sábado, 26 de junio de 2021

POLI (4)


Cuando llegué a la Academia fui directamente a la habitación. Goyo se había llevado sus cosas. La cama estaba desarmada, le daba a la habitación un aspecto frío y destartalado. Me derrumbé y caí desmadejado sobre mi cama. No entendía porque lloraba ni porqué me faltaba el aire, no podía respirar hasta que exhalé y el llanto era con cuajo, como cuando a un niño le quitan el juguete más querido o su madre le dice que no quiere volver a verle.
Se recordó a sí mismo intentando ser invisible en el patio del instituto y sentir una mano cálida en su brazo diciendo muy festivo "tu eres nuevo, ¿no? anda ven que te voy a presentar los colegas", era Goyo "me llamo Gregorio, cosas de la familia, ya ves, pero Goyo para todos, para ti también" no me conocía de nada y me echó una mano y yo a las primeras de cambio le insulto. Caí hecho un ovillo en mi cama sin poder dejar de llorar. Dolido, profundamente dolido y sin forma de encontrar consuelo. Y una idea comenzó a gestarse en mi cabeza fruto del dolor ¿porqué no? era testarudo y no razonaba, ¿que valía más, el dolor que sin saber porqué sentía o un supuesto sentido de la hombría? Pero ¿porqué sentía ese dolor, tan profundo estaba tan enraizado en mi Goyo, que su desprecio me quitaba la vida? Poco a poco me vencieron las fuerzas y me quedé dormido tal como caí. Me despertó un escalofrío a las cuatro y media de la madrugada, estaba desorientado y al moverme me sentí mojado; no me extrañó que me hubiera meado, pero cuando me quité el pantalón la humedad dependía de una eyaculación ajena a mi voluntad. Me había corrido durmiendo, pero no recordaba nada. Me desnudé y me metí en la ducha, y no lo hubiera hecho. Se me vino a la memoria lo que sucedió en los vestuarios aquel día que fuimos a jugar al campo del otro equipo. El portero del otro equipo, estuvo todo el partido llamándome nenaza, mariquita y señorita delantera. Fallé un gol de cabeza porque al saltar con él me dijo que cuando me la clavase y no escuché más, le di un empujón y marqué, pero me lo anularon por falta al portero y cuando se levantó me dijo que ya le haría una mamada.
En las duchas se me acercó y dejó caer el jabón "ahora tienes la oportunidad, agachate y yo acabo" Goyo vino por detrás de él, metió la mano por la entrepierna y le agarró los huevos, el chaval dio un grito de dolor agachándose y Goyo dijo: "No prefieres que te la meta yo, mariconazo. Deja a mi amigo en paz o alguien se va a enterar que pasa en el pinar los findes" le soltó y se fue sin rechistar. Le pregunté que qué era eso de los pinos y me contestó que un farol, que lo olvidase y no me di cuenta de que se trataba. Debían conocerse de cruising sábado noche. Pero ahí estaba él jugándose su reputación porque el otro imbécil podía haber recogido el guante saliendo del armario y arrastrando a unos cuantos. Cuando el gracioso del otro equipo se fue, me miró de arriba abajo y me dijo: "todo un atleta..., joder, y bien dotado" y se fue a vestir dándome un azote cariñoso en el culo, algo frecuente entre futbolistas y tampoco lo entendí.
Lo decidí en una décima de segundo. Lleno de rabia y con una voluntad férrea dispuesto a pasar vergüenza, disgustos, rechazos y apuros. Me sequé, vestí un chándal las zapatillas de running y me fui a correr. Corría como si me fuese la vida en ello, quería agotarme, sentirme cansado y nuevo, libre y entregado. Corría y lloraba, pero estaba feliz. Después de correr hora y media volví a la Academia a punto de llegar al desayuno.
Goyo estaba sentado con otros compañeros comentando las clases, las pruebas físicas y lo salido que andaba cada uno. La juventud en plena exuberancia.
- Tengo que hablar contigo, Goyo, y no voy a admitir una negativa.
- Ya lo tenemos todo hablado, Jero, haz el favor.
- No, Goyo, he sido injusto y un cabrón, te he llamado maricón para esconderme yo y me da igual quien se entere. Tú siempre has sido un amigo fiel y yo te he maltratado, has sido el que me ha dicho siempre las verdades y en lugar de hacerte caso te he..,
- Venga tío - yo empecé a llorar y Goyo se levantó de un salto cogiéndome por el hombro y llevándome a la puerta - ¿eres tonto, Jero? A nadie le interesan nuestras intimidades y menos a todos estos. Vamos a la habitación y si tienes que llorar, te ofrezco mi hombro, pero nadie se tiene porqué enterar.
Goyo, volvía a ser el Goyo de los quince años, solicito y amable. Me llevaba del cuello consolandome de lo inconsolable.
- Todo lo que me digas no me va a quitar este fuego ardiente que me quema las entrañas. La pena de haberte hecho daño por negar lo innegable. Anoche lo vi claro. Si tu eres maricón más lo soy yo, ni bisexual, ni hostias. Si, hostias, si disfruté con Ramón mamandomela y si, joder, si, me daba cuenta que me desnudaba y me estimulaba, quería, pero tenía que poner a buen recaudo mi virilidad, como si chupar una polla te la arrebatase. Me quedé con las ganas de aquel café que tanto me apetecía, pero menos de lo que me apetecía sentir su piel caliente, su sexo duro y su saliva en mi boca. Deseaba que me follase, ¡Joder! pero me daba miedo el dolor, la vergüenza, el exponerme y me fui. No se cómo no me maté con la moto. No veía con el llanto y la rabia de negarme ser quien yo sentía que tenía que ser. Aquel domingo me perdí y aún estoy dando vueltas buscándome. Y tú, mi Goyo, tú me has enseñado el camino. Ahora se quién soy y no voy a cejar hasta que todos se enteren.
- ¿Que me quieres decir, Jero? Aterriza, por favor. Yo no me voy a acostar contigo, ya te lo aviso. Ni tu eres ciego ni yo soy tu lazarillo. De eso de lo que te acabas de convencer tienes que salir tu solo. Y voy a sufrir, cabronazo - empezaba a hacer pucheros y me abrazó - pero este viaje lo haces tú solo, y cuando descubras el camino y no te hayas despeñado, entonces, si quieres me buscas. Llevo diez años jodido y ahora que consigo desentenderme no voy a desandar el camino. Tienes que ser tú el que se responsabilice y seas libre de elegir. Hasta luego, amigo.
Me dio un beso en la mejilla luchando por no seguir llorando, se apartó, agachó la cabeza y salió.
Tenía toda la razón. Podía llegar el momento en que yo sintiese debilidad en una vida que iba a iniciar y que yo sospechaba muy dura. Seguro que me iba a descargar en Goyo llegado el momento y él, lo sabía. Cuando se marchó fue hecho jirones, le conocía muy bien.
Me dediqué en cuerpo y alma a la Academia y me hice la pared mental. La esfera sexual desapareció para sublimarse en estudiar todas las horas libres del día. Me convertí en el alumno  más reservado, algunos me llamaban el buey mudo, como a Santo Tomás, porque lo que gastaba estudiando lo invertía en el gimnasio y esculpí un cuerpo de diez. Fueron dos años en los que solo tenía un sentido mi vida, ser policía de carrera. Saqué el número dos de la promoción y pude elegir destino. Me fui a la capital.
Fue llegar a comisaría Centro y es como si me hubieran quitado una venda de los ojos. Empecé a ver caras, gestos, actitudes y recuperé mis dudas, mis mariposas en el estómago y mi insomnio. Se me acercó una compañera de una promoción anterior que me recordaba de la Academia porque el incidente de aquel desayuno con Goyo fue comentado.
- Y bueno, ¿que tal te ha ido? Ya tienes pareja ¿no?
- No es cosa tuya, pero no, soltero y no creo que cambie.
- Vente esta noche con mi novia y yo a tomar algo. Iremos a un bar de ambiente. No te importará. Mi novia es poli también, pero en la comisaría de Palmeras. Venga, anímate, no vas a correr peligro de que queramos follarte.
- Te espero en la puerta de tu casa, si me dices dónde.
Fuimos al barrio Rosa. La presencia del lobby LGTBIQ+ en el barrio era abrumadora. Parecía haber traspasado una frontera y chocaba que la gente siguiera utilizando el mismo idioma; otro mundo.
El local era como todos los de este estilo, mucha iconografía, camareros de revista, típicos osos de leather y oronda barriga y niñatos de dudosa mayoría de edad que atraen carrozas con pasta que dejan mucha pasta. En un ángulo semipenumbroso una escalera discreta te hacía suponer que por ahí se bajaba a los servicios, pero no, era el descenso a los infiernos gays. Mínimamente alumbrado, todo penumbras, sombras y bultos como flotando y errando. Además había unos servicios más concurridos que un andén de Metro en hora punta. Una sombra salida de no sé dónde con un pasamontañas por toda indumentaria me cogió el paquete y como no supe que hacer le dije que arriba me esperaba mi novia. Me contestó muy serio: "Eso es una perversión nueva, ¿no? ¡joder! no queda ni un maricón decente. Si tienes algo será novio y si es una novia tienes un despiste de cojones"
Salí de allí y me fui al final de la barra, al lado de donde mi compañera, Elvira creo que se llamaba y su novia estaban a brazo partido.
- Me voy, no me encuentro a gusto. Un tío me ha pillado el paquete, Elvira. ¿Elvira eras, no?
- Si Jero, Elvira y no seas muermo y no nos cortes el rollo. Venga tómate algo que invito yo - y levantando la voz le pidió tequila para los tres al camarero - Nena, le dijo al camarero con aspecto  de estibador y el torso desnudo, que contestó con guiñó de ojo cómplice - tres tequilas para tres machotes.
Me quedé apalancado en la barra sorbiendo poco a poco la bebida y de repente alguien me puso un rábano inmenso me rodeó la cintura con sus brazos y después de mordisquearme la oreja, que hizo que creyera que estábamos en Trømso en pelotas. El escalofrío me cimbreó todo el cuerpo y mi primera reacción fue revolverme pero inhibí el impulso.
- ¿Que quieres tú, mariconcito, emborracharte ligero para superar la vergüenza?
No paraba de besarme y lamerme el cuello y las orejas mientras hablaba y a la vez sentía más intensa la presión de su polla en mi culo. 
- ¿Te ayudo un poquito? - y con la pregunta hizo el intento de desabrocharme el pantalón.
No iba a consentir eso. Me vi desnudo en público y se me subió el estómago a la boca.
Me di la vuelta y le encaré. Tendría cincuenta y bastantes, la cara curtida, barba y bigote canosos y una barriga pasable y pantalón de cuero con hechura de marinero. La tapeta de la bragueta desabrochada para dejar salir un pene no muy largo pero grueso, descapullado y limpio. Me agradó comprobar cómo impactaba con mi pene que, no me había dado cuenta, estaba duro también, lo que ayudaba a despejar dudas, malentendidos entre yo y yo mismo. Llevaba una camiseta de cuero fino, casi tafilete, también con orificios para los pezones, perforados por gruesos anillos. Me acercó la cabeza hasta rozar sus labios con los míos. Aguanté el envite y me susurró
- Esas mariconadas para las nenas. Yo te voy a comer el rabo y luego me vas a follar, como se follan los hombres, a pelo.
Bajó las manos hasta la cintura y sin dejar de estimularme el cuello con su lengua empezó a manipularme el pantalón hasta que lo desabrochó. En ese momento Elvira se levantó.
- Bueno, Jero, ya veo que te centras y que las cosas habitualmente son lo que parecen. Los rumores a veces son certezas. Me parece bien. Jonas, es buena gente - le dió un beso en la nuca - cuidamelo Jonas, es amigo y compañero.
- Espera, espera, Elvira, ¿que es eso de los rumores? No me gusta quedarme a medias, ¿has oído algo de mi?
- Jero, atiende a Jonás, buen tipo, y duro, te viene como anillo al dedo. Síguele, aprenderás mucho y gozarás más.
- Nos vamos abajo - lo dijo al oído pero en tono imperativo. No se de qué manera una orden así consiguió estremecerse y sentí que la polla entraba en erupción, a punto de escupir todo lo que llevaba dentro, y debió darse cuenta, no se cómo - y ni se te ocurra correrte hasta que papá lo permita, eh, maricón secreto. Ni tu lo sabías, ahora soy tu Maestro - me metió la mano por dentro del calzoncillo y me abarcó con su manaza los huevos y tiró de mi. Yo no me reconocía, en otras circunstancias le habría aplicado alguna de las técnicas de defensa aprendidas, pero me derretía con esa autoridad. Y entonces sucedió lo impensable, pero que cuando lo recuerdo vuelvo a desear que suceda otra vez - dame un collar con cadena y pinzas de pezón - le dijo al chico de la barra.
- ¿Arneses? - contestó el chico.
- Uno de bola. Así sabrá que conmigo la lengua no es para hablar.
El camarero le dió lo que Jonás pidió y ante mi sorpresa y sin oposición alguna me puso el collar de perro en el cuello, enganchó la cadena y luego me ordenó abrir la boca para que me colocase un arnés de cabeza que llevaba una bola que entraba en la boca y no solo no me dejaba hablar, no me permitía tragar la saliva y ésta me rebosaba de la boca por las comisuras en un babeo constante. Yo mismo me preguntaba que qué hacía, pero la respuesta es que encontraba una inexplicable paz y placer en encontrarme en situación tan vulnerable. Y faltaba lo mejor.
- Venga, Jero, desnudate ya - me dijo cargado de razón Jonás, y entonces me di cuenta que la gente del bar había bajado el tono de sus conversaciones y todos nos miraban con curiosidad - esa ropa ahora mismo sobra. Puede recordarte quién eres, y ahora mismo, ya, no eres nada más que un juguete mío - y me dio una bofetada fuerte ante la que, en lugar de revelarme o defenderme, agaché la cabeza y me desnudé por completo - chico, pon esa ropa a buen recaudo - le dijo Jonás al camarero - quizá la quiera luego, no se, cómo irá.
Me quedé únicamente vestido con el collar y el arnés de cabeza, pero no tenía pudor, era un perro, era verdad, me sentía suyo y le quería como dueño mío que era. Me di cuenta que había perdido veintisiete años de mi vida buscando exactamente esto. Hasta que Jonás habló.
- ¿Y las pinzas?
- ¡Ah! perdona Jonás, toma - y le tendió una cadena con una pinza en cada extremo.
Le miré suplicante, implorando piedad, pero me dio otra bofetada, agaché la cabeza y sentí el mordisco en cada pezón. Gemí de dolor sin levantar la vista del suelo
- Así me gusta, puedes quejarte, pero no mirarme, soy tu amo. En un rato habrá desaparecido el dolor y aprovechando que se te ha bajado, no te va a venir más algo de castidad.
No sabía de lo que hablaba, empezaba a distorsionar la percepción de las cosas. La gente se me acercaba y me tocaba, tironeaba de la cadena lo que me producía una sensación desconocida, dolorosa pero deseable. Sobre todo tenían interés en tocarme el ano y escuché a alguno la palabra diversión y virgen, pero no sabía a qué se refería.
A Jonás le trajeron una bolsa de la que sacó varias cosas con las que empezó a manipularme los genitales. Al poco llevaba puesto un dispositivo que sujeto a los huevos, con forma de jaula impedía la erección, que tuve inmediatamente y me provocó un dolor diferente al de los pezones, pero de alguna manera placentero.
- ¿Uno nuevo, no? - Otro hombre de la edad y aspecto de Jonas se acercó, me pasó la mano por la raja del culo, sopesó mis genitales, luego desenganchó las pinzas de los pezones para volverlas a colocar, lo que me provocó un dolor como en mi vida había sentido. Aullé de dolor entre el alborozo general y enseguida sentí como la polla quería crecer sin conseguirlo.
- Muy bueno lo de las pinzas, Álvaro. Si, es nuevo, pero del todo, no se yo si ni siquiera haya catado varón, alguna vez. Pero venía, aunque él no lo sabía, para esto. Me ha enamorado. Pero es mío, no te vayas a meter que te conozco.
- Un perrito precioso, guapísimo, cuerpazo, dócil, pero, Jonás, ¿un perro tan bueno sin rabito?
- Ese lo reservaba para abajo. Acompáñanos al sótano Mi perro va gozar hoy de su condición.
Y yo en mi estado, sabía que iba a sufrir y lo deseaba. Solo me dolía que Goyo no estuviera presente, se lo ofrecería como expiación por todo lo que yo le hice sufrir a él. Me imaginé, sabía, que esa noche iba a perder la virginidad del culo, pero lo deseaba, y dolería, pero lo deseaba. Deseaba cualquier cosa que se les antojase hacer conmigo. Era feliz. Cómo solo quizá lo fui las horas que estuve con Sebastián en aquel paraíso salvaje junto al mar.

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