sábado, 12 de agosto de 2023

EL CONFESIONARIO (I)


No sé realmente como sucedió.

- Debes irte unos días a casa Pedro.
¿Llevas ropa bajo el hábito?
- Naturalmente, padre.
- ¿Podrías levantarte el hábito?
Me felicité de haberme escamado de aquella orden de visita inmediata, poniéndome ropa interior, pantalón y camisa.
- Mire usted - dije mientras me levantaba el hábito - ¿quiere que me lo quité entero?
- No hace falta. Ahora tienes que descansar, ordenar tus ideas y en poco tiempo te llamaré. O quizá el General te llamé a capitulo. Para charlar. Ahora debes serenarte. Tú tren sale en una hora. Haz tu maleta y buena suerte. En poco tiempo si Dios quiere nos veremos.

El maestro de novicios me había llamado a su despacho y me había comunicado que otro novicio me había denunciado por impureza. Yo callé. No comprendía como alguien se pudo haber dado cuenta, pero el novicio Ramón hacia tiempo que me miraba raro. No sé cómo pudo percatarse que me ponía el hábito sin ropa debajo. Y además hacia unas semanas que había distraído una mano de almirez de la cocina, de buen tamaño, mármol de Macael, y me la insertaba por el orto, para entretenerme en los aburridos y larguísimos oficios. Cuando nos sentábamos en los bancos, con casi imperceptibles movimientos me estimulaba desde dentro hasta que me corría. Tenía los bolsillos del hábito descosidos y con las manos por dentro me ayudaba hasta la eyaculación recogiendo la lefa en las manos y llevándomela después disimuladamente a la boca. Ramón debió darse cuenta de alguna de estas efusiones y despechado por lo que ahora contaré me delató al maestro.
Después de una de aquellas sesiones de la comunidad en la capilla en la que la estimulación interna a cargo del dildo marmóreo fue más intensa de la cuenta o que yo a mi diecisiete años estaba que no podía más gemí de forma audible para quien estaba cerca de mi, Ramón, cuando me corrí y de forma refleja le miré en ese momento pidiéndole de manera tácita, indulgencia. Después de la capilla teníamos retiro en nuestras celdas, y Ramón se presentó en la mía, sabiendo que era algo prohibido.
- Menuda paja te has hecho en la capilla, Pedro. Yo también voy desnudo por dentro - se levantó las faldas del hábito enseñando un pequeño pene muy tenso y babeante de excitación - y seguro que una mamada no estaría de más para evitar tener que chivarme de tu impureza.
Mi reacción fue darle un empujón que dio con su grasienta carne en el suelo. Luego, siendo sincero conmigo mismo, me dije que de haber tenido un rabo de ocho pulgadas en lugar de la trompada habría elegido la mamada.
- Debes quitarte el hábito para viajar. Aunque te lo lleves. Si te llama el general deberás acudir con vestimenta talar. Ahora, ven aquí y dame un abrazo de despedida.
Se levantó el padre Manuel, se acercó a mí y me abrazó intensamente, tanto que sentí su dureza contra mi cuerpo, al tiempo que deslizaba por la espalda su mano izquierda hasta abarcarme el culo y empujarme hacía él.
- Quizá no tuvieras que irte si fueses más complaciente y menos rígido en tus preferencias. Este noviciado podría convertirse en algo muy revelador.
- Ya me he hecho a la idea, padre - al tiempo que me separaba de su cuerpo.
- Está bien. Vete. Seguro que volveremos a vernos.

El tren avanzaba a paso moderadamente rápido. Los frailes no escatimaban. En primera. Era cómodo viajar así, no en los atestados vagones de segunda con su humo del caldo de gallina de los trabajadores que se trasladaban de un pueblo a otro a trabajar y liaban y encendían un cigarro tras otro. Los niños que lloraban por la incomodidad y el desespero de las madres repartiendo estopa a la prole para que estuviesen quietos. En primera todo era quietud. Enfrente de mi asiento un cura ni joven ni viejo me miraba interesado. Sentía, notaba que quería cháchara con una expresión de sonrisa a medio hacer buscandome la lengua. Una sotana impecable, seguramente de paño de Benavente con un alzacuellos inmaculado. Afeitado perfecto dejando ver unas mejillas azuladas por la barba tan negra que no se dejaba asomar. Unas gafas montadas al aire con cristales verdes le daban un aspecto como de obispo o al menos de vicario. Ya conocía ese aspecto en el padre provincial cuando vino a visitarnos con motivo del inicio del noviciado.
Me hacía preguntas y yo respondía con monosílabos hasta que me preguntó por la novia.
- Estoy haciendo el noviciado. No tengo novia.
- ¡Religioso! Como yo. Perfecto, perfecto. ¿Y tú hábito? Dispensa por viaje, supongo.
Al mostrarse comprensivo con mi atuendo civil hizo un movimiento acomodándose en el asiento y se colocó el paquete. Le miré descaradamente su acción y balbuceó algo.
- ¿Cómo dice, padre? No le entendí.
- Decía que lo peor de todo, lo más difícil del noviciado es la pureza. Eso fue lo que más me costó a mi en el seminario.
- Para mí - vacilé algo al contestar - lo más difícil es la obediencia.
Me quedé callado absorbido por mi imagen en la capilla durante la meditación moviéndome para que el dildo que me había buscado me estimulase lo necesario para obtener el mejor orgasmo. 
- La obediencia es difícil, si, pero la lujuria muerde la carne y cuesta trabajo desprenderse de ella. Llevamos la carne sobre nosotros siempre dispuesta a arrastrarnos a un placer mal entendido.
Lo decía con un tono melifluo de voz, como si quisiera hipnotizarme clavándome la mirada en mis pupilas, como atornillandome a su voluntad. Ya sin ningún disimulo se acariciaba la sotana a nivel de su bragueta y pasaba de mis ojos a la bragueta queriéndome comer.
Sonó en ese momento por la megafonía que llegábamos a mi destino, al parecer el mismo que el del cura.
- ¿Viene alguien a recogerte? Por cierto, ¿te llamas? Yo soy Felipe, padre Felipe - al tiempo que me tendía la mano.
- Yo me llamo Pedro - le tendí mi mano y sentí una mano blanda, desfallecida, regordeta, fría y húmeda - y sí - mentí pensaba tomar un taxi, no había llamado a casa para comunicarlo - vendrá un hermano mayor a buscarme.
- Yo soy el párroco de San Dionisio. Cuando quieras cualquier cosa, cualquier cosa - enfatizó - te pasas por la sacristía y preguntas por mi, Don Felipe.
La amplia sonrisa emocionada con los labios brillantes por la salivación excesiva y el deseo de comerme en los ojos me halagó, me sentí deseado pero la náusea se me hizo presente imaginando aquel cuerpo blanco y grasiento desnudo.
Esperé a que le recogiese un coche y luego fui a la parada de taxis y di al chófer mi dirección.
Mientras me dirigía a casa e iba viendo pasar mi ciudad se me venía a la cabeza la imagen del cura. Don Felipe. No podía evitar las imágenes de un gordo macilento de mejillas azuladas y baboso tendiendo su mano a mi cara. Me daba asco, si, pero me excitaba. Entornaba los ojos y me removía en el asiento de forma lubrica.
- ¿Te pasa algo chaval?
El taxista me sacó de la ensoñación. Veía sus ojos a través del retrovisor y comprendí su pregunta.
- Nada, nada, es solo un pliegue del pantalón, una incomodidad.
- Como a vuestra edad, tenéis un culito tan redondito y duro..., verdad. Ya te digo, si puedo echarte un cable, o algo, lo que quieras.
- Muchas gracias. Estamos llegando.
Creo que si hubiese durado la carrera diez minutos más habría acabado en cualquier descampado con la cabeza entre las piernas y el culo en pompa.

- Me han dado unos días de vacaciones.
- ¿En estas fechas, vacaciones? Pedro, ¿ Que has hecho? Que te temo.
- Nada, mamá. En unos dias me llamarán de la casa madre y ya está.
- Pero a ti te han echado. A mitad de noviciado, vacaciones. Que te compre quien no te conozca. Menos mal que ya no está tú padre, habría que haberle aguantado además sus sarcasmo.
- Bueno, es un tiempo de reflexión. Echado, echado, no ha sido. Además, en el tren he conocido a un cura, párroco de San Dionisio que me ha dicho que vaya a verle para poner en orden las ideas.
Diciendo esto, Pedro se imaginó al cura, desnudo, blanco como el yogur natural con una oronda barriga y una polla embebida en grasa, las mamás fláccidas colgando  como si los gruesos pezones rosados le pesasen, acercándosele con la sonrisa bobalicona pintada en sus mejillas azuladas y la saliva resbalando por las comisuras. Sin saber porqué, se empalmó. Le excitaba imaginar la escena.
- Pues lo que tienes que hacer es mañana temprano, después de desayunar, acercarte a esa parroquia y que ese cura tan amable te ilumine.
- Mañana temprano, iré a verle y me desnudaré por completo delante de él, en el confesionario para que me haga ver la gloria - cerró los ojos y se vio a si mismo desnudo, masturbándose furiosamente dentro del confesionario mientras el cura, revestido le echaba agua bendita con el hisopo. Y en ese momento se corrió de gusto.
- ¿Que te pasa, Pedro? Se te ha cambiado la cara.
- Un retortijón mamá, voy al váter.
En el cuarto de baño observó la cantidad de semen que había eyaculado; mucha cantidad, recogió lo que pudo con los dedos, se lo llevó a la boca, cerró los ojos y quiso imaginar que Don Felipe, se le había corrido en la boca, sintió que su verga revivía con esa imagen y sin pensárselo más la abonó con otra masturbación. Otra corrida, otra consumición de lefa propia y un sueño que le invadía que le llevó a su cama.
- ¿No vas a cenar, Pedro? - le gritó su madre desde la cocina.
- No mami estoy cansado, prefiero dormir - intentó levantar la voz.
- No te escucho, hijo - su madre se acercó a su dormitorio y le vio ya sumido en un profundo sueño. Le quiso arropar amorosamente - duerme mi niño precioso, duerme. Con esa carita de niño inocente - se le escaparon dos lágrimas - ¿Quién te ha hecho daño a ti, mi amor?
Le observó vestido sobre la cama profundamente dormido, como solo saben dormir los adolescentes después de derrochar toda su fuerza vital a lo largo del día.
- No cariño - susurró- así no vas a dormir bien. Mamá te va a poner tu pijama como cuando eras del todo mío.
Como el que desnuda a un muñeco de trapo, su madre le sacó la camisa, los pantalones y el slip. Se quedó mirando su sexo. Era grande y bien formado. Quiso saber si tenía en la encrucijada del escroto y el pene un antojo como el que ella descubrió en el padre de Pedro cuando, al fin, se decidió a hacerle una felación. Una mancha rojiza con forma de berenjena - un angioma dijo él - levantó el pene de su hijo con cuidado para ver si existía el antojo y, cosas de la edad, la verga comenzó a tener consistencia hasta adquirir en pocos segundos una dureza pétrea. Del meato empezó a destilar fluido trasparente y la madre no pudo evitar acercar la lengua para recogerlo, como lo hacía siempre con su marido y entonces vio una mancha oscura y pequeña cerca del escroto. Se preguntó qué pasaría si se metía el pene en la boca y no pudo reprimirse. Una vez que sintió la seda de su hijo en la boca, su lengua recuperó la memoria de cuando lo hacía con su marido, ya ex, y tuvo que seguir, no por mucho tiempo pues su hijo comenzó a eyacular y permaneciendo dormido gemía de placer por la felación de su madre. Lo tragó todo como solía con el padre del niño, terminó de ponerle el pijama y se llevó de forma inconsciente la mano a su sexo comenzando su propia autosatisfacción. En pocos energicos y rítmicos movimientos alcanzó su orgasmo y cayó de rodillas junto a la cama de su hijo. Estuvo un rato llorando arrepentida de su comportamiento y se comprometió a ir al confesionario.
Luego se levantó despacio y estampó un beso suave en la frente y salió del dormitorio cerrando con cuidado la puerta.
Pedro continuó dormido ajeno a la tragedia que acaba de suceder en habitación.

Estaba ya el sol alto cuando despertó a Pedro una tirantez extrema en la entrepierna. De manera instintiva se llevó la mano al pantalón del pijama y lo encontró mojado. Dio un bote en la cama creyendo haberse meado estando dormido. Pero la cama estaba seca y además identificó como semen seco la mancha que acartonaba en parte el pijama. Se quedó parado y se dijo en voz alta: ¿Quién me puso el pijama?
- Mamá - levantó la voz - ¿Tú me pusiste el pijama?
- Si hijo - la madre entró en el dormitorio como cortada - estabas vestido y así no ibas a descansar bien.
- Entonces..., me lo has visto todo. ¡Joder, mamá, que ya soy mayor!
- Hijo, claro - cada vez más nerviosa - te he visto muchas veces. Pero no hice nada...
- Mamá, solo faltaba que hubieses hecho algo. ¡Que cosas tienes!
- Bueno, venga Pedro, que ya está el desayuno.


No hay comentarios:

Publicar un comentario