Acababa de hacer la primera
comunión. La celebración más emocionante de mi vida hasta ese instante. Mi madre
me había comprado un traje de alforzas de organdí suizo con el que me sentía
como una reina. Era el centro de todas las atenciones y mi padre no paraba de
empañársele los ojos cada vez que me miraba. Mi hermano pequeño, Raúl con sus
cinco años intentaba robar el protagonismo que me correspondía corriendo de
aquí para allá, saltando, llorando o gritando; pero era imposible, yo era el centro
ese día.
Mis padres estaban a mi lado
cuando fui abriendo los regalos y a cada uno nuevo todos aplaudían y se
regocijaban conmigo. Era muy feliz. Además como había dicho el cura, ahora era
como un ángel, solo tenía que tener cuidado de ser obediente y pura no pecando.
Lo de la obediencia era lo más
complicado; lo de la pureza, no lo entendía. Pura era el agua, la leche que nos
traían a diario y que mi madre se empeñaba que estaba bautizada y los
amaneceres cuando mi padre salía para el campo y yo espiaba su marcha cuando me
desvelaba. Pero que yo fuese pura no lo entendía. Mi tío Gerardo me cogió en
brazos y me estrechó contra él con toda la fuerza que tenía.
Tío Gerardo era el hermano
pequeño de mi madre; hoy se que cuando yo hice la primera comunión él tenía
treinta y un años, pero en aquel momento me parecía tan viejo como mi padre que
aquel día hacía una semana que había cumplido los treinta y ocho; mi madre
tenía treinta y tres, la edad de cristo decía el cura.
Al estrecharme contra su pecho,
el mío se comprimió y los dos botoncitos que coronaban mis senos que ya
comenzaban a buscar su protagonismo me produjeron una sensación de tirantez que
aún hoy, no sabría definir si era desagradable o inquietantemente deliciosa.
Aquello pasó y no lo volví a recordar.
En casa, mis padres dormían en
una amplia alcoba en la que Raúl aún permanecía en su cama cuna hasta, que yo
suponía que por dinero, se pudiese arreglar una habitación que era en la que se
guardaban los trastos y que sería la suya. Pero como el niño dormía bien en la
habitación de mis padres la situación no era incomoda. De lo que no estaban al
día mis padres es que Raúl a veces se despertaba por los ruidos que la pareja
emitía al hacer el amor; hoy se que era hacer el amor, en aquel entonces…
- Laura, Laura – me perseguía por
toda la huerta mi hermano – Laura que tengo que decirte un secreto.
- Pero si me lo dices ya no será
un secreto – me burlaba de él.
- Que si, tonta, que si. Que papa
por las noches…
- Ya está bien Raúl – le
interrumpí previendo complicaciones – no seas más cotilla, y deja a tu padre en
paz.
- Es que le pega a mama – y
comenzó a llorar.
Le abracé muy fuerte consolándole
y al estrecharle en mi regazo, sentí otra vez esa punzada extraña en mis
pezones, como aquella otra del tío Gerardo, pero esta vez hubo como un calambre
instantáneo y muy intenso que me llegó hasta la entrepierna. Aparté de
inmediato al niño de mí. Algo había en aquella reacción que me inquietaba. Yo
tenía solo doce años, era una niña y esas sensaciones…
- ¿Cómo que le pega? – pregunté
de forma insensata, porque estaba nerviosa por lo que le sucedía a mi cuerpo y
me perdí.
- Anoche me despertó una voz de
mama muy alta que le decía a papá que no. Papá le decía que le iba a gustar. Yo
estaba muy asustado, porque parecía que mama lloraba y miré por entre los
barrotes de la cuna y papá quería que mama se diese la vuelta y se pusiese de
espaldas.
- ¿De espaldas, estás seguro? A
ver si estabas soñando Raúl…
- ¡Que si, que quería que se
pusiese de espaldas!
- ¿Y se puso? Ya para estas alturas
de la conversación yo estaba intrigada y no solo eso, sino que de forma
imperceptible estaba humedeciéndome por mis partes, al tiempo que notaba como
los pezones me rozaban de una forma que hasta entonces no había experimentado,
contra la camisetilla que llevaba.
- Si, al final, papa le dio la
vuelta y le colocó la almohada debajo de la barriga. Luego se tumbó encima de
ella…
- ¿Y qué? vamos, continúa…
- Luego mama decía enfadada que
por ahí no, que por ahí no, hasta que mama metió la cabeza debajo de la otra
almohada para gritar sin que se le oyese, pero yo si le oía como gritaba que le
dolía hasta que papá bufó como la vaca cuando se queja y se quedó quieto. Mama
se volvió le dio una bofetada y le dijo que era un animal. Que así no quería.
- ¿Y eso es todo? Tú te has
debido equivocar. Y no vuelvas a espiar a los padres o se lo diré y te sacaran
de la habitación.
- Pero…- protestó Raúl
- Pero se acabó- corté la
conversación y me volví a la casa.
A medida que caminaba hasta la
casa sentía como me resbalaban las piernas y lo que tenían entre ellas y eso
producía una sensación muy agradable. Instintivamente me llevé las manos y noté
algo duro y elástico; me estremecí de felicidad, y me asusté a un tiempo, sabía
que algo no estaba bien.
Entré en la casa y me abracé a mi
madre que estaba trasteando en la cocina.
- Te quiero mucho mama – me salió
espontáneo.
- Y yo a ti Laurita, cariño…
- Mama.
- Que quieres; algo que quieras
contarme.
Y en ese instante crecí. En ese
momento me hice mujer y supe que lo que me había confiado Raúl tendría que ser
para mi nada más. Por alguna razón empezó a intrigarme el tamaño del sexo de mi
padre. A Raúl le había visto infinidad de veces su sexo y por afinidad en mi
mente imaginaba el de mi padre enorme y me entraron unas ganas tremendas de
verlo. Tan me hice mujer que sentí que una gota de lo que humedecía mi sexo
cayó al suelo; enrojecieron mis mejillas y mi madre me notó un temblor.
- ¿Qué te pasa Laura?
Me miró a la cara, luego miró
donde yo clavaba la vista y se le iluminó el rostro.
- ¡Hija mía, ya eres mujer!
Yo estaba tan chocada que ni
cuenta me había dado que la gota que mi cuerpo había destilado era rosada.
Mi madre me abrazaba una y otra
vez.
- Acompáñame – me dijo.
Me llevo de la mano hasta su
dormitorio. Allí rebusco en un cajón de la cómoda, se agachó delante de mí, me
remangó el vestido y me quitó las bragas, me hizo ponerme unas limpias, pero
antes de colocármelas interpuso entre mi cuerpo y la felpa de las bragas una
especie de toallita pequeña.
- Cuando notes que estás muy
empapada de sangre vienes a este cajón coges un pañito higiénico, vas al
lavabo, te enjuagas y te colocas uno limpio. Esto nos pasa a las mujeres todos
los meses, hija. Esto significa que ya eres una mujer y que podrías quedarte
embarazada. No dejes a ningún hombre que se asome a tu tesoro más preciado.
Aquello de acercarse al tesoro,
me sonó a piratas, a islas y a peleas pero no quise preguntar más; de buena
gana le habría preguntado por lo que me dijo Raúl, pero algo muy hondo me decía
que aquello no era para preguntar. Además cada vez que lo recordaba la
imaginación se me iba a la forma y tamaño del sexo de mi padre y aunque me
excitaba también me inquietaba.
Pasé dos días manchando casi de
forma imperceptible pero yo me sentía mayor y me cambiaba el pañito higiénico
aunque no lo necesitase, y aunque me parecía imposible tenía la impresión de
que los pechos me crecían y los parches mas oscuros alrededor de los pezones se
ennegrecían.
Se acercaban las vacaciones. Mis
padres al fin decidieron sacar a Raúl de su alcoba no sin tener que soportar la
oposición gritona y llorosa del niño que se resistía a dormir solo. Al cabo de
un par semanas y tras unas noches de amenazas a media voz y algún azote que
otro para templar los ánimos, Raúl se avino y de llorar y molestar pasó a
dormir del tirón todas las noches. Nunca volvió a hablar de aquel asunto
conmigo y nunca supe si él lo guardaría en su memoria; siempre he supuesto que
ya que yo no le di excesiva importancia y dudé de su relato él lo llevó al olvido.
Pero yo no.
A medida que avanzaba el verano,
el calor sofocante y la falta de brisa que aliviase hizo que todos durmiésemos
ligeros de ropa y con las puertas abiertas para intentar que se crease algo de
corriente y bajase la temperatura.
Una de esas noches de agosto, en
que dormir era ya difícil por la canícula, los susurros que venían de la
habitación de mis padres me desvelaron. Era noche de luna llena que alumbraba
más que muchos soles de anochecida en invierno. Me levanté sigilosa acercándome
a su alcoba y saliéndoseme el corazón por la boca pude atisbar y escuchar. Me
parecía que mis latidos del corazón se escuchaban a kilómetros de distancia y
los esfuerzos por no jadear de excitación hacían que las sienes pareciese que
iban a estallar. La conversación que escuché a continuación me abrió los ojos y
me sumió en la más profunda de las depravaciones.
- Y te quejabas…- decía mi padre
en voz baja
- No hables tan alto que vas a
despertar a los niños.
Cuando escuché esas palabras me
quedé sin respiración. No me atrevía ni a mover un dedo; esperaba que de un
momento a otro apareciesen los dos por la puerta recriminándome que fuese tan
indiscreta.
- Aunque he de reconocer que por
el culo tiene otro encanto…, hasta que se te acostumbra claro. Aquella primera
vez fue una tortura, aunque cuando te vaciaste dentro sentí una sensación de
plenitud diferente a la que siente por delante.
- ¿No te gustaría sentirte llena
por delante y por detrás a la vez?
- Eres un degenerado. Ya puestos
¿porque no por delante por detrás y por la boca? cerdo, que eres un cerdo.
- No te enfades cariño y dame el
culito otra vez. Tú te manejas el vibrador mientras yo te hago el trabajo.
Al poco escuché los gemidos de mi
madre. Me asomé un poco y vi como a cuatro patas, mi padre le empujaba por
detrás. Había además un sonido monótono y de diferente velocidad cada vez que hacia que los gemidos de mi madre se
incrementasen cuando aumentaba la velocidad de vibración. Cuando comprendí a
que se debía abrí exageradamente los ojos y me lleve las manos a la boca para
no emitir ningún sonido de perplejidad. Me quedé en medio de la puerta, inmóvil
viendo como mi padre entraba y salía de mi madre hasta que con un gruñido sordo
mi padre dio un golpe de caderas aún más violento y mi madre emitió un gemido
de placer (aquel sonido no podía ser de dolor)
Finalmente mi madre cayó rendida
sobre la cama y vi a la luz de la luna como mi padre sacaba de mi madre un
enorme trozo de carne brillante y grueso.
El ruido de sorpresa que emití
fue imperceptible pero suficiente para que mi padre se girase y me viese ahí,
parada en medio de la puerta y entonces sucedió lo impensable; me sonrió, se
acarició su sexo y me guiño el ojo. Luego me hizo un gesto con la cabeza para
que volviese a mi dormitorio, se levantó y se echó al lado de mi madre dándole
besitos por todo el cuerpo.
Aquella noche no podía dormir. La
imagen del pene de mi padre enhiesto y terso y el guiño del ojo me
desasosegaban, hacían que los pezones se me pusiesen duros y me hiciesen creer
que tenía otra vez la regla, pero en esta ocasión no era sangre. Una enorme
cantidad de líquido pegajoso y suave destilaba desde mis entrañas; al tocarlo,
por casualidad (o quizá sin ella) me roce el botón que coronaba el sexo. Estaba
duro y al hacerlo un escalofrío me recorrió toda la espalda; era muy placentero
y repetí la operación una vez y otra haciendo que ese escalofrío fuese más
intenso cada vez hasta que me estalló en mil colores celestiales, me hizo
quedar sin respiración, exhausta y desmadejada. Me quedé profundamente dormida.
Cada noche que pasaba no podía
conciliar el sueño esperando algún ruido que denotase que en la alcoba de mis
padres se desarrollaba una escena que me volvería loca por contemplar. En el más
absoluto de los silencios me levantaba alguna noche esperando cogerlos en sus
juegos que habrían sorprendido mi vigilia, pero los veía respirar a los dos
suavemente sin que se moviesen más que el visillo de la ventana agitado por la
brisa nocturna.
Aquella noche Laura no pudo
mantener los ojos abiertos y se durmió agotada de los trajines y juegos del
día. Soñaba que escuchaba ruidos en la alcoba de sus padres y se acercaba con
sigilo para espiar y sorprendía a sus padres en compañía de otro hombre
jadeando quedamente. La madre cabalgaba sobre el otro hombre mientras el padre
sodomizaba a su mujer; luego cambiaban de postura y mientras la madre colocaba
su sexo sobre la boca del hombre el padre seguía sodomizando a su madre que se
pellizcaba los pezones presa de una ansiedad por placer que Laura no conocía.
Cuando el padre empezó a emitir jadeos mas intensos sacaba su pene de su madre
y lo que sucedía en su sueño fue tan impactante que se despertó de golpe.
Con el corazón cabalgándole en el
pecho desbocado se descubrió frotándose con furia su sexo y entonces escucho
con claridad los quejidos de su madre.
Se acercó temblando de excitación
hasta la puerta del dormitorio y vio como su madre tenía el pene de su marido
insertado profundamente en la boca; los que a ella le parecieron quejidos solo
eran arcadas de lo profundo que su padre entraba en la boca de su mujer. Sin
darse cuenta, hipnotizada por la escena Laura volvió a frotarse rítmicamente su
sexo y a jadear sin proponérselo y su padre levantó la vista y la sorprendió.
Lejos de cohibirse la niña al verse sorprendida por su padre se excitó más y
cuando su padre le sonrió y le hizo gestos afirmativos con la cabeza de que
continuase ella sintió como un calambre por todo el cuerpo, sintió que las
fuerzas de la vida se le retiraban, y porque estaba cerca del quicio de la
puerta y se pudo recostar pero poco le faltó para dar con sus huesos en el
suelo. En esos instantes su padre le saco el pene de la boca a su mujer la dio
la vuelta y se la insertó en su sexo al tiempo que emitía un gemido primitivo,
muy profundo y se derrumbó en la cama, ocasión que tomó Laura para regresar a
su cama asustada, no sabía bien de qué.
Raúl estaba con diarrea, de la
propia del estío y como tenían previsto ir al lago a pasar el día, la madre de
Laura invitó a su marido y a su hija a que se fuesen a refrescar mientras ella
se quedaba al cuidado de Raúl.
A Laura le recorrió un escalofrío
la espalda al pensar que se iría sola con su padre al lago, pero no supo que
excusa poner y además muy en el fondo lo deseaba.
- Estás temblando Laura – le dijo
su padre mientras le acompañaba al lago por el sendero.
Le tenía echada la mano sobre el
hombro y otras veces le cogía con su manaza el cuello de forma suave y le
acariciaba con su dedo gordo detrás de la oreja. Laura no paraba de
estremecerse. Notaba que empezaba a mojarse y eso le asustaba aún más.
- No se…, papa, tengo como frío,
no se si voy a bañarme – se disculpaba de antemano la niña.
- Si, verás como no hay problema;
después de la caminata llegarás sofocada con este calor y querrás bañarte.
Laura, mientras caminaba ya veía
la imagen de su padre y ella acariciados por el agua fresca del lago y como a
pesar de tocarla con múltiples dedos las ondas, la suavidad de la secreción de
su sexo le proporcionaba más placer que todo el agua junta. Casi sin darse
cuenta rodeó con su brazo a la altura de las nalgas de su padre y apoyó su
cabeza contra su costado; el padre entonces la rodeo por el hombro y la atrajo
con fuerza hacia él. El padre sintió el espasmo intenso de su hija.
- ¿Qué te pasa, Laurita? – casi
le susurró.
Laura, no contestó pero en ese
instante decidió que haría lo que su padre le pidiese; absolutamente todo, y
quería que le pidiese lo máximo. Volvió a temblar solo de imaginarlo. Ya veía
el miembro enorme de su padre amenazante frente a su boca mientras con sus
dedazos su padre le hurgaba y taladraba su sexo apenas ornado de una incipiente
y rizada peluca negra. Pensaba que se desmayaría cuando sintiese el roce de
aquel miembro con su lengua.
- Nada papa, un escalofrío.
Y llegaron al lago.
Padre e hija se quedaron en
bañador y se sentaron en la orilla sobre una roca baja dejando que los pies se
les balanceasen dentro del agua.
- Estamos preocupados Laurita –
le habló su padre con la mirada perdida en el horizonte del agua.
- ¿Porqué, papá? – la niña se
quedó descolocada, no entendía por donde iba su padre.
El padre permaneció callado unos
instantes, como intentando encontrar las palabras más adecuadas. Laura comenzó
a temblar esperando la regañina.
- Hija mía, ¿alguien te está
haciendo algo, o te ha hecho ver algo?
- No, papa, no me pasa nada ni –
y aquí vaciló- he visto nada…
- Todas las noches cariño tienes
pesadillas en las que hablas en voz alta y dices cosas horribles.
- Papa, no se, no me acuerdo de
nada. Nunca se si yo sueño.
- En tus pesadillas hablas de tu
madre, de mí, de extraños…, de cómo yo te miro y de lo feliz que eres
mirándonos tú a nosotros en nuestro cuarto – el padre se enjugó una lágrima con
el dorso de su mano.
- Papa, yo…, - rompió a llorar
desconsoladamente – pero es que yo os he visto de noche…
- No amor mío, somos nosotros los
que nos levantamos de noche para ver que te pasa porque jadeas mucho y das
muchas voces diciendo cosas…, que yo no te quiero repetir porque son muy
desagradables.
- Pero papa…,
Y no pudo seguir porque el llanto
del dolor por lo que ella tenía en su imaginación no la dejaban articular
palabra.
Sabía que no debería haber visto
aquella revista que su compañero del colegio se empeñaba en enseñarle, pero le
resultaba tan inquietante, tan intrigante que se le metió hasta el tuétano y ya
no podía sacársela de encima.
- Papa, no se… – arrancó entre
sollozos
Su padre la abrazó, le dio un beso
en la frente lleno de ternura y la hizo ponerse de pie
- Ya está bien de pesadillas y de
sufrir; eres un ángel y como tal debes ser la niña más feliz de la tierra.
Vámonos a casa y esto se ha terminado para siempre. Mi niña.
Caminaba de regreso abrazada a la
cintura de su padre sintiendo el calor que desprendía, y no pudo por menos que
sentir un estremecimiento muy hondo que le hizo temblar de miedo. Se prometió a
si misma que jamás volvería a comentar nada y además que no olvidaría aquellas
sensaciones oníricas nunca.