viernes, 25 de enero de 2013

LA VENTANA III




S O B E R A N A



Cuando estaba entrando al jardincillo del edificio lo hacia también mi novia. Intenté dirigirme a ella pero se me plantó delante de mis narices con expresión de disgusto y levantando el dedo índice de la mano derecha me perforó los ojos con los suyos y escupió un “ni se te ocurra o atente a las consecuencias”. Me dejó tan fuera de juego que me sentí en la obligación de hacer sangre, de contraatacar con algo que le hiciese daño de verdad.
- No eres la única persona de este edificio, hay alguien más que se muere por mis huesos y a la que me entrego con pasión porque es puro fuego no como otras vecinas que son puro hielo.
No me contestó, se limitó a darme la espalda y mascullar a buen volumen “degenerado”, estaba bien sentado que jamás volveríamos a ser lo que fuimos.
Dejé que se perdiese en la oscuridad del portal antes de seguirla camino de la casa de su viciosa vecina y su mas vicioso acompañante, Oscar.
Toqué la puerta casi con temor a contaminarme de las parafilias que allí se practicaban, pero dispuesto a salir de allí cinco minutos después relajado y tranquilo de poner cada casa en su lugar.
Al abrirse la puerta recibí una bofetada de calor. Por la rendija que dejó la puerta asomó la cara de Soberana, que escondiéndose detrás la abrió un poco más para dejarme pasar. Al cerrar de nuevo contemplé a la vieja desnuda apoyada en un bastón fino, que me miraba con la boca entreabierta y rezumándole saliva que ella intentaba sorber para que no se le cayese goteando al suelo.
- Entra a la habitación de la derecha, no pases al fondo como el otro día y quítate ropa si no quieres morir achicharrado.
Efectivamente el calor era sofocante y comencé a sudar de forma excesiva. Me quedé en camisa pero aún así el calor no me dejaba respirar. Ella me animó a desnudarme del todo. Yo intenté articular una excusa para irme como tenía planeado pero ella me pasó su mano libre por la bragueta con una suavidad y firmeza al tiempo que me desarmo del todo. Desde la habitación de la derecha, Oscar, con voz desfallecida y jadeante me rogaba que pasase.
Entré, pues a la habitación y me quedé sin habla. Era una perfecta sala de tortura. Oscar permanecía con los ojos cegados por una venda negra y sujeto en aspa, completamente desnudo de una estructura dispuesta al efecto colgando del techo. De sus bolsas colgaba un artilugio que oscilaba en el vacío y del que pendían unas pesas que fácilmente sumarían los cinco kilos. Detrás de mi entró Soberana que golpeó como por casualidad, pero con verdadera intención de hacer sufrir, las pesas del los testículos de Oscar que de forma ahogada se dolió del castigo. A pesar de todo el pene de Oscar permanecía enhiesto y parecía que cuanto más hacia Soberana oscilar las pesas más se endurecía el pene.
Soberana se subió en una pequeña escalera por detrás de Oscar y le quitó la venda para que pudiera verme.
- No te esperabas este montaje, ¿verdad? – Me miraba sonriente desde su bastidor de tortura y al tiempo que indicaba a Soberana algo con la cabeza – desnúdate, anda que te vas a asar.
Nunca me podré explicar porque retorcidos vericuetos de mi cerebro se dio la perentoria orden a mi sexo para que alcanzase la erección que alcanzó, porque desde luego yo no estaba de acuerdo con esa reacción…, pero no fui capaz de controlarla y sin poder resistirme me quite el pantalón y la camisa, quedando solo con el bóxer que merced al empalme estratosférico presentaba un abultamiento ridículo.
Oscar desde su posición de tortura querida me recriminó mi falso pudor y no tuve más remedio que quitarme el bóxer y quedarme desnudo. En un primer momento de forma instintiva me protegí a duras penas el sexo con las manos hasta que Soberana con su bastón me las separó y con la punta me levanto los testículos con enorme delicadeza. Iba de sorpresa en sorpresa, el meterme el bastón en la entrepierna y levantarme los testículos me produjo un placer desconocido del que deseaba más aunque me daba una vergüenza enorme pedirlo, pero como si mi cuerpo hubiese tomado las riendas me vi abriendo las piernas mas y más señalándole a Soberana de esa forma gestual que deseaba más bastón manejando las bolsas. Cual no sería mi sorpresa cuando entre el regocijo de Oscar en su bastidor y el babeo de la anciana me sorprendí gozando de que el bastón me acariciase el ano al tiempo que lo hacia sobre los testículos. Cuando más gozaba del roce del palo sobre el ano y las bolsas, un golpe imperceptible en los testículos que colgaban libres, me produjo un dolor aceptable que para mi que debería haber provocado la huida pero que en lugar de eso, descubrió tal placer que un calambre me recorrió el pene estallándome en la misma punta y obligándome a decirle a Soberana que lo hiciese más fuerte y se lo pedí por favor encima.
- Eso es lo que mejor sabe hacer la gamberra esta que te esclaviza sin que te des cuenta con su sabiduría del sexo. Ahora ya no podrás escapar a su control.
En lugar de volver a golpearme Soberana cogió algo de un armario y me lo colocó en torno a las bolsas. Era una especie de abrazadera de cuero que conseguía que los testículos quedasen confinados en el extremo de las bolsas sin posibilidad de movimiento dentro de las mismas. Me llamó la atención la cantidad de piel que acoge los testículos y que una vez constreñida queda reducida a un largo tubo que termina en una especie de globo a tensión que contiene los dos testes. Me resultaba placentero ese sentirme tenso y entonces fue cuando empecé a comprender que era el placer de verdad. Siempre bajo la atenta mirada de Oscar que ahora empezaba a moverse de caderas para dar movimiento a sus pesas y poder, al parecer gozar, Soberana se hincó de rodillas delante de mí y comenzó a efectuar la felación más singular que nunca un varón pueda haber sentido. Una boca sin dientes no es mas que una vagina con lengua, no solo se produce la estimulación por roce indiferente, sino que también la estimulación se produce por masajeo de la lengua que se aplica ora aquí ora acullá y hace alcanzar cotas de placer inimaginables. Pero cuando el placer alcanzó altura  fue cuando al tiempo que masajeaba todo mi pene con su boca y su lengua (incapaz de entender como podía tragarse todo el miembro, y el mío es grande, sin atragantarse) comenzó a golpear de manera rítmica y suavemente in crescendo la parte más inferior de mis testículos. Me volvió loco de placer. Cuando estaba a punto de correrme me mordía con sus encías la base del capullo y me retrasaba el orgasmo a la par que recrudecía el golpeo de los testículos. Ya no podía más de placer y me flaqueaban las piernas y entonces con una agilidad que no esperaba en ella se volvió y sin dejarme actuar de ninguna manera se insertó mi polla en su cuerpo utilizando el ano como puerta de entrada y sin dejarme que me moviera, ella me masajeo con movimiento de caderas hasta que me derrame dentro entre espasmos casi dolorosos. Cuando quise darme cuenta Oscar se había soltado el solo (luego era todo una puesta en escena para excitarme) de su bastidor quitándose las pesas que colgaban de sus testículos y lamía el ano de Soberana del que fluía mi semen y cuando terminó de sorber hasta la ultima gota se fue hacia delante para sorber el clítoris de la anciana que en segundos tuvo un orgasmo de tal calibre que dio con sus huesos en el suelo.
Como si de un profesional se tratase, me pidió que le ayudase a llevar a vieja a su cama para que durmiese el orgasmo y así él podría terminar.
Una vez dejamos a Soberana en la cama respirando pausadamente, descansando de verdad, Oscar me pidió un gran favor.
- No es mucho, pero te lo agradeceré.
Volvió a la sala de tortura tomó un látigo de siete colas de badana y me lo entregó. Luego se inclino sobre un plinto pequeño y me rogó que le azotase el culo y los muslos durante el tiempo que él estuviese masturbándose. El abriría las piernas y si algún golpe caía sobre los testículos sería un estimulo añadido.
- Así el orgasmo me será más reparador. Por favor.
Lo que me estaba sucediendo no podía ser más que el resultado de un sueño pesado a consecuencia de alguna sustancia alucinógena. Me había dejado golpear los huevos, y lo que es peor, me había gustado, había sodomizado a una anciana y me había hecho experimentar un orgasmo desconocido en toda mi vida y para remate ahí estaba desnudo delante de un tío con un látigo en la mano que quería hacerse una paja pero necesitaba que yo le azotase para excitarse.
- Normalmente me azota Soberana, ella me enseñó el placer de unos buenos azotes, pero hoy es un día especial y necesito…, por favor – me volvió a rogar.
Sin esperar mi respuesta se inclinó sobre el plinto a esperar mis golpes dando por hecho que yo accedería a ello. En un instante que pareció un siglo se me paso por la mente de todo, pero sin saber cómo de repente propiné el primer golpe que provocó en Oscar el gemido de placer mas desgarrado que nunca haya oído. Ver las marcas rojas en las nalgas de Oscar y comprobar como habría un poco más las piernas para que alguna cola del látigo entrase entre ellas y le castigase los testículos me excitó de tal forma que sin pensármelo más apunté directamente a la entrepierna. Sabía que iba a provocar una reacción de rechazo pero a la par que emitía un grito de dolor agónico abría un poco mas las piernas y empezaba un masajeo lento de su pene al tiempo que emitía jadeos de placer. Ya no pude parar comencé a golpear una y otra vez cada vez con más saña y cada vez con más descaro Oscar me ofrecía sus nalgas y su entrepierna ya descaradamente abierta. Cuanto más escarlata se volvía la nalga mas deseaba seguir azotando hasta que con un grito inhumano Oscar eyaculó y cayó al suelo entre espasmos pero yo seguí golpeando. Oscar se engatilló tirado en el suelo pero dejó que siguiese azotando hasta que comprobando que no se movía suspendí el castigo y tiré la disciplina a un lado. Entonces me di cuenta que estaba empalmado otra vez y me horroricé.
- Eres un alumno aventajado – me dijo entre risas desde el suelo Oscar.
- Si que lo es – apostilló desde la puerta Soberana apoyada en su bastón – he disfrutado mucho viendo como gozaba dándote fuerte. Promete.
- ¿Pero no estaba desmayada la abuela? – pregunté a Oscar con malos modos muy irritado de verme en semejante situación.
- Quedo relajada hijo, relajada, no desmayada, pero lo escucho todo y al oír como este degenerado te convencía para que le azotases, que le enloquece aún más que un beso negro, no he podido por menos que levantarme a mirar y no te quepa duda que me ha encantado verte zurrarle como él se merece. Yo le zumbo también para consolarle, pero no tengo la fuerza ni la rabia que tú has desplegado y que tanto le ha hecho gozar. Me has enamorado Antonio, de veras, podríamos llegar a formar un trío fantástico.
Oscar estaba derrotado después de su orgasmo sobre el plinto dejando al descubierto las pruebas de su lujuria que en algunos puntos resaltaba más porque en mi ímpetu había aplicado más fuerza de la debida y la sangre en gotitas perlaba parte de las nalgas. Finalmente se levantó al oír a Soberana y mirándome con una sonrisa tan cínica como perversa me dijo sentirse encantado de la sesión y que esperaba repetirla.
Yo estaba ofuscado y avergonzado de verme desnudo en medio de aquel aquelarre ridículo, por lo que atropellado y torpón recogí mis ropas y me vestí apresuradamente. Sin mirar atrás y sin despedirme, de un portazo dejé detrás de la maldita puerta toda la porquería a la que me había prestado, jurándome que nunca jamás volvería a rondar el maldito edificio , guarida de la vieja bruja lasciva y el degenerado bujarrón.
Nada más llegar a la casa me duché restregándome con fuerza con la esponja de esparto; deseaba que se fuese por el sumidero todo resto de aquel espectáculo del que me había tocado ser protagonista a mi pesar.
Pero por más que frotaba mi piel, como una tortura malaya, cruel e inacabable, las imágenes y los recuerdos tornaban y retornaban a envilecer mi memoria haciendo que mi cuerpo respondiese positivamente a su embrujo. La lujuriosa anciana tenía algo en aquel orificio de su cuerpo que me inoculó un virus letal para mi ser. Mi cuerpo, la carne sola, quedó encantada del roce con el saco de huesos y reclamaba ávidamente esa agua sucia que calmase su sed de lujuria. Las nalgas laceradas de Oscar hacían que mis manos se contrajesen sobre la nada como si empuñasen aún el látigo deseando volver a lastimar la piel tierna de la juventud, magullar la sensible piel de las bolsas ante cuyo estimulo Oscar gozaba en lugar de penar. Todo era nuevo y sucio para mí pero muy estimulante, muy deseado a mí pesar. Había dado el portazo de mi vida cuando salí de la casa de los horrores sexuales y con todo el dolor de alma del mundo me escandalizaba pensando en la manera de volver, sin tener que perder la parte de dignidad que puse en juego cuando me fui airado de allí prometiéndome a mi mismo que lo olvidaría enseguida.
Cuando me sequé el pene aún se mantenía erguido entre mis piernas. Quise olvidarlo y me vestí, saliendo a la calle cuando estaba ya anocheciendo. Con el paseo la erección cedió y yo me tranquilicé pero cuando me di cuenta, estaba delante del edificio de la ventana otra vez, mis pies, con vida propia me habían conducido hasta el lugar de la desgracia. Desolado, dándome cuenta de todo lo que estaba en juego me volví sobre los pasos y regresé a casa.
Busqué con desatino unas pastillas que hacia meses me habían recetado para dormir cuando estuve a punto de ir a la calle por falta de trabajo y de golpe me tomé dos juntas. Antes de perder la conciencia puse el despertador para las seis de la mañana. A buen seguro al día siguiente todo habría pasado como una mala granizada y solo quedarían los destrozos inevitables que poco a poco se subsanarían hasta perder recuerdo del mal día.
A la mañana siguiente llegué a la oficina despejado y de buen humor; me prometí que me tomaría las pastillas todas las noches. El jefe me recibió con los brazos abiertos y enseguida me puse a trabajar. Había faena atrasada y de forma febril me entregué a ella. Durante dos semanas no había más vida para mí que el trabajo y la casa. Creo que hasta pisaba cada día las mismas losas de la calle al ir o volver del trabajo, era un autómata y estaba encantado de serlo. En la cloaca más profunda de mi cerebro quedó archivado el recuerdo de la tarde infausta en que me asome al abismo de mis posibilidades de decadencia y pude salir con suerte y arrojo. En los quince días pasados olvide todo lo relacionado con el sexo y el sexo a su vez se olvido de mi persona, incluso recuerdo que no volví a sentir erección alguna, ni siquiera cuando Marta pasaba deliberadamente cerca de mi mesa rozándome el brazo con su culo. Estaba feliz, me había salvado.
Uno de aquellos felices días al levantar el teléfono para recoger una llamada, al otro lado reconocí de inmediato la voz de mi ex. Fue cortante y explicita.
- Ahora lo acabo de comprender todo. Oscar y la cochina vieja esa te mandan recuerdos y me encargan que te diga que no te pueden olvidar, que no te olvides tú de ellos. Guarro asqueroso.
No me dio lugar a contestar, ni a explicar, ni siquiera a morirme de la pena y el dolor. Todos los fantasmas más odiados me caían encima cómo si de una bacinilla de lupanar se tratara y me lloviesen con su hediondo contenido al pasar debajo del balcón de los problemas inconclusos. No lo comprendí, pero a la vez que se me desataron unas ganas intensas de defecar sufrí una erección dolorosa de puro aguda. Pedí permiso al jefe para salir antes, aduciendo malestar repentino y él no puso objeción porque llevaba el entripado pintado en la cara, palidez cérea rayana en la anemia. De haber tenido inmediata ocasión para poner fin a mis días no lo habría dudado ni un instante.
Llegue a casa con el corazón desbocado, la garganta seca y el paladar amargo. Cuando quise darme cuenta me estaba retorciendo las manos sin saber qué hacer con ellas. Quise mirarme en el espejo y el individuo que se reflejaba tenía un aspecto lastimoso; de mesarme los cabellos, tenía el pelo alborotado y parecía que la barba más crecida de lo que le correspondería por las horas transcurridas desde que me afeité por la mañana. De inmediato se me vino a la cabeza la imagen de Soberana con sus ralos, escasos y desgreñados pelos gris sucio, yo acabaría así y suponía que mendigando un poco de sexo a cambio de un dinero que jamás tendría. Supuse que en la escala de degradación moral me encontraba en el escalón del que ya no se puede volver a remontar a una posición más digna. Estaba tan hundido que lo único que podía hacer era ya arrojarme,  sin otra esperanza, a la sima de la depravación más abyecta, firmemente atado a la piedra de machacar recuerdos, enseñanzas y moral familiar aprendida desde la cuna. Todo a la mierda puesto que en la mierda mas asquerosa yo mismo me había metido hasta ahogarme en ella. Y el sexo, ante esta desesperanzada reflexión, resucitó una vez más con la dureza del pedernal y me empujó, sin permitirme dudar, hasta alcanzar la casa de putas en la que Soberana reinaba sobre cuerpos y almas con mano de placer que engancha como la droga más dura.
Desgalichado, sin ni siquiera mirarme al espejo, con el pelo alborotado y la cara desencajada, me lancé a la calle, buscando el aire viciado de aquella casa en la que terminar de intoxicarme del todo, para poder de esa manera, olvidar la voz queda, que desde lo más profundo me decía que regresase a casa y empezase otra vez, que lo pasado, pasado;  pero no. Lo pasado era tan presente, tan futuro y tan atrayente que era mayor la seducción que la que provocaba la luz en la polilla que en ella finalmente muere atragantándose de su deseo de luz y calor. Yo quería ser exterminado, ahogado  en esa papilla espesa y oscura de sexo marginal en la que todo se mezcla y se confunde porque todo curiosamente proporciona placer y cuanto más equivoco, más seductor, olvidado ya el categórico aprendido de lo que debe o no debe hacerse para ser considerado miembro respetable del grupo. Yo ya no estaba en la nómina de ese grupo, yo ya era un paria dispuesto a lo que fuese. Pero a pesar de todo, a pesar de mi disposición a revolcarme en el lodazal mas pestilente aceptando voluntariamente mi aniquilación, algo muy dentro me ordenaba la penitencia que era precisa para poder regresar al mundo de lo aceptado, pero yo no iba a cumplirla y al aceptar como hecho consumado que así iba a ser, el corazón se me desgarraba y solo encontraba consuelo en entregarme a lo que Soberana y Oscar me ordenasen. Porque si, ya lo tenía que aceptar de una vez. Daba igual escandalizarse o no. Esos ojos saltarines y canallas del chaval se me clavaban el alma y hasta ese instante había conseguido bloquear la respuesta instintiva: desear poseerlo, pero ya no. Alguna barrera se acababa de derrumbar dentro de mí y lo que se me hacía insalvable incluso para barajarlo como opción nada más, se había evaporado dentro de mi corazón y podía desear lo que hasta hacia pocas horas era indeseable, asqueroso, desastroso para la autoestima de un varón que se tiene por tal.
Caminaba, casi corría desesperando de no llegar al instante a casa de Soberana. Deambulaba sin rumbo real sin fijarme por donde iba. La distancia entre su casa y la mía parecía insalvable pero mi pene me decía otra cosa, porque cuando más me acercaba al bloque del jardincillo exterior, mas deseaba hundir mi boca en su asqueroso sexo de vieja podrida y por difícil que me resultara aceptarlo y doloroso supiese que iba a ser, deseaba que Oscar me asesinase con su pene por el culo mientras la vieja me atenazaba la cabeza con sus fláccidos muslos. No sabía cómo iba a poder soportar la embestida, quizá perdería el conocimiento, quizá muriese: mejor así. Pero me horrorizaba tener que ir en busca de un medico que me cosiese el culo, pero incluso lo deseaba, la vergüenza sería una buena penitencia por lo que me permitía hacer de suma desesperación.
Al llegar a la puerta, la aporree con los puños gritando que me abriesen, que ya estaba dispuesto a todo, que lo habían conseguido, el virus estaba inoculado y me corroía por dentro transformándome en un monstruo como ellos.
Ni siquiera había reparado en la fuga de mi mismo, en la hora que era, no tenía noción del tiempo transcurrido desde que salí de la oficina hasta que decidí que cuanto antes llegase al altar de mi sacrificio mejor y mi escandaloso modo de golpear la puerta hizo que algún vecino llamase al orden dada la hora, y en ese instante abrió la puerta Oscar.
- ¿Estás loco? – Me increpó con severa voz baja Oscar al tiempo que me tomaba del brazo y me metía en la casa - ¿A qué vienes ahora, después de cómo te largaste el otro día? –me dijo terminándose de anudar el albornoz que iba poniéndose cuando abrió la puerta.
- Deseo entregarme a lo que haga falta, quiero experimentarlo todo – se lo dije de forma atropellada, como desembuchando algo que tenía atorado en la garganta.
- De verdad – puso Oscar cara de incredulidad, desanudándose esta vez el albornoz y dejando que se abriese de forma natural y permitiendo que su pene erecto se abriese paso entre los dos pechos de la prenda – demuéstralo – apartándose de forma franca el albornoz y dejando que cayera a plomo desde sus hombros al suelo.
Al tiempo que Oscar cerraba la puerta me quedé helado ante la imagen absurda y casi ridícula que se me presentaba.
-¿Qué? – Se puso desafiante – o a la calle o ya sabes.
- Ya sabes, ¿qué? – no quería reconocer lo que me estaba pidiendo.
- ¿Qué va a ser, imbécil? – Se señaló de forma impúdica su sexo - Sabe un poco al coño de la vieja y al culo de Arturo, pero ese es el requisito, tío…, tú has sido el que has llamado a la puerta para querer entrar.
Debió ser solo un instante que a mí me pareció una eternidad, pero me vi extraño, como si no fuera yo el que se encontraba en esa situación. Era el espectador nauseoso de mí mismo disponiéndose a la degradación, pero no podía evitarlo, porque ese actor, ese otro yo, quería hacerlo en una especie de estado de trance. Yo era heterosexual, eso estaba fuera de toda duda y un tío me exigía que le comiese la polla y yo ni salía corriendo ni me liaba a hostias con él. Para colmo el nombrar a Arturo era como si escuchase hablar en otro idioma, no entendía que pintaba Arturo en todo aquello, el mismo por cuyo comportamiento Oscar había salido huyendo del asilo de pudientes.
Antes de que me diese cuenta estaba agachándome frente a Oscar para hacerle una felación: era definitivo, acababa de perder la cabeza, estaba volviéndome loco y de allí saldría para el manicomio o con los pies por delante.
Abría ya la boca, temeroso de lo que iba a suceder, asqueado de lo que iba a tener que hacer, como impulsado por una mano gigante que me estrujaba el corazón más que la cabeza cuando Oscar estalló en una carcajada.
- Venga ya tío – me dio un empujón en la frente que me apartó de él y me sentó de culo en la postura más ridícula, con la boca aún abierta, como si estuviese mendigándole el pene – así en frío, no me la mama a mí más que una tía. Otra cosa será ahí dentro, con la locura de la carne y los vapores de la hierba cuando se pierde la noción de todo y se siente uno como si el único órgano que existiese fuera la polla y en torno a ella y a cualquier cosa que le de placer se hace lo que se tenga que hacer. Solo así. Anda levanta y vamos para adentro que vas a saber lo que es gozar. Soberana se corre solo de pensar que te la follas el culo.
Me tendió la mano para ayudarme a levantar y en ese instante el espectador y el actor se fundieron en uno solo y comprendí donde estaba y lo que estaba a punto de hacer. Una nube roja de indignación, de rabia y deseo de venganza me nubló la vista y el fuego de la violencia me abrasó las entrañas. Con la mano libre propiné una bofetada sonora y dolorosa, tanto, que me dolió a mí la palma. Oscar se tambaleó, se llevó la mano a la cara y poniéndola de sorpresa solo pudo abrir y cerrar la boca intentando encontrar las palabras adecuadas para dar réplica a mi actuación. Antes de que las encontrase yo ya había dado un portazo y corría escaleras abajo, huyendo de la pesadilla sin saber que me llevaba conmigo la semilla de la depravación bien oculta en mi corazón y que cuando menos lo esperase germinaría con tal pujanza que arruinaría cualquier intento de reconducir mi vida por cauces socialmente adecuados. Ya era un marginado y no lo sabía.

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