jueves, 12 de octubre de 2023

EL CONFESIONARIO (VIII)

 

Tiró de la cuerda que sobresalía de la reja, con fuerza y escuchó a lo lejos el tintineo de la campana. Le pareció, al poco, percibir como se abría una puerta y después aparecer por la cancela un religioso con su hábito gris claro y el escapulario con capucha de color gris oscuro. Era su mismo hábito, solo que el suyo tenía escapulario blanco, que le señalaba como aspirante a procesar votos.
- ¿El novicio Pedro? - en el tono tembloroso  de la pregunta, Pedro adivinada ansiedad contenida.
- Si - escudriñó los ojos azules del fraile intentando averiguar las razones del nerviosismo. El religioso profeso desvío la mirada - me había citado el padre general.
- Te está esperando en sus habitaciones.
- Hermano - dijo Pedro con dulzura - el viento ha levantado el escapulario y me ha parecido ver que la túnica tenía una rotura.
El fraile se detuvo sin volverse y sin abrir la boca se retiró el escapulario con una mano y con la otra se apartó un poco la túnica por detrás dejando ver la piel blanca de las piernas.
- Eres observador. Está túnica de profeso es así. Abierta para más comodidad a la hora de nuestras necesidades fisiológicas. Las de novicio no la tienen, por eso te habrá llamado la atención - se volvió entonces y Pedro le vio dibujarse una débil sonrisa en su cara - ahora te darán una como ésta, bueno, no exactamente igual, para presentarte al general, padre Amado.
- Pero, ¿la lleváis sin pantalón? me ha parecido ver.
- Hace calor, el hábito es de estameña y abriga bien en invierno, pero en verano..., en mi caso, yo nunca uso ropa interior. Otros, se que tampoco y así es más llevadero. Te recomiendo que cuando te la den te vistas con ella sin nada debajo, te derretirás sino - y ésta vez fue Pedro el que apartó la vista y se ruborizó - no te azores por ir desnudo bajo la túnica, seguramente el padre Amado irá también así. Y ahora, no perdamos más tiempo. Te esperan.
Pedro sintió que su miembro empezaba a crecer y esperaba que se aflojase o que la túnica le disimulase.
- Eres muy joven - continuó hablando el fraile sin dejar de caminar - y la calentura te abandonará en contadas ocasiones. No sufras, la túnica es amplia y sin cordón ni correa y disimula perfectamente cualquier anomalía del cuerpo. Pero tienes que tener cuidado, la abertura que has visto por detrás la hay por delante que se sujeta con una trabilla. Comprueba la presilla con frecuencia pues se podría abrir la túnica por descuido y quedarías muy expuesto, y eso es una falta muy grave en nuestra comunidad.
- Gracias, fray..., no me has dicho tu nombre.
- Ramón, fray Ramón. Espero que seamos buenos compañeros - le dijo mientras subían los tres escalones que daban acceso al zaguán de la casa. De allí se pasaba a un patio ajardinado - ¿Ves aquella puerta de la esquina de enfrente?
- Si
- Ve allí, llama y te darán la túnica para ir a ver al padre Amado. Que tengas suerte.

- Pasa - una voz recia pero queda le indicó que podía entrar.
Era una sala cuadrada de techo altos y ventanucos en lo más alto, con muebles como de sacristía. El fraile que le hizo entrar abrió un cajón enorme y sacó una túnica gris claro, como la de fray Ramón, a la que empezó a desabrochar unos botones, algo que a Pedro le sorprendió.
- Desnúdate ahí. Deja la ropa sobre la silla y extiende los brazos de frente para que pueda colocarte el hábito. Yo te lo abotonaré. Si quieres te lo quitas todo, que hace calor.
- Pero..., ¿aquí. No hay una cabina o algún sitio...
- Nada que ocultar novicio Pedro. Y yo no me voy a escandalizar de ver un cuerpo de varón desnudo. Otro más.
Pedro recordó lo que fray Ramón le dijo de no azorarse y mirando a la pared empezó a desvestirse. Cuando le quedaban los calzoncillos dudó un momento y el fraile se le acercó y le dijo en un susurro.
- Quitatelo. Yo tampoco llevo, ni casi nadie aquí. Con este calor. Además tienes un físico bonito, no tienes de qué avergonzarte.
Comenzó con mucha parsimonia a bajarse el calzoncillo y sintió a la vez que la verga se le disparaba en una erección explosiva. Tenía ahora que volverse con su miembro rígido hacia el fraile que le ofrecía la túnica.
Se volvió lentamente con la vista humillada hacía el fraile con los brazos extendidos.
- Con esa dotación - dijo el fraile mientras le colocaba la túnica - vas a hacer muy feliz a mucha gente. No te apures.
Pedro empezó a temblar. Ese comentario no parecía muy adecuado para el sitio en el que estaba pero por otra parte sintió un deseo lujurioso que tampoco casaba con la razón por la que estaba allí.
Se puso el fraile detrás de Pedro y le abotonó la túnica. Después tomó las faldas y las hizo volar haciendo que la abertura dejase a la vista el trasero de Pedro, dejándole caer otra vez.
- Te sienta muy bien muchacho, con el culo tan respingón. Al padre Amado le va a gustar charlar contigo. Confía en él es un padre, severo, si, pero de alguna manera complaciente y tolerante y comprensivo con las debilidades humanas, de las que él participa, como no podía ser de otra manera; es humano, como nosotros. 
Entra - le señaló - por esa puerta lateral sin llamar. Ahí estará el padre Amado. Si no ha llegado te arrodillas y reza lo que quieras mientras esperas - Pedro iba entrar ya a la otra sala ya cuando el fraile le tomó por el brazo - no te he visto sujetarte la presilla de la abertura anterior. Déjame que yo te la anude, al principio si no se ha hecho nunca, cuesta, hace falta cierta maña.
El fraile se agachó delante de Pedro y buscó a la altura que debía estar la sujeción - hueles bien, chico ¿te perfumas tu carné de pecado? y sin dejarle contestar metiendo la mano por la abertura y Pedro nunca supo si adrede o por azar, le rozó la verga que seguía dura. Pedro emitió un gemido corto y ahogado. El fraile abrochó la túnica y se puso en pie.
- No te apures chico. Aquí todos sabemos porqué has venido a ver al padre Amado. Tienes la edad de ser fogoso y el padre te tendrá que escrutar por si ésta vida no fuese la más adecuada a tu personalidad. De todas formas no me extraña que el otro novicio quisiera conocer más de cerca todos tus atributos. Anda, entra ya - concluyó colocándole la mano en el confín de su espalda adoptando un tono condescendiente y apretando con la mano, en la opinión de Pedro, más de lo que hubiera sido lógico. Eso le hizo desear que le hubiese metido la mano por la abertura del hábito.
La habitación a la que entró tenía un crucifijo y varios cuadros de santos. Por mobiliario, únicamente una silla de respaldo alto y tapizada en Alcántara oscuro. La luz entraba muy tamizada por unos ventanales a bastante altura y el ambiente era de penumbra.
Pedro se olvidó que tendría que arrodillarse martilleandole en la cabeza únicamente aquello de que el padre general iba a confesarle. Y si así era, ¿tendría que contar lo de sus padres, lo de Ayante y Rogelio, lo de don Felipe y Raúl o solamente lo relacionado con el asunto que le llevaba allí? 
El tremendo empalme no le abandonaba y un sudor se le iba y otro se le venía y estaba completamente abstraído en sus contradicciones cuando escuchó una voz dulce a su lado.
- Suponía que habrías hecho caso y estarías de rodillas y rezando. Pero bueno, lo vamos a atribuir a los nervios - se sentó en la silla y le dijo a Pedro que se arrodillarse a su lado - aquí, mi lado, arrodíllate y apoya tus brazos en la pierna, yo soy el sostén de tu vocación. Me lo tienes que contar todo. Por muy escabroso que te parezca.
Vamos a ver. Otro novicio te ha acusado de actos lujuriosos e impuros durante la oración en la capilla. Cuentamelo todo, como tú honestamente sepas que sucedió.
- Padre - Pedro empezó a hiperventilar y las lagrimas se le saltaron - es difícil contar esto.
- Aún no es una confesión sacramental. Habla sin tapujos y con tus palabras.
- Soy muy perro y me gusta masturbarme. Que ya se que no..., pero como al pajearme me di cuenta que apretaba el culo supuse que introduciendome algo..., sodomía ha existido de siempre y me estimuló aquel pensamiento. Un día en la cocina vi un instrumento de mármol del que se usa para majar los condimentos. Tenía un tamaño parecido al que yo tengo y me arriesgué. Lo tomé prestado, lo probaría a ver y luego lo lavaría muy bien y lo dejaría en la cocina otra vez
- Tienes tú entonces un buen tamaño también - y al decir esto inicio una leve risa al tiempo que le ponía al chico su mano en la nuca - bien, sigue.
- Me di cuenta que las pajas eran más placenteras con eso en el culo y me aficioné a la vez que tardaba más el orgasmo si me rozaba el capullo muy suavemente y se prolongaba el placer. Ya no pude devolver el cacharro, era demasiado gozo en mi cuerpo al que no iba a renunciar. Como la oración se me hacía tan pesada, lo empecé a usar en la capilla. Me lo ponía en la celda antes de ir a capilla y con cada paso me daba más placer. Me daba mucho gusto. En el banco de la iglesia hacia movimientos y el placer iba en aumento y a través del hábito me acariciaba el capullo y me debí dejar llevar. Este chico debió darse cuenta y entró en mi celda diciendome que o le hacía una mamada o lo chivaba todo. Le pegué un empujón echándole del cuarto y fue cuando lo denunció.
- Bueno hijo - el padre Amado acompañaba esas palabras suaves y tiernas de perdón y condescendencia con palmaditas en la nuca hasta que a Pedro le pareció que el padre le hurgaba en la espalda hasta que identificó los manejos: le estaba desabrochando la túnica - no debes disgustarte, la carne es débil - y al decirlo abrió un poco las piernas dejando que la abertura anterior del hábito cayese a cada lado dejando las piernas al aire y su entrepierna solo cubierta por el escapulario y mientras el último botón que manejaba el general quedaba quitado y la túnica de Pedro caía a cada lado dejándole toda la espalda y el trasero expuesto - no te apures hermanito, desnudos nacemos y desnudos estamos siempre a los ojos de Dios. Estar desnudo es una bendición. Levanta los brazos de la pierna y deja que caiga el velo que oculta tu pecado. Sigue de rodillas como pecador que eres.
Entra hermano Ramón, entra. Nuestro pecador ha confesado y merece el justo castigo - y diciendo esto acariciaba con un dedo el ano de Pedro que no podía evitar gemir de placer.
- Novicio Pedro - le dijo fray Ramón que le abrió la puerta - vengo a disciplinar tu pecado por orden de nuestro superior, espero que aprendas la lección - y diciéndolo sacó de entre los ropajes una disciplina de siete colas de esparto.

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