viernes, 2 de julio de 2021

POLI (y 7)

 

- Déjame que te diga que lo siento Jero, me duele en lo más hondo.
Camino del hotel donde Goyo se iba a quedar por indicación de mi Maestro "quedarse en tu casa, perro, supondría la denuncia de nuestro contrato y no volver a verte nunca jamás. Y ahora sigue comiéndote lo que tu amigo te regala por su culo y que yo le he dado"
- No tienes que sentir nada, Goyo. Yo no lo sabía porque estaba ciego de soberbia de macho, pero mientras comía lo que salía de tu ano después de sodomizarte mi Maestro, era lo que de verdad quería desde aquel día en el instituto que te acercaste a mi. Me he sentido recompensado por todo lo mal que lo he pasado todos estos años. Iba de mujer en mujer y no cuajaba con ninguna porque a quien buscaba era a ti. Me enamoraste en aquel momento pero me lo negué. Y tú eras Sebastián, y Ramón y la puta con la que follamos juntos. Fui tan feliz follando aquel día porque tú estabas a mi lado y no me daba cuenta, creía que era la mujer la que me excitó tanto, cuando la realidad es que era tu presencia, tu olor, tus jadeos y tus roces lo que me excitaba.
- Pero, de verdad Jero, que no puedes subir a mi habitación y dejarme que te bese todo el cuerpo. No necesito ni que te quites la jaula esa. Déjame al menos que pruebe a ser activo contigo. Estoy seguro que podré. Te quiero tanto que imagino que te follo el culo y me empalmo - se tocó la bragueta cogiéndosela a través del pantalón para que viese su bulto - tócame un poco, por fuera nada más.
- Se lo tendría que confesar al Maestro, Goyo y no sé hasta donde llegaría el castigo.
- Por favor, amigo - me pasó la mano por los pezones y se retiró - ¿Llevas puestas pinzas?
- Y son de castigo, con dientes que se clavan en el pezón. Me las puso el Maestro mientras tú te vestías. Me dijo "Se que vas a caer, le quieres demasiado. Estás pinzas son un regalo para ti, que no se te olvide que no puedes tener sexo con él si yo no lo autorizo, y aún estás muy verde para poder mantener esa relación sin perder tu verdad, tu orden. Después, ya sabes que sigues siendo libre y que cada acto de libertad tiene un precio. La libertad no se regala, se compra, con dinero, sangre o con la vida. Intenta no caer. Si caes, se que me lo confesaràs"
- Al menos, acompañame a la habitación, que me instale estos días y luego nos tomamos algo en el bar.
Estacioné el coche en la puerta del hotel y saqué la maleta que él creía que se quedaría en mi casa.
- Sube. Por favor.
La mirada líquida de Goyo acabó por derribar todas mis defensas. Haría uso de mi libertad y afrontaría las consecuencias.
- Te acompaño - y la cara de mi amigo se iluminó.

Había transcurrido una semana sin que yo hubiese dado señales de vida a mi Maestro ni él intentase localizarme. Goyo insistió en que solicitase traslado a su demarcación, me tentaba, pero no sin antes tirarme a los pies de mi Maestro y rogarle el castigo que merecía por mi desobediencia.
Estaba delante de la cancela de su casa. Antes siquiera de llamar se encendió el piloto del circuito cerrado y habló.
- Los perros desobedientes no merecen más que patadas y no llevan ropa. Gánate entrar. Desnúdate sin preocuparte que llevas en los bolsillos. Despojate de todo lo que lleves y tiralo al contenedor de basura, incluidas llaves del coche, que hay al final de la calle y luego espera a que yo considere que te has ganado el premio de entrar - y se apagó el piloto rojo del circuito cerrado de televisión.
Hice todo lo que me ordenó y ni siquiera me planteé que no podría irme en esa situación, no vacilé, estaba en sus manos y lo aceptaba como bueno. Volví a su cancela y me senté a esperar. No me incomodaba estar desnudo. Pasaba alguna gente, poca, el barrio estaba apartado y era casi privado, miraban y movían la cabeza a derecha e izquierda. Se avecinaba el otoño y empezaba a hacer frío. Empecé a tiritar y a castañetear los dientes. Cuando empezaba a declinar el día, llegó a la puerta un hombre de mediana edad delgado con un gran danés. Me dió una patada mientras decía "Aparta chucho" y me senté en la acera. Entró y la cancela se volvió a cerrar. Al cabo de una hora más o menos, noche cerrada ya, la cancela se abrió.
- Entra perro y espera en el porche con el otro perro.
En el porche estaba el gran danés que llevaba el hombre que entró antes, echado a la puerta. Yo me eché a su lado para recibir un poco de su calor. Me reconfortó. El perro empezó a olerme la entrepierna y el culo. Hice lo que me dictó el instinto; levantar la pierna para que el perro me lamiese los huevos y el culo y entonces mientras yo disfrutaba de la caricia el gran danés levantó su pata exponiendo su sexo y su culo. No lo pensé, hundí mi cabeza entre sus patas y mi lengua salió de mi boca de forma automática. Lamía huevos, culo y sexo hasta que empezó a asomar su pene rojo, duro y húmedo de entre su funda de piel. Le dejé entrar en mi boca y el perro se sintió muy concernido porque se levantó y me empujaba con el hocico para que yo me levantara también. Ya sabía lo que iba a pasar y era una de mis fantasías mas vergonzantes, pero me maravillé de la sabiduría de mi amo, tanto quería que me humillase hasta el límite como que supiese disfrutar de esa humillación. Me regalaba la aceptación del castigo que comenzaba humillandome como se hace con un perro. Me puse a cuatro patas, hice un poco de fuerza y el tapón anal salió despedido. El animal me montó como si yo fuera su perra, que en ese momento lo era y noté como su pene duro como el hueso que lleva dentro tanteaba el coño de su perra hasta encontrarlo y entonces aplicó toda su fuerza animal y me sentí como si me desollaran, pero el perro insistía en su fecundación. Las uñas de sus patas me arañaban los hombros haciendo fuerza para entrar profundamente hasta que de pronto se detuvo paso una mano por encima de mi espalda hasta poner su culo contra el mío. No se podía salir, había engrosado la parte de su pene equivalente a mi capullo que hasta que no eyaculase dentro no sé separaría. Pero si se iba a separar. Yo tenía el ano tan dilatado de los tapones de tres pulgadas de diámetro que con hacer un poco de fuerza saldría.
Y en ese instante que el gran danés hizo el nudo se abrió la puerta.
- Mira, tu perro a montado a mi perra. Pero es una lastima que se pierda ese semen. Mi perra es estéril. Mejor que descargue el tuyo por la boca - el dueño del perro lo sujetó y mi maestro me pateó con fuerza el culo y el nudo salió de mi culo con no demasiada dificultad - que no se derrame una gota, perra - me gritó.
Me volví con presteza y atrapé el capullo del perro con la boca hasta que sentí como empezaba a eyacular. El maestro se dio cuenta de mi náusea y me pateó los huevos.
- Traga, perra, no vales para más.
No cesó de patearme los huevos hasta que el gran danés terminó. Me dolía pero me era familiar. 
- Bueno, Maestro, le dijo el hombre, ya me voy.
- Gracias por todo Álvaro, tienes un perro bien entrenado, no como ésta - volvió a darme otra patada en los huevos - que solo sabe desobedecer.
Con otra patada, esta vez más fuerte, me hizo pasar dentro de la casa. Me refugié como lo haría un perro apaleado detrás del sillón del Maestro y allí como un perro de verdad, abrumado, esperé mi castigo.
- Esa zona de mi casa no la conoces - dijo con mucha tranquilidad sentándose en su sillón - pero ahora te la voy a enseñar, después de que yo te de permiso para hablar, te creas que eres un hombre y me cuentes el porqué de tu desobediencia, de tu silencio. Te has desordenado con tu amigo, de eso no tengo duda, pero quiero que me lo cuentes tú, que sientas la vergüenza de decírmelo tú. Sal de ahí detrás y ven delante de mis pies, ponte sobre tus rodillas y mirándome a los ojos, habla.
Empecé a llorar de gratitud a mi Maestro, ya había aceptado que me iba a castrar como mínimo con un elastrator y a sustituir la jaula por un enclaustramiento total con sonda para orinar. El pene desaparecería para siempre quedando reducido el capullo a un tamaño de clítoris. Sin huevos y con clítoris comenzaría conmigo el proceso de feminización que terminaría con mi solicitud de cambio de sexo. Ello supondría perder todo mi soporte social y quedar como una rabiza trabajadora de sexo para él. Pero me daba permiso para hablar. No omitiría nada.
- Habla ya. Tienes hasta el alba -  y me enseñó la tenaza de elastración.
- Con su permiso Maestro. Se que soy una perra de la peor especie, pero ahora sé que amo.
Cuando salí de aquí con Goyo, le llevé a un hotel. Me insistió tanto que se me partía el alma de negarme a tener sexo sin su permiso. Pero no fueron sus argumentos. Cuando saqué su maleta del coche, me miró de una manera, que como dicen que la vida entera pasa delante de nuestros ojos antes de una muerte traumática, que vi de pronto todo lo que habíamos vivido juntos pero desde su barrera, no desde la mía. Por una milésima de segundo fui él y sentí lo que sintió él en cada encuentro. Supe lo que sintió cuando me vio intentando ser trasparente al salir al patio y como en ese momento se le abrió y corazón y me acogió, sentí como si fuera él cada vez que le daba la espalda cogiendo por la cintura a Ana o a cualquier otra, se le rajaba el alma cada vez que prefería irme con una niña. Supe como le saltaba el corazón de alegría cuando consiguió el cambio de habitación, la felicidad extrema cuando creyó que yo decía lo de ser novios de verdad y como lo devasté como si le tirase díez toneladas de napalm cuando le llamé con rabia, maricón y resulta que el único maricón era yo que me escondía detrás de una careta de conquistador y consumidor de mujeres. Vi en sus ojos un alma destrozada, pero sin renunciar al amor que me tenía. Cómo sufrió cuando fui al comedor a pedirle explicaciones delante de todos y él no quería que se supiese nada para no perjudicarme. Puse en un instante la obediencia que le debo a usted Maestro y el amor con el que él una vez más se iba a ver rechazado que en ese momento me hice cargo de que si tenía que perder la vida sería después de hacer sentir toda la felicidad del mundo a Goyo. Y si, subí a la habitación, pero no sin antes irme a casa a coger la llave del candado que conservaba. Si, ese es otro pecado, quizá el más grave, pero ya me da igual. He sentido el amor y la entrega de Goyo en mi carne durante una semana. Le he sentido dentro de mi cuerpo porque nadie es pasivo o activo, usamos el sexo para expresar nuestro amor al otro, y el quería meterse dentro de mi y darme su ser, para que su vida fuese mi vida y así durante la semana hemos vivido una luna de miel inconcebiblemente feliz. ¡Yo no sabía que era la felicidad! Con Goyo la he conocido y si mi castigo tiene que ser una mazmorra en el centro de la tierra, ¿que más da? Esa vida que llevo dentro que es sentir un amor tan intenso no la puede domeñar nada, ni nadie. No se puede enturbiar con todos los castigos del mundo. Me puede quitar la vida. De acuerdo, me entrego, Maestro. Tiene gracia que fue él, Goyo, el que me convenció para presentar la solicitud de policía. Ahora soy un poli que se creía alguien y no soy más que alguien que se ha saltado su propia ley toda la vida. La ley de no esconder la verdad. Soy, en realidad, más perro que poli.
- Ya no te hago falta. Ya eres un hombre, no un perro. Has reconocido el amor dónde estaba y no te has avergonzado, finalmente, de reconocerlo. Sal de aquí. Ya no tienes sitio en esta casa. En tu vida hay orden ahora.
Me levanté y me dirigí a la puerta.
- Espera - me dijo - dame un abrazo. Estás desnudo. Coge una gabardina de la salida. Seguramente ya han recogido la basura. Roba tu coche, al fin y al cabo eres poli y tienes que saber, y que el portero de tu casa te abra la puerta. Que seas muy feliz con Goyo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario