- Yo quiero quedarme, abuelo. No sé cómo explicarlo; ¡me siento libre, joder! Y no es por el sexo. El polvo a tres a estado..., como diría, inimaginable. Ni en mis ensoñaciones más tórridas. ¡Mi abuelo y mi novio! Quiero quedarme a vivir aquí.
- Querido nieto. Ésta casa es solo un paréntesis. La vida real está ahí fuera. Cuando los demás sientan la angustia de no poder gritar, llorar, gozar o rendirse y tengan que recurrir a pastillas o drogas, tu tienes este paréntesis donde sabes quién eres, no tienes apuro de demostrarlo y sabes que nadie de los que aquí se encuentre te va a juzgar.
- Entiendo a tu abuelo perfectamente. ¿En qué otra circunstancia le habría comido yo el culo a un viejo de..., cuanto, setenta y cinco años? Impensable, me habría dado vergüenza que gente de mi edad me viese follar así con un viejo. Lo siento Alejandro, pero creo que es así. Desde ese punto de vista, sí, esto es el Olimpo, donde los dioses somos nosotros y dictamos normas, o las abolimos, aceptadas por ser dictadas y que serían una abominación de puertas para afuera.
- Es que es verdad. ¿Que dirían de mí? Imaginaros, os saco casi sesenta años. ¡Pederasta! al patíbulo. Aquí soy solo otro que goza sin censura previa.
- Encuentro un placer extraño, pausado, relajado en juguetear con tu sexo, abuelo. Está fláccido, no es una parte tabú de tu cuerpo, eres tú y puedo tocarlo, besarlo, juguetear con él sin mayor finalidad que la de acariciarte. Como cuando con seis o siete años, me acuerdo, ¿eh? jugaba a hacer rizos con el vello de tu pecho y tocar tus pezones, que estaban duritos, pero elásticos. Aún no tenías piercings y tú te reías. Ahora se que no debería haberlo hecho por las implicaciones sexuales, debías gozar con aquellos pellizquitos.
- Uff, me agarraba cada empalme del carajo, hijo.
- Pero es como ahora, yo solo te acariciaba sin intencionalidad, la única era dejar bien claro que te quería, como hago ahora haciendo deslizar tus huevazos entre mis dedos, que entre paréntesis, que grandes, joder, me encanta manosearlos.
- Nunca pensé que aquellas caricias se materializasen algún día. Y menos penetrarte con tanta lujuria, aunque con tanto cariño también.
- No te creas, daddy, que en algún momento he sentido aflorar los celos cuando te follabas a tu nieto con tanto apasionamiento. Hombre, luego cuando yo se la tenia dentro y le has hecho derramarse con tu boca me he sentido muy bien, tanto que me he corrido a la par. Y ya el creampy final a mi niño me ha hecho empalmar otra vez, por eso he podido follarte a ti a continuación.
- Pues eso, abuelo, que no quiero irme.
- Pero hay que hacerlo. Venga, todo el mundo a la ducha y a las taquillas a vestirse.
- ¿Te gustó la obra de teatro?
- Si, mamá, y a Mateo también.
- Que bien que tengas ese amigo. Así no estás tan solo. ¿Como fuisteis, en el tren o cogisteis el bus?
- Llamé al abuelo Alejandro y nos acompañó. Nos invitó a comer, luego fuimos al teatro y después tomamos algo.
- Si me llego a enterar que os lleva ese vicioso de tu abuelo, no vas.
- ¿Vicioso?
Sebastián iluminó la imagen de su abuelo penetrándole con delicadeza, mientras le miraba a los ojos y le llamaba putita preciosa. Sintió inmediatamente el calambre en el ano y de forma instintiva se recolocó el miembro
- Si, hijo. Vicioso. Siempre de putas y no se yo si de algo más. La pobre de mi suegra tuvo que tragar muchos sapos. Y no contó ni la mitad. Esos asistentes de obra tan jovencitos y guapos que se despedían cada dos por tres. Yo siempre tuve la mosca detrás de la oreja. Tú dile a tu amigo, Mateo, que tenga ojos y no se vaya a dejar embaucar, que tú abuelo sabe mucho y es muy cuco. A vosotros que tanto os creéis tener mundo, es a los primeros que se engaña. Se os agita un billete de los grandes por los morros y dais palmas con las orejas..., espera..., ¿a ti no habrá intentado hacerte nada? porque lo mato, al viejo baboso ese.
- ¡Mamá, que dices!
- Mira Sebas, hijo. De las putas se sabe a ciencia cierta, porque hace ya años en vida de tu abuela, llegó una a casa de tu padre cuando era chico exigiendo el apellido para su niña, que decía que era de tu abuelo. Tú abuela, más buena que el pan, se la tragó y de lo que le dejó su padre, que no fue poco, la untó bien y dejó de molestar y no hubo escándalo, pero tú pobre abuela lo llevaba dentro pudriéndole el corazón. Era muy picajosa, es verdad, pero con tíos como tú abuelo como para no serlo.
A mí, un día que estaba muy decaída, le pregunté y me contó que encontró entre la ropa interior de tu abuelo unos calzoncillos de esos que dejan el culo al aire de una talla muy pequeña, y además sucios.
- Mira hija, no sé cómo decirlo porque las lágrimas me ahogan. Tú suegro.
- Dígame, que hangá ha hecho ahora.
- Estaba yo arreglando los cajones de la cómoda, que sabes que no puedo estar quieta, y al sacar la ropa interior del cajón de tu suegro, ¿que dirás que encontré?
- Ropa interior femenina, porque vamos, sería el colmo que se trajese trofeos de sus correrías a tu propia casa.
- No, hija, no. Ropa interior si, pero de crío.
- ¿De niño pequeño?¡Ay por dios y todos los santos!
- De mozalbete. Y de esa que solo lleva la parte de delante, que deja el trasero al aire. Y peor aún.
- ¿Que puede ser peor que eso, suegra?
- Llenos de manchas como amarillentas de lo tu ya sabes qué.
Ella nunca le comentó a él nada. Asi que si te digo que le digas a Mateo que ojito es por algo. Yo es que no lo puedo evitar, es verle y me hierve la sangre.
En ese momento comprendió Sebastián el porqué del desmedido interés de su abuelo en que dejasen sus calzoncillos usados en la taquilla y él les proporcionaría otros parecidos.
- Así que ya sabes porqué se me caen las varillas del paraguas cada vez que le veo aparecer. Y no puedo disimular. Lo siento. Nunca, ¿me oyes? nunca te quedes a solas con él, por muy abuelo tuyo que sea.
Sebastián palideció frente a su madre y recordó temblando en el momento que Mateo fue a la cabina del inodoro a evacuar. Aún le dolía el pezón izquierdo del pellizco sin compasión que su abuelo le infringió mientras con la lengua le lamía la cara. Con temor miró a los ojos de su abuelo que con placer en su expresión retorcía con una mano y con la otra frotaba con fuerza el frenillo de su nieto. A la vez le susurraba con voz enronquecida de lujuria.
- Tú, ahora sientes que duele. El pezón es muy sensible y yo lo retuerzo con la intención de que te dé placer. De un momento a otro a pesar de ese dolor sentirás que el placer se abre paso por tu polla hasta hacerte eyacular. En ese momento nieto me darás tu semen en la boca, que luego te escupiré en la tuya para que lo tragues. El dolor, Sebastián es el tortuoso camino que lleva hasta la cumbre del placer. Ya lo entenderás, pero a partir de este momento ya no podrás ignorar esta puta senda. Ya eres adicto.
- ¡Hijo! esa palidez. ¡¿Ya ha pasado?! Dime, ¿tú abuelo te ha trasteado?
- Que no mamá, ¡joder, mamá, que no! Que algo me habrá sentado mal algo, tengo un retortijón y creo que me cago.
Sebastián salió corriendo al baño mientras su madre gritaba.
- ¡Dime la verdad, Chanito, dime la verdad, que lo mato!
- Abuelo, abuelo. Que no puedo hablar más alto.
- No te escucho bien. Habla más alto.
- Que está mi madre fuera y no quiero que me escuche. Tengo que hablar contigo.
- Estoy en el ático con un par de amigos. Vente para acá y ya sabes, la taquilla que escogiste, es la tuya. Te mando un Uber ahora mismo.
- ¿Con quien hablabas?
- Voy a salir mamá. Me está esperando Mateo abajo.
- Pero vienes a comer.
- Yo te aviso. No sé que vamos a hacer.
Estaba deseando llegar al ático. Estaba firmemente decidido a no irse sin que su abuelo le explicase lo de los calzoncillos sucios. ¿De quien eran, sucios de lefa? Y cuando tomó conciencia de lo que acababa de pensar, sintió un estremecimiento. Vio a su abuelo limpiando el semen de quien sabe quien después de la corrida y conservándolo para después, lamiendo la huevera con la lefa seca, ensalivandola y oliendola mientras se masturbaba con delectación. Al evocar esa imagen no pudo evitar experimentar una erección explosiva y de forma automática llevarse la mano al pezón y pellizcarse con fuerza. Recordó el pellizco rabioso de su abuelo y lo deseó con firmeza. De pronto, se le vino a la cabeza José Antonio, el chico que a veces, se quedaba a cuidarle cuando él era pequeño y sus padres no podían estar. ¡Era verdad! Su abuelo se lo presentó a su padre como un ahijado de un operario suyo. No lo sabía a ciencia cierta, pero cuando él tenía los cinco años, que es cuando lo recordaba aquel José Antonio podía tener quince, no más. Se lo pasaba muy bien con él. Le hacía muchas cosquillas y disfrutaban los dos. Seguro que ese era el dueño del suspensorio que su abuela encontró. Y si así fuese, las inclinaciones gay que él tenía, tendrían su origen en esos juegos.
Llegó su Uber, lo tomó y le dijo al conductor que se apurase.
Se encontró frente a la puerta del ático, pulsó el timbre y esperó. Con un click la puerta se abrió y los vellos de la espalda se le erizaron al entrar y enfrentarse a la puerta interior de entrada al Olimpo. La empujó varias veces sin éxito hasta que una voz femenina que no conocía, por megafonía, le avisó que debería desnudarse si quería entrar:
- No sé quién eres, pero una vez que te desnudes, podrás entrar y lo verás todo de otra manera.
- Soy Sebastián y tengo que hablar con mi abuelo. ¿Y que coño es lo que tengo que ver de otra manera?
Pasó un corto espacio de tiempo y resonó la voz de su abuelo.
- Sebastián, estoy aquí. Pero, tú ya lo sabes, tienes que desnudarte si quieres entrar.
- Y esa mujer ¿quién es?
- Venga, no seas cabezón, desnudate y te abro.
Sebastián se quedó delante de la puerta frustrado por no poder entrar. ¿Que era eso de desnudarse si no iba a follar? Iba a pedir explicaciones y para eso no hacía falta despelotarse.
Finalmente se rindió. Se descalzó de mala gana, se quitó la ropa, la tiró con rabia al suelo y en el momento que estuvo desnudo completamente, la puerta se abrió. Entró con la cabeza gacha y tapándose el sexo.
- Pasa chico, pasa. No te tapes tanto, déjanos disfrutar del paisaje. ¿Se te ha pasado el mosqueo? Vale. Entonces deja que te presente. ¿Te acuerdas de José Antonio, el chico que se...?
- Claro que me acuerdo. El que me hacia tantas cosquillas y con el que me lo pasaba tan bien. ¿Te lo follabas. Me preparabas para ser maricón con él? Yo no me acuerdo, pero ¿Me trasteasteis entre los dos alguna vez?
La mujer que le había contestado al principio por megafonía, se levantó del sofá en el que el tal José Antonio jugueteaba con sus ninfas haciendo resbalar los dedos entre ellas. Sonriente se le acercó le tomó por las muñecas y le separó los brazos del tronco para observar bien su cuerpo. Luego le hizo dar la vuelta y le deslizó una mano entre los cachetes del trasero demorándose en el ano. Sintió el estremecimiento profundo que experimento Sebastián.
- No, Sebastián, no. Si te hubiesen trasteado, como tú dices, yo lo sabría. Mi marido y yo, nos lo contamos todo, y con lo que nos contamos nos excitamos aún más para que el placer sea más intenso.
- No, hijo, no. Si es cierto, que cuando te dormías, él me llamaba y allí en tu casa, teníamos sexo, a mí me provocaba morbo follar en la cama donde tú padre follaba con tu madre, pero a ti nunca te tocamos.
- ¿Y los calzoncillos llenos de lefa que la abuela encontró en tu cajón de la cómoda?
- Eso es otra historia que nada tiene que ver y ni José Antonio ni Gloria. Gloria es ésta chica la mujer de José Antonio. Pues ninguno tiene que ver. Fui a comprar ropa y sorprendí al dependiente espiandome a ver cómo me cambiaba. Me di cuenta y le provoqué aún más hasta que se corrió. Entonces le dije que no diría nada si me daba la ropa interior en la que se acababa de correr. Yo le di a él mis boxers. Fue un trofeo morboso. Sin más. ¿Para saber ésto has venido aquí cargando con tu indignación. Por si esa tendencia que tienes te la implantamos nosotros? Pues no. Y ahora ya que estás aquí, ¿quieres tomar algo mientras Gloria y José Antonio nos deleitan con sus lujuria?
José Antonio de rodillas se dedicaba a dar golpecitos con la lengua en el clítoris de Gloria que a medida que incrementaba sus gemidos iba resbalandose mas y más en el sofá hasta dejar al alcance de su marido su ano. José Antonio se aplicó a comerle el ano insinuando con intención la lengua dentro.
Gloria miró a Sebastián, le sonrió y con un movimiento de cabeza le invitaba a sumarse a su marido y a ella.
- Quieres tú follarme el culo y así pruebas el de una mujer. O, quizá prefieras que te encule mi marido mientras tú saboreas coño, que por lo que me parece eres virgen en eso. Comprueba como el placer se encuentra donde tú quieras encontrarlo.
- Inténtaló nieto, verás que placentero también el comprobar esa dureza elástica del clítoris de las mujeres, como el de un pezón bien tieso y como gimen y disfrutan de tu lengua. Mientras José Antonio, que tiene buen hacer, que te folle. Es un artista. Le enseñé yo.
- Pero tú te follabas a José Antonio. ¿Como es que ahora tiene esposa?
- ¡Ay, pequeño, pequeño! te queda mucho que aprender. El placer se encuentra en todos lados, solo tienes que saber que resorte hacer funcionar y que tabúes te debes saltar. ¿Sabes quién me hizo descubrir el placer anal? La primera mujer con la que ayunté. Cosas de gente antigua. Cuando cumplí los quince, mi abuelo, o sea, tú tatarabuelo, un auténtico pater familias de la cultura rural, consideró que ya tenía edad para meterla en un coño, no fuese a ser que algún bracero, en lugar de una cabra se me beneficiase a mi y me llevase por un camino de degeneración, como decía él. Así que un viernes me llevó a la capital a una casa de putas que según él eran limpias y estaban sanas.
- ¿A una casa de putas? Joder abuelo que asco.
- Para nada asco. Aquel establecimiento era respetable. Caro. Solo podían frecuentarlo los de siempre, jueces, médicos, políticos y gente así.
Pues bien. Me contrató el abuelo a la Natalia, que dijo que era ideal para el desbrave, una puta con mirada inocente, ojos azules, pequeños pechos, muy blanca y delgada. Pareciera que pudiera romperse. Yo estaba hecho un flan. Me había hecho mis pajas, claro y echado a volar la imaginación con una hermana mayor. Hasta ahí. Pero ahora tener que meterme en una habitación a solas y tener que dar la talla me acojonaba. De los nervios que tenía no sabía si el rabo se me habría caído por el camino o se me me habría enterrado en la barriga. Total, que en el cuarto, ella se desnudó delante de mi mientras yo no sabía que hacer.
- Mira niño, no sé si tú padre, tú tío o tu abuelo ha pagado la cama el tiempo que haga falta. Si lo quieres consumir mirándome en cueros y tú sin desnudar, estupendo. Cobraré mi treinta por ciento sin trabajar. Aunque me parece que lo que tienes es miedo. ¿Es tu primera vez, no es así, que edad tienes?
- Tengo quince y es la primera, pero es que no tengo idea de que tengo que hacer.
- ¡Pues desnudarte, pasmado! Con quince mi hermano estaba aburrido de follarse a la vecina y él no tenía ni que desnudarse con abrirse la potrina tenía bastante. Pero tú debes desnudarte a ver el material con que contamos.
- Me desnudé mirándola y esperando alguna respuesta de mi cuerpo. Pero nada. Me dijo que me tumbara con ella y me llevó la mano a su sexo. Al principio estaba seco pero a medida que manoseaba fue humedeciendo y ahí noté que mi cuerpo revivía. Ella entonces se la metió en la boca y con mucha sabiduría consiguió ponérmela dura. Me dijo que me tumbara sobre ella y me dirigió el miembro dentro de su cuerpo. Era agradable y empecé a moverme de tal manera que el placer aumentase. Pero para mí decepción se me salió porque dejó de estar dura. Ella volvió a la mamada, la puso dura y vuelta a empezar, y otra vez lo mismo. Y entonces ella se levantó de la cama muy resuelta. Tocó un timbre y en la habitación entró un enano con una chilaba.
- ¿Has llamado Natalia?
- Si Fernando. Tráeme el dildo de primerizo.
- A lo mejor...
- Que no. Que es un cliente principal. Si luego va bien y se da te llamo.
- Fernando trajo un bote de vaselina y un consolador no muy gordo aunque con una forma extraña. Ahora se que era un precario estimulador de próstata. Cuando vi lo que pretendía hacer me negué pero ella volvió a ponérmela dura y en cuanto la tuvo dentro con una habilidad de años consiguió meterme el dildo en el culo. Años después comprendí lo que había pasado. En aquel momento solo se que de repente me entró un placer mucho mejor que el de las pajas y me entusiasmé. Tanto que le dije que si mi abuelo había pagado lo que hiciera falta quería repetir. Natalia me dijo que mejor que con un trozo de alabastro sería con un trozo de carne caliente que además se movería mejor.
- ¿Sería ese enano, Fernando?
- Ese. ¿Quieres que le llame? Tiene mucha experiencia y no cobra, lo hace por placer. Y te dará mucho placer.
- Pues que venga.
- El resto lo podéis imaginar. Siempre que pude después de eso volvía a aquel prostíbulo, pedía a Natalia y ella llamaba a Fernando. Hasta que un día Fernando me dijo donde solía estar los domingos al caer la tarde. Así me aficioné al culo.
- Pero no me has contestado, ¿si te lo follabas, como tiene mujer ahora?
- Aprendió, como intento enseñarte a tí que el placer es como una buena obra de arte. Cuanto más la observas y más sabes de su autor, mejor la disfrutas y cada vez es como la primera porque encuentras un matiz diferente, una pincelada distinta un encuadre difícil. El placer sexual es una obra de arte en vivo. El sexo, a secas es repetitivo y llega un punto que aburrido. El placer que yo quiero que descubras es inacabable, incomprensible e infinito. Siempre aparece un registro nuevo y el placer triunfa en cada encuentro. Gloria es la hija de la mujer que iba a casa a limpiar. Como no tenía con quien dejarla se la traía a casa y allí pintaba, coloreaba o ya más mayorcita leía. Era, es muy lista y además inteligente. Ya tenía formas sensuales y no podía evitar mirarla con deseo. Ella lo cazó al vuelo. Mi mujer ya estaba mala. Y Gloría resultó ser una ninfula, ¿verdad?
- Desde el primer día que llegué a casa de tu abuelo con mi madre le deseé. Era algo que me salía de dentro. Cuando se acercaba a mí con los lápices de colores o los dibujos y rozaba su cara contra mi cabeza, aspiraba su aroma a loción de afeitado, a ropa limpia, a colonia de hombre oliendo a tabaco y espliego seco. Y me mojaba, verdad, a pesar de mi corta edad. Soñaba con tu abuelo. Por eso cuando con la regla recién inaugurada, mi madre anunció que se había quedado sin lejía y debía bajar a comprar, se me estremeció el cuerpo al saber que me quedaría a solas con aquel hombre y su fuerza. Me corrí, es verdad, y él se dió cuenta.
- Don Alejandro, tengo que bajar por lejía para los baños, que no hay. Le dejo aquí a la niña, será un momento. No la consienta que es muy laminera.
- Descuide, estará bien. Le voy a dejar un libro muy interesante. Le enganchará la lectura.
- Cuando tú abuelo apareció por la cocina con un libro en la mano me desilusioné. Estaba convencida que podría llevarle a mi terreno.
- Mira Gloría, es muy cortito, de un autor francés, Alfredo de Musset. El título es "Gamiani o dos noches de placer" te gustará. No te aburras en las primeras páginas, enseguida se vuelve interesante, sobre todo cuando entra en acción el burrito, entrañable y peludo.
- Mientras me decía ésto dejando el libro frente a mí en la mesa de la cocina me tenía cogida por los hombros y me masajeaba con dulzura en torno al cuello. Cuando empecé a temblar de deseo sus manos descendieron por el pecho haciendo presa en los pezones, y ahí perdí la cabeza.
- A mi también me pellizcó los pezones. Y dolía mucho, pero hizo que me corriera.
- Yo llevaba corriéndome desde que sonó el portazo de mi madre cerrando la puerta para ir a comprar. Cuando me pellizcó con fuerza los pezones no pude evitar gemir como una perra. Tirando de los pezones desde detrás donde estaba hizo que me levantara de la silla. De una patada la apartó y me inclinó sobre la mesa. Me soltó los pezones para bajarme las bragas y sentí su empuje contra mi sexo. Entró de un solo golpe y dió dos emboladas fuertes y se detuvo con el miembro dentro. Yo no dejaba de correrme y completamente desfallecida del esfuerzo. Entonces me la sacó y creí que el mundo se me venía abajo.
- ¡No, no, por favor! Siga usted, por favor.
- Si. Voy a seguir, mi putita, pero por el culo. Tienes ya la regla y lo que no voy a hacer es dejarte preñada. Por el culo te echaré igualmente el polvo, gozaremos los dos pero tú descubriendo el placer de los dioses.
- No, por favor, me va a doler mucho.
- Claro que te va a doler. No hay premio sin esfuerzo. Te va a doler, es el camino del placer. Luego ya no querrás otra cosa.
- Y si, dolió. Pero no tanto como imaginaba y además el orgasmo tenía un color diferente, más orgiástico, era muy intenso pero no llenaba. Había espacio para ser mucho más intenso. Sentía que necesitaba otra polla por delante y que así podría alcanzar el pleno.
- A mi también me llamó putita y cuando me la metió en el culo sentí que ya no necesitaba más. Es verdad que mi novio me tiene bien ahormado y me entra ya de todo y sin dolor. He de reconocer que cuando se la vi a mi abuelo me asustó un poco si tamaño.
- ¿Nunca la has metido?
- Nunca, soy bottom del todo.
- Prueba a metermela a mi en el culo mientras José Antonio me la mete por delante. A lo mejor, cuando sientas la presión y el roce de la polla de mi marido a través del delgado tabique de la vagina te entusiasmas. Si hace falta para ponerte a tono te metes un plug. ¡Venga, anímate! Vamos a probar.
- Bueno, vamos a probar. Preferiría que estuviese aquí Mateo, pero luego se lo contaré.
- Se lo enseñarás, hijo. Lo voy a grabar todo.
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