizo creer que en unas tierras del norte de Florida, podrían cambiar de actividad sembrando algodón y maíz y mejorando sus vidas. Les terminó de convencer un pavoroso incendio que arruinó por completo su aldea y parte del manglar justo cuando estaban casi convencidos de que lo mejor era quedarse en la tierra de sus antepasados, mejor que en una tierra semidesértica a la que habría de llegar el agua cuando se crease el proyecto que impulsaba el senador Milton de un embalse que regase el valle que les ofrecían como nuevo asentamiento para sus vidas.
Milton R. Taylor, les regaló los terrenos del norte de Florida lindando con Georgia y no lejos de la capital del estado donde él era congresista, y encima les pagó dos mil dólares por los cien mil acres de su propiedad. No es preciso concluir que el embalse terminó por llamarse Hoover y construirse en California unos años más tarde.
Las veinte millas de playa que incluían los terrenos marranamente robados, incluían varias calas en una de las cuales Milton R. determino que se construiría su mansión sureña con sus cuatro columnas, como si aquello fuese el decorado de una película y que un canal debería entrar hasta la edificación para que él pudiera llegar por mar a su residencia de verano. Otros magnates, senadores y congresistas se enamoraron de la idea y enseguida tuvo más ofertas de las que pudo atender para construirse mansiones con canal y todo como la suya. Milton que de tonto no tenía nada, decidió que lo mejor sería encargar un proyecto de parcelación con los canales y todo, para que ninguna parcela se quedase sin su acceso marítimo. Lo hizo a un arquitecto ucraniano de Nueva York que tenía ideas muy avanzadas y al final consiguió que de ser muy, muy rico, llegase a ser asquerosamente rico, pues vendió todas las parcelas en tiempo record por más de doscientos millones de dólares de los de principios de siglo XX. No es preciso dar más datos sobre como su hijo, su nieto, Lucas Sr. y su bisnieto en su momento no solo supieron conservar aquel fortunón sino que lo acrecentaron hasta límites insospechados.
Por la casa de Corina y Lucas, la famosa mansión sureña, era fácil perderse. Tres plantas con salones y más salones, habitaciones, cuartos, despachos y pasadizos secretos que daban directamente al canal que entraba hasta el sótano de la casa donde había altura suficiente para que entrase el yate de Milton, por donde poder escapar en caso de ser necesario. La conciencia de los Taylor no era lo más prístino que se pudiera encontrar.
A Roberto le asignaron una habitación que era algo más grande que la casa de su padre en Cádiz, con un dormitorio en que se habría podido jugar un partido de tenis, un living como para montar una discoteca y un cuarto de baño que parecían los vestuarios de un equipo de fútbol.
- Espero que no te molestes – le dijo algo apurada Corina – es una de las habitaciones pequeñas, pero es que mis padres tiene invitados también y las suites están reservadas para ellos.
- Corina, por Dios bendito, vosotros estaréis acostumbrados a estos volúmenes, pero de verdad que es una desmesura. Esta habitación es más grande que la casa que tenemos en la costa en España.
Corina por toda respuesta besó los labios de Roberto con dulzura y le animó a que se cambiara para bajar a la playa a bañarse.
- De todas formas, abajo en el embarcadero hay tablas para coger olas, coge la que te apetezca si quieres hacer algo de surf; aquí con este mar y esta temperatura no hace falta neopreno y además a mi madre le encanta ver a los muchachos montar las olas.
Roberto hizo lo que Corina le dijo. No quería perderse el golfo de Méjico para su colección, así que se puso sus bermudas floreadas y talle superbajo que dejaba a la vista todo su vello púbico e insinuaba lo que pocos milímetros más abajo cubría el textil, por no hablar del más que respetable bulto que le hacia su sexo si bien se disimulaba con el estampado de hibiscos de varios colores.
En el embarcadero había de todo: tablas nunca usadas, parafina, timones, inventos y cualquier cosa que se pudiera desear para la práctica del surf. Roberto eligió la tabla corta que le iba bien que sabía que iba a poder dominar y con la que pensaba lucirse delante de la familia y amigos de Corina y Lucas. De paso se pavonearía ante Lucas con su buen hacer surfista.
En la playa el servicio de la casa tenía montado todo un chill-out, con su suelo de césped artificial, sus camas con dosel para protegerse del sol y una barra bien surtida de bebidas. Habría unas veinte personas disfrutando del montaje cuando Roberto y Corina hicieron acto de presencia. Había otros muchachos algo más jóvenes que Roberto con sus tablas también y cuando vieron que llegaba no dudaron en animarle a que fuese a coger olas con ellos.
- Son menores, aquí es un delito muy grave, ni se te ocurra rozarte, aunque a alguno le destrozaría yo el culo – le fue susurrando en voz muy baja Lucas a Roberto mientras caminaban hasta la orilla.
- No tengo intención, degenerado - le contestó Roberto irritado – no me gustan los niños.
- Ah, otra cosa. A mi madre ni se te ocurra. Le encanta ver como mis amigos cabalgan olas pero luego quiere que la cabalguen a ella. Es una buena zorra por muy madre mía que sea.
Roberto se detuvo en seco al borde mismo del rompeolas, clavó la tabla en la arena y sin ningún recato, con cara de pocos amigos fue a decirle un exabrupto a Lucas pero antes él se le adelantó.
- No te me amontones, tío. No porque tú le tires los tejos a mi madre, te prevengo, porque será ella la que te los tire a ti. Ya te he dicho que le gustan los pequeñines, así de tu estilo y el mío.
- Pero tu padre… – contestó Roberto alarmado.
- Mi padre ya tiene suficiente con sus secretarios y guardaespaldas – Roberto puso cara de sorpresa - Mientras que mi madre no de escándalos que le empañen su carrera política puede hacer lo que le de la gana.
A Roberto se le desencajó la mandíbula, puso cara de estupidez supina y desclavó la tabla de la arena entrando en el agua.
- Entonces lo que os conté a ti y a Corina de mi padre y eso, os parecería un cuento para adolescentes bobos – le soltó desde lejos deteniéndose antes de tumbarse sobre la tabla y empezar a remar.
- Venga, no seas mas imbecil y disfruta de la vida mientras se pueda hacer, que seguro que vendrán tiempos jodidos – le gritó desde la orilla Lucas, riéndose a carcajadas. Me gustas, tío, por tu candidez.
Cuando Roberto salía del agua después de hacerse varios tubos con autentica maestría sacudiéndose el pelo del agua y planchándoselo con la mano hacia detrás la madre de Corina, Marion empezó a aplaudir con parsimonia. Roberto pudo fijarse en los prismáticos que yacían al lado de su hamaca y adivinar un brillo extraño en sus ojos.
Marion tercera hija de Isaiah Y. Robertson, siempre fue una rebelde. La Y del apellido de su padre la emparentaba con el fundador de la Universidad de Yale a principios del XIX. Familia de Long Island, era en realidad la dueña de la casa que la familia tenía en los Hamptons, donde pasaban las vacaciones de invierno y que aportó al matrimonio  con Lucas cuando su padre Isaiah conoció el futuro, las ambiciones y la fortuna de los Taylor (“con toda seguridad emparentados con los padres fundadores de las colonias”, solía decir muy orgulloso de quien iba a casarse con su alocada hija).
Roberto enrojeció por el hecho de terminar por ser el centro de la reunión a consecuencia de los aplausos interesados de la madre de Corina y cuando estuvo en medio de la carpa instalada no supo ni que decir ni que hacer.
- ¿Y todo lo sabes hacer con esa maestría? – le dijo sonriente sin apartar las gafas de sol de la cara, esperando una respuesta que sabía que nunca iba a llegar - ¿Entras por todos los tubos con la misma agilidad y elegancia? – y ahora sí se quitó las gafas de sol y se las colgó sensualmente por la patilla de la boca.
- ¿Alguien más va a tomar otro Martini? – cambió de conversación asaeteando con la mirada a su mujer Lucas Sr.
- Creo que tu secretario te reclama querido – contestó Marion, sin quitar la vista de encima de Roberto, ni mover un milímetro las gafas de la boca – tómatelo tú con él mientras habláis de negocios – y remarcó la palabra negocios saboreando cada silaba pronunciada – Y tú, chico, sécate y vente aquí a mi lado y cuéntame todo lo que has tenido que practicar hasta conseguir esa maestría en el dominio de la tabla – y volvió la cara sonriente a una amiga sentada a su lado que le devolvió la sonrisa y abonó la idea de la anfitriona.
- Eso, chico… ¿Cómo te llamas?
- Roberto, señora – contestó lo más educado y distante que pudo.
- Roberto, eso. Acércate, tomate algo con nosotras y cuéntanos. Ha sido tan excitante verte desaparecer detrás de una pared de agua y volver a verte aparecer al cabo de un interminable segundo, que nos has dejado sin resuello.
Lucas Jr. vino en auxilio de su compañero de cuarto sabiendo por donde se movían las arenas que Roberto había empezado a pisar.
- Vamos, deja de hacerte el figura, deja la tabla y acompáñanos al agua a todos.
Roberto vio el cielo abierto, soltó la tabla en la arena al pie del césped artificial y salio corriendo, no sin antes despedirse de la reunión educadamente.
- Luego nos veremos en la casa – levantó la voz Marion mientras su hijo y el amigo corrían hacia la orilla – me debes una explicación de lo que te he preguntado.
- Ni se te ocurra quedarte a solas con mi madre – le advirtió mientras corrían hacia el agua.
- Descuida, prefiero quedarme a solas con Corina.
La comida, a base de frutas frescas se desarrolló en la misma playa y como si de un ballet se tratará a las cinco de la tarde todo el mundo a una empezó el desfile hacia la casa. Había que vestirse para la preceptiva barbacoa que en la temporada estival se convertía en la comida principal del día, mención aparte del abundante desayuno casi de madrugada, y que se prolongaba hasta bien entrada la noche. Más que una barbacoa se trataba de un buffet perfectamente servido en el jardín al que había que asistir en perfecto orden de revista: etiqueta de verano, pero etiqueta y a la que asistía lo más granado de la sociedad de Tampa que se peleaba por estar en las listas que Marion confeccionaba cuidadosamente cada semana y no les importaba hacerse las cien millas que les separaban de la finca aledaña al mar.
En esas tardes noches de la casa de Florida se cerraban negocios y acuerdos y pactos políticos que luego recibían refrendo oficial en los despachos de Tallahassee o Washington según los intereses de que se tratase. Marion había impuesto una norma: en Navidades en Los Hamptons nada de política ni negocios, solo apacible y envidiable vida familiar al mas puro estilo americano, al más puro estilo Long Island con los vecinos más importantes todos confabulados para representar que no eran más que americanos normales y corrientes disfrutando de unas fiestas en familia, cuando la realidad es que las fortunas de todos ellos bastarían para derribar a la bolsa de Nueva York si así se lo propusiesen.
Roberto estaba en su “pequeña suite” duchándose y no se enteró que la puerta de la habitación se abría con sigilo. Salía él desnudo con su magnifico cuerpo marcado al limite por el ejercicio y sus genitales esplendorosos después de recibir la temperatura calida del agua en estado de reposo pero con sus dimensiones de trabajo prácticamente alcanzadas. Se secaba el cabello con una toalla vigorosamente y no se percató de que Marion le observaba golosa desde el dormitorio. Cuando Roberto quiso darse cuenta de que estaba siendo observado por una babeante Marion solo supo dejar caer la toalla y sentir que su equipación se armaba para el inminente combate. No intentó resguardarse de sus miradas sino que se deleitó con el atrevimiento de ambos, el de ella por entrar a lo que entró y el suyo por reaccionar de esa manera tan extrema ante la presencia de su futura suegra. Roberto solo supo sonreír.
- Lo primero que me ha dicho tu hijo, que ni se me ocurriera acercarme a ti, y le he hecho caso, eres tu la que te acercaras a mí – y bajando la voz y poniéndola ronca de lujuria y deseo - ¡cómemela entera zorra!, luego te follare como una perra, por el culo, que seguro que es lo que te gusta.
Marion no lo dudó, se abalanzó hacia Roberto y de rodillas abarcándole las nalgas con las manos, apretándole contra ella hundió el pene de su yerno contra su garganta. Luego le lamió las bolsas que Roberto llevaba perfectamente afeitadas y metió la cabeza entre las piernas hasta alcanzar el ano que lamió con delicadeza. Luego sin dejar la postura de rodillas se volvió de espaldas se levantó la falda plisada que llevaba dejó al descubierto su sexo y su ano. Roberto se colocó de rodillas detrás de ella y de un solo golpe de cadera entró en su cuerpo por el ano. Ella se debatió de dolor intentado zafarse del castigo, pero ya los musculosos brazos de Roberto la cogían de los hombros pasándole las manos por las axilas e impedían que ella se saliese. Poco a poco el dolor se trastocó en placer en el cuerpo de Marion y Roberto pudo soltar la presa pues ahora la que no quería que se saliese Roberto era ella. Roberto pudo entonces bajar sus manos y torturas sin piedad los pezones de Marión que gemía de placer. Roberto empezó a arremeter primero despacio y fue acelerando a medida que Marion aceleraba sus quejidos. Ella llegó un momento en que anunció que iba a morir de placer y Roberto se abandonó al orgasmo que estaba reteniendo hacía minutos esperando a que ella alcanzase el suyo. Se derramó por completo dentro de ella y ella terminó por desmadejarse del todo quedando como una muñeca de trapo deshecha en el suelo. Roberto se volvió a la ducha no sin anunciarla que la próxima vez volviese con el enema puesto porque aquello era una porquería. Marion pareció no escuchar nada.
Cuando Roberto volvió a salir de la ducha, ya no había nadie en la habitación y empezó a vestirse con un polo blanco. Cuando se lo estaba poniendo, escuchó la puerta de la habitación y antes de poder decir nada Lucas Jr estaba delante de él.
- Perdona, creía que ya estabas vestido – y al verle el pene aún turgente de la excitación anterior – y me podías haber llamado si tantas ganas tenías. Un pajeo es poca cosa y además un desperdicio.
Roberto se le quedó mirando muy serio y le repasó de arriba abajo. Observó que su bragueta se había tensado con su contemplación.
- Otro día te llamo - Se calzó un pantalón corto de lino blanco, sin calzoncillo, así mismo y unos náuticos blanco y azules – cuando quieras bajamos.
- Joder tío, estás explosivo.
- Vamos maricón – pasó a su lado al tiempo que le daba un pellizco suave en sus genitales que le iban a reventar el pantalón de algodón que llevaba – que te gustan más los percebes que las almejas.
- ¿Cómo dices? – le contestó extrañado Lucas.
- Son cosas de mi tierra, ya te explicaré. Vamos.
La velada transcurrió feliz y correcta. Marion actuaba como si nada hubiese pasado y Lucas con dos copas de más quiso que Corina y su novio le acompañasen a fumarse algo de hierba detrás de unas dunas.
- La verdad es que todo esto me asquea – comenzó a quejarse Lucas Jr. bajo los efectos de la marihuana – a mi madre le pegaría estar en cualquier esquina de Nueva Orleáns con un sidazo en lo mas alto, mi padre debería ser una vieja maricona en cualquier tugurio de Los Ángeles sometido a todo tipo de vejaciones, que es lo que le gusta…
- Ya está bien – le cortó Corina – papa es un pilar de nuestra sociedad y muy respetado.
- Sobre todo por sus secretarios. Tú no le has visto con un corpiño rojo y negro mamándosela a su secretario mientras su guardaespaldas le daba por el culo. Pues yo si lo vi con doce años. Me metí en su despacho a enredar y al escucharlos me escondí detrás de las cortinas verdes del fondo y desde allí lo vi todo – y aquí comenzó a llorar desconsoladamente – me excitó verlo y me dio asco, todo a un tiempo, pero me atraía lo que veía. Una semana después entré en el despacho del secretario de papa y le espeté de sopetón, que porqué no me dejaba a mi chupársela a ver que se sentía. Hasta que me fui a Yale he estado follando con él.
Daba grandes caladas al canuto y antes de que terminase uno ya estaba liándose otro.
- Porqué crees, Corina, que con trece años te asalte aquel día. Necesitaba saber si me excitaría el sexo de una mujer también – y dirigiéndose a Roberto continuó – sí, amigo, a tu novia me la desvirgué yo, y me encantó hacerlo.
- Y a mi me gustó, que lo hiciera mi hermano, llevaba deseándolo meses, desde que sorprendí al chofer de papa follándose a la cocinera detrás del seto que hay tras la cocina y escuché como ella gemía de gusto y le pedía al otro que empujase más y más. Cuando la cocinera se quedó embarazada meses después le prohibí a Lucas que me lo hiciera por delante, que por detrás iba a dar igual de gusto y me envicié en el culo.
Acababa de decir esto Corina cuando aparecieron por la duna Duncan y Richard dos hijos de congresistas que estaban alojados en la casa y amigos de la infancia de los dos hermanos.
- ¡Vaya cara, tío!, Lucas, tú con hierba y nosotros soportando el muermo de todas las fiestas con la política para arriba y la política para abajo.
- Os presento a Roberto, novio o lo que sea de Corina, un español que estudia conmigo en Yale, competente. No hay secretos con él.
- Entonces sabe…
- No lo sabe pero se lo digo yo ahora, no tiene ningún interés especial. Duncan, Richard y yo hemos follado a  modo desde que éramos chicos; tampoco había otra cosa que hacer en estas fastidiosas noches de verano en la playa. Corina también lo sabe, se la follan de vez en cuando.
- Pero por el culo siempre – hizo la salvedad ella – la de Duncan es especial, corta y gordísima, da mucho placer, y cuando se corre parece la fuente del Rockefeller Center, dios mío la cantidad de esperma que echa – evidentemente Corina ya estaba algo colocada – la de Richard…, bueno, es que a Richard creo que le gusta más la de Duncan, aunque no la tiene mal y folla con dulzura, a veces con demasiada.
Empezó la rueda de canutos acabando todos colocados para toda la noche. No hubo sexo porque ni hubo necesidad, el sexo se tenía cuando apetecía y no había porque hacer de ello algo excepcional. Cuando se acabó la hierba se desnudaron y se bañaron todos en la playa al abrigo de las miradas de los mayores que si suponían lo que sucedía mientras no se diese escándalo no pasaba nada. No era malo saltarse la norma, lo malo es que te pillasen en un renuncio, eso si era imperdonable y te apartaba del grupo de los elegidos relegándote al de los despreciables. De noche daba todo igual.
Cuando más frescos todos y vueltos a vestir regresaron a la luz del montaje de la fiesta, habían ido a dar un paseo bajo las estrellas mientras recitaban versos. Los adultos fingían que lo creían y los chavales fingían que su fingimiento era real. La vida de aquella sociedad era toda una gran fachada como la de un escenario. Cada uno tenía su papel y debía representarlo sin variar una coma. Salirse del guión significaba ser expulsado al frío exterior donde no existían privilegios, ni oportunidades ni prácticamente más vida que la que podían llevar los pobres zombis que arrastraban sus cuerpos por la vida mendigando mendrugos del pan del que ellos eran los dueños, como de todo.
Cuando fueron a la casa a acostarse y Roberto estaba ya en la cama sonaron unos golpes en su puerta. Estaba desnudo como siempre que se acostaba y no se levantó a abrir la puerta.
- Pase, quien sea – elevo la voz Roberto.
- Perdona que te molesté – se disculpó Lucas Jr. – pero no podía dormirme sin antes hacerte una pregunta. Verás, me he fijado esta noche en mi madre, y créeme que la conozco, a hurtadillas no te ha quitado ojo y la he visto radiante y feliz, como hacía tiempo que no la veía. ¿Te la has follado, verdad?
Roberto se quedó callado y rememoró sin quererlo la forma en que lo hizo, como ella quiso hacerlo, por detrás, como a una perra y volvió a empalmarse sin poderlo remediar. Lucas Jr. tiró de la ropa de cama destapando a Roberto dejándole en todo su esplendor la excitación. Con la rapidez del rayo le hizo presa en los huevos con su mano derecha y con cara de furia contenida le retó a que se lo negara.
El dolor que le provocaba la presa en los testículos lejos de rebajarle la excitación se la incrementó y empezó a destilar esmegma por la uretra y hacerle jadear de gusto. Deseaba más.
- Si, me la he follado, esta misma tarde, como ella me lo ha pedido, como a una perra, a cuatro patas, por el culo echándole todo el polvo dentro.
Lucas Jr. no soltaba la presa y se sorprendía que la erección no decayese y entonces se dio cuenta.
- ¡Aja! Pedazo de cabrón, te gusta el CBT más de lo que yo pensaba. Por eso cuando lo hicimos los tres aceptaste tan bien la sonda uretral. ¡Que mierda eres!, ¿de qué tamaño aceptas la sonda? cabrón.
De un salto Lucas Jr. fue al cuarto de baño volvió con un cepillo de dientes.
- ¡Estás loco! – le gritó asustado Roberto.
- Calla, estupido, vas a gozar más que con mi madre - y volvió a apretarle los huevos con fuerza lo que hizo suspirar de placer a Roberto, luego lubricó con su propia saliva el mango del cepillo y comenzó a insertárselo en el pene de Roberto, que gemía de placer y de dolor al tiempo.
- ¡Clávamelo del todo cabronazo!, me corro de gusto, siento como me entra y me destroza, me voy a correr ya, me estoy corriendo – empezó a espasmar del orgasmo pero sin que saliese nada de semen porque el tapón que representaba el mango del cepillo lo impedía – me da calambres, cabrón, deja que salga la leche ya, deja que salga.
Lucas Jr. sacó el mango del cepillo y un chorro de semen mezclado con sangre se disparó más de un metro yendo a caer sobre los dos. De inmediato Lucas se clavó el pene de Roberto en la garganta hasta donde pudo para recoger lo que pudiese quedar de eyaculación. Cuando ya se asfixiaba por el capullo de su amigo se retiró y se dejó caer a su lado en la cama.
En eso sonó el teléfono de Lucas. Roberto pensó que lo dejaría pasar, pero después de mirar la pantalla descolgó.
- No esperaba yo esta llamada – contestó con voz melosa e inusitadamente aterciopelada – si, si, claro, en lo que habíamos quedado. No me falles. En este momento me pillas algo ocupado – estuvo un largo rato en silencio escuchando lo que le decían al otro lado de la línea sin perder la sonrisa de los labios – me conoces como nadie tío y si, tienes razón – volvió a escuchar – estoy a punto y voy a hacerlo ahora. Nos vemos. Un beso.
- Pajéame por favor – colgó el teléfono al tiempo que le rogaba a Roberto que le aliviase la calentura - estoy muy excitado, me sabe la boca a sangre y semen y eso me pone al límite.
- Quien era – preguntó socarrón Roberto.
- Lo sabrás a su tiempo, ahora por favor, estoy a punto de morirme.
Roberto en lugar de masturbarle se inclinó sobre su amigo y le practicó una felación dulce hasta la eyaculación, resbalando la lengua en toda su extensión por el frenillo de Lucas tragándose también su semen, cuando éste lo aventó con el orgasmo.
- Te lo debía por lo de tu madre, pero de veras que yo no hice nada para trajinármela, fue ella la que vino a buscarme.
- No hace falta que me lo jures, es más puta que las de la carretera. Ella se cree que yo no me acuerdo, pero cuando tenía tres años me masturbaba con la boca cada dos por tres para que me durmiese. A mi me encantaba que me lo hiciera y muchas noches me negaba a dormir para que me lo hiciese y así estuvo hasta que un día se lo pedí directamente y entonces dejo de hacerlo – se detuvo en su relato y continuó – por cierto, que buena mamada me has hecho, hacia tiempo que no me corría tan a gusto con un colega.
- Si pero a mi a ver por donde me sale esa sangre que me ha salido con la leche, has tenido que destrozarme por dentro. A ver como meo yo la próxima vez. Tendré que llamar a mi padre y preguntarle, ventajas de no tener secretos sexuales con él.
- Bah, te escocerá un par de días al mear y luego lo que querrás es meterte algo cada vez más gordo. Bueno tío, de verdad, no te tires más a mi madre – dijo levantándose de la cama – aunque te lo pida de rodillas o tendré que irme yo a Cádiz a follarme a tu padre, para equilibrar.
- Pues no estaría nada mal – le dijo entre risas Roberto – Corina, mi padre y tú. A mi padre le encantaría sodomizar a Corina, que le conozco bien, mientras me ve follarte a ti el culo y Corina le come la polla a su hermano.
- No sigas, cabronazo, que me vuelvo a empalmar.
- Venga, lárgate a tu habitación que mañana nos tenemos que levantar temprano.
- Mañana vamos con las planeadoras a los everglades a ver caimanes, espero que te excite. Es impresionante ver su fuerza, a mi personalmente me resultan de lo más erótico. Pero antes hay que pasar por Tampa.
- ¡Estás loco! Vete a dormir.
Faltaba poco para amanecer cuando el teléfono de Roberto empezó a sonar insistentemente. Con los ojos pegados de sueño el chico descolgó su móvil, después de mirar la pantalla para saber quien era el que le interrumpía el sueño.
- ¿Papa?, es que en Cádiz no sabes que a estas horas en América es de noche.
- Perdona hijo pero no estoy en Cádiz, estoy en Bangkok en viaje de trabajo y no me he dado cuenta, yo estoy ahora cenando, ¿a que no sabes con quien?
- Papa, no estoy para acertijos.
- Me he traído a Quique a Tailandia, no te voy a dar más detalles que espero que te imagines. Voy a estar un mes más o menos aquí por un problema de contaminación de aguas en la frontera con Camboya.
Roberto se despejó de golpe.
- ¿Qué te has llevado a Quique?, papa, Quique está como una regadera, Quique no es más que una polla con patas y en Tailandia, sabiendo lo que allí se cuece y como se persigue el cocimiento, solo te va a dar disgustos. Y con lo que le gusta…, me voy a callar. Por lo que más quieras no le pierdas de vista que ese te la prepara en cuanto le des la espalda.
- No es tan malo. En Cádiz nos lo hemos pasado muy bien. Ya te contaré una historia demencial de unos seguratas de la urbanización que entraron en casa cuando estaban allí Quique y Raúl a avisar de unos robos. Llevaban un perro que era un artista, y no veas…
- No sigas papa – le cortó Roberto – ya me imagino lo bien entrenado que estaba el perro y lo eficientes que eran los seguratas con sus herramientas de trabajo. Sabes que no me gusta hablar de ciertos temas por teléfono. Te lo repito, a Quique vigílalo y si para ello lo tienes que llevar de la mano o de donde quieras lo llevas, pero por Dios, por Dios. Ahora tengo que colgar papa, dentro de media hora salimos para los everglades a ver caimanes y no quiero hacer esperar a los anfitriones. Ya hablaremos en navidades cuando vaya con Corina. Un beso muy fuerte papa.
- Un beso hijo.
- ¡Ah!, papá, papá, espera, espera. Tengo que preguntarte algo. Verás es que a un amigo le han sondado y lo han hecho con una sonda más grande de la cuenta y al orinar luego le ha salido sangre y al eyacular le ha salido sangre. Eso…, no se, papá, papá…
- ¡Roberto!, joder que has hecho hombre…
- Q u e  n o  h e  s i d o  y o, - remarcó la frase para que su padre se percatase de que no podía hablar más claro - un amigo, he dicho y no se atreve ahora a ir a una clínica, teme que le digan que no tiene solución.
- D i l e  a  t u  a m i g o, - utilizó el padre el mismo sistema para que Roberto supiese que sabía de lo que se trataba – que si al orinar la primera vez después del episodio duele y escuece mucho pero no sale sangre o es escasísima no va a pasar nada salvo que las micciones de los siguientes tres días serán dolorosas y poco a poco cederán, pero que no vuelva a dejarse sondar por un aficionado y si lo hace que utilice un lubricante adecuado. En navidades hablaremos más largo del tema.
- Venga papá, un beso.
- Un beso otra vez hijo.

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