miércoles, 30 de enero de 2013

LA VENTANA VII - FINAL




III



Cuando consideró que meterme el brazo hasta el sobaco una y otra vez era suficiente para prepararme me volvió a dar un palmetazo en los huevos y después un beso en lo quedaba de ano, que era más bien como un sexo monstruoso de mujer acabada de parir, me preguntó si estaba preparado.
- Es lo que más deseo Oscar.
- Eres consciente de lo que se trata. Es el placer total, lo sabes.
- Lo que más deseo, pero antes quiero que una vez más me metas el pie en el culo, a solas, de ti para mí, sin cámaras, para sentirte mío, Oscar, solo mío.
Me besó suavemente los labios, como hacia años que no lo hacia y mi pene, desde hacia años también, empalmó con pujanza de juventud.
Oscar se descalzó la bota de montar que llevaba y antes de meterme el pie en el culo me pateó con la dureza que sabía que a mi me gustaba en los testículos. Luego sin demasiadas precauciones fue perdiendo su pie y su tobillo dentro de mí. Empecé a correrme como nunca y el placer fue tal que perdí el conocimiento. Cuando lo recobré ya estaba atado en el bastidor rodeado de gente desnuda, con copas en la mano y ambiente festivo, reconocí a algunos y algunas, sabía que eran duros e inmisericordes. Llevaban unos, azotes en las manos y otros, varas de avellano. Había cubos con pinzas chinas y muchos metros de cuerda. Me recorrió un escalofrió la espina dorsal. Acababa de comenzar la cuenta atrás. Cerré los ojos y supe que sonreí beatíficamente. Al fin todo iba a terminar. Ya era la victima del sacrificio, esperaba que durase una eternidad.


Estábamos Braulia y yo medio tirados en el sofá viendo películas de sexo extremo en las que se sucedían las escenas más crueles y salvajes que nadie pudiera contemplar. Pero cuanto más salvajes y más piedad pedían las victimas que aceptaban, supuestamente de forma libre el correctivo más nos excitábamos los dos. Nos acariciábamos los sexos hipnotizados por la imágenes sin consentirnos alcanzar orgasmo alguno esperando la visita de Oscar. A eso de las cuatro de la madrugada, llegó Oscar seguido de unas siete personas más y toda una parafernalia de equipos de imagen y sonido. Instintivamente intenté taparme el sexo, pero viendo que ni Braulia hacía el menor movimiento evasivo ni los demás parecían interesados me relajé.
Colocaron los focos y los trípodes de las cámaras estáticas.
- ¿Solo aquí, o vamos a rodar en el dormitorio también? – preguntó de forma profesional uno de los técnicos a Oscar.
- No, es tarde ya, aquí. El dormitorio lo dejamos para mañana – y dirigiéndose al fin a nosotros por vez primera se disculpó – es que estábamos haciendo un rodaje de sexo callejero y pasaba demasiada gente, hemos tenido que esperar hasta tarde.
- ¿Te dedicas al porno? – pregunté con extrañeza.
- Por afición, no por negocio, lo que pasa es que se me da tan bien, me gusta tanto que las pelis me las quitan de las manos, tienen mucha salida y no se gana mal. Sin ir más lejos lo que estabais viendo es mío, es bueno, ¿eh?, os ha puesto cachondos.
-Estábamos a punto de corrernos por tercera vez – terció Braulia.
- ¿Por tercera?, joder, que queréis, ¿reventarme el metraje?, espero que os quede algo para mí – dijo esto en tono admonitorio al tiempo que comenzaba a desnudarse.
No sabría decir porqué, pero en cuanto vi a Oscar desnudo con su pene ya erecto dando instrucciones técnicas al personal, no pude reprimirme y me arrodillé delante de él y lo que pocos días antes me había repugnado hasta el vomito lo deseé de la forma más natural. Empecé la felación y él dio orden de comenzar a filmar con un “acción”, que me sonó profesional, muy frío e impersonal, pero su pene no me decía lo mismo. Sentí como me crecía su capullo en la boca y me recriminé no haber llegado a este punto anteriormente.

Creí que aquello era la muerte y se me antojó incomoda y sorprendente. Acababa de hacer el descubrimiento del siglo, estaba muerto y sin embargo experimentaba la desagradable sensación de la incomodidad. Abrí los ojos esperando no ver más que la oscuridad de una caja de madera y palpar el raso de un ataúd barato, pero me hirió los ojos una débil luz, tenua y lejanamente celeste, fría. Palpé el entorno y el tacto era de tela recia, nada que se me asemejase al concepto que yo tenía de lo que debería ser un féretro guarnecido por dentro. Intenté moverme pero un macarrón de plástico me ataba a un sistema de goteo y al tocarme los genitales con la otra mano, me disgustó reconocer que estaba sondado. Ya no había duda, aquello era un hospital, la fiesta no había terminado como yo había previsto porque no sentía por ninguna parte de mi cuerpo laceración o contusión alguna. Entonces escuché una voz amiga.
- Menudo susto nos diste – era la voz de Oscar que se timbraba de preocupación y deseo de consolar.
- ¿Qué pasó? Lo último que recuerdo es a toda la gente disfrutando y yo en el cadalso para el sacrificio final
Me di cuenta que me costaba articular las palabras y no pensaba a la velocidad que hubiera querido. Estaba cansado y de improvisó comenzó a sonar una chicharra de desagradable redoble, la habitación se llenó de gente y volví a caer en un sueño profundo.
Cuando volví a despertar estaba solo. Intenté abrir los ojos pero me fatigaba el deseo de hacerlo. Sentí abrirse una puerta y una mano cálida que me estrechaba la mía.
- Te ha repetido Antonio. No intentes hablar ni recordar. Todo se arreglará, cuando salgas te lo contaré todo.
Adiviné un aliento familiar cerca de mi cara y recibí un beso de cariño en la mejilla que olía a tabaco, especias y madera. Solo Oscar olía de esa manera. Me sentí por primera vez desde que entendí que no estaba muerto confortable, feliz y satisfecho.

Cuando terminó el rodaje de la película estaba exhausto, pero no por eso harto, le pedí a Oscar continuar hasta el desfallecimiento total.
Desde aquella noche en casa de Braulia las sesiones de filmación habían sido interminables. La sordidez y el vicio que se representaban, era tan real que la cotización de las cintas subió como la espuma. Yo no interpretaba en aquellas maratonianas sesiones, yo gozaba hasta el extremo llegando a fornicar con animales y hacer toda clase de excentricidades. Llegué a necesitar que el pequeño asno que se introdujo en alguna de las películas me sodomizase a diario.
- Ya era rico con el dinero que me dio la vieja Soberana por hacerle realidad todas sus fantasías, pero es que contigo me estoy haciendo doblemente rico y tu, de paso también.
Estaba sobre un sofá manchado de semen de varios de los actores de la filmación que acaba de terminar, rendido, me habían sodomizado uno tras otro sin pausas en la filmación, pero con ganas de continuar. Estaba entregado al sexo total. Quería sentir que existía después, cuando se iba la conciencia a otros mundos. Tenía la impresión de que si sucedía en medio del placer mas intenso pasaría a otro nivel en el que placeres serían de distinto color, más llenos, menos monótonos.
- El dinero no es nada Oscar, solo existe algo de valor eterno y es el sexo a turno completo, el sexo hasta la finalización del hálito postrero.
- Ya, ya, pero tu conduces un Ferrari – me contestó medio en serio, medio en broma.
- ¿Y qué?, no vale para nada, no puedo sentirme poseído por él, como cuando me dan por culo, que me siento ensartado, sometido, a merced de otra voluntad y me deleito gustando lo extremo de la docilidad que he de ofrecer ante las penetraciones mas abruptas, más salvajes. Necesito ser esclavo, el vértigo de la sumisión me marea.
- Siempre lo supe. Desde aquel día que te presentaste en casa de Soberana. Serías un vicioso, eras un degenerado vicioso, solo te hacia falta descubrirlo dentro de ti para sacarlo a la luz y desarrollarlo, dejarlo crecer hasta que fuese más grande que tu y te consumiese en el fuego de la lujuria.
Solo escuchar a Oscar mientras el personal recogía el material hizo que volviese a sentir una erección gratísima.
- No me lo pidas así, verbalízalo, deseo escucharte como me suplicas que te regale mi semen, me excita como nada – se acercó hasta quedar a centímetros de mí el glande terso y escarlata de Oscar.
- Déjame que me beba tu semen, alimenta mi espíritu con tu licor animal, deseo pertenecerte sin que me ames – le respondí con un estremecimiento de lujuria, en el extremo de mi deseo de ser vejado.
Me senté en el sofá y Oscar me introdujo su pene enhiesto que asomaba por su bragueta hasta lo más profundo de la garganta haciéndome atragantar y babear de forma abundante. El electricista que se afanaba recogiendo los cables, de forma cansina nos lo reprochó.
- ¡Joder!, ¿no os cansáis?, no seáis más agonía que mañana tenemos sesión en el bosque y va a ser más de lo mismo. Descansad.
- Anda, envidioso, termina de recoger y lárgate. Y mañana a las seis, recuerda – le dijo Oscar sin siquiera mirarle y sin dejar de embolarme el pene tieso en la boca.
El de la electricidad se marchó renegando entre dientes.
Cuando Oscar acabó y yo me relamí del semen eyaculado, me dijo que me invitaba a una copa. Acepté encantado.
Me llevó a un local que yo no conocía, en las afueras. Lo servían unas autenticas diosas provistas de un exquisito y mínimo tanga; ninguna alcanzaría más de los veinticinco.
- Esto si que son hembras, ¿eh, Antonio? Y no las guarras de las pelis. Además todas aficionadas que se pagan los estudios o los caprichos, hacen lo que las pidas y no fingen. Vamos a llevarnos a un par, a gozar de verdad, y de paso las enseñas como se hace una mamada de profesional.
- Espera. De acuerdo, ahora vamos, si eso te apetece tanto, pero antes, delante de esta malta de tantos años voy a pedirte algo.
- Lo que quieras. Dispara.
- Júrame que me dejarás gozar del sexo, del dolor y del deseo hasta la expiración, en una sesión de sexo en grupo, sin límite, en la que la victima del sacrificio sea yo y en la que todos se produzcan sobre mi persona sin miedo al desenlace final. Quiero acabar mis días hecho sexo en carne viva.
Oscar me miró con una expresión grave que no le había conocido nunca, guardó un silencio como de respeto, litúrgico, de reverencia hacia una decisión tomada de forma libre, una celebración sagrada que se consuma comulgando con un güisqui como sacramento. De repente relajó la musculatura mímica, comprendió mí suplica, desplegó toda su sonrisa mas cautivadora y solo contestó: “Lo juro”, y estaba comprometiendo en ese juramento su  vida entera; le conocía.
- Ahora ya podemos elegir un par de chicas – le dije como si no hubiese pasado nada.
- No, déjalo Antonio, de verdad, es tarde – no abandonó su sonrisa seductora, pero ahora me parecía una mueca triste y cínica – y mañana recuerda que tenemos trabajo en el bosque y allí ya sabes que siempre es más penoso rodar. Te llevo a tu Ferrari.
- Antes de eso – los vapores del alcohol enturbiaban la mirada de Antonio y empastaban su dicción - espera Oscar. Nunca me llegaste a contar tu historia con Arturo, recuerdo perfectamente como me dijiste que la polla te podía oler a coño de Braulia o a culo de Arturo. Tu tuviste una historia con ese tío al margen de Soberana, no me lo puede negar.
- Ahora es tarde Antonio y mañana hay que filmar temprano, luego se llena el bosque de espontáneos y todos se creen que son actores cuando apenas saben hacerse una pajita.
- Pero mañana me lo tienes que contar, promételo.
- Lo prometo – y Oscar levantó cinematográficamente su mano derecha mientras se llevaba la izquierda al corazón – Lord Protector.
Reímos los dos de lo lindo con la ocurrencia y cuando me dejó otra vez delante del estudio para recoger mi coche, me recomendó finalmente que me llevase el todo terreno al bosque.
- Filmaremos bien dentro, en la espesura y el Ferrari no va a poder llegar.



- Cuando abrí los ojos me encontraba bien, me sentía con fuerzas. Entró una enfermera mayor y abrió la ventana.
- Que entré la gracia de Dios, Antonio. ¿Se encuentra mejor, verdad? Le han colocado cuatro muelles.
- ¿En el colchón? – pregunté con sorna.
- Ya tiene ganas de broma, eso es buena señal, ahora vengo a tomarle la tensión. Luego vendrá el médico. Me parece que le pasan a planta.
Hice repaso de todos mis miembros, explorándome mentalmente por ver si mi cuerpo se encontraba en condiciones de volver a ser violentado. Me llevé la mano al ano y lo encontré grande y dilatado. Me introduje cuatro dedos y me complací en ello. Sentí que el pene respondía al envite y crecía en torno a la sonda. Eso me excitó aún más. Nunca había sido sondado como parte de una sesión de sexo y ahora al estar sondado y empalmado encontré un registro nuevo a mi demencial pasión. El pene hacia resalte en la sabana que me cubría y gocé viendo como mi cuerpo reaccionaba.
Entró el médico.
- Vaya, ya veo que está muchísimo mejor – sin dejar de mirar el bulto exagerado que dibujaba un montículo a la altura de la entrepierna – ahora dentro de un rato, una vez que se le pasen esos vapores que le aquejan, le van a retirar la sonda y luego le pasaran a planta. Los análisis y las pruebas que le hemos hecho son ya normales y en la UCI hacen falta camas.


Oscar tenía razón, la zona del bosque escogida para la filmación era espesa, a la que se llegaba por caminos forestales prácticamente impracticables. Hice caso y me llevé el Cayenne que se comportó como debía, llevándome hasta el punto justo de filmación una especie de claro en el bosque presidido por un quejigo gigante del que colgaban abundante epifitas y con el suelo tapizado de helechos enanos que le daban al escenario un ambiente misterioso y de cuento encantado.
El equipo técnico ya había montado el set de filmación. Me felicité al ver al burrito de otras ocasiones yéndoseme la vista inmediatamente a sus hijares observando goloso como le pendía un miembro largo y balanceante. Cuando se pusiese duro seguramente sería para mí. Mi pene respondió a la visión endureciéndose de manera extraordinaria, sintiendo al tiempo como el ano se me relajaba y empezaba a destilar fluidos. Al desnudarme me toqué el pliegue entre las nalgas y lo noté húmedo lo que me excito aún  más y lo que terminó de ponerme en situación de rodaje fue llevarme los dedos impregnados de fluido a la nariz oliendo el perfume acre a cuerpo que reclama sexo. Luego volví a llevarme la mano al ano y me introduje todos los dedos hasta llegar a los nudillos para empezar a adecuar el espacio a la verga animal que me iba a penetrar en breves instantes con toda seguridad.
Estaba en estas cuando se acercó Oscar con un par de folios.
- Toma, es el guión, léetelo mientras llegan un par de cachas que faltan que te van a gustar. Hacen de salvajes que viven en  el bosque y violan a todo lo que se mueve sin piedad. Toma – me entregó unos harapos – ponte esto, que te lo tienen que arrancar para violarte. Uno de ellos es negro y es un “big cock”, prepárate, la tiene más grande que el borrico y le gusta sentir que hace daño. ¡Ah! y no mires con esos ojos de avaricia al borrico que es para que se lo folle el negro mientras el otro le mama el vergajo y tu solo miras sobrecogido escondido por lo que pudiera suceder que luego sucede y…, bueno léete el guión que es cortito y lo explica todo.
Me llevé la mano al pene un tanto cariacontecido de que el animal no fuese para mí y sentí la detumescencia de la decepción y cierta molestia.

Miré mi pene y observé como unas manos expertas calzadas de guantes quirúrgicos lo manipulaban para retirar la sonda.
Me acababa de despertar del sueño del recuerdo de la última filmación que hice, la del bosque. Me concentré en las habilidosas manos que me manipulaban y olvide el reciente sueño. El roce del tubo de goma al salir por el conducto me provocaba una punzada entre dolorosa y agradable para una persona acostumbrada al goce de las incomodidades que hizo que el pene comenzase a crecer otra vez. La enfermera hizo caso omiso, terminó de retirar la sonda, me cubrió y se marchó sin decir nada.
Al poco se presentó un enfermero con una carpeta bajo el brazo y leyó de forma interrogativa dirigiéndose a mi: “A ver…, Antonio…”, y no le dejé terminar.
- Si, soy yo, sácame ya de este antro, que quiero marcharme a mi casa.
- A tu casa no se, pero a la planta unos días si que te voy a llevar.
Mientras empujaban mi cama desde la UCI a la planta la voz de Oscar me resonó en la memoria. Mientras los dos cachas que tenían que penetrar al borrico y abusar de él llegaban, le recordé a Oscar su promesa. Con cierto grado de fastidio accedió a contármelo.
En realidad las cosas no habían sido exactamente como me las había relatado en un principio, pero le parecía que si era demasiado explicito conmigo en un principio nunca me conseguiría para sus propósitos de llevarme a dar gusto a Soberana que me deseaba.


Pasaron cinco días espantosos en los que nadie vino a verme. Oscar el primer día vino a decirme que se iba a Canarias a rodar en los desiertos grises de la lava cenicienta una historia con reminiscencias de historia antigua y mágica. No volvió.

Me echaron. Una enfermera me trajo una carpeta como de inmobiliaria con mucho folleto a todo color con las excelencias de llevar una vida sana y muchos papeles en los que se me sentenciaba a ser un ser sin futuro solo pendiente de lo que mi corazón quisiese mandar. Pedí un taxi y regresé a mi casa. Estaba vacía de vida y olía a muerte húmeda.
Gasté batería del teléfono llamando a Oscar, a Braulia y a todo el que se me ocurrió. El mundo debía haberse acabado o el cielo debía haberse estrellado contra la humanidad entera. Seguramente una conspiración mundial se había confabulado para aislarme y volverme loco. Harto y desesperado, llorando de rabia y desengaño tiré el móvil contra una vitrina que saltó desecha en añicos y entonces me fijé en una caja envuelta en papel marrón de embalaje. Me quedé parado, la lágrima seca y sorpresa pintada en la cara.
Me levanté despacio y alcance el envoltorio con más estupefacción cada momento que pasaba. Llevaba un marbete con mi nombre y sin dirección. No había sellos ni signos de que aquello hubiese sido enviado por ningún procedimiento. Alguien debería haberlo dejado ahí encima, esperando que yo lo recogiese.
Rasgué el envoltorio con la misma ansiedad que el niño pequeño desenvuelve el regalo de cumpleaños. Una nota cayó al suelo. Solté la caja sin fijarme en el icono que la decoraba y volví al sofá a sentarme a leerla.
“Querido Antonio. Como cuando vuelvas del hospital yo no voy a estar presumiblemente aquí, te he comprado en la Feria del sexo de Barcelona este aparatito tan curioso. Es un dildo eléctrico, que no vibra, solo da descargas en el punto en el que impacta, al introducirlo por el ano con la próstata y ello provoca, según la intensidad que ajustes de las descarga, un orgasmo continuo en un constante dolor-placer que tu habrás de ajustar a tus necesidades. Yo ya lo he probado, es lo más placentero, pero también de lo más agotador, utilízalo con tiento y espero que pronto podamos volver a trabajar y a gozar juntos. Oscar.”
Me lancé a la caja y entonces si vi la ilustración de la portada. Un dildo plástico con una de las caras metálica y algo convexa y abombada que acababa en un cordón de unos dos centímetros que se continuaba con una placa mas gruesa para bloquear la salida en el ano y colocar en posición el artilugio. Luego unos cables que surgían del aparato y que se conectaban a un reóstato en el que se cargaban cuatro pilas de 9 voltios, de las cuadradas.
Sin dudarlo me desnude y mi cuerpo reaccionó de inmediato al estimulo del dildo eléctrico aún antes de insertármelo.
Con el insertado me senté a ver una de las películas en las que yo era el protagonista y dos fornidos muchachotes me tenían amarrado fuertemente y me torturaban a base de fustas y pértigas eléctricas. Recordaba aquella filmación como muy estimulante por lo dolorosa y lo al limite que me llevó pues a mitad de filmación no pude evitar correrme y no había tiempo para recuperaciones, de manera que la parte mas dolorosa de la película la tuve que pasar sin el impulso del deseo. Lo pasé mal los siguientes quince minutos hasta que resucitó mi libido otra vez y entonces fue el placer elevado a la quinta potencia lo que sentí ante las embestidas de aquellas bestias, armados con los garrotes eléctricos que usaban sobre todo, sobre mi capullo y mis bolsas.
Al empezar a visionar la película una vez más giré con cuidado el reóstato sintiendo un cosquilleo sobre mi meato que anunciaba una inminente eyaculación. Efectivamente a los pocos  segundos en medio de unos espasmos muy placenteros empezó a salir líquido prostático que no dejé que resbalase, pene abajo, lo recogí y me llevé con fruición a la boca saboreando el salobre y pegajoso exudado. Pero el placer seguía y exigía más intensidad. Avance un poco más con la rueda del reóstato y el dolor y el placer aumentaron parejos. Vi como el capullo crecía y se abrillantaba con la tirantez de los tejidos ingurgitados sobre un fuste de pene en el que las venas se marcaban como si tuviese una banda elástica estrangulando la circulación. El pene estaba como nunca lo había visto. Hice avanzar, entonces ya de una sola vez la rueda hasta el tope final. La descarga era ahora de los veinticuatro voltios sobre el delicado tejido de la próstata a escasas micras de la pared del recto. Un calambre me recorrió entero el cuerpo y lo último que pude retener en mi memoria fue un surtidor de semen que salía proyectado a gran altura. Me sorprendió porque ni en las películas de Jeff Streiker había vista nada igual. Luego todo fue silencio y oscuridad.

De alguna manera mi cuerpo había rechazado aquel electrodo maldito y permanecía en el suelo entre mis pies. Bajo mi cuerpo había una gran mancha de sangre que empapaba el cojín del sofá. Me alarmé. Sentía ganas como de defecar. Fui al cuarto de baño pero solo conseguí orinar sangre. Fui a mi cama y me tendí, desnudo como estaba a esperar lo que tuviera que venir.

Abrí los ojos y lo primero que vi fue la cara de Oscar, con rictus de angustia. Sonreí y volví a caer en un sueño espeso.
Al volver a despertar Oscar seguía a mi lado.
- No me voy a andar con circunloquios Antonio. Te has cargado la próstata, la has electrocutado y el recto lo has salvado de milagro. Pero, y aquí va lo gordo: no vas a poder empalmar nunca más. Ha habido que llevarse por delante los nervios que hacen que se ponga tiesa la polla, para que lo entiendas…, estaban achicharrados…
- ¿Qué más? ten huevos para acabar con las malas noticias – Antonio tenía ganas de estrangular a Oscar, había disfrutado con el aparatito pero el desavío era algo más que una faena.
- No vas a poder volver a ser sodomizado, y mucho menos a practicar fisting. El medico me ha dicho que al principio las deposiciones serán difíciles y muy dolorosas; tenías el recto como un cartón, el cirujano ha intentado por todos los medios no ponerte una bolsa y así y todo habrá que esperar la evolución. No se descarta la colóstomia…, esperemos que no…
- Ya vale, Oscar, ya vale…, déjame solo, ahora déjame solo. Y no vuelvas, por favor si no te llamo. Se me tiene que olvidar y va a ser difícil…
- Lo siento – contestó compungido Oscar.
- Vete ya y no me irrites más.
 No podía llorar. Quería hacerlo, pero no podía. Estaba impactado. Toda mi vida orientada al territorio de Kundalini y la diosa se vengaba negándome su adoración, la entrega al placer más terrenal de todos, el sexo como pura genitalidad, la negación del espíritu y la asunción de la materia como única coartada para existir y ahora se me condenaba a la inacción. Como anclado a una silla, de por vida, hasta la muerte.
Me llevé las manos al sexo intentando estimularlo. Evoqué las imágenes más excitantes que pude encontrar de episodios pasados, lo más impactante, lo que más cielo me hizo beber. Conseguí desear volver a revivirlo pero mi sexo seguía muerto. Abandoné la idea de conseguir lo imposible y pensé en la cantidad de dinero que tenía disponible; no lo sabía exactamente pero tenía que ser mucho.
En el mundo de la pornografía se conoce gente interesante y rara. Me quedé pensando. Hacía unos meses un muchacho cubierto de perforaciones por todas partes, de no más de veinte años que soportaba más latigazos y descargas eléctricas en el capullo que nadie y mantenía erecciones prolongadas me dijo que cuando me quedase lisiado de alguna de las barbaridades que hacía le llamase. El tenía la solución.
- ¿Bernardo? – No tardé ni un segundo en buscar su número en la agenda del teléfono – soy Antonio. ¿Me recuerdas? Coincidimos en un rodaje Bound hace unos meses, me dijiste…
- Ya pasó, ¿no? Estaba cantado tío, eras muy bestia. Muy pasado de rosca. Todos decíais que yo esto, que yo lo otro, pero se mantener la cabeza sobre los hombros a pesar de las palizas que me meten en los rodajes. ¿Qué ha pasado?

Y contándoselo si lloré, con amargura, con dolor. Él escuchaba en silencio sin responder, solo me acompañaba en mi dolor dejándome que me explayara. Al escuchar de mis propios labios lo que había hecho me di cuenta de la verdadera dimensión de lo que deseaba y comprendí que lo deseaba de verdad.

- Así no voy a seguir. Me dijiste que…
- Estarás muy seguro, porque una vez se deposite el dinero en la cuenta no habrá marcha atrás.
- Estoy seguro. ¿Cuánto?
- Déjame que haga un par de llamadas y en diez minutos estoy contigo.

Esperé impaciente diez, quince, veinte minutos, una hora y el teléfono no sonaba. Cuando estaba a punto de la histeria, sonó.

- Antonio, te mando en mensaje de texto el número de cuenta. Necesito una foto reciente y la dirección enviados al número en el que te llegará el número de cuenta., sin este requisito no habrá trato, aunque ingreses el dinero. Tienes que ingresar trescientos mil. Tú no te vas a enterar cuando va a ser, si dentro de una hora o dentro de un año, pero sucederá, será indoloro y sin sufrimiento, salvo el de saber que antes o después sucederá. La forma en que sucederá tampoco la sabrás nunca. Estará a cargo de un profesional de verdad, por eso es caro. Todo depende ya de ti. Espero que medites bien lo que vas a hacer.
El teléfono colgó y a los pocos segundos retumbó como una orquesta de timbales el sonido del móvil que anunciaba un mensaje de texto. Me temblaban las manos al oprimir la tecla de apertura del mensaje. Efectivamente era un número de cuenta, el nombre del banco y la ciudad. Estuve mirándolo un rato hasta que la pantalla se apagó. Volví a echarme mano a los genitales que seguían tan muertos como antes. De pronto sentí que me humedecía y comprobé con horror que estaba orinando un chorrillo muy débil sin que mi voluntad fuera capaz de detenerlo. Esto si que era ya intolerable. Ya no había duda, pulsé la tecla de responder escribí la dirección y le añadí una foto de la galería que tenía en el teléfono. Oprimí con decisión la tecla “send”.
Miré la hora y me dije que aún estaba a tiempo. Llamé a Fernán.
- Fernán, soy Antonio, ¿sabes?
- Si, si. Que deseas.
- Quiero que trasfieras trescientos mil a la cuenta que te va a llegar en mensaje de texto.
- ¿Estás seguro? Es mucho dinero. Voy a tener que comprobar unas cuantas cosas.
- Haz las comprobaciones que quieras pero haz la transferencia.

Después de recitarle todos los números secretos y palabras claves que solo yo podía saber se quedó tranquilo.

- En cuanto reciba el mensaje haré la operación. Tengo que avisarte de los gastos que conlleva esto.
- Cobra lo que tengas que cobrar, pero no des más por culo
Al otro lado de la línea solo escuche un suspiro profundo y luego de un silencio prolongado Fernán continuó.
- Que abandonado me tienes Antonio.
- Venga ya, no mezcles el placer y los negocios. Ya me llegaré por ahí.
- Te esperaré.

A Fernán le conocí en un cuarto oscuro en un viaje que hice a la costa una de las veces que me enfadé con Oscar. Cuando se enteró que yo hacia porno duro se prendó y mantuve sexo con él un par de veces, quizá tres, lo que contribuyó a que se quedase colgado del todo. Cuando me dijo quien era y a lo que se dedicaba comenzamos una relación profesional muy fecunda en la que colocando sabiamente el dinero me lo hizo ganar a espuertas llevándose por supuesto él suculentas comisiones. Pero siempre estaba citándome para practicar sexo del que yo representaba en las películas, solo que el lo necesita de verdad y sufría de verdad tanto cuando me azotaba como cuando yo le decoraba de pinzas chinas el cuerpo. Finalmente me iba a prestar una ayuda impagable.
Cuando Fernán me llamó para comunicarme que todo estaba hecho le dije que iba a hacerle un regalo.
- Escúchame bien Fernán y no me interrumpas. Vas a recibir por correo un documento en el que te autorizo a que vacíes mis cuentas y resuelvas mi cartera y te lo quedes o hagas con ello lo que quieras, en el momento que te enteres que he fallecido, no antes. Es mi particular forma de hacer testamento. Con el Ferrari y el Cayenne haces lo que te de la gana, con la casa también y la casa de la playa.
- Pero… - Fernán solo sabía balbucear- que ha pasado, no se…
- Ahora tengo que colgar.

Pulsé el timbre de la habitación. Entró una enfermera y me preguntó.
- Quiero el alta voluntaria. Ahora mismo. Me voy a mi casa.
- Pero Señor, aún no está recuperado.
- Repito, quiero el alta y con ella o sin ella me voy a ir de igual manera.
Eché abajo la ropa de cama y me senté en el borde.
- Vamos, vaya usted a preparar el alta que la firme. Me voy.
De repente me sentí liberado. Estaba feliz, hacia años que no me sentía tan seguro y tan a gusto. No tenía dudas, sabía que tenía que hacer y lo hacía. Era una sensación que nunca había experimentado. De nada importaba ya si el sexo funcionaba o no. Sin sexo era feliz tomando decisiones que creía adecuadas. Me puse de pie y empecé a vestirme. Cuando terminé entró el medico que intentó convencerme de que lo que iba a hacer era una tontería. Yo le respondí que eso era precisamente lo que hacían los tontos y yo hasta entonces era lo que había sido. Mi determinación era tan evidente que no insistió, le firme el alta y salí.
Nada más llegar a casa escribí la carta mediante la cual autorizaba a Fernán a usar a su discreción mis bienes, la cerré y la puse en el correo. Luego, volví a la casa, me tumbé y puse un nocturno de Chopin. Me quedé dormido.
Me desperté de madrugada. El silencio me envolvía y la lejanía de la ciudad en mi casa del campo permitía gozarme con la contemplación de una Vía Láctea espectacular. Salí al jardín a respirar la humedad de la madrugada. Inspiré profundamente y me sentí lleno de vida. Un chasquido sordo y grave resonó en la lejanía mientras seguía inspirando la frescura del campo cerca del amanecer.

Del cañón del silenciador de la pistola emergió un hilillo de humo. Jesús se agachó despacio cuidando de no tocar el cadáver, recogió el casquillo del suelo con un guante para no quemarse y se lo guardó. Mientras caminaba silenciosamente por el mullido césped en dirección al callejón donde había dejado la bicicleta pensaba que quien podría haber hecho aquel encargo, el hombre no parecía especialmente peligroso, aunque tenía experiencia de no poderse fiar de nadie. El ya había cobrado sus cincuenta mil y no quería saber nada más. Estaba deseando llegar a su casa y enviar el mensaje para que le ingresasen los otros doscientos mil. Sabía que el intermediario se llevaba otros cincuenta, pero algo tenía que sacar la ferretería ambulante de Bernardo.

Sobre el césped del jardín Antonio yacía con los ojos abiertos como si quisiese inundarse con toda la luz que le mandaba la Vía Láctea. El nunca sabría cuando, le habían dicho  pero tampoco sabía que tan pronto.








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