jueves, 2 de mayo de 2024

EL DIRECTOR

 

No es fácil bucear en los recuerdos y relatar las cosas intentando ser honesto y sin escurrir ningún bulto de responsabilidad. Si, es cierto, tenía nueve años y era como un folio en blanco, aunque con algunas frases ya escritas, pero también lo es que casi todo lo que se escribía en él me  mareaba de deseo y lujuria.

Estaba seguro que era el director. Desde que llegué a ese colegio, ya empezado el curso noté algo raro en su mirada. Aquel día en que trémulo de emoción me dirigía a los váteres del patio posterior donde me olía que había algo más que inodoros metidos en cubículos pequeños sentí que aquella sombra que se perdía en dirección contraria a la mía me había desentrañado mis intenciones.
Llegué a los váteres que se abrían al patio posterior y entré en una de las cabinas. Desabroché el pantalón corto que llevaba y cayó con facilidad al suelo. Luego me bajé el calzoncillo dejando el trasero al aire y esperé. Sabía que algo tenía que pasar. Estaba tan excitado que tiritaba y me castañeteaban los dientes. Era una situación muy agradable. Escuché unos pasos por el patio dirigiéndose hacía donde me encontraba y no soporté la tensión. Atropelladamente me subí el calzoncillo y el pantalón, me abroché a la carrera y salí deprisa del lugar.
- ¡Pedro!
Caminando con premura por el pasillo que llevaba al aulario escuché la inconfundible voz del Director. Me detuve y pensé que D. Jacinto había leído con claridad mis pensamientos y estaba al tanto de mis deseos más inconfesables. Estaba congelado sin mover un músculo.
- Muchacho, arreglese ese jarapo de la camisa, ya es usted mayorcito para aprender a vestirse. Y a clase, que ya es tarde.
Sintió la mano del director meterse entre la cinturilla del pantalón y la piel para recogerle la camisa que había quedado por fuera con las prisas por salir del váter. Se le erizó toda la piel del cuerpo.
- Ya me lo arreglo yo Don Jacinto, no se preocupe.
La palmada que a continuación me dió en el culo a medias cariñosa y a medias sancionadora me hizo pensar que ojalá la palma del director hubiera impactado sobre la piel y me hubiera satisfecho el ansia incontrolable e inexplicable de ser azotado por alguien de su edad. Me sorprendió mucho sentir como la verga se me endurecía.

Y aquí es donde se impone la honestidad de la que hablaba al principio. Ese azotillo de D. Jacinto no desató en mi oscuros anhelos porque sí. Había antecedentes y son los que quiero contar antes de seguir con el relato.
Vivíamos, que es donde yo nací y mis hermanos mayores, en una finca que mi padre heredó de su abuelo y éste del suyo y creo que en ese plan de abuelo a nieto durante generaciones. La casa era el típico caserón inconcebiblemente grande de los que se hacían siglos ha, para acoger a la familia ampliada. Al final acababan acomodándose en el inmueble siete u ocho familias, unas cincuenta personas y todas bajo la egida del pater familias que era señor de horca y cuchillo; nadie le discutía sus decretos.
Mi padre conservaba ciertos de esos tics y claro, no había nunca segunda instancia.
Por otra parte, cuando yo tenía ocho años era un zascandil o como decía mi madre un metesillas sacataburetes y todo lo miraba e investigaba. Aquel día buscando lagartijas por el maizal, escuché unos gemidos que iban en aumento y de una voz que no me era extraña. Me orienté por el sonido y de repente me di de manos a boca con el Braulio. El Braulio era un peón de la finca de unos cuarenta años, enjuto, nervudo y nervioso, con una barba siempre de días, se afeitaría de domingo a domingo seguramente, soltero, vivía en la gañanía y no muy hablador. Pues bien, Braulio estaba, con el mono de trabajar por los tobillos y una mata medio crecida de maíz metida entre las piernas. Con la mano izquierda pellizcandose un pezón y con la derecha atizandose con furia la polla, una barra de carne no muy larga, muy morena y gruesa con un capullo de color lila fuerte; la cabeza la tenía echada hacia atrás y los ojos cerrados. La estampa era impactante. Pensé que le ocurría algo y muy atemorizado le llamé
- Braulio. ¿Que te pasa?
Fue por decir algo porque lo que me pedía el instinto era quedarme contemplando la escena y acercar despacio la mano para tocar. Pero me abrió los ojos, me vio con semblante asustado y en ese momento dió un grito como de angustia y empezó a echar un líquido blanquecino y medio espeso que me alcanzó un poco en la ropa. Después se le relajó la cara se zafó de la mata de maíz que tenía metida entre las piernas y empezó, muy satisfecho y sonriente a ponerse el mono otra vez.
- ¿Que te ha parecido, zagal, nunca habías visto a un macho sacándose la leche?
Me quité algo de lo que me había manchado al escupirlo por el rabo lo deslicé entré dos dedos y lo oli. Pensé llevármelo a la boca a ver a qué sabía, pero preferí no hacerlo, podía ser pus.
- Eso que has echado, ¿es malo, estás enfermo?
- Eso que he echado, lefazo, es lo mejor que te puede pasar. ¿aún no echas?
- Yo ahí no me tocó. Solo para hacer pis.
- Pero, ¿se te pondrá dura?
- Si, muchas veces.
- Pues cuando la tengas dura agárrala fuerte con la mano y sacudela como me has visto hacer a mí. Te va a gustar. Y ahora me tengo que ir al tajo que el mayoral me maja a palos.
En cuanto pude lo probé y me aficioné aunque algo decepcionado por no echar nada al final pero el estremecimiento  y el placer que procuraba me invitaban a repetir una y otra vez la masturbación. Pensaba que quizá haciéndolo mucho conseguiría sacar aquello que se sacaba el peón. Quería que se me pusiera como a Braulio. En los días siguientes me masturbaba una y otra vez sin resultado eyaculatorio, así que volví a buscar a Braulio y le pregunté.
- Tu sigue machacandotela y cuando seas un poco mayor te saldrá. Ya lo verás.
Me iba al maizal, me quedaba entero desnudo y hacía lo que le vi hacer a Braulio, meterme una planta de maíz entre las piernas, que me acariciase toscamente el culo y los huevos, y es verdad que me provocaba más placer, pero no escupía nada al conseguir el gusto.
Al verano siguiente como cada año, mi padre se bañaba a diario en la pileta que construyó para mí madre, al lado de la rosaleda que plantó mi bisabuela. Mi padre era un atleta y nadaba todos los días durante muchos minutos. Aquel día yo no tenía ganas de bañarme con él y empecé a pensar en como sería agarrar un pene gordo como el de Braulio. El mío se ponía muy duro, asomaba la cabeza cuando tiraba con determinación del pellejo, pero no terminaba de salir del todo. Intentaba una y otra vez bajar el pellejo pero no podía acabar. Lo intentaba siempre pero me entraba el gusto antes y luego se me bajaba la dureza. Me metí en la rosaleda y me senté en un banco de madera, me quité el bañador y empecé los manejos para poder descapullar. No se cuánto tiempo estuve así, pero me sacó del ensimismamiento mi padre con un grito.
- ¿Que haces, guarro?
Lo había conseguido al fin. El pellejo había dejado al descubierto todo el capullo el gusto que me entró fue especial pero apareció mi padre gritándome y se me cortó.
- Ahora se te van a quitar las ganas de porquerías. 
Tenía cara de estar muy enfadado, me cogió de un brazo con violencia y se me aceleró el corazón pero no era miedo, era excitación. Me gustaba lo que acababa de ocurrir, que mi padre me viese con el capullo fuera, como los mayores. Me levantó del banco y se sentó él echándome boca abajo sobre sus rodillas y con su pierna sujetaba las mías para que no me moviese. Esa presa de inmovilización, sentirme a su merced hizo que volviera a empalmar. Disfruté.
Mi padre utilizaba un bañador de lycra de competición muy pequeño, blanco, muy ajustado. Cuando me echó sobre sus rodillas y empezó con las nalgadas con la mano abierta cada vez más fuertes sentí como mi polla impactaba contra la suya y noté que le crecía. Mi padre se empalmaba, como yo. Me entró una vaharada de, hoy se que de deseo. El dolor de los azotes en el culo me levantaba un placer en mi pene que se incrementaba a cada azotazo. Era como cuando me pajeaba pero mucho más placentero, deseaba que siguiera pegándome por lo que estaba haciendo que debía ser malo, al parecer procurarse placer con la verga propia, pero me gustaba ser corregido de esa manera. Llevé mi brazo derecho bajo mi regazo para tocar mi miembro y comprobar su dureza y que efectivamente gozaba con cada azote y sentí la polla dura de mi padre contra la mía. La agarré a través del bañador y sentí su extrema dureza. En ese momento dejó de azotarme y experimenté al tocar el pene paterno uno de los mejores orgasmos de mi vida. Me levantó de sus rodillas, me dijo que cubriera mi erección y el se levantó intentando protegerse pero no pudo evitar que le viese asomar el capullo por el elástico del bañador echando una cosa blanquecina como la que echaba Braulio. Cuando se marchó atropelladamente volví a masturbarme con la imagen de su capullo eyaculando intentando liberarse del elástico del bañador. Me corrí al instante.
En cuanto me corrí por segunda vez fui en busca de Braulio a decirle que le había tocado el rabo a mi padre, que se había corrido y me había gustado.
- Pues cuando quieras, yo tengo a tu disposición la mía a ver si también te gusta. A mí te aseguro que me va a gustar y si me lo haces con la boca mejor que mejor.
No esperaba esa contestación que me cortó, di media vuelta y me fui.
O sea, que con la boca también se hacía eso. Menudo descubrimiento. Estuve una semana haciendo contorsionismo intentando alcanzarme el rabo con la boca. Desgraciadamente no lo conseguí.
A la semana siguiente mis padres me comunicaron que me cambiaban de colegio a uno en el que almorzaría también. Le llamaban medio pensionista.

Durante toda la mañana Don Emilio, el profe de geografía e historia me estuvo llamando la atención.
- Pedrito, por favor, está usted en babia, tiene la mirada perdida todo el rato.
Don Emilio me llamaba Pedrito siempre, era cariñoso. Me conocía desde que nací, era amigo de la familia.
Desde que el director le dió el azote blando en el culo, Pedro estaba en las nubes. No conseguía concentrarse en nada.
Su compañero de pupitre le daba codazos para que espabilase. Ramón era un chico casi más ancho que alto de buen corazón.
- Pedro, ¿que te pasa, joder? Te van a mandar al despacho de D. Jacinto. Y verás...
- ¿Que va a pasar, que me va a azotar? Ojalá.
- Estás loco Pedro, a veces no hay quien te entienda.
Cuando Ramón me abrió la posibilidad de ser enviado al despacho del director un escalofrío me recorrió el cuerpo. Esa mano intentando remeterme la camisa y el azotillo posterior habían acabado por abrirme los ojos de la verdad. Como si de una película rápida fuese vi en una milésima de segundo a Braulio manchandome de semen, a mí padre azotandome y empalmandose a la vez y corriendose al contacto con mi mano. Estaba convencido que de ir al despacho del director acabaría con un castigo corporal que me abriría la puerta a placeres desconocidos.
- Ojalá me manden al despacho y ojalá me azoten con el culo al aire.
- Estás más loco que lo que todos creíamos.

Acabó el curso y salvo un par de veces en los váteres del patio trasero, después de la comida todo transcurrió con normalidad.
Las dos veces fueron como siempre, yo convencido de que el director me marcaba pero no era capaz de saberlo con seguridad. En una de ellas el que apareció por allí fue Ramón mi compañero de pupitre. Me vio con el culo al aire y me preguntó que porqué me desnudaba para mear.
- No sé Ramón, me gusta estar desnudo.
- ¿Y no te importa que te vean el culo?
Efectivamente, había descubierto que me gustaba exhibirme, que me mirasen fuese la fuese la reacción.
La otra vez fue un profesor que apareció por allí y se limitó a decirme que cerrase la puerta cuando enseñase las vergüenzas y la cerró él.

Las vacaciones de navidad transcurrieron con mi padre evitándome, que me daba cuenta, y yo intentando provocarle.

Pedro deseaba ardiente que su padre le pillase en falta para tener que someterse a los azotes de castigo. Solo pensar en esa palabra mágica le empujaba a cualquier rincón a masturbarse. El padre de Pedro se daba cuenta de las torpes maniobras de su hijo y sabía perfectamente lo que buscaba, lo que ya no le tenía tan contento era decidir quien quería que cuanto antes se precipitase la situación, si Pedrito o él. En ese dilema moral estaba cuando encontró la solución en su matrimonio. Menudearían las relaciones conyugales, pero lo que Pedro padre no sabía es que la madre de su hijo no quería más embarazos y que en cuanto su marido aumento la frecuencia de solicitud de relaciones ella le llevó por otros derroteros.
- Cariño, ¿Porqué nunca me has propuesto usar otros puntos para meterte en mi cuerpo? Mis amigas me dicen que sus maridos las usan por detrás y que les da mucho placer también a los dos.
Pedro senior sabía perfectamente lo que era una sodomización. El tenía quince años y su hermano Bernabé once, cuando con motivo de visita de familia de fuera él y su hermano tuvieron que compartir cama. La edad, el calor, el juego, las risas y la confianza mutua se ligaron en un coctel explosivo y Pedro acabó sodomizando a su hermano y llegó un momento que no era ya solo en la cama. Cualquier lugar valía, el corral, la cuadra, la caseta de bombeo o por los maizales. Hasta que Pedro se casó a los veinticinco estuvo bien amancebado con Bernabé. Nunca se supo, nadie dijo nada pero el contacto de sexos con su hijo Pedro tuvo la habilidad de hacerle revivir aquel idilio. Él no se lo quería consentir, pero deseaba taladrar el ano a su hijo y volver a sentir lo que sintió la primera vez que se lo hizo a Bernabé que cuanto más lloraba porque le dolía, más placer encontraba él hasta que Bernabé aprendió a satisfacerse de su dolor y el placer que parecía sentir su hermano. Al mes, Bernabé estaba ya muy abierto y no volvió a tener que llorar.
Cuando su mujer le dirigió la verga a su ano en lugar de a la vulva, Pedro no se lo pensó y entró con deseo y destreza. A la mujer tampoco pareció importarle.
- Esperanza, cariño, o mucho me equivoco o tu culo ha sido visitado más veces.
- Si amor y tu polla no parece ser la primera vez que llama a una puerta de estas.
- ¿Te ha gustado como te sodomizo?
- Mejor que mi primer novio de adolescencia, decidimos que cualquier cosa menos un embarazo. Por cierto luego me dejó por un amigo que debía tener mejor ojal que yo.
- No cariño, te dejó porque el otro podía visitarle a él también por la puerta trasera, seguro.
Cada vez, a partir de entonces, que Pedro sodomizada a Esperanza no podía evitar que se le pusiera delante el trasero de Pedrito mientras le azotaba y daría cualquier cosa por poder explorar sus humedades, espacios secretos y escondidos por los que podría perder la cabeza. Soñaba con el ano de su hijo, no solo para penetrarlo sino para comérselo, como tuvo que hacer con Bernabé para convencerle la primera vez.

La nochevieja fue rara. Mi madre gustaba de montar una fiesta con muchos invitados para recibir el año. Cuál no sería mi sorpresa cuando apareció D. Jacinto sin su mujer que se disculpó por males que le aquejaban. En cuanto me vio vino a saludarme
- Hola Pedro, qué, deseando ya volver al colegio.
Era en mi, ambivalente, por una parte maldita la gracia que me hacia volver a la rutina y por otra parte aquel retrete del patio trasero, casi siempre vacío y en el que estaba seguro que algo excitante se cocía. Y la casi seguridad de que el director me espiaba. Deseaba que me descubriese mis más sucias intenciones.
- Si, por ver a Ramón mi compañero de banca y por el patio...
- El trasero ¿verdad?
Me tenía cogido por los hombros y me miraba muy fijo con esa sonrisa pérfida del que sabe las cosas antes de que a ti se te ocurran. No contesté.
- Anda, vete a jugar por ahí, ya hablaremos tú y yo cuando vuelvas.
En ese momento llegó mi padre.
- Don Pedro, a su hijo le vendría bien un régimen de internado, aprovecharía más con nuestras clases de estudio y recuperación. Aprendería más disciplina, tan importante para triunfar el día de mañana.
- No le digo que no Jacinto, lo consultaré con mi mujer.
Mi padre me dió un azote cariñoso en el culo y me despidió. A mí aquel azote hizo que se me erizarán hasta los vellos que no tenía.
- ¿Ha dicho lo del internado en serio o porque estaba él delante para presionarle?
- En serio, en serio, es muy espabilado y la convivencia lejos de los caprichos maternales le vendría bien.
Cuando acabó la fiesta, mi padre como todos, tenía alguna copa de más. Yo ya estaba en mi cama cuando entró mi padre en la habitación, ya con su pijama para acostarse y se sentó a mi lado, yo me incorporé y le miré a los ojos, que me penetraron saltarines. Empezó, como solía desde que era pequeño, a hacerme cosquillas y yo a contorsionarme por ellas y en uno de esos movimientos dejé caer la mano en su regazo. La tenía gorda y pedí perdón. Se detuvo en las cosquillas y se puso muy serio.
- Perdón porqué.
- Te he tocado sin querer ahí.
- ¿Y qué?
Empecé a reírme nervioso y él volvió a las cosquillas y yo a revolverlo todo con mis risas, y en una de esas se le salió su verga. Nos quedamos quietos los dos. Yo mirándole lo grande que era y el mirándome a mi.
- Es más grande que la de Braulio.
¿Que has dicho, qué Braulio, nuestro Braulio, el peón?
- Si. Le vi este verano en el maizal. Estaba pajeandose y le salió lo mismo que a ti el día que me diste en el culo en la rosaleda.
- Pero, ¿le tocaste?
- Ni siquiera un poquito como a ti el día aquel. Fue una casualidad, yo estaba por ahí y le vi, pero el no me hizo nada.
- ¿Que recuerdas del día que yo estaba en bañador?
- Que yo estaba probando a hacer lo que Braulio hacía y tú me pillaste, me llamaste guarro y me pusiste en las rodillas y me azotaste.
- Nada más.
- Que se te salía la tuya por el bañador y te la toqué sin querer.
No volví a ver más a Braulio.

La inocencia de su hijo fue lo que le enervó. Contaba con que al preguntar a su hijo, éste con suficiente conciencia de pecado se ruborizase al menos o le contestase descaradamente que tenía una polla grande y le hubiera gustado poder disfrutar de ella más, pero en lugar de eso alegó ser involuntario lo que cortaba la salida lujuriosa que él deseaba. Tendría que planearlo de otra manera. Deseaba a cualquier precio entrarle a su hijo y hacerle ver donde estaba todo el placer en la forma de amar a su padre.