sábado, 7 de octubre de 2023

EL CONFESIONARIO (VII)

 
- Que tarde, ¿no? Has pasado mucho tiempo con el abuelo. ¡Que bien!
Pedro se quedó con la mirada perdida, absorto en que nunca habría ni imaginado que comerle el culo a un viejo, su abuelo para máyor abundamiento, podía proporcionar un placer tan exquisito mientras Rogelio sacaba fotos. El abuelo sollozaba de placer y eso le proporcionaba y gozo añadido. A cada momento creía que iba a correrse, pero fue Rogelio en un momento dado que puso la guinda al pastel colocándole sin más preámbulo unas pinzas fuertes en los pezones. El dolor parecía irresistible. Quiso arrancarselas y en ese momento recordó que Rogelio le había puesto grilletes de policía con las manos a la espalda. En ese momento le pareció excitante y más cuando sintió que la empujaba la cabeza al culo del abuelo. Levantó la cabeza en reacción al dolor, pero Rogelio volvió a hocicarle mientras decia "come perra" y ese insulto fue como si fuese parte del mordisco de las pinzas; le invadió una vaharada de deseo y lujuria. Parecía como si se hubiese establecido una conexión entre el dolor de los pezones y el capullo. El dolor se transformó en placer de tal manera que empezó a eyacular en medio de espasmos de placer...
- Pedro, hijo, que estás ausente - le chasqueó los dedos delante de la cara - ¿en que estabas pensando?
- Nada, nada. Pensando en a ver cuándo me llaman de la casa general.
- Ah, si, por cierto. Ha llamado un tal padre Miguel, que te espera mañana en la curia a la una de la tarde. ¿Era eso lo que esperabas?
- Si, si - y al alargar la mano para coger pan se rozó un pezón, dolorido tras tanto castigo, y la erección fue tremenda - ya estaba deseando que me mandase llamar.
- ¿Que te pasa, hijo, te duele algo?
- No, no, nada - mintió recordando la sorpresa por el castigo y el dolor y placer aparejado - tengo ya ganas de ir a hablar con el padre general y volver al convento. Me voy a ir a la cama, mamá, estoy cansado.
- Vale hijo. Que descanses.
Según enfilaba el pasillo ir a su dormitorio y una erección casi dolorosa le hacía gemir sintió que los pezones le requerían. Se llevó las manos y pellizcó con saña. Deseó tener el pene de Ayante otra vez en el culo. Entró en su cuarto se desnudó y mirándose al espejo del ropero y devastando se los pezones empezó a eyacular en medio de mareos de placer. El semen impactó en el espejo y disfrutó viendo cómo los goterones se despegaban cristal abajo. Con el calzoncillo limpió como buenamente pudo el espejo y se acostó quedando dormido al instante. 
No pudo oír como su madre, como era costumbre, abría con cuidado la puerta y velaba su sueño. Vio a su Apolo adolescente desnudo sobre la cama con su miembro detumescente pero de buen tamaño reposando sobre su bajo vientre terso. Entró en la habitación engañándose a si misma con que debería arroparle, aunque su vista estaba abrochada a la verga de su hijo. Era una droga. Había degustado el sabor pecaminoso del hijo, una vez más y no podía ahora que lo tenía tan cerca desperdiciar la oportunidad. Con cuidado recogió el trozo de carne fláccido y entero en su manos y acercó su cara para olerlo. Le olía a semen fresco y eso le nubló el entendimiento. Primero fue un lametón luego otro y finalmente abrió su celda para aprisionar su deseo. En ese momento Pedro despertó y tras un instante de composición de lugar fue consciente de lo que sucedía y la erección instantánea atragantó a su madre que se tuvo que retirar. Pedro completamente duro no movió ni un músculo más y su madre que aterrorizada había iniciado la huida con el corazón desbocado se detuvo viendo que Pedro seguía dormido pero ahora con la verga grande, brillante y dura. El deseo le dio valentía y volvió a la carga. Se arrodilló ante la cama y empezó la ceremonia incestuosa más lujuriosa, felando la madre al hijo. No tardó mucho Pedro en correrse, en la boca de su madre, pero quiso darle una ocasión de cavilar. Cuando estaba eyaculando dijo en voz alta, como si estuviese teniendo un sueño: "así, así papá, trágatelo todo, papá" 
Paloma con la boca llena del semen de Pedro no pudo reprimir el inicio de la náusea y esparció sobre el vientre de su hijo una aspersión del contenido de la boca. Pedro continuaba con su paripé de supuesto sueño sintiendo como los goterones le resbalaban por los flancos. Paloma le limpió como pudo y salió del cuarto.
Pedro abrió los ojos y dibujó una amplia sonrisa calibrando el efecto de lo que dijo al correrse. Se dió media vuelta en la cama y se durmió, esta vez de verdad, profundamente.

- Que tal, hijo - en la pregunta de Paloma había un temor a punto de sobrevivir.
La mesa puesta para el desayuno, Pedro aproximó la silla para sentarse.
- Bien, mamá. ¿Y tú, que tal la noche?
- Bien. Te escuché hablar en sueños. ¿Has tenido pesadillas?
- Parece que si ...
- ¿De qué, terroríficas, divertidas?
- Vergonzosas, mamá, vergonzosas.
- ¿Se puede saber que era eso que tanta vergüenza te produce?
- Mamá. Algo que de ser real te avergonzaría a ti también.
- ¿El que? Vamos, soy tu madre, cuentamelo.
- Da mucho corte, mamá.
- Venga, te aliviará contarlo. Ya verás como cuando te lo escuches de tu propia boca no será para tanto.
- Ah, ¿No es para tanto que tu padre te chupe el rabo hasta correrte, y que te encante?
- ¿Tu padre? Era tu padre, seguro, no alguien que se le parecía.
- Juraría que era mi padre - Pedro se tuvo que acomodar su sexo que había crecido desmesuradamente dentro de su ropa interior.
Eso es porque estuviste en su casa y como tiene novio nuevo te ha impresionado.
- Seguro que es eso, mami - y le fijó la mirada de forma tan inquisitiva que Paloma la tuvo que apartar - por cierto, ayer entraste en el dormitorio cuando estaba dormido, creo, para arroparme - le sonrió cínicamente sin apartar la mirada un instante - muchas gracias, mami. Pero a ver si un día de estos me pillas en situación comprometida y fíjate tú que apuro. Para los dos.
- ¿A qué te refieres, Pedro? - Paloma puso cara de mármol esculpido, duro y arisco.
- Mamá - Pedro jugueteaba con la cucharilla en su tazón de leche - tengo casi diecisiete, una edad a la que uno se pone duro hasta con las sopas de ajo, y no quisiera que me vieses así.
- Descuida, cariño. De ahora en adelante, cuando estés en casa solo entraré en la habitación para hacer la cama, recoger trastos y limpiar y si estás acostado, únicamente si me llamas. Por cierto, ¿era a la una tu cita con el cura ese que llamó?
- Si. A la una.
- Comerás allí, supongo.
- No, no creo. De todas formas si me tengo que quedar, te aviso. Antes de ir, voy a hablar con don Felipe por si tiene algún consejo que darme.
- Perfecto. Me parece muy bien. Ese sacerdote es un santo. Hazle caso.
Un santo de lujuria, pensó el chico recordando lubricidades de hacía pocas horas. Quería ir a verle para contarle la mamada de su madre y preguntar porqué no paraba de formarse le en la imaginación la figura de su madre a cuatro patas y el sodomizandola con saña mientras ella le pedía más. Y lo más preocupante es que esa imagen le proporcionaba un inmenso placer más por saber que se lo hacia a su madre que el acto en si.
Llegó a San Dionisio a media mañana. Se dirigió a la sacristía buscando al cura, pero estaba un chico joven recostado sobre el aparador de las albas.
Hola. Buenos días. Estaba buscando a Don Felipe.
- Hola - le tendió la mano muy cordial - yo soy Raúl el que lleva el grupo adolescente de catequesis.
- Yo, Pedro. Venía en el tren y coincidí con don Felipe y trabamos algo de amistad.
- Mmm, ya, ya - automáticamente cambió tanto su hábito postural como el gesto de su rostro e inició el acercamiento físico a Pedro - Felipe me ha hablado - y al tiempo levantó su mano y con destreza le pellizcó un pezón.
Pedro sintió una punzada dolorosa que le hizo empalmar instantáneamente, entornó los ojos de placer y entrega y deseó en lo más profundo que le pinzase el otro pezón.
Raúl, como si le hubiese leído el pensamiento alargó la otra mano e hizo presa aún con más violencia, retorciendo a través de la ropa. En el momento que Pedro emitía un quejido de dolor y lujuria entró en la sacristía don Felipe.
- ¡Vaya! Veo que ya se conocen. Acompáñenme los dos a la casa parroquial. Les tengo que instruir en determinadas habilidades.
Raúl en ese momento ya evaluaba a través del pantalón de Pedro el tamaño de su dotación.
- Dejen esos manejos para cuando lleguemos a nuestro destino - y acompañó la frase con una cariñosa palmada en el culo de Raúl.
- Don Felipe, en realidad, yo no tengo mucho tiempo. Me ha citado el padre general en la casa madre para la una de la tarde y si nos liamos...
- ¿Que te parece, Raúl?
- Que vaya a sus obligaciones y ya nos veremos en otro momento. Estoy seguro que va a ser una pieza fundamental de nuestra cuadra. No muchos chavales de su edad hubiera entregado sus pezones de una forma tan cruel como el castigo al que le he sometido, y se ha puesto duro como el acero. Lo disfrutaremos, Felipe. Y él disfrutará.
- En otro momento, pequeño - y don Felipe tomó la cara de Pedro por las mandíbulas, inmovilizandolo y acercó sus labios a los suyos permitiendo que las salivas se mezclasen. Pedro sintió un escalofrío y abrió la boca permitiendo que el cura introdujese la lengua en su boca. 
Raúl tomó el relevo, tomó la cabeza de Pedro entre sus manos y le morreo sin rodeos mientras restregaba su pelvis con la suya.
- Bueno, yo me voy, que voy a llegar tarde.
Y salió secándose los labios con la manga de la camisa, acomodandose el paquete, con la cabeza baja camino de su entrevista con el general.


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