domingo, 17 de enero de 2021

REPARTO

 Llevo casado, moderadamente feliz, treinta y cuatro años. Una vida sexual de viejo, tengo 72 años, una vez a semana, aunque si por mí fuera sería ninguna vez de hoy en adelante, pero mi mujer se pone cariñosa y se lo debo. Para poder tener impulso sexual, me tupo a porno de lo más bizarro. Últimamente me he tenido que quitar prejuicios y mirar videos de trannys, esos monumentos de chavalas, que parecen sacadas de la portada de un play boy, pero a medida que la cámara se desplaza aparece un pedazo de genital masculino que me hace recordar mejores momentos aunque envidiando los tamaños. Estas chicas sodomizando hombres me excitaban tanto que la curiosidad me hacia pensar en cómo podría yo alcanzar ese Nirvana que es que te penetre una mujer de bandera, al parecer.

Fechas de fiestas en las que, pandemias mediante, no se puede salir de compras, ni de cañas, ni a cenar fuera, salvo que seas como tanto inconsciente que pulula entre el común. Toca ponerse al día aprender a bajarse aplicaciones y comprar con tu tarjeta y encomendándose a la corte celestial para que no te  tomen el tupé. Pero va uno tomando confianza y en un par de semanas ninguno de los gigantes de la venta y de los menos gigantes también, tenían secreto alguno.

Y empezaron a llegar los paquetes. Lo complicado de todo esto es que hasta para ir a mear tienes que encargar a alguien que se quede al cuidado del timbre por si llega algo.

Dado que no se debe salir, yo que soy disciplinado soy el que se queda. Mi mujer sale para las compras necesarias del día. Las compras grandes encargamos al Súper que nos las traiga.

"¿Pedro?" traigo un paquete

Empezaba el baile. No sé porqué designios pensé para mí que el que venía traía dos paquetes, el mío y el que se llevaría puesto. La verdad llevaba ya cinco días atragantandome de porno y estaba bastante calentito, esa misma noche o a más tardar la siguiente mi mujer encontraría satisfacción para otra semana. Es decir estaba muy facilitado para todo lo que tuviera que ver con sexo y por tanto, el bulto del pijama y las pinzas que llevaba en los pezones para aumentar la calentura también resaltaban.

Antes de sonase el timbre abrí la puerta. Del ascensor salió un treintañero de sonrisa abierta y altura media. Iba rapado de cabeza pero con barba de unos días. Delgado y elastico en su desenvoltura.

Y de pronto se le tensó la cara, desapareció la franca sonrisa y todo él adoptó el hábito de un arco tensado hasta la ruptura. Me entregó el paquete se dio media vuelta y casi que se tiró dentro del ascensor. Alcancé a gritarle que no me había pedido ni el número de identidad.

"No me hace falta ya conozco a gente como usted" alcanzó a decir desde el ascensor mientras se cerraba la puerta. Me quedé pasmado en el umbral de mi casa con el paquete en la mano y entonces reparé que por entre la bata medio abierta asomaba un bulto más que regular que daba la impresión que invitaba a la evaluación de tamaño mediante sopesamiento a mano abierta. Me dejó consternado, pues para nada era mi intención. Cerré mi puerta y ni siquiera tuve ánimo para abrir el paquete que se quedó sobre la consola del recibidor. De forma automática me lleve la mano a mi bulto y la metí por la bragueta para tocarmela y si estaba bastante dura, no todo lo que podía estarlo pero lo suficiente como para que el muchacho repararse en ella. Luego toqué las pinzas de pezón y les di una vuelta de presión a lo que mi pene reaccionó con la erección completa. Y en ese momento sonó el timbre de la casa y a continuación el sonido de los nudillos sobre la madera.

Abrí la puerta de golpe, sin reparar en que ahora además del bulto, como me había metido la mano en la bragueta, ésta se había quedado en parcialmente abierta y se veía parte del fuste del miembro. Delante tenía al muchacho que necesitaba el número de identidad para justificar la entrega. Me clavó la mirada en la bragueta luego me taladró los ojos con su mirada y preguntó: "¿Insiste, no?" 

Sabía a qué se refería, pero lejos de cortarme, y no me pregunten porqué la erección aumentó en contundencia al punto de encontrar desahogo saliendo por la portañuela disparada hacia adelante, con el orgulloso capullo destilando precum. El chico, serio como un notario de un empujón me metió en la casa, el entró tras de mí y cerró la puerta.

No me dió lugar a plantearme disyuntivas o encrucijadas morales. Allí mismo en el recibidor, cayó el repartidor de hinojos, con una destreza de prestidigitador me puso al descubierto y sumergió mi enhiesto pene en su boca, y con sus manos reptó por mi abdomen y pecho y para su sorpresa se topó con la cadenita que solidariza las pinzas. Sabía de qué se trataba porque, primero suavemente y luego a base de tirones cortos y severos consiguió que el orgasmo llamase a mi puerta. Le avisé que me corría y en lugar de retirarse hizo que mi pene entrase más profundo hasta que mi semen le llenó la boca. Tragó todo lo tragable y cuando terminó se levantó y de la forma más neutra me pidió el número de identidad. Lo apuntó en su terminal, abrió la puerta y salió.

Ya en el ascensor elevando la voz y en tono festivo dijo: "Mañana hay otro, procura que no haya nadie para que la entrega se haga a total satisfacción"

Me costó trabajo digerirlo, pero me recorrió un escalofrío el cuerpo cuando pensé que al día siguiente ocurriría algo más.




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