domingo, 20 de abril de 2025

CONFIDENCIAS (III)

 

- Yo quiero quedarme, abuelo. No sé cómo explicarlo; ¡me siento libre, joder! Y no es por el sexo. El polvo a tres a estado..., como diría, inimaginable. Ni en mis ensoñaciones más tórridas. ¡Mi abuelo y mi novio! Quiero quedarme a vivir aquí.
- Querido nieto. Ésta casa es solo un paréntesis. La vida real está ahí fuera. Cuando los demás sientan la angustia de no poder gritar, llorar, gozar o rendirse y tengan que recurrir a pastillas o drogas, tu tienes este paréntesis donde sabes quién eres, no tienes apuro de demostrarlo y sabes que nadie de los que aquí se encuentre te va a juzgar.
- Entiendo a tu abuelo perfectamente. ¿En qué otra circunstancia le habría comido yo el culo a un viejo de..., cuanto, setenta y cinco años? Impensable, me habría dado vergüenza que gente de mi edad me viese follar así con un viejo. Lo siento Alejandro, pero creo que es así. Desde ese punto de vista, sí, esto es el Olimpo, donde los dioses somos nosotros y dictamos normas, o las abolimos, aceptadas por ser dictadas y que serían una abominación de puertas para afuera.
- Es que es verdad. ¿Que dirían de mí? Imaginaros, os saco casi sesenta años. ¡Pederasta! al patíbulo. Aquí soy solo otro que goza sin censura previa.
- Encuentro un placer extraño, pausado, relajado en juguetear con tu sexo, abuelo. Está fláccido, no es una parte tabú de tu cuerpo, eres tú y puedo tocarlo, besarlo, juguetear con él sin mayor finalidad que la de acariciarte. Como cuando con seis o siete años, me acuerdo, ¿eh? jugaba a hacer rizos con el vello de tu pecho y tocar tus pezones, que estaban duritos, pero elásticos. Aún no tenías piercings y tú te reías. Ahora se que no debería haberlo hecho por las implicaciones sexuales, debías gozar con aquellos pellizquitos.
- Uff, me agarraba cada empalme del carajo, hijo.
- Pero es como ahora, yo solo te acariciaba sin intencionalidad, la única era dejar bien claro que te quería, como hago ahora haciendo deslizar tus huevazos entre mis dedos, que entre paréntesis, que grandes, joder, me encanta manosearlos.
- Nunca pensé que aquellas caricias se materializasen algún día. Y menos penetrarte con tanta lujuria, aunque con tanto cariño también.
- No te creas, daddy, que en algún momento he sentido aflorar los celos cuando te follabas a tu nieto con tanto apasionamiento. Hombre, luego cuando yo se la tenia dentro y le has hecho derramarse con tu boca me he sentido muy bien, tanto que me he corrido a la par. Y ya el creampy final a mi niño me ha hecho empalmar otra vez, por eso he podido follarte a ti a continuación.
- Pues eso, abuelo, que no quiero irme.
- Pero hay que hacerlo. Venga, todo el mundo a la ducha y a las taquillas a vestirse.

- ¿Te gustó la obra de teatro?
- Si, mamá, y a Mateo también.
- Que bien que tengas ese amigo. Así no estás tan solo. ¿Como fuisteis, en el tren o cogisteis el bus?
- Llamé al abuelo Alejandro y nos acompañó. Nos invitó a comer, luego fuimos al teatro y después tomamos algo.
- Si me llego a enterar que os lleva ese vicioso de tu abuelo, no vas.
- ¿Vicioso?

Sebastián iluminó la imagen de su abuelo penetrándole con delicadeza, mientras le miraba a los ojos y le llamaba putita preciosa. Sintió inmediatamente el calambre en el ano y de forma instintiva se recolocó el miembro

- Si, hijo. Vicioso. Siempre de putas y no se yo si de algo más. La pobre de mi suegra tuvo que tragar muchos sapos. Y no contó ni la mitad. Esos asistentes de obra tan jovencitos y guapos que se despedían cada dos por tres. Yo siempre tuve la mosca detrás de la oreja. Tú dile a tu amigo, Mateo, que tenga ojos y no se vaya a dejar embaucar, que tú abuelo sabe mucho y es muy cuco. A vosotros que tanto os creéis tener mundo, es a los primeros que se engaña. Se os agita un billete de los grandes por los morros y dais palmas con las orejas..., espera..., ¿a ti no habrá intentado hacerte nada? porque lo mato, al viejo baboso ese.
- ¡Mamá, que dices!
- Mira Sebas, hijo. De las putas se sabe a ciencia cierta, porque hace ya años en vida de tu abuela, llegó una a casa de tu padre cuando era chico exigiendo el apellido para su niña, que decía que era de tu abuelo. Tú abuela, más buena que el pan, se la tragó y de lo que le dejó su padre, que no fue poco, la untó bien y dejó de molestar y no hubo escándalo, pero tú pobre abuela lo llevaba dentro pudriéndole el corazón. Era muy picajosa, es verdad, pero con tíos como tú abuelo como para no serlo.
A mí, un día que estaba muy decaída, le pregunté y me contó que encontró entre la ropa interior de tu abuelo unos calzoncillos de esos que dejan el culo al aire de una talla muy pequeña, y además sucios.

- Mira hija, no sé cómo decirlo porque las lágrimas me ahogan. Tú suegro.
- Dígame, que hangá ha hecho ahora.
- Estaba yo arreglando los cajones de la cómoda, que sabes que no puedo estar quieta, y al sacar la ropa interior del cajón de tu suegro, ¿que dirás que encontré?
- Ropa interior femenina, porque vamos, sería el colmo que se trajese trofeos de sus correrías a tu propia casa.
- No, hija, no. Ropa interior si, pero de crío.
- ¿De niño pequeño?¡Ay por dios y todos los santos!
- De mozalbete. Y de esa que solo lleva la parte de delante, que deja el trasero al aire. Y peor aún.
- ¿Que puede ser peor que eso, suegra?
- Llenos de manchas como amarillentas de lo tu ya sabes qué.

 Ella nunca le comentó a él nada. Asi que si te digo que le digas a Mateo que ojito es por algo. Yo es que no lo puedo evitar, es verle y me hierve la sangre.

En ese momento comprendió Sebastián el  porqué del desmedido interés de su abuelo en que dejasen sus calzoncillos usados en la taquilla y él les proporcionaría otros parecidos.

- Así que ya sabes porqué se me caen las varillas del paraguas cada vez que le veo aparecer. Y no puedo disimular. Lo siento. Nunca, ¿me oyes? nunca te quedes a solas con él, por muy abuelo tuyo que sea.

Sebastián palideció frente a su madre y recordó temblando en el momento que Mateo fue a la cabina del inodoro a evacuar. Aún le dolía el pezón izquierdo del pellizco sin compasión que su abuelo le infringió mientras con la lengua le lamía la cara. Con temor miró a los ojos de su abuelo que con placer en su expresión retorcía con una mano y con la otra frotaba con fuerza el frenillo de su nieto. A la vez le susurraba con voz enronquecida de lujuria.

- Tú, ahora sientes que duele. El pezón es muy sensible y yo lo retuerzo con la intención de que te dé placer. De un momento a otro a pesar de ese dolor sentirás que el placer se abre paso por tu polla hasta hacerte eyacular. En ese momento nieto me darás tu semen en la boca, que luego te escupiré en la tuya para que lo tragues. El dolor, Sebastián es el tortuoso camino que lleva hasta la cumbre del placer. Ya lo entenderás, pero a partir de este momento ya no podrás ignorar esta puta senda. Ya eres adicto.

- ¡Hijo! esa palidez. ¡¿Ya ha pasado?! Dime, ¿tú abuelo te ha trasteado?
- Que no mamá, ¡joder, mamá, que no! Que algo me habrá sentado mal algo, tengo un retortijón y creo que me cago.

Sebastián salió corriendo al baño mientras su madre gritaba.

- ¡Dime la verdad, Chanito, dime la verdad, que lo mato!

- Abuelo, abuelo. Que no puedo hablar más alto.
- No te escucho bien. Habla más alto.
- Que está mi madre fuera y no quiero que me escuche. Tengo que hablar contigo.
- Estoy en el ático con un par de amigos. Vente para acá y ya sabes, la taquilla que escogiste, es la tuya. Te mando un Uber ahora mismo.
- ¿Con quien hablabas?
- Voy a salir mamá. Me está esperando Mateo abajo.
- Pero vienes a comer.
- Yo te aviso. No sé que vamos a hacer. 

Estaba deseando llegar al ático. Estaba firmemente decidido a no irse sin que su abuelo le explicase lo de los calzoncillos sucios. ¿De quien eran, sucios de lefa? Y cuando tomó conciencia de lo que acababa de pensar, sintió un estremecimiento. Vio a su abuelo limpiando el semen de quien sabe quien después de la corrida y conservándolo para después, lamiendo la huevera con la lefa seca, ensalivandola y oliendola mientras se masturbaba con delectación. Al evocar esa imagen no pudo evitar experimentar una erección explosiva y de forma automática llevarse la mano al pezón y pellizcarse con fuerza. Recordó el pellizco rabioso de su abuelo y lo deseó con firmeza. De pronto, se le vino a la cabeza José Antonio, el chico que a veces, se quedaba a cuidarle cuando él era pequeño y sus padres no podían estar. ¡Era verdad! Su abuelo se lo presentó a su padre como un ahijado de un operario suyo. No lo sabía a ciencia cierta, pero cuando él tenía los cinco años, que es cuando lo recordaba aquel José Antonio podía tener quince, no más. Se lo pasaba muy bien con él. Le hacía muchas cosquillas y disfrutaban los dos. Seguro que ese era el dueño del suspensorio que su abuela encontró. Y si así fuese, las  inclinaciones gay que él tenía, tendrían su origen en esos juegos.
Llegó su Uber, lo tomó y le dijo al conductor que se apurase.
Se encontró frente a la puerta del ático, pulsó el timbre y esperó. Con un click la puerta se abrió y los vellos de la espalda se le erizaron al entrar y enfrentarse a la puerta interior de entrada al Olimpo. La empujó varias veces sin éxito hasta que una voz femenina que no conocía, por megafonía, le avisó que debería desnudarse si quería entrar: 

- No sé quién eres, pero una vez que te desnudes, podrás entrar y lo verás todo de otra manera.

- Soy Sebastián y tengo que hablar con mi abuelo. ¿Y que coño es lo que tengo que ver de otra manera?

Pasó un corto espacio de tiempo y resonó la voz de su abuelo.

- Sebastián, estoy aquí. Pero, tú ya lo sabes, tienes que desnudarte si quieres entrar.
- Y esa mujer ¿quién es?
- Venga, no seas cabezón, desnudate y te abro.

Sebastián se quedó delante de la puerta frustrado por no poder entrar. ¿Que era eso de desnudarse si no iba a follar? Iba a pedir explicaciones y para eso no hacía falta despelotarse.
Finalmente se rindió. Se descalzó de mala gana, se quitó la ropa, la tiró con rabia al suelo y en el momento que estuvo desnudo completamente, la puerta se abrió. Entró con la cabeza gacha y tapándose el sexo.

- Pasa chico, pasa. No te tapes tanto, déjanos disfrutar del paisaje. ¿Se te ha pasado el mosqueo? Vale. Entonces deja que te presente. ¿Te acuerdas de José Antonio, el chico que se...?
- Claro que me acuerdo. El que me hacia tantas cosquillas y con el que me lo pasaba tan bien. ¿Te lo follabas. Me preparabas para ser maricón con él? Yo no me acuerdo, pero ¿Me trasteasteis entre los dos alguna vez?

La mujer que le había contestado al principio por megafonía, se levantó del sofá en el que el tal José Antonio jugueteaba con sus ninfas haciendo resbalar los dedos entre ellas. Sonriente se le acercó le tomó por las muñecas y le separó los brazos del tronco para observar bien su cuerpo. Luego le hizo dar la vuelta y le deslizó una mano entre los cachetes del trasero demorándose en el ano. Sintió el estremecimiento profundo que experimento Sebastián.

- No, Sebastián, no. Si te hubiesen trasteado, como tú dices, yo lo sabría. Mi marido y yo, nos lo contamos todo, y con lo que nos contamos nos excitamos aún más para que el placer sea más intenso.
- No, hijo, no. Si es cierto, que cuando te dormías, él me llamaba y allí en tu casa, teníamos sexo, a mí me provocaba morbo follar en la cama donde tú padre follaba con tu madre, pero a ti nunca te tocamos.
- ¿Y los calzoncillos llenos de lefa que la abuela encontró en tu cajón de la cómoda?
- Eso es otra historia que nada tiene que ver y ni José Antonio ni Gloria. Gloria es ésta chica la mujer de José Antonio. Pues ninguno tiene que ver. Fui a comprar ropa y sorprendí al dependiente espiandome a ver cómo me cambiaba. Me di cuenta y le provoqué aún más hasta que se corrió. Entonces le dije que no diría nada si me daba la ropa interior en la que se acababa de correr. Yo le di a él mis boxers. Fue un trofeo morboso. Sin más. ¿Para saber ésto has venido aquí cargando con tu indignación. Por si esa tendencia que tienes te la implantamos nosotros? Pues no. Y ahora ya que estás aquí, ¿quieres tomar algo mientras Gloria y José Antonio nos deleitan con sus lujuria?

José Antonio de rodillas se dedicaba a dar golpecitos con la lengua en el clítoris de Gloria que a medida que incrementaba sus gemidos iba resbalandose mas y más en el sofá hasta dejar al alcance de su marido su ano. José Antonio se aplicó a comerle el ano insinuando con intención la lengua dentro.
Gloria miró a Sebastián, le sonrió y con un movimiento de cabeza le invitaba a sumarse a su marido y a ella.

- Quieres tú follarme el culo y así pruebas el de una mujer. O, quizá prefieras que te encule mi marido mientras tú saboreas coño, que por lo que me parece eres virgen en eso. Comprueba como el placer se encuentra donde tú quieras encontrarlo.
- Inténtaló nieto, verás que placentero también el comprobar esa dureza elástica del clítoris de las mujeres, como el de un pezón bien tieso y como gimen y disfrutan de tu lengua. Mientras José Antonio, que tiene buen hacer, que te folle. Es un artista. Le enseñé yo.
- Pero tú te follabas a José Antonio. ¿Como es que ahora tiene esposa?
- ¡Ay, pequeño, pequeño! te queda mucho que aprender. El placer se encuentra en todos lados, solo tienes que saber que resorte hacer funcionar y que tabúes te debes saltar. ¿Sabes quién me hizo descubrir el placer anal? La primera mujer con la que ayunté. Cosas de gente antigua. Cuando cumplí los quince, mi abuelo, o sea, tú tatarabuelo, un auténtico pater familias de la cultura rural, consideró que ya tenía edad para meterla en un coño, no fuese a ser que algún bracero, en lugar de una cabra se me beneficiase a mi y me llevase por un camino de degeneración, como decía él. Así que un viernes me llevó a la capital a una casa de putas que según él eran limpias y estaban sanas.
- ¿A una casa de putas? Joder abuelo que asco.
- Para nada asco. Aquel establecimiento era respetable. Caro. Solo podían frecuentarlo los de siempre, jueces, médicos, políticos y gente así.
Pues bien. Me contrató el abuelo a la Natalia, que dijo que era ideal para el desbrave, una puta con mirada inocente, ojos azules, pequeños pechos, muy blanca y delgada. Pareciera que pudiera romperse. Yo estaba hecho un flan. Me había hecho mis pajas, claro y echado a volar la imaginación con una hermana mayor. Hasta ahí. Pero ahora tener que meterme en una habitación a solas y tener que dar la talla me acojonaba. De los nervios que tenía no sabía si el rabo se me habría caído por el camino o se me me habría enterrado en la barriga. Total, que en el cuarto, ella se desnudó delante de mi mientras yo no sabía que hacer.

- Mira niño, no sé si tú padre, tú tío o tu abuelo ha pagado la cama el tiempo que haga falta. Si lo quieres consumir mirándome en cueros y tú sin desnudar, estupendo. Cobraré mi treinta por ciento sin trabajar. Aunque me parece que lo que tienes es miedo. ¿Es tu primera vez, no es así, que edad tienes?
- Tengo quince y es la primera, pero es que no tengo idea de que tengo que hacer.
- ¡Pues desnudarte, pasmado! Con quince mi hermano estaba aburrido de follarse a la vecina y él no tenía ni que desnudarse con abrirse la potrina tenía bastante. Pero tú debes desnudarte a ver el material con que contamos.

- Me desnudé mirándola y esperando alguna respuesta de mi cuerpo. Pero nada. Me dijo que me tumbara con ella y me llevó la mano a su sexo. Al principio estaba seco pero a medida que manoseaba fue humedeciendo y ahí noté que mi cuerpo revivía. Ella entonces se la metió en la boca y con mucha sabiduría consiguió ponérmela dura. Me dijo que me tumbara sobre ella y me dirigió el miembro dentro de su cuerpo. Era agradable y empecé a moverme de tal manera que el placer aumentase. Pero para mí decepción se me salió porque dejó de estar dura. Ella volvió a la mamada, la puso dura y vuelta a empezar, y otra vez lo mismo. Y entonces ella se levantó de la cama muy resuelta. Tocó un timbre y en la habitación entró un enano con una chilaba.

- ¿Has llamado Natalia?
- Si Fernando. Tráeme el dildo de primerizo.
- A lo mejor...
- Que no. Que es un cliente principal. Si luego va bien y se da te llamo.

- Fernando trajo un bote de vaselina y un consolador no muy gordo aunque con una forma extraña. Ahora se que era un precario estimulador de próstata. Cuando vi lo que pretendía hacer me negué pero ella volvió a ponérmela dura y en cuanto la tuvo dentro con una habilidad de años consiguió meterme el dildo en el culo. Años después comprendí lo que había pasado. En aquel momento solo se que de repente me entró un placer mucho mejor que el de las pajas y me entusiasmé. Tanto que le dije que si mi abuelo había pagado lo que hiciera falta quería repetir. Natalia me dijo que mejor que con un trozo de alabastro sería con un trozo de carne caliente que además se movería mejor. 

- ¿Sería ese enano, Fernando?
- Ese. ¿Quieres que le llame? Tiene mucha experiencia y no cobra, lo hace por placer. Y te dará mucho placer.
- Pues que venga.

- El resto lo podéis imaginar. Siempre que pude después de eso volvía a aquel prostíbulo, pedía a Natalia y ella llamaba a Fernando. Hasta que un día Fernando me dijo donde solía estar los domingos al caer la tarde. Así me aficioné al culo.
- Pero no me has contestado, ¿si te lo follabas, como tiene mujer ahora?
- Aprendió, como intento enseñarte a tí que el placer es como una buena obra de arte. Cuanto más la observas y más sabes de su autor, mejor la disfrutas y cada vez es como la primera porque encuentras un matiz diferente, una pincelada distinta un encuadre difícil. El placer sexual es una obra de arte en vivo. El sexo, a secas es repetitivo y llega un punto que aburrido. El placer que yo quiero que descubras es inacabable, incomprensible e infinito. Siempre aparece un registro nuevo y el placer triunfa en cada encuentro. Gloria es la hija de la mujer que iba a casa a limpiar. Como no tenía con quien dejarla se la traía a casa y allí pintaba, coloreaba o ya más mayorcita leía. Era, es muy lista y además inteligente. Ya tenía formas sensuales y no podía evitar mirarla con deseo. Ella lo cazó al vuelo. Mi mujer ya estaba mala. Y Gloría resultó ser una ninfula, ¿verdad?
- Desde el primer día que llegué a casa de tu abuelo con mi madre le deseé. Era algo que me salía de dentro. Cuando se acercaba a mí con los lápices de colores o los dibujos y rozaba su cara contra mi cabeza, aspiraba su aroma a loción de afeitado, a ropa limpia, a colonia de hombre oliendo a tabaco y espliego seco. Y me mojaba, verdad, a pesar de mi corta edad. Soñaba con tu abuelo. Por eso cuando con la regla recién inaugurada, mi madre anunció que se había quedado sin lejía y debía bajar a comprar, se me estremeció el cuerpo al saber que me quedaría a solas con aquel hombre y su fuerza. Me corrí, es verdad, y él se dió cuenta.

- Don Alejandro, tengo que bajar por lejía para los baños, que no hay. Le dejo aquí a la niña, será un momento. No la consienta que es muy laminera.
- Descuide, estará bien. Le voy a dejar un libro muy interesante. Le enganchará la lectura.

- Cuando tú abuelo apareció por la cocina con un libro en la mano me desilusioné. Estaba convencida que podría llevarle a mi terreno.

- Mira Gloría, es muy cortito, de un autor francés, Alfredo de Musset. El título es "Gamiani o dos noches de placer" te gustará. No te aburras en las primeras páginas, enseguida se vuelve interesante, sobre todo cuando entra en acción el burrito, entrañable y peludo.

- Mientras me decía ésto dejando el libro frente a mí en la mesa de la cocina me tenía cogida por los hombros y me masajeaba con dulzura en torno al cuello. Cuando empecé a temblar de deseo sus manos descendieron por el pecho haciendo presa en los pezones, y ahí perdí la cabeza.
- A mi también me pellizcó los pezones. Y dolía mucho, pero hizo que me corriera.
- Yo llevaba corriéndome desde que sonó el portazo de mi madre cerrando la puerta para ir a comprar. Cuando me pellizcó con fuerza los pezones no pude evitar gemir como una perra. Tirando de los pezones desde detrás donde estaba hizo que me levantara de la silla. De una patada la apartó y me inclinó sobre la mesa. Me soltó los pezones para bajarme las bragas y sentí su empuje contra mi sexo. Entró de un solo golpe y dió dos emboladas fuertes y se detuvo con el miembro dentro. Yo no dejaba de correrme y completamente desfallecida del esfuerzo. Entonces me la sacó y creí que el mundo se me venía abajo.

- ¡No, no, por favor! Siga usted, por favor.
- Si. Voy a seguir, mi putita, pero por el culo. Tienes ya la regla y lo que no voy a hacer es dejarte preñada. Por el culo te echaré igualmente el polvo, gozaremos los dos pero tú descubriendo el placer de los dioses.
- No, por favor, me va a doler mucho.
- Claro que te va a doler. No hay premio sin esfuerzo. Te va a doler, es el camino del placer. Luego ya no querrás otra cosa.

- Y si, dolió. Pero no tanto como imaginaba y además el orgasmo tenía un color diferente, más orgiástico, era muy intenso pero no llenaba. Había espacio para ser mucho más intenso. Sentía que necesitaba otra polla por delante y que así podría alcanzar el pleno.
- A mi también me llamó putita y cuando me la metió en el culo sentí que ya no necesitaba más. Es verdad que mi novio me tiene bien ahormado y me entra ya de todo y sin dolor. He de reconocer que cuando se la vi a mi abuelo me asustó un poco si tamaño.
- ¿Nunca la has metido?
- Nunca, soy bottom del todo.
- Prueba a metermela a mi en el culo mientras José Antonio me la mete por delante. A lo mejor, cuando sientas la presión y el roce de la polla de mi marido a través del delgado tabique de la vagina te entusiasmas. Si hace falta para ponerte a tono te metes un plug. ¡Venga, anímate! Vamos a probar.
- Bueno, vamos a probar. Preferiría que estuviese aquí Mateo, pero luego se lo contaré.
- Se lo enseñarás, hijo. Lo voy a grabar todo.


miércoles, 9 de abril de 2025

CONFIDENCIAS (II)

 

- ¿La abuela conocía este ático?
- No, Sebastián, no lo conocía. Como casi no me conocía a mi cuando me hice con él.
Alejandro introdujo una llave, giró y un cerrojo se abrió. Introdujo la segunda llave y repitió la operación. 
- Esperar aquí. Cuando ahora abra, tengo quince segundos para desalarmar. Si tardo más se nos cuela aquí la policía al completo. Esperarme aquí. Si el detector volumétrico lee más de una persona, bloquea la alarma y la hace sonar igualmente, así que quedarse aquí fuera hasta que yo meta la contraseña.
- Abuelo, ¿esto que es Fort Knox? o guardas aquí el tesoro de Ali Babá.
- No vengo mucho últimamente. He estado muy ocupado con tu abuela hasta..., el final. Cuando empezó a tener despistes, a desorientarse y un día me preguntó que hacía yo en su casa, decidí comprar esto y empezar a dar rienda suelta a mis inclinaciones más sucias y enraizadas.
- Pero este ático vale un pastón.
- Tú abuela había heredado de tu bisabuelo unos bonos del tesoro de EE.UU que había comprado cuando se juntaba con sus amigos y en lugar de irse de putas se iban al parqué a levantar rumores y ver cómo la gente se volvía loca vendiendo y comprando y arruinandose. Tu bisabuelo tenía un peculiar sentido del humor. En una de esas los bonos americanos se depreciaron tanto con la gran depresión que compró. Ellos cayeron en su propia trampa, creyeron un bulo de que la depresión era solo una jugada de los Morgan y lo que compraron fue solo basura. Pero, ahí quedaron y se olvidaron. Al cabo de los años aquello que en el 29 no valía nada se convirtió en una fortuna en los sesenta. Y aquí están los bonos. Ahora veréis. Pasar.
Cuando los chicos pasaron se encontraron con una habitación de unos doce metros cuadrados y con todas las paredes cubiertas de taquillas como si fuese un locker room. Únicamente en una esquina había una puerta, cerrada.
- ¿Que es ésto, daddy? la entrada de una sauna parece, pero ¿aquí, en un ático?
- Yo le llamo el Olimpo, la casa de los dioses del placer. Venga, desnudaros y pasar.
- ¿Hay que desnudarse, abuelo. Porqué?
- Porque me prometí cuando la compré que en este espacio no tendría cabida la mentira, bastante he disimulado y me he puesto de perfil. Aquí no puede haber disimulos y la forma más efectiva de hacerlo es estar desnudo. El cuerpo habla sin poder acallarlo. Desnudaros y colocar la ropa en cualquier taquilla.
- Que emocionante daddy. Y entonces, ¿cómo hay que comportarse? Porque seguramente en cuanto vea desnudo a tu nieto me voy a poner muy burro.
- Pues te pones, y te darás cuenta que no sólo viendo a tu novio. Te sorprenderá comprobar lo que la desnudez, de quien sea es capaz de hacer en tí. Pero tienes que tener en cuenta que tú cuerpo puede provocar en otros el deseo. Debes ser comprensivo y respetuoso. La única regla dentro es gozar. Venga, acabar de desnudaros, guardarlo todo, quedaros con la llave de la taquilla y entremos.

Una estancia luminosa, amplia en la que la vista solo se detenía en las paredes perimetrales. Efectivamente, no había ni un tabique. Únicamente se veían una especie de cubículos de paredes de cristal de suelo a techo. Había dos y en los ángulos del confín de la enorme habitación otras paredes de cristal de suelo a techo tras las que se veían las alcachofas de lluvia de las duchas. El resto, todo a la vista. Posados en las paredes de forma perfectamente ordenada cuatro tipos de tubos de colores rojo, azul, verde y amarillo, que correspondían a conducciones de agua caliente, fría, electricidad y gas. En el techo pintado de negro, las conducciones de aire acondicionado y aspersores contraincendio.
El suelo era todo de cemento bruñido cubierto aquí y allá de alfombras con tomas cada ciertos metros de red y eléctricas perfectamente aisladas por si existían derrames. Había sofás, sillones, puff y camas estratégicamente distribuidas. Al fondo se veía la cocina con algunos muebles y la campana extractora.
Los dos chicos se quedaron parados con la boca abierta observando aquel escenario, amasandose sus bolsas y pene como sobrecogidos por lo que veían.
- Esto es impresionante abuelo.
- Lo ideé yo y lo dirigí yo. Tuve que pelearme con el arquitecto que no entendía mi perra porque todo fuera diáfano. Y en lo único que transijí fue en hacer cabinas para los inodoros. Él las quería de cristal translúcido o listrado, pero fui inflexible, trasparente. Para mucha gente ver cagar a alguien es excitante. Y aunque os parezca mentira, hay a quien le da vergüenza masturbarse delante de alguien, cuando, en mi opinión ver a un tío masturbarse son imágenes estimulantes y preciosas, observar como se tensan los musculos de la barriga instantes antes de la eyaculación y se contrae la cara en una mueca que si no fuese porque sabes a que se debe podría parecer que barrunta un peligro inminente.
- Con razón los franceses le llaman la pequeña muerte.

Al decirlo, Mateo repasó con una mirada el cuerpo de Alejandro. Una incipiente barriga que empezaba justo debajo de los pectorales con unos grandes pezones perforados por sendos anillos y para su sorpresa una verga fláccida pero poderosa que ostentaba con orgullo un príncipe Alberto de oro. Mateo de la forma más natural echó mano al pene de Alejandro para comprobar con el tacto como era una perforación así. Había visto muchas en videos y foto, pero ninguna al natural. Al tomar la polla de Alejandro la acarició y la tomó en peso dejándola reposar en su palma.

- Mira Sebas, toca, lo que pesa. Y lo bonito que queda el anillo en el capullo.
- Mateo, es mi abuelo, no debería...
- ¿Temor al incesto?
- Incesto, ¡que emocionante! Ven Sebas, no seas tonto, pontela en la mano. Tironea del anillo, verás como crece el capullo. Mira ya está poniéndose dura. ¡Joder, que grande!
Mateo tomó la mano de Sebastián que sin oponer mucha resistencia acercó temeroso la mano hasta rozar el miembro de su abuelo. Empezó a sonrojarse y con la mano libre intentar taparse su evidente erección.
- ¿Lo ves, tonto? Es una polla como otra cualquiera. Disfruta. Tú cuerpo no miente, lo decía él mismo, mira cómo empalmas. Venga, vamos los dos a disfrutar de nuestro daddy particular.
- Que no, no puedo, Mateo. No sé que me pasa. Esto es difícil para mí. Creo que me voy a ir.

Alejandro se acercó a su nieto con una sonrisa comprensiva. Le estrechó en un abrazo como solían darse cada vez que se encontraban. En esos momentos Alejandro abrazaba a Sebastián estrechamente y le besaba en el cuello, ahora estaban desnudos, el abrazo era piel a piel y el beso del abuelo se transformó en mordisquitos y en un lamido intenso en el lóbulo de la oreja. Alejandro sintió como su nieto se estremecía y su verga le impactaba en su ingle. Alejandro pasó enseguida del abrazo estático a un abrazo caricia de cuerpo entero y su pierna se insinuó entre las de Sebastián. El chico no fue consciente de que habia empezado a gemir fruto del placer que le producía el roce de su cuerpo con el del abuelo. 
Una serie de mecanismos puestos en marcha desde la primera vez que Alejandro sostuvo en sus brazos a Sebastián recién nacido, tales como olores, calidez del cuerpo que acunaba al niño, timbre de voz que arrullaba en tono bajo, se mezclaron con la sensación sensual placentera del roce inexplicable de los pezones perforados del abuelo contra su pecho y la pierna del abuelo entre las suyas que imponía el que él abrirse las suyas para dejarse penetrar de alguna manera. Sebastián se dió cuenta que deseaba la penetración física de su abuelo y se asustó intentando el rechazo que en realidad no quería. 
Mateo, que se percató de lo que estaba pasando, del dilema de imposible solución al que se enfrentaba su novio, se acercó a la pareja y reclamó los labios de su Sebastián. Alejandro comprendió y entregó con suavidad a su nieto en brazos de su Mateo.

Mateo sabía a lo que se enfrentaba, esa misma cara de indecisión dolorosa fue la de su padre cuando él con trece años tanto insistió que consiguió que su padre accediese a trató carnal, máxime cuando descubrió que en lugar de su padre darle la vuelta a él que es lo que suponía que sucedería, su padre se volteó para que él le enculase. Y no era la primera vez que usaban la puerta trasera para entrarle, porque a pesar de su inexperiencia, comprendió que tal facilidad para follarse a su padre no podía ser la norma.
Iban al gimnasio juntos desde que Mateo cumplió los doce, que desarrolló de repente y se convirtió en un hombre largirucho y desgarbado. Si padre convino en que eso no podía ser y que tenía que muscular un poco.
Desde el primer día el padre de Mateo se dió perfecta cuenta de la hipnosis que producía en su hijo verle desnudo. Él procuraba ocultarle su sexo en las duchas y que no viese cómo se excitaba viéndole también desnudo. Hasta que un día, Mateo cayó en la cuenta de que su pene y el del padre eran un calco. Es más, tenían una vena gorda en el dorso que a mitad de fuste hacia una especie de "S" característica.

- Papá, a ver, me enseñas tu pito, me parece que las tenemos igualitas, hasta la vena gorda esa me ha parecido verte.

No hubo más dilación ni titubeó, Mateo se acercó en la ducha a su padre y le cogió el pene para compararlo con el suyo. Solo con ese gesto Mateo ya presentaba un empalme enorme al tomar el pene de su padre y en ese momento fue el pene del padre el que se levantó y adquirió la dureza del hueso. Mateo lo abarcó con su mano y retrajo el pellejo haciendo emerger el capullo.

- Mira, papá hasta esa mancha oscura cerca del agujero la tengo yo igual que tú.

Mateo, sin soltar el rabo tieso de su padre levantó la vista y la cruzó con la de su padre que era exactamente la misma expresión que la que tenía Sebastián cuando su abuelo le abrazó y empezó a mordisquearle la oreja. El mismo dilema, el deseo más inmisericorde y la negativa por inmoral a darle satisfacción. En su caso, duró poco, el tiempo de ir del gimnasio a casa en el coche y la inocente pregunta cargada de nitroglicerina que Mateo le hizo a su padre a bocajarro.

- Entonces, tus sesiones de acampada y supervivencia tan frecuentes con tío Alberto..., ¿tienen esa justificación?
- ¿Que justificación?
- Joder, papá, en semanas cumplo catorce. Creo que deberías tratarme como a un adulto. Me he empalmado como un burro cuando te he cogido la polla y tú lo mismo. Del tío Alberto, por muy boina verde que sea he oído desde que tengo uso de razón cosas inquietantes. Que sea el hermano pequeño de mamá no le impide ser gay. Que vosotros paséis tantos días solos en el monte me hace pensar. ¿Es o no así? Yo creo que antes en la ducha si me tiro a tu rabo y te hago una mamada habrías sido el tío más feliz del gimnasio. Tú, supongo, serás bisex, no te habrías casado si solo fueras gay como tío Alberto.
- Eres listo cabrón. El incesto no está bien, es un veneno que destruye la familia y la sociedad y yo...
- Esa es la teoría. Yo no veo ningún inconveniente en que nos demos placer. Tú me quieres, yo te quiero y vamos a gozar juntos. ¿A quien hacemos daño?

Con Sebastián en sus brazos y entre chocando sus sexos Mateo recordó aquel encuentro, primero de otros muchos, con su padre en el pinar al que de forma inopinada encaminó el coche su padre en el que para sorpresa suya después de mucho magreo y mamada mutua, su padre se dió la espalda para que su hijo le penetrara.

- Venga, chicos, vamos a sentarnos. Vamos a dejarnos de tragedias.
- Sebas, es el momento perfecto para que te cuente lo de mi padre. Alejandro, no es nada grave que tú y tu nieto, folleis. Además después de verte ese pedazo de polla tan bonita con su piercing estoy seguro que tú nieto disfrutaría mucho de que le follases. Yo llevo follando con mi padre desde los trece. Y muy satisfactorio.
- Pero, has dicho que eres activo.

Se sentaron los tres en uno de los sofás y Alejandro sacó unos refrescos y unas cervezas.

- Efectivamente soy top..., y mi padre en la cama es una deliciosa señorita. Le encanta gemir mientras le folló duro. Es que me lo pide, no soporta caricias o melancolía, le gusta que la follada se parezca lo más posible a una violación. Lleva, desde que le dije que salía con Sebastián, dándome la vara para que entre los dos le usemos como su putita. Y eso es un problema porque tú nieto es tan putita follando como mi padre. Podríamos montarnoslo los cuatro en plan orgía, ¿no, Alejandro?

De pronto Mateo dejó de hablar y con la mirada de un sabueso, inquisitiva, inteligente fue paseando la vista por todo el entorno.

- Tengo la sensación de haber estado ya aquí o de conocer, no sé cómo éste lugar.

Alejandro empezó a sonreír mirando a Mateo, mientras Sebastián miraba a su novio interrogando, casi exigiéndole, sin palabras que se explicará.

- Es que de repente está organización del mobiliario, esos tabiques de cristal para el tigre, el suelo de cemento con el sumidero en el centro, yo ya lo había visto..., ¡Ya está!
"Sucia Adolescencia" o si se prefiere "Dirty Adolescence" que yo la vi en inglés que se la mandaron a mi padre de Florida, un compañero suyo de carrera.
- Le espiabas a tu padre su ordenador. ¡Que cabronazo eres Mateo!
- ¡Que va! Una vez que vio mi desempeño en la cama me dijo que estaba en disposición de verla con él. Y eso que los últimos diez minutos me dijo que no estaba aún preparado para verla.
- ¿Y eso?
- Me dijo que el título se quedaba corto. Era algo más que sucio.
- ¿Pero has visto el final en algún momento?, como lo del chaval con collar y humillador que circula por entre las sillas, metiéndose por debajo.
- ¡Tú sabes cuál es el final! ¿La has visto? Porque en ningún momento yo he hablado del perro que circula entre las sillas.
- No solo la he visto. Soy el autor del guión. Y la tengo aquí mismo. Ésta casa es un calco de la de la película que se rodó en California, Palms Springs. El director me sugirió que aunque todos fuesen desnudos no se viesen genitales hasta mediada la película. Por eso los diálogos son tan importantes y la escena de la cena en la que se sugiere que el que sirve eyacula o escupe en los platos o en la que el somelier orina en el decantador es tan excitante. No importa tanto ya lo que se ve, sino lo que cada uno cree y le excitaría más hacer. ¿Te sorprendió que las sillas no tuvieran asiento para que el culo con su ano quedarán a disposición del perro que circulaba?
- Y los huevos colgando, que casi todos tenían algún tipo de piercing. Cuando el perro empezó a lamer los de uno que los tenía gordos y colgones y se vio que el ano empezaba a abrirse, mi padre me lo quitó. Creo que fue peor. La imaginación es muy puta.
- ¿Que imaginaste?
- ¡Ay! Mateo, no digas lo que imaginaste, que con que lo imagine yo es suficiente.
- Pero, cariño, Sebastián, no quieres saberlo ni verlo, pero tú cuerpo no miente ni siente vergüenza de sus deseos. La polla se te a puesto enorme y de capullo brillante destilando precum. Imaginas que el de la silla al que el perro está lamiendo empieza a cagar y tienes miedo de lo que deseas, que ese chico que hace de perro con el humillador puesto, se dedique a lamer e incluso quien sabe si a comer lo que él comensal empieza a cagar. ¿De verdad no quieres ver las imágenes?
- Yo sí, por favor, daddy, por favor, me estoy poniendo malo, quiero saber qué hacen todos cuando el muchacho ese, que qué joven es, ¿no? Empieza a comer mierda.
- El perro, bueno, el chico que hace de perro, nos costó encontrarlo. Menor era inaceptable, y al casting se presentaron unos cuantos con ganas de quedarse el papel. Pero el que se lo quedó era un canadiense, que no habla en toda la cinta, y que de primeras el director le mandó a la guardería. No aparentaba más de once años, aunque era altito y delgadísimo y cuando sacó su carnet de la seguridad social y vimos que tenía veintiuno, ahí paramos el casting. Nos lo llevamos para adentro, le dimos el guión, se lo leyó hasta el final y no hizo ni un aspaviento. Yo le pregunté que qué le parecían los minutos finales. Me miró con esos ojos azules que tiene, como de venir de vuelta de todo y me dijo: "Cuando uno lleva tres días sin comer, comer mierda es un banquete" nos dejó a todos boquiabiertos. Yo no sé, porque nunca lo dijo, cuando se inició en el sexo, pero le pasamos por el senegalés y éste nos dijo que era inexplicable con ese cuerpo.
- ¿Pasar por el senegalés?
- Si. La productora tenía un chico senegalés exclusivamente para testar anos. El chico era simpático, siempre sonriente y siempre dispuesto a meter sus once pulgadas donde hiciera falta. Cuando vio al canadiense, Liam se llamaba, nos miró con cara de decir: "tío, joder, lo voy a matar" cuando Babacar se la sacó le dije que lo sentía pero teníamos que saber si podría dar ese perfil. Por toda respuesta se bajó el pantalón, iba sin undies, se acercó a Babacar y se la encalomó sin problemas, además hasta la bola. Estaba tan delgado que la polla del senegalés le resaltaba por la barriga.

- ¿Os parece bien?
- A mi me ha parecido estupendo Liam. Siempre tengo algún problema cuando me la ven. ¿Por la boca también te la tragas toda?

- Nos dejó de una pieza. Se la sacó del culo, se dió la vuelta, se agachó y aún no me explico como ese grosor pudo tragárselo. Cuando se la sacó tuvo una arcada que él cohibió con facilidad. Se secó las lágrimas que le habían provocado la nausea y nos preguntó si había pasado el corte. Le contratamos de inmediato.
- Y otra cosa, abuelo. Cambiando el tema que me tenéis nervioso. ¿Que es eso de un humillador, un tío que te persigue insultándote?
- Ja, ja, ja, Sebas, ¿de verdad que no sabes lo que es? Mi padre insiste en que se lo ponga siempre cuando le folló. Pero que te lo explique tú abuelo.
- Es un aparato de tortura, nieto. Tortura relativa, es una pieza doble, suele ser de madera que aprisiona el escroto entre las dos piezas dejando los testículos por fuera, por detrás y con un tope en los muslos que obliga a estar de rodillas para poder ponérselo. Deja expuesto perfectamente el ano, ya sea para besarlo o chuparlo o penetrarlo. ¿Quieres probarlo, Sebastián? Se puede apretar más o menos para sentir más o menos dolor cuando intentas estirarte. Hay quien goza con ese dolor, porque cuando te están follando y te halan del pelo para que arquees la espalda el dolor en los testículos se acentúa y en los bien iniciados provoca un orgasmo intenso que puede coincidir con el del que te folla porque es en ese momento es cuando con mayor intensidad prova el dolor. ¿Lo probamos?
- Venga, Sebas, que te lo ponga tú abuelo, te follo y comprobamos si es cierto eso que ya dicho.
- Yo, si me lo pone él, prefiero que me folle él.
- ¿Tú abuelo?
- No te follas tú a tu padre. ¡Joder! Quiero a mi abuelo y quiero saber qué siento cuando esté dentro de mi. Y eso del incesto, en este momento, me trae sin cuidado. Así, desnudos todos, es como si en la taquilla fuera, se hubiese quedado fuera también el mundo y sus convenciones. ¿Que de malo puede tener que mi abuelo pase un nivel más y en lugar de besarme la mejilla, me bese los labios? Si. Me encantaría que me follase. Y que tú lo grabases. Creo que aquí, en este mundo que mi abuelo ha creado, soy feliz. Lo deseo.

jueves, 3 de abril de 2025

CONFIDENCIAS

 

Desde que cumplió los doce sentí que su mirada me traspasaba. Dejó de mirarme con la pureza de un río cristalino que se desborda a intentar escudriñar en mi alma con una tácita interrogativa muy turbia. Lo sentía y a la vez notaba con placer como ganaba volumen mi culpa.
A los trece ya con cuerpo de hombre, Sebastián me saludaba con un abrazo muy estrecho que yo correspondía sintiendo cada centímetro de su cuerpo fundido al mío. Siempre le besaba en el cuello al lado de su oreja y acusaba su estremecimiento. Me fijaba en la manera que abrazaba a su abuela y lo hacía cuidando de no entrechocar cuerpos como si hacía contra el mío.
Alguna vez me reprochaba tener esa pulsión hacia Sebastián, mi nieto, pero me tranquilizaba pensar que la primera mirada sucia, tipica de urinario público en cruising, fue la que antes expliqué. 
A medida que iba cumpliendo años y las pesas y el gimnasio le iban esculpiendo su cuerpo sentía más como sus abrazos eran más intensos, no en fuerza, en cercanía. Notaba que él disfrutaba de una forma perversa de sus abrazos y ya la mirada de sus ojos pasó de turbia a descarada, casi sarcástica. No podía evitar ensoñar que tras aquella mirada venía una lubrica bofetada y un obligarme a arrodillar para olisquear su bragueta primero y posteriormente atragantarme con su carne.
Con catorce años me contó en confidencia que un compañero de colegio, con fama de maricón le había hecho una mamada, y que no sólo a él, a otros también. Me preguntó si a mí me lo había hecho algún compañero y le dije que lo había hecho yo obligado por un chico mayor que yo. Aquello parece que le frenó en seguir profundizando en ese tema y no volvió a mencionarlo. Pero sus miradas cómplices menudeaban aunque yo hacía caso omiso. Muchas noches rememorando aquella confidencia fantaseaba en que me colocaba su trasero sobre mi cara y se derramaba sobre mi pecho. Si, me tenía maniatado con su figura y sus pretensiones de las que yo no tenía duda alguna a falta de verbalizarlas.
Y llegó el día de su mayoría de edad.
- Abuelo, podrías llevarnos a mi amigo Mateo y a mí a Jerez, que hay una obra de teatro que nos gustaría ver. Es que mi padre va a estar trabajando y mi madre ya tenía el día comprometido.
- Naturalmente. ¿Habrá entrada para mí?
- ¿Nos acompañas? Estupendo. Así no tenemos que molestar a nadie para recogernos.
- ¿A qué hora os recojo? ¡Espera! Que tal si nos vamos temprano, os invito a comer y luego nos vamos al teatro.
- ¡Estupendo! Se lo digo ahora mismo a Mateo.
- ¿Sois muy amigos, verdad?
- Si. Claro. Creo que te he hablado de él alguna vez. Nos conocemos hace unos cuatro años, aunque compañeros de insti desde que entramos. Al principio fue la cosa regu, pero al final conectamos.
- Venga, vale. Mañana me lo presentas.

Mateo era un rapaz nervioso, de ojos vivos y expresivos, largas pestañas, nariz ligeramente aguileña y labios carnosos y brillantes. La sonrisa permanente instalada en su cara para poder ver unos dientes blanquísimos aderezados de los consabidos braques, que a él por lo visto no le apocaban en absoluto. Era de pómulos prominentes salpicados de unas pocas pecas que le daban un aire travieso.  Y una amplia frente camuflada bajo una espesa mata de pelo color fuego. No pude evitar imaginar cómo sería el incendio que ocultaba tras la ropa algo más abajo.
Anchos hombros, pecho fuerte y ausencia total de barriga. Supuse que bajo la camisa El Ganso que llevaba, rosa palo, se escondía una electrizante tableta y no de chocolate precisamente. Remataba su outfit, como decían ellos, unos chinos beige claros y unos náuticos sin calcetines.
- De manera que éste es Mateo del que tanto hablas. Guapo chico. Debes tenerlas a todas rendidas a tus pies, chaval.
- Bueno, no tantas.
Y al decirlo no pudo controlar el rubor en sus mejillas mientras miraba con sonrisa nerviosa a Sebastián, mi nieto.
- Bueno Mateo, que alguna si que anda oliendote el culo todo el día..., y alguno, que todo hay que decirlo.
- No es de extrañar que tengas también algún que otro enamorado. Sin ir más lejos, aquí me tienes a mí que me has ganado nada más verte.
Al decir esto y viendo el entripado en que estaba metiendo al crío, Alejandro echó su mano a la nuca de Mateo atrayéndolo con fuerza a su pecho. Sebastián cómo activado por un resorte le echó a su amigo el brazo por la espalda y apoyó la mejilla en su hombro.
- No te cortes Mateo - le soltó dejándole que se separase de él - lo he dicho de bien.
Los ojos de Mateo empezaron a licuarse sin por eso abandonar su sonrisa nerviosa.
Sebastián concluyó el abrazo que había iniciado. Los dos se fundieron estrechamente.
- No hagas caso a mi abuelo, es un guasón.
- Bueno, pareja ¿vamos a comer. Donde queréis que os lleve? Elegid.
- Donde quieras abuelo. Donde nos lleves estará bien.
Habían deshecho el abrazo pero sus manos permanecían fuertemente unidas. Alejandro los miró a los ojos, luego a sus manos entrelazadas y sonrió.
- Sebastián, me gusta quien has elegido. Me gusta mucho. Venga, a comer. Vamos a ir a un alemán. Se llama el Bundegstat. Netamente teutón. Vamos a comer codillo estilo berlinés, el Eisbein, con puré de patata.
Los chicos relajaron el ambiente y ambos dejaron escapar una lágrima.
- Te quiero, abuelo.
- Y yo también. Desde ahora mismo.
El paseo hasta el Bundesgtat fue relajado y agradable. Sin la tensión de tener las cartas boca abajo ya se podían todos producir y manifestar libremente. Sebastián y Mateo tenían una sonrisa de oreja a oreja y habían eliminado cualquier tipo de protocolo. Alejandro, zorro viejo, aprovechó la oportunidad que le daban la inocencia de la pareja.
- Desde cuándo sois pareja, chavales.
Por el retrovisor Alejandro observó como se besaban antes de responder. Además de observar el beso húmedo de los adolescentes sintió como despertaba su entrepierna. Todo iba bien.
- Un año antes de salir del instituto. La verdad es que no nos podíamos ver. Yo esperaba una hostia de Mateo en cualquier momento. Siempre rodeado de las niñas más guays del insti yo miraba y, él, me imagino que cara a la galería, me miraba desafiante. Y en alguna ocasión, ¿te acuerdas, Mateo en los váteres del patio aquel dia?
- Que si me acuerdo. Estuve a punto de morirme de deseo, pero tenía que hacerme el machito, compréndelo.
- Es verdad, nunca hablamos de aquello.
- Que fue lo que pasó. Contadme, estoy en ascuas. ¿Allí fue donde empezó todo?
- Si, don Alejandro.
- Déjate de tratamientos. Desde ahora mismo eres como mi nieto. Así que, o abuelo Alejandro o daddy, como prefieras.
Sebastián y Mateo se miraron sorprendidos a los ojos. Hacerse llamar daddy significaba que ellos, que eran twinks, estarían sexualmente a su disposición. Hubo un silencio en el coche que rompió Alejandro.
- Vamos. ¿Que pasó en aquel váter? Ya os contaré yo cosas que me han pasado en váteres públicos. De risa. Pero, ahora vosotros.
- Pues verás..., daddy.
Mateo miró a su novio con complicidad y una sonrisa pérfida en la cara a la vez que se acariciaba el pantalón haciendo resaltar con los dedos su pujante virilidad.
- Estaba con unos colegas y unas tías cuando vi que Sebastián entraba en la casita, que era como llamaba todo el mundo a los váteres del patio. Tú nieto me traía a mal traer. Me gustaba buscarle la mirada para desafiarle y que la gente viera que de mariconeo, nada. Un cobarde era. Así que pensé que quizá si entrase en el urinario con él podría provocarle para poder responder con una buena hostia y que mis colegas vieran cual era mi actitud de macho intolerante.
- Pero, Sebastián, ¿tú tenías fama gay en el insti?
- Abuelo, con catorce recién entrado se la chupé a uno de los mayores, un cotillo más maricón que yo y que para taparse extendió el rumor de que yo se la chupaba a todo dios en los váteres del gimnasio. No volví a chuparsela a nadie más pero él sambenito quedó colgado. Sí, tenía fama, aunque después de tanto tiempo aquello quedó como un rumor sin confirmar, y había compañeras que sacaban la cara por mí y compañeros que se cruzaban en los pasillos y me hacían muecas de besitos para despertar la hilaridad general y quedar como muy ocurrentes.
- En mi grupito de chicos y chicas casi todos estaban porque tú nieto estaba por mi. Yo quería zanjar cualquier duda.
- Bueno, y qué.
- Al verle entrar, dije bien alto para que escucharán bien todos: "me parece que voy a mear. A ver a quien meo" Se despertó el cachondeo general y allá que fui.

- Hemos llegado. Ahora después me seguís contando. Espero que haya mesa.
Ahora vamos a cambiar el tema. Mucha gente que viene por aquí me conoce y no quisiera que alguien se fuera a escandalizar.

La comida transcurrió con buen humor. Sebastián y Mateo se miraban a hurtadillas y se rozaban las manos por debajo de la mesa. El codillo no les entusiasmó pero no dijeron nada. De postre Alejandro pidió Selva Negra para compartir y salieron de la sobremesa para dirigirse al teatro.

- Y qué, ¿measte a tu amigo?
- Que va abuelo. Yo estaba en una cabina con la puerta cerrada, sentado en la taza del váter. Mateo al entrar y no verme dijo en voz alta que si me estaba escondiendo. Yo por respuesta, salí de la cabina diciendo que me daba igual mear dentro que fuera. Me desabroché el pantalón como siempre y me la saqué para mear. Y la conversación transcurrió así. Si me equivoco, Mateo, me corriges.

- ¿Tú no venías a mear. que pasa, que te da vergüenza sacártela delante de mí?
- El peligro es que te lances a comérmela.
- ¿De verdad crees que eso sería un peligro o un privilegio?

- Ahí si que me puse nervioso porque nada más decirme eso, la polla tomó el control y se me puso dura como el granito. Y se me acababa el tiempo, porque o me la sacaba y dejaba a las claras cual era mi inclinación o me iba con las orejas gachas.
- Yo me di cuenta como se te abultaba la bragueta y en ese momento no pude evitar mi empalme total, ¿te acuerdas?

- Vaya, pues parece que para ti es un privilegio verme el paquete tan grande. Aunque tú tampoco vas mal servido.
- Pues venga, sácatela y comparemos a ver quién gana. La dureza, si quieres después la comprobamos. Pero no tiembles tío que no es para tanto.

- Uff, de verdad, daddy, aquel momento fue extraordinario. Sabía que no iba a poder resistirme, necesitaba cogérsela a tu nieto y liberar la mía de la cárcel del vaquero. Temblaba pero de lujuria. Necesitaba que me la metiese en la boca o en el culo, sabiendo que yo era virgen y tendría que ser una tortura, pero no me importaba. Era una piscina de hormonas hirviendo, lo que no se es como no estallé en mil pedazos.
- Cuando te la sacaste y la vi tan grande, con ese capullazo goteando yo creo que no era precum, era jizz directamente. Te estabas corriendo.
- Yo creo también que estaba eyaculando y me entró el pánico porque me di cuenta que esa situación me parecía aceptable y normal, cuando mis coleguis de fuera si la conocieran, se echarían las manos a la cabeza.
- Yo me di cuenta de lo que estaba pasando. Intentaba abrocharse los pantalones para salir de allí pero el empalme era tan brutal que no había manera de encajar en la tela vaquera aquella enormidad. Tú, abuelo, has visto la pequeña cicatriz que tengo aquí en la comisura de la boca.
- Si, si. Te da un aire interesante.
- ¿Como fue, Mateo?
- Tu nieto me dijo que le diera una hostia que le hiciera sangrar.
- Claro. Llevábamos allí más minutos de los que serían esperables para ir a mear. Sabía que sus amigos se iban a dar cuenta de lo que pasaba. Así que transcurrió de ésta manera.

- Tío, Mateo, yo lo comprendo. Es difícil asumirlo. Tú también me gustas, solo que yo puedo comportarme de acuerdo a mis sentimientos y tú debes disimular. Sería un terremoto que salieses ahí diciendo: 'pues el Sebas no está tan mal, a mí me gusta' , te apedrearían. Por eso, esto que te voy a decir me da igual. Otros también me han hostiado, quizá también para taparse. Dame una buena hostia que me haga sangrar y sal ahí haciéndote el machito que ha rechazado la insinuación de un maricón. Te vas a hacer aún más popular. Luego ya hablamos nosotros por snap y vamos conociéndonos mejor. Después de tí saldré yo doliendome y limpiándome la sangre. Serás el héroe del día.

- Me dió un hostiazo que me hizo tambalear y cuando vio que me sangraba el labio, se acercó a mi, me besó limpiándome la sangre con su lengua y casi llorando me pidió perdón.
- Aún lo recuerdo y se me saltan las costuras de las meninges. ¿Cómo pude ser tan cruel?
- La sociedad pesa mucho chavales, y para enfrentarla hacen falta cojones. Los que yo no tuve cuando me casé con tu abuela. Ya era mayorcete, la treintena pasada y empezaba a llamar la atención que no sentase la cabeza. En el trabajo todo eran bromas nada inocentes, medias insinuaciones y a veces faltas de educación. Total que como uno nunca ha sido un adefesio...
- Abuelo. Es ahora en tu séptima década y estás de buen ver. Me imagino que con treinta partirías corazones a lado y lado.
- La verdad es que sí. Pero siempre he sido restrictivo con las mujeres. Tienen que ser muy delgadas, pequeñas, casi morbosas, de tetas muy pequeñas, ojos grandes. Hay en Telegram una cuenta que me flipa. Pero, claro, muchas, la mayoría no son así y en tal caso, ejem, espero que ésto no os escandalize. Pues bien, cualquier cosa con rabo y ano, me vale, y si es FTM, o sea, un tío con coño, ya me muero, pero no por metérsela por delante, lo que me flipa es encular a quien tenga coño y apariencia de tío.
Los dos chicos se quedaron sin saber que decir. Se miraban entre ellos sin poder cerrar la boca y luego miraban a Alejandro que no sólo no despuntaba una sonrisa cínica del rostro sino que sin ningún pudor se recolocaba su pene a todas luces abultadisimo.
- Y bueno, después de éste despelote de abuelo, queda por contarme que pasó después.
- Yo salí de la casita muy afectado, ni me había dado cuenta que al besar a Sebastián mis labios se habían llenado de su sangre. Fue la debacle.

- Tío, que ha pasado. Se ha oído una especie hostia.
- Si, si, se ha querido sobrepasar conmigo y le he partido la boca.
- Y él a tí, ¿no?
- No, no, el muy nenaza se ha quedado ahí llorando.
- Y entonces, la sangre que tienes en los labios ¿es que le has morreado después de zumbarle?

- Y ahí, de repente, pasó toda mi vida en un instante por delante de mis ojos. Como dicen que les pasa a los que van a morir. Me vi espiando a mi hermano mayor cuando se pajeaba, yo tenía cinco años nada más, deseando tocarle. A mí padre en la ducha calibrando el tamaño de su aparato cuando empalmase. A mí mirando escandalizado a Sebastián el día que nos conocimos, deseando con locura sus besos. Las pajas que me he hecho mirando las fotos que le robaba en cuanto podía. Alguna en las cabinas del váter subido a la taza haciendo videos de cómo se pajeaba. Si. En ese momento murió el Mateo de careta y nació el Mateo que ahora conocéis. Me encaré con todos los chicos que esperaban espectantes y les dije que Sebastián era un tío con dos cojones que me había dicho que le zurrase para así yo disimular mis mariconeos. 

- Es verdad, le he besado. Me ha dolido verle sangrar porque estoy coladisimo por él desde que le vi. Ya estoy hartisimo de tanta mariconadas. Si, me gustan los tíos. Lo siento Marta, no quería hacerte llorar, pero cuánto más dure la mentira más voy a pudrirme por dentro. Me ardían ya las entrañas de tanto disimular. Estoy enamorado de él y me importa una mierda lo que penséis.

- Y en ese momento salía tu nieto de los váteres, limpiándose la sangre de los labios. Me fui hacia él y delante de todos le comí la boca. El beso más dulce de mi corta vida. 

- Ahora entendéis porque tengo manchados los labios de su milagrosa sangre. Es la que me ha hecho quitarme de encima las toneladas de mierda que arrastraba desde que le vi el rabo duro a mi hermano mayor por primera vez.

- Nadie dijo ni esta boca es mía. Me sorprendió la verdad. Esperaba un aluvión de insultos, en plan, bujarrón, huelebraguetas y eso, pero no.
- Tuviste un par bien puesto.
- Que querías, ¿que dijese lo típico?: "no es lo que parece" Si ya me ha salpicado, por muy fría que esté el agua, pues me tiro de cabeza y ya me secaré o me quedaré empapado, pero con la cabeza alta. De repente comprendí que era gay y por eso no hay que pedir perdón. Más que comprenderlo, lo acepté, como el que tiene orejas de soplillo y se niega a aceptarlo y se las pega con loctite y sufre las consecuencias. 
Poco a poco, uno a uno y con la cabeza gacha, como si les diese vergüenza por lo que vieron y les pusiera frente a un espejo, fueron desfilando a las clases. Ni una mirada torva, ni un desprecio. Eso me confirmó en que había actuado bien. Cogí de la mano a tu nieto, y así de la mano entramos a clase.
- No veas abuelo, estaba acojonado de verdad.
- En días siguientes, al menos tres de los compañeros que era de los más bozacas con las tetas y los culos de las chicas, se me acercaron a confesarme que ellos no tenían huevos para hacer lo que hice yo y que eran como yo, pero que la palabra les aterrorizaba. Solo les dije que cuando tuviesen algo de lo que lamentarse o de lo que regocijarse ahí estaría yo. Y hubo uno que me preguntó si dolía mucho cuando te la metían, porque él lo estaba deseando y no sabía si cuando sucediera podría soportarlo.
- Joder Mateo, no solo te libraste de una pesada carga sino que aliviaste la de otros que no sabían cómo llevar. Y ahora a callar que comienza la obra.

Cuando baja el telón y se encienden las luces, los intérpretes de Los Chicos de la Banda salen a saludar y recibir los aplausos. Alejandro aplaude sin mucho entusiasmo mientras que Mateo y Sebastián se despellejan las manos aplaudiendo y dejando caer lágrimas de emoción.
Ya en la calle, Mateo pregunta a Alejandro por esa aparente falta de entusiasmo.
- No te ha gustado, ¿verdad? Demasiado explícita en los sentimientos para tí.
- No. Que va. Asistí a Los Muchachos de la Banda cuando se estrenó en Ciudad de México de segundas en 1982 en el Teatro de la Ciudadela. Se estrenó con mucha oposición en 1974 pero no fue hasta el 82 cuando pudo destacar. Yo tenía treinta y dos y me comisionó mi empresa para entablar contactos con otra empresa con vista a una fusion-compra. Corría él 82, estaba recién casado y tu abuela Sebastián preñada de tu tío Pedro. Luego nacería tu madre María del Consuelo. Bueno a lo que iba. Me fue a recibir al aeropuerto mi contraparte en México. Gabriel se llamaba. Un tipo espléndido, más o menos de mi edad, moreno de ojos verdes y una mirada que de primeras me desarmó. Y él se dió cuenta, además. Se me coló tan dentro el tío que era incapaz de dejar de mirarle extasiado ni de soltarle la mano del saludo.

- La verdad, Alejandro era tú nombre, ¿no? que darse la mano está padrísimo, pero me temo que la voy a necesitar para más adelante.

- Se me quedó mirando muy fijamente con esa mirada caliente y una sonrisa leve, entreabriendo los labios y humedeciendo los con la lengua de una manera casi pornografica.

- ¡No mames! Incluso tú podrías necesitarla hoy mismo para ayudarte en alguna actividad.
- Perdona, deben ser las horas de viaje, no se, no se. Lo siento.
- Nada que sentir. Muy agradable tomarte la mano. Incluso, como dicen ustedes, más agradable sería cogerte..., la mano naturalmente. Quizá después de tantas horas necesites aliviar la vejiga. Te digo donde.

- Entramos en unos servicios que había en la zona VIP y ahí se acabó toda corrección. Entró él primero en el servicio, abrió todas las cabinas para comprobar que estábamos solos y con el último empujón a la última puerta se me abalanzó a comerme la boca. Fue una locura.
- ¿Fue tú primera vez? Que emocionante. Y estabas esperando a la tía Consuelo. Bueno ¿y que pasó?
- No, no. La primera, que no fue la primera tampoco, aunque si seria y formal, duró un par de años, con veinte años en la Uni, después de un examen muy duro unos compañeros hicieron en su piso una fiesta. Alcohol sobre todo, las drogas circulaban por otros ambientes. Un colega, Agustín, compañero de piso además, feucho, muy largo, bebió más de lo recomendable y yo le seguí. Acabamos pedo del todo y nos fuimos a casa. Caímos los dos, rotos en su cama y nos quedamos dormidos tal como llegamos. Cuando me desperté estaba desnudo y miré para la otra cama, mi cama, y allí estaba Agustín boca arriba, roncando, tan desnudo como yo. Me noté algo raro en el culo, me llevé la mano y me dolió al tocarme y luego los dedos algo manchados de entre sangre y mierda. De un salto me quedé sentado en la cama, no queriendomelo creer. Me acerqué a mi amigo y miré de cerca. Tenía el capullo manchado de sangre y mierda. Me entró el pánico. ¡Agustín me había dado por el culo!
Me eché instintivamente mano al ano otra vez y lo tenía además de manchado, gordo, como hinchado. Me palpé y no se porqué me oli los dedos. No solo olía a mierda, olía a algo más, algo que me costó reconocer.
- Semen de tu amigo, ¿no?
- Claro, enseguida lo deduje. Pero en lugar de cabrearme, sin explicación posible, reconocer que Agustín me había preñado hizo que mi rabo se pusiera duro. A partir de ese momento se disolvió mi voluntad en un lago de lujuria que tenía dentro, no se donde, y pasó de todo. Limpié la polla de Agustín de mi mierda con mis propias manos y sin ninguna repulsión me la metí en la boca. Rápidamente creció y se puso dura. Mientras chupaba una idea se fue abriendo paso en mi imaginación. Con esa polla tan dura y estando ya desvirgado sin conciencia, ¿que sentiría si volviese a entrarme en el culo, dolería, me correría de gusto? Y no lo pensé me senté sobre las polla de Agustín.
- ¿Te dolió, daddy?
- ¿Te ha follado alguien, alguna vez, Mateo?
- No. Soy top. Tú nieto es bottom. Yo creo que a él no le duele, yo gozo mucho metiendosela. ¿A tí te duele, Sebastián cuando te la meto?
- Ya no. La primera vez, mucho, pero el placer de saber que Mateo me tiene a su merced y que me hace lo que me hace y disfruta tanto es suficiente. Ahora ya lo único que deseo es que me la meta el mayor tiempo posible. A tí, abuelo¿te dolió cuando te la clavaste? porque está claro que de la primera no te acuerdas.
- Me dolió, sí, pero no era capaz de dejarlo, era una especie de reto. Necesitaba que me entrase entera. Poco a poco fue entrando y cuando la tenía casi toda dentro, Agustín se despertó.
- Y que dijo.
- Que siguiera que estaba a punto de correrse. Cuando estuvo desperezado del todo se le puso enorme y dudé de que pudiera meterla entera.

- Vaya, parece que no tuviste suficiente con lo de ésta noche. Me costó algo, pero no tanto como lo que esperaba de un virgen, ni te despertaste ¿Te la habían clavado ya? Me dió la impresión de que sí
- Tienes un rabo muy listo. Fue hace muchos años. Tenía yo diez años.
- Sigue contandomelo pero no pares de cabalgar, me estás dando mucho gusto. ¿Que te pasó con diez años, algún familiar? lo típico.
- Fuimos a un retiro de la parroquia un finde. Uno de los catequistas, tendría veinte años o menos me llevó a meditar al bosque y allí me trajinó..., y me dolió, aunque me gustó, la verdad. Pero fue esa vez y después se me olvidó. No tenía idea de que eso fuese algo común entre hombres. Me creí un bicho raro, y ya te digo, me olvidé.
- Estabas desvirgado, pero bueno disfruté follandote y ahora también lo estoy haciendo. ¿Se lo vas a decir a tu novia?
- ¿Solucionaría algo que se lo confesara o la haría sufrir sin razón?
- Entonces tengo tu culo a mí disposición. No hay nada que más cachondo me ponga pensar que esa polla que se balancea a impulsos de mis embestidas se mete en un coño caliente y siente como su culo se queda vacío y triste, lo que le hace añorar una vez más mi rabo.

- Aquello nos duró un par de años hasta que terminamos las carreras. No he vuelto a verle.
Con Gabriel en aquellos servicios del Benito Juárez fue otra cosa. Los mexicanos son muy ardientes. En sus manos me sentí otra vez en manos de Agustín. Deseaba que la dilatación conseguida con él en esos dos años no se hubiese revertido. Gabriel me desnudó, literal. Me quedé con los pantalones en los tobillos y la americana y la camisa por los suelos. Fue casi una violación. Emocionante. Me dió un poco de saliva, apuntó y de un golpe de caderas, seco, me la clavó. Yo mismo fui el sorprendido de que el dolor no me hiciese desmayar. Veréis, si me dolió, pero fue soportable y cedió rápidamente para dar paso a un placer prostático que no he vuelto a tener. Nunca me expliqué como lo consiguió pero me corrí dos veces. La primera, nada más metermela por estimulación de la glándula y la segunda en cuanto arremetió con más fuerza aún porque se venía él.
- Daddy, no te dijo nada de lo fácil que te la metió.
- Me dijo algo al oído, mientras me mordisqueaba la oreja, que creo que fue lo que precipitó el primer orgasmo.

- Mi mariconcito vicioso, que calladito lo tenías. Venías para ser mi hembra complaciente y resulta que estabas ya corrida, putita.

- Hembra, mariconcito, putita, tuvieron una resonancia tan placentera en mi cabeza que me mareé de placer.
Estuve en México, una semana, y me follaba por lo menos tres veces al día. Yo estaba loco de contento. Un día me llevó a una sauna para que me follase otra gente mientras el miraba. No se puede disfrutar más. Yo no sabía de la existencia de ese recurso de las saunas, aquí no había o era algo muy subterraneo y le pregunté sobre si  locales de esos habría aquí. Me dijo que claro. Y en cuanto volví, los busqué. Desde entonces no he perdido la elasticidad y algunas veces, cuando hay suerte hago hasta dobles. ¡Claro! no es lo mismo que cuando tenía los treinta y tantos. Ahora mi sexo es solo mi ano.
- ¿Cómo, cómo? abuelo que es eso de que "solo"
- Os parece que vayamos a casa, a seguir charlando, pedimos comida y quizá veamos una peli o algo.
- Daddy, perfecto.
- ¿Sabes, Mateo? Esa forma de llamarme daddy, me pone cachondisimo.
- A mi también, abuelo, me lo imagino..., bueno, uff, que calentadero...
- Que conste para los dos, abuelo y nieto. Lo digo con toda la intención para ver por dónde va la aguja de marear y parece que lleva la derrota esperada. Vámonos.
En el coche, Sebastián y Mateo son ninguna reserva ni pudor estuvieron a brazo partido hasta que Mateo le dijo a Sebastián que si no dejaba la lengua quieta se corría en la boca. Alejandro por el retrovisor vio la cara de éxtasis de Mateo y a su nieto levantándose del regazo de su novio relamiéndose los labios.
- Ahora, imagino que en mi casa jugaremos al parchís.
- Que va abuelo, este recupera en minutos y yo estoy que me salgo ya.
Alejandro enfiló una rampa de garaje y accionó un mando. La puerta, obediente, se abrió y el coche entró a la penumbra del aparcamiento.
- Pero abuelo, ¿donde vamos? ésta no es tu casa.
- A mi casa especial. Ahora la veréis. Es..., distinta. Un piso de diversión diría, sin complejos ni casi normas. Por no tener no tiene ni tabiques ni puertas ni nada. Todo es diáfano, un ático perfectamente aislado del resto de vecinos.
- Que clase de casa es esa, ¿una nave como de una fábrica?
- Es una clase de casa que me parece que os va a encantar.

lunes, 10 de marzo de 2025

EL TRASTERO

 

Querido mío:
Voy a escribirte esta carta, que espero que no leas jamás, pero que ruego a cualquier dios, real o fingido que los hados se confabulen para que llegue a tus pupilas y llores de deseo, asco y desesperación.
¿Cuando fue la ultima vez que rozamos con contenido ardor nuestros sexos y vimos...? da igual, se que recuerdas el reguero de precum que alcanzaba nuestras bolsas colgantes y gruesas y goteaba sobre nuestros pies desnudos. Yo si recuerdo tu fruición lamiendo mis dedos bañados de ambrosía de macho y aún tengo en mi memoria tu olor andrógino en tu dedo gordo. Chuparlo lentamente, con delectación me hacia volar a esos mundos intangibles, pero no menos reales, en los que el tiempo se detiene y placer es la única palabra que existe en su vocabulario.
Pero dejémoslo. Quizá lo olvidaste. Yo no puedo hacerlo. El buquet de tu precum me obligaba a una ascensión morosa y difícil por tus farallones de pura musculatura de hombre cuidado, hasta alcanzar la cumbre origen de esa cascada de néctar. Me mareaba deseando consumirla en modo infinito, pero no podía ser suficiente con eso. Tenía que volver a explorar con mi olfato y mi aliento de saliva espesa tu umbría. El tesoro que escondías entre tus pliegues y muslos, esos insobornables centinelas de la puerta más secreta de tu cuerpo.
¿Recuerdas? Nos conocimos aquel día. Yo estaba en el andén y tú bajabas apresurado para no perder el convoy. Te clavé con mi mirada, tu ensartaste la mía y no hubo marcha atrás. "Llego tarde al trabajo" pero no te contesté, la vida se detuvo a nuestro alrededor, no había ya mundo, solo una nube malva que nos envolvía y nos empujaba. No pude dejar de mirarte y permití que el inexistente tren se marchase. Llegabas tarde y no habías tenido tiempo de nada. Pero nadando en mis deseos comprendiste que no hacia falta ya ese trabajo. Yo era en ese momento tu trabajo. Fue solo un "acompañame" dicho como un ruego o una orden o una sugerencia que yo estaba deseando aceptar. Resonó en mi como un acorde del Imagine de Lennon. 
Cuando escuche en el 72 esa canción por primera vez y me la tradujeron lloré. En ese momento en aquel andén se hacía realidad aquel ¿porqué no? un mundo sin prejuicios, sin guerras, sin divisiones entre heteros y no. ¿Porqué no podría yo besar a aquel ángel sin que nadie tuviera que enarbolar un reproche?
Recuerdo como me condujiste fuera del metro, sobre nuestra nube, hasta una calle. No supe que calle, ni siquiera si lo era. Iba enlazado a ti como por magnetismo, donde me llevaras estaría bien.
Aquel trastero desordenado con cachivaches y ropa vieja amontonada fue nuestra suite nupcial. Yo si recuerdo aún con temblor cuando me lancé como una fiera a tu puerta más secreta y casi gritaste: "hoy no me he duchado" ¿Recuerdas aquel mi rugiente: "mejor" más lujurioso que nunca podrías volver a escuchar? Y te relajaste. Fue tu olor, tu sabor lo que me desencadenó el ansia de que me habitases y en tí la contrapartida en forma de sesentaynueve inédito para los dos. Perdiste, no, perdimos la conciencia de ser y fuimos una sola conciencia, y cuando el deseo nos aplastaba te cabalgué consciente de lo que hacía, si, lo deseaba. El dolor, lo suponía, sería el peaje, siempre un regalo por ser contigo. Tu cara era de estupor. Yo tenía dieciocho cumplidos y era virgen, pero me empeñe y me diste la razón, entraste en mi con un dolor insoportable para cualquiera que no hubiera bebido de tu parte más secreta, pero, hoy ya lo sé, el dolor es siempre el umbral del placer, solo hay que atreverse a pasar bajo ese dintel mágico y experimentar las estrellas estallando en tu cabeza. Pero de pronto te retiraste y con estupefacción me enseñaste como mi propia hez envolvía tu delirio. Pusiste cara de decepción, pensabas que habías sido arrojado a la tierra desde las alturas del Olimpo por el pecado más oscuro cometido. Hasta que abracé tú deseo con mi boca haciendo que la lengua te hiciese reencontrarte con la eternidad. Te dejaste hacer, no podías rechazar más el cielo. Yo empecé a derramarme sabiendo el placer que encontrabas en que yo me comportase como el cerdo que soy, hasta que el sabor acre de mi boca se tornó dulzón por tu licor espeso. No me quería retirar hasta que tú con delicadeza me empujaste. Te sorprendió la limpieza de tu virilidad, me miraste a los ojos y me besaste de la forma más delicada, explorando con tu lengua todo resquicio de mi boca. Con un "me gusta tu sabor" se acabó la magia. Tenías que irte a trabajar. Nos despedimos para nunca volver a vernos.
Creo que ya sabes quién soy, por eso está carta es para contarte que desde aquel día solo quiero ser ese cerdo que se entregó. Ese coprófago que se vació sabiendo que el vehículo de la lujuria desatada era tuyo. Pero nadie me entiende, todos me rechazan. Nadie me quiere besar ya después de la culminación.
Nunca nos dijimos nuestros nombres. No he vuelto a verte. A la misma hora que me esclavizaste y en la misma estación he estado multitud de veces. No volví a verte. Ahora pienso en tí como una ensoñación pero sé que lo que sucedió en aquel trastero fue muy real.
Escribo esta carta mes a mes y la echo en cada buzón que veo del barrio, aquel en el que las mujeres se afanan en limpiar sus portales, los críos juegan al balón en la calle y los granujillas adolescentes sueñan cada día en llevarse a su vecina al huerto, y quien sabe si al vecino mejor.
Entre carta y carta se fue derramando mi vida y dócil me dejé llevar en el rebaño. Cuando tocó, me casé como todos, me resigné sin ti a mí lado a lo que él severo común me exigía. Tuve hijos, nietos y ya me ves, sigo mes a mes volviendo a cumplir aquellos dieciocho años sin haberte olvidado un solo día.
Me despido otro mes más. Y hace ya..., ni me acuerdo de los años. Fíjate que mis nietos rondan ya los dieciocho, la edad que yo tenía cuando me convertiste en el hombre más feliz del cielo. Porque, ahora lo he comprendido, aquel espacio no era un trastero, era el cielo por obra y gracia de tu  dulzura. Y tuve el privilegio de tocarlo con mis dedos y besarlo con mis labios.