lunes, 21 de junio de 2021

POLI (1)

 

Me fui acercando a las listas sin querer mirarlas. Alli estaba el tablón del Ayuntamiento con una escolta bulliciosa de aspirantes intentando ver su nombre.
- ¿Están por orden alfabetico, no? Goyo, mi compañero de estudios de oposicion temblaba preguntando.
- Goyo, joder es por numero de expediente, ¿no ves que no hay ni una letra?
- Perdona Jero, si lo sé, pero no me atrevo a mirar
- Venga tío, es facil, 102 y 103, ibamos seguidos, porque ibamos uno detrás del otro en la cola para entregar la documentación - hice una pausa dramatica y continúe - y aunque tu lo niegues me pusiste el rabo.
- Joder, Jero, no me maltrates mas, tío, tu sabes que no.
- Mira maricón, 102 y detrás  (tú siempre detrás) 103. ¡Estamos dentro, Goyo!
Nos abrazamos, nos besamos llorando de alegría y fuimos a festejar.
Soy bisexual, aunque de comportamiento hetero, siempre lo digo porque en realidad mi parte homo fue bastante ocasional, ni yo mismo me lo creo, aunque lo diga para darme un aire más puesto al día. Y desde mis diecisiete años no he vuelto, o más bien nadie ha vuelto a tocarme el rabo si en lugar de coño tenía algo parecido a lo que yo tengo entre las piernas. 
Con diecisiete años en unas vacaciones con la familia en la playa me hice muy amigo de otro adolescente de mi misma edad, Luxemburgues, que se ponía con su padre en la playa a nuestro lado. Nunca tuve ni pulsión, ni deseo, ni duda alguna. En el instituto salí con una compañera, Ana, justo hasta que lo acabamos, que ella se largó  a estudiar a Lyon, de donde era su madre y yo me quedé con mis pajas y sus whatsapp masturbandose con un dildo que les cogía a sus padres de donde ellos nunca imaginaron que nadie pudiera encontrarlo, un altillo del armario del pasillo. Cuando nos despedimos casi estuve a punto de clavarsela pero acabó mamandomela hasta el final del todo para compensar, porque me dijo entre risas que en Lyon las barrigas estan mal vistas.
Estábamos con el Luxemburgues, Sebastián. Yo le contaba mis cuitas y el no contaba mucho, porque hablaba español con dificultad. Estaba allí con su padre porque su madre se había separado para irse a vivir con una novia. Yo le hablaba de Ana una y otra vez hasta que tuve que enseñarle los whatsapp de sexting. A mi verlos me ponía muy burro y una noche en la playa, mientras los demás se ocupaban de los churrascos y la barbacoa Sebastián y yo nos refugiamos tras unas rocas a ver, una vez más, los videos de Ana. Le expliqué cómo de regalo de despedida me hizo una mamada con corrida y tragada incluida y no pude soportar el rememorarlo y me bajé el bañador y empecé a masturbarme mirando el video. Él me imitó pero se lo quitó del todo quedándose la camiseta y empezó a masturbarse también. 
Y empezó la función.
- ¿Quieres yo a ti hago paja y tu a mi a ver? - había poca luz, pero le vi brillar los ojos, con una sonrisa bobalicona y ese acento entre francés y alemán.
- ¿Tu eres maricón? - me daba lo mismo que lo fuera, pero no quería que se creyese que lo era yo.
- No hace falta ser pede, para hacer otra paja a un amigo. ¿prefieres mamada? yo se hacer también y me gusta esa leche. ¿quieres?
- Pero nada de besos ni mariconadas - estaba en un tris de correrme, a mi que no me hacia falta mucho y el vídeo de Ana metiéndose el dildo en el culo me soltaron la lengua intentando salvaguardar mi masculinidad - ni tocarme el culo.
- No Jero, yo hacer mamada a ti y luego si quieres tu una paja a mi, pero si no quieres yo hago a mi.
Sin responder le cogí la cabeza y la lleve a mi polla. Creí que me corría en ese momento pero el luxemburgues no era la primera polla que se metía en la boca, tenia arte y supo demorar algún minuto la corrida, aplicando dientes muy suave a la zona del frenillo y cuando supo que no me podía aguantar mas me cogió los huevos los manoseó con destreza y se limitó a hacer resbalar su lengua por el frenillo. El placer fue prolongado e intenso. Se tragó todo el polvo y se quedó con mi polla en su boca hasta que me retiré.
- ¿Tu haces paja a mi ahora?
- Ya te he dicho que no soy maricón - me levanté de malos modos y me fui.
- Otro dia, si tu quieres la metes en mi culo - me respondió a mi desaire.
Yo me subí el bañador y le deje detrás de la roca masturbandose.
Cuando, tomando un pinchito, después, se me acercó y me preguntó que si bien le contesté con cajas destempladas y me marché a nuestro apartamento.
Esa noche la pasé muy desasosegada, entre calor que hacía y que recordaba la mamada de Sebastián fundiendola con la de Ana en la que quien me mamaba en el sueño, al despedirnos no era Ana sino Sebastián que a su vez se metía en el culo el dildo que usaba Ana, y que me ofrecía metermela a mí y en ese momento me despertaba sobresaltado. En una de esas me desperté empapado de semen y me tuve que tocar el culo porque la imagen de Sebastián/Ana era tan vívida que sentía el consolador en el culo.
Me intentaba convencer que el que el chico me la mamase no me había hecho mella, pero me martilleaba a la cabeza el ofrecimiento de la noche anterior: "Otro día, tu la metes en mi culo"
Al día siguiente cuando bajamos a la playa, Sebastián se vino para mí como si nada hubiera pasado. Yo estaba cortado pero le miraba el culo y veía el de Ana insertándose el dildo diciéndome que no tenían porqué ser tan distintos, mientras que no tocase otra cosa, podía cerrar los ojos y pensar que era el ojete de Ana. Nunca la había metido en caliente y no tenía ni idea la cantidad de sentimientos, emociones y percepciones que se pueden llegar a tener. Quise pensar en otra cosa y con el paso de los días y que Sebastián y su padre se fueron unos días a conocer la zona el asunto se durmió.
A los cinco días volvieron a aparecer en la playa. Él estaba entusiasmado con el paseo de cinco días y no paraba de hablar y contarme con ese acento suyo unas ruinas de un monasterio medieval al borde de un acantilado, lo bonitas y misteriosas con unas escaleras excavadas en las rocas por las que los monjes bajaban a la playa. El padre de Sebastián nos animó a alquilar unas bicis e ir a visitarlo. En bicicleta estaría a 45 minutos. Podíamos llevarnos unos bocadillos y bebidas y pasar el día. Sebastián se mostró entusiasmado y mi padre nos animó a hacerlo.
Al día siguiente a las diez de la mañana ya íbamos el luxemburgués y yo camino del monasterio en ruinas. El viaje era muy bonito bordeando la costa y a veces serpenteando entre montes suaves para evitar los acantilados intransitables. Finalmente a las once de la mañana estábamos allí. Descansamos un rato, comimos un bocadillo y empezamos a explorar. Había una parte correspondiente al templo que conservaba algún muro contenido por un contrafuerte, pero en la parte de lo que era convento, quedaban restos de escaleras y algún tramo de patio porticado y una escalera que bajaba a lo que debían ser cocinas a base de bóvedas de pechinas sostenidas por recios pilares de piedra, y allí en un rincón, tras un escabel de piedra había un hueco oscuro por el que oía el rumor del mar y salía un aire fresco y salino.
- Está es, aquí. Bajamos - me dijo Sebastián con la cara iluminada.
- Sebastián, estás loco. Eso está muy oscuro, tío, no se ve nada.
- Yo bajado con mi padre. Tengo linterna. Yo voy delante, tú pones manos en hombros míos y enciendo luz. No hay peligro. No ser miedoso. Nos bañamos abajo.
No quería quedar como una nenaza así que con más miedo que vergüenza le atenacé, más que le apoyé las manos, los hombros. Sentí su calor en mis manos y según descendimos la escalera de caracol le toqué su cuello. Joder, estaba suave y cálido. La primera intención y me sorprendí a mismo, deseando besar ese cuello. Inmediatamente quité las manos y le dije que ya se veía luz. Que ya bajaba yo solo. Me jodió sentir que empezaba a empalmarme.
- ¡Sebastián! - grité porque la escalera terminaba pero en una cueva y por poco no me parto la crisma. Del último escalón al lecho de roca había como un metro y no me percaté hasta el último instante y menos mal que pude agarrarme a un saliente.
Llegó Sebastián riendo.
- Porqué quitas manos. Olvidé decirte el final. Dame tu mano.
- ¡No! Ya se saltar yo solo. Joder, me podías haber avisado. Ya veo la playa, venga echa a andar.
Llegamos a una playa auténticamente virgen. Imposible acceder de otra manera. Incluso con helicóptero solo se podría hacer rapel, la playa no era suficientemente ancha para descender. Arena blanca muy llana, alguna roca aquí y allá, zona de sol y la sombra del acantilado. Dejamos las mochilas y nos quitamos las camisetas, pero Sebastián se desnudó del todo.
- ¿Que haces?
- No hay nadie, Jero, y se baña muy mejor con la piel. Quita pantalón - y quiso bajarme el bañador.
Fue un impulso. Estaba bastante empalmado y me daba vergüenza quitarme el bañador y además no quería que el se fuese a creer que él me ponía, que a día de hoy tengo que reconocer que si deseaba follarle.
Le di un empujón violento y le tiré a dos metros sobre la arena. Me miró con cara pánico y entonces me di cuenta de lo que había hecho. Era un energúmeno. El chico no tenía ninguna intención torcida, pero yo sí y me lo reprochaba empujándole.
Fue una décima de segundo, la culpa y el remordimiento me guío. Me arranqué el bañador con rabia, la polla no empalmada pero si a tamaño de empalme a modo de badajo entre dos bolas muy pegadas a las ingles. Me tiré prácticamente encima de él cubriéndole de "perdonas" y besándole por donde podía hasta que él me cogió mi cabeza entre sus manos me detuvo, me miró a los ojos con una mirada serena y entusiasta y sentí su polla durísima y como la mía hacia lo mismo. Me atrajo la cabeza hacia sí y muy despacio depositó sus labios sobre los míos. Fui yo quien abrió la boca y le arrebaté la suya. Estuvimos besándonos mucho rato explorando cada recoveco de nuestras bocas con las lenguas. Yo le pasé las manos por la nuca y él me acariciaba la espalda y las nalgas. 
Recuerdo aquellos momentos como los más felices de mi vida, entregado en cuerpo y alma al otro sin importarme si tenía polla o coño. Habría firmado allí mismo pasar mi vida con él. Y me di cuenta que quería más.
- Quiero tener sexo contigo. No se la he metido nunca a nadie y quiero que seas tú - se lo susurré muy despacio al oído. Él no contestó, volvió la cabeza y volvió a besarme. Con auténtica habilidad se contorsionó hasta dar su boca a mi sexo. Me chupó con auténtica devoción hasta que le dije que me iba a vaciar. 
De un salto se puso en pie, me ofreció su mano y con la misma agilidad me levanté.
- Nos metemos en la mar.
Corrimos los dos sin soltarnos de la mano hasta sumergirnos. Seguimos acariciándonos y besándonos hasta que él me invitó a salir. Nos secamos al sol jugando. Luego sacamos las toallas de las mochilas las extendimos y ahí fue donde yo probé por primera y última vez una polla y lo que me resulta más imposible, un ano. No me importó hacer un 69 de beso negro, y no me importó hacerle que se corriera en mi boca. Estábamos en otro mundo en el que únicamente vivíamos nosotros, no había sexos ni no sexos éramos el mismo amándose a sí mismo. Cuando Sebastián me llenó la boca con su jugo me reclamó la boca y compartimos. Luego con ese mismo semen se colocó boca arriba levantó las piernas se lubricó el ano y me invitó.
- Fóllame Jero. Entra y sé feliz conmigo.
No debía ser la primera vez porque el pene me entró en su cuerpo mientras me penetraba él a mí con sus ojos en los míos y sonreía feliz. Fui muy lento, gozando de cada roce, de cada beso de cada sonrisa que me dedicaba y llegó el momento. Yo estaba diciendo eso, era yo, me extrañaba pero quería decirlo. No se puede gozar más de la vida, sin nada, completamente desnudo.
- Te quiero, Sebastián, te quiero - y las lágrimas de alegría bañaban a mi amigo que me besaba suavemente los ojos. 
Cuando acabé estuvimos unidos hasta que mi polla decreció tanto que se salió. Nos volvimos a dar la mano y volvimos al mar a lavarnos y besarnos una vez más.
Comimos otro bocadillo e hicimos el amor dos veces más. Cuando el sol se retiró de la playa nos fuimos. Ninguno de los dos volvimos a abrir la boca hasta llegar a nuestros apartamentos. Nos despedimos con un "hasta mañana" y no lo volví a ver.

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