viernes, 25 de febrero de 2022

MI PADRE (3)

 

Cuando me deslumbró Neftalí al conocerlo en el insti y me erotizaron tanto esos maravillosos bucles, busqué en Google. Resulta que su ley al parecer en su día dictó que para distinguir los hijos de Jacob de los infieles que se afeitaban los laterales de la cabeza, los fieles deberían dejarse crecer el pelo de las patillas. De manera que entre los ultraortodoxos judíos llevar esos tirabuzones, los peyes, son una muestra de cumplimiento de la Torá, de judío observante.

Mi padre se detuvo en el caminar.
- Creo que deberías escuchar a este chico, Pedro, tú le abordaste en la ducha sin mediar palabra y ahora deberías dejar que él te diga lo que tenga que decirte.
- Está bien, papá, vete tú para casa, yo voy después.
Mi padre me dió un beso y me dijo al oído que fuese flexible y pensase que hay gente con otras creencias.
- Te parece que demos un paseo mientras hablamos.
- Venga, vamos.
Neftalí comenzó a caminar y de la forma más natural le rozó los dedos de la mano con los suyos en una especie de intento de cogerle la mano.
- ¿Sabes porqué no tengo ya los peyes?
- Ni idea. Si te digo la verdad no sé ni para que valen.
Le mentía. Yo ya lo había buscado, pero quería que él me lo explicase.
- Me los cortó mi padre, casi me los arrancó instigado por el rabino.
Cuando salimos del instituto el rabino me dijo que fuese a la sinagoga con él y mi padre. Con la mano sobre el rollo de la ley me pidió que jurará que yo no había consentido en lo que me hiciste.
- Llámale mamazo o mamada o felación si quieres pero no andes con circunloquios que me atacan los nervios.
- Vale, que si disfruté de la mamada. Tenía puesta las manos sobre la Torá y no pude mentir. Goce muchísimo.
Verás Pedro, cuando entré aquel día en el aula yo ya sabía que podía haber, y hubo pitorreo por los peyes y por el solideo y para eso iba preparado. Para que un chico guapo hasta rabiar con el pelo casi blanco rapado y dos esmeraldas claras por ojos, para eso no había defensa alguna. Me quedé enganchado. Me enteré tu afición al atletismo y allí fui yo, por estar cerca de ti, y me maté a correr para medio estar a tu altura y tenerte cerca. Me gustaste desde el primer día. Y hasta ese día yo no había sentido nada parecido por nadie. La verdad que estaba sorprendido y asustado pero esperaba que con el tiempo se pasase. Cuando ya me la mamaste, que quieres que te diga. 
- Yo, Neftalí, el día de la milla me hice el remolón pero me dio la impresión que me seguiste el juego.
- Estaba deseando verte desnudo a solas y solo me preocupaba que al verte me empalmase y eso me delatase.
- Entonces, pedazo de cabeza de chorlito para que túviste que ir con el cuento al rabino.
- Gocé tanto, lo deseaba tanto y vi como se realizaba que cuando todo acabo sentí un fuerte sentimiento de culpa, remordimiento y tuve necesidad de aliviar la culpa. Cuando fui con mi padre al rabino, necesitaba soltar esa pesada carga y le dije lo sucedido. Se echó las manos a la cabeza y me preguntó si yo había consentido, que ya era abyecto haberme dejado, pero si encima yo lo había consentido, e incluso más, gozado, todo el peso de la ira de Yavhé caería sobre mí y que me viese ya ardiendo en la gehena. Y me cogió del brazo y me llevó a casa para que me pusiese a los pies de mi padre y mi madre y les pudiese perdón. Mi padre me llamó sodomita, que merecía que cayese sobre mí el fuego que asoló a Sodoma y Gomorra y el rabino dijo que no merecía llevar los peyes ya que me había entregado al peor pecado. Se sacó una navaja y de verdad creí que me iba a matar allí mismo. Me mee encima. Le dio la navaja a mi padre y me cortó los tirabuzones, me quitó el solideo diciendo que yo no tenía derecho a llevarlo porque era un filisteo, luego, si no llega a ser por mi madre, estaría en la calle, que se enfrentó a su marido. Mi padre transigió pero me avisó que no quería bajo su techo un sodomita. Y así estoy. Voy a mi casa por la noche a dormir y cuando voy a clase mi madre me echa comida. Me paso el día por la calle. Mi padre no se apea de su posición, yo ya no soy su hijo y tengo que irme. Hoy te he visto con tu padre y he dado gracias a Dios. 
- ¿Y estás yendo a clase, cómo tienes ánimo? además eres menor, no puede echarte de tu casa.
- Si, pero yo casi no duermo. Mi padre es muy radical en cuanto a la Ley y temo que una noche mientras duermo me corté el cuello. Mi madre está viendo a ver con quién me puedo quedar. Lo que pasa es que no llevamos mucho tiempo aquí, y solo conocemos a la comunidad judía ultraortodoxos y esta noticia ha corrido como un guepardo y nadie me habla.
- Venga, vámonos a mi casa. Verás como mi padre sabe qué hacer.
- Espera, Pedro. No puedo vivir entre una cosa y otra. Creo que si no fuese porque no se me cae de la cabeza la imagen tuya agachado delante de mí y yo experimentado la mayor felicidad que pueda existir, me habría tirado por la pasarela de la autopista.
Neftalí se detuvo y se giró hacia Pedro cogiéndole por los antebrazos y apretando con fuerza.
- Yo quiero estar contigo, Pedro y volver a sentir lo que sentí en los vestuarios y sentirte a ti. Anoche mismo me di cuenta que deseaba que te metieras dentro de mi. Me entró una gran ternura saber que podías estar dentro. Sabía que eso debe ser por el culo y que eso debe doler muchísimo y me di cuenta que me daba igual, que estoy dispuesto a pasar el dolor que sea, pero quiero que me metas tu pene dentro y me eches la leche dentro como si me preñases. Lo pienso y me estremezco.
- ¡Joder, Neftalí! has conseguido empalmarme. Vamos a mi casa. Allí mi padre nos va a ayudar con todo. Y verás como él tiene alguna crema especial para dilatar el culo.
- ¿Te estás riendo de mí?
Neftalí tenía cara de espanto. Comenzó a llorar. Pedro comprendió lo que acababa de pasar y abrazó a Neftalí acariciándole la espalda y el cuello mientras el chico lloraba amargamente sobre su hombro.
- ¡No! Perdona, es que tú no lo sabes, pero es que mi padre es gay y debe saber de estas cosas.
Neftalí dejó de llorar instantáneamente, se separó de Pedro y mirándole con cara de desconfianza le preguntó si estaba loco.
- Que no, Neftalí. Yo me enteré hace nada. En realidad no sé nada. Se lo que me confesó mi padre hace unos días, a causa precisamente de todo esto. Vamos a mi casa y veremos. De verdad Neftalí he sido muy frívolo. Vamos a hablarlo en casa. Otra cosa, mi padre suele estar en casa con un batin sin nada debajo, si se sienta y cruza las piernas y se le ve ese trozo de carne, no te preocupes, él suele tener cuidado, pero a veces se le ve.
- Tu..., tu...,
- ¡Qué! arranca, yo, qué
- Que si tú con tu padre...
- No. Y duermo con el en la misma cama desde que tenía siete meses que mi madre se fue con su novia a Tel Aviv.
- ¿Novia?
- Si, novia, es una larga historia, algún día te la contaré.
Mientras caminaban uno al lado del otro Neftalí miraba de vez en cuando a Pedro hasta que en un momento pegó un salto y se le abrazó.
- ¡Joder, tío! que feliz soy. Ahora agradezco todo lo que me ha pasado. Que le den a mi padre y a los peyes y al rabino, voy a estar contigo siempre.
Llegaron a casa de Pedro. Alejandro estaba como dijo su hijo en batin azul oscuro con unos puntitos blancos. Neftalí se fijó a ver si se le veía bulto y Pedro se dió cuenta.
- Papá, Neftalí quiere verte el rabo.
- No, no..., Yo, no
Alejandro se desabrochó un instante el batin cuyos pechos asedados se retiraron a cada lado dejando al descubierto el tórax, abdomen, sin tableta pero bastante plano, una hilera de vello buscando desde el ombligo el pubis y con vello púbico muy controlado por depilación se enmarcaba unas bolsas que colgaban y un pene en reposo entre ambos testículos sin descapullar y buen grosor y largo.
- No creas Neftalí que la tengo muy grande, esto pasa a todo aquel que va desnudo. Cuando empalmo me crece algo pero no al doble como pudieras creer.
Se volvió a cerrar el batin.
Neftalí miró a su amigo y se sonrió al tiempo que se tocaba su bragueta y hacia el gesto como de acomodar su pene que acababa de cambiar de tamaño. Pedro esbozó una amplia sonrisa y se acercó al oído de Neftalí.
- No te acojones, yo es también la primera vez que se la veo así, por vérsela y se me ha antojado. Que a nadie le amarga un dulce. Con todo el tiempo que yo lo he tenido desnudo a mi lado.
Los dos amigos se partieron de risa y Alejandro sin abandonar su actitud lúdica les retó.
- ¿Que pasa? Se os ha antojado a los dos ¿no?
Los dos críos continuaron riéndose cogidos por el cuello.
- Bueno, venga, contarme. Qué.
- Papá. Neftalí puede quedarse unos días aquí en casa. Su padre le ha echado de la suya diciendo no sé qué del infierno. No has visto que ya no tiene los ricitos. Se los han quitado y el gorrito ese que llevaba de crochet porque ha ofendido gravemente a su Dios.
- ¡Madre mía! Neftalí hijo ven aquí, pues claro que puedes quedarte.
Y diciendo esto acogió en su regazo al chico dándole un fuerte abrazo.
- Oye, oye, oye. ¡Pedro! tu amigo me ha puesto rabo. Y no lo tiene pequeño.
Neftalí se separó de Alejandro cubriéndose la bragueta con las manos para ocultar el bulto.
- No, pequeño, no, no te cortes. Me ha gustado sentir su pene duro contra mi pierna. No te cortes, ven aquí.
Pedro miró maravillado como su padre atraía a Neftalí hacía él rodeándole la cabeza con un brazo y apoyándola en su pecho mientras con la otra apartaba las manos del chico y acariciaba por fuera el paquete. Luego pasó al culo con esa misma mano le dio un par de azotes ligeros y luego metió los cuatro dedos por la cinturilla del pantalón.
- Tienes el culete tan duro como el de Pedro.
Le separó la cabeza de su pecho mirándole muy emotivo a los ojos y le susurró al oído.
- Quieres follar con Pedro ahora ¿verdad?
Neftalí asintió con un débil movimiento de cabeza.
- Porque hacerlo conmigo estaría feo. Aunque no por falta de ganas. Pedro, llévate a tu amigo a nuestro cuarto y disfrutar.
- Papá, ¿Tienes lubricante o algo? Neftalí quiere que se la meta y va a ser la primera.
- Mira en el último cajón de mi armario. Hay un bote que es el que uso para el fisteo, irá genial.
Cuando vio a su hijo y su amigo ir cogidos de la cintura camino del dormitorio se sonrió con nostalgia recordando la primera vez con un chico mayor que le ligó en un cine. El tenía catorce, el otro chico veintitrés y fue detrás de una valla de un solar entre cascotes y basura usando saliva. 
- Joder, ¡que dolió! 
Dijo en voz alta para el cuello de su camisa.
- Pero no pude dejar de repetir. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario