viernes, 11 de abril de 2014

INGENUIDAD



La calle céntrica de una tarde domingo estaba desierta. Al doblar una esquina a menos de veinte metros y caminando despreocupadamente una figura de no muy alta estatura.
Hacia calor la tarde de aquel Agosto, un calor sensual que hacia que el sudor resbalase por el pecho y el abdomen hasta perlar el vello del pubis.
Le vi al doblar la esquina, mirando de forma excesivamente afectada de casualidad a derecha e izquierda. Tuve que seguirle.
La calle a las seis de la tarde de un caluroso verano estaba silenciosa y hasta la pisada más muelle retumbaba en las paredes. Rápidamente se dio cuenta que alguien andaba tras de él. Miró por encima de su hombro de manera fugaz para repetir la mirada otra vez pero a la cara, de forma insolente, con el descaro y la inconsciencia que dan los pocos años. Bello como un efebo, y canalla la mirada como de la un asesino sin alma, ralentizó el paso indagando mis intenciones. Un escaparate absurdo de paquetes de café y latas de conserva descoloridas de tantas tardes de sol inclemente fue mi endeble coartada. Por el rabillo del ojo y la tembladera aposentada en las piernas, el estomago amenazando con salirse, curioso, por la boca, pude ver que se detenía de escorzo y me miraba descarado. Hacia calor en ese verano, ya lo he dicho, pero el sudor que comenzó a resbalarme por las sienes no era causa solo del sol y me empapaba el cuello de la sahariana. No me atreví a moverme. Ni moscas había en la calle torturada del sol. Haciendo un esfuerzo de valentía giré unas décimas de grado la cabeza y pude observar, retorciendo las bolas de los ojos, como el muchacho se frotaba débilmente aquella parte del pantalón que a los varones nos está vedado mirar de frente sin correr el peligro de que nos etiqueten. Transcurrieron décadas de extatismo en las que el escaparate quedó congelado en el tiempo conmigo delante y el dios encarnado a escasa distancia sonriendo de forma desvergonzada sin mover ni un músculo más que el de su mano resbalándola sobre su bragueta. Era preciso que me moviera, no podía permanecer mas tiempo de aquella forma, me deshidrataría de tanto sudar, pero, si iniciaba el movimiento ¿hacia donde? Hacia él sin saber cual podría ser su reacción, quizá era además de bello, un ratero dispuesto a golpearme y dejarme tirado en el arroyo, y encima eso me excitaba. Dándole la espalda mandándole el mensaje de que no quería saber nada de él, que todo no era más que un maldito malentendido tácito, pero esta opción me provocaba dolor por lo que suponía de abandono de la contemplación del ser más bello que jamás había contemplado. La vista empezó a nublárseme por mor de las gotas de sudor que saltaban las barreras de las cejas y ya caían como chorros de hirviente plomo sobre mis ojos. Comencé a restregármelos y abandone mi postura de absoluta quietud girándome por puro instinto hacía el lugar en que mi observador, dueño de la situación me miraba entre divertido y curioso, pues haciendo ese giro me hurtaba a los rayos del sol directos a los ojos. Con los ojos cerrados no me percaté de lo que se me venía encima. El efebo, más bonito aún que el de Antequera, se había acercado a mí hasta hacerme sentir su aliento, un aliento calido, a tabaco fresco y menta. Abrí los ojos con dificultad, pues aún me escocían por el sudor y allí estaba parado delante de mí, sonriéndome de forma adorable y envuelto en una especie de nube que le difuminaba los contornos y hacía de sus bucles rubios una corona de filamentos de oro. Era más alto que yo, lo suficiente para hacerme sentir pequeño y la piel de sus mejillas impoluta de perfección dejaba adivinar un bozo de lo que en su momento sería una barba cerrada. Pensé que era muy pequeño y temblé aún más, pues ni nunca he sido pederasta, ni quise serlo nunca y aseguro que no lo seré nunca, el tener hijos le hace a uno plantearse determinados conceptos desde su correcto punto de vista. Cuando abrió la boca Eros, una rendija oscura y cálida quedó enmarcada entre dos corales carnosos y húmedos. Él hablaba pero yo estaba solo hipnotizado por su boca tierna y sus ojos de un color turquesa indefinible sin poder escuchar lo que me quería decir. Finalmente sentí que me zarandeaban los hombros y vine en mí. Le tenía a él delante iluminado por el sol que calentaba a mis espaldas y con cariño me preguntaba si me pasaba algo. La conversación que se produjo a continuación la grabé a fuego en mi memoria y no creo que pueda volver a olvidárseme jamás.

- ¿Le pasa a usted algo? – zarandeándome de los hombros.
- No, no – balbuceé como pude – me ha entrado sudor en los ojos.
- Lleva usted mucho rato delante de ese escaparate, debe haber algo interesante.
- No, que va, solo que me paré a descansar, hace calor. Usted…, bueno tú, eres muy pequeño para mi edad, seguramente menor, pues eso, que también estabas ahí parado, me ha parecido ver.
- Si, estaba observándole, porque creí que me seguía, con aspecto de desearme. Y no, no soy menor. Ayer cumplí mis dieciocho, de manera que no habrá inconveniente…
- ¿Inconveniente? – Alcancé a sacar un hilo de voz – inconveniente para qué.
- Para venirse a la cama conmigo. Eso es lo que quiere, ¿no?, para eso me estaba siguiendo. Si no tiene donde llevarme, a unas calles de aquí hay una sauna que es para estos menesteres. Eso sí la entrada habrá de pagármela, yo ando mal de liquidez. 
Me le quedé mirando incrédulo y aterrorizado - La mirada había perdido su rasgo descarado para convertirse en inocente, o quizá falsamente inocente - y no pude por menos que preguntarle.
- Pero, si tiene los dieciocho cumplidos de ayer, cómo sabes todas estas cosas, de la sauna y para lo que vale.
- Porque desde los quince estoy haciéndolo, no como chapero, por favor, ni me hace falta ni nunca se me ha ocurrido, porque me gusta sobre todo observar como gozan los demás, porque en realidad el placer que yo saco no sería motivo para buscar encuentros, pero ver como el placer se hace carne en otros me subyuga y solo anhelo poder llegar a sentirlo de igual forma algún día. Quizá con una chica pudiera llegar a sentirlo, no sé, pero no estoy capacitado para entablar relación con chicas, no he aprendido, solo se acercarme a hombres, eso se me da bien, ya te habrás dado cuenta. Pero soy joven aún, tiempo habrá para todo. Pero no me has contestado, quieres que te de placer o no.
Mirándole a los ojos de ese turquesa que solo reclama que se zambulla uno en ellos y se interne hasta sus profundidades sin importar si se ahoga en el intento y bajando la vista hasta contemplar la deformación que en el pantalón de lino blanco tenue le provocaba lo que desde dentro empujaba y dejaba entrever de color rosado y tenso solo pude temblar y afirmar con la cabeza que de acuerdo, que estaba deseando ir con él. El gaznate lo tenía ya como la estopa.
Iniciamos el viaje, casi iniciatico para mí, callejeando entre edificios viejos y casas remozadas de rentas supercaras. El paseo me relajó por completo y me atreví a preguntarle el nombre.
- ¿Cómo te llamas?, yo Eduardo.
- David, cómo el David de Miguel Ángel. Hay quien me ha dicho que incluso mejor que él.
- Yo te enseñaré lo que es placer, David, para que no vuelvas a ser espectador de ti mismo y goces más que aquel al que prestas tus encantos – me atreví en un rasgo de generosidad a protegerle enseñándole todo aquello que yo sabía, que no era poco.
No contestó, pero me miró con unos ojos en los que me pareció descubrir una sombra de sorna, superioridad o desprecio, que luego, rememorando comprendí que mi instinto no me había defraudado, era más de superioridad que de desprecio, pero en ese instante todo mi interés se centraba en llegar a la sauna y ejercer de maestro que goza enseñando a su pupilo y le hace gozar aprendiendo.
Al doblar una esquina umbrosa y fresca a pesar del calor reinante apareció una puerta discreta y perfectamente camuflada con la fachada que era la de un edificio al que parecía que iban a restaurar de un día a otro. Un timbre escondido, una, dos pulsaciones seguidas y la puerta con un sonido metálico se abrió. Me invitó a pasar y me siguió él empujándome suavemente por la zona que media entre el fin de la espalda y el inicio del trasero. Me hizo estremecer por la forma tan erótica como lo hizo. Entramos en una especie de esclusa acristalada desde la que se divisaba todo el local y que una vez cerrada la puerta de la calle quedaba estanca hasta que alguien decidía que quería abrir la que daba acceso al local. Algo que se hizo cuando hizo acto de presencia una especie de Conan en tanga que ocultaba un monstruoso bulto apenas contenido en el textil y que hacia sospechar que no fuese más que una prótesis intimidatoria.
El susodicho Conan con voz de ultratumba, algo afectada, nos dijo, no sin antes guiñar el ojo a David, que de eso si me di cuenta, que eran cien por cada uno. Me mostré sorprendido y estaba dispuesto a decir que no tenía tanto dinero encima cuando David, pasándome la mano por el trasero de forma muy aterciopelada, me susurró al oído que aceptaban tarjetas. Cuando la mano del muchacho comenzó a insinuarse por la entrepierna intentando acceder a más oscuros lugares no tuve objeción alguna en tirar de cartera y sacar una reluciente VISA que hacia años que no utilizaba. Pensé que como París bien vale una misa, David bien valía una VISA.
Una vez detraída de mí cuenta la cantidad solicitada, el Conan le dio a David una llave con distintivo verde y a mi una con distintivo rojo haciéndome saber, que David al parecer estaba al cabo de la calle, que el distintivo de color hacia referencia al color del vestuario donde cada uno tenía su taquilla para cambiarse. Una sospecha irritante comenzó a enraizar en mi corazón.
Entramos cuando Conan nos franqueó la entrada a las entrañas del local y apareció antes nuestros ojos el vestuario color rojo. David, se acercó, me dio un beso en la mejilla y me deseo que lo pasase bien en el área roja.
- ¿Área roja? Pregunté extrañado.
- Si, es la de los carrozones crédulos que pagan las saunas de lujo a los yogures como yo. Encontrarás gente así como de tu edad, dispuesta a darte placer del que disfrutáis vosotros a vuestras edades, ya sabes, scat, pissing y porquerías de esas, podrán azotarte, atarte y putearte hasta limites imposibles de determinar. Pero eso es con lo que disfrutáis vosotros ¿no?
- Pero tú, yo…, creía… - estaba completamente abrumado.
- Yo voy a la zona verde, donde hay gente de mi edad y donde todas esas cosas que te he dicho antes se hacen, claro, pero son caras, muy caras. No me digas que no te apetecería mearte en mi boca, sería cojonudo, claro a cambio de mil euros, eyacular en mi boca tu semen de viejo, dos mil y si quieres que me lo trague, diez mil.
No estaba entendiendo nada de nada y David cada vez se alejaba más de la puerta del vestuario rojo.
- Bueno luego nos veremos en tu zona – acerté a decirle a modo de despedida.
- ¿En mi zona, en la verde?, vale, pasa por caja y Doris te dará entrada a zona verde, la de los menores de veinte años, solo son otros mil euros. Ahora eso sí, somos complacientes en dejarnos tocar, solo tocar, por ese precio, si quieres algo más hay que pasar por caja, o qué crees ¿que te ligué por tu cara bonita?, tenías aspecto de tener pasta tío. Si no eres muy exigente por cinco mil lo vas a pasar bien, ten en cuenta que hay colegas que además del negocio el vicio le pone muy brutos y llega un momento que perdonan la caja.
- Entonces, tú y yo, no puedo, ni un roce, ni un toque, por pequeño que sea…
- Pasa por caja, carroza. O entra a tu zona, de verdad que hay viejos que hacen de todo y se dejan hacer de todo, el vicio es brutal, puedes hasta clavar clavos y es gratis.
Dejé que la puerta del vestuario rojo se cerrara y me senté en un banco desolado; me habían tomado de primo y me lo había creído. Cuando estaba decidido a salir de allí asumiendo el peaje de los cien euros por mi lujuriosa estulticia, la puerta se volvió a abrir y entró un gordo que desbordaba de grasa por todos sus puntos cardinales. Cuando abrió su taquilla para empezar a desnudarse hice intención de salir pero la puerta no se abría, entonces me informó.
- Esa puerta ya no se abre hasta que no acciones la puerta que da salida a este vestuario a la arena que es como lo llamamos. Es decir tienes que desnudarte, entrar y volver a salir hacia el vestuario para poder abrir desde dentro la puerta de salida. Es complicado, pero obliga a entrar y mirar al menos. Luego siempre te alegras de no haberte marchado sin comprobar que se cuece dentro.
Una vez desnudo el gordo abrió la puerta y se metió en la arena como le llamaba. Hice intención de hacer lo mismo pero una voz me advirtió que sin desnudarme no se abriría la puerta. A regañadientes me desvestí, guardé la ropa en la taquilla cuyo número figuraba en la llave y entré.
Todo estaba iluminado en rojo, toda la decoración asumía ese color, absolutamente todo. Una de las paredes del local, que era amplísimo y cuajado de camas y espacios con duchas, sin ninguna separación, para que todos pudiesen ser espectadores de todos, era de cristal, como una pecera. Al otro lado todo era de color verde. Pude ver a David dedicado a lamerle el ano a un anciano decrepito que por su cara gozaba como jamás pensase poder hacerlo. Un hombre maduro y alto de proporciones grandes en todos sus miembros sodomizaba a mí David mientras él lamía el culo del vejestorio. Me quedé pegado al cristal, hipnotizado con la imagen. Un ser tan angelical dando un beso negro a un viejo de aspecto asqueroso y dejándose sodomizar sin signo alguno de molestia por una persona que no diferiría de mi edad si acaso uno o dos años.
Estaba absorto contemplando la escena cuando alguien desde detrás me agarró los testículos con firmeza por la raíz que los sujeta al pene y los atrajo hacía atrás. Lancé un grito de sorpresa, más que de dolor, pero la presa estaba hecha y no parecía el captor dispuesto a soltarla. Inmediatamente comenzaron a azotarme con una correa las nalgas y empecé a notar como mi miembro empezaba a responder positivamente a la pena. Cara  al cristal pude observar como David levantaba la vista y me sonreía haciendo gestos de que disfrutase de todo que él ya lo estaba haciendo. Un viejo de carnes fláccidas se puso bajo mis piernas y comenzó a lamerme, mientras el que me sostenía los testículos por detrás comenzó a atármelos con una cordón grueso de algodón, de forma que ahora podía tirar de ellos desde detrás a distancia y hacerme caminar hacia detrás so pena de arrancármelos. Empezaron a tirar de mí hasta una especie de poste que había en medio del salón del que salían diferentes tipos de espigas. En una de ellas la que mas  peligrosamente se acercaba a mi ano, a medida que me arrastraban a ella, le insertaron un dildo de buenas proporciones. El cordón, lo pasaron por una hendidura del poste que lo atravesaba de parte a parte y siguieron tirando de él hasta que consiguieron insertarme en el ano el dildo, sin que pudiese retirarme porque el cordón que me ataba los testículos no dejaba de hacer fuerza contraria.
Volvieron a empezar a azotarme las nalgas con relativa fuerza de forma que al intentar rehuir el latigazo sentía como el dildo cobraba vida dentro de mi cuerpo. Al principio eso dolía, hasta que dejó paso a un placer que nunca había experimentado de manera que a pesar de los latigazos o precisamente por ellos comencé a contonearme para que el estimulo del dildo en mi cuerpo fuese más intenso. Empecé entonces a expulsar de forma lenta, como se desborda la copa que no para de caerle la gota, el liquido preseminal. Nunca le había visto salir en tal cantidad y los que se percataron de ello no lo dejaron pasar, se abalanzaron sobre mi miembro a bebérselo. Se empujaban compitiendo por ver quien conseguía más cantidad y hacían que el glande se me estimulase peligrosamente deseando una eyaculación inmediata. Pero cuando fui a echar mano a mis genitales unas poderosas tenazas me levantaron los brazos y me los esposaron a una argolla que para este efecto debía estar atornillada en lo alto del poste, de manera que quedé inmovilizado sin defensa alguna; ensartado por el ano y esposado por las muñecas con los brazos en alto. Cuando pensaba que entonces vendría lo bueno cada cual se dedicó a lo que quiso dejándome a mí de estatua de carne en medio de la bacanal. El dildo empezaba a molestar en el ano y me quejaba a voz en grito, hasta que el cordón que me aprisionaba los testículos cedió y pude sacar mi cuerpo de la presa, pera era solo una ilusión. Inmediatamente alguien trajo un dildo más grande aún, brutal, imposible y lo insertó en la espiga para sin mediar más espacio empezar a sentir la tracción de los testículos obligándome a recular hasta albergar en mi ano aquella verga artificial que debía pertenecer a un gigante. Pero entró, con dolor y temor a ser desgarrado, pero entró y el placer volvió a hacer acto de presencia. Me sentía lleno y deseaba que alguien me metiese algo aún más grande. Empecé a mover el culo de forma voluptuosa y sentí que volvía a echar esmegma por el pene que los que pasaban por allí se encargaban de lamer y sorber.
Cuando estaba exhausto y ya no podía más, creía que me iba a desmayar de agotamiento y de placer sucedió lo imprevisible. El cordón empezó a aflojar y me salí del dildo sin dejar sueltas las manos que continuaban enganchadas al poste. El mismo que cambiaba los dildos vino con una barra de hierro con dos argollas para los tobillos, para obligarme a abrir las piernas sin  que pudiera cerrarlas. En aquella posición vi acercarse a David, pero no podía ser él, estaba en la sala verde, pero al acercarse comprobé que si se trataba de él. Traía las manos enfundadas en guantes de veterinario. Yo ya lo había visto en alguna película y me pareció imposible, ahora sabía que posible o no, yo lo iba a averiguar de un momento a otro en mi propio cuerpo. Me saludó con sonrisa maliciosa.
- Tú querías hacértelo conmigo y de una forma u otra lo vas a conseguir – acto seguido se agachó entre mis piernas.
Otro efebo de similares características pero moreno de rasgos semitas le acompañaba con una lata con algo que podía ser vaselina de color marrón. David se embadurnó de aquella grasa las manos y comenzó a trabajarme el ano. Yo creía que en ese momento iba a morir eviscerado pero gozando y además lo deseaba. David era experto y pronto consiguió meterme el puño entero y luego reptando dentro de mi cuerpo como una serpiente morbosa consiguió que desapareciese dentro de mi hasta la mitad de su antebrazo. Cuando creía que estaba todo hecho y a punto de experimentar el orgasmo del siglo, me desataron los pies pues ya no iba a intentar defenderme del puño penetrante, berreaba a gritos que me metiese hasta el hombro. Y luego la presa de las manos empezó a ceder de forma que llegué a quedar sentado en el suelo colgando de las argollas. Aquel artilugio siguió cediendo y entonces entre David y su amigo fueron tirando de mí hasta quedar tumbado boca arriba, con  los testículos debajo de las nalgas literalmente machacados, pero al abrirme las piernas y hacerme flexionar las rodillas para exponer el ano el amigo de David me liberó los testículos algo. Fue entonces el moreno semita el que comenzó a meter el puño, primero uno, con paciencia, despacio y luego las dos manos en posición de plegaria hasta perderse dentro de mi cuerpo las dos muñecas. Me estaba muriendo de placer doloroso y vicioso. Nunca, ni en mis sueños mas imposibles habría soñado ser yo el protagonista de aquella orgía.
Entonces David, al que no veía hacía unos minutos se colocó sobre mi cabeza y comenzó a orinar, erecto como estaba, sobre su amigo moreno que mientras me metía sus manos en mi cuerpo abría la boca, ansioso de recibir la orina de su amigo. Sin saber cómo me escuché rogándole que me mease a mí en la boca lo que no tardó en hacer. Abrí la boca y un chorro amargo, caliente y salado comenzó a entrar en mí. Tragaba aquel líquido y gozaba pidiendo más puño en mi culo.
- ¿Quieres algo más carrozón vicioso? – me preguntó cínico David.
- Lo quiero todo – le contesté, y en ese todo yo ya sabía lo que iba.
- Tú me lo has pedido, no te quejes luego.
Comenzó a arremolinarse la gente al grito festivo de “scat”. Aplaudían a David y no perdían ni una imagen de lo que allí ocurría.
David se agachó sobre mi cabeza haciendo coincidir su ano con mi boca. Primero me lo paseó bien restregándolo por los labios. Yo sacaba la lengua intentando penetrar con la punta hasta lo máximo. Luego se levantó unos centímetros sobre mi boca y empezó a apretar.
- Te va a entrar la mierda en la boca como si de una polla grande se tratara y la vas a mamar.
- Si, por favor - le contesté - dámelo todo.
Vi como su ano comenzaba a abrirse y a teñirse su centro rosado de un color negro amarronado. Cerré los ojos y dejé que sucediera como tuviese que ser. David se dio cuenta.
- Abre los ojos y la boca carrozón, y disfruta de este placer de dioses. Come mierda, maricón.
En ese momento de la posición de cuclillas que estaba se levantó hasta la posición de luchador de sumo. El bolo de heces grueso y humeante comenzó a salir por su ano sin desmayo. Abrí la boca, pleno de una mezcla explosiva de excitación, asco y deseo, al tiempo que sentía como el moreno semita me hacía hervir las entrañas con sus manos. Cuando parecía que el bolo iba a caer, David se echó las manos y lo sujetó como si de un bastón se tratase. Entonces sí, con rabia y saña, me ordenó que abriese bien la boca y me metió el zurullo entero dentro haciendo como si fuese un pene, dentro, fuera, dentro, fuera. Yo chupaba aquello caliente que daba sabor amargo a hígado crudo y gozaba porque en el fondo no era nada repulsivo, más bien era deseable. Cuando más entraba y salía de mi boca su mierda más la deseaba hasta que la dejó caer dentro de la boca obligándome a comerla. Luego se sentó sobre mi cara para que le limpiase el ano de los restos. En ese momento mientras lamía el ano perfecto de David de sus heces el amigo moreno semita algo hizo dentro de mí que me recorrió un calambre inconcebiblemente doloroso todo el cuerpo estallándome en la punta del pene provocando un surtidor de semen al que los presentes se abalanzaron como el naufrago al agua dulce. En ese momento escupí los restos de heces de la boca, las esposas se me soltaron como por ensalmo, así como los testículos que quedaron doloridos y libres. Me dirigí a la ducha más cercana haciendo arcadas del sabor a mierda y David y su amigo me siguieron para ducharse también.
Ya bajo el chorro, David me confesó que tenía veintiocho años pero daba el pego de menos y le gustaba ese rollo del engaño al madurillo en busca de aventura y de paso demostraba que todos son capaces de todo, solo hay que dar las condiciones adecuadas.
- ¿Habrás disfrutado?
- Eres un cabrón con pintas, ¿nadie te lo había dicho?, pero sí, he disfrutado como nunca y es más, mira que tengo nauseas de tu mierda, pero ya estoy deseando repetirlo en cuanto se den las condiciones. ¡Joder tíos, que pedazo de viciosos sois! Por cierto, vosotros no os habéis corrido.
- La próxima vez nos correremos los dos en tu boca después de lo de la mierda y así la tragarás con sabor a semen interracial. Ese día te cagará mi amigo palestino, si es que no quiere que le cagues tú a él, porque cuando esta salido no tiene ningún limite, y ninguno es ninguno.
- Y hoy, ¿estaba salido? – pregunté con curiosidad.
- Medio aburridote estaba pero como es competente ha sabido comportarse.
Terminamos de ducharnos, nos despedimos con un fuerte apretón de manos y cuando salía para mi vestuario me llamó otra vez.
- ¡Ah, perdona! Si me ves algún día por la calle con una tía de bandera, es mi novia, ni me saludes, se mosquea con el viento y ya me ha dicho que mis devaneos bisexuales le sacan de quicio.
- Descuida, chaval. Ya nos veremos por aquí otro día.
- No será tarde, te lo aseguro, el scat es una droga dura, engancha más que el caballo. Te lo digo porque me lo enseñaron hace muchos años y me cuesta no practicarlo tanto de activo como de pasivo que también me encanta.
- Hasta otra.