E V E R G L A D E S
Los golpes en la puerta le
resonaron en la cabeza como si le aporreasen repetidamente con un palo de
baseball. Hacía menos de dos horas que se había quedado dormido y con el ajetreo del pasado día tenía el cuerpo
destrozado. Creía que el cuerpo se le desintegraría y con su disolución en
restos de carne y sangre se acabarían los dolores. De manera simultánea al
retumbar inmisericorde de los golpes en su cabeza reconoció que la puerta se
abría y ni dos décimas de segundo después alguien le dejaba en pelotas encima
de la sabana por el expeditivo proceder de tirar de la ropa de cama hasta los
pies.
- Vamos, vago, arriba que la
tripulación se mosquea si no llegamos a tiempo – Lucas entró en la habitación
dando voces que se entrelazaban con los rayos del sol que herían los ojos de
Roberto negándose a abrir los ojos – en el armario hay ropa para el barco. Los
zapatos son de tu número y la ropa de tu talla, aquí no se deja ni un detalle
al azar, Mama, además de ser un putón verbenero es realmente eficaz y autentico
factotum de mi padre. Antes de que nacieses seguro que ya se sabía tus medidas,
“todas”, pedazo de cabrón, follarse a mi madre ha sido lo último. Venga
espabílate que nos vamos sin ti.
- ¿Quiénes vamos? – preguntó
Roberto mientras elegía qué ponerse del vestidor donde se acababa de meter.
- Nosotros cuatro, tú, yo, Duncan
y Richy – contestó saliendo de la habitación Lucas – y no tardes.
- Espera, espera – salió del
vestidor medio cayéndose mientras se calzaba unas bermudas blancas Roberto -
¿Corina, no va a venir?
- A Corina los caimanes le
provocan nauseas. No ha ido a los everglades nunca, y además vamos a pasar la
noche en el hotel St. Petersburgo en la bahía de Tampa pero antes, cuando nos
hayamos instalado en el hotel, por la 93, cruzando la vieja bahía, en Tampa, en el boulevard Kennedy hay un bar que
te va a encantar y al que Corina, como podrás comprobar no podría entrar sin
armar un revuelo.
- Pero en que barco vamos, en una
zodiac, para que un hotel, cuando podíamos quedarnos en el barco.
- Venga vístete de una puta vez y
deja de decir chorradas. Una vez atracados estaremos mejor en el hotel que
además tiene yachting propio, no creerías que íbamos a atracar en el municipal,
eso sería un golpe al orgullo de mis padres que no me perdonarían en la vida.
Con los bermudas blancos eligió
un suéter de rayas finas rojas y blancas muy marinero, con algo de lycra que le
marcaba los abdominales. Eligió unos náuticos azul marino y salió a la carrera
hacia el embarcadero. Corina estaba allí para reprocharle que se fuese con los
amigotes en el yate, pero un par de besos junto con un apretado abrazo haciendo
sentir toda la dureza de su cuerpo cerca de su sexo con promesa de
resarcimiento bastó para remunerarla. Le metió la lengua dentro de la boca y ya
en la motora que les llevaba al yate fondeado Lucas sujetó con las dos manos el
resalte enorme del pene de Roberto mientras riendo reclamaba la atención de sus
amigos.
- Eh chicos fijaros como nos ha
puesto en suerte a éste mi hermanita.
- Que suerte tiene la muy puta de
poder usar semejante utensilio – le dijo a Richy, Duncan dándole un codazo.
- Suelta ya, joder, ¿no sabes
conformarte con la tuya? – le dio un empujón a Lucas y dirigiéndose a los otros
dos – y vosotros, cuando no podáis más que sepáis que tengo para los dos a la
vez.
- Esto promete Lucas – grito
entusiasmado Duncan – esto de los everglades ha sido toda una idea, éste es
capaz de follarse a un caimán.
- Podíamos montar una
juerguecilla en el barco entre los cuatro – dijo Richard – a la vista de cómo
se está calentado el ambiente.
- En el yate tranquilitos – se
puso serio Lucas – los tres tripulantes que lleva no suelen prestarse más que a
lo que es estrictamente navegación, y además si llegase a oídos de mi padre que
somos una pandilla de maricones, aunque él sea el mayor de todos, nos iba a
arder el pelo, por lo menos a mí. En
este mundo donde se mueve mi familia, bueno y me imagino que en el mundo que se
mueve cualquiera, lo importante son las formas, luego detrás de una puerta
haces con tu culo lo que mejor te apetezca. ¿Qué tal le vendría a la Clínica de tu padre,
Duncan, que se supiese que su hijo, heredero del tinglado, es una maricona con
todas las palabras?, porque vale, sí, tenemos novias y follamos tías, que algún
día nos darán hijos que serán o no tan maricones como nosotros, pero en el
fondo, seamos sinceros, lo que nos gusta es un buen nabo.
Roberto inició un aplauso pausado
que terminó por sumar el de los otros dos ocupantes de la fuera borda.
- Enhorabuena, yo no lo habría
podido explicar mejor.
- Ahora todos en compostura que
vamos a atracar al lado de la escala – les dijo muy serio Lucas.
El Marion II era una goleta
marinera de la que se encaprichó Lucas Sr. en cuanto la vio en el Salón Náutico
de Miami hacía dos años. La compró por un dineral, la acondicionó y le puso el
nombre porque ya existía una Marion I que en lugar de los cuarenta y cinco
metros de ésta solo tenia veintiocho. Era imprescindible que el nombre fuese el
de su mujer, porque haberle puesto el de su secretario habría quedado algo
sospechoso. A Marión el navegar le provocaba nauseas, tomase lo que tomase y
por eso el barco lo usaban los Lucas, tanto Jr. como Sr. dado que Marión tenía
sus veleidades sexuales con todo hombre menor de veinticinco que se le pusiese
a tiro, estaba encantada que su marido hiciese singladuras por el golfo de
México y se llevase a bordo a quien le diese la gana. En esta ocasión el
senador tenía importantísimos negocios que atender en Tallahassee, la capital,
que después tendrían su replica en Washington cuando acabase el verano y por
eso no tuvo inconveniente en que su hijo se fuese de fiesta con los amigos.
La goleta se había intentado
conservar como era en origen a finales del diecinueve instalándole los
adelantos que hiciesen cómoda y segura la navegación, además de colocarle en la
sentina dos motores volvo de dos mil caballos cada uno suficientes para sacar
al yate de cualquier apuro.
Cada uno de nosotros tenía un
camarote y Lucas como era lógico se había reservado el de su padre que además
de tener como los nuestros su cuarto de baño tenía una salita para reposar,
leer o ver la TV. Tenía
una de plasma de sesenta pulgadas que parecía una pantalla de cine.
La tripulación la componían tres
hombres, dado que la navegación la íbamos a hacer a motor casi de cabotaje, y
no íbamos a necesitar desplegar el velamen. Cuando el barco salía a alta mar,
como cuando fueron a Southampton el verano anterior para visitar las Islas
Británicas que necesitaba siete tripulantes para la brega de estachas, foques,
las vergas del palo mayor y la botavara del trinquete. Los tres que venían en
esta ocasión eran fijos y se dedicaban a tener la nave en orden de marcha para
cuando a cualquiera se le ocurriera utilizarla. Eran dos mejicanos y un cubano,
venido en patera de la isla huyendo del paraíso que le tuvo recluido en una
celda diez años, desde los catorce a los veinticuatro por pronunciar la palabra
Fidel al lado de la de maestro de la mentira. Este cubano, Juan se hacia
llamar, miraba de forma desapasionada y se limitaba a su trabajo bajando los
ojos cuando uno se dirigía a él. Los mejicanos, uno de los cuales hacia de
capitán, timonel, más bien, era Tito, probablemente diminutivo de Ernestito,
pero conservaba cierta autoridad sobre los otros dos. El otro era Sebastián,
muy joven con una mirada limpia y sonriente, con una dentadura blanca y
perfecta que daba gusto quedarse embobado mirándola y que saludó a Lucas con
bastante familiaridad, la que no demostró ninguno de los otros; “él es el
patrón y nosotros los putos empleados, ¿o es que se la chupas?”, se le escuchó
decir a Tito dirigiéndose a Sebastián.
- Tanta gracia te ha hecho o es
que es verdad – le pregunto Roberto a Lucas a quemarropa al observar como ante
esa afrenta éste se echaba a reír.
- ¡Bah!, déjalo estar Roberto,
son cosas del servicio.
A partir de ese momento Roberto
no quito ojo de encima a Sebastián si Lucas estaba cerca. Indudablemente
existía una complicidad que con los otros dos no había.
- Tito, vamos a St. Petersburg a
fondear allí en el Club y a pasar la noche en el hotel – le dijo Lucas al
capitán – nosotros vamos a desayunar. Dile a Sebastián que nos sirva en la
cubierta de popa. Vamos a estar allí tomando el sol.
Tito trasmitió la orden a
Sebastián que bajo a la cocina a preparar. Los cuatro amigos fueron a popa a
tomar el sol.
- ¡En pelotas, chavales! – Dijo
festivo Lucas – el golfo es nuestro, o será que nosotros somos unos golfos.
Todos rieron la broma mientras se
desvestían y se tumbaban en las hamacas dispuestas a tal fin.
- Poneros protección que el sol
en la mar pega – dijo Roberto – Lucas dame por la espalda y yo te doy a ti.
- No. Yo te doy a ti, pero
prefiero que la crema solar me la extienda Sebastián, tiene unas manos de oro.
- ¿No tendrás con ese chaval…? –
le dijo en voz baja Roberto.
- ¡Que era broma hombre!, venga,
dame la crema de una puta vez.
Al poco llegó Sebastián con la
bandeja con café y zumo de naranja y unos suizos. Lucas se puso en pie dejando
ver su sexo fláccido pero grande en todo su esplendor. Roberto miró desde su
posición tumbado bocabajo y contempló como la entrepierna del marinero crecía.
Creyendo que nadie se percataba de ello Lucas rozó con su mano la bragueta de
Sebastián lo que hizo que faltase poco para que derramase la bandeja sobre la
cubierta. El pene de Lucas empezó a levantarse, pero él no hizo ningún ademán
para disimularlo, al contrario.
- Vamos chicos a desayunar.
Primero una cafecito y un zumo y luego un poquito de leche bien calentita
tomando su sexo en las manos y agitándolo.
- Déjate de bobadas – le dijo
Duncan – y espera a esta noche en Tampa que enseñemos a tu amigo como nos las
gastamos por Florida.
Se habían alejado de la costa
unas diez millas y Lucas ordenó a Tito que echase el ancla, que iban a bañarse.
Total Sarasota donde iban a atracar para pasarse por la casa de los abuelos de
Duncan estaba a un par de horas de navegación nada más, estarían allí por la
tarde y pasarían la noche fondeados cerca de la costa. Cenarían en casa de
Duncan y volverían al barco a dormir, no querían incomodar a los abuelos que ya
eran mayores.
Cuando el barco estuvo al pairo,
apareció Juan con un rifle y se colocó a babor y Tito con otro rifle a
estribor.
- No se alejen demasiado y nada
de sus mariconadas – casi amenazó Tito con su inevitable deje mejicano que
parece que va a ser lo último que vas a escuchar en la vida antes de que te
descerraje un tiro en los sesos.
- Joder Lucas, ¿y eso de los
rifles? Y la advertencia de las mariconadas me ha parecido una pasada –
protestó alarmado Roberto.
- Primero, estamos en el golfo de
México, caribe, ¿te suena de algo?, tiburones – le dijo Lucas acercándosele
mucho a la cara y tomándole los huevos en la mano – no querrás que se den un
banquete con tus bolas, ¿verdad? Y segundo Tito está harto de verme follar con
todo lo que se mueve dentro y fuera del agua y siempre me ha excitado follarme
un culo, como el tuyo, por ejemplo, sabiendo que un tiburón merodea el mío. Eso
a Tito le exaspera
- No se si bañarme ahora, la
verdad, no por lo del tiburón, sino porque se te ocurra clavármela dentro del
agua – y diciendo esto se zambulló desde la borda con la verga ya enhiesta
pensando en lo que pudiera ocurrir con tiburón o sin él.
- No pasa nada – contestaron
Duncan y Richard al unísono – si aparece una aleta estos se lían a tiros y los
ahuyentan, no te asustes – le gritaron cuando emergió del agua y a continuación
se tiraron ellos – ¿A que es cojonudo bañarse en alta mar en pelotas con la
polla bien tiesa?
- Es cierto – le comentó Tito con
profesionalidad – puede usted bañarse, y follarse si quieren, no hay peligro,
pero no se alejen del barco, por si es preciso abordarlo a la carrera y si se
follan no se olviden que nosotros podemos fallar el tiro y ustedes estar más
pendientes de la pija que del escualo.
El baño transcurrió sin
incidentes salvo porque Richard desaparecía a intervalos en la cercanía de
Duncan y este ponía cara de éxtasis hasta que en uno de esos éxtasis emitió un
grito que podía ser de dolor aunque fue de placer que hizo decir a Tito por lo
bajo “maricones”, que todos escuchamos.
- ¿A que sabe, mezclado con agua
salada? – le grito Lucas.
- Prueba tú con Roberto y
averígualo – le contestó Richard.
- No te rayes, tío, que era una
broma – se molestó Lucas.
Se acercó entonces Richard hasta
donde estaba Lucas y le dio un beso en la boca.
- Sin rencores y además ahora
sabes a que sabe – le dijo Richard sonriente después de haberle dado un beso
profundo de lengua.
- Pues tienes razón – siguió con la
broma Lucas – no sabe nada mal, lo voy a tener que hacer más veces de esta
forma.
Estuvieron todos bromeando,
persiguiéndose y dando aguadillas como chicos jóvenes y sanos que eran hasta
que aparecieron las primeras aletas en lontananza. Tito con un megáfono reclamó
a los jóvenes a bordo y todos se apresuraron para alcanzar el muelle de popa
que abordaron sentándose en él de un salto.
- Ya nos hemos bañado bastante
Tito, ahora que Sebastián vaya preparando la comida, mientras nos tomaremos
unas cervezas.
De un botellero que había en la
cubierta de popa donde se encontraban sacó Lucas cuatro pack de seis latas cada
uno de Bud. Y las distribuyó entre sus amigos que tumbados en las hamacas y
bajo unas sombrillas que Juan acababa de abrir empezaron a trasegarlas.
- Antes de que Sebastián traiga
la comida esta cerveza tiene que haber caído, así que ya sabéis – les dijo
sonriente y feliz Lucas y añadió – hasta que no os vea a los tres bien
empalmados no me voy a quedar tranquilo, me gusta que mis invitados disfruten.
Al cuarto de hora apareció
Sebastián con un carrito lleno de mariscos, ostras, champán y frutas. Estaban
los cuatro tumbados en sus hamacas masajeándose los sexos que estaban turgentes
y brillantes. Sebastián dejo el carrito en el centro de la cubierta y anunció
que tenían la comida preparada, pero no podía marcharse, estaba hipnotizado por
la estampa que se le daba gratis a sus ojos. Sin darse cuenta empezó a frotarse
la bragueta con la palma de la mano, estaba a reventar cuando Lucas le
despidió.
- Venga, chico, lárgate al
sollado a pajearte o búscate a Juan que te folle o que te atragante con el
pedazo de cipote monstruoso que tiene. Cuando queramos algo de ti ya te
llamaremos, ahora tenemos hambre.
Sebastián enrojeció, balbuceó una
disculpa y se marchó casi a la carrera.
- Que bestia eres – le afeó la
conducta Richard – como tratas al chaval. Desde cuando te lo follas, ¿desde los
quince?, esta coladísimo por ti, ¿no te das cuenta?, ten un poco de
consideración.
- Cuando quiera su culo o su boca
se lo pediré y él me lo dará, pero cuando no tenga ganas, que se joda y se
busque quien le caliente los cascos, no estoy yo para contemplaciones de
enamoramientos de niñatos estupidos.
- Eres un poco animal – le
reprochó Roberto – las cosas se dicen de muchas maneras, pero es que parece que
te gusta hacer sangre.
- Pues a mi no me parece mal –
terció Duncan – no es más que un criado, recordar que estamos en el sur. A los
esclavos se los follaba el amo cuando le apetecía no cuando le apetecía al
esclavo.
- Joder – se levantó de un salto
Roberto – dais asco, a las personas no se las trata así, y además lo de los
esclavos se acabo hace años, ¿recordáis? – Recogió su ropa y se encaminó a su
camarote – se me han quitado las ganas de comer, me voy a echar un rato.
Lucas se levantó y fue detrás de
él, mientras con la mano indicaba a sus dos amigos que permaneciesen en su
sitio.
- Ir comiendo vosotros, ahora
venimos.
En dos zancadas Lucas se colocó
al lado de Roberto y le echó la mano por el hombro.
- Vale, espera. Deja que me
explique. Aquí hay unas claves que tú no conoces y te las voy a explicar. Te
debo esa explicación. Ven, vamos a entrar a mi camarote.
En la especie de salita que
formaba parte del camarote del dueño del barco había un sofá de cuero. Allá se
dirigió Roberto para sentarse.
- No ahí no, estamos desnudos y
el tacto del cuero sobre la piel es desagradable, empiezas a sudar y te
resbalas. Ven échate en la cama conmigo.
La cabecera de la cama estaba
cuajada de cojines lo que permitía estar cómodamente incorporado como si se
estuviese en un triclinium. Al echarse se dio cuenta Roberto que el techo era
de espejo para poderse ver durante las epopeyas lubricas que allí se debía
montar el padre de Lucas con sus amantes, e incluso el hijo. Efectivamente
verse así desnudo y ver a Lucas igual tocándose cada uno sus sexos era
excitante. Pero Roberto esperaba a ver que tenía que contarle su amigo Lucas y
prefirió aislar lo que de lubricidad le sugería aquel espejo zenital y
concentrarse en lo ético, que era la explicación.
- Conocí a Sebastián en los
muelles de Coral Bay hace cinco o seis años, cuando con el Marión I estábamos
fondeados. La verdad es que andaba yo caliente, imagínate a esa edad como
estabas tú y comprenderás que necesitaba desahogo, pero era pequeño aún para
campar por mis respetos y me debía a papá y mamá con los que navegábamos en el
yate de club en club y aquel día Coral Bay era el atraque. Descendí a tierra a
buscar algún escondrijo oscuro donde quizá en la zona se utilizase de cruising
y poder hacer algo cuando me llamaron la atención unas voces y gruñidos
ahogados que venían de detrás del pañol de redes.
Cuando Lucas hablaba y contaba
aquel sucedido al tiempo que de forma absolutamente mecánica se maceraba entre
los dedos los genitales haciendo que su pene adquiriese consistencia estaba a
dos milímetros de poder compararse con cualquier trabajo terminado de Fidias,
era sencillamente delicioso verle desnudo sobre la cama. Me costaba aislarme y
centrarme en la historia que me estaba relatando y hasta apuro me daba sentir
como sin querer mi sexo se endurecía, pues la historia que me contaba se
alejaba de cualquier relato sexualmente adictivo.
- ¿A que se debían esos ruidos
tras la nave? – le cortó el discurso ante la ansiedad que le producía sentir el
deseo de Lucas tan fuerte ante su cercanía.
- Pensé que acababa de tener
suerte y estaba frente a una pareja con la que quizá pudiera establecer una
bonita y pasajera relación al abrigo de la oscuridad de la noche – miró
entonces el espejo del techo mientras hablaba y se percató de la excitación de
Roberto y sin solución de continuidad empezó a acariciarle el pene, Roberto se
estremeció de placer – pero no, no era eso – continuó con la caricia suave sin
mencionarlo y avanzando en su historia – me acerqué despacio ya totalmente
empalmado creyendo saber a lo que me enfrentaba.
- ¿Y que era, chico-chica o dos
chicos? – Roberto era incapaz de sostener su deseo.
- Que va. Eran dos chicos como de
mi edad intentando violar a un chaval pequeño que no tendría arriba de los doce
años, Sebastián, que se debatía como podía, sujetado y amordazado por uno de
ellos mientras el otro torpemente intentaba penetrarlo. Lo cierto es que la
escena de violación siempre es un clásico del porno, eso debes saberlo ya tú, y
excita, no se puede negar, pero en el celuloide, en la realidad es algo
bastante desagradable y repugna a cualquiera con dos décimas de ética, por muy
puta que sea su madre y más maricón que sea su padre o uno mismo, porque una
cosa es simular que no quieres que te lo hagan y otra muy diferente debatirte
ante la agresión sabiendo que no vas a poder oponer resistencia ante quien te
gana en fuerza y número.
- ¿Y que hiciste? – a Roberto le
temblaba la voz, aunque intentaba aparentar normalidad, pero la excitación de
sentirse acariciado con suavidad por su amigo le impedía mantenerse sereno,
Lucas lo notó.
- ¿Gozas de la caricia, verdad? –
Y sin dejarle contestar continuó – yo también gozo con la caricia y me estoy
dando cuenta que me estoy colando por ti, y eso no me gusta, pero algo me pasa
por dentro, tío, me encanta tenerte a mi lado acariciándote y sintiéndote
excitado a causa mía. Solo he sentido algo parecido por otra persona.
- Como sigas por este camino me
voy a correr Lucas.
- No quiero que te corras aún – y
dejó de acariciarle leve el frenillo utilizando como lubricante el esmegma que
destilaba por el meato para pasar a hacerlo con las bolsas haciendo resbalar
dentro de ellas los testículos de forma lenta y continua.
Ante el cambio de caricia Roberto
gimió de placer y Lucas amplió la caricia a las cercanías del ano. Roberto
abrió de forma refleja las piernas para permitir el acceso a todo el periné.
- Continua – le suplicó con los
ojos cerrados y la saliva resbalándole por la comisura de la boca del placer -
¿te uniste a la violación o defendiste al chico?
- La duda ofende. Me acerqué con
cuidado cuando tome conciencia de lo que se estaba desarrollando en aquella
oscuridad y al que intentaba clavársela al chiquillo, que yo ni sabía que era
tan pequeño, le aticé un puñetazo en los riñones que lo tiró al suelo sin
respiración, el otro muy valiente soltó al muchacho y salió corriendo. El que
se retorcía de dolor en el suelo se levantó dando trompicones y salió corriendo
igualmente profiriendo amenazas.
- ¿Y Sebastián?, estaría hecho
mierda después de haber estado a punto de ser violado – interrumpió Roberto.
- Ante mi sorpresa su reacción no
fue la esperada en alguien que es salvado de ser violado como tú dices, por dos
imbeciles. Me insultó, me llamó huevón y así supe que era mexicano, y me hizo
responsable de la perdida de doscientos dólares, los que le iban a dar aquellos
dos chavales por violarle, sí, pero como parte de una sesión de bondage
improvisada en los muelles, una especie de “InOut” que al parecer excitaban sobremanera
a la pareja. Me di cuenta entonces que el crío gastaba un empalme medio
regular, es decir que él disfrutaba también de la puesta en escena. Me disculpe
bastante cortado y le dije que yo le daría los doscientos dólares, pero que no
los llevaba encima que me acompañase al barco.
Ayudé al chico a vestirse y le acompañé hasta
nuestra goleta. Cuando alcanzamos la luz tomé conciencia de lo que había hecho.
Mexicano, sí, pero una espalda mojada, fijo. Le pregunté y me confirmó que
mexicano, que había pasado desde el Yucatán en balsa con un hermano suyo mayor
y había desembarcado en los everglades donde un caimán acabó con la vida de su
hermano, hacia de eso dos meses, cosa que no le dolió y me sorprendió ésta
confesión. Había ido trampeando rebuscando en la basura. “No se puede usted
imaginar la de comida que se tira aquí en América” me dijo. Iba vestido de
harapos, pero había conseguido pasar desapercibido en esos dos meses, chapeando
por los servicios de las gasolineras con los camioneros. Se llevó muchas
hostias, me dijo, pero también le llevaron en los camiones, le daban de comer y
algunos dólares a cambio sobre todo de mamadas, aunque alguno, me dijo, le
abrió bien por detrás con penes enormes, según se explicaba asustado aún de los
tamaños que habían podido entrarle por el culo.
Cuando llegué al barco les conté
a mis padres lo sucedido a grandes rasgos, hurtándoles la verdad de lo sucedido
porque el chico me gustó con su sinceridad procáz e inocente al tiempo y les
dije que quería hacerme cargo. Sus padres habían fallecido en una balacera
entre narcos y con su hermano probó la aventura americana con el resultado que
ya te dije. Estaba solo y denunciarlo a inmigración suponía exponerlo a las
redes de proxenetismo de su tierra cuando le deportasen y seguramente acabaría
siendo vendido por una mafia para órganos de trasplante.
- Joder, Lucas es un autentico
culebrón de serie de TV de por la tarde, de esas que se usan para dormir la
siesta.
- Pues cierta, porque mi padre
usó de sus influencias para saber la verdad y era tal y como lo había contado
el chico. Mi padre le arregló los papeles para que se quedara con nosotros como
grumete del barco y desde entonces está con nosotros, bueno conmigo, porque
ahora te voy a contar lo sucedido aquella misma noche.
- ¿Qué noche? – preguntó Roberto
completamente despistado por las sensaciones provocadas por las caricias de sus
testículos y la contemplación de la erección potente de Lucas que ya no podía
resistirse al placer inducido por sus propias caricias.
- La que te estoy diciendo de
cuando rescaté o eso me creí yo, al crío de aquellos dos imbeciles.
- ¡Ah!, claro, continua, es que
desde el cielo es difícil seguir el hilo de cualquier relato – se excusó
Roberto.
Lucas soltó una sonora carcajada
debido a la explicación de Roberto.
- Te hago flotar en una nube
¿eh?, eso me gusta, luego terminaremos de flotar los dos juntos – le dijo al
tiempo que se volvía hacia sus amigo y le rozaba sus labios contra los suyos –
pero antes déjame terminar.
- Acaba que me impaciento ya y me
parece que voy a explotar.
- Teníamos la dotación de
marinería completa y no había ni una hamaca disponible en el sollado, así que
dije que el chico dormiría en mi camarote echando una colchoneta al suelo, a
los pies de mi litera, había sitio de sobra. Estábamos ya dormidos todos en
el silencio de la noche mecidos por el
suave movimiento de las olas del pantalán, cuando sentí un cosquilleo muy
agradable en mis partes. Soñaba que una compañera del instituto al que iba por
aquellas épocas me hacia una felación dulce y lenta, muy placentera y estaba a
punto de eyaculación cuando me despertó el placer punzante en la punta del
capullo y sentí que efectivamente alguien me hacia una felación.
- ¡El mexicano!, joder con el
chavalín.
- Le aparte de inmediato pero no
pude evitar eyacular sobre la barriga porque el orgasmo se abrió paso con la
impetuosidad de una riada. El chico, ante mi asombro lamió el semen derramado y
luego los restos del capullo. Era tal la suavidad de su lengua sobre mi capullo
y tal el placer que le dejé hacer hasta que se harto de lamer y lamer. Luego
hablamos.
- ¿Hablar, de qué?
- Si le gustaba ese tipo de relación,
porque ya sabía que lo de los dos del muelle era una transacción y lo de los
camioneros necesidad, pero que si le gustaba en realidad.
- ¿Y que te contestó?
- Que nunca le habían sodomizado,
bueno el dijo cogido el culo, hasta que lo hizo el primer camionero. Y le
pregunté que cómo entonces hacía esas mamadas tan exquisitas, que donde había
aprendido, porque desde luego no me iba a convencer que era la primera vez que
lo hacia. Me contestó con naturalidad que aprendió con su hermano mayor. Cuando
el tenía cuatro años y su hermano, el que se comieron los caimanes, tenía
quince le pilló pajeándose y el hermano le invitó a hacerlo con la boca
prometiéndole que nunca haría cosa más buena y gustosa y que además a él que
era su hermanito mayor le gustaba que se lo hiciesen sin importarle de quien
era la boca, porque todas son iguales con su lengua y sus dientes, solo hay que
saber como hacerlo y que él le enseñó bien, por eso cuando los caimanes se lo
zamparon no sintió ninguna pena, en su fuero interno sabía que su hermano mayor
era un cabronazo que se había aprovechado de él que era un bebé.
- ¡Increíble, Lucas!
- Pues sí, increíble pero cierto.
Me contó que en la balsa cuando venían de la península en el bote hacia Florida
se lo hizo a todos los que iban porque su hermano se gloriaba de lo bien que
había enseñado a su mariconcito hermano al que quería mas que a nadie.
- Llamaba “mariconcito” a su
propio hermano
- A él no le importaba, lo venía
escuchando desde que tenía cuatro años y entonces tenía ya once, lo tenía
asumido. Cada vez que embarcábamos, como él ya tuvo su acomodo en el sollado
con el resto de la marinería, con cualquier excusa le hacia venir a mi camarote
y me hacia unas mamadas de escándalo, hasta que a los catorce años un día me
pidió que le cogiese por el culo, quería que yo fuese el primero del barco,
porque Juan, me dijo, ya lo había intentado y sabía que terminaría por
hacérselo y quería que fuese yo el que le volviese a desvirgar, después de
tantos años.
- Te lo follaste con catorce
años, tío, eres un pederasta.
- Con catorce años tenía el
cuerpo de ahora mismo y me lo pidió él, yo no le forcé, es más, me negué al principio,
pero me lo rogó tanto, incluso lloraba porque quería que se lo hiciese, que lo
hice. Me consta que le dolió, sabes que yo no la tengo pequeña, no la
monstruosidad de Juan que le habría rajado el culo, seguro, pero se que le
dolió, a pesar de la vaselina que tiene aquí en el camarote siempre mi padre,
me costó pero lo logramos y después mirándole a la cara, viéndole resbalar las
lagrimas, no se si de dolor o de alegría o de las dos cosas por las mejillas
comprendí que le había hecho feliz. A los pocos días me vino a contar que Juan
se lo había hecho y que aunque le había dolido había podido soportarlo aunque
luego había sangrado algo. Le exploré y tenía una herida pequeña, le había
partido el culo el muy cabrón. Desde entonces no le trago y desde entonces la
complicidad que tengo con Sebastián trasciende cualquier relación, por eso
puedo hablarle así.
En ese instante sonaron tres
golpes muy quedos en la puerta del camarote.
- Es él – dijo Lucas - ¿le digo
que entre y verás lo que es bueno?, me ha dicho que tu le gustas como persona,
que eres bueno, si quieres podemos volar los tres.
- Que pase.
A las seis de la tarde con más
hambre que un violinista en el Metro, Roberto se deslizó intentando no hacer
ruido hasta la cubierta de popa a ver si había quedado algo de comida. Todo
había sido retirado y se habría comido hasta el bordo de madera de teca, pero
apareció detrás de él Sebastián.
- ¿Quiere que le traiga algo de
comer? – le preguntó respetuoso.
- Sebastián, después de lo que
hemos vivido y compartido allá abajo en el camarote, ¿vas a llamarme de usted?
- Se cual es mi sitio, señor. He
sido muy feliz haciéndoles felices a los dos y yo personalmente he disfrutado
con mis orgasmos, pero aún más, mirándoles a la cara de goce que se les ponía
cuando les procuraba placer con mi cuerpo. Ha sido un honor. A mi amo Lucas –
Roberto puso cara de sorpresa por la forma de llamarle – sí, mi amo, es mi amo,
me sacó del arroyo y me ha dado una vida decente y amable. Estaba solo y ahora
soy alguien en este mundo tan difícil; lo había perdido todo y él me acogió y
me defendió cuando yo aún no era capaz de hacerlo, seré su esclavo siempre y
hará conmigo lo que le venga en gana y yo no rechistaré, es mi amo. Como le
decía, a mi amo Lucas le consentiré y daré hasta mi vida si él la quiere,
porque se la debo. Le quiero más que a nada, por él soy ciego, mudo y sordo o
todo lo contrario según a él le convenga, todo lo demás me da igual. Y después
de esta declaración, ¿quiere que le traiga algo de comer?
- Si por favor, Sebastián, ya
quisiera yo tener alguien así a mi lado, tráeme algo – Sebastián se alejaba
hacia la cocina cuando Roberto levantó la voz – ah, y has sido fantástico. Mira
que he follado con gente de los dos sexos, pero nadie lo hace con la delicadeza
y entrega que lo haces tú. Gracias.
Sebastián se limitó a sonreír en
señal de agradecimiento por el reconocimiento expreso que Roberto le hacia y
fue en busca de cumplir con su obligación.
Cuando Sebastián regresó con una
bandeja con frutas y unos cócteles de marisco y champaña volvía de ducharse
Lucas.
- Me ha dicho Tito que les diga
que llegaremos al muelle de St. Petersburg como dentro de una hora, para que
puedan vestirse – anunció Sebastián.
- Gracias chico, retírate ahora y
déjanos a los amos que nos relajemos y hablemos de nuestras cosas.
Sebastián con una sonrisa medio
dibujada en su cara que traslucía satisfacción hizo una media reverencia y se
dio la vuelta camino de la cocina.
- Joder, tío, no me explico como
tienes hígado de tratarle así después de lo de esta tarde en el camarote de tu
padre. Se te notaba que estas coladísimo por él, lo mismo que él por ti y ahora
le tratas tan despectivamente que no te entiendo.
- Ya te lo he explicado. Te has
dado cuenta la cara de satisfacción que pone cuando le hablo así. Soy su amo, y
para él no es retórica, es real, sin mi se moriría de pena, se siente posesión
y eso le da sentido a su vida, le gusta que le trate así, se siente realizado,
si le quisiese tratar de igual a igual no sabría donde colocarse, porque de
forma instintiva yo soy su dueño. Tú perteneces a otro mundo distinto y por eso
te choca, pero para él es el cielo cuando yo le “uso”, le gusta ser usado por
mí o por quien yo le diga que le use. En ser cosificado reside su personalidad
y allí habita su deleite – se le quedó mirando fijamente a los ojos, intentando
penetrarle – por ejemplo la relación contigo está en otro registro, es de igual
a igual y eso me satisface, porque a veces me gusta sentirme débil y ser yo el
que se deje hacer, llevar: con Sebastián siempre tengo que estar dando la talla
de dominante y eso agota, créeme. Venga come algo, que esta noche nos queda
también una buena dosis de experiencias. Vamos a ir al Metrópolis, verás cosa
buena.
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