O
S C A R
- A los diecisiete ya avanzados me
largué de casa. Mucha bronca, mucha gente y poca pasta. Mi padre se empeño en
llevarme con él de bracero al campo y yo me negué, me dio un par de hostias de
esas que solo saben dar los hombres de campo con esa pala que tienen por mano y
esa misma noche me escapé. Hice dedo durante dos días sin comer nada hasta que
la tercera noche me paro un tío con un cochazo, me temí lo peor, pero estaba
hambriento y ya todo me daba igual. Se ofreció a traerme hasta aquí donde
regentaba una residencia de ancianos de posibles, tu la tienes que conocer, la
que está en la autopista del Este, es de lujo. Al llegar a la ciudad yo estaba
desfallecido y más que dormido como un tronco, yo creo que medio comatoso de la
falta de alimento. Me desperté en su cama al día siguiente como me parió mi
madre con el fulano al lado que me miraba absorto el cuerpo sin tocarme
mientras se masturbaba lentamente. Me incorporé asustado y me engatillé
protegiéndome de la supuesta agresión, pero el tío sin inmutarse y sin dejar de
meneársela me aseguró que ni me había tocado, solo estaba disfrutando de la
contemplación de mi cuerpo desde hacia media hora que se había despertado en la
habitación de al lado donde había dormido por respeto a mí.
Tendría unos cuarenta y tantos, estaba
en forma, es decir un cuerpo cultivado y no cesaba de masturbarse una polla de
buenas proporciones de una forma desesperadamente lenta. Me dijo que no debía
sentirme obligado a nada, pero me pedía que le acompañase mientras el terminaba
de proporcionarse su placer que era mayor debido a la contemplación de mi
cuerpo desnudo.
Poco a poco me fui relajándome y puesto
que no detectaba peligro alguno termine por volver a estirarme en la cama para
que el me mirase. Sin tocarme en
absoluto, no cesaba de masajearse su pene lo que terminó por hacer que el mío
se pusiese duro también, algo incomprensible para mí que nunca había fijado la
vista en un cuerpo masculino, no por nada, es que no me atraía. Eso me cortó
muchísimo, pero me convenció de que no tenía de que avergonzarme porque mi
cuerpo quisiese gozar y aceleró algo la emboladas de su mano. Hubo un momento
en que el placer que le llegaba era tan grande que cerró los ojos y echo la
cabeza hacia atrás suspirando entrecortadamente. De forma instintiva yo me eché
la mano a mi polla y empecé, como por simpatía a masturbarme también. En un
momento de placer gemí y él abrió los ojos y al verme exclamó un profundo
“ahora sí” y empezó a expulsar leche por el capullo pero sin acelerar por eso
el ritmo de su masturbación. No se de qué manera yo alcance inmediatamente el
orgasmo y mi semen fue a parar en uno de los chorreones a su cara, pero no hizo
intención de retirarse, solo se relamió lo que estaba en las inmediaciones de
su boca y me hizo saber que mi semen era dulce y agradable al paladar. A mi me dio un asco increíble y por poco vomito.
Después de eso me señaló una ducha para
asearme y me dio ropa deportiva para que me cambiase. Al salir estaba preparado
un opíparo desayuno y comí hasta hartarme. Luego le di las gracias y me despedí.
Recogí mis cosas y antes irme me dijo
que si no sabía donde iba a ir, para que marcharme. “Aquí puedes tener un
trabajo, yo soy el dueño de esto, solo tendrás que ayudar a lavar y levantar y
acostar a los ancianos, hacerles algo de compañía y pasearlos si te lo piden.
Vivirás aquí y no te pagaré mal. Si de vez en cuando me dejas observar tu
cuerpo mientras me masturbo sabré ser agradecido”
Arturo, le dije, yo no soy maricón, me
gustan las mujeres y eso que acabas de hacer delante de mi, y en ese momento me
cortó y me puntualizó, “eso que acabamos de hacer, porque tu leche me ha
llegado a la cara querido y ya se que no eres maricón, ni yo tampoco, pero un
cuerpo desnudo de varón joven es de los mejores espectáculos que pueden
observarse y es un descubrimiento de los griegos que ya eran muy listos hace
muchos siglos”. Le contesté que esos griegos debían ser maricones todos ellos,
pero enrojecí por mi contestación que no sabía como pero estaba seguro que no
había sido muy educada y además en lo más profundo de mi ser no me quedaba más
remedio que aceptar que tenía razón.
Me dejó desarmado por eso, porque tenía
toda la razón, para mí, aunque en ese instante no quisiera reconocerlo había
gozado de la experiencia y en ningún momento roce yo cuerpo de varón, pero a
pesar mío me excitaba su presencia erótica a mi lado. Y me cabreaba.
Acepté su ofrecimiento y así fue como
conocí a Soberana.
- ¿Soberana?, que nombre es ese y quien
es
- El putón al servicio de quien estoy
ahora que me sacará de pobre. El nombre se lo puso su padre, según me contó,
porque su madre antes de parirla no cesaba de decir que tendría una reina para
el imperio maderero de su marido, así que el padre la puso Soberana.
Habíamos consumido los vasos y me animó
a pedir otros dos. Seguiría contándome, se había percatado que conseguía captar
mi atención.
- En la residencia a las mujeres las
aseaban mujeres y a los hombres, hombres, por razones que no necesitan más
explicación. Aquel día la auxiliar encargada de lavar a Soberana se sintió
indispuesta y no había nadie más en ese momento. La señora no puso objeción a
que fuese un hombre el que la lavase y adujo que ella, ya una decrepita ruina
de ochenta y nueve años no iba a asustarse de nada, ni nadie iba a encandilarse
del montón de huesos que era ella.
Cuando entré en su habitación le noté
un brillo muy extraño en los ojos y un parpadeo decadente y sutil que me hizo
pensar en que aquella mujer estaría a punto del desmayo. Cuando empecé a
asearla me indicó que acababa de orinarse y se notaba escocida por sus partes íntimas
así que me dediqué a lavarle el sexo. Me chocó que abriera tan desmesuradamente
las piernas pero pensé que solo quería facilitarme la labor. Cuando estaba a
punto de terminar me susurró con una especie de quejido que hiciese el favor de
terminar la faena que sabría ser agradecida. No se cómo pero de repente empecé
a empalmarme y a jadear mientras masturbaba a la anciana, ella al verme me rogó
que le acercara el pene a su mano que caía desfallecida por el lado de la cama.
Me acarició con la delicadeza que se trata a un recién nacido hasta que alcanzó
su orgasmo. Se quedó después profundamente dormida y yo lo comprendí, a esa
edad un orgasmo como aquel habría tenido que dejarla rota. Me fui de la
habitación y no tuve más remedio que ir a un servicio a masturbarme. La vieja
aquella me había excitado, era inconcebible; después de eso cualquier cosa,
pensé.
Por la tarde me avisaron que Soberana
quería verme. Imaginé que querría más y volví a empalmarme. Cuando acudí a su
habitación, sentada en su sillón y perfectamente arreglada, diría que estaba
hasta guapa, me tendió un sobre y me dijo que aquello era un secreto entre los
dos. Intenté agradecérselo, pero ella con un elegante gesto de su mano me selló
la boca y me hizo saber que quería permanecer a solas.
Me fui con el sobre a mi dormitorio y
allí lo abrí. Por poco no me caigo de espaldas, diez billetes de quinientos
euros. Nunca había visto tanto dinero junto.
- Y ese Arturo, que yo creo que es que
era aún mas maricón de lo que parecía, ¿siguió con sus sesiones de arte en vivo?
- Siguió hasta que una de las veces
quiso algo más tangible que la estricta contemplación. Me sacó de mis casillas,
recogí mis cosas y me largué.
- Ya me parecía a mí que algo así tenía
que terminar por suceder. ¿Y que hiciste?
- Ir a buscar trabajo a otra residencia
de ancianos y lo encontré, no tenía tanto glamour pero me daba para el alquiler,
el piso que conoces, y mantenerme. Además de lo que Soberana me había ido dando
por servicios extraordinarios, que me había hecho juntar más de cincuenta mil
euros.
Cuando llevaba tres semanas, y ya
estaba yo hecho al trabajo una compañera del antiguo con la que había tenido
mis más y mis menos, se acercó a casa a decirme que Soberana quería verme. Al
parecer desde que yo me largué, estaba triste y no cesaba de llorar.
- Como no iba a llorar, si se le había
ido su masturbador de cabecera.
- Cuando me acerqué a verla, Arturo
estaba esperándome, bloqueando la entrada a la habitación. Me reprochó mi
comportamiento y mi espantada, “podías haberme dicho que no y punto” me
lloriqueó. Le ignoré, apartándole de la puerta y entré cerrándola detrás de mí,
dándole con la puerta en las narices. Soberana estaba en su sillón sentada y me
acerqué hasta donde estaba. Me abrazó por las piernas tirándome encima de ella
y sin parar de llorar. Cuando se serenó me hizo la oferta que ya conoces. Eso
fue hace cinco años y ya se me hace pesado, la verdad. Cuando acepté ella iba
casi por los noventa y calculé que como mucho viviría dos años más, pero debe
comer a escondidas carne de grulla, porque cada día está más salida y con más
ganas de sexo. Podrías echarme una mano, joder, compartiríamos beneficios…, y
yo podría descansar alguna vez.
- ¿Yo comerle el coño a esa vieja?,
debes estar loco – medio le grité estupendo – iba a estar vomitando el resto de
mi vida.
- Hombre Antonio, así de golpe, no te
digo que empezases por ahí pero quizá sodomizarla de vez en cuando que la agota
bastante, bien podrías y además piensa en el dineral que podrías llevarte, yo
ya tengo unos seiscientos mil euros en el bote y un polvo es un polvo. Podrías
hacer como yo al principio, ponerme ciego a ver porno antes de la función y
poder sobrellevarlo. Me harías un gran favor.
Me le quedé mirando fijamente a los
ojos. A pesar de las horas y de la cantidad de alcohol trasegado tenía unos
ojos saltarines y despreocupados y brillantes, solo ellos por su virtud
sonreían, te envenenaban a poco que te distrajeras y yo me distraje, o quizá
pienso ahora a la luz de los acontecimientos, estaba deseando distraerme en esa
mirada, debí darme cuenta, querían algo de mi y me tuve que rendir a su demanda
tácita.
- Venga, de acuerdo, voy a probar, pero
no te prometo nada.
Saltó del taburete sobre el que me
convenció y me estrechó cogiéndome fuerte de los hombros, un abrazo viril,
concluí para mis adentros y le respondí con un apretón sobre sus antebrazos.
Sellamos de esa manera el pacto.
- Te vienes ahora o quizá…, (se dio
cuenta del impacto que me produjo su premura y recogió velas), bueno, va,
mañana te espero…, al mediodía, por la tarde, tú me dirás. Soberana va a estar
en ascuas. La tendré ya con el enema puesto y todo, bien limpita para que no te
agüe la fiesta…, o mejor que no te la enmerde – y se rió con ganas dejando a la
vista una perfecta hilera blanca de cuentas de marfil.
No pude dormir esa noche. Me levantaba
y acostaba sin saber bien que hacer. Deseaba que el mundo se detuviese y que no
llegase el día siguiente para de esa forma ahorrarme el tener que tomar la
determinación de ir o no ir. Iba y venía
por la casa como una pelota a merced de un niño, sin rumbo fijo ni destino. No
hacia mas que repetirme que nunca
debería haberme dejado seducir por Oscar y prestarme a la componenda mas
asquerosa; ¡con una momia!, por todos los santos, si se llegaban a enterar en
el trabajo…, habría sido preferible dejarme partir el culo, al menos eso estaba
amparado por las leyes, pero una vieja de mas de noventa. Estaba escandalizado
de mi mismo y de lo que en medio de los vapores me había prestado a concluir.
Pero al tiempo que la cabeza aumentaba la presión hasta creerme volver loco una
pulsión primaria, que surgía de lo más escondido de los pliegues de mi cerebro
de serpiente me estremecía por el placer que podría proporcionarme violarle el
culo a un saco de huesos y el sexo me respondía con una erección violenta
reclamando su protagonismo en el sainete. Cuando la cabeza ya no podía más de
tormento y me parecía que por la orejas iba a empezar a salir vapor a presión
tomé la determinación de no ir. Y me repetía una y otra vez el mantra “no ir”
una vez y otra sin dejar de pasear mi dormitorio arriba y abajo. Y empecé a
descansar moral e intelectualmente esperando, deseando que la tensión del sexo
cediese, pero no, la polla no dejo de ser beligerante. Desde el mismo capullo
se me imponían imágenes a mi cerebro de lascivia con la anciana imaginándola
desvalida y sollozante por su integridad mientras le arremetía con toda la
fuerza de mis caderas y le destrozaba la retaguardia. Me daba un profundo asco
representar aquella imagen, pero parecía que el sexo tenía vida propia y me
esclavizaba con sus demandas lo que a su vez me multiplicaba el placer físico
del miembro. Finalmente sin poder presentar más batalla, mi mano se dirigió
autónoma a la verga y en dos bestiales sacudidas me provoqué un orgasmo de
características animales y en el que la imagen de la anciana suplicando por su
vida era el principal ingrediente del placer que me hacía eyacular un chorro de
semen como nunca me lo había visto, por muy excitado que hubiera estado. Me felicité
de haber terminado aquella pesadilla y de haberme decidido a abandonar aquella
cita desde aquel mismo momento. Me quedé dormido aquella noche sin darme
ocasión siquiera de limpiarme el semen derramado.
Me volví a levantar tarde, con un dolor
de cabeza que me impedía abrir los ojos y a tientas busque en el cuarto de baño
un analgésico. Me tragué una pastilla con la ayuda del agua del grifo del
lavabo y volví dando tumbos a la cama esperando que el dolor cesase. Debí
quedarme dormido porque me despertó el teléfono. Instintivamente me llevé las
manos a la cabeza esperando el latigazo del dolor pero el analgésico ya había
hecho de las suyas y solo tenía la cabeza empastada por la resaca, pero sin
dolor.
Al otro lado de la línea estaba mi jefe
que me urgía a regresar al trabajo si tan aburrido estaba ya de vacaciones, a
mis colegas de curro les faltó tiempo para trasmitir al jefe mis deseos. Le
prometí que al día siguiente, aún siendo viernes, volvería al curro y después
de balbucir cuatro lugares comunes colgué el auricular.
Disfruté del agua sobre la cara en el
baño porque la espesura de la cabeza se iba disipando y el cuerpo respondía
como se esperaba de él tras una buena ducha. Eran cerca de las doce de la
mañana y aún estaba a tiempo de un opíparo desayuno sin que pudiera confundirse con el almuerzo.
Donde solía ir a desayunar estaba
cerrado de forma que opté por caminar sin destino meditado a ver que
encontraba. El olor a pan tostado me detuvo frente a una cafetería en la que
nunca había reparado antes y allí entré. Desayuné despacio, disfrutando del
instante y haciéndolo una idea fue tomando cuerpo en mi cabeza. ¿Qué me impedía
quedar bien con Oscar, yendo a casa de Soberana y ya allí mostrarme incapaz de
tener sexo con alguien así. La verdad es que no me he caracterizado yo en mi
vida por huir de la responsabilidad, me dije gozando del crujir de la tostada
con sabor a mantequilla fina, y quedaré como un señor dando la cara y
declinando la acción. A mi arquetipo moral del compromiso le satisfizo la lógica
argumental y me felicité por haber llegado a esa conclusión. Y para colmo, con
el pajote que me había hecho la noche anterior sería fácil no excitarme, si el
reclamo no era el adecuado, y que duda me iba a caber, que una anciana cercana
ya al cementerio no iba a ser el reclamo adecuado. Estaba feliz por primera vez
en muchos días, ayuno de tormentos y libre de compromisos que me capitalicen mi
independencia, me dije relajado.
Acabé de desayunar cerca de la una de
la tarde y me planteé dirigirme cuanto antes a casa de Soberana para dar
carpetazo al tema de Oscar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario