sábado, 24 de abril de 2021

AMIGO A PESAR DE TODO (1)

 

Aunque era muy pequeño, tres años, nunca se me olvidará la cara de Germán el día que su madre le dejó en la guardería. El tenía otros tres años, como yo y sus ojos de angustia mirando como su madre se alejaba nunca se me olvidaron. Yo vi alejarse a mi madre con mi innato sentido de despegó y estoicismo. No entendía porqué me abandonaba, pero no le iba a dar la satisfacción de demostrar mi abandonó. Pero Germán, aquel niño tan desamparado, imposible de consolar me movió el corazón y le abracé. Sentí una emoción desconocida cuando nuestros cuerpos se fundieron, era absolutamente gratificante, hoy se, que aquello que sentía es lo mismo que siento cuando doy un abrazo estando enamorado. Necesitaba desnudarme y estar desnudo con él, rozar su piel con la mía. No me planteaba ni porqué ni porqué no. Empecé intentando bajarle los pantalones e inmediatamente la cuidadora me dijo que eso no se hacía, la miré, lo recuerdo como si fuera ahora mismo, interrogativo y por toda respuesta nos agarró de la mano y nos llevó a sentarnos a una mesita, me dijo muy seria que no volviese a hacer más lo de bajar los pantalones a nadie. Entonces me levanté y le di besitos a Germán  abrazándole para consolarle y poco a poco se fue calmando. Cuando dejó de llorar y deshicimos el abrazo me agarró con fuerza la mano y ya no hubo forma de soltarse de él; yo aprovechaba cualquier momento para darle besos y abrazarle, encontraba mucho placer íntimo, hasta que como por encanto aparecieron nuestras madres; lo anterior se olvidó. Germán se olvidó de mí y yo castigué a mi madre con un beso frío y distante a conciencia, hubiera preferido dar besos a German. Era casi un bebé pero consciente del daño que recibía y como tenía que ser la respuesta que más consolaba mi herida. Cuando mi madre me levantó mirándome a los ojos y haciéndose lenguas de lo arisco que me mostraba aprendí en ese instante que el placer también está en la venganza y el despego y en qué solo se consigue el bienestar que uno se busca, aunque yo aún no supiese el nombre que se le daba a mi acción. Me había enamorado de Germán y no lo sabía.
Al día siguiente Germán volvió a montarla a la entrada hasta que me vio a mi. El llanto se diluyó y se trocó en felicidad y abrazo al verme, yo le estreche con mucha fuerza y deliberadamente acerqué mi pelvis a la suya para que nuestros sexos rozasen. Fue muy gratificante sentir que mi sexo se endurecía. Ya no se despegaría nunca de mi. Me molestaba que la chica que cambiaba los pañales a Germán no me dejara estar presente; yo dejé los pañales a los dos años, me gustaba tener mis genitales libres para poder tocarmelos y sentir como se trocaba en un palo de carne. Yo solo quería saber si ese endurecimiento me pasaba solo a mí o era cosa de todos, pero nunca me dejaban mirar. 
Éramos casi bebés. La vida, los meses, transcurrían sin que nos diésemos cuenta. Llegó el momento de entrar al colegio y allí nos encontramos. El era muy echado para adelante, muy popular, extrovertido y siempre rodeado de otros niños, que las niñas se apartaban y desde lejos cuchicheando y reían casi a escondidas. Sería la genética, la alimentación o porque sí, el caso es que cuando llegamos al instituto con catorce años, Germán me sacaba casi la cabeza. Era un atleta y lo que más le gustaba era el balonmano, era un deporte de choque. Le gustaba el enfrentamiento viril y superar al otro en fuerza, elasticidad y finta. Yo me quedaba en la grada embobado mirando; me excitaba ver a los jugadores chocar en la línea de seis metros, verlos caer y levantarse sin dolerse de la caída con sus músculos a tensión, brillantes al esfuerzo. Nunca me atreví a entrar al vestuario después de un partido, solo pensarlo hacía que me ruborizase.
Y al acabar el colegio comprendí que más que todo  me gustaban los chicos. No sabría muy bien decir cómo lo descubrí, pero en el colegio estaba más cómodo con las niñas que con los niños. Me horrorizaba tener que estar con ellos, porque sin saber cómo, me sentía con ellos vulnerable. Pero, todos me decían que qué suerte tener tantas niñas a mi alrededor y comprendían que no quisiera dar patadas a un balón. Me encantaba sobre todo ir a casa de Noelia, casi siempre sola, por el trabajo de sus padres y a la que encantaba probar conmigo sus habilidades maquilladoras. A nadie parecía importarle, es más, los mayores me decían que suerte tenía, yo no encontraba la suerte, pero a mi me hacía estar en mi salsa. A veces incluso Noelia me dejaba probarme su ropa interior y sus falditas. La ropa interior me hacia sentir feliz y guapo, me escondía mis atributos entre los muslos e imaginaba que no lo tenía. Me sentía muy bien.
Hasta que llegamos al instituto. Germán y yo como siempre inseparables, hicimos lo posible por seguir estando juntos, pero no pudo ser y acabamos en aulas diferentes. No veía el momento de que diesen las doce para salir al patio y poder verle, y así fue hasta que con el paso de los meses Germán cuando tocaba recreo seguía unas tetas como las polillas a la luz olvidándose que yo existía, saludándome como de compromiso y de lejos. Yo estaba desolado, quería a Germán y ya hasta soñaba que me tenía en sus brazos, me besaba ardientemente y ahí es donde yo me despertaba con el corazón desbocado y el calzoncillo empapado.
Si se enteraba que alguien se había propasado conmigo a cuenta de mis inclinaciones se las veía con él y como todos ya lo sabían, se limitaban a ignorarme o si acaso hacerme de lejos algún gesto obsceno simulando una felación utilizando su lengua para deformar desde dentro la mejilla. Eso me permitió pasar por el instituto relativamente con tranquilidad.
Así y todo o Germán venía a mi casa o yo iba a la suya y pasábamos los fines de semana juntos. Yo era feliz jugando a la play con él y me esforzaba por ganarle para que se tomase la revancha cogiéndome por el cuello y derribandome sobre la cama sujetandome por las muñecas y acercándose peligrosamente a mi cara para decirme que era un sucio tramposo y yo podía oler su aliento y estar a dos dedos de besarle sin medida y Germán me clavaba los ojos en los míos pareciendo decirme que estaba enamorado de mi. ¡Y si! estaba seguro de que lo estaba, pero él no lo sabía, no era capaz de interpretar sus emociones correctamente y las sublimaba babeando detrás de unas tetas. La forma en que se metía en mi cabeza a través de mis pupilas no me dejaba margen de error, estaba seguro..., yo lo estaba, él ni por equivocación lo consideraría.
Pero los acontecimientos dieron un giro inesperado. Y es que las hormonas con nuestra edad no iban a perdonar a nadie poniéndonos a los dos en una situación muy embarazosa. Estábamos en el último curso del instituto y quedaba un trimestre para dejar de vernos a diario. Ya hacia buen tiempo y como casi cada sabado Germán y yo, por cierto, no hago más que hablar y no me he presentado, soy Yago, no Santiago, ni Santi, Yago.
Bien, Germán vino a casa el sábado. Acababa yo de instalar un juego novedoso. Se trataba de hacer un slalom con tabla de snow para lo cual te calzabas unos escarpines con sensores Wi-Fi que según te movías o inclinabas a un lado u otro el monigote de la pantalla iba a un lado u otro.
Después de tomar el pulso al invento decidimos comenzar la competición.
Cuando estábamos los dos a punto de cruzar la meta de un golpe de cadera empujé a Germán para desequilibrarlo lo que consiguió que se estrellase su monigote justo antes de cruzar meta. Me increpó, me insultó, me llamó de todo incluyendo mariconazo lo que hizo que el corazón se me acelerara viendo algo de luz a la ilusión de tenerlo abrazado a mi espalda. Quiso cogerme como siempre, pero supe escabullirme y salir por la puerta del jardín con él pisandome los talones. Finalmente me alcanzó haciéndome caer sobre el césped y cayendo él sobre mi espalda. Pasó su brazo izquierdo por mi cuello para inmovilizarme y con su derecha me llevo mi brazo derecho sobre mi espalda. Estaba inmovilizado sintiendo su peso sobre mi cuerpo, pero sentía algo más.
Un objeto duro sobre mi culo no dejó ni un instante la duda de que sería ese bulto durisimo. Me quedé muy quieto y mientras me susurraba al oído muy bajito que era un tramposo y me merecía un castigo muy serio noté que empezaba a balancear sus caderas muy imperceptiblemente sobre mi. Sentía el calor húmedo de sus amenazas sobre mi cuello, estaba disfrutando como nunca lo había hecho, y sabía que él lo estaba haciendo también. Sentía todo su cuerpo embolsando el mío y odiaba estar vestido.
El balanceo sobre mí se aceleró y Germán dejó de hablar para empezar a jadear y en un momento, con un timbre ronco de voz, que nunca antes le había escuchado, pronunció mi nombre tres veces seguidas de forma muy tierna y se detuvo. Dejó caer la cara sobre mi nuca y creí, o deseé, sentir sus labios. Fue un par de segundos, una eternidad de placer y de repente, dio un salto se puso en pie y antes de que yo me levantará él ya se había ido gritándome que era un tramposo y nunca volvería a jugar conmigo. Me levanté, me metí la mano por dentro del pantalón para aliviar mi tirantez y en el momento que me toqué recordando lo sucedido el orgasmo me estremeció de pies a cabeza de tal forma que me hizo caer de rodillas sin opción a contestar a sus acusaciones y amenazas. Mientras escuchaba el portazo que Germán daba al irse malhumorado, supongo que por haberse corrido utilizándome como sujeto, aunque yo no hubiese tenido parte activa, aunque hubiese sido el que precipitase el acto. Tenía dentro de mi un sabor emocional agridulce. Lo único que enturbiaba mi bienestar era ponerme en lo peor, a saber, que Germán hiciese recaer la culpa sobre mí y no volviese a mirarme a la cara.
Y sucedió.
El lunes siguiente al salir al patio me fui para Germán y me dejó helado. Fue un "maricón" dicho entre dientes para que solo lo escuchara yo, con la contractura de sus maseteros que le remarcaba la mandíbula y el entrecerramiento de los ojos me hizo encoger para esperar la hostia barriobajera con la peor idea dada. Pero no, en lugar de eso me advirtió con mucha seriedad que no volviera a dirigirme a él si no quería ser el escándalo del instituto, se dio la vuelta y nunca más.
Acabó el curso, no sé qué carrera eligió, o hizo o dejo de hacer. Yo pasé ese último trimestre ensimismado, ausente y triste. Acabé y elegí filología inglesa.
Entré en una Universidad no lejos de casa, pero lo suficientemente lejos para tener que compartir piso con otros compañeros. Tuve suerte, Noelia se fue conmigo para hacer Arquitectura y los otros dos que conseguimos eran de Medicina. Con Noelia no tenía problemas, hacía tiempo que ella me trataba como lo que yo era, un gay de libro. Me asesoraba sobre relaciones, tíos y sexo. Por supuesto sabía lo de Germán y siempre me decía lo mismo; que ni una palabra más, que le diesen por el culo, pero que se jodiese que eso nunca lo iba a conseguir, porque si yo era gay, él era una loca reprimida que nunca sabría cómo aceptarse.
La carrera me dio soltura en el manejo de mi vida sexual y emocional. Un tutor de color que nos daba seminarios de poesía romántica inglesa que no pasaba de los treinta y cinco, me metió en su cama desde el primer día del seminario. Me lo enseñó todo en sexo, incluso a tocar sexo femenino sin vomitar. Era agradable la caricia de una mujer, si bien prefería la pretendida torpeza del hombre y al final siempre echaba en falta algo, pero me enseñó a ampliar mi horizonte de posibilidades. Aprendí entre otras cosas que las mujeres con un strap-on pueden ser muy perversas y que tienen una lengua como una broca que llega más lejos que nadie cuando de comer el culo se trata.
Cole, que así se llamaba el negro bien dotado que tanto sabía de poesía romántica  inglesa me propuso acabando el curso un bukake en casa de un conocido con un chico nuevo que venía de Milán donde estudiaba Moda. No sé porqué me dio un vuelco el corazón, pero inmediatamente Cole me dijo que le conocía porque daba la casualidad que habían hecho la secundaria en el mismo instituto en Nashville y era de su mismo color. Lo cierto es que nunca me olvidé de Germán, y no solo por aquel último sábado en el que le sentí tan cerca y me hizo tanto gozar sabiendo que usaba mi cuerpo para darse placer sino por toda una vida de compartirlo todo y tuvo que ser el sexo el que nos distanciase. Por eso cuando Cole hablo de alguien desconocido que venía de Milán, vi a Germán y nuestra reconciliación. No recordaba al Germán lubrico presente en tantos sueños y tantas ensoñaciones sino al amigo del alma que tuvo que consolar con su empatía innata cuando se sintió abandonado por su madre con tres años, al Germán temblando al llegar al colegio "de mayores" o al Germán inasequible defendiéndole al llegar al instituto. Iba a ir al bukake pero no tenía ninguna gana.
Al llegar, Cole le presentó como un alumno aventajado que al tener doble lectura provocó la hilaridad. Estaban esperando que llegase el conocido de Cole cuando creí desmayarme.
Por la puerta acababa de entrar German y otro tío. Iban riendo animadamente y cogidos por el hombro. Toda la pinta que daban es que se habían pasado con el tequila. Después de temblarme las piernas tanto que creí caer una especie de fuego me subió desde las tripas sentí como me enrojecía la cara de furia y ante mis ojos volvió a presentarse el Germán que entre dientes me llamaba maricón aquel infausto lunes al llegar al instituto. Como si una mano gigante me empujara me lancé hacia Germán, creo que hasta echando espuma por la boca. Mi tono de voz fue tal que toda la habitación donde iba a desarrollarse el espectáculo se sumió en un silencio espeso.
- ¿Que haces aquí? - le sujeté con violencia por el chaquetón y grité - el maricón soy yo ¿recuerdas? tu no, tu eres un hetero de libro; bueno, alguna vez te corres sobre el culo de un amigo y ni siquiera tienes los redaños de bajarte la cremallera, cabrón - y no pude seguir, me rompí, se le acabó la efervescencia al champán y no pude dominar las lágrimas y me abracé a Germán, sin dejar de decir cabrón.
- Vamos fuera Yago - me dio un beso en la mejilla y me enjugó las lágrimas.
Volvía a ser Germán, mi Germán, el chico sin el que creí imposible vivir.
La palabra es derretido, absolutamente entregado. Yo contra la pared y Germán frente a mi, muy cerca, con sus manos una a cada lado de la cabeza.
- Cuando caí encima de tí en el jardín de tu casa no sabía que estaba pasando. No sé si te moviste tu o yo, el caso es que la puesta en escena violenta y la dureza de tu culo hizo lo demás, me corría, y no tenía voluntad para dominarlo. Me encantó. Fueron los segundos más felices que jamás había tenido. Cuando acabó todo me asusté de lo que sentí; quería repetirlo pero desnudos, de verdad, besarte y abrazarte, y me asusté mucho. Estuve intentando darle una explicación y solo había una plausible, quería estar contigo, pero eso no podía ser porque yo no era maricón. Y esa fue la conclusión de un adolescente desorientado. Tu eras el maricón y me habías engañado, estaba clarísimo.
- Tienes novia formal, me lo ha dicho Noelia, ¿Que hacías aquí en el bukake? Te va el rollo ¿o no?, Así vas a vivir ¿no? tu mujercita, los niños, la familia feliz que va a la Iglesia los domingos y todos admiran. Responde, al menos serás bisexual.
- Mira Yago, a esta edad uno se empalma hasta con el cálculo diferencial. Contigo no puedo ser hipócrita. Me muero por un rabo, pero lo correcto ¿es un coño? pues un coño, aunque piense constantemente en un tramposo con el que tuve el orgasmo de mi vida y no pueda salirse de mi cabeza sin volverme loco. Necesitaba otra vida con guión escrito, que yo solo tuviera que interpretar..., después arrastrando mi cobardía quizá algún día podría descansar.
- Pero no me lo explico. Después de lo mío, ¿hubo algo más? o solo terror a sentir algo por alguien que sabes que te quiere.
- Vámonos de aquí. Vamos a un sitio tranquilo. Es largo. ¿Te parece que vayamos a mi piso? Comparto con un chalao de Física que está con un felow en el CERN, de manera que estoy solo.
- Vale - y automáticamente se me instaló un pellizco en la boca del estómago que ya no me abandonó, mi sentido del honor me impedía aceptar tener sexo con él si lo proponía y por otro lado no me perdonaría nunca sentir su piel desnuda sobre la mía, jamás - por cierto, ¿y que estudias?
- Arquitectura, se me dan la matemáticas, ya sabes y el dibujo, bueno, ahí va. Además su equipo de rugby es de lo mejor.
- Noelia está en Arquitectura también, la habrás visto.
- Bueno, la verdad es que por la escuela no aparezco mucho, y si, en algún examen de lejos.
Seguimos andando juntos, sin rozarnos hablando Germán de su liga Universitaria de rugby y como tenían pique con el equipo de una privada que acababan de inaugurar. Hasta que llegamos a su piso.
- En realidad el piso es de Luis, el físico, bueno de su padre y como juega golf con el mío pues eso.
El piso en una zona céntrica de lujo era un auténtico antojo. La habitación de Germán era en realidad un apartamento dentro del piso; dos habitaciones y un baño completo completamente independientes. Nos sentamos en un sofá que tenía en la habitación de estudio, comunicada por una puerta traslucida de cristal con el dormitorio.
- Sabes lo de la rivalidad con el otro equipo. Y tienes que saber que hasta lo que te voy a contar, después del incidente de tu casa.
- Incidente, aquello solo fue un incidente. De acuerdo. Sigue.
- Perdona Yago, le he dado tantos nombres en mi cabeza a aquellos instantes, eternos, y que no he podido olvidar, que ya no se cómo referirme a él.
- Venga, Germán, sigue.
- Bueno, pues que nada de nada. Lo sumergí en lo más profundo de las meninges. Para mi estaba superado. Bien. En el otro equipo hay un chuleta, siempre pavoneándose de que se tira a esta y a la otra, capitán de su equipo, como no. El cabrón me hace cada placage que me deja tiritando, pero acabando la temporada hace ahora dos años, tenía yo el balón y corría para hacer un ensayo y me hizo una entrada que estaba claro que iba de mala leche. Me levanté, me fui para él y le di un hostiazo que le tumbé. Se montó la de Dios. Finalmente, el árbitro, los entrenadores y el delegado de campo de su equipo nos hicieron pedirnos perdón, darnos la mano y expulsarnos del partido.
Nos fuimos a la ducha de esas de vestuario de machos, corrida toda. Estábamos bajo el agua y el tío, un argentino llamado Lautaro me mira y me dice "perdoná, boludo. mira que te hice" efectivamente, tenía un rozón con muchos puntos de sangre saltada en la zona derecha de la cadera. Y entonces de la forma más natural se acercó a mí, bajo la ducha, se agachó, supuestamente para verme la herida tocándome la zona de cadera cercana a pubis para evaluar el daño.
- El tío ¿era tonto, o qué?
- De tonto nada, Yago. Se quedó a escasos centímetros de mi polla, y mi cuerpo reaccionó como nunca hubiera imaginado. La polla creció y creció. Sonaba de fondo el repiqueteo del agua, pero yo percibía un silencio sepulcral. Lautaro sin moverse de cuclillas, levantó la cabeza, me miró y sonrió. Intenté apartarle sin mucha convicción y él sin dejar de mirarme ni de sonreír me dijo "que va, pibe, ni lo sueñes, llevo esperando desde que empezó la temporada" y se metió la polla en la boca. Y volví a ser el Germán que se cayó encima de un sucio tramposo.
Tal como lo dijo, me clavó los ojos exactamente igual que cuando críos me sujetaba por las muñecas y se quedaba a milímetros de la cara, solo que en esta ocasión se acercó con extrema lentitud y me rozó los labios con los suyos.
A mi se me cayeron dos lagrimones y solo pude reaccionar cogiéndole por el cuello atrayéndole hacia mí y besándole como dios manda, a la mierda el orgullo y el honor, me dije, me tragué mi amor propio y me entregué en aquel sofá.
¿Cómo acabamos en su cama? Ya ni me acuerdo.
Si me acuerdo que ese instante fue el más feliz de mi vida;  me hizo suyo con una lentitud, un cariño. Sentí con cada célula como se hacía dueño de mi cuerpo que le acogía sin ninguna reserva. Luego con parsimonia fue entrando y saliendo de mi, mientras me besaba anunciando me que se iba a derramar y le acompañase en ese instante. Nos corrimos a la vez y de verdad yo toque el cielo y casi puedo asegurar que el tambien. Me recuerdo después de aquello con mi cabeza apoyada en su pecho , acurrucado con él, oliendole, imaginando una vida juntos, envejeciendo mientras Germán me mesaba los cabellos diciéndome todo lo que me amaba y lo estúpido que había sido estando separado de mi. Y sonó el timbre de la puerta.
- ¿Puedes abrir, Yago?
- ¿Yo?
- Si, anda, ve a ver mientras me pongo algo. Ponte tu el albornoz.
- Hola. ¿Esta es la casa de Germán? - un chico de aspecto atlético, sonriente y acento argentino. No había duda.
- Lautaro, por supuesto.
- ¡La concha de tu madre! Tu tenés que ser Yago, un abrazo, pibe. Pero estás mejor de lo que Germán dice.
- Pasa, pasa. Creo que Germán está en la ducha.
- ¡Ah! ya, lo siento mucho, pibe, no quería entrometerme, me iré - y en ese momento apareció Germán.
- Pasa Lau, pasa. Estábamos recordando viejos tiempos, ¿verdad Yago? - y me cogió con su brazo por el cuello atrayéndole hacia él.
- Bueno, Germán, tengo poco tiempo, he quedado con Palmira, mi novia, sabés - se dirigió a mi.
- Y yo ceno en casa de la mía - contestó Germán - si te parece te vienes por aquí cuando dejes a Palmira.
- ¿Un trío con tu pibe? Sería genial - me dio un beso en la mejilla y otro en los labios a Germán y se fue.
- Se ha ido para dejarnos espacio a los dos, que ganas de follar contigo tiene desde que le hablé de ti, que me lo ha dicho muchas veces - cerró la puerta me rodeó la cintura con sus brazos y me besó ardientemente, sentí revivir con potencia otra vez.
- Espera - me zafé de su abrazo - ¿vosotros sois una especie de novios, o novios en toda regla, y entonces las chicas, que son, lesbianas y se entienden también? Joder, explícamelo.
- No pasa nada. Tenemos novias, que es lo que hay que tener y a parte nosotros tenemos lo nuestro, ¿a quien hacemos daño?
- Pero ¿esa doble vida? Acabará por pasaros factura, ahora, bien, pero llegará el momento de formalizar la relación y entonces...
- La relacion, la relación. Tenemos hasta fecha de boda, bueno, más o menos. En cuanto acabemos la carrera. Mi novia Beatriz, su padre tiene una empresa grande de construcción y nosotros, Bea también hace arquitectura, tenemos trabajo y pasta. Palmira tiene su padre, belga, negocios de antigüedades, también forrado. Pasta y polla, ¿que más haría falta?
- Me voy a ir vistiendo
- ¿Te vas? Quédate aquí hasta que vuelva de casa de Bea y en cuanto venga Lautaro nos montamos un fiestón.
- No, déjalo. Así yo no puedo, Germán, no soy tan práctico como vosotros, además me fui del bukake sin decirle adiós a Cole. Le voy a llamar y quedó con él. Yo soy gay para lo bueno y para lo malo. No sabes lo que me alegro de haberte visto, pero yo voy a seguir mi vida y tu sigue la tuya. Ya nos llamamos. Y para lo que quieras ya sabes Germán, pero no soy yo mucho de fingimientos. Antes o después me presentarías a las novias y no podría mirarlas a la cara. Tu para mí siempre serás mi amigo, mi hermano, mi amante y mi todo, pero de verdad, prefiero dejarlo aqui y que sepas una vez más que te quiero. A pesar de todo soy tu amigo.
Quisiera tener sexo contigo toda la vida, pero así no. Sabes dónde encontrarme, si te repiensas, siempre estaré dispuesto a consolar al pobre niño asustado que sigues siendo. Te quiero pero adiós.



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