viernes, 25 de enero de 2013

LA VENTANA II





O S C A R



- A los diecisiete ya avanzados me largué de casa. Mucha bronca, mucha gente y poca pasta. Mi padre se empeño en llevarme con él de bracero al campo y yo me negué, me dio un par de hostias de esas que solo saben dar los hombres de campo con esa pala que tienen por mano y esa misma noche me escapé. Hice dedo durante dos días sin comer nada hasta que la tercera noche me paro un tío con un cochazo, me temí lo peor, pero estaba hambriento y ya todo me daba igual. Se ofreció a traerme hasta aquí donde regentaba una residencia de ancianos de posibles, tu la tienes que conocer, la que está en la autopista del Este, es de lujo. Al llegar a la ciudad yo estaba desfallecido y más que dormido como un tronco, yo creo que medio comatoso de la falta de alimento. Me desperté en su cama al día siguiente como me parió mi madre con el fulano al lado que me miraba absorto el cuerpo sin tocarme mientras se masturbaba lentamente. Me incorporé asustado y me engatillé protegiéndome de la supuesta agresión, pero el tío sin inmutarse y sin dejar de meneársela me aseguró que ni me había tocado, solo estaba disfrutando de la contemplación de mi cuerpo desde hacia media hora que se había despertado en la habitación de al lado donde había dormido por respeto a mí.
Tendría unos cuarenta y tantos, estaba en forma, es decir un cuerpo cultivado y no cesaba de masturbarse una polla de buenas proporciones de una forma desesperadamente lenta. Me dijo que no debía sentirme obligado a nada, pero me pedía que le acompañase mientras el terminaba de proporcionarse su placer que era mayor debido a la contemplación de mi cuerpo desnudo.
Poco a poco me fui relajándome y puesto que no detectaba peligro alguno termine por volver a estirarme en la cama para que el me mirase.  Sin tocarme en absoluto, no cesaba de masajearse su pene lo que terminó por hacer que el mío se pusiese duro también, algo incomprensible para mí que nunca había fijado la vista en un cuerpo masculino, no por nada, es que no me atraía. Eso me cortó muchísimo, pero me convenció de que no tenía de que avergonzarme porque mi cuerpo quisiese gozar y aceleró algo la emboladas de su mano. Hubo un momento en que el placer que le llegaba era tan grande que cerró los ojos y echo la cabeza hacia atrás suspirando entrecortadamente. De forma instintiva yo me eché la mano a mi polla y empecé, como por simpatía a masturbarme también. En un momento de placer gemí y él abrió los ojos y al verme exclamó un profundo “ahora sí” y empezó a expulsar leche por el capullo pero sin acelerar por eso el ritmo de su masturbación. No se de qué manera yo alcance inmediatamente el orgasmo y mi semen fue a parar en uno de los chorreones a su cara, pero no hizo intención de retirarse, solo se relamió lo que estaba en las inmediaciones de su boca y me hizo saber que mi semen era dulce y agradable al paladar. A mi me dio un asco increíble y por poco vomito.
Después de eso me señaló una ducha para asearme y me dio ropa deportiva para que me cambiase. Al salir estaba preparado un opíparo desayuno y comí hasta hartarme. Luego le di las gracias y me despedí.
Recogí mis cosas y antes irme me dijo que si no sabía donde iba a ir, para que marcharme. “Aquí puedes tener un trabajo, yo soy el dueño de esto, solo tendrás que ayudar a lavar y levantar y acostar a los ancianos, hacerles algo de compañía y pasearlos si te lo piden. Vivirás aquí y no te pagaré mal. Si de vez en cuando me dejas observar tu cuerpo mientras me masturbo sabré ser agradecido”
Arturo, le dije, yo no soy maricón, me gustan las mujeres y eso que acabas de hacer delante de mi, y en ese momento me cortó y me puntualizó, “eso que acabamos de hacer, porque tu leche me ha llegado a la cara querido y ya se que no eres maricón, ni yo tampoco, pero un cuerpo desnudo de varón joven es de los mejores espectáculos que pueden observarse y es un descubrimiento de los griegos que ya eran muy listos hace muchos siglos”. Le contesté que esos griegos debían ser maricones todos ellos, pero enrojecí por mi contestación que no sabía como pero estaba seguro que no había sido muy educada y además en lo más profundo de mi ser no me quedaba más remedio que aceptar que tenía razón.
Me dejó desarmado por eso, porque tenía toda la razón, para mí, aunque en ese instante no quisiera reconocerlo había gozado de la experiencia y en ningún momento roce yo cuerpo de varón, pero a pesar mío me excitaba su presencia erótica a mi lado. Y me cabreaba.
Acepté su ofrecimiento y así fue como conocí a Soberana.
- ¿Soberana?, que nombre es ese y quien es
- El putón al servicio de quien estoy ahora que me sacará de pobre. El nombre se lo puso su padre, según me contó, porque su madre antes de parirla no cesaba de decir que tendría una reina para el imperio maderero de su marido, así que el padre la puso Soberana.
Habíamos consumido los vasos y me animó a pedir otros dos. Seguiría contándome, se había percatado que conseguía captar mi atención.
- En la residencia a las mujeres las aseaban mujeres y a los hombres, hombres, por razones que no necesitan más explicación. Aquel día la auxiliar encargada de lavar a Soberana se sintió indispuesta y no había nadie más en ese momento. La señora no puso objeción a que fuese un hombre el que la lavase y adujo que ella, ya una decrepita ruina de ochenta y nueve años no iba a asustarse de nada, ni nadie iba a encandilarse del montón de huesos que era ella.
Cuando entré en su habitación le noté un brillo muy extraño en los ojos y un parpadeo decadente y sutil que me hizo pensar en que aquella mujer estaría a punto del desmayo. Cuando empecé a asearla me indicó que acababa de orinarse y se notaba escocida por sus partes íntimas así que me dediqué a lavarle el sexo. Me chocó que abriera tan desmesuradamente las piernas pero pensé que solo quería facilitarme la labor. Cuando estaba a punto de terminar me susurró con una especie de quejido que hiciese el favor de terminar la faena que sabría ser agradecida. No se cómo pero de repente empecé a empalmarme y a jadear mientras masturbaba a la anciana, ella al verme me rogó que le acercara el pene a su mano que caía desfallecida por el lado de la cama. Me acarició con la delicadeza que se trata a un recién nacido hasta que alcanzó su orgasmo. Se quedó después profundamente dormida y yo lo comprendí, a esa edad un orgasmo como aquel habría tenido que dejarla rota. Me fui de la habitación y no tuve más remedio que ir a un servicio a masturbarme. La vieja aquella me había excitado, era inconcebible; después de eso cualquier cosa, pensé.
Por la tarde me avisaron que Soberana quería verme. Imaginé que querría más y volví a empalmarme. Cuando acudí a su habitación, sentada en su sillón y perfectamente arreglada, diría que estaba hasta guapa, me tendió un sobre y me dijo que aquello era un secreto entre los dos. Intenté agradecérselo, pero ella con un elegante gesto de su mano me selló la boca y me hizo saber que quería permanecer a solas.
Me fui con el sobre a mi dormitorio y allí lo abrí. Por poco no me caigo de espaldas, diez billetes de quinientos euros. Nunca había visto tanto dinero junto.
- Y ese Arturo, que yo creo que es que era aún mas maricón de lo que parecía, ¿siguió con sus sesiones de arte en vivo?
- Siguió hasta que una de las veces quiso algo más tangible que la estricta contemplación. Me sacó de mis casillas, recogí mis cosas y me largué.
- Ya me parecía a mí que algo así tenía que terminar por suceder. ¿Y que hiciste?
- Ir a buscar trabajo a otra residencia de ancianos y lo encontré, no tenía tanto glamour pero me daba para el alquiler, el piso que conoces, y mantenerme. Además de lo que Soberana me había ido dando por servicios extraordinarios, que me había hecho juntar más de cincuenta mil euros.
Cuando llevaba tres semanas, y ya estaba yo hecho al trabajo una compañera del antiguo con la que había tenido mis más y mis menos, se acercó a casa a decirme que Soberana quería verme. Al parecer desde que yo me largué, estaba triste y no cesaba de llorar.
- Como no iba a llorar, si se le había ido su masturbador de cabecera.
- Cuando me acerqué a verla, Arturo estaba esperándome, bloqueando la entrada a la habitación. Me reprochó mi comportamiento y mi espantada, “podías haberme dicho que no y punto” me lloriqueó. Le ignoré, apartándole de la puerta y entré cerrándola detrás de mí, dándole con la puerta en las narices. Soberana estaba en su sillón sentada y me acerqué hasta donde estaba. Me abrazó por las piernas tirándome encima de ella y sin parar de llorar. Cuando se serenó me hizo la oferta que ya conoces. Eso fue hace cinco años y ya se me hace pesado, la verdad. Cuando acepté ella iba casi por los noventa y calculé que como mucho viviría dos años más, pero debe comer a escondidas carne de grulla, porque cada día está más salida y con más ganas de sexo. Podrías echarme una mano, joder, compartiríamos beneficios…, y yo podría descansar alguna vez.
- ¿Yo comerle el coño a esa vieja?, debes estar loco – medio le grité estupendo – iba a estar vomitando el resto de mi vida.
- Hombre Antonio, así de golpe, no te digo que empezases por ahí pero quizá sodomizarla de vez en cuando que la agota bastante, bien podrías y además piensa en el dineral que podrías llevarte, yo ya tengo unos seiscientos mil euros en el bote y un polvo es un polvo. Podrías hacer como yo al principio, ponerme ciego a ver porno antes de la función y poder sobrellevarlo. Me harías un gran favor.
Me le quedé mirando fijamente a los ojos. A pesar de las horas y de la cantidad de alcohol trasegado tenía unos ojos saltarines y despreocupados y brillantes, solo ellos por su virtud sonreían, te envenenaban a poco que te distrajeras y yo me distraje, o quizá pienso ahora a la luz de los acontecimientos, estaba deseando distraerme en esa mirada, debí darme cuenta, querían algo de mi y me tuve que rendir a su demanda tácita.
- Venga, de acuerdo, voy a probar, pero no te prometo nada.
Saltó del taburete sobre el que me convenció y me estrechó cogiéndome fuerte de los hombros, un abrazo viril, concluí para mis adentros y le respondí con un apretón sobre sus antebrazos. Sellamos de esa manera el pacto.
- Te vienes ahora o quizá…, (se dio cuenta del impacto que me produjo su premura y recogió velas), bueno, va, mañana te espero…, al mediodía, por la tarde, tú me dirás. Soberana va a estar en ascuas. La tendré ya con el enema puesto y todo, bien limpita para que no te agüe la fiesta…, o mejor que no te la enmerde – y se rió con ganas dejando a la vista una perfecta hilera blanca de cuentas de marfil.
No pude dormir esa noche. Me levantaba y acostaba sin saber bien que hacer. Deseaba que el mundo se detuviese y que no llegase el día siguiente para de esa forma ahorrarme el tener que tomar la determinación de ir o no ir.  Iba y venía por la casa como una pelota a merced de un niño, sin rumbo fijo ni destino. No hacia mas que repetirme que  nunca debería haberme dejado seducir por Oscar y prestarme a la componenda mas asquerosa; ¡con una momia!, por todos los santos, si se llegaban a enterar en el trabajo…, habría sido preferible dejarme partir el culo, al menos eso estaba amparado por las leyes, pero una vieja de mas de noventa. Estaba escandalizado de mi mismo y de lo que en medio de los vapores me había prestado a concluir. Pero al tiempo que la cabeza aumentaba la presión hasta creerme volver loco una pulsión primaria, que surgía de lo más escondido de los pliegues de mi cerebro de serpiente me estremecía por el placer que podría proporcionarme violarle el culo a un saco de huesos y el sexo me respondía con una erección violenta reclamando su protagonismo en el sainete. Cuando la cabeza ya no podía más de tormento y me parecía que por la orejas iba a empezar a salir vapor a presión tomé la determinación de no ir. Y me repetía una y otra vez el mantra “no ir” una vez y otra sin dejar de pasear mi dormitorio arriba y abajo. Y empecé a descansar moral e intelectualmente esperando, deseando que la tensión del sexo cediese, pero no, la polla no dejo de ser beligerante. Desde el mismo capullo se me imponían imágenes a mi cerebro de lascivia con la anciana imaginándola desvalida y sollozante por su integridad mientras le arremetía con toda la fuerza de mis caderas y le destrozaba la retaguardia. Me daba un profundo asco representar aquella imagen, pero parecía que el sexo tenía vida propia y me esclavizaba con sus demandas lo que a su vez me multiplicaba el placer físico del miembro. Finalmente sin poder presentar más batalla, mi mano se dirigió autónoma a la verga y en dos bestiales sacudidas me provoqué un orgasmo de características animales y en el que la imagen de la anciana suplicando por su vida era el principal ingrediente del placer que me hacía eyacular un chorro de semen como nunca me lo había visto, por muy excitado que hubiera estado. Me felicité de haber terminado aquella pesadilla y de haberme decidido a abandonar aquella cita desde aquel mismo momento. Me quedé dormido aquella noche sin darme ocasión siquiera de limpiarme el semen derramado.
Me volví a levantar tarde, con un dolor de cabeza que me impedía abrir los ojos y a tientas busque en el cuarto de baño un analgésico. Me tragué una pastilla con la ayuda del agua del grifo del lavabo y volví dando tumbos a la cama esperando que el dolor cesase. Debí quedarme dormido porque me despertó el teléfono. Instintivamente me llevé las manos a la cabeza esperando el latigazo del dolor pero el analgésico ya había hecho de las suyas y solo tenía la cabeza empastada por la resaca, pero sin dolor.
Al otro lado de la línea estaba mi jefe que me urgía a regresar al trabajo si tan aburrido estaba ya de vacaciones, a mis colegas de curro les faltó tiempo para trasmitir al jefe mis deseos. Le prometí que al día siguiente, aún siendo viernes, volvería al curro y después de balbucir cuatro lugares comunes colgué el auricular.
Disfruté del agua sobre la cara en el baño porque la espesura de la cabeza se iba disipando y el cuerpo respondía como se esperaba de él tras una buena ducha. Eran cerca de las doce de la mañana y aún estaba a tiempo de un opíparo desayuno sin  que pudiera confundirse con  el almuerzo.
Donde solía ir a desayunar estaba cerrado de forma que opté por caminar sin destino meditado a ver que encontraba. El olor a pan tostado me detuvo frente a una cafetería en la que nunca había reparado antes y allí entré. Desayuné despacio, disfrutando del instante y haciéndolo una idea fue tomando cuerpo en mi cabeza. ¿Qué me impedía quedar bien con Oscar, yendo a casa de Soberana y ya allí mostrarme incapaz de tener sexo con alguien así. La verdad es que no me he caracterizado yo en mi vida por huir de la responsabilidad, me dije gozando del crujir de la tostada con sabor a mantequilla fina, y quedaré como un señor dando la cara y declinando la acción. A mi arquetipo moral del compromiso le satisfizo la lógica argumental y me felicité por haber llegado a esa conclusión. Y para colmo, con el pajote que me había hecho la noche anterior sería fácil no excitarme, si el reclamo no era el adecuado, y que duda me iba a caber, que una anciana cercana ya al cementerio no iba a ser el reclamo adecuado. Estaba feliz por primera vez en muchos días, ayuno de tormentos y libre de compromisos que me capitalicen mi independencia, me dije relajado.
Acabé de desayunar cerca de la una de la tarde y me planteé dirigirme cuanto antes a casa de Soberana para dar carpetazo al tema de Oscar.

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