domingo, 21 de diciembre de 2014

24 HORAS RUTINARIAS

Suena el despertador; las 6 y media, ¡ que horror! hay que levantarse.
Estoy empalmadisimo y pienso que será que me estoy meando, pero la cercanía de mi mujer hace que me olvide de orinar. "Ni cinco minutos, total" pienso, e introduzco con soltura los dedos entre los muslos de mi mujer que de forma refleja separa la piernas. Estimulo unos segundos y se la calzo. A los pocos embites, la cosa decae y tengo que desistir. Mi mujer ni se despierta, tan acostumbrada está a los gatillazos matutinos.
Afeitándome vuelvo a empalmar y siento irreprimibles deseos de mear otra vez y el deseo no consumado minutos antes hace que se me ocurra la maldad de mearme en el lavabo y afeitarme con esa mezcla de agua tibia y tibia orina. Mientras paso la cuchilla por la cara resbalándome las gotas con sabor a orina hasta los labios me excito con la porquería al punto de masturbarme furiosamente eyaculando sobre el agua del afeitado. De inmediato me entran arcadas solo de pensar que he de terminar de afeitarme y tengo que cambiar el agua del lavabo para poder acabar.

Mientras conduzco hasta el hospital me reprocho haberme pajeado de esa forma tan absurda; un frenazo del gilipollas de delante hace que me olvide y mire el reloj. Llegaría tarde.

¡¡Me cago en la hostia!! otra vez un imbécil, seguro que residente, me ha ocupado la plaza de aparcamiento.

Paso por la cafetería y me tomo el corto de leche para poder empezar. Luego al vestuario. En calzoncillos para ponerme el pijama entra en el vestuario un chaval con una procesión de hormigas en unas mejillas morenas, como conato de barba. La verdad que feucho, pero con "algo". El muy descarado se me queda mirando de arriba abajo y detiene la vista donde no debiera, y para colmo me corto y me hace recordar aquellas épocas en las que eramos tan modernos y tan tolerantes que alguna vez que otra acabábamos en la cama de quien no debiéramos (aunque no me desagradase) solo por dárnoslas de estupendos -no sería la primera vez que saliendo de la cama de algún compañero,  buscaba ansioso la de Verónica, con la que me llevaba más que bien y nunca se explicó que hacía yo en la cama de otro tío, "con lo bien que follas tú" y me abofeteaba cuando le respondía, que precisamente por eso, tal era mi grado de estúpido narcisismo.
Tras pasar un eterno segundo de halago al sentirme observado; "¿Se te ha perdido uno como yo?", borde a propósito, pregunto (seguro que era el residente que me había quitado la plaza de aparcamiento); y el chaval, " Uno como tu, pero con menos barriga, aunque no estás nada mal", tras lo que me guiña un ojo, abre su taquilla y parsimonioso se cambia al pijama de marrón claro, de infeccioso. Me quedo sin palabras  me hago el remolón y salgo detrás de él. 

"Has visto ya al nuevo fichaje de infeccioso" me saca del medio mosqueo la voz de Maribel, la administrativa del Departamento y le espeto que si es gay o así y ese "¿ya te ha tirado los tejos?" me pone fuera de mi (al tiempo que siento en la boca del estomago el vértigo del salto al vacío y la aventura) pero aterrizo de repente cuando continua "se tira a todo lo que tenga dos patas y bombee sangre, pelo o pluma, versátil que es el chaval" y me la quedo mirando de tal forma que le saco una carcajada abierta y sincera. En su momento con Maribel tuve mis más y mis menos, cuando ella tenía menos carnes y yo aguantaba las guardias sin dormir. Eramos dos fieras ciegas de hambre, ¡¡que tiempos!! Pero ya se sabe, cuando la confianza es tanta que uno pasa a la categoría de amigo de verdad, el sexo deja de ser excitante y pasa a segundo plano.

Llego al Servicio y me voy a mi despacho a ver que me han ingresado esa guardia. Paso por la 102 y veo a esa limpiadora menudita que cuando se agacha para remeter las sabanas, como va tan corta, se le ve el tanga y no puedo evitar resoplar y ver como ella con descaro se vuelve y me sonríe. Y ya tengo yo la mañana hecha, con un calentón de muerte.

Me enfrasco en el hojeo de las historias hasta que llega Marta, mi supervisora - que yo no sabía que las momias trabajaban tanto; unos doscientos años - muy eficiente por cierto.
Me dice que si pasamos sala ya, le digo que si y por el pasillo me cruzo con la limpiadora, la menudita, que me guiña un ojo y me hace trastabillar. 'Me voy a cagar en todo lo que se mueve' pienso, tiene narices, a mi edad comportándome como un adolescente. Paso sala, aburrimiento total, pero muy profesional. Vuelvo a mi despacho. Entra la menudita, dice que tiene que pasar el suelo y noto como el cuerpo se me rebela. La muy..., se agacha delante de mis narices y me enseña el culo y justo, cuando ciego de todas las cegueras voy a tirar la espita al callejón e iniciaba el movimiento para palpar cacha, entra  Marta, mi eficiente momia y dice que recuerde que tengo comisión de ética en un cuarto de hora.

Un tostonazo de dos horas. Sesteo. Virginia, la psicóloga,  comienza con su vehemencia a defender un final digno para los enfermos terminales, sin prolongaciones estériles de las constantes vitales. Se que es lesbiana, pero es una treintañera pequeñita, de pechos medianos y ademanes certeros. Le clavo los ojos y ella me fulmina con los suyos "sabe que me la quiero follar" pienso y eso me complace. A medida que la veo desnudándose con furiosa decisión más me excito y cuando ya la veo a cuatro patas exigiéndome la presencia impulsiva en su físico no puedo soportar más la erección..., y en ese momento mi teléfono vibra. Miro y leo: "Cariño, voy con Elena,  Rosa y Mercedes de tiendas, luego al cine y cenaremos cualquier cosa por ahí. Tú hazte algo. Besos." Como si fuese una novedad; es la costumbre. Se me ha bajado la erección pero noto que me he mojado de esmegma. Acaba la reunión y me lanzo a la psicóloga pero antes de que pueda abrir la boca me escupe "Ni se te ocurra, salido, que te conozco mejor que tu puta madre", que lejos de molestarme me pone más cachondo aún.

Llego al Servicio, doy unas cuantas ordenes de tratamiento y le digo a la supervisora que me llame al móvil si pasa algo, "algo es algo, no me vayas a joder con monsergas" y decido ir al club a comer con algún colega, que siempre hay alguno jugando al golf, despistadillo de su destino.

Me cambio y voy por el coche y de forma automática me dirijo a mi plaza y me topo con el jodido coche okupa. En eso escucho "Ya te lo quito, tío", me vuelvo y veo al del conato de barba con una amplia sonrisa, vestido de calle. "Ya me voy que me deben horas, ¿a ti también te deben algo...", le digo que yo también me voy, pero porque me da la gana, para eso soy el Jefe de Servicio. Se me acerca, me tiende la mano y me dice que se llama David, "Sin rencores..., no sabía..." le acepto la disculpa y me sonríe enseñándome una perfecta hilera de dientes blanquísimos mientras me invita a unas cervezas para firmar el armisticio. "Porque no" pienso, al fin y al cabo lo que tengo es tiempo. "Invito yo" me dice y al tiempo veo en sus ojos un rayo de información que dice algo más en ese 'invito yo'. "Este chaval, es un puto seductor" me digo y me retrotraigo a mis veintidós años cuando aquel chaval de un curso inferior, Jorge, me miró de una forma..., no se, vamos que aunque acabé consolándome con Veronica, antes toqué nabo en su cama, y nunca supe muy bien porque, me dio un morbo raro.
Fuimos dando un paseo por el centro hasta una bodeguita muy animada, en los bajos de un edificio centenario. Nos sentamos en un extremo de la barra y nos sirvieron la primera, la segunda y a la tercera ya eramos viejos amigos. Charlábamos animadamente cuando nos sirvieron la quinta y me levanté a mear, David siguió mis pasos y entramos los dos al urinario. Un lavabo y una cabina con el inodoro. Nos quedamos mirándonos y le digo "Lo siento pero me meo" me contesta que vale encogiéndose de hombros y se mete en la cabina conmigo; con mucho desahogo se desabrocha su vaquero para dejar salir su pene, "¿No usas calzoncillos?" y comprendí en ese momento que acababa de cometer un tremendo error mientras me  abría el pantalón. "Me resulta muy sexy, sentir que practicamente voy desnudo, y si alguien me lo dice es que me empalmo, ¿ves?" Efectivamente ya tenía entre los dedos un miembro digno de cualquier actor porno. Y con todo el descaro, mientras un potente chorro de orina le emergía de la punta me dice "Toca, toca, verás lo dura que se me pone", acabé de orinar, casi me la pillo con la cremallera y salí de allí dispuesto a largarme, hasta que sentí que me sujetaban del antebrazo. "Venga, D. Fernándo, no se me enfade, que no era más que una broma" y encarando sus chispeantes ojos a los míos me sonríe de esa forma extraña, "Sin malos rollos..., aunque si quieres te hago una mamada y en paz" y muerto de risa se inclina hacia atrás y me señala con el dedo indice. Me tengo que reír de su juvenil descaro.
Quiero seguir la broma y: "pues nada, la mamada, con arcada, claro, y en paz" pero noto que se le pone serio el rostro, con rictus de ansiedad, se me acerca y me dice que en la bodeguita no, que en su casa o si prefiero en la mía,  "y esto ya no es ninguna broma. Desde que te he visto en el vestuario no se me ha quitado de la cabeza mi imagen atragantándose de ti a la vista de tu dotación"
Me quedo frío con su declaración. Sin decir palabra me giro y encamino la salida. Escucho a mis espaldas: "La oferta continuará en pie hasta que reconozcas que lo estás deseando"

Vuelvo a casa indignado, no tanto por la proposición sino porque la verdad es que me habría gustado. Me ducho, no tengo ganas de comer, pero estoy desazonado.  Bajo al garaje, cojo el coche y voy en busca de una puta de carretera. La primera que encuentro, una senegalesa probablemente, me pide veinte euros por la mamada y cuando me la está haciendo se me viene la sonrisa del cabrón ese de residente y se me baja. Despido a la negra, le doy otros veinte por el mal rollo y me vuelvo a casa.

Me siento en pijama en mi sillón favorito y pongo a bastante volumen una sonata de Leclair. Noto como de forma mansa las lagrimas resbalan por mis mejillas.

Aún suena el violín de Leclair cuando mi mujer me despierta. "Venga, señor aburrido, a la cama; ¿no te cansas de oír maullar a ese gato siempre?

Otro día rutinario más. 

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