viernes, 4 de junio de 2021

UNA FAMILIA AVENIDA (5)

 

- Un poco torpe, pero no lo ha hecho mal.
- Yo diría, Víctor, que su torpeza es por el ansia de recuperar el tiempo perdido. Fulgencio, según me contó su hermana, tu madre, cuando tenía doce años les cogieron a él y a otro chico del colegio en un váter. Fulgencio al parecer estaba de espaldas y el otro chico le penetraba. Como el otro chico tenía 16 quedó todo en que le forzaron y castigaron al mayor, pero tu madre me dijo que en realidad fue al reves, cuando tenía ocho años tu abuelo le sorprendió en el corral con el hijo del aparcero, de su edad masturbándose mutuamente. El no sabe que yo lo sé, por eso hasta ahora ha estado tan gallito. Contigo no se ha podido aguantar.
- Pero el tiene su novia y siempre se ha comportado como un odioso homófobo desde que tengo conciencia de quien soy.
- No soporta saberse maricón, hijo. A tí y a mi nos importan poco las etiquetas, somos como somos y encontramos la felicidad en eso, aceptar quienes somos. Fulgencio el pobre no sabe cómo lidiar con ello, dentro de un rebaño ser la oveja negra le asusta. Y no sabe cómo huir de él, en lugar de aprender a vivir con el mismo y los que le rodean, pero no le asedian, que ahí es donde se equivoca y le hace sufrir
En ese momento sonó el teléfono fijo.
- Que raro, el fijo. Ya casi nadie lo usa. Cógelo, Victor.
- Ya, ya, - Nelson preguntaba muy nervioso por mi padre - está aquí a mi lado, pero me lo puedes decir a mi. Joder Nelson, si quieres se pone pero me parece una chorrada. Venga vale. Papá toma el teléfono, es Nelson - le ofrecí el auricular - tiene que hablar contigo y solo contigo.
- Joder, que misterio con el puto negro, ¿no te lo puede decir a tí, ahora que os conocéis mejor?
- Papá, por favor. Y se llama Nelson.
- Dígame, que es eso tan importante que solo me puede decir a mi.
- Don Victor, su madre ha fallecido, ahora mismo. Su padre no tiene consuelo. Le he tenido que llamar yo y no me parecía bien decirselo al niño. Lo siento.
Mi padre se quedó con la vista perdida en un horizonte inexistente y el auricular colgando de la mano hasta que sencillamente se resbaló y él no hizo nada por sujetarlo. Luego se fue dejando caer apoyandose en la pared hasta quedar sentado en el suelo. Me asusté.
- ¿Que ha pasado? Papá, dime - me puse de rodillas delante de él - ¿que?
- Tu abuela. Visteté, tenemos que ir cuanto antes. Nelson dice que tu abuelo está deshecho.
Me impactó pero por ver a mi padre afectado. Al fin y al cabo, mi abuela quedó así siendo yo un niño aún y no me sorprendía. No había tenido la interacción con ella como con mi abuelo, aparte de nuestros apartes mas íntimos. Además llamó a Nelson por su nombre, lo que me indicaba que cuando se referia a él como el negro era para  meterse conmigo.
Llegando nosotros a casa del abuelo, llegaban los de la funeraria, que Nelson ya había avisado.
El abuelo estaba sentado en su sillón con la cabeza hundida entre los hombros, los ojos vidriosos y la tez cenicienta. Mi padre tenía la cara desencajada y como que tenía que pedir permiso para entrar, no se atrevía a moverse libremente por su casa.
- La he puesto en la cama de su dormitorio - Nelson estaba grave pero en su sitio, al fin y al cabo quién había muerto no le aquejaba emocionalmente. Indicó a los de la funeraria, ridículamente vestidos de riguroso luto, donde se encontraba el cadáver.
- Por favor - levantó la voz rota mi padre dirigiéndose a los trabajadores funerarios - déjenme con mi madre solo un instante.
Le seguí hasta el dormitorio y allí en la puerta, me dijo, a mi, su hijo, que le dejase solo. Me sorprendió pero lo comprendí. Me quedé en la puerta que mi padre entornó. Desde la rendija se veía parte de la escena. Mi padre acercó la descalzadera rosa chicle de mi abuela se sentó y cogió la mano del cadáver entre las suyas. Empezó a hablarle quedo pero agucé el oído.
- Nunca tuve valor para hablar contigo, se que trazaste en torno a mi un cortafuegos e hiciste caer toda la culpa sobre mi padre. Pero no mamá, no fue así. Fui yo, mamá. Con diez años fui a confesarme de que tenía deseos impuros  y aquel confesionario fue la puerta por la que entré a otro mundo que difícilmente hubiera imaginado. Si, mamá, Don Felipe, en el que tanto confiábais el que me llevaba a los retiros espirituales de fin de semana y algunos de semana entera, eran retiros pero carnales. Íbamos unos cuantos chicos y varios curas y hombres seglares. Allí me desfloraron y allí me enteré por un hombre muy mayor que disfrutaba metiéndonos plátanos por el culo que ya mi padre asistió a alguna de aquellas orgias en las que los hombres curas o no, nos enseñaron todo. Me dijo: "Tu eres hijo de Víctor tu eres Víctor Jeronimo. Tu padre era un maestro mamándola. Desde el primer día destacó. Yo empalmaba entonces y le atragantaba con mi rabo, pero nunca se quejó ni hubo que castigarle al potro por escupir nuestro semen. Tu padre siempre se lo tragaba y quería más. Le queríamos mucho" y yo me sentí orgulloso de mi padre y aunque la tenía muy lacia se la chupé y me dio mil pesetas. El potro, mamá era donde ataban a los díscolos con el culo bien en pompa y lubricado y los perros entrenados los follaban. Al que ataban al potro no volvía a desobedecer. 
A medida que escuchaba lo que mi padre le contaba consternado al cadáver de mi abuela me iba excitando. Alguna vez mientras Caye me follaba me decía que le gustaría tener un mastín entrenado para que me follase mientras yo se la mamaba a él. Yo le decía que es lo que más deseaba y se corría enseguida. Mi padre empezó a llorar, se medio calmó y continuó.
- Siempre creíste que fue mi padre, pero fui yo. El, según me dijo después, lo tenía todo olvidado, porque al parecer, el dueño de la casa de campo aislada donde se celebraban las orgías, murió. Y se interrumpió todo hasta que el cura me envenenó con esa dulzura de veneno que es el sexo sin cortapisas. Fui yo el que cuando llegué a casa del retiro me fui con mi padre de paseo y se lo conté todo. Entramos en un cine y con mis diez años se la chupé a mi padre en los urinarios del cine hasta que llegó otro hombre, nos vio y me sodomizó a la vez. Papá se corrió enseguida y el de detrás terminó de hacerlo en mi boca también. Tu marido me dijo, que ni una palabra de aquello. Pero le hice crecer de nuevo la semilla que llevaba dormida en su corazón. Cuando tú nos pillaste mientras mi padre, tu viudo, ya, me follaba, no era él quien me obligaba, yo le buscaba como una ramera.
En ese momento no pude esperar más y entré en el dormitorio. Abracé a mi padre y le hice sentir mi dureza, luego le eché mano a la bragueta y estaba duro. Lloraba, pero se dejó hacer. Le saque su polla y empecé a darle placer con la boca. Mi padre comenzó a gemir de la manera que yo sabía que se avecinaba la efusión y en ese momento entró en la habitación Nelson. Me sobresalté e intenté disimular, pero Nelson sabía perfectamente lo que hacíamos.
- No les da vergüenza, profanar así el cadáver caliente aún de su madre y abuela. Si querían follar podían hacerlo en su casa - mientras Nelson nos reprendía me fijé que se frotaba la entrepierna del chándal que se abultó exageradamente - venga, salgan, que entre la funeraria a hacer su trabajo.
Salimos de la habitación y entraron los funcionarios a embolsar y encajar el cadáver.
- Pero en que pensaban con su madre y abuela de cuerpo presente, ¿no tienen corazón? - Nelson seguía muy enfadado.
- Mi padre no tiene culpa, se estaba disculpando con ella, he sido yo al escuchar lo que le decía que me he calentado y me he dejado llevar y de paso le consolaba. Si, ha estado mal Nelson, disculpa.
- ¿Que es todo ese alboroto, precisamente en este momento? - el abuelo salía de su ensimismamiento ante la subida de tono de voz.
- Pregúntele a su hijo y su nieto. Lo que hacían delante de su difunta no estaba nada bien. Por lo menos en mi cultura a los muertos se les respeta.
- Se más explícito Nelson, o tu hijo, que es lo que hacíais que tanto ha escandalizado a este hombre.
- Abuelo, la culpa ha sido mía - me acerqué a mi abuelo y le abracé - vi a papá tan afectado y me excité tanto con lo que decía que quise consolarle y se la estaba chupando cuando entró Nelson.
- No pasa nada, hijo, la perra esa muerta no merecía otro respeto.
Nos quedamos los tres como congelados sin saber que decir o cómo reaccionar.
- Mamá, ¿una perra muerta? - mi padre rompió el hielo más escandalizado de lo que demostró Nelson cuando nos sorprendió.
- Muerta está, gracias a los dioses, y que era una perra - el abuelo no disimulaba que estaba exultante - no me atrevo a contaros determinados extremos.
- Cuenta cuenta - respondió desafiante mi padre - ya más nadie se va a escandalizar.
- Señores, nos vamos ya - los funcionarios de la funeraria empujaban un carrito con un ataúd en pie para que cupiese en el ascensor - esta es la caja de trasporte, pueden ustedes ir al tanatorio cómo dentro de media hora que esté allí el de su seguro que les diga las opciones de ataúd a elegir.
- Muchas gracias - dijo el abuelo muy puesto en situación - tanta paz lleves como la que dejas, bruja - lo dijo entredientes y muy bajito pero nosotros lo entendimos.
- ¿Tanto daño te hizo, padre? - mi propio padre estaba conteniendose con el suyo.
- No sabes muchas cosas Víctor. Nunca quise que las supieras, y ahora el verme liberado de este penal me ha traicionado y me he dejado llevar, lo siento hijo; nada hay peor que quitarle a un niño el amor que siente por su madre. Pero, hijo, tu madre no era inocente. Hasta que nos encontró donde tú, recuérdalo, me llevaste, se comportaba, si, un poco fría, pero ya yo la conocí así, un poco distante siempre y acepté desde el principio sus rarezas. Yo tenía las mías, ya lo sabes, me aficioné a porculear hombres en la mili. Había un maricón de libro en la compañía y era el desahogo de todos. Era "normal" follarse al maricón. Pero el culo de tío tiene algo de imposible, de robo de fuego que lo hace adictivo. Si uno folla un culo una vez lo hace siempre. Es como una zona libre de impuestos, como los duty free de los aeropuertos. En esos sitios se hacen y compran cosas que en circunstancias habituales no se hacen y cuando uno sale de allí, todo se olvida. Por eso cuando tú me pusiste el tuyo en bandeja no pude resistirme. Ahora deberías comprenderlo ya hijo.
- Vale, abuelo, mi padre es tan vicioso como yo, de acuerdo, pero de ahí a que insultes a la abuela.
- Ahora tenemos que enterrarla. Cuando esté hecha cenizas os lo contaré todo, lo juro. Vámonos al tanatorio. Nelson, tu también, por favor, fuiste estos últimos meses su ángel de la guarda y no te merecías lo que pensaba de los de tu piel.
Mientras avanzaba el coche de papá camino del cementerio intentaba imaginar que clase de monstruo enraizaba en el pecho de mi abuela para que su marido después de cuarenta y cinco años se produjese de esa manera. Ya estaba deseando que todo acabase.

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