jueves, 1 de julio de 2021

POLI (6)

 

- Quién es - cogí el teléfono casi a punto de saltar el buzón de voz - dígame.
- ¿Jero?
- Si. ¿Quién eres?
- No me has conocido la voz, ¿tanto me ha cambiado?
- ¡Goyo! - y se me quebró la voz.
Habían pasado casi cinco años desde que me dirigiera la palabra por última vez y de que yo desistiera de intentar arreglar nuestra amistad.
La emoción no me dejaba hablar.
- Jero, ¿que te pasa? estás llorando. ¿Porqué? No llores hostia que se me hace un nudo en la garganta. Tenía que haber ido directamente a tu casa en lugar de llamar y poder darte el abrazo de mi vida. Quiero que me perdones...
- Cállate, no hables de perdones, porque el que tiene necesidad de ti, soy yo el que tiene que echarme a tus pies y besartelos - sentí que dentro de su pequeña jaula mi pene pugnaba por crecer y el plug presionó donde tenía que hacerlo y sentí una placentera punzada que hizo que sintiese como me humedecía el calzoncillo - y besarte los labios y entregarme a ti.
- ¿Jero, eres tú, que te pasa? Has cambiado. ¿Puedo verte? estoy aquí en la ciudad. Dime dónde y pido un Uber ahora mismo.
- Te lo mando. Han cambiado muchas cosas. Cómo has localizado mi número.
- Ahora hablamos.
Fui al dormitorio y abrí el cajón de la mesilla. Allí en una cajita de cerámica tenía la llave de la jaula del pene. La cogí, la abrí y saqué la llave la tuve unos segundos en la mano y la volví a guardar. Me bajé el pantalón corto de estar en casa y me toqué el tapón anal. Hacía un año que por orden de mi Máster no me lo podía quitar más que para cagar y para que él y solo él me sodomizase o quién él indicase. Debería llamarle para informarle de que un hombre venía a mi casa. Él no sabía que yo atesoraba una llave del candado de la castidad. Si se enterase sería terrible. Me estremecí de pensarlo. 
Al poco de jurarle esclavitud hicimos una redada y una puta que yo conocía consiguió que me corriera sacándome el tapón que llevaba y metiéndome un estimulador eléctrico. Se lo confesé y fue terrible. No dijo nada, me dijo que le acompañase y me llevó a un especialista. Me pusieron un Frenum y un Príncipe Alberto. Tuve que pedir una semana de mis vacaciones porque sabía que al día siguiente me aplicaría mi castigo durante siete días. "No mereces llevar esa jaula de castidad ni el tapón. Mañana a las diez de la mañana aquí" Fui a Comisaría para hablar con el comisario y pedirle una semana. Me debió ver tan apurado que me dio una semana sin sueldo. " No sé qué te pasa, pero las vacaciones cuando toquen las necesitarás".
A las diez estaba en casa del Máster. Me tuve que desnudar allí mismo, y allí mismo me colocó las pinzas de pezón y una cadena engarzada en el Príncipe Alberto y sujeta con candado. Todo de una forma desapasionada. Mi Máster era así. Su única vestimenta eran unas polainas de piel dejando descubierto sexo y nalgas. Dos anillos en cada pezón de ocho décimas le hacían centro de las miradas. Tendría, nunca hablaba de él, unos sesenta y cinco años, era enjuto y de su glande colgaba, como si fuera un príncipe Alberto un candado grande y pesado, lo que hacía que su largo de pene fuera considerable, los huevos siempre con su extensor en raiz de tres pulgadas en acero y su ano nunca tuve oportunidad de verlo. Mi anhelo era estar horas besándolo, lamiendolo, pero nunca me lo ofreció.
Me llevó a una habitación que nunca me había mostrado. Interior, nunca le entraba luz. Era su cuadra de recuperación. Allí es donde sus pupilos sufrían las consecuencias de sus desórdenes. Entramos y encendió una luz mortecina que me permitió ver otras dos figuras humanas cerca de una pared. Enganchó la cadena de mi pene a una argolla de la pared y le dejó el largo justo para que pudiera sentarme, como alcancé a ver a los dos otros que allí habían. Me dijo que podría, si quería, sacarme el PA y liberarme, salir, vestirme y marcharme para siempre jamás. O esperar allí el castigo, la penitencia por haberme saltado sus órdenes, no mandatos, el ordenaba, ponía orden en mi vida para que fuese feliz con quién yo era, conociéndome. Y allí estuve una semana con un mendrugo de pan duro y una escudilla de agua. Meabamos y cagabamos allí. Siempre a oscuras. Estábamos lo suficientemente cerca para olernos, pero no para tocarnos. Oliamos a cerdo, como si una Circe, en la oscuridad nos hubiera transformado. Un día vimos abrirse la puerta y entrar el Máster a liberar a los otros dos que inmediatamente se arrojaron a sus pies a besarse los, luego se voltearon y expusieron sus bolsas escrotales y el maestro les golpeó alternativamente durante un rato sin que se escuchase un gemido ni un intento de evitar el castigo. Cuando acabó de castigar los huevos les ordenó que salieran y limpiaran lo suyo. Lo hicieron y dejaron mi sitio como estaba de sucio. Nadie hablo, nadie se despidió. A los dos días lo mismo conmigo. El castigo en los huevos me dolía tanto que deseaba desmayarme pero me reconfortó y aún más que cuando salía a cuatro patas a su lado me acarició la cabeza y me dió una palmada en el culo, me dijo: "perro bueno" Después de limpiar la habitación, me colocó el dispositivo de castidad y el tapón anal. "Espero que todo se haya ordenado en tu vida, vete. Y no tardes cuando te llame"
Marqué su número. 
- Máster soy su perro desobediente. Un amigo al que hacía cinco años que no veía, viene a mi casa. ¿Me da permiso?
- Esperale en la calle y ven a la perrera. Aquí, como lo que eres te verá.
Colgó el teléfono y no dió opción a más.
Un estremecimiento de placer me recorrió el cuerpo. Mi Maestro iba a conocer a Goyo.
Vi bajarse a Goyo del Uber. Estaba espléndido, había ensanchado de hombros y esculpido su cintura. Desnudo tenía que ser de revista. 
- ¡Vaya! Que honor que bajes a recibirme a la calle.
- Goyo - me emocioné y me abracé a él - no es lo que piensas. Vamos para el coche.
- ¿Que pasa, no quieres que suba a tu casa? Pues que sepas que estoy más salido que el pico de una mesa.
- No es eso. En el coche te cuento.
Llegamos al garaje. Allí, protegidos en parte por el coche me abrí el vaquero y relució el brillo de la jaula de castidad.
- Ahora, mete la mano por detrás y tócame el culo.
Me deslizó la mano por dentro de la cinturilla del pantalón y con prevención palpó hasta que dió con el tapón. Lo evaluó con los dedos y sacó la mano. Luego llevó la mano al dispositivo y lo tocó, tomo las bolas en la palma de la mano, sopesó y retiró la mano.
- ¿Y esto Jero? - mientras volvía a vestirme le conté - vamos a casa de mi Máster. Me ordenó que nos viésemos en su casa. Me indicó específicamente que no nos viésemos en mi casa. Por eso vamos a la suya.
- ¿Cuanto tiempo hace que llevas eso?
- Algo más de un año. El tapón me lo quito por las mañanas, para cagar, que como poco, como ves. He adelgazado. La dieta del Máster es estricta. El tapón es ya de 2 pulgadas de diámetro y cinco de largo. Empecé con tres y medio de largo y una pulgada de diámetro. La que llevo ahora me ha costado, sobre todo sesiones de ballbusting, porque no la toleraba y me la quitaba, pero se lo tenía que contar a mi Máster. Con mi Máster solo hay orden, o sea, verdad. No tolero mentirle. Soy feliz como nunca estando desnudo delante de él sometido a su voluntad. La meta es dejarlo todo y ponerme a su servicio por completo.
- ¿Has consentido en perder tu libertad?
- Al contrario, con toda libertad elegí ser su siervo, esa es mi libertad. Solo tengo que obedecer y he descansado. He recuperado el sueño, no tengo accesos de ira, como antes, no tomo ansiolíticos. Soy feliz. Él es el que comanda mi vida y yo solo tengo que estar pendiente de sus deseos.
- ¿Es muy duro contigo? - preguntó preocupado -
- Es justo con lo que merezco.
Le conté la semana que estuve estabulado con otros dos y la forma de sujetarme a la pared. Y cómo me puso el Frenum y el PA. El castigo de testículos al final y como se lo agradecí.
- ¿Cómo le agradeciste la paliza en los huevos?
- Siendo su urinario.
- ¡Joder Jero! eso lo he visto en algún porno pero nunca habría imaginado...
- Tu no sabes el control que me da ser siervo sin voluntad - hice una pausa para dejarle intervenir pero no quiso. Se removió en el asiento colocándose su rabo - te ha puesto cachondo ¿verdad? y no me salgas con excusas.
- Si. La verdad es que si.
- Cuando lleguemos procura no hablarle y menos tocarle, si él no te invita. Al llegar tiene una especie de esclusa donde hay que desnudarse del todo. Porque él dice que lo que no miente es el cuerpo y le gusta observarlo. Tampoco hagas ningún comentario del candado que le cuelga del capullo. Haz todo lo que él te diga o si quieres lo que me veas hacer a mi.
Aparqué el coche en la calle del chalé en el que vivía. Llamé al timbre y el piloto de la cámara de circuito cerrado se encendió. La cancela se abrió y pasamos. La puerta de la vivienda de una sola planta estaba entornada y pasamos a la esclusa. La puerta estaba cerrada. Nos desnudamos los dos y Goyo se quedó con el teléfono. La voz del Amo resonó
- Dile a tu amigo que desnudo es desnudo. Del todo. Ya sabes que supone eso para ti. Ese desorden tiene penitencia.
La puerta se abrió y pasamos a una amplia estancia muy penúmbrosa. El Máster estaba sentado en un sillón alto de aspecto cómodo.
Me puse a cuatro patas y me acerqué como lo que era, un perro fiel. Le besé los pies y él me empujó hasta hacerme caer a sus pies. Le seguí besando. Goyo seguía de pie. El maestro le tendió la mano.
- Usted es Gregorio. Conozco toda su historia. Acérquese.
Se levantó de su sillón y palpó todo su cuerpo, los pliegues, las bolsas y el pene que empezó a crecer.
- Perro, lamele el sexo a tu amigo, supongo que lo estarás deseando.
Volví a besarle los pies y me acerqué a Goyo que empezaba a gotear de excitación. Lamí primero y luego me metí toda la polla en la boca. Vi de reojo que el maestro cogía la bola. Ya sabía que iba a suceder.
La "bola" era una esfera del tamaño y peso de un balon de balonmano que llevaba un mango unido como de un metro. Llevaba un asa que se ponía en la muñeca para que no se cayera. Levantaba la bola y la dejaba caer impactando con la fuerza según la altura desde donde la dejase caer. Me iba a castigar los huevos mientras disfrutaba de mi amigo. Goyo gimió al ver lo que me iba a hacer.
- ¿Tu quieres también Gregorio? No sufras. El perro lo acepta, lo quiere. Está gozando dandote placer, pero el sabe que el reverso de la moneda es moneda tambien. El goce que le da la boca se contrastará con el dolor de los huevos. No me extrañaría que antes de que te corrieras el me pidiese mas fuerza. El dolor tambien le ayuda a controlar su erección que por no poder desarrollarla se vuelve muy dolorosa. Cuando te corras, haremos tiempo, tomaremos algo, te recuperarás y podrás  follarle. Se que lo estabas deseando.
Yo sabía que Goyo era pasivo desde siempre. Sencillamente no la puede meter porque se le baja. Algo debió notar el Maestro porque chascó los dedos.
- ¡Claro! Debi suponerlo. Eres pasivo, pasivo. No hay problema. Yo te follaré a ti y el perro te limpiara con su boca. A él le gusta. No sería la primera vez ¿verdad? - me rascó la cabeza mientras yo mamaba la polla de Goyo como se hace a los perros - ¡ah! ya veo, te vas a correr, te ha excitado pensar que tu amigo te va a limpiar de lo que salga de tu culo cuando yo te folle.
Efectivamente, Goyo, inhaló por el orgasmo que se le venía y me sujetó la cabeza entre sus manos y empezó a follarme la garganta, tan profundo metía. Senti nausea, pero estaba acostumbrado a cohibirla y aguanté. Empecé a sentir su semen resbalar hacia dentro y consideré que acababa de culminar una de las metas de mi vida: pagar una importante deuda que tenía con mi amigo, y aun no había terminado.
Cuando se escurrió por completo el Maestro le reclamó.
- Ven Goyo, hazme un favor. Tienes un cuerpo muy bonito. Sabes cuidarte. ¿No te gustaría que fuese tu Maestro? Mientras decides, ayúdame a quitarme el PA de castigo. Me va a encantar follarte - y dirigiéndose a Jero - Perro ve a la cocina y preparanos algo de comer mientras vamos conociéndonos - y no querrás que te meta el candado.
Cuando volví de la cocina con un par de sandwiches, y dos cervezas Goyo estaba chupándole el capullo al Maestro, intentando meter la lengua por el agujero del candado mientras él pellizcaba los pezones a Goyo.
- Perro, no hay pasivo al que no le enloquezcan sufrir los pezones. Y yo sé cómo hacerlo para que él solito sin que yo haya insistido nada, se haya tirado a lamer mi gran capullo. Casi se me ha puesto dura.

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