martes, 22 de marzo de 2022

OTOÑO

 

Quedaba una semana para empezar el colegio. Habia que hacerse a la idea de que volvía la rutina del trabajo. Levantarse a las ocho, desayunar y ligero al colegio, volver a la una y media, comer y a las tres hasta las cinco otra vez colegio. Me daba pereza tener que volver. 
Me pasé todo el verano esperando que algún día mi padre pudiera venir a la playa a solas conmigo. Soñaba con aquel sabor tan particular que me dio a probar, con la lisura de su vello y el olor de su entrepierna cuando me incline a abrazar con mis labios su miembro, tan duro, tan delicado. No se dieron las condiciones para que sucediese. Venía mi padre los fines de semana, íbamos a la playa con mi madre y la peque. Los mayores iban a lo suyo. Yo intentaba sentarme con mi padre y mi madre se sorprendía de lo pegajoso que me estaba poniendo, y mi padre me rechazaba como si yo le molestase. Mi padre nunca me advirtió de que no dijese nada de lo sucedido, pero yo sabía que aquello no era para contarlo. Cuando salíamos de paseo por las noches mi padre me echaba la mano por el hombro y le decía a mi madre que se iba a tomar un helado con un buen amigo. Yo me ponía esponjado como un pavo cuando le escuchaba decir eso. Luego cuando nos alejabamos me decía que le gustó mucho lo que hicimos en la playa ese verano y que tuviera paciencia que lo repetiríamos, luego me daba un beso y me compraba el helado de limón más grande que despachaban.
- Aunque el mordisco que me diste en el pezón dolió fue lo que me hizo alcanzar el Olimpo. Nunca me había pasado, Pedro, todo un hallazgo.
Le dije que no lo entendía y me contestó que en pocos años lo comprendería más que bien, que era aún un poco pequeño.
El tiempo transcurría lentamente y poco a poco fui olvidando el incidente de la playa.
Mi hermanita nació de aquella manera, muy malita y de vez en cuando, a pesar de comer bien y eso escuchaba llorar a mi madre de una forma desesperada y ya sabía que es que mi hermana volvía a estar mal. La mayoría de las veces llamaba mi padre a D. Federico que le faltaba tiempo para llegarse a casa. Pero cuando el llanto de mi madre era de los de plañidera profesional de cuando los tiempos lobregos de Galicia, mi padre no se molestaba en llamar a nadie. La cara mirada de la niña le indicaba que hacer; coger el coche, meter dentro a mi madre y a mi hermana y con un pañuelo blanco sacado por la ventanilla y sin parar de tocar el claxon a todo lo que daba el coche llegar al sanatorio, donde precisamente nació la cría, y que los médicos allí la sacasen del apuro.
Aquella vez volvió mi padre solo y cuando llegamos del colegio nos dijo que la pequeña se habia tenido que quedar en el hospital con él oxigeno puesto y mi madre con ella al cuidado de su comida y los pañales. Aquel día mi padre con la ayuda de mi hermana mayor se las arregló para darnos de comer y nos dió franco de colegio. Llamó él al colegio, dijo lo que pasaba y nos disculpó.
Me encantó poder quedarme en casa sin tener que ir por la tarde a clase. Paco aprovechó para irse a jugar al fútbol con los amigos y Paula a casa de una amiga que vivía en el portal de al lado. Mi padre me dijo que me echase la siesta, que él también se iba a tomar la tarde libre y se iba a echar un ratito antes de irse al sanatorio a acompañar a mi madre.
Y a mi, al escuchar ésto, se me subió el estómago a la garganta y me invadió un nerviosismo que no entendía. Me fui a la cama y me tumbé. Intenté dormir pero solo se me venían a la cabeza cosas malas, de muerte, sufrimiento y torturas, con imágenes muy reales que hicieron que me invadiera el pánico. Me levanté y fui a la habitación de mis padres. La puerta estaba entornada y por la rendija que dejaba se veía a mi padre tumbado sobre la cama, únicamente con los calzoncillos. Mi padre tenía treinta y cinco. Siempre fue muy deportista como mi hermano Paco y solía cuidarse, además. Iba a jugar al frontón al menos tres veces en semana con Paco y por eso creo yo que tenía esas manazas tan grandes y poderosas. El cuerpo era magnifico cubierto de vello espeso sobre todo en el pecho de donde le emergían unos pezones rosados, uno de los cuales le medio arranqué de un mordisco y que tanto placer le produjo. Me tenía hipnotizado la vista de mi padre, casi desnudo sobre la cama, tanto, que me hizo olvidar los temores que me habían llevado delante de su puerta.
El tiempo de otoño con sus ventoleras y una ventana abierta hicieron que la puerta del dormitorio pivotase y gimiesen los goznes lo que hizo que mi padre abriese los ojos y mirase justo en el momento que yo volvía sobre mis pasos
- ¿Pedro?
Me detuve en seco. Me había pillado fisgoneando, si antes tenía el corazón acelerado por la contemplación del cuerpo de mi padre, ahora creía que se me saldría por la boca.
- Pedrito, anda, ven aquí con papá.
Me di la vuelta, empujé un poco más la puerta y me quedé en el umbral con la vista fija en mis calcetines. No me atrevía a mirarle.
- Vamos, ven conmigo, túmbate a mi lado. ¿Que te pasa? que no puedes dormir. Donde está tu hermano, ah, ya, se ha ido. Bueno, anda, acurrucate aquí con tu padre, verás como te duermes enseguida.
Levanté la vista y allí estaba, espléndido, apoyado en su codo izquierdo y la cabeza dejada caer sobre su enorme mano. Sonreía relajadamente mientras me hablaba y me sentí feliz de que fuese mi padre.
- Anda, ven
Y abrió los brazos dejando que su cabeza reposase en la almohada.
Me lancé a sus brazos de un salto y sumergí la cara en su pecho. ¡dios! que bien olía. Y de repente reviví el episodio del verano y de forma completamente natural dirigí mi boca a su pezón derecho.
Mi padre hizo como dos inspiraciones muy rápidas y un gemido casi inaudible al tiempo que se ponía tenso.
- Pedro, hijo, Pedrito, no, no, espera, espera, si hijo, si. Te quiero mucho.
Y los brazos que me estaban abrazando condujeron sus manos a mis nalgas, salvando el elástico del calzoncillo que llevaba. Supe que quería que continuase, aunque su boca dijese que no. 
Sus enormes manazas abarcaban cada una un cachete del culo y mientras me los acariciaba podía dedicar sus dedos índices a explorar más dentro. Sentí como sacaba primero una mano que volvió a meter bajo el calzoncillo, y luego la otra. Cuando volvió a tener las manos dentro sentí el ano humedecido por sus dedos. Me encantó la sensación y me apliqué con más interés a succionar y empezar ya a mordisquear. En ese momento mi padre empezó el jadeo que tan bien recordaba y entonces fue cuando sin abandonar sus caricias del ano levantó sus manos y el calzoncillo cedió dejandome el culo a su antojo. Sentí como retiraba una de las manos del culo y con mucha suavidad cogía mi mano izquierda y con mucha parsimonia, para no interrumpir mi actividad en su pezón, la condujo hasta su entrepierna, sobre su gayumbo de pata ancha. A través de la tela noté su pene grande y caliente. Me entusiasmó recordar cómo entró en mi boca y como rebañé hasta la última gota de su leche. Hurgué buscando la potrina hasta encontrar la abertura y convertí mi mano en una serpiente ágil que se cuela donde quiere y llegué donde quería. No dejaba de chupar y mordisquear y mi padre no dejaba de insinuar su dedo en mi ano. Cuando tuve su pene rodeado por mi mano deseé que el dedo de mi padre entrase en mi cuerpo. No sabía porqué lo deseaba, pero imaginaba que me entraba y notaba que mi pene se ponía aún más duro de lo que estaba. 
Tenía un pene grande, tanto que hubiera podido agarrarme a él con las dos manos y habría hecho falta al menos otra mano como la mía para esconderlo. Fui resbalando la mano, acariciando el fuste hasta llegar a la punta en la que note la abertura por la que salía un líquido, pensé que su leche y saqué la mano para olerlo y en ese momento mi padre, como si yo fuese un muñeco de trapo me cogió por la cintura y me volteó de manera que mi cabeza estaba ahora a la altura de sus gayumbos y mi culo a la altura de su cabeza. 
Nunca habría podido imaginar que eso se hiciese. Si eso podía hacerse, podía ya imaginar lo que me diese la gana que sería realizable.
Primero fue con mucha suavidad. Metía su nariz entre las nalgas, como si quisiera impregnarse de mi olor de por ahí y pasaba los labios como besándome. Estuvo así un rato hasta que sacó la lengua y empezó a lamerme el ano, sin ninguna reserva. Solo pude decir a modo de exclamación ante un descubrimiento tan fastuoso un "Papá" con la voz entrecortada y precisamente entonces caí en la cuenta de donde tenía yo mi cabeza. Metí la nariz entre el bulto de los gayumbos y la pierna y aspiré profundamente y mi padre respondió abriendo más las piernas. A través de la tela de la ropa interior aprecié la dureza de su sexo empecé a morderlo en toda su amplitud, humedeciendo de saliva la bragueta, hasta que necesité algo más. Saber que era mi padre el que intentaba oradarme el ano con la lengua y que me producía un ardor guerrero por investigar dentro del gayumbo y ensalivar y atragantarme con su carne y finalmente querer dejarme llevar y experimentar que se sentía al lamer su ano, porque la inexplicable experiencia de tener su sexo en la boca ya la tenía. Con una destreza que a mí me sorprendió conseguí dejar completamente desnudo a mi padre, como él me ha había dejado a mi.
¡Increíble! Estaba desnudo en la cama con mi padre, al que admiraba y quería más que a nadie. Yo ya había estado desnudo con él en la cama. Yo era muy chico y no me acuerdo. Esto era distinto. Yo era consciente de que estábamos desnudos los dos con intención de explorarnos el uno al otro hasta los rincones más escondidos y provocarnos placer el uno al otro y que eso con ser lo más deseable para los dos al parecer no debería ser muy buen visto. Eso intuía yo. Para mi sólo existía ese momento.
El inmenso placer de sentir el ano perforado por su lengua y la náusea cohibida al impactar su capullo en mi campanilla conformaban un cóctel que en ese momento no alcanzaba a comprender pero que de forma inconsciente me permitía saber que hacer eso con mi padre no podía ser malo.
Sentí un cambio. La lengua de papá dejó paso a sus dedos. Alternaba el ensalivado con el dilatado digital hasta saber que ya me había metido su dedo. Entraba y salía y lo alternaba con su lengua. Notaba que tras sacar los dedos y meter la lengua él se enardecía aún más, y cuanto más enardecido estaba más intenso me ponía yo. Llegó un momento en que mi padre apartó la cabeza y buscó mi pene tieso. Yo me giré y él se tumbó boca arriba de manera que me quedé sentado sobre sus caderas con una pierna a cada lado. En esa posición papá haló de mi hasta quedar acostado sobre su pecho. Entonces se echó mano a su pene y lo colocó en la raja de mi culo. Me estremecí. Me clavó la mirada en mis ojos y sonrió.
- ¿Quieres?
Yo sabía lo que me quería decir y pensé en que podría suceder cuando ese grosor intentase abrirse paso dentro de mi cuerpo. Tendría que ser un dolor insuperable pero la realidad es que me daba igual. Es más, en aquel momento, sentado a horcajadas sobre mi padre deseaba que me destrozase el culo. Necesitaba a mi padre dentro. Me deslizaba adelante y atrás sobre el miembro de mi padre casi en trance sintiendo cada centímetro en contacto con mi cuerpo hecho yo entero ano. Nunca he vuelto a sentirlo. Sin proponérmelo, como un autómata eché mi mano atrás y agarré con vigor el pene de mi padre le hice recorrer toda mi raja del culo y cuando alcanzó el agujero lo apunté, respiré hondo y me apreté sobre el capullo. Sentí que entraba y lo gocé pero al intentar que fuese todo el miembro el que se abriese paso dentro de mi era un hierro durísimo el que quería entrar y dolía, vaya que si dolía y así y todo insistí, queriendo pasar por encima del dolor, pero no habia manera.
- No entra, hijo. Que más quisiera yo que metertela entera y vaciarme dentro. La tengo muy gorda y tú ojete es muy pequeño aún.
Me sorprendió el nombre que le dió, ojete, y solo nombrarlo así me excitaba, le daba personalidad de disfrute, le daba categoría independientemente de que fuese la puerta por la que salía la mierda. Me gustaba el nombre. 
Casi llorando le rogué a mi padre que volviera a intentarlo.
- Pedrito, hijo, te quiero mucho, y no sabes la de veces que he soñado con hacerlo. Si empujó te voy a partir el culo y no quiero hacerte daño.
Le sonreí y me lancé a su cuello y le abracé y bese por todos lados. Luego me acerqué a su oído y le rogué que me partiera el culo de una vez para que pudiera tenerlo a su disposición siempre. Le dije que para Navidad cumpliría los nueve y quería llegar a esa edad con mi cuerpo preparado para él.
- Vale. Espera. Siéntate sobre mi cara que pueda meter bien la lengua y luego los dedos para dilatar algo más. Al final te daré esto y todo será muy fácil.
Me enseñó un tarro que nunca había visto me coloqué encima de su cara con mi ojete apuntando a su boca. Imaginé que pasaría si en ese momento cagara. ¿Se acabaría la mágia de aquel momento o se multiplicaría? Preferí intentar no dar respuesta.
A cada embiste de mi padre en el ano más deseaba que fuese su polla la que entrase. Y sucedió. Mi padre metió un dedo de cada mano ayudado del contenido del bote y estiró hacia cada lado. No sentí dolor. Aquello no era dolor, era tensión o presión pero no dolor, lo que si es seguro es que me despejó las dudas sobre si me lanzaba sobre la polla de mi padre que tenía delante, a pocos centímetros, o no.
Me pareció lo correcto que si no entraba por el culo entraría por la boca. Y me la metí y chupé con fuerza y deseé de que mi padre disfrutase como lo hizo en la playa.
- ¡Pedro! hijo, no, no, espera..., ya hijo, ya, sigue y tragatelo todo, es para ti, Pedrito, te quiero.
La boca se me lleno de lo mismo que me dio a probar de sus dedos en la playa. Era mucha cantidad y aunque tragué, algo salió por la comisura. Cuando acabó mi padre me llevó a su lado, lamió lo que me rebosó y me abrazó muy fuerte.
- Te prometo que en cuanto tengamos oportunidad te la meteré en el culo para que disfrutes. Tengo ganas de hacerlo. Ahora, ponte el calzoncillo y vete a tu cuarto. No me gustaría que tu hermano Paco nos viera en la cama juntos, ya eres muy mayor para eso y menos desnudo.
Cuando llegó mi hermano y entró en la habitación yo estaba sobre la cama, en calzoncillos con los brazos bajo la cabeza y expresión de satisfacción absoluta.
- ¿Que te ha pasado chinorris? tienes la cara distinta, pareces mayor, como si hubieras visto una aparición.
Yo solo sonreí.



Llegó la Navidad y vinieron a casa a pasar las fiestas mis abuelos. No los conocía mucho, parece ser que mi padre se peleó con él abuelo cuando al casarse con mi madre le recriminó que se metiese en lo de las obras en lugar de buscar un trabajo en la administración, un sueldo fijo, una seguridad para el futuro y mi padre, según me enteré más tarde le dijo que si no quería ayudarle había dejado de ser su hijo. La niña pequeña, al nacer, estuvo muy malita y mi padre temiéndose lo peor habló con la abuela y al final acabaron haciendo las paces. Pero la Navidad es ya Invierno, y eso es otra historia 

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