lunes, 10 de marzo de 2025

EL TRASTERO

 

Querido mío:
Voy a escribirte esta carta, que espero que no leas jamás, pero que ruego a cualquier dios, real o fingido que los hados se confabulen para que llegue a tus pupilas y llores de deseo, asco y desesperación.
¿Cuando fue la ultima vez que rozamos con contenido ardor nuestros sexos y vimos...? da igual, se que recuerdas el reguero de precum que alcanzaba nuestras bolsas colgantes y gruesas y goteaba sobre nuestros pies desnudos. Yo si recuerdo tu fruición lamiendo mis dedos bañados de ambrosía de macho y aún tengo en mi memoria tu olor andrógino en tu dedo gordo. Chuparlo lentamente, con delectación me hacia volar a esos mundos intangibles, pero no menos reales, en los que el tiempo se detiene y placer es la única palabra que existe en su vocabulario.
Pero dejémoslo. Quizá lo olvidaste. Yo no puedo hacerlo. El buquet de tu precum me obligaba a una ascensión morosa y difícil por tus farallones de pura musculatura de hombre cuidado, hasta alcanzar la cumbre origen de esa cascada de néctar. Me mareaba deseando consumirla en modo infinito, pero no podía ser suficiente con eso. Tenía que volver a explorar con mi olfato y mi aliento de saliva espesa tu umbría. El tesoro que escondías entre tus pliegues y muslos, esos insobornables centinelas de la puerta más secreta de tu cuerpo.
¿Recuerdas? Nos conocimos aquel día. Yo estaba en el andén y tú bajabas apresurado para no perder el convoy. Te clavé con mi mirada, tu ensartaste la mía y no hubo marcha atrás. "Llego tarde al trabajo" pero no te contesté, la vida se detuvo a nuestro alrededor, no había ya mundo, solo una nube malva que nos envolvía y nos empujaba. No pude dejar de mirarte y permití que el inexistente tren se marchase. Llegabas tarde y no habías tenido tiempo de nada. Pero nadando en mis deseos comprendiste que no hacia falta ya ese trabajo. Yo era en ese momento tu trabajo. Fue solo un "acompañame" dicho como un ruego o una orden o una sugerencia que yo estaba deseando aceptar. Resonó en mi como un acorde del Imagine de Lennon. 
Cuando escuche en el 72 esa canción por primera vez y me la tradujeron lloré. En ese momento en aquel andén se hacía realidad aquel ¿porqué no? un mundo sin prejuicios, sin guerras, sin divisiones entre heteros y no. ¿Porqué no podría yo besar a aquel ángel sin que nadie tuviera que enarbolar un reproche?
Recuerdo como me condujiste fuera del metro, sobre nuestra nube, hasta una calle. No supe que calle, ni siquiera si lo era. Iba enlazado a ti como por magnetismo, donde me llevaras estaría bien.
Aquel trastero desordenado con cachivaches y ropa vieja amontonada fue nuestra suite nupcial. Yo si recuerdo aún con temblor cuando me lancé como una fiera a tu puerta más secreta y casi gritaste: "hoy no me he duchado" ¿Recuerdas aquel mi rugiente: "mejor" más lujurioso que nunca podrías volver a escuchar? Y te relajaste. Fue tu olor, tu sabor lo que me desencadenó el ansia de que me habitases y en tí la contrapartida en forma de sesentaynueve inédito para los dos. Perdiste, no, perdimos la conciencia de ser y fuimos una sola conciencia, y cuando el deseo nos aplastaba te cabalgué consciente de lo que hacía, si, lo deseaba. El dolor, lo suponía, sería el peaje, siempre un regalo por ser contigo. Tu cara era de estupor. Yo tenía dieciocho cumplidos y era virgen, pero me empeñe y me diste la razón, entraste en mi con un dolor insoportable para cualquiera que no hubiera bebido de tu parte más secreta, pero, hoy ya lo sé, el dolor es siempre el umbral del placer, solo hay que atreverse a pasar bajo ese dintel mágico y experimentar las estrellas estallando en tu cabeza. Pero de pronto te retiraste y con estupefacción me enseñaste como mi propia hez envolvía tu delirio. Pusiste cara de decepción, pensabas que habías sido arrojado a la tierra desde las alturas del Olimpo por el pecado más oscuro cometido. Hasta que abracé tú deseo con mi boca haciendo que la lengua te hiciese reencontrarte con la eternidad. Te dejaste hacer, no podías rechazar más el cielo. Yo empecé a derramarme sabiendo el placer que encontrabas en que yo me comportase como el cerdo que soy, hasta que el sabor acre de mi boca se tornó dulzón por tu licor espeso. No me quería retirar hasta que tú con delicadeza me empujaste. Te sorprendió la limpieza de tu virilidad, me miraste a los ojos y me besaste de la forma más delicada, explorando con tu lengua todo resquicio de mi boca. Con un "me gusta tu sabor" se acabó la magia. Tenías que irte a trabajar. Nos despedimos para nunca volver a vernos.
Creo que ya sabes quién soy, por eso está carta es para contarte que desde aquel día solo quiero ser ese cerdo que se entregó. Ese coprófago que se vació sabiendo que el vehículo de la lujuria desatada era tuyo. Pero nadie me entiende, todos me rechazan. Nadie me quiere besar ya después de la culminación.
Nunca nos dijimos nuestros nombres. No he vuelto a verte. A la misma hora que me esclavizaste y en la misma estación he estado multitud de veces. No volví a verte. Ahora pienso en tí como una ensoñación pero sé que lo que sucedió en aquel trastero fue muy real.
Escribo esta carta mes a mes y la echo en cada buzón que veo del barrio, aquel en el que las mujeres se afanan en limpiar sus portales, los críos juegan al balón en la calle y los granujillas adolescentes sueñan cada día en llevarse a su vecina al huerto, y quien sabe si al vecino mejor.
Entre carta y carta se fue derramando mi vida y dócil me dejé llevar en el rebaño. Cuando tocó, me casé como todos, me resigné sin ti a mí lado a lo que él severo común me exigía. Tuve hijos, nietos y ya me ves, sigo mes a mes volviendo a cumplir aquellos dieciocho años sin haberte olvidado un solo día.
Me despido otro mes más. Y hace ya..., ni me acuerdo de los años. Fíjate que mis nietos rondan ya los dieciocho, la edad que yo tenía cuando me convertiste en el hombre más feliz del cielo. Porque, ahora lo he comprendido, aquel espacio no era un trastero, era el cielo por obra y gracia de tu  dulzura. Y tuve el privilegio de tocarlo con mis dedos y besarlo con mis labios.