sábado, 6 de marzo de 2021

SOLO RECUERDOS

 

No sé nada de mi vida hasta que cumplí cinco años. Hasta entonces ni siquiera un flash. Nada.
Mi primer recuerdo me ubica caminando a unos pasos de Ernst que se dirigía a los urinarios del patio del colegio.
Eran años cincuenta y Ernst hijo de un alemán que no sé porqué vivía en Madrid, era un niño un poco más alto que yo, rubio de pelo de rizo grande y color de oro con mechones más oscuros. Tenía unos ojos insultantemente celestes y mirada desafiante. A pesar de ser de mí misma edad su desenvoltura era la de un adolescente, no la de un crío como yo.
Empezó el curso unas semanas más tarde, que fue cuando su famila se instaló en la capital. Me hipnotizó y activé mi memoria en ese momento. No podía dejar de mirarle; él se daba cuenta y me clavaba una mirada dura junto a un rictus de odio.
Iba por el patio a unos pasos detrás de él, a sabiendas de que no quería saber nada de mi. Cuando entré en el recinto él, solo, tenía su colita apuntando al urinario y empezaba su orina.
Me acerqué a él, intenté tocarle y me rechazó de un codazo, pero no me arredré. Tanto era el deseo de tocar, poseer, chupar su pene que me dirigí a él.
- Échame el pis en la boca Ernst
Ernst terminaba de orinar, se la estaba sacudiendo y metí la mano para ayudarle. Hizo un movimiento de evasión moviendo bruscamente el hombro, me encaró mientras se guardaba su pene y se abrochada los botones y de subito me dió una bofetada que me dejó sin habla. La cara me hervía de dolor pero al tiempo sentí que aquella bofetada era una forma de atenderme. Me satisfizo y junto al escozor de la mejilla sentí un íntimo placer. A pesar de todo sabía, intuía, no sé cómo expresarlo, que allí acababa de hacer algo de lo que arrepentirme.
Cuando salí del urinario tras Ernst unos minutos después de él, los otros niños me insultaban, me decían que era una niña y salvo un par de ellos no me volvieron a dejar jugar con ellos.
Las vacaciones de Navidad fueron un tiempo en el que cada vez que sonaba el timbre de la puerta me sobresaltaba porque veía al director del colegio venir a decir lo que había hecho. A medida que pasaban los días aquella sensación de culpa fue languideciendo, aunque la imagen de Ernst seguía igual de vívida que aquel día en el urinario.
El curso acabó y nos mudamos a otro barrio, otro colegio y el recuerdo de Ernst nunca me abandonó.


En la casa nueva, mi hermano mayor y yo compartimos habitación. Yo tenía ya seis años y él trece. Era verano otra vez y yo a punto de cumplir siete años y él catorce, una noche me despertó un quejido ahogado, después supe que mi hermano se estaba masturbando, pero en aquel momento sin saber bien que pasaba experimenté la misma sensación agradable que cuando le vi su colita a Ernst. No dije nada, pero estaba siempre pendiente, por las noches de los manejos de mi hermano. Habría deseado saltar a su cama y chuparle su cola pero sabía que la reacción que tuvo el patio del colegio contra mi, podía repetirse y me reprimí. Mi padre era temible, o así le veía yo.
Fue cambio de casa y de colegio.
El nuevo colegio era de campanillas (y aún hoy más campanillas aún) y el deporte era parte importante del currículo. Eso significaba que el vestuario y los cuerpos desnudos eran de diario; había que ducharse al acabar el deporte si o si.
Llevaba dos años en el colegio, tenía ya nueve años.
Y pasó lo que antes o después tenía que pasar.
Un chaval de catorce años, rubiasco con cara de canallita (yo creo que desde entonces el lumpen me atrae como la luz a las polillas) me cogió al vuelo una mirada intensa en las duchas a su cuerpazo y lo que no lo era. No dijo ni hizo nada, pero se me acercó.
- Que tal chaval. ¿Vives cerca? - me echó el brazo por el hombro y con su manaza me abarcó la nuca y apretaba y aflojaba, mientras yo me derretía. Luego me atrajo hacia su cuerpo mientras caminabamos en señal de cercanía en medio de los demás compañeros sin ningún complejo, al tiempo que se agachaba un poco para que yo escuchase y solo yo lo que iba a decirme - ¿Te ha gustado mi picha? Me he dado cuenta en las duchas. Pues cuando se pone grandota como la tengo ahora te gustaría mas. ¿Quieres verla?
- Si - le contesté saliendoseme el corazón por la boca, en un susurro mientras le miraba su cara sonriente de sinvergüenza que iba a conseguir que me desmayase. Me soltó el cuello.
- Vamos a los servicios del patio, tu sígueme  no muy cerca - y en dos zancadas se adelantó y le vi meterse en los urinaros del patio que quedaban medio ocultos por el seto que perimetraba las canchas de tenis.
El corazon ya no me podía latir mas deprisa, pero el posible premio que me esperaba daba alas a mis pies. Entré en el recinto. Olía a desinfectante y orina. Me resultaba excitante, pero allí no habia nadie. Estaba ya dispuesto a marcharme con una mezcla de alivio y pena al tiempo cuando oí el chirrido de la puerta de una de las cabinas al chico que me llamaba.
- Venga, maricón, entra.
Era la primera vez que escuchaba la palabra dirigida a mi y lejos de ofenderme, como sabia que debería sentirme, me halagó. Entré a la cabina y allí estaba Fran, así se llamaba, muy serio, con los pantalones y los calzoncillos en los pies con una picha enorme con una especie de bellota gorda y brilante en el extremo de un miembro muy largo del que colgaba una bolsa peluda. Todo lo tenía enmarcado por una mata enmarañada de pelo azabache abundante. Los muslos tambien eran peludos. Se levantaba la camisa con una mano dejando al descubierto una barriga por la que ascendía hasta el ombligo una senda del mismo vello que le adornaba el sexo. De la punta le salía un liquido espeso y transparente. Lo recogió con uno de sus dedos y ordenandome que abriera la boca me lo acercó a los labios.
- Chupame esto y luego me chupas la polla. Te va a gustar.
Empecé a chuparle el dedo con esa cosa trasparente y me mareé de placer. Sin que tuviera que decirme nada me hinqué de rodillas y sin pensarmelo me metí todo lo dentro que pude su miembro. Me dio una arcada.
- No seas bruto, que me haces daño. Chupala con suavidad y cuidadito con los dientes.
- ¿Vas a mearte en mi boca? - me acordé de Ernst y pensé que al fin lo iba a conseguir.
- No, loco, me voy a correr en tu boca y te lo vas a tragar. Venga empieza a mamar ya. ¿es la primera vez, verdad? pues yo acabo enseguida. Con la lengua acaricias esta parte y acabamos rapido - y me enseñó lo que él llamó frenillo.
Me la meti en la boca y el instinto me llevó a acariciarle la bolsa peluda mientras con la lengua le acariciaba el frenillo. 
- ¡No te la saques que me corro ya! y con sus manos me sujetó la cabeza mientras empujaba con las caderas y la boca se me llenaba de algo medio insipido o quizá dulzón lo que me provocó el vomito.
Tendría que ser asi. No se. Me retiré a tiempo para echar hasta la primera papilla, salpicandole a Fran la ropa y sin parar de dar arcadas y vomitar. Estaba asustado. Y sucedió.
- ¿Quien anda ahí, está usted enfermo? Abra la puerta. - El encargado de los patios hacia su ronda y me escuchó vomitar. ¡Que abra, le digo!
Fran se subio la ropa como pudo y descorrió el pestillo. Yo seguia dando arcadas de rodillas con la cabeza en la taza del vater. El vigilante empujó la puerta y me vio a mi vomitando pero al no poder abrir del todo, entró y vio a Fran.
- Me pueden decir que hacían ustedes aqui encerrados.
- Es que este niño estaba mal y le estaba ayudando - Fran estaba mas blanco que la taza del vater mientras yo ya me levantaba limpiandome la boca con la manga de la camisa.
- Al despacho del director. Alli podrán explicarle a él. 
Media hora mas tarde alli estaba mi padre a buscarme. Me cagué, literalmente. Cuando llegué a casa y mi padre me mandó sin mas explicaciones a mi cuarto, me desnudé y me habia cagado.
Dos dias después, domingo, mi padre me metió en el coche y me llevó a su oficina, vacía. Entramos a su despacho
- Bueno, muchacho, ahora me vas a contar todo lo que pasó con ese otro chico mayor que tu - y se quito su correa de cinturon. Empecé a llorar - no llores, no te voy a pegar, aunque - y esto lo dijo en voz baja - quizá tu me lo pidas. Empieza a contarmelo todo de la pe a la pa. Yo no te voy a interrumpir, pero no llores, por favor. Luego te contaré yo a ti otra historia.
Relaté a mi padre todo como habia sucedido. A veces me interrumpía y me decía que qué era lo que yo sentía o deseaba en ese momento y me dejaba continuar. Cuando acabe, ya mas calmado y casi con confianza mi padre me hizo una pregunta y me pidió que fuera muy sincero. Me enseñó su cinturón y volvió a repetirme que no me iba a castigar.
- ¿Si supieras que no iba a tener ninguna consecuencia, repetirías?
- Si - le contesté apartando mi vista de la suya.
- ¿No tienes mal recuerdo de lo que vomitaste?
- Pienso en cómo me dio con su dedo a probar lo que le salia por la punta y lo doy por bien empleado. De lo que se me llenó la boca después me dio rabia que me hiciese vomitar.
Tal como se lo estaba contando, un escalofrío me recorrió toda la espina dorsal. Empecé a temblar y no pude reprimir las lágrimas, pero no por eso le hurté la mirada a mi padre. Yo tenía nueve años, mi padre treinta y nueve. Para mi entonces un hombre mayor, hoy se que era un tío en toda la efervescencia de sus hormonas.
Se levantó de su asiento se dirigió al mío,  me levantó de la silla y me abrazó, poniendome su mano en la nuca de la misma manera que lo hizo Fran, al tiempo que me besaba en el cuello encendiendome vaharadas de placer, y lo supe. Me apretó contra él y sentí su pene duro contra mi pecho. Levanté la vista y mi padre la cruzó con la suya, me sonrió, rozó sus labios con los míos dejó que me sentara y él hizo lo propio delante de mi sobre la mesa de despacho.
- Ahora, Pedrito, te voy a contar yo una historia.

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