C R I S T I N A
Las agotadoras jornadas de
entrevista con los clientes, las interminables consultas al Arizmendi (gracias
a Dios y a la digitalización lo podía llevar en el bolso) y derecho comparado,
las discusiones con el resto de asociados al bufete y finalmente la decisión de
sentar sus reales en Lovaina, sede del bufete internacional que la había
fichado le tenían la cabeza caliente. Ya fue difícil llevar a buen puerto el
embarazo, que si no acabó en aborto fue por falta de tiempo más que de otra
determinación influida por Alejandro, “que sabría él” y el problema de criar al
niño. Menos mal que Noel su jefe en Lovaina le recomendó a Brunilda. Noel era
un gay reconocido, sin escándalos que se le pudieran atribuir, si bien todo el
mundo sabía que tendría que tener su reverso oscuro, pero más reconocida aún
era su prestigiosa ejecutoria en el derecho mercantil internacional que hacia
olvidar cuando ahorraba millones a sus clientes sus orientaciones que algunos
en petit comité llegaban a calificar de pederasticas de la peor especie. Cuando
le recomendó que se olvidase de la crianza de Roberto si su meta era medrar en
el plano internacional y ella objetó el no poderlo dejar en manos de su padre
que no se sabía cuando tendría que viajar hizo que acabase en brazos de
Brunilda.
Siempre sospechó que la alemana
estricta, pero que con tanta dedicación se ocupaba de su hijo, se entendía con
su marido, pero cuando se encontró a Alejandro en situación tan grotesca en su
despacho habiendo visto salir del mismo a Brunilda prefirió irse a casa de su padre
antes que despedir a quien se ocupaba de su hijo mejor de lo que ella lo haría.
En cuanto a Alejandro, la realidad era que había sido sustituido en su corazón
por las leyes y poco le importó que se entendiese con la niñera, es más, le
vino al pelo para cargarse de razón, investirse de dignidad y marcharse a casa
de su padre ofendidísima por la afrenta recibida.
- Ya lo has conseguido, ¿eh Cris?
– Le preguntó socarrón su padre – ya te lo has quitado de en medio. Pues que
sepas que me cae muy bien y no por eso voy a retirarle la palabra.
- ¡Es un degenerado!
- Con esa severísima institutriz
que le buscaste, ¿Qué podías esperar?, a veces pienso que lo hiciste a
propósito para buscarle las cosquillas. Yo, también habría caído en sus redes,
con lo que nos gusta a los hombres la dominación y desde luego Brunilda tiene
que ser finísima aplicando protocolos.
- Padre, eres otro cerdo, como
todos los hombres.
Cristina la verdad es que
detestaba a su marido, no tanto como odio sino porque era un obstáculo a su carrera
profesional. No encontraba “cassus beli” para despejarlo de su vida hasta que
le pilló con Brunilda, aunque, y siempre lo refería, no se explicaba en que
momento de demencia transitoria le pilló para dejarla embarazada y ella para
llevar el embarazo a termino. Bien es cierto que estaba encantada con Roberto,
pero como habría dicho Marañón era de carácter progestageno y por tanto mala
madre; además se ajustaba a los canones, delgada, estricta, depresiva y
exigente, se negó a dar el pecho a su hijo: “hasta ahí podíamos llegar, siempre
oliendo a agrio y como una vaca holandesa chorreando siempre leche, para eso se
inventaron las leches en polvo”. Por su parte Alejandro nunca llegó a
comprender como pudo llegar a enamorarse de semejante tratado de derecho mercantil
ambulante sin el más mínimo instinto maternal.
- Sea, otro cerdo, pero cuando
consentiste en casarte con él – le recordó su padre con cariño – Alejandro era
ya un médico, cuya pasión por la arquitectura rebasaba todos los limites. Fue
médico, y acabó su carrera en cuatro años tan solo haciendo cursos dobles, por
no llevar la contraria a su padre insigne médico cirujano del ejercito, General
del cuerpo de sanidad, tu lo sabes bien y cuyo nombre sonaba en nuestro
mundillo del ladrillo, pues terminó su carrera de Arquitectura en tan solo tres
años y tú no eras más que una brillante estudiante recién terminada su carrera.
Para ti, reconócelo, cariño, Alejandro no fue más que un trampolín para acceder
a determinados ambientes; ¿o no recuerdas donde conociste al degenerado de
Noel?, tú novio entonces le diseñó su casa de los Vosgos a la orilla del Rin,
antes de que fuese declarado en el noventa y ocho Reserva de la Biosfera , que aquí entre
nosotros en la UNESCO
le soplaron que sería a principios de los ochenta por eso se dio tanta prisa y
tu marido trabajo contra reloj. Le impresionaste porque acompañabas a
Alejandro, de otra manera nunca le hubieras conocido y nunca habrías dado el
salto al escenario mundial del derecho de elite.
- Tú como no, defendiéndole.
- No le defiendo, cariño, sabes
que te quiero a ti por encima de todo – la atrajo hacia su regazo y la estrechó
entre sus brazos – pero solo quiero que seas ecuánime y que pienses que parte o
mucho de lo que eres se lo debes a Alejandro.
Desde la ventana de su despacho con
sus brazos en posición de defensa y viendo a lo lejos el movimiento de trenes
de la ciudad en su estación no tenía más remedio que reconocer en su más intimo
ser que era verdad. El Derecho Mercantil la enamoró desde que tomó contacto con
las primeras hojas del tomo I de la asignatura del jovencísimo profesor Uria
que para colmo les dio una clase magistral. Enseguida fue alumna interna en el
Departamento y allí supo de Noel. Ese nombre ya no se le cayó de la cabeza
hasta que su padre le habló de un joven arquitecto que iba a saltarse a la
torera todas las declaraciones de reservas de biosfera del Universo mundo y le
iba a diseñar una casa en los Vosgos. Fue de cabeza por Alejandro como una puta
por su cliente rico como medio más seguro para llegar a Noel, y llegó. En medio
de sus pensamientos le daba coraje tenerse que reconocer a si misma que
Alejandro fue su trampolín y que se aprovechó de él, un superdotado fuera de
toda duda pero con una inteligencia emocional de discapacitado, de tal forma
que era incapaz de reconocer cuando se aprovechaban de él o cuando directamente
le usaban como a un pañuelo de papel.
- ¡Gilipollas! – se escuchó a sí
misma decir en voz alta.
La puerta de su despachó se abrió
de golpe.
- Hola mama – la voz juvenil y
espontanea de Roberto inundó el amplio espacio del despacho de su madre.
Cristina se volvió y vio a
Roberto de la mano de una pecosilla muñeca que a buen seguro, de no haber
plástica por medio sería una foca inmunda en pocos años – pensó – pero esbozó
una agradable sonrisa para no desairar a su hijo.
- Te presento a Corina – y se
separó de ella sin soltarle la mano para enseñársela.
- Todo un partido, cariño – dejó
un silencio espeso a propósito antes de continuar – me refiero a su aspecto,
independientemente de quien sea su padre, claro. Por cierto, recuerdos del
Decano, hablé ayer con él de un asunto con unos petroleros de Texas y no se le
olvidó darme recuerdos para los dos que sabía que vendríais a verme. Porque las
Navidades vas a ir a Cádiz con tu padre ¿no?
- Mama, no seas así – se mostró
conciliador el chico – papa aún no conoce a Corina y he querido venir a Lovaina
primero para que fueses tu la primera en conocerla.
- Por cierto, que tiene un
hermano compañero tuyo ¿no?
- Si, claro – Roberto quedó desconcertado
– pero eso…
- No nada hijo, que con el Decano
hablamos de muchas cosas, ya sabes que la relación profesional cuando es tan
estrecha acaba por hacerse casi de familia. De hecho el papa de Corina me ha
invitado a Florida muchas veces, pero siempre estoy tan ocupada que nunca tengo
agenda.
En ese momento entró la
secretaria.
- Señora en quince minutos tienen
reservada la mesa en la pizzería de Alí.
- Iremos andando, esta a un tiro
de piedra, cruzando sobre el túnel. Gracias Verónica.
En ese momento entró Noel en el
despacho.
- Cristina – habló en perfecto
español con un acusado acento holandés – este es tu hijo Roberto y si no me
equivoco, tu tienes que ser Corina, la hija del Senador Taylor – dijo al tiempo
que besaba a los dos. Hacen una pareja preciosa, son los dos guapísimos. ¡Oh!
Bellísimo anillo, magnifica talla, ¿de compromiso supongo? – Dijo tomando la
mano de Corina con delicadeza, y sin dejar la mano de la niña continuó – y el
Vacheron que llevas tú Roberto en la muñeca supongo que es el regalo de
compromiso de ella
- ¿Qué pasa? – Preguntó con
cierto enojo Roberto – que habéis publicado en el diario que veníamos con todos
los pormenores. Parece que nos conoce todo dios y todo el mundo está al tanto
de nuestras vidas..
- Roberto – recriminó a su hijo
Cristina – Discúlpate con el señor. Esas no son maneras; esa es la educación
que has aprendido de tu padre.
- Por favor Cristina – dijo Noel
al tiempo que pasaba la mano por la cintura de Roberto y le atraía hacia él –
no es más que un chiquillo, es estimulante ver la fuerza y el empuje de la
juventud, el futuro; nuestro relevo. Di que si muchacho, defiende tus posturas
con ardor y nunca te verás desbordado por los acontecimientos.
El brazo de Noel abarcando la
cintura de su hijo no se le escapó a Cristina y el mismo Roberto sintió como la
mano del jefe de su madre apretaba más de lo que hubiera sido correcto
tratándose del asunto que se trataba. Aquella muestra de familiaridad duró unos
segundos y Noel se despidió alegando tener una reunión inmediata.
- Vosotros, me ha dicho Verónica
vais a comer donde Alí. ¡Ah! sabía elección, la mejor cocina italiana de Leuwen
– y lo dijo en flamenco a propósito- me despido; volvió a besar a los chicos y
de Cristina lo hizo levantando la mano. La puerta la cerró Verónica cuando Noel
salió sin mirar atrás.
- Mama, éste tío…
- Cállate, Roberto, no seas
grosero
- ¿Qué ha pasado? – pregunto “in
albis” Corina
- Ya te lo contaré – le contestó
Roberto al tiempo que le cogía de la mano para salir del despacho.
- Por favor, Verónica – le dijo
Cristina al salir – nada de teléfono mientras comemos. Derivo mi móvil al tuyo
y tu me disculpas o me citas o lo que te de la gana, pero que comamos
tranquilos que tenemos que hablar de cosas.
- Naturalmente señora – contestó
educada Verónica, eficacísima secretaria tetralingue que Cristina arrastró del
bufete de Madrid.
El restaurante del que Alí era el
maître estaba es una calle estrecha no muy lejos del despacho ni muy lejos del
centro de Lovaina, ciudad universitaria sobre todo. Era discreto, con pocas
mesas y una cocina digna de alguna estrella Michelín. Sus ensaladas eran
inimitables y sus pizzas famosas en toda centroeuropa. Nada más entrar Alí se
dirigió a Cristina y le hizo todos los honores. Le tenía reservada una mesa al
lado de la cristalera que velaban unos visillos de encaje de Flandes muy
acogedora. Le iba a entregar la carta pero Cristina levantó la mano.
- Lo que tú traigas Alí estará
bien, y ten en cuenta que mi hijo al menos está en la edad y no se va a
conformar con una ensalada tibia.
Corina se levantó entonces
preguntando por el lavabo para prepararse para la comida. Alí la indicó y madre
e hijo, se quedaron solos.
- Mira Roberto, no vamos a perder
el tiempo, porque esta pava no va a tardar mucho. Lo se todo.
- ¿Todo?, que es todo mama –
preguntó serio e irritado Roberto.
- Lo de Lucas contigo y con la
guarra esta. He visto hasta las cintas
- ¿Qué? – Roberto se mareó y
quedó blanco como el mantel de lino de la mesa
- En primer lugar eres estupido.
¿Tú te crees que estando en la misma habitación, en la misma casa del hijo del
presidente de la comisión de defensa de USA, no va a haber cámaras y micrófonos
hasta en el culo? La juerguecita de la nenita esta inocente con el otro
mariconazo y el mariconazo de mi hijo fueron de órdago. ¿Tu no sabes que los
satélites espías de estos cabrones son capaces de leer el periódico que tu
estás leyendo con más nitidez de lo que lo haces tú?, ¿Qué pasó en el barco de
los Taylor camino de los cayos?, ¿A quien se comió la pierna el caimán, a Duncan
o a Richard?, ¿Porqué te crees que llegó aquel Apache tan pronto donde estabais
a evacuarle? – Cristina endureció aún más sus músculos faciales – espabila
imbecil y cambia la cara que viene tu putita asquerosamente rica.
La comida a partir de ese momento
transcurrió entre alabanzas al chef, al vino y al servicio excelente, teniendo
en cuenta que Cristina era quien era. Cuando dieron por terminada la comida
sencillamente se levantaron y se marcharon.
- ¿Nadie va a pagar? – preguntó
algo sorprendida Corina.
- Hija – le contestó
condescendiente Cristina - ¿Has visto a tu padre alguna vez sacar un dólar
cuando estáis en los Haptons?, pues aquí pasa lo mismo. Alí cobrará cuando
quiera. Suele pasar las facturas al bufete mensualmente y nadie nunca le ha
puesto reparos a sus números. La confianza es todo, hija y ahora si me
permites, adelántate un poco que tengo que hablar algo confidencial con mi
hijo.
Corina se mostró desconcertada
pero Roberto le hizo una seña de que no se lo tomase a mal, abrió los brazos en
señal de disculpa a su madre y la chica se adelantó.
- Ahora que sabes lo que se y más
cosas que se irán revelando y otras de las que me tendrás informada no se te
habrá escapado la forma en que Noel te ha pasado el brazo por la cintura, ¿me
equivoco?
- No – masculló Roberto, para el
que la situación se le hacia ya incomoda.
- Siempre creí que le gustaban
más jovencitos, pero al parecer tu le han caído bien. Noel tiene en su
privilegiada cabeza datos y cifras que harían caer a varios gobiernos. Está en
una localización judicial donde prácticamente nadie puede alcanzarle, por eso
se permite el lujo de juguetear con sus perrillos, como el llama a los críos
que se cepilla y que le traen, últimamente de los antiguos países comunistas…,
hay tanta hambre. Pero esa familiaridad contigo…, me ha hecho pensar. Solo un
escándalo mediático con fotos o películas podría derribarlo y en ese caso quizá
si tu…
- No me puedo creer lo que me
estás proponiendo
- Si Noel cae – Cristina seguía
como si no escuchase – yo presidiría el bufete entero, imagínate el poder que
acumularía, lo que siempre había soñado y mi hijo puede ayudarme. Y ahora
piensa que si yo llego donde quiero donde podrías llegar tú.
- Estás enferma, luego dices de
mi padre, pero estás enferma – se desembarazó del brazo de su madre y corrió
hasta donde caminaba Corina.
En ese momento por el puente
sobre el túnel de la carretera pasaba un taxi. Roberto lo detuvo y le indicó al
chofer el camino del aeropuerto.
- Que ha pasado – preguntó Corina
- Nada, mama, tenía trabajo y si
llegamos a tiempo cogemos el vuelo de Sevilla.
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