domingo, 17 de septiembre de 2023

EL CONFESIONARIO (V)

 
Mientras el metro traqueteaba camino de la estación en la que Pedro se apearía, iba meditando en lo sucedido. Algo muy dentro le decía que no estaba bien y a la vez sentía como rememorandolo se empalmaba.
En un momento lo decidió. Iría a ver a Don Felipe a San Dionisio. Con esa firme decisión dejó la mente en blanco y se dejó llevar hasta la estación que le dejaría cerca de su casa.
- Hola mamá.
- De dónde vienes tan sofocado, Pedro. ¿Te ha pasado algo?
- De casa de tu ex, mi padre. Por cierto, tiene pareja nueva.
- Me importa un bledo, tu padre y el amante de tu padre.
- Ya, ya, me imagino. Algún día me diréis alguno de los dos como fue la cosa. Yo era muy pequeño ¿no?
- Si, lo eras, y no es el momento de abrir ese melón. Por cierto, mi padre, tu abuelo, está maluquillo. Dice que hace mucho que no le vas a ver. Que ya que estás aquí aproveches. Está muy solo hijo, y yo con el trabajo de las casas nunca encuentro tiempo.
- Venga, vale. Me voy a duchar.
- Venga, vale, ¿que te deje en paz o que vas a ir?
- Que si. Mañana iré. Si no me llaman de la casa madre. Y me voy a duchar, repito.
Mientras se desnudaba pensó en que como la casa de su abuelo no estaba muy lejos de San Dionisio, iría a ver a su abuelo y luego a ver al cura. El incesto con su padre le atormentaba pero al verse desnudo quiso ver en el estado que Ayantes le había dejado el ojal y al mirarselo con un espejo se empalmó de una forma explosiva. Cerró los ojos e imaginó que su madre le hacía una mamada y entonces se le ocurrió.
- Mamá - avanzaba con una toalla de lavabo tapándole a duras penas su empalme, camino de la salita donde su madre leía - no encuentro mi champú - plantándose con todo el descaro haciendo gala de su atributo, delante de su madre.
Paloma levantó la vista del libro y le dió un vuelco el alma entera.
- ¿No te da vergüenza presentarte así delante de mi?
No imaginaba Pedro esa respuesta y perdió su tamaño de apariencia rápidamente. Se dio media vuelta mientras mascullaba.
- Otras cosas tendrían que darte vergüenza a ti.
- ¿Que es lo que has dicho? - gritó irritada Paloma.
- Que tendrías tu que verte sin champú - respondió Pedro sin detenerse.
Todo el día estuvieron tirantes madre e hijo.
- Bueno, y que te ha dicho tu padre - preguntó Paloma durante la cena.
- Que con el que está ahora es muy feliz. Y la verdad es que el hombre tiene un carácter fuerte pero muy agradable - imaginando a Ayantes arremetiendo contra su culo.
- Y nada más?
- Nada más. No tiene mucha historia - recordaba como el lefazo de su padre le estallaba en la garganta - Me voy a la cama ya. Quiero ir a desayunar con el abuelo y luego ir a ver al cura ese, Don Felipe.
- Si, anda, que buena falta te hace confesarte.
- ¿La que te hacía a tí?
- Si - respondió destemplada - yo tengo mis pecados, no te creas que como soy tu madre, soy una santa.
- Ni por un minuto se me pasó por la cabeza que lo fueras. Hasta mañana.
Pedro estuvo sobre la cama medio destapado y desnudo haciéndose el dormido. El corazón le latía a mil esperando que de un momento a otro su madre entrase al dormitorio a arropar le y cayese una vez más en la tentación. Con los ojos cerrados no puso evitar ver en su imaginación como su madre en esta ocasión no le felaba sino que se ahorcajaba sobre el y le provocaba el orgasmo con su culo. Temería que la preñase, se explicó a él mismo dentro de su ensoñación. Y en ese momento sintió que su madre entraba, como le arropaba gimiendo de pena o de deseo y salía. Lejos de desilusionarse sintió la pulsión de la lujuria y volvió a revivir el sabor soso dulzón del semen que le dió la vida en la garganta mientras Ayantes le inundaba con el suyo. En media docena de golpes volvió a eyacular ese día por enésima vez. Luego se durmió profundamente.
Se levantó temprano, con pereza se duchó y sin ver a su madre se despidió con "voy a desayunar con abuelo" y no llegó a escuchar como su madre le respondía, la puerta se cerró tras él.
El padre de su madre se había quedado viudo hacia muchos años, antes de que él naviera. Por lo que habia podido oír de aquí y allá sospechaba que se había suicidado con somníferos. En una ocasión escuchó a su padre a los nueve años un "hacía años que ni la tocaba" pero a esa edad no entendió a que se refería con tocar. Ya adolescente y escuchando una catequesis el cura dijo "no tocarás mujer" y todo se aclaró en su conciencia.
Él se llamaba Pedro por este abuelo, pero todos le conocían como Alex, su segundo nombre.
- Hola abuelo Ale.
El abuelo estaba con su pijama sentado a la mesa del comedor esperando que su cuidador le pusiese el desayuno.
Rogelio, un hombre de mediana edad un poco entradito en carnes, pero fuerte, miró a Pedro de arriba a abajo de tal manera que Pedro se ruborizó.
- Tu eres su nieto. Habla mucho de tí. ¿Vas a desayunar con él?
- Si, si. He venido para eso.
- Unas tostadas y café, supongo, como él.
- Si, gracias - se obligó a mirarle a los ojos abiertamente. No se explicaba que le soliviantaba de su mirada.
Rogelio le sostuvo la mirada, hizo sonreír con una rara habilidad sus ojos y le guiñó un ojo, lo que tuvo como consecuencia que Pedro apartase la vista y de forma simultánea se le hincharse el pene con rapidez. No se dió cuenta que su abuelo seguía aquel roneo subterráneo con deleite.
- ¿Que te ha pasado, hijo? te he visto incómodo.
- No, no, abuelo - y de forma inconsciente se acomodó su bulto en la bragueta.
- A mi también me provoca erecciones. No te preocupes. Es esa forma que tiene Rogelio de mirarte y hacer sonreír sus ojos.
Pedro sintió que se había expuesto demasiado y quiso cambiar la conversación.
- Me ha dicho mamá que no te encontrabas muy bien.
En ese momento entro de la cocina al comedor el cuidador. Se colocó detrás de Pedro le tomó de los hombros y preguntó a Alex.
- Me voy ya. Tengo que ir a otras casas. Vendré para la comida.
Y mientras lo decía Pedro sintió en su espalda la impronta de lo que no podía ser otra cosa que la verga de Rogelio, dura, gruesa y pujante.
- De acuerdo. Hasta mediodía.
Rogelio presionó con sus manazas los hombros de chico y aumentó la presión sobre su espalda.
- Pues nada. Ya me voy. Tú, Pedrito, ¿vas a quedarte a comer también?
- No, no creo - notaba arder las mejillas pero tenía la cara fría.
- Venga, si, hijo quédate. Rogelio guisa muy bien y así me alegras el día de hoy. Ahora llamo yo a tu madre y se lo digo. Si - continuó Alex dirigiéndose a Rogelio - está hecho, comerá aquí conmigo, es un buen chico - se levantó Alex, no sin dificultades, y se acercó a su nieto a darle un beso.
En ese momento de forma refleja Pedro giró la cabeza para corresponder al beso de su abuelo y los labios de los dos entrechocaron. Pedro sintió en sus labios la humedad de la saliva del abuelo y el cuerpo entero se le estremeció. Deseó sacar la lengua y metérsela en la boca a Alex, pero se contuvo.
- Uy, hijo. Estas cosas pasan, toma límpiate - le ofreció su servilleta.
- No importa abuelo, tengo la mía.
- Lo dicho - Rogelio se retiró de la espalda del chico y liberó su presa de los hombros - hasta el mediodía.
- Abuelo, vale, vengo a comer, pero ahora después tengo que ir a ver un cura. Con el que ayer se confesó mamá. Tengo algunas cuestiones que consultarle. Es aquí cerca, en San Dionisio.
- Ah, ya. Don Felipe, seguro.
- ¿Le conoces?
- Mejor de lo que te pudieras imaginar. Desde hace años, cuando tenía buena movilidad. Solo que yo solía visitarle en su casa, que está en el edificio anexo al templo. Una buena pieza. Si te lleva a su casa..., mejor me callo.
- Por cierto abuelo, Rogelio me ha puesto un rabo antes, cuando me ha cogido por los hombros.
El abuelo se limitó a sonreír entornando los ojos como solía.
- Rogelio tiene determinadas peculiaridades. Alguna de ellas compartida con tu padre. No sé si tu madre te contó alguna vez la razón de su separación. Pues bien, esa razón es la misma por la que Rogelio piensas que te ha puesto un rabo.
- Mi madre nunca me ha contado nada de eso. Se lo que sin querer he escuchado de su confesión.
- Y, ¿que has escuchado? chico.
- Me da vergüenza decirlo, abuelo.
- ¿Tan grave es?
- Mi madre me chupaba el rabo cuando era muy pequeño e incluso me usó junto a su amiga Elena en sus manejos lúbricos. Además - se detuvo en el relato meditando si lo decía, lo ocultaba o lo contaba dulcificandolo.
- Además, ¿qué? Has empezado Pedro, tienes que terminar. Estás cosas a mí me ponen - Alex se removió en la silla acomodándose sus atributos - me ponen burro. Sigue.
- La noche que llegué a casa del noviciado, estando dormido, me enteré también por la confesión, mi madre entró en mi dormitorio, me hizo una felación y se lo tragó todo.
- No sabía nada. Es realmente degenerado..., y excitante. Me ha provocado una erección como hacía tiempo.. 
- Y a mi contártelo, abuelo.
- A ver, Pedrito, enséñame esa colita.
- Abuelo, joder.
- Venga Pedro. Tú me la enseñas y yo te la enseño a ti. La tengo muy gorda y a lo mejor se parece a la tuya.
Pedro, con la respiración acelerada se puso en pie y empezó a desabrochar el pantalón. Se lo abrió y dejó ver un bulto notable en su calzoncillo.
- Ven, acércate, no seas tímido. Soy tu abuelo, estamos en familia. Nada malo puede pasar - mientras lo decía se pellizcaba sin pudor sus pezones.
- ¿Porque haces eso?
- El qué, ¿lo de los pezones? Es muy placentero - y mientras decía esto se levantaba la camiseta dejando ver unos pezones gruesos atravesados cada uno por un anillo de acero - y añade placer al placer de ver cómo tienes el rabo. Acércate.
- Vale - empujó con las piernas la silla y se acercó cada vez más excitado a su abuelo. De pronto sintió la necesidad de ver la verga del abuelo. Se colocó al alcance de las manos de Alex mientras los pantalones caían por efecto de los pasos que había dado.
- Bonito bulto. ¿Puedo? - y tal como lo decía metía unos ágiles dedos por el elástico del slip de su nieto y dejaba que saliera como impulsado por un resorte el pene del chico - te destila bastante líquido. Estás excitado - sin más preámbulo acercó su boca y se la metió toda en la boca. Luego de un rato de juguetear con ella en la boca la sacó - ¿Quieres ver la mía?
- Si. Me apetece chupartela.
Soy tu abuelo - iba diciendo mientras se desabrochaba el pantalón y con un rápido gesto se lo sacaba junto a la ropa interior hasta dejarlo caer a su tobillos. Hizo fuerza para separar la silla de la mesa y una enorme verga con un capullo a punto de estallar apuntó al techo - esto es incesto, tu lo sabes.
- También lo fue cuando mi madre me la mamaba siendo un crío y anteanoche cuando me corrió y se tragó el lefazo - y diciendo esto se arrodilló delante del abuelo y se la metió en la boca. Se atragantó pero no se retiró.
- Lo haces muy bien. ¿Es tu primera vez?
- Si abuelo, la primera, y me alegro que sea contigo 
- Pues traga mi pequeño mariconcito. La mamás mejor que Rogelio. Tragatela bien dentro. Ahora te voy a follar el culo, seguro que te vuelve loco que te parece. ¿Te la han clavado ya?
- Ninguna polla, solo un consolador. Creo que estoy abierto, aunque tu polla asusta un poco.
- Pues entonces quítate los pantalones y cabalgarme el rabo. Te la voy a meter entera mi niño.
En ese momento la voz de Rogelio les sorprendió a los dos. Se cerraba la puerta mientras se acercaba al comedor.
- Con la charla se me olvidaron las llaves del coche.
Al entrar en la sala y ver a Pedro a horcajadas sobre su abuelo no dijo nada, se limitó a desabrocharse el pantalón mientras Pedro cabalgaba sobre su abuelo.


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