jueves, 3 de abril de 2025

CONFIDENCIAS

 

Desde que cumplió los doce sentí que su mirada me traspasaba. Dejó de mirarme con la pureza de un río cristalino que se desborda a intentar escudriñar en mi alma con una tácita interrogativa muy turbia. Lo sentía y a la vez notaba con placer como ganaba volumen mi culpa.
A los trece ya con cuerpo de hombre, Sebastián me saludaba con un abrazo muy estrecho que yo correspondía sintiendo cada centímetro de su cuerpo fundido al mío. Siempre le besaba en el cuello al lado de su oreja y acusaba su estremecimiento. Me fijaba en la manera que abrazaba a su abuela y lo hacía cuidando de no entrechocar cuerpos como si hacía contra el mío.
Alguna vez me reprochaba tener esa pulsión hacia Sebastián, mi nieto, pero me tranquilizaba pensar que la primera mirada sucia, tipica de urinario público en cruising, fue la que antes expliqué. 
A medida que iba cumpliendo años y las pesas y el gimnasio le iban esculpiendo su cuerpo sentía más como sus abrazos eran más intensos, no en fuerza, en cercanía. Notaba que él disfrutaba de una forma perversa de sus abrazos y ya la mirada de sus ojos pasó de turbia a descarada, casi sarcástica. No podía evitar ensoñar que tras aquella mirada venía una lubrica bofetada y un obligarme a arrodillar para olisquear su bragueta primero y posteriormente atragantarme con su carne.
Con catorce años me contó en confidencia que un compañero de colegio, con fama de maricón le había hecho una mamada, y que no sólo a él, a otros también. Me preguntó si a mí me lo había hecho algún compañero y le dije que lo había hecho yo obligado por un chico mayor que yo. Aquello parece que le frenó en seguir profundizando en ese tema y no volvió a mencionarlo. Pero sus miradas cómplices menudeaban aunque yo hacía caso omiso. Muchas noches rememorando aquella confidencia fantaseaba en que me colocaba su trasero sobre mi cara y se derramaba sobre mi pecho. Si, me tenía maniatado con su figura y sus pretensiones de las que yo no tenía duda alguna a falta de verbalizarlas.
Y llegó el día de su mayoría de edad.
- Abuelo, podrías llevarnos a mi amigo Mateo y a mí a Jerez, que hay una obra de teatro que nos gustaría ver. Es que mi padre va a estar trabajando y mi madre ya tenía el día comprometido.
- Naturalmente. ¿Habrá entrada para mí?
- ¿Nos acompañas? Estupendo. Así no tenemos que molestar a nadie para recogernos.
- ¿A qué hora os recojo? ¡Espera! Que tal si nos vamos temprano, os invito a comer y luego nos vamos al teatro.
- ¡Estupendo! Se lo digo ahora mismo a Mateo.
- ¿Sois muy amigos, verdad?
- Si. Claro. Creo que te he hablado de él alguna vez. Nos conocemos hace unos cuatro años, aunque compañeros de insti desde que entramos. Al principio fue la cosa regu, pero al final conectamos.
- Venga, vale. Mañana me lo presentas.

Mateo era un rapaz nervioso, de ojos vivos y expresivos, largas pestañas, nariz ligeramente aguileña y labios carnosos y brillantes. La sonrisa permanente instalada en su cara para poder ver unos dientes blanquísimos aderezados de los consabidos braques, que a él por lo visto no le apocaban en absoluto. Era de pómulos prominentes salpicados de unas pocas pecas que le daban un aire travieso.  Y una amplia frente camuflada bajo una espesa mata de pelo color fuego. No pude evitar imaginar cómo sería el incendio que ocultaba tras la ropa algo más abajo.
Anchos hombros, pecho fuerte y ausencia total de barriga. Supuse que bajo la camisa El Ganso que llevaba, rosa palo, se escondía una electrizante tableta y no de chocolate precisamente. Remataba su outfit, como decían ellos, unos chinos beige claros y unos náuticos sin calcetines.
- De manera que éste es Mateo del que tanto hablas. Guapo chico. Debes tenerlas a todas rendidas a tus pies, chaval.
- Bueno, no tantas.
Y al decirlo no pudo controlar el rubor en sus mejillas mientras miraba con sonrisa nerviosa a Sebastián, mi nieto.
- Bueno Mateo, que alguna si que anda oliendote el culo todo el día..., y alguno, que todo hay que decirlo.
- No es de extrañar que tengas también algún que otro enamorado. Sin ir más lejos, aquí me tienes a mí que me has ganado nada más verte.
Al decir esto y viendo el entripado en que estaba metiendo al crío, Alejandro echó su mano a la nuca de Mateo atrayéndolo con fuerza a su pecho. Sebastián cómo activado por un resorte le echó a su amigo el brazo por la espalda y apoyó la mejilla en su hombro.
- No te cortes Mateo - le soltó dejándole que se separase de él - lo he dicho de bien.
Los ojos de Mateo empezaron a licuarse sin por eso abandonar su sonrisa nerviosa.
Sebastián concluyó el abrazo que había iniciado. Los dos se fundieron estrechamente.
- No hagas caso a mi abuelo, es un guasón.
- Bueno, pareja ¿vamos a comer. Donde queréis que os lleve? Elegid.
- Donde quieras abuelo. Donde nos lleves estará bien.
Habían deshecho el abrazo pero sus manos permanecían fuertemente unidas. Alejandro los miró a los ojos, luego a sus manos entrelazadas y sonrió.
- Sebastián, me gusta quien has elegido. Me gusta mucho. Venga, a comer. Vamos a ir a un alemán. Se llama el Bundegstat. Netamente teutón. Vamos a comer codillo estilo berlinés, el Eisbein, con puré de patata.
Los chicos relajaron el ambiente y ambos dejaron escapar una lágrima.
- Te quiero, abuelo.
- Y yo también. Desde ahora mismo.
El paseo hasta el Bundesgtat fue relajado y agradable. Sin la tensión de tener las cartas boca abajo ya se podían todos producir y manifestar libremente. Sebastián y Mateo tenían una sonrisa de oreja a oreja y habían eliminado cualquier tipo de protocolo. Alejandro, zorro viejo, aprovechó la oportunidad que le daban la inocencia de la pareja.
- Desde cuándo sois pareja, chavales.
Por el retrovisor Alejandro observó como se besaban antes de responder. Además de observar el beso húmedo de los adolescentes sintió como despertaba su entrepierna. Todo iba bien.
- Un año antes de salir del instituto. La verdad es que no nos podíamos ver. Yo esperaba una hostia de Mateo en cualquier momento. Siempre rodeado de las niñas más guays del insti yo miraba y, él, me imagino que cara a la galería, me miraba desafiante. Y en alguna ocasión, ¿te acuerdas, Mateo en los váteres del patio aquel dia?
- Que si me acuerdo. Estuve a punto de morirme de deseo, pero tenía que hacerme el machito, compréndelo.
- Es verdad, nunca hablamos de aquello.
- Que fue lo que pasó. Contadme, estoy en ascuas. ¿Allí fue donde empezó todo?
- Si, don Alejandro.
- Déjate de tratamientos. Desde ahora mismo eres como mi nieto. Así que, o abuelo Alejandro o daddy, como prefieras.
Sebastián y Mateo se miraron sorprendidos a los ojos. Hacerse llamar daddy significaba que ellos, que eran twinks, estarían sexualmente a su disposición. Hubo un silencio en el coche que rompió Alejandro.
- Vamos. ¿Que pasó en aquel váter? Ya os contaré yo cosas que me han pasado en váteres públicos. De risa. Pero, ahora vosotros.
- Pues verás..., daddy.
Mateo miró a su novio con complicidad y una sonrisa pérfida en la cara a la vez que se acariciaba el pantalón haciendo resaltar con los dedos su pujante virilidad.
- Estaba con unos colegas y unas tías cuando vi que Sebastián entraba en la casita, que era como llamaba todo el mundo a los váteres del patio. Tú nieto me traía a mal traer. Me gustaba buscarle la mirada para desafiarle y que la gente viera que de mariconeo, nada. Un cobarde era. Así que pensé que quizá si entrase en el urinario con él podría provocarle para poder responder con una buena hostia y que mis colegas vieran cual era mi actitud de macho intolerante.
- Pero, Sebastián, ¿tú tenías fama gay en el insti?
- Abuelo, con catorce recién entrado se la chupé a uno de los mayores, un cotillo más maricón que yo y que para taparse extendió el rumor de que yo se la chupaba a todo dios en los váteres del gimnasio. No volví a chuparsela a nadie más pero él sambenito quedó colgado. Sí, tenía fama, aunque después de tanto tiempo aquello quedó como un rumor sin confirmar, y había compañeras que sacaban la cara por mí y compañeros que se cruzaban en los pasillos y me hacían muecas de besitos para despertar la hilaridad general y quedar como muy ocurrentes.
- En mi grupito de chicos y chicas casi todos estaban porque tú nieto estaba por mi. Yo quería zanjar cualquier duda.
- Bueno, y qué.
- Al verle entrar, dije bien alto para que escucharán bien todos: "me parece que voy a mear. A ver a quien meo" Se despertó el cachondeo general y allá que fui.

- Hemos llegado. Ahora después me seguís contando. Espero que haya mesa.
Ahora vamos a cambiar el tema. Mucha gente que viene por aquí me conoce y no quisiera que alguien se fuera a escandalizar.

La comida transcurrió con buen humor. Sebastián y Mateo se miraban a hurtadillas y se rozaban las manos por debajo de la mesa. El codillo no les entusiasmó pero no dijeron nada. De postre Alejandro pidió Selva Negra para compartir y salieron de la sobremesa para dirigirse al teatro.

- Y qué, ¿measte a tu amigo?
- Que va abuelo. Yo estaba en una cabina con la puerta cerrada, sentado en la taza del váter. Mateo al entrar y no verme dijo en voz alta que si me estaba escondiendo. Yo por respuesta, salí de la cabina diciendo que me daba igual mear dentro que fuera. Me desabroché el pantalón como siempre y me la saqué para mear. Y la conversación transcurrió así. Si me equivoco, Mateo, me corriges.

- ¿Tú no venías a mear. que pasa, que te da vergüenza sacártela delante de mí?
- El peligro es que te lances a comérmela.
- ¿De verdad crees que eso sería un peligro o un privilegio?

- Ahí si que me puse nervioso porque nada más decirme eso, la polla tomó el control y se me puso dura como el granito. Y se me acababa el tiempo, porque o me la sacaba y dejaba a las claras cual era mi inclinación o me iba con las orejas gachas.
- Yo me di cuenta como se te abultaba la bragueta y en ese momento no pude evitar mi empalme total, ¿te acuerdas?

- Vaya, pues parece que para ti es un privilegio verme el paquete tan grande. Aunque tú tampoco vas mal servido.
- Pues venga, sácatela y comparemos a ver quién gana. La dureza, si quieres después la comprobamos. Pero no tiembles tío que no es para tanto.

- Uff, de verdad, daddy, aquel momento fue extraordinario. Sabía que no iba a poder resistirme, necesitaba cogérsela a tu nieto y liberar la mía de la cárcel del vaquero. Temblaba pero de lujuria. Necesitaba que me la metiese en la boca o en el culo, sabiendo que yo era virgen y tendría que ser una tortura, pero no me importaba. Era una piscina de hormonas hirviendo, lo que no se es como no estallé en mil pedazos.
- Cuando te la sacaste y la vi tan grande, con ese capullazo goteando yo creo que no era precum, era jizz directamente. Te estabas corriendo.
- Yo creo también que estaba eyaculando y me entró el pánico porque me di cuenta que esa situación me parecía aceptable y normal, cuando mis coleguis de fuera si la conocieran, se echarían las manos a la cabeza.
- Yo me di cuenta de lo que estaba pasando. Intentaba abrocharse los pantalones para salir de allí pero el empalme era tan brutal que no había manera de encajar en la tela vaquera aquella enormidad. Tú, abuelo, has visto la pequeña cicatriz que tengo aquí en la comisura de la boca.
- Si, si. Te da un aire interesante.
- ¿Como fue, Mateo?
- Tu nieto me dijo que le diera una hostia que le hiciera sangrar.
- Claro. Llevábamos allí más minutos de los que serían esperables para ir a mear. Sabía que sus amigos se iban a dar cuenta de lo que pasaba. Así que transcurrió de ésta manera.

- Tío, Mateo, yo lo comprendo. Es difícil asumirlo. Tú también me gustas, solo que yo puedo comportarme de acuerdo a mis sentimientos y tú debes disimular. Sería un terremoto que salieses ahí diciendo: 'pues el Sebas no está tan mal, a mí me gusta' , te apedrearían. Por eso, esto que te voy a decir me da igual. Otros también me han hostiado, quizá también para taparse. Dame una buena hostia que me haga sangrar y sal ahí haciéndote el machito que ha rechazado la insinuación de un maricón. Te vas a hacer aún más popular. Luego ya hablamos nosotros por snap y vamos conociéndonos mejor. Después de tí saldré yo doliendome y limpiándome la sangre. Serás el héroe del día.

- Me dió un hostiazo que me hizo tambalear y cuando vio que me sangraba el labio, se acercó a mi, me besó limpiándome la sangre con su lengua y casi llorando me pidió perdón.
- Aún lo recuerdo y se me saltan las costuras de las meninges. ¿Cómo pude ser tan cruel?
- La sociedad pesa mucho chavales, y para enfrentarla hacen falta cojones. Los que yo no tuve cuando me casé con tu abuela. Ya era mayorcete, la treintena pasada y empezaba a llamar la atención que no sentase la cabeza. En el trabajo todo eran bromas nada inocentes, medias insinuaciones y a veces faltas de educación. Total que como uno nunca ha sido un adefesio...
- Abuelo. Es ahora en tu séptima década y estás de buen ver. Me imagino que con treinta partirías corazones a lado y lado.
- La verdad es que sí. Pero siempre he sido restrictivo con las mujeres. Tienen que ser muy delgadas, pequeñas, casi morbosas, de tetas muy pequeñas, ojos grandes. Hay en Telegram una cuenta que me flipa. Pero, claro, muchas, la mayoría no son así y en tal caso, ejem, espero que ésto no os escandalize. Pues bien, cualquier cosa con rabo y ano, me vale, y si es FTM, o sea, un tío con coño, ya me muero, pero no por metérsela por delante, lo que me flipa es encular a quien tenga coño y apariencia de tío.
Los dos chicos se quedaron sin saber que decir. Se miraban entre ellos sin poder cerrar la boca y luego miraban a Alejandro que no sólo no despuntaba una sonrisa cínica del rostro sino que sin ningún pudor se recolocaba su pene a todas luces abultadisimo.
- Y bueno, después de éste despelote de abuelo, queda por contarme que pasó después.
- Yo salí de la casita muy afectado, ni me había dado cuenta que al besar a Sebastián mis labios se habían llenado de su sangre. Fue la debacle.

- Tío, que ha pasado. Se ha oído una especie hostia.
- Si, si, se ha querido sobrepasar conmigo y le he partido la boca.
- Y él a tí, ¿no?
- No, no, el muy nenaza se ha quedado ahí llorando.
- Y entonces, la sangre que tienes en los labios ¿es que le has morreado después de zumbarle?

- Y ahí, de repente, pasó toda mi vida en un instante por delante de mis ojos. Como dicen que les pasa a los que van a morir. Me vi espiando a mi hermano mayor cuando se pajeaba, yo tenía cinco años nada más, deseando tocarle. A mí padre en la ducha calibrando el tamaño de su aparato cuando empalmase. A mí mirando escandalizado a Sebastián el día que nos conocimos, deseando con locura sus besos. Las pajas que me he hecho mirando las fotos que le robaba en cuanto podía. Alguna en las cabinas del váter subido a la taza haciendo videos de cómo se pajeaba. Si. En ese momento murió el Mateo de careta y nació el Mateo que ahora conocéis. Me encaré con todos los chicos que esperaban espectantes y les dije que Sebastián era un tío con dos cojones que me había dicho que le zurrase para así yo disimular mis mariconeos. 

- Es verdad, le he besado. Me ha dolido verle sangrar porque estoy coladisimo por él desde que le vi. Ya estoy hartisimo de tanta mariconadas. Si, me gustan los tíos. Lo siento Marta, no quería hacerte llorar, pero cuánto más dure la mentira más voy a pudrirme por dentro. Me ardían ya las entrañas de tanto disimular. Estoy enamorado de él y me importa una mierda lo que penséis.

- Y en ese momento salía tu nieto de los váteres, limpiándose la sangre de los labios. Me fui hacia él y delante de todos le comí la boca. El beso más dulce de mi corta vida. 

- Ahora entendéis porque tengo manchados los labios de su milagrosa sangre. Es la que me ha hecho quitarme de encima las toneladas de mierda que arrastraba desde que le vi el rabo duro a mi hermano mayor por primera vez.

- Nadie dijo ni esta boca es mía. Me sorprendió la verdad. Esperaba un aluvión de insultos, en plan, bujarrón, huelebraguetas y eso, pero no.
- Tuviste un par bien puesto.
- Que querías, ¿que dijese lo típico?: "no es lo que parece" Si ya me ha salpicado, por muy fría que esté el agua, pues me tiro de cabeza y ya me secaré o me quedaré empapado, pero con la cabeza alta. De repente comprendí que era gay y por eso no hay que pedir perdón. Más que comprenderlo, lo acepté, como el que tiene orejas de soplillo y se niega a aceptarlo y se las pega con loctite y sufre las consecuencias. 
Poco a poco, uno a uno y con la cabeza gacha, como si les diese vergüenza por lo que vieron y les pusiera frente a un espejo, fueron desfilando a las clases. Ni una mirada torva, ni un desprecio. Eso me confirmó en que había actuado bien. Cogí de la mano a tu nieto, y así de la mano entramos a clase.
- No veas abuelo, estaba acojonado de verdad.
- En días siguientes, al menos tres de los compañeros que era de los más bozacas con las tetas y los culos de las chicas, se me acercaron a confesarme que ellos no tenían huevos para hacer lo que hice yo y que eran como yo, pero que la palabra les aterrorizaba. Solo les dije que cuando tuviesen algo de lo que lamentarse o de lo que regocijarse ahí estaría yo. Y hubo uno que me preguntó si dolía mucho cuando te la metían, porque él lo estaba deseando y no sabía si cuando sucediera podría soportarlo.
- Joder Mateo, no solo te libraste de una pesada carga sino que aliviaste la de otros que no sabían cómo llevar. Y ahora a callar que comienza la obra.

Cuando baja el telón y se encienden las luces, los intérpretes de Los Chicos de la Banda salen a saludar y recibir los aplausos. Alejandro aplaude sin mucho entusiasmo mientras que Mateo y Sebastián se despellejan las manos aplaudiendo y dejando caer lágrimas de emoción.
Ya en la calle, Mateo pregunta a Alejandro por esa aparente falta de entusiasmo.
- No te ha gustado, ¿verdad? Demasiado explícita en los sentimientos para tí.
- No. Que va. Asistí a Los Muchachos de la Banda cuando se estrenó en Ciudad de México de segundas en 1982 en el Teatro de la Ciudadela. Se estrenó con mucha oposición en 1974 pero no fue hasta el 82 cuando pudo destacar. Yo tenía treinta y dos y me comisionó mi empresa para entablar contactos con otra empresa con vista a una fusion-compra. Corría él 82, estaba recién casado y tu abuela Sebastián preñada de tu tío Pedro. Luego nacería tu madre María del Consuelo. Bueno a lo que iba. Me fue a recibir al aeropuerto mi contraparte en México. Gabriel se llamaba. Un tipo espléndido, más o menos de mi edad, moreno de ojos verdes y una mirada que de primeras me desarmó. Y él se dió cuenta, además. Se me coló tan dentro el tío que era incapaz de dejar de mirarle extasiado ni de soltarle la mano del saludo.

- La verdad, Alejandro era tú nombre, ¿no? que darse la mano está padrísimo, pero me temo que la voy a necesitar para más adelante.

- Se me quedó mirando muy fijamente con esa mirada caliente y una sonrisa leve, entreabriendo los labios y humedeciendo los con la lengua de una manera casi pornografica.

- ¡No mames! Incluso tú podrías necesitarla hoy mismo para ayudarte en alguna actividad.
- Perdona, deben ser las horas de viaje, no se, no se. Lo siento.
- Nada que sentir. Muy agradable tomarte la mano. Incluso, como dicen ustedes, más agradable sería cogerte..., la mano naturalmente. Quizá después de tantas horas necesites aliviar la vejiga. Te digo donde.

- Entramos en unos servicios que había en la zona VIP y ahí se acabó toda corrección. Entró él primero en el servicio, abrió todas las cabinas para comprobar que estábamos solos y con el último empujón a la última puerta se me abalanzó a comerme la boca. Fue una locura.
- ¿Fue tú primera vez? Que emocionante. Y estabas esperando a la tía Consuelo. Bueno ¿y que pasó?
- No, no. La primera, que no fue la primera tampoco, aunque si seria y formal, duró un par de años, con veinte años en la Uni, después de un examen muy duro unos compañeros hicieron en su piso una fiesta. Alcohol sobre todo, las drogas circulaban por otros ambientes. Un colega, Agustín, compañero de piso además, feucho, muy largo, bebió más de lo recomendable y yo le seguí. Acabamos pedo del todo y nos fuimos a casa. Caímos los dos, rotos en su cama y nos quedamos dormidos tal como llegamos. Cuando me desperté estaba desnudo y miré para la otra cama, mi cama, y allí estaba Agustín boca arriba, roncando, tan desnudo como yo. Me noté algo raro en el culo, me llevé la mano y me dolió al tocarme y luego los dedos algo manchados de entre sangre y mierda. De un salto me quedé sentado en la cama, no queriendomelo creer. Me acerqué a mi amigo y miré de cerca. Tenía el capullo manchado de sangre y mierda. Me entró el pánico. ¡Agustín me había dado por el culo!
Me eché instintivamente mano al ano otra vez y lo tenía además de manchado, gordo, como hinchado. Me palpé y no se porqué me oli los dedos. No solo olía a mierda, olía a algo más, algo que me costó reconocer.
- Semen de tu amigo, ¿no?
- Claro, enseguida lo deduje. Pero en lugar de cabrearme, sin explicación posible, reconocer que Agustín me había preñado hizo que mi rabo se pusiera duro. A partir de ese momento se disolvió mi voluntad en un lago de lujuria que tenía dentro, no se donde, y pasó de todo. Limpié la polla de Agustín de mi mierda con mis propias manos y sin ninguna repulsión me la metí en la boca. Rápidamente creció y se puso dura. Mientras chupaba una idea se fue abriendo paso en mi imaginación. Con esa polla tan dura y estando ya desvirgado sin conciencia, ¿que sentiría si volviese a entrarme en el culo, dolería, me correría de gusto? Y no lo pensé me senté sobre las polla de Agustín.
- ¿Te dolió, daddy?
- ¿Te ha follado alguien, alguna vez, Mateo?
- No. Soy top. Tú nieto es bottom. Yo creo que a él no le duele, yo gozo mucho metiendosela. ¿A tí te duele, Sebastián cuando te la meto?
- Ya no. La primera vez, mucho, pero el placer de saber que Mateo me tiene a su merced y que me hace lo que me hace y disfruta tanto es suficiente. Ahora ya lo único que deseo es que me la meta el mayor tiempo posible. A tí, abuelo¿te dolió cuando te la clavaste? porque está claro que de la primera no te acuerdas.
- Me dolió, sí, pero no era capaz de dejarlo, era una especie de reto. Necesitaba que me entrase entera. Poco a poco fue entrando y cuando la tenía casi toda dentro, Agustín se despertó.
- Y que dijo.
- Que siguiera que estaba a punto de correrse. Cuando estuvo desperezado del todo se le puso enorme y dudé de que pudiera meterla entera.

- Vaya, parece que no tuviste suficiente con lo de ésta noche. Me costó algo, pero no tanto como lo que esperaba de un virgen, ni te despertaste ¿Te la habían clavado ya? Me dió la impresión de que sí
- Tienes un rabo muy listo. Fue hace muchos años. Tenía yo diez años.
- Sigue contandomelo pero no pares de cabalgar, me estás dando mucho gusto. ¿Que te pasó con diez años, algún familiar? lo típico.
- Fuimos a un retiro de la parroquia un finde. Uno de los catequistas, tendría veinte años o menos me llevó a meditar al bosque y allí me trajinó..., y me dolió, aunque me gustó, la verdad. Pero fue esa vez y después se me olvidó. No tenía idea de que eso fuese algo común entre hombres. Me creí un bicho raro, y ya te digo, me olvidé.
- Estabas desvirgado, pero bueno disfruté follandote y ahora también lo estoy haciendo. ¿Se lo vas a decir a tu novia?
- ¿Solucionaría algo que se lo confesara o la haría sufrir sin razón?
- Entonces tengo tu culo a mí disposición. No hay nada que más cachondo me ponga pensar que esa polla que se balancea a impulsos de mis embestidas se mete en un coño caliente y siente como su culo se queda vacío y triste, lo que le hace añorar una vez más mi rabo.

- Aquello nos duró un par de años hasta que terminamos las carreras. No he vuelto a verle.
Con Gabriel en aquellos servicios del Benito Juárez fue otra cosa. Los mexicanos son muy ardientes. En sus manos me sentí otra vez en manos de Agustín. Deseaba que la dilatación conseguida con él en esos dos años no se hubiese revertido. Gabriel me desnudó, literal. Me quedé con los pantalones en los tobillos y la americana y la camisa por los suelos. Fue casi una violación. Emocionante. Me dió un poco de saliva, apuntó y de un golpe de caderas, seco, me la clavó. Yo mismo fui el sorprendido de que el dolor no me hiciese desmayar. Veréis, si me dolió, pero fue soportable y cedió rápidamente para dar paso a un placer prostático que no he vuelto a tener. Nunca me expliqué como lo consiguió pero me corrí dos veces. La primera, nada más metermela por estimulación de la glándula y la segunda en cuanto arremetió con más fuerza aún porque se venía él.
- Daddy, no te dijo nada de lo fácil que te la metió.
- Me dijo algo al oído, mientras me mordisqueaba la oreja, que creo que fue lo que precipitó el primer orgasmo.

- Mi mariconcito vicioso, que calladito lo tenías. Venías para ser mi hembra complaciente y resulta que estabas ya corrida, putita.

- Hembra, mariconcito, putita, tuvieron una resonancia tan placentera en mi cabeza que me mareé de placer.
Estuve en México, una semana, y me follaba por lo menos tres veces al día. Yo estaba loco de contento. Un día me llevó a una sauna para que me follase otra gente mientras el miraba. No se puede disfrutar más. Yo no sabía de la existencia de ese recurso de las saunas, aquí no había o era algo muy subterraneo y le pregunté sobre si  locales de esos habría aquí. Me dijo que claro. Y en cuanto volví, los busqué. Desde entonces no he perdido la elasticidad y algunas veces, cuando hay suerte hago hasta dobles. ¡Claro! no es lo mismo que cuando tenía los treinta y tantos. Ahora mi sexo es solo mi ano.
- ¿Cómo, cómo? abuelo que es eso de que "solo"
- Os parece que vayamos a casa, a seguir charlando, pedimos comida y quizá veamos una peli o algo.
- Daddy, perfecto.
- ¿Sabes, Mateo? Esa forma de llamarme daddy, me pone cachondisimo.
- A mi también, abuelo, me lo imagino..., bueno, uff, que calentadero...
- Que conste para los dos, abuelo y nieto. Lo digo con toda la intención para ver por dónde va la aguja de marear y parece que lleva la derrota esperada. Vámonos.
En el coche, Sebastián y Mateo son ninguna reserva ni pudor estuvieron a brazo partido hasta que Mateo le dijo a Sebastián que si no dejaba la lengua quieta se corría en la boca. Alejandro por el retrovisor vio la cara de éxtasis de Mateo y a su nieto levantándose del regazo de su novio relamiéndose los labios.
- Ahora, imagino que en mi casa jugaremos al parchís.
- Que va abuelo, este recupera en minutos y yo estoy que me salgo ya.
Alejandro enfiló una rampa de garaje y accionó un mando. La puerta, obediente, se abrió y el coche entró a la penumbra del aparcamiento.
- Pero abuelo, ¿donde vamos? ésta no es tu casa.
- A mi casa especial. Ahora la veréis. Es..., distinta. Un piso de diversión diría, sin complejos ni casi normas. Por no tener no tiene ni tabiques ni puertas ni nada. Todo es diáfano, un ático perfectamente aislado del resto de vecinos.
- Que clase de casa es esa, ¿una nave como de una fábrica?
- Es una clase de casa que me parece que os va a encantar.

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