jueves, 24 de agosto de 2023

EL CONFESIONARIO (III)

 

Paloma empezó a llorar sin consuelo. No podía articular palabra. Tenía el corazón encogido. Sabía que desde que Pedro nació le llamó la atención su macrosomía. La dotación de su marido no era gran cosa y que el tamaño con el que su hijo entró en su vida le quitaba el aliento. Cada vez que bañaba a su hijo se demoraba exasperadamente en su región pudenda al punto de que a medida que pasaban las semanas las erecciones de su pequeño eran más inquietantes al menor y lúbrico masaje que en cada baño le dispensaba. Le gustaba sentir la dureza de su enorme verga en sus manos, y como le había recomendado el pediatra, le retraía el pellejo peneano dejando aparecer un glande brillante y rotundo. El niño, a pesar de su cortísima edad, pocas semanas, aprendió a reír con ganas cada vez que su madre le masajeaba el capullo. Llegó a creer que en alguno de esos baños su hijo experimentaba orgasmos porque la risa daba paso a un desfallecimiento extremo con ojos en blanco y dejadez de miembros total.
Llevó al niño al médico que le quitó importancia "aunque son pequeños, pueden tener orgasmos. No se entretenga mucho en esa zona cuando lo bañe"
Cuando Pedro tenía un añito, se metió con él en la bañera en un dedo de agua templada y cuando el niño experimentó su increíble erección le abrazó poniéndole a la altura pertinente sintiendo como entraba y corriendose de inmediato. Llegó en el enganche a tal punto que se bañaba con el niño hasta tres veces al día. En uno de esos baños, su marido, Mariano la pilló en sus manejos y aunque nadie le creyó las lubricidades que contaba de su mujer y su hijo, se fue para siempre de la casa.
- No padre, no. Ya hacia tiempo, pero, el niño no se acuerda de nada, pero jugamos con el niño hasta que cumplió los cinco años.
- ¿Jugamos?, ¿Quien más hubo?
Pedro desde el otro lado del confesionario estaba a punto del colapso, pero no por eso abortaba su erección o el deseo de algo, de algo a poder ser violento, cuanto más violento más excitante sería. Necesitaba algo gordo, que le violentase el ano, tenía que dolerle. No sabía dónde encontrar algo que le disciplinase por detrás. Contuvo la respiración y esperó la respuesta de su madre a la pregunta del cura. No podía dejar de agarrar con fuerza su pene. Sentía necesidad de su dildo en el culo y al tiempo, sin explicación posible empezó a llorar.
- Mi amiga Elena vino un día a casa y estaba a punto de meterme en el baño con Pedro. "Anda, Paloma, báñate con él que yo lo vea, y así recuerdo nuestros buenos momentos"
Padre, no pude resistir la tentación y - se le desfalleció la voz en un puchero - y le dije que se bañara con nosotros. Nos metimos en la bañera las dos y Pedrito entre medias. Elena se entusiasmó con el tamaño del niño y lo usó con mi consentimiento. Y yo, tengo que confesar, padre, que gocé viéndola. Me lo he reprochado muchas veces.
Pedro desde el otro habitáculo no podía dejar de llorar ni de masajearse su capullo, hasta que se corrió con seis abundantes chorros de semen que tatuaron las paredes del confesionario. Su respiración agitada y los quejidos ahogados de placer alertaron a Don Felipe.
- ¿Hay alguien ahí?
Pedro escuchó descorrerse la cortinilla de la reja que comunicaba con el cura en su sitio e instintivamente se plegó hasta el suelo.
- Si hay alguien ahí, que sepa que estoy en plena confesión de una penitente y escuchar lo que confiesa es un pecado de perversión.
La cortinilla volvió a cerrarse y Pedro con mucho cuidado empezó a vestirse. Ya había escuchado suficiente para explicarse muchas cosas e interpretar sueños extraños que tenía con frecuencia.
Cuando terminó salió muy cuidadosamente y se sentó en un banco a esperar a que su madre terminase de vaciar su corazón de inmundicia. Con lo que le gustaba a él dormir con mamá sintiendo su calor y como ella le abrazaba y le colmaba de besos por todo el cuerpo. Le gustaba que se acostaran desnudos y él dormía profundamente con mucha seguridad. Siempre se despertaba de madrugada duro y tenso de entrepierna y su madre le acariciaba y tranquilizaba volviéndose a dormir.
Estaba en esos pensamientos cuando salió su madre del confesionario con un pañuelo en la mano enjugándose los ojos.
- Tú hijo ¿Te vas a confesar?
Y antes de poder responder a Paloma, Don Felipe salía de su sitio.
- ¡Ah! Aquí está Pedro. Has venido a visitarme y has traído a una oveja al rebaño. Eso está muy bien. Y tú ¿También vas a querer confesarte? - y mientras decía esto le daba una suavecita bofetada y luego un pellizco en la mejilla - porque algún pecado tendrás que tener, veniales, seguro - rematandolo todo con una risa blanda y forzada. ¿Alguno mortal? Bueno, será poca cosa, y a tu edad, la carne, el mayor enemigo.
- No. No necesito - iba a decir mierdas como la de mi madre, pero se contuvo - de momento, hasta hacer un buen examen de conciencia. Gracias.
- Bueno, pues nada. Hasta otro día. Y tú, Paloma, haz lo que te he dicho, verás como todo sale bien.

Camino de casa Pedro se mantenía serio y silencioso. No podía quitarse de la cabeza el sueño del día anterior en el que el maestro de novicios le hacía una mamada gloriosa, y ahora resulta que fue una mamada real y llevada a cabo por ¡su propia madre! Y rememorandolo sintió que se empalmaba. El placer que sintió creyendo que soñaba no se parecía a nada de lo que él tenía experiencia.
Paloma le miraba a hurtadillas sin poder evitar poner cara de angustia. No tenía idea en qué forma iba a poder sincerarse con su hijo y pedirle perdón. Pedro se encontraba incómodo con su empalme y estaba inquieto removiendose en su asiento del metro colocándose su anatomía.
- ¿Que te pasa hijo? Te veo inquieto.
Pedro no contestaba sumido en la disyuntiva de echar en cara a su madre lo que había hecho o pedirle que lo repitiese. ¿Que importaba? Él era joven, sano, potente y no rechazaba el placer. Ella no era más que una boca de seda que gustaba de acariciar un precioso pene como el suyo. ¿Que era su madre? Él no la eligió y si ella no pudo evitar la lujuria de apoderarse de su sexo siendo su madre, ¿Quién era él para cuestionarlo?
Y dió un paso más sin poderlo remediar.
- Mamá. ¿Desde que se fue papá de casa, tú has tenido sexo con alguien?
- Pedro, por dios, ¿Como se te ocurre preguntar eso?
- Mamá, por dios, ¿Como se te ocurrió hacerme anoche esa mamada?
Paloma se quedó sin respiración. Ella preocupada por cómo abordar a su hijo en un tema tan escabroso y resulta que su hijo lo sabía todo. ¡Que zorro! Se estaba dando cuenta y se hizo el dormido.
- ¿Te diste cuenta entonces? - musitó de forma muy apagada y abochornada.
- Lo he escuchado en el confesionario. Y lo de tu amiga Elena. ¿Estás liada con ella?
- Como puedes decir eso. Soy tu madre.
- Eres bisexual o lesbiana directamente - Pedro paso por alto la escenita de indignación de su madre - puedes ser tortillera y ser mi madre, que no me escandalizo, aunque eso me explica también porque nos abandonó mi padre.
Mamá, cariño - Pedro se volvió a su madre, la abrazó y le cubrió de besos - ¿Vas a querer que te folle también. Quizá te haga más ilusión por el culo? aunque preferiría que alguien me follará a mi - Paloma quiso desembarazarse del abrazo de su hijo, pero Pedro se lo impidió y siguió susurrándole al oído - ahora, mami, están todas las cartas sobre la mesa. No tenemos porqué disimular nada. Puedes mamarmela cada vez que quieras..., preguntándome antes. Como si quieres un polvo más convencional, no tendría inconveniente.
Paloma lloraba ya de forma convulsa. Le repugnaba lo que le decía su hijo pero al tiempo sentía que se mojaba y los pezones se le ponían duros. Pedro deshizo el abrazo y se puso en pie.
- Estamos llegando mamá. Levanta.
Paloma no era capaz de mirar a los ojos a Pedro. Estaba avergonzada y no sabía cómo se iba a tener que comportar al llegar a casa. Pedro le echó el brazo por el hombro y mientras subían la escalera camino de la calle se le acercó al oído.
- La mamas como nadie, mamaíta - al tiempo esbozaba una sonrisa depravada.

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