domingo, 24 de julio de 2022

SIBLINGS

 

Cuando nació mi hermano, yo tenía año y medio. De repente todas las atenciones eran para Drew. Yo no llegaba al borde de la cuna, intentaba auparme agarrándome agarrandome fuerte pero no conseguía la ansiada dominada para mirar. A veces mi padre me veía y me ayudaba a atisbar. Y lo que veía no me parecía que fuese para tanto. Yo era mejor. Había aprendido a decir papá y mamá y tata que no se que quería decir pero mis padres lo celebraban mucho. Mi hermano en la cuna no hacía nada. Ni lloraba y sin embargo todos le prestaban una atención sin igual. Yo había dejado de usar pañales justo un mes antes de que trajeran al hermano a casa y mi madre se pusiera mala por esas fechas. Me hizo ilusión que se le pusieran las tetas gordas, quizá me dejase volver a chupar de ese trozo de carne duro y caliente. Eso lo echaba de menos. Pero no. Las tetas eran para el niño que trajeron a mi casa, mi hermano. Me produjo tanta desazón que todos, hasta la tía Carmen, se olvidarán de mí que volví a mearme y tuvieron que volver a ponerme pañales como el recién llegado. 
Recuerdo un día que estaba mi madre vistiendo a Drew sobre la cama. Yo me colé en primera fila a mirar y me sorprendió la picha tan grande y tiesa que tenía y de pronto ese trozo de carne blanca empezó a soltar un chorro de pis que fue a darme en toda la cara. Mientras reía a gusto y mi madre gritaba alarmada por el desavio yo paladeaba la orina de mi hermano que estaba saladita. Me encantó. Desde aquel día buscaba el momento en que pudiera pescar algo de su orina. Empezaba mi tendencia depravada. Por cierto, me pusieron Jerónimo, por un tío mío, pero para todos hizo fortuna, Jero.
Los fines de semana venían a casa las hermanas de mamá y con ellas, mi primo Rubén. Yo estaba crónicamente cabreado por no recibir las atenciones que recibía habitualmente. Rubén tendría unos siete años y hacía mucho conmigo. Uno de los finde que vino, se celebraba algo que yo no sé que era, pero había tarta y jolgorio. En medio de la barahúnda Rubén me dijo que le acompañara a hacer pis. Me hizo ilusión. Lo que tuviera que ver con la picha y la orina me llamaba extraordinariamente la atención. Di palmas y todo y Rubén me cogió de la mano y fuimos al váter. Con la edad de mi primo llegaba bien. Se bajó pantalón y calzoncillos hasta los tobillos y la picha que parecía dura se remataba por dos bolas pequeñas. Tenía la punta cerrada así que hizo algo que me sorprendió. Luego lo hice yo y me gustó. Se tiró para atrás del pellejo y apareció como una cabecita rosa fuerte. Y empezó a orinar. No me lo pensé dos veces, acerqué la boca, saqué la lengua y recibí el chorro. Estaba salado también, como el de mi hermano. Rubén me preguntó que si me gustaba, le dije que si con la cabeza y sin encomendarse ni a dios ni al diablo me metió la picha en la boca. Me atragantó la orina, me entraron muchas arcadas y vomité. En ese momento irrumpió mi madre en el cuarto de baño y como una loca nos increpó por las porquerías que hacíamos. Yo al parecer estaba libre de culpa, por la edad y toda la bronca se la llevó Rubén que era ya muy mayor en palabras de mis tías. Se llevó el correspondiente pescozón de su padre y a mi que estaba de meaos y vomito hasta la bandera me metió mi madre directamente al baño.
Nunca lo había contado, pero cuando le vi a mi tío Jerónimo la ferretería que llevaba en la polla (ver entrada: Tatoo) solo podía pensar en cómo le saldría el chorro con el piercing príncipe del capullo.
Mira que a mi edad, aunque corta, había visitado urinarios y había bebido orina de gente, pero nunca había puesto la boca en una polla con ferralla. Una vez en el viaje de fin de curso que hicimos a Madrid estuve en los servicios de la Puerta del Sol. De esto hace años ya. Yo debía tener doce años, quizá ya trece. Me puse al lado de un tipo raro, con barba y calvo que tenía un rabo tremendo, una anilla en la base, de donde le salían los huevos y un chorro más tremendo aún. Le miré a la cara descaradamente, y cuando conseguí su atención, dirigí la mirada a mi picha puse la mano en el chorro, recogí algo y me lo llevé a la boca. El tío raro se sonrió y dijo algo de depravado y vicioso. Cortó su chorro como por arte de magia, me tomó violentamente del cuello y me metió la cabeza en la taza donde estaba meando él. A continuación siguió meando pero en mi cabeza. Yo también seguí meando pero en el suelo. Me dijo que bebiese de la taza del urinario y que luego le limpiarse el capullo. Ya estaba yo de por sí excitado con el sometimiento al que me obligó y encima el olor, el sitio donde tenía la cabeza y el chorro cayéndome en la cabeza que cuando me metió el capullo en la boca sin querer me corrí. El cabrón se dió cuenta y me dijo que él también. Me atragantó de forma parecida a como lo hizo Rubén años atrás y antes de que me diese cuenta se me llenó la boca de otra cosa que no era orina. Me tapó la nariz el fulano y me dijo que tragase. Me lo tragué, él se guardó su polla y se fue. Yo como pude me lavé la cabeza y la cara y al salir todos me dijeron que si tenía cagalera. Yo estaba flotando. Me había tragado el primer polvo de mi primera mamada propiamente dicha, porque lo de Rubén nunca lo consideré una felación en regla.
Pero bueno, me he ido por las ramas. Yo con añito y medio y un hermano mamón ya era adicto a la lluvia dorada, aunque no supiera que los mayores la llamaban así para evitar el tabú de mentar caca, pis o leche de polla, que siempre es de muy mala educación y propio de gente que no tiene cuna. 
Cuando mi hermano, Drew, que no se si lo había dicho, tenía año y medio, a mi me debieron castigar por lo del pis (me volvía loco mearme encima si estaba vestido y cuando lo hacía se me ponía la cola muy dura y lo disfrutaba) porque mi madre cada vez que meaba los pantalones le gritaba a mi padre y entonces él me bajaba el pantalón y me daba en el culo con la palma de la mano, lo que si bien me dolía añadía dureza a mi cola. Está bien, me castigaron y me echaron de la casa para llevarme a otra casa donde otros padres cabreados con sus hijos también los llevaban. Yo debí asumir que esa era mi pena por mearme cuando no debía y me dejé llevar. Muchos niños y niñas lloraban alarmados por el abandono pero al poco todos nos olvidamos y empezamos a conocernos. Con las niñas, que tanto me llamaban la atención, no me llevaba porque no me dejaban ver cómo tenían la cola y se mostraban despectivas. Con los niños si. Nos abrazabamos y nos enseñabamos lo que fuera preciso. Me llamó la atención un niño, con el pelo rojo, muy blanco de piel y la cara llena de pecas. En seguida me arrimé. Tenía una mirada que hoy se que era perversa y simpática a la vez. Le reían los ojos enmarcados por esas pestañas espesas y rojas. Me enamoró. Le seguía donde el fuese. Creo que era algo mayor que yo. Le preguntaba cosas o le decía otras y el solo me abrazaba y fruncía sus ojos trasparentes. Hasta que una mujer que había por allí me dijo que Jonás, que así se llamaba era escocés, ni idea de lo que era eso, y que no entendía nuestra forma de hablar. Lo tomé en consideración y desde entonces solo le hacía señas. A media mañana la mujer mayor que había preguntó que qué niños querían hacer pis. Levantamos la mano los siete u ocho que habíamos y nos mandó de dos en dos al cuarto de baño que tenía dos urinarios a nuestra altura. Me quedé hipnotizado con el tamaño del rabo de Jonás, era por lo menos el doble de largo que el mío y grueso en relación. Además no tenía pellejo en la punta, solo la cabeza rosa fuerte de la que salía el chorro. No me lo pensé, metí la mano y me mojé. Él no pareció inmutarse, dijo algo que no entendí y como yo tenía el pantaloncito también desabrochado el pudo meter una mano por la cinturilla del pantalón y el calzoncillo buscándome la raja del culo. Esa sensación era nueva y me produjo tan impresión de bienestar que me acerqué más a él para darle facilidades. Me encontró con sus deditos el ano y empezó a trabajarmelo. Me derretía de gusto y deseaba que me metiese un dedo dentro. En un momento de delirio, me agaché y busqué su chorro con la boca. Fue la consumación de nuestra relación, Jonás en ese momento me metió un dedito en el ano y creí morir de placer. Y en ese momento crucial escuchamos venir chillando a la mujer mayor que parecía decir que no se explicaba porque tardabamos tanto. Abrió la puerta de golpe y nos pilló a los dos terminando de abrocharnos los pantalones. Se le cambió el tono de voz y muy condescendiente nos anunció que es que éramos muy pequeños, lo que nos absolvió de cualquier otra culpa. Cuando volvíamos a nuestro sitio, Jonás me dijo algo al oído mientras me abrazaba y luego me dio muchos besos. Desde aquel bendito día ya no nos separamos. La mujer mayor que estaba a nuestro cargo les dijo a nuestras madres que habíamos hecho muy buenas migas, que éramos inseparables, y ellas se hicieron amigas. De esa forma no solo estábamos juntos en la guardería sino que o yo estaba en su casa o él en la mía. Aprendimos una especie de híbrido de los dos idiomas y enseguida nos entendimos, con la ventaja de que nadie acertaba a entender lo que nos deciamos. Jonás vivía con su madre en una casa con jardín y su padre a veces iba a verlos. Se llevaba a Jonás a otra casa que tenían y a veces yo me iba con ellos.
En una de esas ocasiones, el padre de Jonás recibió a una mujer en su casa y se metió con ella en su dormitorio, tendrían sueño los dos y Jonás y yo nos quedamos solos jugando. Le dije que porqué no íbamos a hacer pis y él me contestó entusiasmado que si. Estábamos solos y el padre de Jonás en el dormitorio con la puerta cerrada. Nos metimos en el cuarto de baño y nos desnudamos. Fue la experiencia más alucinante. Nunca había estado desnudo delante de nadie que no fuera mi madre. Verme desnudo delante de Jonás, desnudo también hizo que la cola se me pusiera tiesa y dura, lo que me impulsó, como si fuera la cosa más natural del mundo a palpar la cola de mi amigo. La agarré en mi mano. Era gruesa, dura y elástica, caliente y palpitante. Le sopesé los huevos y se estremeció lo que le llevó a tocarme a mí y a renglón seguido abrazarme haciéndome sentir su sexo contra mi cuerpo. Al abrazarme fue descendiendo las manos hasta dar la raja del culo y luego el ano. En esta ocasión no intentó probar, me metió directamente un dedo dentro y yo no pude reprimir un gemido de sorpresa y placer. Yo también le busqué el ano pero él se defendió, me dejó bien claro que a él no le gustaba que le metieran nada. Finalmente me dijo que quería mearme en la boca. Nos metimos en la bañera y por primera vez en mi vida supe lo que era estar sumiso a los pies de otro humillandome con su orina. Era sencillamente feliz viéndome a merced de Jonás y no sé porque vericuetos del inconsciente, subconsciente o infrayo supe que debería inclinarme y chuparle los pies mientras me meaba la espalda. Después de un rato, que ya había terminado de orinarme me hizo levantar y me metió su cola dura en la boca. Chupé como cuando mamaba de mi madre hasta un punto en que Jonás me agarró la cabeza con fuerza y se estremeció y gimió muy fuerte. Luego se le quitó la dureza de la cola y me dijo que teníamos que vestirnos ya. Me sequé con una toalla y me vestí. Sin parar de mirar y arrimarme a Jonás que a duras penas me lo consentía. Le pregunté si iba a querer volver a hacerlo otro día y me dijo que lo estaba deseando ya. Eso me llenó de esperanza y emoción. Esperaría a que su padre se lo llevase a la otra casa para irme con él y poder chuparle los pies mientras me meaba, quizá algún día hasta quería hacerme caca encima. Y solo pensarlo me provocaba una dureza en la cola que hasta me dolía.
Al año siguiente ya con cuatro años largos al volver a la guardería busqué ansioso al pelirrojo, pero no estaba. Y al día siguiente, y al otro y al otro, hasta que le pregunté a la mujer que nos cuidaba, por Jonás. Resulta que Jonás se había marchado con su padre durante ese curso muy lejos por el trabajo, porque su madre estaba muy enferma y no podía hacerse cargo de él.
Se me hundió el mundo. Estuve medio vagando, como ausente, echándole mucho de menos, hasta que un día en casa que mi madre nos dejó bañando a los dos solos, Drew y yo, para atender a alguien en la puerta. 
La bañera tenía poca agua y Drew se puso en pie y empezó a orinar. Yo me interpuse en el chorro y bebí su orina, él se rió, le hizo gracia y empezó a regarme con su pis, yo me puse de rodillas, agaché la cabeza, quité el tapón de la bañera y empecé a chuparle los pies a mi hermano, que dejó de reír y empezó a gemir de gusto. Le pregunté si le gustaba, me dijo que mucho y me alcé y me metí su cola en la boca y su naturaleza reaccionó. Me agarró la cabeza y me hundió su colita tiesa en la boca. Me atragantó y me retiré y en ese momento llegó mi madre que se enfadó por haber quitado el tapón a la bañera y remató sacándonos y vistiendonos. Cuando volvimos a quedarnos solos le dije si le había gustado y me dijo que yo era un guarro, pero que sí. Me alegró la vida que me llamara guarro. Pero no volví a tener ocasión de gozar con Drew porque mis padres se separaron siempre estábamos o en una casa o en otra y no teníamos forma de coincidir para volver a hacerlo. Luego, al parecer, Drew tenía necesidades educativas especiales y cerca de dónde vivía mi padre había un colegio adecuado. Total, me veía muy poco con mi hermano.
Hasta que no tuve nueve años, en el colegio, no tuve oportunidad de cumplir con mis deseos guarros. Creía que todo estaba olvidado hasta que coincidí un día en los urinarios con uno de los mayores. Felipe era espigado, catorce años, pelo rapado y cara de sinvergüenza, lo que en realidad me excitaba. Para ser sinceros, creo que fui yo quien le provocó a él. Bueno no sé. El caso es que, casi al final de curso, cuando ya nadie va al colegio, después del último recreo, veo que Felipe, acalorado, sudoroso de jugar al balón con otros tres que se despiden se dirige a los servicios  del patio y allá que voy yo detrás. Cuando entré el estaba desabrochandose el vaquero para sacársela y me puse en el urinario de al lado. Me reprochó que tuviera que ponerme justo al lado y yo le contesté mirándole a la polla con descaro inocente que no llevaba calzoncillos. Fue decirle eso y empezar a crecerle el rabo y a renglón seguido, crecer el mío que le acababa de sacar para hacer pis. Con su rabo tieso y todo empezó a orinar y yo a hipnotizarme con su fuerza y su olor a váter sucio. Me preguntó sonriendo si me gustaba su rabo y le dije que me gustaba meando. Me tomó mi mano izquierda y me la llevó a su polla y automáticamente me sentí autorizado a prestar mi boca. Me agaché y apunté el chorro, metiendo la cabeza en el urinario a mi boca. Él durante un segundo intentó impedirmelo hasta que comprendió el morbo que me movía y entonces me empujó la cabeza hasta el fondo del urinario y siguió orinando sobre mi cabeza. Mientras me decía que era un vicioso, un demonio de lujuria y que merecía algo más. Y en ese instante, cuando me estaba empujando para obligarme a arrodillarme y chuparle sus deportivas una voz a nuestras espaldas nos sobresaltó. Era Crescencio el bedel. Crescencio tendría, yo no sé, a mis nueve años todos los mayores de quince son viejos, tendría entre cuarenta y cincuenta, aunque podrían ser treinta y cinco. Da igual, el caso es que Crescencio fue a la puerta del servicio y la cerró con llave. Le afeó que se lo hiciera con chicos tan pequeños aunque dijo que le había puesto a tope el numerito de la orina en la cabeza. Luego se dirigió a mi para decirme que en unos años más tomase nota de cual iba a ser mi destino. Felipe sin que nadie le dijese nada, se sacó el pantalón y la camiseta y se quedó desnudo, se apoyó contra el urinario donde me había metido la cabeza y separó las piernas. Crescencio se abrió la bragueta y dejó salir lo que a mí me pareció una monstruosidad de gordura. Tenía aspecto de estar dura. Me dijo a mí sí quería catarla con la boca porque si la cataba por el culo me reventaría y me lancé. ¡Que sensación más increíble sentir la boca llena de carne suave! Me cabía el capullo pero deseaba que me entrase entera. Después de eso me dijo que hiciese lo mismo con el culo de Felipe, que le diese bien de saliva para que entrase mejor. Felipe con voz temerosa rogaba que se lo hiciese despacito. Al acercar la cara al ano del chico percibí el olor a ese sudor especial de cuando se corre mucho o se hace mucho ejercicio entreverado de un sutil olor a mierda. Me enardeció. Metí la boca con fuerza y saqué la lengua. El sabor levemente amargo me excitaba y procuraba que la lengua taladrase. El agujero lo tenía Felipe bastante abierto y sentir como entraba me hacía marear de placer hasta que Crescencio me retiró con cajas destempladas diciendo que le tocaba a él. Vi, estando de rodillas, como apuntaba el capullo al ano hundiéndose en el cuerpo. Con un quejido, no supe determinar si de placer o dolor, el chico dijo que toda y el bedel con un golpe seco de cadera entró totalmente en el culo. Me quedé absorto mirando la magia de ver desaparecer esa cantidad de carne dentro de otra carne. Deseé que alguna vez el culo fuera mío. Felipe dió un grito cohibido y Crescencio le mandó callar llamándome puta. Le agarró por los pelos le echó la cabeza atrás y empezó a bombear, cada vez más rápido, con la misma velocidad que se producían los jadeos y gemidos de Felipe, hasta que con un último y brutal golpe de caderas Crescencio se quedó muy quieto haciendo como que intentaban  metérsela aún más. Luego me dijo que me acercara al culo del chaval a recoger la miel más dulce que él le acababa de regalar. El ano estaba muy abierto y salía de dentro una cosa, como pus, blanquecino. No me atrevía a meter la boca hasta que el bedel me empujó con violencia la cabeza diciéndome que me comiera lo que salía. Salía lo que él le había dejado más lo que Felipe ya tenía y mi boca estaba ahí. Pero la violencia de la escena, el bedel insultandome llamándome perra guarra y empujandome con tanta intensidad al culo de Felipe que se masturbaba furiosamente hizo que me entregase. Me acordé de cuando pensé que quizá algún día Jonás me cagase y supe que ese era el momento y no iba a ser en la espalda, iba a ser en la boca. Estaba a veces amargo y a veces grumoso dulzón soso. Me entregué a consumirlo todo, notando que mi cola cada vez estaba más dura y con ganas de atención. De pronto Felipe se volvió hacia mi, me metió su rabo en la boca y se vació dentro. Me sentí pleno y realizado. Yo quería que Crescencio me la metiera a mi en el culo. Cuando Felipe terminó, el bedel le echó el brazo por el hombro y le dijo que cada vez estaba más abierto y Felipe le preguntó por el puño. El otro le dijo que tranquilidad que todo llegaría a su tiempo y que el nuevo que se había buscado, por mi, iba a dar mucho juego. Nos adencetamos después de lo hecho, Crescencio abrió y nos fuimos.
Mientras iba para casa fui rememorando lo sucedido y volví a ponerme muy duro. Veía los embates del bedel contra el cuerpo de Felipe y me cambiaba en mi imaginación, me veía sintiendo el dolor de ser violentado y más duro me ponía. Después de todo yo no me había masturbado y estaba fuera de mi. Estaba deseando llegar a mi casa para contárselo a mi hermano. Drew tenía cerca de los ocho. Cada noche que se encontraba nervioso o disgustado se metía en mi cama y se rozaba desnudo conmigo. A veces sin abrir la boca me empujaba la cabeza a su entrepierna para que le chupase. Estaba seguro que en cuanto se lo contaste todo iba a querer que le hiciese lo del culo. Se lo conté todo durante la siesta y se excitó mucho y como yo me imaginaba quería el beso negro. Me hizo acompañarle al cuarto de baño para, como hacíamos desde siempre, mearme en la boca solo que en esta ocasión me dijo que era más guarro de lo que él creía y que después de mear tenía que cagar. En lugar de sentarse en la taza se puso en cuclillas y me exigió que recogiese el zurullo con las manos. Me entró una gran inquietud, como si tuviese que cruzar un precipicio por un cable. Era vértigo deseable. Se puso cara a la cisterna para darme espacio para recoger su mierda según salía. Era emocionante ver cómo se le abría el ano hasta quedar imposiblemente abierto y un cilindro de mierda comenzó a salir. Según salía lo iba recogiendo con las manos y deseando que me obligase a llevarmelo a la boca. Temblaba de miedo ante la orden. Cuando me dijo que lo lamiera me mareé y creía que me correría. Cuando me dijo que le limpiará el culo y cogí el papel me dijo que lo soltara. Que le limpiará con la lengua. Se lo había hecho a Felipe y él era mi hermano. Quería masturbarse mientras yo le comía el culo sucio. Con la lengua sabiendo a mierda no tuve más que sacudirme unas pocas veces la picha para sentir el gusto. Drew me dijo que le había encantado, ya siempre que tuviese que cagar me llamaría. Le puse alguna objeción pero me dijo que era un guarro y que me gustaban esas porquerías. Que mi hermano pequeño me ordenase y sujetase a su voluntad me hacía sentir feliz. Hubiese querido una bofetada o una patada para dejar clara su postura, pero tendría que pasar algo de tiempo para hacerse mi máster y yo convertirme en su esclavo 24/7.

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