martes, 4 de junio de 2024

AGONÍA

 

- Menos mal que has llegado a tiempo, Jaime.
- Tenía un examen abuela y no podía dejar de presentarme. Me salió bien. Tuve suerte, eran setenta y dos temas y cinco de ellos los dejé sin tocar. En el histórico de cinco años nunca salió una pregunta de esos temas, y acerté. Creo que he terminado derecho.
- Felicidades hijo. Lástima que tu abuelo no pueda enterarse. ¿Vas a entrar a verle? Y a despedirte, desgraciadamente.
- Claro, abuela, para eso he venido. ¿Puedo entrar ahora?
- Entra ahora, a ver si hay suerte y te reconoce.
La habitación de Guillermo estaba en penumbra rosa merced a un estor rojizo que pendía de la ventana. "Una atmósfera cálida, colores cálidos, relaja y cierto aroma a café recién hecho flotando en el aire hace que el paciente terminal se encuentre más confortable". El médico de paliativos había sido muy específico en las circunstancias del entorno del paciente.
Guillermo hacía muy poco bulto en la cama, una de esas articuladas y electricas de hospital que Cándida, su mujer, hizo poner en la alcoba para que su marido pasase lo más confortable posible sus últimos días. De alguna manera, Cándida, se alegró de que se llevasen la cama del deshonor donde años atrás había sorprendido a su marido siendo taladrado por el culo a cargo de su sobrino Sebastián. Recordaba Cándida cómo se quedó paralizada como la mujer de Lot hecha sal amarga. Su marido y el sobrino no se percataron de su presencia y pudo escuchar el escarnio hecho veneno en las palabras de su marido: "Preñame, Chano, preñame el culo", aunque lo peor fue el vergonzoso "te lo puedo explicar" con el culo aún rezumando semen familiar. Cándida quiso morir y matar a Guillermo. Ya nunca compartieron cama, él se quedó con la cama adultera y ella ocupó la habitación de invitados. Todo fue civilizado y correctamente violento. Luego el tiempo fue depositando polvo de olvido sobre las heridas y casi todo volvió a la normalidad. Cándida sabía que Guillermo y su sobrino y no quería saber si muchos más, seguían con sus sodomías, pero no bajo su techo. Cuando el infarto sin posible recuperación y el regreso a su casa, ella saboreó el triunfo de ver perdida de vista aquella cama.
- Pasa. Tocale un poco la mano o el hombro a ver si reacciona. Yo me quedo fuera.
Jaime se acercó con reverencia a la cama como si se tratase de una ermita a la que se acude en peregrinación. Estaba boca arriba respirando con cierta dificultad, las manos una sobre la otra y las dos sobre su pecho entrelazadas por un rosario de nacar. Jaime le tocó el hombro y luego las manos. Guillermo abrió los ojos para ver de quién se trataba y se le iluminaron. El corazón se alarmó y el enfermo abrió la boca como para tomar aire.
- Mi niño. Dame un beso.
Jaime se inclinó sobre la mejilla de su abuelo para darle un beso y en el mismo momento Guillermo giró la cabeza para que sus labios chocarán con los de su nieto. Al principio fue vacilación por parte de Jaime pero Guillermo hizo un poco de fuerza y entreabrió los labios. Jaime se dejó llevar, cerró los ojos y relajó su labios. La lengua del abuelo buscó la del nieto y rememoraron antiguas hazañas.
- Hazlo.
Guillermo abrió la boca todo lo que sus mermadas fuerzas le permitían y Jaime escupió varias veces. Luego volvieron a sellar sus labios una vez más.
- ¿Te has empalmado Jaime?
- Cómo no, abuelo. Desde que me fui a estudiar la carrera no había vuelto a besar,  a un tío. Tengo novia y me apaño muy bien, abuelo.
- Acercate más a mi mano y dejame que palpé tu dureza. Hace no se el tiempo que no toco carne dura y arriesgada. Me estoy muriendo, nieto, pero me has dado un poco de vida. Toca por encima de las sábanas. No recordaba ésta dureza desde que mi sobrino y tu me hicisteis una doble en la sauna de mi viejo amigo Linares.
Jaime se acercó y la mano del viejo pudo alcanzar la bragueta del chico que mientras tanto tocaba el paquete del abuelo a través de las sábanas.
- Si la tienes dura. Por cierto, que sabes de Sebastián. El fue el último que me folló. Hace ya casi seis años que el culo solo me sirve para cagar. Follaba bien y comía el culo mejor.
- El muy maricón te echó el ojo y te trajinó a mis espaldas. Perdona, me canso de hablar, pero soy feliz recordando. Hazme un favor. En el segundo cajón de la cómoda, al fondo hay una cajita de plata. Traemela.
Guillermo después de una conversación tan larga estaba agotado pero aún le quedaron fuerzas para destaparse del todo. Jaime, llegó a su lado con la cajita de plata.
- Jaime, ayúdame a quitarme este camisón absurdo, quiero quedarme desnudo. Y abre la caja. Saca las pinzitas que tienen dentro.
Dentro de la caja habia seis pinzas de electricista de las que tienen dientes afilados para garantizar las conexiones, con unos muelles fuertes.
- Son las que yo llamo pinzas cabronas, muerden con saña la delicada carne de los pezones y sacan sangre. Ponme las seis, tres en cada pezón.
- Abuelo, tienes los pezones enormes y la polla muy tiesa. Me dan ganas...
- A su tiempo. Ponme las pinzas y vas a saber lo que es una polla muy dura. En cuanto muera, quedate con ellas y empieza a practicar para que vayan participando los pezones cada vez más en tu sexo. Deja que me corra por ultima vez en la boca de mi nieto más querido. ¿Que edad tenías cuando nos pillaste a Sebastián y a mí follando en la arboleda de la finca?
- No sé. Ocho o nueve tendría. Recuerdo que se me puso la pichita que tenía como un palo.
- Y ahí fue donde por primera vez y sin que nadie te lo pidiera me la chupaste mientras que mi sobrino me follaba.
- Es un recuerdo grato. Casi no me cabía en la boca pero me esforcé y cuando te corriste y me dijiste que tragase no me importó. Me gustó abuelo.
- Y el cabrón de Sebastián te enseñó todo lo demás.
- Todo. Sin que lo supieras. Decía que te enfadarías. Me trabajó el culo muy bien y recuerdo la primera follada con cariño. Tenía ya casi los diez. Fuimos al cine y me sentó sobre sus rodillas me bajó un poco en pantalón y se la sacó. Durante toda la película poco a poco, poco a poco, bien de saliva y me entró bastante, pero no toda. Cuando salimos del cine, en un solar cercano se bajó el pantalón, me quitó el mío y me sentó sobre aquel mástil. Con el trabajo que llevaba hecho del cine fue ya coser y cantar, hasta que me entró entera. Se levantó conmigo sujetándome por la barriga en vilo ensartado por su rabo y empezó su baile. Al principio dolía pero enseguida el dolor cedió y el placer que sentí fue tremendo. Al poco se estremeció y arremetió más profundo y se quedó quieto. Me había echado el polvo dentro. Me explicó como cagarlo, me dio papel para limpiarme y luego nos buscábamos las vueltas para hacerlo casi a diario. Tenía un vicio de culo brutal. Y ahora, seguro que me he cerrado después de todos estos años perdidos.
- Ponme las pinzas. Necesito el dolor para volver a sentir placer antes de morir. Bajate un poco el pantalón a ver cómo va ese ojal.
A cada pinza que Jaime ponía en los enormes pezones de su abuelo, éste emitía un gemido indistinguible de placer o dolor. Cuando túvo las seis puestas comenzó a agitarlas para provocar más dolor. La cara se le iluminó de placer.
- Mírame el capullo como destila precum. Ahora, si me quieres hazme un último servicio. Con la cuerda que hay en la caja amarrarme los huevos fuerte y luego golpearlos con fuerza. Luego te la metes en la boca. Tienes tú coño tan divino como siempre. Te va a entrar lo que tú quieras que te entre. Me gustaría comertelo. Súbete en la cama y mientras te como tu ojal tu me sacas la leche con la boca. ¡Ahora, que me voy a correr.
Jaime se quitó pantalón y calzoncillos a la carrera y de un salto se encaramó sobre su abuelo poniéndole el culo sobre la boca al tiempo que él se metía la polla del abuelo hasta la garganta. Pasaron segundos y la verga del viejo empezó a escupir lefa que el nieto tragaba hasta que la polla se puso fláccida de golpe. Jaime de un salto bajó de la cama y se vistió. El abuelo había quedado dormido o muerto o en coma, él no lo sabía. Le volvió a colocar el camisón de enfermo y le volvió a tapar. Permaneció un rato a su lado observando alguna señal de vida. Parecía respirar levemente. En ese momento se fue de la habitación.
- ¿Has podido despedirte?
- Casi nada. Un momento que ha recobrado la conciencia, luego se ha sumido en un profundo sueño.
- Es la agonía hijo. Horas le deben quedar.

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