jueves, 24 de marzo de 2022

INVIERNO (I)

 

Llegaron los abuelos justo un día antes de que nos diesen las vacaciones en el colegio. Estaba a punto de cumplir los nueve y después de lo sucedido con mi padre cuando se puso malita mi hermana, me sentía muy mayor.
Hacia un frío que pelaba. Por ser el último día de colegio no había clases por la tarde, e incluso la mañana no tenía programación alguna. Hicimos un poco lo que nos vino en gana sin armar mucho alboroto. Y diez minutos antes de la hora estaba Paco en la puerta para recogerme. Me pareció extraño y le pregunté si la pequeña se había puesto mala otra vez.
- Que va, Pedro. Es que se ha presentado en casa tío Santiago.
Enarqué las cejas mirando con extrañeza a mi hermano diciéndole que qué tío era ese.
- Bueno, tío, tío no es. En realidad tio-abuelo. Es hermano del abuelo Pedro. Tu te llamas así por el abuelo y papá se llama Santiago por su tío, o más bien su tío se llama Santiago por papá.
No entendía nada de nada y ante mi cara de desconcierto me explicó.
- Verás. Abuelo Pedro es el hijo mayor de nuestros bisabuelos, ya muertos. Cuando abuelo Pedro se casó y tuvo a Papá le puso Santiago cómo su padre. O sea el abuelo de papá se llamaba Santiago. Pero es que la abuela y su suegra se quedaron embarazadas casi al tiempo; papá nació primero, sietemesino y a las pocas semanas nació tío Santiago. Y su padre, tu bisabuelo dijo: "Ea, pues otro Santiago, así como los apóstoles, mi nieto Santiago el mayor y mi hijo Santiago el menor" Es un lío ya lo sé pero cuando lleguemos a casa verás qué tío abuelo más joven tienes, un poco más joven, unas semanas, que papá.
Efectivamente tío Santiago era como tener otro padre, porque eran clavados, los dos de treinta y cinco.
- Vaya, vaya, vaya. Este es entonces Pedrito. Que grande estás. Tienes que tener por lo menos diez años, ¿o son solo nueve?
Y se echó a reír muy ruidosamente al tiempo que me abrazaba me daba besos y me levantaba en peso. Era fuerte como mi padre y tenía una mirada chispeante y penetrante que inspiraba confianza. Le dije que solo nueve aunque siempre me decían que era alto para mi edad. Entonces me cogió por los hombros se acercó a mí me habló como en confidencia.
- Tendrás muchas novias, eh, canalla.
Y volvía a abrazarme.
Mi padre cogió a su tío por el brazo y se lo llevó.
- Anda, sinvergüenza, deja al chico y vamos a tomarnos un cervezón que tienes que contarme muchas cosas, que llevamos mucho tiempo sin hablar
- Si no me llamás nunca, cabronazo.
Me quedaba con la boca abierta viendo a tío y sobrino comportándose como había visto que hacía mi hermano Paco con sus amigos. Para mí que mi padre era una persona mayor, seria y responsable como padre que era y me encontraba con un chico alegre, mal hablado como un adolescente y que tenía otra vida, además de la de la familia, y la nuestra particular, por supuesto.
Las fiestas navideñas son de mucho movimiento. De salir, mirar la iluminación y la decoración de las calles a ver los mercadillos donde adquirir el pastor o el ángel que faltaba para el belén, las luces y los papeles de cielo estrellado. Hay que salir de compras de Reyes o de Papá Noel. Mucho movimiento.
El día antes de inocentes, después de desayunar, tío Santiago me puso la mano sobre la cabeza y me alborotó el pelo.
- ¿Te vienes con tu padre y conmigo a comprar bromas para Nochevieja?
De alborotarme el pelo pasó a abarcarme el cuello por la nuca y masajearme con una mano grande y caliente. Un escalofrío me recorrió toda la espalda hasta la rabadilla y de forma instintiva llevé mi mano a la mano que me acariciaba el cuello. Él se detuvo y me disculpé muy cortado diciendo que me hacía cosquillas.
- Pues venga, coge la bufanda, el abrigo y vámonos.
Me monté en la parte de atrás del coche y la conversación que se desarrolló entre mi padre y su tío no la entendí hasta unos días después. Tuve que aguzar el oído porque hablaban en voz baja y además al principio estaban como enfadados.
- Te fuiste con diecinueve años, tienes treinta y cinco, como yo. Ni una letra, ni una llamada. Me quedé destrozado.
- Me tuve que ir, papá, tu abuelo, me quería matar y mi madre no movió un dedo. Desde los quince años que lo hicimos..., Santi, no era como tú, que eras capaz de vivir dos vidas. Además tenía unos celos que me mataban. Estaba desesperado. Nada más soltarlo en casa, mi padre fue por la escopeta de caza y mi madre se quedó blanca, pero le vi la rabia en la cara. Tuve que salir corriendo Santi, escuché desde el despacho de mi padre como cargaba los cartuchos de la repetidora. Con lo puesto Santi.
- Podías haber venido a casa, no se, avisarme. ¿Que crees? que te olvidé al día siguiente. No podía dormir. Claudia me lo notó y creía que estaba enfadado con ella, para disipar dudas, ya ves. El resultado va ahí sentado. La preñé de Paco y hubo que casarse. Pero jamás te olvidé San.
Pregunté a mi padre si Claudia era mamá. 
- Claro hijo.
- ¿Tan diestro es Pedrito? Podríamos...
- Calla, joder, San
- ¿Que de malo habría?, Santi
- Calla. Venga. Dime cómo te las arreglaste. Saliste corriendo.
- Éramos jóvenes, ya ves. No eras el único. Te llamaba la atención que siempre tuviera dinero y nunca me preguntaste de donde lo sacaba; fui en busca de D. Felipe, un canónigo de la catedral, tuve que pagar el peaje, una vez más, pero me sacó del apuro. Él me envió al norte a casa de su familia, una familia rica, de la aristocracia rural diciendo que me habia quedado sin familia tras un desgraciado incendio. Allí trabajé para ellos y poco a poco me fui haciendo un sitio. Trabajé duro y me gané su confianza. Acabé por tener parte en el negocio. Tengo un apartamento aquí. Lo compré el mes pasado, no lo sabe nadie. 
Me pareció que el tío Santi estaba llorando y mi padre le echó la mano al hombro.
- Yo tampoco te he podido olvidar.
Se hizo un silencio espeso y vi que el tío le ponía la mano en la pierna a papá. Papá miró un segundo al tío antes de preguntar.
- ¿Vamos a tu apartamento?
- Yo encantado, pero..., bueno. Pedro, en el apartamento tengo una consola nuevecita con una pantalla enorme que me han traído de Francia.
Le pregunté a San que marca, pero no sabía decirme, sería una americana, supuse. De cualquier forma vista una, vistas todas. Me dijo que tenía unos cuantos juegos pero que no sabía cómo se llamaban. Le rogué a mi padre que fuésemos.
- Pero que esto quede entre nosotros, porque si el tío no le ha dicho al abuelo que lo tiene, si se entera que lo sabemos nosotros se puede enfadar.
Llegamos hasta el centro de la ciudad y tío San le dijo a mi padre donde ir hasta que enfrentamos una puerta de garage. El tío le dijo a papá que tenía que hacer.
- Presiona el botón rojo ese y espera
Una voz de hombre, como metálica resonó.
- A que apartamento va usted.
El tío contesto echándose hacia la ventanilla del conductor sobre papá.
- Soy yo, Mateo, que vengo con mi sobrino. El guarda se llama Mateo, buena gente. Te lo presentaré.
- Que me lo presentarás, ¿cómo? presentar, presentar o..., presentar.
Yo no entendía nada de lo que decía ni mi padre ni mi tío, aunque algo fuera de lo normal intuía yo. Tampoco me importaba mucho.
- Es un chico joven, alto, fuerte y algo metido en carnes. Te gustará.
La baraja del garaje se levantó y el tío le dijo a mi padre donde aparcar. Nos dirigimos a los ascensores.
- San, ¿Y la botonera?
- No hay botonera. Se sube o baja, con esta llave y el teclado. Cada apartamento tiene un número que se marca después de accionar la llave.
Así lo hizo y el ascensor arrancó suavemente hasta detenerse de forma casi imperceptible. Las puertas se abrieron y tanto mi padre como yo nos quedamos sorprendidos. ¡Estábamos en pleno salón del tío!
- Pero, San esto tiene que haberte costado una fortuna.
- Si. Ha sido caro. Pero eso ya no tiene importancia. Ahora, mira Pedrito, ahí tienes la consola, toda tuya, y los juegos. Tu padre y yo vamos a esa habitación que le voy a enseñar unas fotos y otras cosas.
Me di cuenta que mi padre ponía cara de sorpresa mirando al tío. Luego me miró a mi 
- Muy bien, Pedro, juega todo lo que quieras. Nosotros vamos a estar ahí al lado. Que te diviertas. Si necesitas algo llama a la puerta. ¿Vale?
Asentí con la cabeza a mi padre y los dos se metieron en la habitación y cerraron la puerta.

Una de las características de los humanos y que nos diferencia de los animales, aparte de nuestro interés por incordiarnos los unos a los otros, es la curiosidad. Yo estaba jugando con la consola pero tenía la cabeza en la habitación donde estaba mi padre y el tío. Imaginaba miles de cosas que podían estar pasando allí dentro y cada vez se me hacia más imposible seguir con los mandos del juego. Ya ni miraba la pantalla. Dejé el juego, me quité los cascos y entonces, sin la escuchar banda estridente de la lucha digital, escuché unos quejidos, que parecían de dolor y que parecían además de mi padre. Me levanté y acercándome a la puerta puse el oído. Se escuchaban quejidos, palabras sueltas ininteligibles, jadeos y suspiros. No pude remediarlo, no me pude aguantar y muy despacio moví el pomo de la puerta y ésta sin ningún chirrido comenzó a abrirse. Y lo que vi, me hipnotizó.
Tanto mi padre como el tío estaban desnudos. Mi padre acostado sobre la cama, boca arriba con las piernas abiertas. Mi tío estaba entre las piernas de su sobrino, pecho contra pecho y se besaban en la boca. Cuando se separaban, el tío empujaba con fuerza y papá le decía que lo hiciera más fuerte. Estuve un rato largo fijo en la estampa tocándome la picha que se me había puesto muy dura. Deseaba ser uno de esos actores y se me vinieron a la cabeza de las imágenes de mi padre con sus dos dedos metidos en mi ano e intentando dilatarlo. Instintivamente me llevé una mano al culo y busque el ojete, como decía mi padre intentando meterme el dedo y frotaba la picha lo que me provocaba mucho placer, tanto que en un momento, justo cuando el dedo entraba en el culo sentí ese  desfallecimiento tan placentero. Muy despacio volví a cerrar cuidadosamente la puerta y fui a sentarme delante de la pantalla, con la mirada perdida en el infinito. Cerré los ojos y me imaginé desnudo entre mi padre y el tío siendo penetrado por la boca y el ojete, en sus manos, a su merced para ser su juguete. Volví a sentir el pene duro y comencé a acariciarme otra vez a través del pantalón. Y de repente algo me sacó de mi ensimismamiento.
- ¿Que haces, hijo?
- ¿No te han gustado mis juegos? Bueno, venga, ¿vamos a comprar las bromas, o no?
- Venga Pedro, vámonos ya, que no quiero llegar tarde a casa.
Los miré a los dos y les pregunté que qué habían estado haciendo en la habitación y que me había aburrido de jugar solo. Que me podían haber llamado para ayudarles.
- Ayudarnos, ¿a qué, Pedro?
- Pues a lo que hubiésemos estado haciendo, Santi. ¿Tú crees que podía habernos ayudado tu hijo? A mi me hubiera gustado que nos ayudase.
El tío se sentó a mi lado me echó el brazo estrechando me contra él y besándome en la cabeza.
- ¿Tú quieres ayudarme a mí y a tu padre a hacer lo que hacemos, te gustaría, verdad?
- Tú, hijo, ¿Que crees que hacemos?
Me estaba enfadando mucho que estuviesen jugando conmigo de esa manera, como si fuese un bebé que no sabe atarse los zapatos y contesté muy irritado.
- Papá, estabais haciendo lo mismo que hacemos a veces tu y yo. Y además, lo he visto.






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