jueves, 7 de mayo de 2020

LUISA - I -


Cuando nació la niña, su madre cayó enferma y al poco tiempo la pobre mujer murió de fiebres puerperales que su tocologo confundió con un catarro porque tras el alumbramiento dejaron a la mujer en corriente. Cuando quisieron echar mano ya tenia un fallo multiorganico y nada se pudo hacer. Su pobre padre viudo y sin saber como hacerse cargo de un bebé tomó la decisión mas obvia. Se buscó una novia mientras su madre se hacia cargo de la hija a la que puso Luisa en memoria de su madre tristemente fallecida.
La madrastra de Luisa tenía tres años mas que el padre de la niña y mucho mundo corrido. Fue la unica madre que conoció y su impresión fue de que las madres cuidan desde la distancia emocional, son no injustas, pero si innecesariamente estrictas, hasta quiza a veces justicieras. Todo estaba medido, minutado como en un programa de radio y de ahí Luisa sacó esa disciplina personal a la que no podia sustraerse pero que odiaba hasta en lo mas profundo y para contrarrestar siempre que podía se saltaba las normas pero sin que se supiese que se las había saltado, además de que la sensación de  culpa la torturaba, la espera del rechazo que supondría esa rebeldia la atenazaba. La madrastra aportaba al matrimonio un adolescente tenido de una oscura relación, aunque el sentir general era que el padre era su tío también. El chico pasaba temporadas largas con su abuela por razones de estudio, decía su madre. Iba poco por casa de Luisa, y cuando lo hacía no daba que hacer, era muy callado y hacia Luisa no mostraba el menor interés a sus trece años.
De manera que Luisa fue creciendo como una impostora cinica que lo poco que veía a su padre ponía cara de que todo iba perfectamente. Decir las verdades que pudieran lesionar y de rechazo perjudicarle a ella eran tabú. Y si para colmo era poseedora de unos secretos que la hacían sentir culpable sin saber de qué y qué solo le aliviaban tocandose su periné desde el sexo al ano. Insinuarse sus deditos entre los labios genitales y tocarse el ano le permitían dormir.
El padre de Luisa mantuvo a su hija desde que se la llevó huérfana de madre a casa en su dormitorio. Cuando a los seis meses le dio una madrastra no admitió la negociación del dormitorio de la niña. Ellos iban a tener un dormitorio enorme en el que cabría la cuna de la niña perfectamente y si ella no cedía, él no se casaba. Su nueva mujer cedió y la niña quedó a dormir en el dormitorio del padre hasta que ella al irse haciendo mayor, decidiese salir.
Al cumplir los cuatro años un grito la despertó. Su padre llevaba puesta ropa interior malva con muchos encajes, muy pequeña y un sujetador como el de su madrastra. Estaba de rodillas en la cama y algo que no comprendia entre las piernas debajo del culo con un palo atravesado y gritando, lo que la despertó: "Si, ama, castigame, azota a tu esclavo por desobediente" y la madrastra con una fusta de equitación le marcaba en el culo unas finas líneas violáceos. El padre se quejaba de dolor pero hacía algo que ella no comprendía pero que finalmente su mujer le azotaba más fuerte por manchar las sábanas.
La niña sobrecogida no quería que la descubriesen, pero había algo en aquel cuadro que le excitaba, tanto que al echar mano a su sexo para tranquilizarse y tocarse sintió un escalofrío que le complació tanto que a partir de ese momento no se dormía, simulando el sueño para tener primera fila en el espectáculo.
A los cinco años vio sin entender muy bien pero necesitando tocarse, a la madrastra desnuda como su padre que de rodillas como solía ponerse rogaba que le follase. Luisa no sabía que pasaba porque esa misma palabra la decía la madrastra dirigiéndose a su padre cuando éste le metía su cosa por donde ella se tocaba. Las niñas no tenían esa cosa así que permaneció expectante a ver que pasaba. Vio a la mujer ponerse un cinturón ajustado con una cosa como la de su padre y se  la metió por el culo, mientras su papá le daba las gracias. La niña no pudo evitar al verlo hacer un gemido corto, pero alertó a su padre que dijo: "la niña". La madrastra saltó de la cama y fue a la cuna, remetió la ropa de la cuna y dijo en un susurro: "el corazón se le va a salir por la boca, ¿tenia razón yo? es muy mayor ya" Al día siguiente Luisa tenía su propia habitación.
A partir de ese momento la niña se puso en modo imaginación desbordada. Cada noche imaginaba lo que su padre y la madrastra estarían haciendo lo que le excitaba de tal manera que abusaba de su sexo, una y otra noche hasta el punto de irritarselo tanto que se tenía que rascar de manera constante lo que alertó a su maestro que lo comunicó a su padre que la llevó al pediatra. El pediatra no vio señales de agresión sino más bien auto lesión. La dirección de las señales de abrasión eran siempre en el mismo sentido. El pediatra preguntó si la niña dormía en habitación aparte o en el dormitorio de los padres. No era inhabitual ese comportamiento en niños que son testigos de la vida sexual de sus padres.
A partir de ese momento la niña cómprendió que le hacia falta una crema para paliar el roce que tanta ansiedad paliaba. Ante la dificultad de tenerla siempre a mano el tiempo fue a poco desdibujando en su memoria las imágenes grabadas y olvidó en su consciencia la causa por la que la estimulación de esa zona de su cuerpo le calmaba la ansiedad fuese cual fuese la causa.
Pasó mucho tiempo y Luisa cumplió nueve años y se volvió muy curiosa. Rebuscando por los cajones de la cómoda del dormitorio de su padre dio con un dildo de medianas proporciones y como si se hubiese reventado una presa el aluvión de sensaciones, recuerdos e imágenes le hizo revivir sus cinco años. Junto al dildo un tubo grande de una especie de gel muy lubricante. Estaba sola, su padre y madrastra en el trabajo y no lo dudó. Fue al cuarto de baño, se desnudó y recreandose en su cuerpo y los incipientes pezones algo inflamados ya por su desarrollo. Se aplicó en su sexo el lubricante e intentó introducirselo como ella veía que se hacian en la cama bien por el sexo en su madrastra o por el ano en ambos.
Insinuó la cabeza del dildo entre sus pequeñas ninfas y le provocó un escalofrío que casi la derriba. No se arredró por ello y siguió presionando. Le dolía pero un impulso interior le llevaba a vencer el dolor y la oposición a la penetración. Apretó con más rabia y sintió que se rajaba por dentro. Se sacó el dildo y le horroriza verlo manchado de sangre. Un hilillo de sangre salía por su sexo. Con un montón de papel higiénico se hizo presión hasta que ya no salía nada. Del susto se colocó un poco de papel a modo de compresa y se vistió. Dejó dildo y lubricante donde los encontró y fue al jardín a columpiarse. A la media hora, la curiosidad innata le llevó a volver en busca del juguetito y ver si había cesado el sangrado. Efectivamente no sangraba ya, no dolía pero decidió probar con el otro orificio. Se lubricó bien y con el corazón galopandole en el pecho apuntó al ano y con mucha precaución fue introduciéndose. No era dolor, era presión pero el volumen del aparato encontraba acomodo en vagina a través de la delgada pared que le separaba del recto y de alguna manera le estimulaba él clitoris. Comenzó a sentir un orgasmo intenso, se le doblaron las rodillas y cayó al suelo sintiendo que se hallaba ya en el paraíso. Pasados unos minutos, recuperó la consciencia, se retiró el dildo, que salió manchado de heces, se limpió y limpió el dildo, comprobó una vez más que su desvirginado, aunque ella no lo supiera, estaba creado; había dejado de sangrar definitivamente.
Aquel día, Bruno, que era el hermanastro de Luisa llegó al poco de salir de sus manejos.
- Estás ya muy grande, cuántos tienes ahora, ocho, nueve, diez quizá.
- Nueve, cumplo los diez en el otoño.
- Y mi madre y tu padre, ¿trabajando?
- Si, trabajando.
Se instaló un espeso silencio entre los dos hasta que Bruno en voz baja y mirando a la niña le advirtió.
- ¿Desde cuando, Luisa?
- Desde cuando, ¿que? No se que dices
- No te creas que no te tengo aprecio, Luisa, por eso te tengo que decir esto. Cuando hagas lo que acabas de hacer en el baño, cierra la puerta. Por la rendija de la puerta he visto como te follabas el culo con un consolador. Haces bien en metertelo por el culo, por delante te partirías el virgo y eso debería hacerlo tú novio cuando lo tengas.
Bueno, y si alguna vez necesitas un consolador de carne, me lo dices - y al tiempo que lo decía se sacaba su pene de no menos de dieciocho centímetros.
- ¡Que grande es! La de mi padre no es tan grande - Luisa se quedó hipnotizada y empezó a temblar.
- ¡Ah! También se la has visto a tu padre.
- Si. Cuando dormía de pequeña en su cuarto y me despertaban con el ruido que hacían.
- ¿Se la tocaste?
- No, solo se la vi.
- ¿Quieres tocar ésta? Esta dura y caliente.
- Mi padre y tu madre tienen que estar al llegar - dijo esto último saltando de la silla en la que estaba sentada y salió corriendo, pero la faldita se le había quedado pegada y al irse, al no haberse puesto bragas el culo perfectamente convexo hiciese exclamar a Bruno entre dientes.
- Lo próximo que te entre por el culo será ésta - mientras dejaba caer un salivazo en su capullo para lubricar y comenzar una masturbacion.
A partir de ese momento las visitas de Bruno a casa de su madre menudearon. Estrechó lazos con la niña, que cada vez que le veía era solo un pene ligeramente curvo, largo y grueso y pensaba que como sería tenerlo en el culo.
El padre de Luisa estaba entusiasmado con tener un hermano mayor para su niña y la madre de Bruno, cuando su hijo, en las reuniones familiares sentaba en sus rodillas a la niña, se envaraba e insistía en que dejase a la niña jugar a sus cosas. Lo que no sabía la madrastra es que la niña moría por sentarse sobre las robustas rodillas de Bruno. La madrastra tenía muy vívido el recuerdo de como su hermano la mecía tambien a ella en su regazo cuando ella era un poco mayor que Luisa.
Cuando Bruno la sentaba, metia su mano por la parte de atrás del vestidito y por la pernera de la braga le alcanzaba el ano y le insinuaba el dedo. La niña ahuecaba el asiento para que Bruno pudiera meter uno o dos dedos.
Las siguientes navidades Bruno decidió pasarlas en la casa familiar. La madre se puso en guardia y llevando a parte a Bruno le advirtió.
- Deja a la niña en paz. En esta casa no hacen falta mas barrigas.
- Que el cabronazo de mi tío no supiese como hacerlo, no quiere decir que yo vaya a repetir. Yo le follo el culo, mama. Le encanta.
- ¡Eres un degenerado!
- Tengo a quien salir. ¿O crees que no me acuerdo que con siete años y profundamente dormido venias a mi cama y te restregabas conmigo y cuando me empalmaba me hacias correr con tu boca? Mamá por favor, tu me has enseñado toda la degeneración que anida en mi corazón. ¿De que crees que soy bisexual? He aprendido a gozar de todo lo que pueda salivar.
- Eres un descarado. No se te ocurra preñarla.
- Tranquila, si aún no lo he hecho, ya no lo voy a hacer
- ¿Ya te las has enculado, cabrón? Verás como se entere el maricón del padre.
- Si se entera, me lo follo también y listo.
- Estoy orgullosa de ti, eres igual o mas sinvergüenza que yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario