sábado, 30 de marzo de 2013

LOS CAÑOS



Algunas partes de la costa son en Cádiz auténticos paraísos de blancura de arena fina como polvo impalpable, mar las más de las veces una fiera domesticada, salvo que haya temporal de poniente, escalofríos produce y una infinitud tanto de longitud como de anchura en las bajamares interminables de Julio. Son trozos de edén que al dios de turno se le pasó arrebatarnos cuando expulsó a los primeros padres de su cobijo. Tiene la costa otras partes no tan tranquilas y deleitosas, sino agrestes y soberbias a las que es menester mirar de frente y tratar con respeto pero sin miedo y pueden proporcionarnos placeres más allá de lo que se podría imaginar. Y todo esto viene a cuento de lo que detallaré a continuación.

Estábamos pasando una mala racha en nuestro matrimonio, esa de los veinte años en que comprendes que tu vida está por terminar de cocerse en forma de una vasija que ya no va  darte opción a variar ni la forma ni el color y que sospechas que posiblemente te equivocaste al elegir el pigmento del esmalte, además de que la temperatura que se eligió para la cocción, no era la más adecuada para el resultado que imaginaste. Es entonces cuando te entran ganas de romper el vaso y empezar de nuevo, ahora que todavía queda algo de barro virgen que podría moldearse y si no se le pone color pues da igual.

Cada uno por su lado nos pasábamos los días rumiando la relación, comprobando, o creyéndolo al menos,  que la metedura de pata era ya imposible de modificar, intentando crear escenarios donde cada cual comenzaba de nuevo solo, con toda la libertad intacta para hacer lo que a cada cual le conviniese, que en mi caso sería complicarme en una nueva relación con alguien mas joven y fresco y para mi mujer entregarse en alma y cuerpo a su prole y descendencia. No discutíamos ya, porque el aburrimiento había conseguido una buena entrada de preferente en nuestras vidas y nos dejábamos llevar sin que ninguno se decidiese a hacer lo lógico y valiente: separarse.

Cayó en mis manos un folleto de mano con la dirección y teléfono de un hotel, pequeño, colgado materialmente sobre la playa con una bajada privada a la misma y unas vistas de una parte de la costa que por coger a trasmano, nunca había tenido la fortuna de visitar. Dicho y hecho. Miré el calendario, era jueves, junio, el lunes siguiente fiesta  y no me lo pensé. Habitualmente soy reflexivo y para cuando he tomado la decisión se ha pasado la oportunidad, pero en esta ocasión fui muy otro, aquel día tocaba estar eufórico. Llamé primero al hotel, quedaba una habitación de matrimonio, perfecto me dije, la contraté hasta el lunes, desde el viernes. A continuación me planté en el despacho de mi jefe y con cara compungida le dice que sin remedio al día siguiente debía ir al medico, por un problema urgente que él iba a comprender de inmediato. Los hombres en cuestión de braguetas somos los seres más comprensivos y solidarios de la creación; fue decirle que tuve un encuentro casual con una niña de esas de órdago a la grande pero sin preservativo y que, claro, cualquiera sabía lo que tenía la zorrita, para que me diese el permiso, “sin que se entere la gerencia, y si necesitas algún otro día me lo dices”. Estaba hecho. A continuación llamé a mi mujer, le dije que había cometido una locura y se me echó a llorar con un “¿ya te has decidido, verdad?”, para sacarla de su error diciéndole que al día siguiente, nos marchábamos a los Caños de Meca, al Hotel Mar de Frente, cuatro días enteros para nosotros, sin decir nada a nadie. “Pero” y le dije que sin peros, que en veinte años iba a ser la primera vez que nos diésemos un homenaje nosotros dos solos.

Al llegar a casa, me preguntó muy solemne, que si estaba seguro y que desde luego de desnudarse en la playa nada de nada, en todo caso un poquito de top-less pero solo si había poca gente. Zanjé la cuestión con un “aquello es una playa nudista y cada uno  hace lo que le viene en gana y se hará lo que tu quieras; ahora, yo pienso despelotarme, no sabes lo sensual que es la sensación de sentir el agua acariciarte la entrepierna”. Ella me miró con cara interrogativa pero sin llegar a decirme lo que pensaba de mi y mi deseo de desnudez al sol, aunque yo lo sabía de sobra, a saber, que era un poco degenerado en cuestiones de sexo.

Los Caños de Meca son de esas partes de la costa de las que hablaba al comienzo que tienen, genio y carácter. Mucha roca, una playa que desciende vertiginosa en pocos metros hasta no dejarte dar pie, unas corrientes temibles que son capaces de llevar tu cadáver al moro en cuanto te despistes un segundo, y unas mareas que dejan unas cuantas calas totalmente aisladas durante horas y horas. Tiene la contrapartida de que si tienes los suficientes redaños para llegar hasta el final de la playa después de sortear rocas y más rocas, a la última calita te encuentras en uno de los paraísos más propios de los mares del sur que de la costa de sur de Europa. Un farallón de rocas de más de cincuenta metros cae a pico hasta la playa que se encuentra salpicada de rocas cubiertas de un sudario esmeralda hecho de algas sobre las que caen a modo de cascadas lentas y civilizadas unos chorros de agua dulce fría como el beso de una esquimal. Irrepetible. Ni que decir que tiene que tomar el sol con algo más que la piel desnuda es motivo de curiosidad por cualquiera de los que por allí se aventuran a disfrutar de su cuerpo y del de los demás en plena naturaleza agreste y salvaje.

 

Llegamos el viernes al hotelito, coqueto, escaso en comodidades pero con el mejor servicio de todos intacto: la vista al mar, irrepetible, y su  escalera que bajaba directa hasta la arena, lo que te permitía salir desde tu habitación con un escaso pareo puesto para quedarte desnudo en cuanto pisabas la playa. Colocamos las escasas cuatro cosas que llevamos y convenientemente desvestidos bajamos. Ella con su bañador y yo con mi pareo negro y las toallas. Nada más llegar estiré la toalla y me tendí cuan largo era con el deleite del sol en toda mi anatomía. Me recriminó inmediatamente mi actitud. Le hice dar un vistazo a su alrededor para que se cerciorase de lo fuera de lugar de su apuro y se tranquilizó. A la media hora con esa capacidad de las mujeres para adaptarse, esa virtud de camaleonismo que les hace inmediatamente confundirse, si así lo desean, con el paisaje, a la media hora digo, estaba mirando descaradamente los atributos de todo bañista, fuera cual fuese su sexo, criticando tamaños, colores, formas o descaros en su ostentación. Una de las veces que me levanté para pedirle un cigarrillo comprobé con alegría que se había despojado de la parte de arriba del bañador dejando su pecho al sol. Le hice ver que nadie se había escandalizado ni los GEO habían llegado para detenerla y que lo que si era ridículo era mantener el bañador enrollado en torno a la cintura; “esa es la mejor manera de llamar la atención, cariño”, le dije mientras me dejaba caer una vez más en la toalla. Cuando me harté de sol decidí ir a  darme un baño y al levantarme me di cuenta de que el bañador ya se lo había quitado y lucía hermosa de espaldas sobre su toalla. Me senté, entonces, a su lado y le besé suavemente el cuello. Respingó asustada, enfadándose por el susto. Me reí, festivo quitándole hierro al asunto y le animé a que me acompañará a darse un baño. Me costó diez minutos convencerla y creo que si en ese tiempo ella hubiese llegado a siquiera sospechar que alguien la miraba con algún tipo de interés por su persona no lo habría conseguido, pero no, en aquella playa cada quien va a lo suyo y nadie reparó en mis esfuerzos por convencerla ni en su oposición finalmente vencida. Le di la mano y con la mayor naturalidad la conduje al rompeolas, donde a los pocos pasos de adentrarnos ya estábamos nadando por la imposibilidad de hacer pie. Disfrutamos de lo lindo durante al menos media hora y cuando decidimos salir del agua ella ya ni se acordaba de que estaba como Eva. Cuando al cabo de otra media hora sobre la toalla charlando le recordé que estaba desnuda y nadie, ni ella misma había reparado puso cara de sorpresa y me reconoció que la experiencia era de tal calibre que lamentaba haber perdido tanto tiempo en experimentarla.

Empezaban a azuzar las ganas de comer así que decidimos irnos a comer algo. Ella se volvió a colocar su bañador y yo mi pareo y volvimos al hotel. Después de comer algo en una venta cercana, volvimos al hotel dispuestos a echar una siestecita, pero no fue exactamente así.

Cuando no tumbamos en la cama me miró con esos ojos que hacía siglos que no me miraban y supe que había hecho lo correcto al llamar aquel jueves al hotel. Hacia años que mi mujer no era la que yo conocí y debió de sucederle algo parecido a ella, porque me confesó que le parecía estar con un extraño muy familiar. Cuando agotamos todas las posturas que sabíamos me rogó que le dijese absolutamente en serio que me gustaría hacer, quería complacerme en todo. Se lo dije sin ambages: “correrme en tu boca y sodomizarte”. Quedó callada largos minutos en los que solo la posibilidad de que aquello pudiese suceder me hizo reduplicar mi erección. Yo mientras jugueteaba con su sexo como yo sabía que a ella le complacía hasta que se volvió hacia mi me besó dulcemente en los labios y me dijo que adelante, que la enseñase, pero que lo del ano, no sabía si soportaría el dolor, yo le contesté “¿dolor?, querrás decir que no vas a saber como soportar el placer”, ella se rió al tiempo que yo me ponía de rodillas sobre su cabeza apuntando mi sexo a su boca. Inmediatamente comprendió que empezaba la función, dejó de reírse, abrió la boca y aposentó dentro de ella mi pene que se peleaba con su lengua por el sitio. Tuve que instruirle varias veces sobre el inconveniente que suponía, en mi caso, que arrastrase sus dientes sobre la sensible piel de mi glande y que el suave deslizamiento de toda su lengua, no solo la punta,  sobre la base de mi pene, no solo el glande, era la clave de hacerme tocar el paraíso. Aprendió rápidamente, cuando saltó la linde del supuesto asco que le daría hacerlo, hasta que empezó a disfrutar de hacerlo tanto como yo de que me lo hiciera. Mi pene entraba y salía despacio de su boca que era un terciopelo cálido que le envolvía  y adoraba. Cuando más entusiasmada estaba le hice detenerse para hablar, que disfrutase, que fuese consciente de lo que estaba haciendo y de lo que iba a suceder y de paso me permitía a mi alargar el placer pues estaba a punto de sufrir un orgasmo inenarrable. Le dije que cuando volviese a acoger mi pene en su vagina de la cara en pocos segundos me derramaría en su boca; “¿estás segura?”. Cerró suavemente los ojos asintiendo e hizo intención de seguir, pero le detuve porque aún debía darle algunas instrucciones. Le dije que una vez se le llenase la boca de mi semen, que ni se lo tragase, ni lo escupiese porque quería compartirlo con ella mediante un beso prolongado y apasionado. Abrió mucho los ojos y puso una cara que se parecía bastante a una cara de rechazo y prevención pero le hice ver que era mi semen, era su boca y estábamos los dos para disfrutar de nuestros cuerpos, había muchas maneras de hacerlo y antes o después tendríamos que explorarlas todas. Se relajó y me asintió, me pareció más resignada que entusiasta, pero se dispuso a volver a la felación.

Efectivamente pasaron unos pocos segundos  y me sobrevino un orgasmo que me quitó el aliento. Sentía que el semen salía a raudales por mi uretra y explotaba en la boca de mi mujer que sin la más mínima arcada lo recibía con amorosa golosinería. Cuando terminé de eyacular resbalé hasta quedarme a la altura de su cara y acercando mis labios a los suyos se inicio un prolongado beso en el que saboreé mi semen mezclado con su saliva. La lisura de su lengua  con la mía lubricadas por mi semen nos excitaba y ella deseaba más y más. Me cogió el pene para que se lo introdujese en su sexo y poder ella tener su orgasmo también, pero me retiré de su boca con el semen rezumando por la comisura de mi boca, tragué lo que me quedaba y continué. Puso cara de no entender nada pero de inmediato se lo aclaré. “Cariño mío, ahora estás salida del todo, ¿cierto?”, ella asintió con la cara bañada en sudor y roja de excitación acompañándolo de un gemido que sonó a un “por favor”.

Negué con la cabeza y le dije que mantuviese esa excitación sexual hasta que yo me recuperase pasado un rato, que recordase que lo siguiente era sodomizarla. Al escucharlo emitió un gemido que esta vez era casi animal, de deseo de ser tomada sin más preámbulos. Me levanté, me sujeté el pareo y le tendí a ella su bañador. De un salto se levantó, despreció el bañador y cogió otro pareo celeste, casi transparente. Le dije que con esa ropa si que iba a ser blanco de miradas porque estaba realmente excitante. “Me chorrean las piernas de excitación” fue toda su contestación. Volvimos a la playa, ella bastante seria y yo conciliador haciéndole ver lo gloriosa que se esperaba la noche. Nada más pisar la playa se despojó del pareo y me invitó a mí a hacer lo mismo para pasear desnudos por el borde del agua. Estaba realmente salida; “para exhibirnos, eso me excita aún más” a lo que le contesté que iba tomando onda de por donde quería hacer transitar yo nuestra relación sexual. Unos nos miraban y otros eran indiferentes alejándonos de las zonas más concurridas hacia la zona de rocas más intransitable. Le hice ver que de seguir adelante la marea acabaría por darnos un disgusto, aislándonos durante ocho horas en alguna cala apartada, sin agua ni refugio; me contestó que quería que la sodomizase allí en la playa en un lugar apartado donde no hubiese nadie pero existiese la posibilidad de que alguien nos sorprendiese. Me reí recriminándole ser una alumna tan aventajada para lo que tenía su respuesta preparada “no creerás que siempre he sido la tonta beata que tu conociste, yo también he tenido mi verano loco de adolescencia, cuando aún no te conocía”. Me dejó de piedra y me hizo replantearme mi habilidad para convencerla primero y enseñarla después a hacer una felación decente. Quede callado un trecho, absorto en lo que acababa de decirme cuando una ola mayor de la cuenta me sacó de mis reflexiones y a ella de sus calenturas lo que puso cordura en el paseo y nos hizo regresar. Le hice saber que al día siguiente con la marea bajando iríamos al final de la playa y haríamos lo que a ella se le antojase, me miró con ojos picaros, me dio un beso casi robado y salió corriendo para que la persiguiese iniciando un juego que pronto fue blanco de más de una mirada. Mi mujer tiene un cuerpo moreno, solo entrado en carnes lo suficiente para ser creíble como mujer normal de la calle sin haber visitado quirófano ninguna vez. Verla correr con sus nalgas, aun prietas  agitándose por efecto de la carrera hizo que mi sexo se encabritase e hiciese evidente lo que se cocía en mi cabeza. No me dio ninguna vergüenza enseñar mi sexo excitado, envidia y deseo de unos y otras, pero fue mi mujer la que tras la alocada carrera, se percató, le faltó tiempo para echarme su pareo encima dejándomelo colgado de mi perchero particular lo que si fue motivo de hilaridad por los presentes que no se perdían un detalle de la aventura. Le devolví su pareo ensañándole el mío que llevaba en la mano, ella se lo puso, yo también y volvimos al hotel. Nos cambiamos. Paseamos por el bosque de pinos que había cerca queriendo ella a cada nuevo árbol que la tomase allí mismo teniendo que recordarle que teníamos mejor cita después de cenar. A cada paso que daba más se excitaba y llegó un momento que jadeaba de gusto sin querer, solo con el roce de sus muslos entre sí. Llegamos a una zona más densa de vegetación y ella no paraba de solicitarme que por favor la consolase siquiera  un poco. Yo estaba también muy excitado porque ver a tu mujer jadeante como una perra salida a tu lado constantemente pidiéndote guerra termina por hacerte perder los nervios. “Está bien” le dije, “te voy a aliviar con la boca, quiero resérvame para tu culo esta noche, que te lo voy a partir”. En cuanto me escuchó esto se estremeció y sin pensárselo dos veces se echó abajo el short que llevaba bajo el que apareció su bajo vientre con su mata de negro y ensortijado vello púbico. No se había puesto bragas. “Quiero que me folles el culo ahora, por favor, que mas da esta noche que ahora aquí al aire libre”. Me di cuenta que estaba  .más fuera de si de lo que yo me había calculado y al tiempo también comprendí que yo estaba aún más excitado que ella con una erección que me haría saltar las costuras del vaquero en pocos minutos. Fue todo rápido y ajeno a cualquier corrección, como dos animales a los que se les acaban las oportunidades de aparearse, y han de darse toda la prisa que puedan. Ella estaba  delante de mí en una agonía de sexo interminable con los ojos entrecerrados, desnuda de medio cuerpo para abajo y componiendo un ballet lubrico más animal que humano contoneando las caderas y sobándose su sexo de la forma más procáz. Creo que perdí la razón, porque no recuerdo como me desembaracé de los pantalones pero se, porque encontré un placer inexplicable en hacerlo, que cogí a mi mujer de un brazo le di la vuelta y la puse boca abajo sobre una roca que sobresalía del suelo. Ella al verse de esa forma dominada no supo más que elevar las caderas y abrir exageradamente las piernas para exponerme su sexo al mío pero rugiendo con desesperación: “por el culo, cabrón, follame por el culo”. Y lo hice. Escuché un lamento prolongado e inhumano clamando piedad por el dolor que acababa de infringir y supe que estaba dentro. Yo lo había imaginado de otra forma, de verdad, intentando lubricar y dilatar, para acostumbrar, a base de crema, vaselina o cualquier otro lubricante. Primero un dedo, luego dos y así sin prisas hasta que entrase el pene, despacio, placentero, sin traumas, con placer, solo placer. Pero no. Fue como he contado, como un animal posee a su hembra, sin remilgos. Ella lloraba de dolor al tiempo que animaba más y más a empujar con más violencia cada vez. Me llegó el orgasmo casi sin querer  en un momento en que sentí que su cuerpo se desmadejaba, dejaba de vociferar su deseo y comprendí que se estaba corriendo. Se había desmayado de placer o de dolor que a la postre… Me salí de su cuerpo trastabillando, mareado  de la intensidad del acto. Recogí a mi mujer de la roca donde yacía, preocupado. Le corría el semen, mi semen, por las piernas. La bese tiernamente y la desperté. Me miró a los ojos, totalmente feliz y entregada. “Esto debería habernos pasado hace veinte años” fue lo único que fue capaz de articular, luego se quedo dormida otra vez. Dejé sobre la roca donde antes habíamos consumado nuestra locura particular su cuerpo totalmente relajado. Me dio tiempo a vestirme y vestirla limpiándonos toscamente con unos kleenex que llevaba y al cabo de media hora estaba ya despierta. Nos volvimos al hotel y aquella noche que se anunciaba como de insomnio de placer delirante se convirtió en otra de descanso merecido.

Dormimos realmente relajados y temprano nos despertamos felices y llenos de ganas de amarnos y de vivir. Desayunamos y pedimos que nos preparasen unos bocadillos para comer en la cala a la que nos disponíamos a llegar para quedarnos. Sentir la sensación de saberse aislados del mundo con algo de comida y agua era en aquel momento nuestro Grial. Iba a ser un día memorable.

Era temprano cuando bajamos a la playa, la marea estaba bajando y dejaba espacio de arena libre suficiente para iniciar la marcha hacía la cala de destino. Íbamos encantados de sentir la brisa fresca de la mañana atemperada por los rayos de sol que ya calentaban lo suficiente como para presagiar un día de sol justiciero. Llevábamos los dos el pareo puesto sin darnos cuenta de que podíamos ya quitarlo. Así lo hicimos y continuamos nuestro paseo, desnudos, sintiendo como la mañana resbalaba por nuestra piel multiplicando la sensualidad de ir en contacto con la naturaleza. Pensando en el día que nos esperaba de sexo sin trabas y sin prisas, como de niños sin preocupaciones, hizo que despertase mi virilidad. Estaba feliz de ver como reaccionaba, me encantaba sentir la tensión que arrancaba de mi ano y estallaba en mi glande. En no mucho mi pene empezó a destilar esmegma que goteaba filante hasta alcanzar la arena fina y blanca como sal de mesa. Mi mujer me miraba a hurtadillas y me acariciaba de vez en cuando lo que a mi me satisfacía haciéndome sentir plenamente libre e inocente. Llegamos después de pasar cuatro calitas pequeñas a la última, la que recibía los chorros que daban nombre a esa zona de la costa. El espectáculo nos hipnotizó. Era inconcebible que aquella belleza agreste y primordial existiese a escasos minutos de la civilización que poluciona y trasmuta en fealdad y basura lo que mas bellamente nos aporta la naturaleza. Cerca de uno de los chorros principales  que nos amenizaba con su cantarina caída el reposo en la arena extendimos las toallas donde tumbarnos al sol. No pudo pasar mucho tiempo sin que la boca de mi mujer volviese sobre lo aprendido en el día anterior con el pretexto de remachar lo aprendido haciendo que degustase registros de placer que no sabía que estuviesen tan dentro. Con una morosidad pasmosa  paseaba todo el cuerpo de la lengua por el fuste de mi pene controlando los tiempos y aprendiendo de los espasmos de mi sexo  cuando detenerse y cuando acelerar el ritmo acariciador de la lengua para prolongar hasta el infinito la agonía del placer extremo. Llegó el momento en que ella poco a poco fue girando su cuerpo hasta ofrecerme su sexo en mi boca y allí con el cielo como testigo nos entregamos a la ceremonia de sexo oral más completa. Yo entraba y salía de su cueva con la punta de mi lengua provocando en ella la reacción de apretar sus labios sobre mi verga, jugueteaba con su clítoris provocando en ella espasmos de placer que interrumpían subitamente su lamer. Avaricioso de sexo, siempre a punto del orgasmo que ella sabía retardar con maestría de meretriz necesitaba ampliar mi campo de acción. Con los ojos cerrados para no distraerme en nada de mi actividad lamí y exploré humedades y lisuras prolongándome en mis devaneos de lengua hasta dar con el orificio más cercano al de su sexo. Aquello me excitó aún más y me aplique a recorrer su ano con la punta de mi lengua introduciéndola hasta donde podía llegar. Aquello fue una idea que le di porque de inmediato ella me imitó y abandonó mi verga para desplazarse primero a mis bolsas y luego al ano que comenzó a trabajar de la misma manera que yo lo hacía, reduplicando el placer que ya de por si me estaba dando mí pene. En medio de la locura, ella guiada por no se que tipo de fantasías me introdujo su dedo mientras regresaba a trabajarme el pene con una lengua cada vez mas experta. Después del primer dedo introdujo otro y aún un tercero y en ese momento sin poder resistirlo más me vacié en su boca. En cuanto acabé de eyacular sin esperar a más, tomó la iniciativa y me plantó un beso para intercambiar el semen dándomelo todo en mi boca. “Cómeme ahora mi sexo con tu semen y haz que me corra así”, me casi gritó colocándome su entrepierna en la cara. Había empezado a lamer con fruición su clítoris cuando escuchamos voces que se acercaban, rápido como el rayo se descabalgó de mi cabeza y se acostó a mi lado simulando que allí no estaba pasando nada. Yo me trague mi semen de un golpe y al poco sentimos un “Buenos días” coral que venía de tres muchachos que venían haciéndose lenguas de la belleza del paisaje. Ninguno de ellos estaba desnudo, llevaban bañadores de lo más convencional. Uno de ellos parecía más mayor que los otros dos aunque los tres eran insultantemente jóvenes.  Se dieron una vuelta por toda la cala admirándose de cada detalle, de cada color, de cada forma de roca. Finalmente se acercaron a preguntar si se podía llegar mas allá. Entablamos una amena conversación dando cada cual pinceladas de su vida de una forma genérica interesándose cada cual por uno u otro aspecto. Finalmente cuando se acabaron los lugares comunes y nos quedamos en silencio unos segundos aproveché para invitar a mi mujer a tomar un baño, el sol empezaba a estar alto y calentar de lo lindo y necesitaba refrescarme. Mi pene aunque ya fláccido conservaba buen tamaño aún y no se me pasó por alto que el mas mayor de los tres se le iban los ojos detrás pero no le di más importancia que la que le quise dar, o sea ninguna. Nos metimos en el agua y los tres se sentaron en las toallas que traían. Desde el agua observamos como charlaban animadamente como discutiendo. Finalmente, uno detrás de otro, fueron quitándose los bañadores hasta quedar los tres desnudos  sentados o tumbados sobre la arena. Mi mujer dentro del agua intentó satisfacerse restregándose conmigo pero los movimientos del agua y la inestabilidad propia de la flotabilidad, unido a que los tres visitantes no nos quitaban ojo impidió que consumase su objetivo. Finalmente nos salimos del agua y al tumbarme en la toalla el relax de mi orgasmo más el baño, obró el milagro de descerrajarme un disparo de sueño entre ceja y ceja que me dejó profundamente dormido.

No tenía ni idea del tiempo trascurrido cuando desperté bañado en sudor, el sol caía a plomo. Hice intención de acariciar a mi mujer pero en vano porque después de tantear con la mano su toalla tuve finalmente que levantarme para comprobar que no estaba a mi lado. Los otros tres tampoco, así que me quedé tranquilo desperezándome pensando que  estaría dando una vuelta o duchándose en alguno de los chorros. Al poco me levanté y empecé a buscarla, primero con la vista sin moverme del sitio y luego intentando recorrer el itinerario que suponía podría haber hecho. No aparecía y comenzaba a intranquilizarme, no sabía por donde empezar después de recorrer la playa de punta a cabo. Estaba realmente perplejo, ella jamás me dejaría de esta manera. De repente recordé que pasada una roca bastante incomoda hacía el final de la playa vimos al explorar, una gruta que siglos y siglos de enfurecidas mareas se habían tomado la molestia de excavar. Después de mirar detrás de cada roca era el único lugar que me quedaba. Comencé a sobrepasar la roca que interrumpía la playa y antes de terminar de coronarla escuche gemidos inconfundibles. Me detuve con la respiración contenida y agucé el oído lo que me permitió distinguir, por detrás de los gemidos que no podían ser más que de mi mujer, gruñidos y gañidos de varón. Se me pintó en la cara una sonrisa malévola al tiempo que me repetía “mmm, vaya zorrilla que estas hecha”. Lejos de irritarme en un furibundo ataque de celos me sorprendí con un furibundo ataque de erección pensando en como habría de pasármelo si conseguía espiarlos sin que se diesen cuenta de mi presencia, al fin  al cabo el voyerismo no dejaba de ser otra forma de experimentar placer que tenía completamente desatendida. Teniendo cuidado de no delatar mi presencia continué avanzando hasta que estuve en la boca de la cueva, apostado en uno de sus lados desde donde observaba un cuadro compuesto por tres personas que se movía en un lento ballet en el que mi mujer era el centro y los otros dos personajes, uno por delante y otro por detrás penetraban a mi esposa  con su mas que evidente regocijo. Me dije que debí satisfacerla cuando yo tuve mi orgasmo, pero la dejé tan salida que en cuanto tuvo la más mínima incitación por parte de unos machos jóvenes y fogosos no pudo, o no quiso negarse, estando su marido como estaba profundamente dormido y totalmente inhabilitado para dar placer. Mi mujer culeaba como una loca incitando al de atrás a arremeter con más fuerza mientras se atragantaba con lo que desde mi posición parecía un enorme pene. Yo no podía más que acariciarme mi sexo experimentando un inmenso placer viendo como gozaba mi mujer, siendo además la que dirigía la puesta en escena. Me atragantaba yo babeando con lo que veía y estaba a punto del orgasmo sin perder de vista al trío cuando sentí una suave sensación muy placentera en mis bolsas y todo el periné. Miré y me vi al tercero en discordia que no veía por ningún lado agachado bajo mis piernas pasándome la lengua por mi sexo con verdadera habilidad. Estaba tan magnetizado por lo que tenía ante mis ojos que le deje hacer, incluso cuando se metió mi pene en su boca. Nunca había tenido ese tipo de experiencia, aunque cuando era adolescente tuve alguna que otra fantasía de este estilo pero que perdí en cuanto empecé a tontear con las amigas de la pandilla. Le dejé hacer y continué gozando al punto del mareo viendo y sintiendo. Pero lo que yo no podía imaginar sucedió. El del pene enorme que se la tenía metida en la boca se salió de ella a indicación suya y se paso a su retaguardia cambiándose con el que antes la penetraba su vagina. Cuando el del pene grande apunto a su sexo ella volvió la cabeza y con la voz ronca de lascivia le grito “por el culo, cabrón, por el culo, deja el coño para otro momento”, y siguió mamándole la verga al que antes había tenido detrás. Aquel falo enorme iba a tener dificultades para entrar en el ano de mi mujer, su dueño hizo tres intentos de penetrarla pero era demasiado joven como para tener el arrojo necesario para hacerse cargo de que iba a producir mucho dolor. Desesperada mi esposa se saco el pene del otro de la boca, giró la cabeza y le gritó loca de rabia “clávamela con fuerza maricón, destrózame el ojete”. El otro muchacho apunto el glande a su ano desvirgado y empujo un poco para tomar dirección, el glande entró con evidente ansía de mi mujer que deseaba más y cerrando los ojos, apretando los dientes y dando un grito para animarse dio un furibundo golpe de caderas que enterró profundamente su verga todo lo larga que era en el ano de mi mujer, ella dio un grito desgarrador y se aplico con furia a dar placer al que tenía delante mientras el otro comenzaba a bombear afuera, adentro sacando gemidos terribles de dolor a mi mujer que quería ser así tratada. Al cabo de unos tres minutos el dolor debió ceder porque ella dejó de quejarse y empezó a mover el culo gimiendo, esta vez de placer. Miraba toda la escena a punto de mi orgasmo que el que estaba chupando ayudaba a precipitar. Llegó un momento en que avisé por señas al que me chupaba con evidente delectación y maestría que iba a eyacular en su boca y él asintió mostrándose de acuerdo. Coincidiendo con el orgasmo del que sodomizaba a mi mujer tuve yo mi orgasmo que recibió el otro en su boca. Inmediatamente me retiré sin despedirme siquiera de mi felador para no delatarme. Ahora tenía un arma enorme en mi poder; mi mujer no era tan mojigata como yo la había tenido durante veinte años. Llegando a la toalla para volver a tumbarme y esperar haciéndola creer que seguía dormido  volví a empalmarme pensando ya en como habrían de ser las orgías en las que iba a meterla en cuanto volviésemos a casa.

Haciéndome el dormido sentí como ella llegaba con algo de sigilo hasta mi lado y se tumbaba a tomar el sol. Sus compañeros de orgía también hacían evidente ruido debido al jolgorio con el que celebraban la aventurita. Simulé, siguiendo el jueguecito, que me despertaba de un profundo y caluroso sueño y me hice de nuevas como si nada hubiese pasado incluso pidiendo disculpas por haber permanecido tantas horas dormido haciendo hincapié en lo que era capaz de hacer el sol sobre un cuerpo, en este caso el mío, que provocaba unos empalmes medio regulares. Ella río de compromiso y me animó a irnos los dos a darnos un baño. Cuando nos levantábamos para dirigirnos a la orilla nuestros tres visitantes se disculparon con el pretexto de querer intentar salir de la calita a pesar de que la marea ya estaba subiendo y quizá no lo consiguiesen pero supuse que eran incapaces de mirarme a la cara sin enrojecer hasta las trancas, pensando en lo que acababan de hacer con mi mujer. Ya en el agua intenté, arteramente, un acercamiento libidinoso que ella rechazo, como yo había supuesto, de muy buenas maneras, sin querer disgustarme, pero harta de sexo por el momento, que las mujeres también sufren su correspondiente periodo refractario, por muy multiorgasmicas que se las quiera considerar. Entre risas, bromas y veras, me dijo que estaba muy rijoso, yo le pregunte con toda la malicia del mundo por su trasero y le eché mano para comprobar su estado, hizo como intento de rechazarme, pero insistí dejándole claro que no tenía más intención que la puramente exploratoria de su salud esfinteriana después de la irrupción que tuve dentro de ella el día anterior, se dejó y palpé un ano enormemente dilatado y al explorar con el dedo la apertura dejó escapar un quejido que hizo que mi erección explotase. Le miré a la cara con aspecto  de estar sorprendido y le pregunté por si ella se había introducido algún juguetito o si la dilatación era efecto directo de mi sodomización; “la verdad, cariño, nunca supuse que te dejase el ojete de esta manera, cualquiera diría que te has visto con un borriquito, después de conmigo, porque tienes el ano como para que te entre cualquier cosa, mas abierto que el coño”, ella se limito a sonrojarse débilmente, abrazarme y besarme, luego se acercó a mi oído susurrándome que deseaba ser penetrada por detrás dentro del agua. Yo estaba a punto de hacer hervir el agua del mar con el calor de mi verga y recordando las imágenes que vi en la gruta ni me lo pensé, la di la vuelta y el pene, como si se conociese el camino de antemano, se coló materialmente dentro de ella que culeaba de placer. Yo, recién corrido, a pesar de haber traspasado ya el periodo refractario y estar excitadísimo, me costaba  alcanzar un nuevo orgasmo y ella lo notó. Me llevó mi mano a su coño incitándome a meterle los dedos al tiempo que me sugería un maldad: “Imagina que otro tío me la clava por delante mientras tu me la metes por detrás y para colmo llega un tía de bandera con un pene artificial y te sodomiza a ti como tu a mí”. Fue definitivo, solo pensarlo e imaginarme que pudiera hacerse me sacó tal orgasmo que si no llega a ser porque estábamos cerca de la orilla y pude hacer pie me habría ahogado. Mi mujer se mostró satisfechísima del placer que me había hecho pasar con la fantasía apuntada, pero ella no llegó a correrse, pero no me sorprendió sabido lo sabido.

Volvimos a la playa, nos secamos y comimos algo. Después de permanecer en silencio durante un buen rato, sentados fijando la vista en la nada de la belleza de la lejanía horizontal, podía casi cortarse la muralla de mutismo que se estaba levantando entre nosotros. Por fin ella se volvió hacia mí, poniendo esa cara que hace estremecer, porque detrás de ella se encuentra una de esas disyuntivas en las que te pone la vida y que condicionan el resto de la que te queda. Yo sabía que ella me estaba reclamando mi mirada para poder zambullirse en mi cabeza sin darme ocasión a la escondida; me estaba poniendo, sin abrir la boca aún, en el disparadero. Finalmente, como yo no me atrevía a encararla fue ella la que me tocó el hombro reclamando mi atención: “Mírame, por favor”, pensé que me iba a confesar lo que yo ya sabía y no quería conocer de forma oficial porque me arrebataría un arma esplendida para futuras contiendas conyugales, pero no había escapatoria. Le miré a los ojos y le hice saber que para el lugar tan relajado y lúdico en el que nos encontrábamos me parecía que se estaba poniendo demasiado seria y trascendente con ese mírame por favor, tan sentencioso y cortante. Solo me formuló una pregunta, era una sencilla pregunta de la que iba a depender el resto de mi existencia: “Ahora que no estás enfebrecido por el sexo, fríamente, contéstame, la fantasía que te he propuesto en el agua, ¿te gustaría que se materializase?”. Así, con forma judicial casi, me estaba poniendo en un brete en el que ni por ensalmo se me hubiese ocurrido ponerme a mí. Lo que hacía escasos minutos se había planteado exclusivamente al servicio de un orgasmo que tardaba en llegar se convertía de manos a boca en una pregunta casi existencial y para colmo no se me daba un plazo para analizar y responder con conocimiento de causa. Es cierto que cuando columbré que una hermosa valquiria provista de un enorme pene, artificial o no, eso en aquel momento me pareció lo de menos, me violaba el ano, me sorprendí experimentando una especie de vértigo placentero desconocido lo que me produjo un orgasmo tremebundo como jamás lo había conseguido ni siquiera aquella vez en Barcelona que, con escasos años, me lo hice con dos chicas muy progres que se besaban mientras yo entraba y salía de una en otra. El que otro propio penetrase a mi mujer ensartándola entre los dos, si lo tenía yo en mi imaginario inconfesable, pero lo malévolo de introducir una hembra provista de verga penetrándome a mi fue exactamente lo que me precipitó el orgasmo por lo que la contestación que mi mujer me urgía con sus gesto me parecía axial para el resto de mi vida, porque no era inocente esa inquisitoria sabiendo yo como ya sabía que ella era capaz de buscárselas por su cuenta y acceder a tejemanejes sexuales de los que la creía incapaz. Me la quedé mirando queriéndola gritar que era una zorra mal nacida por ponerme en ese brete cuando hacia nada que se lo había estando haciendo con dos desconocidos, conmigo delante, sin desvelarle el pequeño detalle de que un tío me la había estado a mi mamando mientras a ella se la hacían los otros dos. Pero no lo hice y en lugar de ello intenté ganar tiempo: “porqué me preguntas eso ahora”, la voz casi ni me salía de la garganta. Ella esbozó una sonrisa que yo ya había visto en su rostro en otras ocasiones en las que ella sabe que tiene la sartén por el mango. “Contéstame, es importante”. Yo sabía que mi contraataque era endeble y fácilmente desmontable como así había sido y yo seguía donde estaba, al borde del abismo. Pero de repente pensé que una vez que volviésemos a nuestra rutina aquella estupidez en forma de pregunta sobre una fantasía sexual quedaría desactivada de manera que le seguiría el juego contestándole de una forma que ella jamás habría podido esperar de mí, es decir, ya que estábamos cerca como se decía por el entorno le salí por la vía de Tarifa y apostando fuerte, a pesar de no sentir lo que decía, para dejarla tirada del todo, le tenía coraje por intentar ponerme entre la espada y la pared: “claro, y sin que sea necesario camuflar al que me folla por el culo, de mujer, un tío con polla de verdad  también vale, mientras que no me coma la boca”. Ella acusó el golpe porque reaccionó como lo hacia siempre que se encontraba cogida en un renuncio, riéndose a carcajadas celebrando la ocurrencia. Yo me sumé a la hilaridad pero mientras lo hacía mi cabeza volaba, ¿Qué acababa de decir?, porque, no creía que fuese a suceder, pero ¿y si ella recogía el guante y me ponía en un autentico apuro cualquier día?, yo sabía que ella tenía suficiente sentido del humor y mala leche como para hacerme una jugarreta de esas y en otra vertiente del problema, ¿Qué había de cierto y que parte de farol en lo que acababa de decir? Y al plantearme esa disyuntiva un sensación de pánico me invadió al tiempo que  mi pene reaccionaba ante la posibilidad de que un tío que poseyese. Empalidecí al sopesar la posibilidad y ella se percató. “¡Que era un broma hombre!, no seas tan radical. No quiero ni pensar en lo que podía suceder si alguien se te acercase a la retaguardia con malas intenciones, lo de la caída del Muro de Berlín iba a ser de Mortadelo”. Se había apiadado de mí y la tregua estaba en pie. Respiré salvado y disimule como pude mi terror ante aquella posibilidad: “¡Claro que era una broma!, por eso yo te la seguí”, y nos reímos los dos dejando aparcado el tema, pero mi mujer acababa de abrir la caja de los truenos y el pacto tácito al que acabábamos de llegar no era más que un alto el fuego que sería todo lo dilatado que nosotros pudiéramos hacer que fuese.

Permanecimos el resto del tiempo que nos dejó la marea aislados en aquella cala paradisíaca bastantes enfrascados cada uno en sus pensamientos, charlando de cosas mas o menos intrascendentes para al final hacer acto de presencia la inefable jaqueca que creíamos haber dejado en casa y que por arte de magia acabó con el hechizo que se había creado.

Se pasaron los dos días que nos restaban sin pena ni gloria. Se alejaron de nuestra relación los alicientes imaginados e imaginables volviendo a instalarnos en la rutina sexual mediante la cual yo esperaba pacientemente a que ella tuviera un exclusivo y aburrido orgasmo para tener yo el mío para el que necesitaba ineludiblemente echar mano de mi imaginoteca en la que guardaba con cuidado y dedicación los mejores y mas abyectos recuerdos de encuentros sexuales reales o imaginados que tenían la virtud de hacerme llegar al puerto del placer con rapidez y elegancia. Sirvió aquella corta estancia al menos para que los dos tomáramos un bonito color canela con el que poder presumir cuando regresamos y para que nos llevásemos cada uno dentro una buena ración de demonios que sacaríamos a pasear a no mucho tardar y me harían renegar de aquel infausto jueves en que se me ocurrió intentar arreglar lo nuestro a base de imaginación y arrojo.

A la semana de haber regresado de Los Caños nuestro convoy volvió a su primitivo raíl con su cansino traquetear, sin peligro evidente de descarrile pero sin visos de aventura que enciende el animo y trasciende la vida oliendo los peligros del envite.

Paso un mes más en que ya estaba decidido a plantear la cuestión que aparcamos con mi idea de reconducción de nuestra relación cuando al llegar a casa a mediodía, me encontré una nota de mi mujer que rezaba: ‘no voy a estar para comer, ya te contaré. Intentaré regresar esta noche’. Me quedé petrificado. Esa no era la forma de llevarse de mi mujer, aquí había algo raro, rarísimo, me dije.  Tenía pensado salir esa tarde a ver la exposición de un amigo que se estrenaba en una galería que había tenido a bien creer en su arte. Estuve esperando hasta las cuatro de la tarde en que viendo la tele me quedé dormido. Me despertó el timbre desagradable y afónico del móvil. Pensé que era mí mujer y sin mirar la pantallita le medio grité que donde se había metido. Me encontré que al otro lado de la línea la voz de mi hijo me preguntaba que a que se debía esa imprecación tan destemplada. Nuestro hijo llevaba tres años ya en Londres estudiando un master de administración de empresas que debía ser la reoca por el dineral que me estaba costando, después del otro dineral que me había costado su ingeniería en una privada de Barcelona. Llamaba el muchacho para darnos el notición de que una multinacional alemana se había interesado vivamente por él para una joint venture con una empresa de Bangla Desh a la que iría como gerente para implantarla hasta ponerla en marcha y si funcionaba acabaría en la central en Dusseldorf como adjunto a la dirección general; total, algo de lo que un padre se siente tan orgulloso que es capaz de morirse de gusto. Le contesté con la mayor ilusión de que pude hacer gala prometiéndole que su madre y yo estaríamos en Bengala cuando el llegase para darle ánimos, me dio las gracias por el apoyo, me preguntó intrigado una vez mas si me pasaba algo y colgó. Me dejó muy mal sabor de boca la conversación y lastima al tiempo por no haber podido ser mas cariñoso pero al mezclarse con la irritación mas enconada por la falta de señales de vida de mi mujer se aliviaba la sensación de culpa. Cuando dieron las once de la noche decidí meterme en la cama. Estaba a punto de caer rendido de preocupación y disgusto cuando se escuchó la puerta. El corazón se me aceleró de indignación y alivió al tiempo; al menos no le había pasado nada o eso creía yo. Antes de que llegase al dormitorio apagué la luz de la habitación para darle la salida de creerme dormido y que se acostase en silencio, el día siguiente sin la efervescencia de la inmediatez, mas frío y sosegado podríamos hablar. No hizo demasiado por no hacer ruido, pero tampoco armó escándalo para acostarse, eso sí se llevó su tiempo desmaquillándose y dándose sus cremas de noche, después se metió con algo de sigilo en la cama y la sentí dormir enseguida. Me acerqué a sus cabellos, me gustaba olerle su perfume a limpio y vivido mezclado con el olor a sus potingues revitalizantes. Mi natural reflexivo me llevo a la conclusión que lo mejor sería esperar hasta el día siguiente, además el hecho de ser un optimista casi patológico, me  permitió conjeturar que no necesariamente aquello significaba que quería irritarme previo paso a una separación apelando a mi sentido de la civilización y buen sentido común, poco dado a los excesos en la expresión de las emociones. Sentí su calor en mi cuerpo y como un resorte mi naturaleza respondió con toda su intensidad viril. Alcancé tal erección que me dolía el glande, tan congestionado se me puso. Se me pasó por la cabeza iniciar el acercamiento pero pensé de inmediato que debía salvaguardar mi indignación por el feo de dejarme plantado toda la tarde y parte de la noche sin decirme siquiera donde estaba. Me tragué pues el deseo de penetrarla por detrás al estilo de cómo lo hicimos en aquella maravillosa playa y de cómo se lo hicieron aquellos muchachotes tan arriesgados, así que me di la vuelta intentando serenar mi cuerpo. Me dormí al final resistiéndome a masturbarme que era lo que me pedía a voces el pene. Cuando abrí los ojos  faltaban aún unos minutos para que se desgarrase el despertador en mis oídos y lo hice con una desagradable sensación entre viscosa y fría. Había tenido una polución nocturna y estaba pringado entero. Me sentí ofendido de mi mismo por haberme comportado de esa manera aún sabiendo que esa era una función totalmente fisiológica y autónoma; si al menos me hubiese masturbado yo le habría sacado algún reedito a la acción, pero así y sin enterarse era para sentirse descorazonado.

Me duché y aseé como todos los días sin que mi mujer se diese por aludida, si se despertó y se refugió en las sabanas, no lo sé, pero el caso es que me marché como  cotidiano sin despedirme en esta ocasión. Estuve toda la mañana esperando que me llamase sin centrarme en lo que hacía hacia y cuando aún faltaban dos horas para salir aduje una jaqueca y me marché a casa. Estaba en ascuas, hervía ya de indignación y necesitaba una explicación.

Cuando entré en casa encontré a mi mujer en bata y tomándose un café, perfectamente arreglada y maquillada a falta de vestido. Se mostró cariñosa conmigo y se volvió a disculpar por tener que marcharse una vez más, “va a ser esta semana y la que viene…, de momento”, me besó con bastante fogosidad y me entregó un sobre al tiempo que desaparecía camino del dormitorio, “ingrésalo en la cuenta cariño, yo no voy a poder” . Cada vez estaba más confuso, me quedé como un pasmadote, parado con el sobre en la mano y la boca abierta sin emitir ni un sonido porque se me agolpaban las preguntas en la boca y no era capaz de articular ninguna. Pasó lo que debió ser una eternidad porqué mi mujer salía ya del dormitorio perfectamente vestida y arreglada, casi sin detenerse me dio un beso de esposa, cariñoso y tierno me dedicó un te quiero sincero y me preguntó extrañada que hacía ahí sin moverme con el sobre en la mano, “¡ah!, hay también un CD, no es para el banco, es para que lo veas a ver que te parece, ahí están todas las respuestas a tus preguntas”, y con un leve chasquido de resbalón cerró la puerta llegando a escuchar como se abría y cerraba la puerta de ascensor que se llevaba a mi mujer donde solo ella sabía que tenía que ir.

Abrí con curiosidad el sobre, uno de esos tamaño cuartilla, color crema. Dentro había diez mil € y un CD como ella había dicho. Se me enfriaron las mejillas y me entraron ganas de vaciar el vientre. Me invadió el pánico. Temblando me dirigí al televisor, que encendí, metí el disco en su ranura y me senté con más miedo que un torero de tercera a ver salir el morlaco. Aquel sin duda era un Miura y de los de seiscientos kilos.

Las primeras imágenes eran números y letras como de claqueta de cine y sin más preámbulos un fotograma con la palabra maqueta-prueba y a continuación un fundido de un pene de tamaño de tamaño regular y la boca de mi mujer, inconfundible para mí, trabajando con fruición. Di un respingo en la butaca y de forma instintiva apagué el televisor. Saqué el disco del lector y con él en la mano me puse a medir a grandes pasos el salón de casa sin saber que determinación tomar. Cuando me serené y racionalicé las imágenes que acababa de ver me dije que bueno, que si había presenciado en vivo como se beneficiaban a mi mujer dos tíos, que más fuerte podía tener ver a lo que se dedicaba siendo grabado y además pagado, y bien pagado.

Decidí gozar en lugar de preocuparme. Me desnudé y como mi madre me parió me dispuse a ver el CD completo. Eran pruebas de habilidades más que nada, pero algunas de ellas que ni se me hubieran pasado por la imaginación que mi mujer podía llevar a cabo.

La primera felación que interrumpí duraba unos diez minutos y al final el tío uno con aspecto bastante asqueroso, con barriga oronda y de mediana edad eyaculaba en el rostro de mi mujer que ponía una cara de satisfacción que hasta donde yo la conocía era principalmente de desprecio. En la siguiente me fue difícil reconocer a mi mujer en la que le comía materialmente el sexo a otra mujer bastante mas joven que ella. Eso me puso bastante excitado lo que me llevó a acariciarme mi sexo haciendo que encontrase gran placer. Finalmente aparecía un hombre de bastante buen cuerpo y pene que se ponía por medio y penetraba a la compañera de sexo oral de mi mujer que se a su vez se dedicaba primero a lamerle al tío los huevos y el ano para coger una prótesis de pene, calzársela y taladrarle con bastante placer, según manifestaba el hombre, aunque a saber, pensé yo en ese momento. Cuando mi mujer estaba sodomizando al guaperas miraba a la cámara y ahí si que su cara era de autentica satisfacción y no sabría decir si por el placer que ella obtenía, que yo creo que ninguno, o por la satisfacción obtenida de saber que estaba jodiéndose a un tío tomándose la revancha por todas las veces que yo me la había jodido a ella solo por darme el gustazo de masturbarme utilizando su vagina como mano suavita y caliente. El caso es que la imagen me resultó tan excitante porque de alguna manera yo me veía encarnado en el tío envergado por mi propia mujer, que un leve roce con los dedos lubricados con saliva por el frenillo fue suficiente para que se me desencadenase un potente orgasmo que me dejó exhausto y con el cuero del sofá aspergido de semen. No acababa ahí el disco pero para mí, después de la corrida, había sido más que suficiente. Un  regusto amargo, después de satisfecha  mi ansia de sexo sin acomodos morales, se hizo hueco en mis entresijos más incómodos de soportar, pero una vez más lo dejé correr sin  querer dar razón al corazón que decía que lo hecho no hacía daño a nadie más que a mi mismo, pero como siempre, me dije, que el orgasmo había sido de campeonato y que aquellos remilgos morales no eran sino flecos del periodo refractario que se esfumarían con la siguiente pulsión que sin duda alguna habría de ser mas placentera y arriesgada que la anterior por mor de la trasgresión mas audaz.  Me duché, limpié el cuero del sofá, saqué el disco del aparato y apagué el televisor. Me fui a la calle a comer algo, porque estaba claro que mi mujer no iba a venir a comer; tenía muchas cosas que hacer que luego iba a tener que contarme. Regresé a casa y me eché una reparadora siesta hasta bien tarde. Luego me bebí un vaso de leche caliente y me dispuse, bien cómodo, a esperar que regresase mi mujer. La noche tendría que ser larga porque yo necesitaba respuestas y no estaba dispuesto a conformarme con cuatro topicazos.

Estaba empezando a dejarme llevar por la molicie del sueño cuando me rescató del sopor, el sonido de la puerta de la calle al cerrarse. Me despeje al instante y me dispuse a esperar con los ojos bien abiertos. Entró en la sala donde la esperaba con la arrogancia del que sabe que tiene todos los triunfos en la mano y no hay por donde trincarla. Se quedó de pie mirándome con una sonrisilla sardónica que no le recordaba desde hacia años, cuando nos reíamos de casi todo y que tenía la facultad de excitarme a la par que me abonaba la amnesia y relativizaba la afrenta con lo que me hacía perder la batalla aún antes de comenzada. Me costaba empezar el protocolo de petición de explicaciones, porque desarmado como estaba por su sonrisa juvenil y fresca lo menos que deseaba era hacerla el menor daño, aunque fuere justificado y justiciero. Pero no hizo falta que me hiciese ninguna violencia, porque antes ya estaba ella, inasequible, sobrada e inalcanzable explicándome lo que a mi me parecía imposible de explicación. Me dejó helado cuando comenzó a relatar como por casualidad coincidió en la peluquería con uno de los chicos que tanto juego nos habían dado en Los Caños, el más mayor que resultó ser guionista de cine porno, “valiente guionista”, le tuve que terciar intentando salvar algo de mi honor como marido engañado de alguna manera, honor que quedó hecho trizas cuando como de pasada me dio recuerdos que él me trasmitía con el deseo de que se repitiese lo de la felación. Solo puede balbucear un “entonces, tu, entonces, lo sabes todo de lo de…”. Me confirmo que efectivamente se enteró porque el tío aquel de la boca de seda le hizo saber como babeaba viendo como se la beneficiaban a ella sus otros dos amigos, que entre otras cosas nada tenían que ver con el porno. Necesitaba una mujer madura sin demasiados complejos que no pareciese puta para una cinta que llevaba ya dos semanas de retraso y si en cine eso es intolerable en porno es una eternidad. La actriz que tenían dispuesta y contratada no estaba para películas porque se le había declarado una fístula vaginal que la dejó fuera de juego, porque, como justificaba mi mujer, no era cuestión de que perder metros de película porque el garañón de turno la sacaba llena de mierda y esta no era una cinta escatológica. Al parecer era muy buena en lo suyo pero se pasó de rosca en los calibres que admitía por detrás y delante a la vez y se le rasgo la débil pared que separaba vagina de recto. Me impresionó aquello pero quise parecer hombre de mundo y le contesté con un “gajes del oficio”, algo que no le hizo ninguna gracia acusándome de frívolo. Al final resultaba que ella, en un arranque de rabia por sentirse inútil en la casa, ya sin críos a los que cuidar y conmigo dándole razones para sentirse sola, decidió apuntarse a la plaza de la desgraciada de la fístula fiada en su capacidad de hacer sexo con desconocidos tal y como había sucedido en la playa. Hizo la primera prueba, el CD que yo vi, y les gustó su actuación tanto que parecía que gozaba de verdad y le dieron los diez mil que me dio para ingresar a cuenta de tres películas que se comprometía a rodar, una de las cuales incluía un perrazo experto en las lides. Cuando me lo dijo por poco no me desmayo pero intente tenerme y que no se me notase, solo que no pude contener un “¡que asco, un perro!” y ella sin inmutarse contestó que mas asco daba dejarse follar gratis y sin ganas como la mayoría de las veces que lo hacia conmigo, lo que me dejó mudo y hecho papilla sin atreverme a decir ni una sola palabra en adelante.

Intenté en la cama acercarme a su piel. La verdad es que el hecho de imaginar a un perro violando a mi mujer me excitaba más que cualquier cosa y mi pene congestionado reclamaba su cuota de placer. Estaba de espaldas y le roce con el glande sus nalgas. Se movió remolona haciendo como que rechazaba la solicitud. Insistí y se apretó contra mi cuerpo. Sin moverse siquiera echó la mano atrás, levantó la pierna para dar espacio a la penetración y guió mi pene a su ano, cuando lo tenía apuntado con un movimiento exacto y magistral, sin que yo tuviese que hacer nada de nada, se introdujo el pene hasta donde pudo dada la posición y comenzó a culear. Yo permanecía quieto y excitado comprobando como se acercaba el orgasmo a pasos de gigante. De repente, se detuvo me sacó de su cuerpo, se dio la vuelta y me dijo que no había vuelta de hoja: “amor mío, ahora te toca a ti”.

Me quedé sin saber que pensar y menos aún que responder. Supuse que se había cansado de moverse para darme placer, pero no fui yo el que le pedí quedarme quieto, de manera que perplejo como estaba me mantuve a la expectativa, a ver por donde salía.

“¿de acuerdo?”, continuó con cierto tono de impaciencia. No sabía a que se refería, pero ese de acuerdo estaba pidiendo a voces un “por supuesto, cariño” incondicional. “pues recuerda que tu lo has consentido y ahora no vayas a echarte para detrás”. Se levantó de la cama y de un salto se plantó delante de la cómoda, rebuscó en los cajones para finalmente sacar algo de uno de ellos. Cuando pude reaccionar era ya tarde, volvía a la cama con un dildo protésico que se acababa de calzar de proporciones regulares explicándome que tenía por dentro a la altura del clítoris, una especie de botón erizado de púas de goma semirigidas y romas que con las arremetidas masajeaban su órgano de placer, de manera que cuanto más empujase y mas dentro llegase más placer obtenía ella. El aspecto de aquella cosa era amenazador con una superficie surcada de supuestas venas que se coronaba por un glande orgulloso de haber sido concebido con esa forma tronco cónica y con aspecto brilloso y terso. En la mano traía un tubo de lubricante. Me quiso recordar mi gentileza al penetrarla en aquel bosquecillo de Los Caños sin  más lubricación que su voluntad de darme placer y que recordando el dolor no iba a tener la mala leche de hacerme lo mismo, “no fue una experiencia agradable…, al principio, todo hay que decirlo”. Me recordó mi asentimiento y me rogó que me pusiera en posición, “imagínate que te has vuelto muy pío y te postras para la oración, el resto me lo dejas a mí”.

Estaba al borde de la cama esperando y yo acostado, tapado hasta la boca, con cara de ir a defender el fuerte hasta la última gota de sangre. Me amenazó, me rogó, intentó hacer valer mi palabra, se cabreó y finalmente con una cara que no hacía presagiar nada bueno, desistió ante mi negativa a ser desvirginado de aquella manera. Sin un reproche, finalmente se desabrochó las correas del dildo que guardó cuidadosamente de donde lo había sacado y se acostó a mi lado, apagó la luz y antes de que me diese cuenta en la oscuridad de la alcoba resonó su voz hueca y amenazadora, “ni un pelo, no se te ocurra rozarme ni un pelo. Ya hablaremos de esto en otra ocasión”.

Pasaron días y días. Ella se levantaba temprano se arreglaba y se iba al estudio a grabar antes que me levantase yo para irme al trabajo. Cuando regresaba a casa, ella aún no había llegado, de manera que me acostumbré a prepararme algo de comer y terminé de dar por hecho que mi vida muelle de marido atendido por esposa dedicada y fiel había concluido. Llegaba tarde, casi siempre pasadas las once de la noche, me daba un beso la mayoría de la veces vacío, me dedicaba dos palabras que intentaban ser amables, reiteraba que el día había sido agotador y se disculpaba por tener que acostarse, yo la disculpaba a mi vez y la seguía a la cama como un perrillo. Si alguna vez intenté acercarme más de la cuenta con voz inoxidable me recordaba su cansancio y yo la dejaba en paz.

Recordaba a veces lo del dildo y me reprochaba no haberla dejado jugar con mi ojete, estaba seguro que no habría conseguido entrar, por mucho empeño que hubiera puesto y no se habría enfadado al punto de dejarme en dique seco durante los dos últimos meses. Me masturbaba alguna vez mirando alguna imagen en Internet pero no era lo mismo. Rememoraba los días en la playa, los chorros, la gruta con los dos zagalones aquellos trajinándosela y gemía de añoranza y deseo.

Aquel día sin embargo, entre dos sueños, serían sobre las cinco de la tarde, escuché como se abría la puerta y su voz en animada conversación con otras dos voces más de suave acento latino, me sacaron del sopor. Una escandalosa morena de mediana estatura y ojos intensamente verdes con más silicona en los labios y los pechos que en las juntas de la fontanería y un muchacho de cerca de los treinta que me resultaba vagamente familiar, que llevaba un bolso de bandolera que me resulto extrañamente grande. Me los presentó como Sandra y Raúl, compañeros de trabajo. Inmediatamente recordé de qué me era familiar el hombre. Pero se me adelanto él al darme la mano y declararse encantado de volver a verme desde aquel día en los Caños en los que al parecer congeniamos; se volvió a su amiga y le tuvo que contar la felación que me hizo mientras yo observaba a mi mujer dentro de la cueva. La chica se echó a reír dejando ver una perfecta hilera de dientes blancos al tiempo que le recordaba a Raúl que ya se lo había contado mi mujer. Se sentaron en el sofá delante de mi y mi mujer me comunicó que habían terminado antes de la cuenta y quería que Sandra me conociera, “Raúl, que es como es, insistió en acompañarnos, el sabrá”. Les ofrecí algo de beber y se mostraron conformes. Cuando volvía de la cocina con la cubeta del hielo, mi mujer y Sandra se estaban morreando, Raúl estaba metido en la entrepierna de Sandra y se afanaba con fruición. Solo supe decir “Las bebidas”. En un momento interrumpieron sus manejos y en un momento mi bragueta del pijama había formado una tienda de campaña vergonzosamente evidente. Intenté disimularlo como bien pude y pude bien poco. Ellos se sirvieron sus bebidas dieron unos tragos y continuaron su función. En un momento dado, Sandra se aparto de la boca de mi mujer y me invitó a acompañarles, “y no te hagas el estrecho, se que te gustan estas cosas”. Me quité el pantalón del pijama y puse el pene al alcance de la boca de Sandra. Mi mujer de inmediato se dedico a lamerme las bolsas, y la entrepierna, alternándose con Sandra en la atención al pene. Raúl seguía hundido en las profundidades de Sandra que mantenía exageradamente abiertas las piernas. Ser protagonista de lo que había imaginado en mis fantasías durante años hizo que notase que alcanzaba el orgasmo en décimas de segundo si no me retiraba de la boca de la chica. Lo hice rápidamente pero el mal estaba hecho, no pude controlar la eyaculación y fue peor comprobar como los tres casi se peleaban con sus bocas por mi semen. Fue satisfactorio. Mi mujer me miraba con cara de vicioso deseo de más y Raúl se quejaba de no haber alcanzado casi nada de semen. Después me prometió que me daría alguna que otra lección de sexo tántrico para que aprendiese a tener orgasmos sin eyacular y que no sufriese los periodos refractarios tan inoportunos.

Ellos tres siguieron a lo suyo como si  no existiese yo en la sala. Mientras consumía mi bebida no podía evitar sentirme hipnotizado por las posturas y las combinaciones que hacían entre los tres. Poco a poco la contemplación iba recuperándome y sintiendo la necesidad de incorporarme al cuadro. Mi pene se levantaba orgulloso una vez más y reclamaba su sitio. En ese momento Raúl se aplicaba con delirio a lamer y ha hundirse con la lengua en el ano de Sandra y cuando me acerqué a su cara para que volviese a repetir la felación, en lugar de hacerme ese servicio me hizo de mamporrero para penetrar por el ano a Sandra. Ella acusó el golpe ante el primer envite, pero luego llevó su mano hacia atrás para atraparme las bolsas y tirar hacia delante para que se la calzase entera mientras ella conseguía llegar hasta lo más profundo con su lengua en el sexo de mi mujer. Raúl cambió entonces el ano de Sandra por el mío y comenzó a lamerme; me excitaba mucho que me lo hiciese mientras yo sodomizaba, lo hacía realmente bien por lo que hice por abrir las piernas todo lo posible para ofrecer mi ano lo más expedito posible sin comprometer mi penetración y recibir de paso yo más placer. Sandra llegó a un punto de hacer alcanzar el orgasmo a mi mujer con la lengua y entre estertores me reclamó que le llevase mi pene, del ano de Sandra a su boca. Me dejó perplejo la proposición pues sabía lo que podría suceder al sacarla si es que Sandra no estuviese bien preparada para una penetración trasera, pero mi excitación era tal que pensé que si ella lo pedía sabía a lo que se exponía. Me retiré sin contemplaciones de Sandra en un instante, ella culeó algo protestando, pero se apartó de inmediato para que yo entrase en la boca de mi mujer. Tenía el pene limpio al sacarlo y mi mujer me lo atrapó con avidez y comenzó su orgasmo que se prolongaba más y más y cuanto mas largo, mas gemía con mi pene en su boca. Raúl a mi espalda se masturbaba tan cerca de mí trasero que a cada sacudida me golpeaba con su glande el cachete del culo. No sabría como explicarlo, pero eso también me excitaba, quizá por el peligro que suponía tener un pene tan cerca de mi ano. Llegó el momento en que no pude más y anuncié a gritos que me corría. Mi mujer en ese instante me atrapó el pene aún con más fuerza entre sus labios, para que no derramase una gota de semen fuera y sentí como Raúl a su vez, derramaba el suyo en mi espalda. Al acabar, entre Sandra y Raúl me lamieron el esperma que éste había derramado y en compensación por ayudarle Raúl hizo alcanzar el orgasmo a Sandra con la boca. Quedamos exhaustos los cuatro. Yo creí que con eso todo estaba terminado pero aún no había hecho sino empezar.

jueves, 28 de marzo de 2013

GIGOLO



GIGOLO

Qué buena pareja hacéis
Mis queridos Marta y Manuel
Marta con tu coño de seda,
Tu polla Manuel,
De pura miel.

Cómo gozo Marta,
Cuando te veo levitar
Montándome como a una jaca
Con silla de pedernal.
Mientras Manolo me alcanza
Con su verga inusual
La garganta;
Y me provoca la nausea
Nausea que habrán de pagar.

Marta galopa furiosa
Y mi cuenta se va a larga
Que su marido me llueve
Con la lluvia blanca, la faz
Y paladeando su semen
Marta se quiere inclinar
Y robarme con un beso
Lo que Manuel me quiso entregar.

Cae exhausta Marta
Sobre mi pecho mecido
Por las olas que se estrellan
Contra el pantalán;
Que el encuentro fue en su yate
A la orillita del mar.

Manuel ya ha terminado,
Me ofrece la última gota
De su líquido vital
Que yo le hurto con la lengua
Preparándome a marchar.

En la cubierta de popa
Marta y Manuel me despiden
No sin antes entregar
Los dos billetes en lila
Que  me sirvan a llevar
A la que tanto quiero
A ese restaurante nuestro
Donde podamos cenar
Y después irnos a casa
Para amarnos de verdad.

sábado, 9 de marzo de 2013

ROBERTO XVII



C A I M A N


La limusina salió gastando neumático de la puerta del Metrópolis enfilando a la bahía antigua de Tampa para poderla atravesar y regresar al hotel en St. Petesburg. Si Lucas hubiese mirado por el retrovisor habría visto salir del local a un vaquero con sombrero gastado y pantalones ceñidos, que en cuanto pisó la calle se arrancó el sombrero de la cabeza lo estampó contra la acera y lo pisoteo aunque no habría podido escuchar los gritos de desesperación y angustia que profería mientras destrozaba el sombrero.
- Había un tío en el cuarto oscuro con un sombrerito de paja – dijo Duncan lujurioso perdido – que calzaba un nabo que me ha llegado a los talones.
- Todavía tienes lefa en la comisura, maricona – le soltó medio riendo Richard.
Duncan se relamió con la lengua y recogió, efectivamente una gota de semen que le quedaba.
- Mmmm, si, es suya – entornaba los ojos mientras se deleitaba pensando en el sabor del semen del vaquero.
- ¡Estáis locos! – Gritó Roberto – no habéis escuchado hablar de algo que se llama SIDA, porque lo menos que te puedes pillar en un sitio de esos es una hepatitis o un sifilazo, pero es que el SIDA, es ya el colofón. Tú que sabes a quien se la has mamado, y si tenía ¿aunque fuese condilomas?, como vas a explicarle al medico de tu familia como te has contagiado esas especie de verrugas en la boca, ya te digo, por no hablar del SIDA.
- Bah – contestó quitándole importancia Duncan – en Europa estáis siempre cagados con estas sandeces. Si te toca te toca y si tienes pasta, como es nuestro caso, se soluciona y punto y si no la tienes al hoyo y san se acabó. ¿Y tu crees que a mi familia le iba a interesar que se supiese que su niño se la mama al primer desconocido?, esas cosas en nuestra sociedad se tapan, porque  n o s o t r o s  somos los pilares del sistema, sin nosotros se derrumba. Somos perfectos, ¿no lo sabías? Como mucho mi padre me quitaría una semana el Ferrari, hasta que me mi madre me comprase otro y punto y final. Las madres son comprensivas, aunque claro en menos de un mes me tendría que casar con Dorothy – y haciendo una mueca de rasgarse la garganta con las garras - ¡oh cielos, piedad Dorothy nooooo!, pero bueno la preñaría para tener vástago de muestra y luego que viviese su vida como yo iba a seguir con la mía, aunque eso sí, sin escándalos por favor, ¿no es eso Lucas?
Lucas conducía ya por el viaducto sobre la bahía flanqueado por las luces de yodo que como guirnaldas de feria enmarcaban la carretera sobre el agua.
- Mira Roberto, mi padre antes de follarse a sus guardaespaldas se follaba a sus colaboradoras de campaña hasta que le encontró más punta a una polla – se rió a carcajadas del chiste que acababa de hacer – que profundidad a un coño. Tanto a unas como a otros ni les interesa que el senador Taylor se vea envuelto en un escándalo ni a ellos quedarse sin trabajo muy bien remunerado con esporádicos regalitos, que mi padre es generoso de cojones, de manera que  el silencio es el mejor consejero de inversiones y todos contentos.
- Eso dice mi madre siempre – terció Roberto – el silencio es el mejor aliado, porque esa gilipollez de que el que calla otorga es cosa de estupidos indigentes que no tienen que defender más que su vida; pero la realidad es que el que calla no dice nada y la mejor manera de que se te meta un gusano en la cabeza y te la haga mermelada de mierda es que inicies una conversación con alguien más inteligente que tú, creyendo que tú eres más inteligente que él, por eso lo mejor es mantener la boca cerrada.
- Ahora comprendo porque tu madre es asociada al bufete del Decano de Yale, es tan taimada y tan cabrona como él.
- Oye, oye, que es mi madre – protestó Roberto.
- Y una zorra de cuidado en el mundo de los negocios, y eso no lo puedes negar. He escuchado hablar maravillas de ella a mi padre – le contestó Lucas – y lo de cabrona era para ilustrar que cuando hace presa se lleva cacho siempre. Era un cumplido.
- Ya, pero suena raro en mis oídos. Este invierno voy a ir con tu hermana a Bélgica para que la conozca antes de ir a Cádiz a pasar las navidades con mi padre.
El coche ya enfilaba el puerto de Tampa camino del hotel y los cuatro bostezaban.
- Tengo sueño, tío – dijo Richard – a que hora zarparemos.
- A las ocho nos espera Sebastián para el desayuno en cubierta. La planeadora estará esperándonos a las doce. No llevará al corazón mismo de los Everglades a una casucha que los esclavistas usaban para esconder a los esclavos huidos antes de mandarlos al norte antes de la Guerra de Secesión. Por eso hay muchos caimanes por allí. De siempre han tenido comida fácil y ahora parque nacional pues ya ves.
- Tío, vamos a dormir tres horas nada más – protestó Duncan.
- Pues duermes en la cubierta mientras navegamos, aunque sospecho que no te van a dejar – dijo Lucas mirando hacia atrás mirando como Richard le daba un morreo a su colega.
A Duncan tuvo que tirarle de la cama Lucas Taylor Jr. porque no había manera de despertarle. Parece ser que la noche, después de llegar del Metrópolis la habían tenido agitada Richard y él y no conseguía despertarse.
- Venga loca salida, que la goleta zarpa sin ti – gritaba a voz en cuello Lucas.
- Por favor…, - casi sin voz Duncan pedía tregua
- ¿Por favor, por favor? Vas a decir ahora. ¿No tenías tanto sueño anoche, hasta que hora estuvisteis follando, gilipollas? – Lucas estaba empezando a cabrearse – te lo dije muy claro que a los ocho zarpábamos, que a las doce nos esperaba la planeadora del estatal y que eso ha sido un favor que ha tenido que pedir mi padre en Tallahassee.
Duncan a rastras se metió en la ducha y Lucas detrás de él cerró el grifo del agua caliente dejando a su amigo semidormido sin respiración por la congelación del chorro de agua fría, pero tuvo la virtud de despertarlo del todo.
- ¡Eres un cabrónazo Lucas!, esto no se hace con un amigo – protestó Duncan.
A las ocho horas y cinco minutos el Marion II zarpaba del muelle privado de St. Petersburg con rumbo a los manglares de Florida donde la planeadora del Estado de Florida con un guarda del Parque Nacional de los Everglades les esperaba en la Bahía de Ponce de León donde por el calado el Marión II tendría que fondear y a través de la bahía de Withewater llevarles hasta el corazón del Parque donde podrían ver caimanes a placer.
- ¿Por qué no doblamos mañana por Key West y llegamos a Miami a pasar un día – dijo Richard - ¿Conoces Miami? – le preguntó a Roberto.
- No, no conozco Miami – contestó.
- Cuerpazos tío. Si los de los tíos están de muerte, los de las tías son para morirte y con un barco como el Marión hay rollo fijo. A un trasto de estos no hay quien se resista a no ser que tenga uno de quince metros más. ¿Verdad Lucas? – afirmó más que preguntó Richard.
- Déjate de historias y cuentos. En cuanto veamos los caimanes y nos demos un chapuzón en Ponce de León vuelta a casa. Ya sabes como es mi madre y mañana da una fiesta oficial para presentar al novio de mi hermana. Mira ya estamos frente a Coral Bay donde recogí a Sebastián. En menos de una hora en la planeadora.
- ¿Queeeeeee? – Roberto no podía dar crédito a lo que estaba escuchando – ¿una fiesta de qué?
- Me lo dijo mi madre justo antes de zarpar de casa con la expresa orden de que fuese una sorpresa para ti en cuanto llegásemos de vuelta…, y a mí con las gilipolleces de éste – señalando a Richard – se me ha escapado y ahora ya lo sabes. Vas a ser presentado oficialmente a lo más granado de la sociedad de Florida como el futuro marido de Corina. Tienes hasta anillo de compromiso.
¿Qué tengo qué? yo no he comprado nada a nadie y menos un anillo de compromiso. Lo de tu hermana y mío es un tonteo de adolescentes. Nada más.
¿Para que te tiraste a mi madre? – Le espetó de sopetón en la cara Lucas a Roberto – ahora te quiere de yerno para que te la folles a cualquier hora. Te lo dije, es muy puta y no me hiciste caso, ahora carga con las consecuencias; además no es para tanto, de aquí a que os caséis tú tienes que acabar en Yale y pueden pasar miles de cosas. Tómatelo como un intento de mi madre de follarte a su elección y de paso alégrate vas a ingresar en una de las sociedades más exclusivas de los Estados Unidos, por mucho que se diga de Boston, lo que significa que tienes media vida al menos resuelta.
- Yo, ya tengo una vida resuelta – levantó la voz bajo la toldilla de popa muy enfadado Roberto – tengo un padre que es medico y arquitecto y una madre que es la reina del derecho mercantil en el mundo entero – y ya vociferando como un poseso – yo no necesito que nadie me resuelva nada de nada. Y me voy.
- ¿Adonde? – Preguntó cansino Duncan – mira Coral Bay estará a unas veinte millas, ala venga tírate y empieza a nadar. Ya les iremos diciendo nosotros a los tiburones que sean respetuosos con tu soberano cabreo de exquisito europeo – y a medida que avanzaba la frase iba elevando el tono de voz – que le parece que nuestra sociedad hortera no es lo suficientemente exquisita para un orgulloso español. ¡Joder! Ya está bien. Mañana te presentan a un montón de gente de la que a la mitad te tirarás y la otra mitad querrán acostarse contigo, así que disfruta joder y no nos amargues la excursión. Y tú bocazas – dirigiéndose a Lucas – podías haber sido un pelín más discreto.
- ¡¡Hostias!!- Roberto se sentó de golpe en una tumbona muy irritado – no me gustan los compromisos. Bueno, ¿y el anillo ese?, cuanto me va a costar.
- Naaaada, son cosas de mi madre – contestó pacienzudo Lucas – lo ha encargado ella a Zales en Tampa, que es donde suele comprar los diamantes. Tú se lo vas a regalar a su niña, un bonito solitario montado al aire con cuatro garras de platino y anillo de oro blanco, pero lo paga ella. Compréndelo Roberto, esto es un juego para mama. Ahora le ha dado por ti y mañana será por otro. ¡Ah¡ y ya puestos prepárate, porque Corina te regalará a ti un Vacheron Constantin edición limitada con correa de serpiente; es la costumbre de mama, se los traen a docenas de Suiza. Siempre tiene a mano para algún regalo.
- Me cago en dios, joder – grito desaforado Roberto
- Por favor – le reconvino Lucas – aquí la gente podrá ser muy puta y muy degenerada pero en cuestiones de religión te ruego que dejes a dios en su cielo o en el corazón de cada uno y te guardes tus exabruptos para ti nada más. Y te lo estoy diciendo muy en serio, esos temas son muy sensibles en esta parte del mundo.
- Perdona – respondió apesadumbrado Roberto – no volverá a suceder.
- Eso espero - contestó Lucas – por el bien de todos.
La singladura continuó con todo el mundo cayado hasta que el timonel anunció que se divisaba ya la bahía de Ponce de León y con los prismáticos la planeadora que les esperaba.
- Fondea aquí y arría el bote para ir hasta la costa – ordenó Lucas.
- Si, señor – contestó muy mal encarado el timonel.
- Espera Lucas – le anunció Duncan con los prismáticos en la mano – la planeadora nos ha visto y viene a recogernos.
- No arríes el bote.
Con otro si señor peor encarado aún el timonel abortó la maniobra.
La planeadora haciendo encajes de agua en forma de cortinas enormes y parabólicas al hacer los recortes necesarios para maniobrar saliendo de la bahía de Whitewater a la de Ponce de León se acercó a una velocidad considerable a la goleta y justo cuando parecía que iba a estamparse contra la popa, el pilotó frenó en seco, dando reversa a la enorme hélice que le impulsaba y la proa de la planeadora se encabritó quedando perfectamente amurada al muelle de popa de la Marion II.
- Señores. ¿Usted es el hijo del senador Taylor, si no me equivoco? – Dijo dirigiéndose a Lucas, y sin dejar responderle continuó – vamos directamente a la estación del Parque Nacional. Desde allí a pie podremos ver caimanes. Luego si tenemos tiempo y el tiempo acompaña merece la pena pasarse por el Lago del Oso al sur, tiene unas vistas magnificas.
La lancha era muy grande y bien acondicionada con asientos con su correspondiente cinturón para todos los pasajeros. El funcionario Denver, “Soy de Colorado” iba en una posición alta desde la que dominaba bien la conducción y hasta que no se cercioró de que todos estaban bien asegurados no se encaramó a su puesto de mando. Duncan como siempre rebelde, se negaba a ir amarrado y prefería ir suelto, pero Denver se negó a arrancar hasta que todos estuviesen bien sujetos.
- En un viraje de noventa grados a más de sesenta millas si no van amarrados saldrían despedidos.
Finalmente Duncan se avino a razones y consintió en colocarse su arnés que le fijaba solidamente a la embarcación.
- ¿Y ese cañón que lleva detrás del asiento? – Preguntó descarado Duncan a Denver antes de que éste arrancase el motor que impulsaba la hélice que hacía desplazarse la planeadora por los pantanos con tanta soltura.
- Hijo, recuerda que aquí lo que habéis venido a ver son caimanes, porque hay caimanes, no son de dibujos animados y cuando hacen presa, bueno, despídete porque es raro el que se salva. A veces no queda más remedio que disparar y tiene que ser a matar, no se asustan tan fácilmente.
- ¿Me vas a dejar disparar a alguno?
- Cállate ya Duncan – le ordenó entre aburrido y cabreado Lucas – ¿quien te han creído que eres, Cocodrilo Dundee?
Denver arrancó con contundencia y los visitantes se vieron aplastados contra el respaldo del asiento debido al tremendo empuje que ejercía la hélice. El guarda del  parque dio un giro cerrado lo que hizo saltar una caracola de agua que terminó por caerles a todos encima y enfiló a Whitewater para atravesarla y llegar a la caseta de la estación de vigilancia, antiguo refugio de los negros escapados de la esclavitud que se aventuraban en el manglar a pesar del peligro que representaba. Los abolicionistas la habían creado en un lugar del manglar intrincado donde fuese difícil encontrarlos, pero al que se llegaba con la planeadora con relativa facilidad.
Estaban saliendo de la bahía Whitewater  cuando Duncan en una de sus típicas gracias de niño rico sureño se deshizo del arnés y se puso en pie para hacerse el aventurero que no le tiene miedo a nada. Denver no se dio cuenta de la maniobra y tomó un giro brusco que hizo caer a Duncan al agua.
Rápidamente el guarda frenó y giro en redondo para recoger al inconsciente que se había atrevido a desafiar a la gravedad y llegó a su lado al instante, momento en el que Duncan en lugar de agarrar el bichero que Denver le ofrecía para subir a la plataforma se impulsó con sus pies contra la barca para nadar en dirección contraria. No se percató de que desde el manglar cercano un ejemplar de unos cuatro metros se zambullía dispuesto a desayunar. El tiempo que Denver sacó el rifle de su funda y lo amartilló fue el que el caimán mordió la pierna de Duncan y lo arrastró al fondo. No le dio tiempo ni a gritar. La profundidad en esa zona no era mas de metro y medio y Denver avezado ya en mil batallas con los reptiles por lo que casi a ciegas disparó dos veces y al poco emergió la cabeza de Duncan descompuesta y rápidamente el agua que le rodeaba se tiño de un temible color sangre.
Denver saltó al agua, al tiempo que le tiraba el rifle a Lucas para que disparase en caso necesario. Con gran destreza recogió al muchacho ya casi desmayado por la perdida de sangre y lo elevó hasta la planeadora. Ya en ella, Roberto se hizo cargo de que se estaba desangrando por la femoral como si un miura le hubiera empitonado, se quitó la correa e hizo un torniquete lo más apretado que pudo para cortar la hemorragia. Denver saltó otra vez a la barca y puso rumbo a la estación del parque de la que se encontraban muy cerca. No habían hecho más que llegar cuando un Chinook sobrevoló la zona e inmediatamente aterrizó.
- Lo hemos visto todo, les estaba siguiendo un satélite, desde que salieron en la goleta. Tratándose de quien eran, el senador no quería que se corriesen riesgos. Venimos de Fort Lauderdale, vamos a llevar al herido al Jackson Memorial, aunque – dijo un militar con las insignias de medico que atendió a Duncan – por lo que veo la pierna está ya perdida. Habrá que agradecer a los cielos que salve la vida y al que ha disparado con tanta certeza.
Con movimientos rápidos y medidos Duncan fue introducido en una camilla y luego en el helicóptero que sin más dilación se elevó tomando dirección noreste hacia Miami dade.
- ¡Joder! Está loco – estalló Lucas – se lo veníamos diciendo hacía tiempo, a ver de que le van a servir los pozos de petróleo a tu tío y a tu padre cuando te ocurra una desgracia.
- ¿Tiene petróleo como tú Clayton? – preguntó Roberto algo descolocado
- Es el mismo petróleo. El padre de John es hermano del padre de Duncan. Ocurre como en todas las familias, por el sucio dinero no se hablan, pero por un codicilo que dejó el viejo en su testamento, conociendo a sus hijos, si se llegasen a separar y dividir la compañía Clayton, automáticamente todo pasaría a manos de la administración federal. Ahora precisamente hay un pleito por eso mismo; el tío de John, Oseas, como el viejo, el padre de Duncan, ha interpuesto una demanda impugnando el codicilo. Un  bufete muy famoso Belga lleva el caso, y la primera vista será en Austin en unos meses.
A Roberto se le encogió el corazón.
- Ese bufete – dijo con evidente temor de lo que iba a tener que decir -. No sabrás como se llama.
- No sé, Duncan me lo dijo, algo como Navidad…, aunque eso no es nombre de bufete ni nada…
- Noel y asociados – afirmó muy seguro Roberto.
- Eso – se mostró entusiasmado Lucas de que Roberto hubiese acertado – pero – puso cara de enorme extrañeza – ¿tú como lo sabes?
- Mi madre es el Asociados – dijo compungido Roberto – me dijo que en primavera verano del año que viene tendría que venir a Austin para un juicio importante. Ahora ya se todo lo importante que tiene que ser el juicio.

miércoles, 6 de marzo de 2013

ROBERTO XVI



C R I S T I N A



Las agotadoras jornadas de entrevista con los clientes, las interminables consultas al Arizmendi (gracias a Dios y a la digitalización lo podía llevar en el bolso) y derecho comparado, las discusiones con el resto de asociados al bufete y finalmente la decisión de sentar sus reales en Lovaina, sede del bufete internacional que la había fichado le tenían la cabeza caliente. Ya fue difícil llevar a buen puerto el embarazo, que si no acabó en aborto fue por falta de tiempo más que de otra determinación influida por Alejandro, “que sabría él” y el problema de criar al niño. Menos mal que Noel su jefe en Lovaina le recomendó a Brunilda. Noel era un gay reconocido, sin escándalos que se le pudieran atribuir, si bien todo el mundo sabía que tendría que tener su reverso oscuro, pero más reconocida aún era su prestigiosa ejecutoria en el derecho mercantil internacional que hacia olvidar cuando ahorraba millones a sus clientes sus orientaciones que algunos en petit comité llegaban a calificar de pederasticas de la peor especie. Cuando le recomendó que se olvidase de la crianza de Roberto si su meta era medrar en el plano internacional y ella objetó el no poderlo dejar en manos de su padre que no se sabía cuando tendría que viajar hizo que acabase en brazos de Brunilda.
Siempre sospechó que la alemana estricta, pero que con tanta dedicación se ocupaba de su hijo, se entendía con su marido, pero cuando se encontró a Alejandro en situación tan grotesca en su despacho habiendo visto salir del mismo a Brunilda prefirió irse a casa de su padre antes que despedir a quien se ocupaba de su hijo mejor de lo que ella lo haría. En cuanto a Alejandro, la realidad era que había sido sustituido en su corazón por las leyes y poco le importó que se entendiese con la niñera, es más, le vino al pelo para cargarse de razón, investirse de dignidad y marcharse a casa de su padre ofendidísima por la afrenta recibida.
- Ya lo has conseguido, ¿eh Cris? – Le preguntó socarrón su padre – ya te lo has quitado de en medio. Pues que sepas que me cae muy bien y no por eso voy a retirarle la palabra.
- ¡Es un degenerado!
- Con esa severísima institutriz que le buscaste, ¿Qué podías esperar?, a veces pienso que lo hiciste a propósito para buscarle las cosquillas. Yo, también habría caído en sus redes, con lo que nos gusta a los hombres la dominación y desde luego Brunilda tiene que ser finísima aplicando protocolos.
- Padre, eres otro cerdo, como todos los hombres.
Cristina la verdad es que detestaba a su marido, no tanto como odio sino porque era un obstáculo a su carrera profesional. No encontraba “cassus beli” para despejarlo de su vida hasta que le pilló con Brunilda, aunque, y siempre lo refería, no se explicaba en que momento de demencia transitoria le pilló para dejarla embarazada y ella para llevar el embarazo a termino. Bien es cierto que estaba encantada con Roberto, pero como habría dicho Marañón era de carácter progestageno y por tanto mala madre; además se ajustaba a los canones, delgada, estricta, depresiva y exigente, se negó a dar el pecho a su hijo: “hasta ahí podíamos llegar, siempre oliendo a agrio y como una vaca holandesa chorreando siempre leche, para eso se inventaron las leches en polvo”. Por su parte Alejandro nunca llegó a comprender como pudo llegar a enamorarse de semejante tratado de derecho mercantil ambulante sin el más mínimo instinto maternal.
- Sea, otro cerdo, pero cuando consentiste en casarte con él – le recordó su padre con cariño – Alejandro era ya un médico, cuya pasión por la arquitectura rebasaba todos los limites. Fue médico, y acabó su carrera en cuatro años tan solo haciendo cursos dobles, por no llevar la contraria a su padre insigne médico cirujano del ejercito, General del cuerpo de sanidad, tu lo sabes bien y cuyo nombre sonaba en nuestro mundillo del ladrillo, pues terminó su carrera de Arquitectura en tan solo tres años y tú no eras más que una brillante estudiante recién terminada su carrera. Para ti, reconócelo, cariño, Alejandro no fue más que un trampolín para acceder a determinados ambientes; ¿o no recuerdas donde conociste al degenerado de Noel?, tú novio entonces le diseñó su casa de los Vosgos a la orilla del Rin, antes de que fuese declarado en el noventa y ocho Reserva de la Biosfera, que aquí entre nosotros en la UNESCO le soplaron que sería a principios de los ochenta por eso se dio tanta prisa y tu marido trabajo contra reloj. Le impresionaste porque acompañabas a Alejandro, de otra manera nunca le hubieras conocido y nunca habrías dado el salto al escenario mundial del derecho de elite.
- Tú como no, defendiéndole.
- No le defiendo, cariño, sabes que te quiero a ti por encima de todo – la atrajo hacia su regazo y la estrechó entre sus brazos – pero solo quiero que seas ecuánime y que pienses que parte o mucho de lo que eres se lo debes a Alejandro.

Desde la ventana de su despacho con sus brazos en posición de defensa y viendo a lo lejos el movimiento de trenes de la ciudad en su estación no tenía más remedio que reconocer en su más intimo ser que era verdad. El Derecho Mercantil la enamoró desde que tomó contacto con las primeras hojas del tomo I de la asignatura del jovencísimo profesor Uria que para colmo les dio una clase magistral. Enseguida fue alumna interna en el Departamento y allí supo de Noel. Ese nombre ya no se le cayó de la cabeza hasta que su padre le habló de un joven arquitecto que iba a saltarse a la torera todas las declaraciones de reservas de biosfera del Universo mundo y le iba a diseñar una casa en los Vosgos. Fue de cabeza por Alejandro como una puta por su cliente rico como medio más seguro para llegar a Noel, y llegó. En medio de sus pensamientos le daba coraje tenerse que reconocer a si misma que Alejandro fue su trampolín y que se aprovechó de él, un superdotado fuera de toda duda pero con una inteligencia emocional de discapacitado, de tal forma que era incapaz de reconocer cuando se aprovechaban de él o cuando directamente le usaban como a un pañuelo de papel.
- ¡Gilipollas! – se escuchó a sí misma decir en voz alta.
La puerta de su despachó se abrió de golpe.
- Hola mama – la voz juvenil y espontanea de Roberto inundó el amplio espacio del despacho de su madre.
Cristina se volvió y vio a Roberto de la mano de una pecosilla muñeca que a buen seguro, de no haber plástica por medio sería una foca inmunda en pocos años – pensó – pero esbozó una agradable sonrisa para no desairar a su hijo.
- Te presento a Corina – y se separó de ella sin soltarle la mano para enseñársela.
- Todo un partido, cariño – dejó un silencio espeso a propósito antes de continuar – me refiero a su aspecto, independientemente de quien sea su padre, claro. Por cierto, recuerdos del Decano, hablé ayer con él de un asunto con unos petroleros de Texas y no se le olvidó darme recuerdos para los dos que sabía que vendríais a verme. Porque las Navidades vas a ir a Cádiz con tu padre ¿no?
- Mama, no seas así – se mostró conciliador el chico – papa aún no conoce a Corina y he querido venir a Lovaina primero para que fueses tu la primera en conocerla.
- Por cierto, que tiene un hermano compañero tuyo ¿no?
- Si, claro – Roberto quedó desconcertado – pero eso…
- No nada hijo, que con el Decano hablamos de muchas cosas, ya sabes que la relación profesional cuando es tan estrecha acaba por hacerse casi de familia. De hecho el papa de Corina me ha invitado a Florida muchas veces, pero siempre estoy tan ocupada que nunca tengo agenda.
En ese momento entró la secretaria.
- Señora en quince minutos tienen reservada la mesa en la pizzería de Alí.
- Iremos andando, esta a un tiro de piedra, cruzando sobre el túnel. Gracias Verónica.
En ese momento entró Noel en el despacho.
- Cristina – habló en perfecto español con un acusado acento holandés – este es tu hijo Roberto y si no me equivoco, tu tienes que ser Corina, la hija del Senador Taylor – dijo al tiempo que besaba a los dos. Hacen una pareja preciosa, son los dos guapísimos. ¡Oh! Bellísimo anillo, magnifica talla, ¿de compromiso supongo? – Dijo tomando la mano de Corina con delicadeza, y sin dejar la mano de la niña continuó – y el Vacheron que llevas tú Roberto en la muñeca supongo que es el regalo de compromiso de ella
- ¿Qué pasa? – Preguntó con cierto enojo Roberto – que habéis publicado en el diario que veníamos con todos los pormenores. Parece que nos conoce todo dios y todo el mundo está al tanto de nuestras vidas..
- Roberto – recriminó a su hijo Cristina – Discúlpate con el señor. Esas no son maneras; esa es la educación que has aprendido de tu padre.
- Por favor Cristina – dijo Noel al tiempo que pasaba la mano por la cintura de Roberto y le atraía hacia él – no es más que un chiquillo, es estimulante ver la fuerza y el empuje de la juventud, el futuro; nuestro relevo. Di que si muchacho, defiende tus posturas con ardor y nunca te verás desbordado por los acontecimientos.
El brazo de Noel abarcando la cintura de su hijo no se le escapó a Cristina y el mismo Roberto sintió como la mano del jefe de su madre apretaba más de lo que hubiera sido correcto tratándose del asunto que se trataba. Aquella muestra de familiaridad duró unos segundos y Noel se despidió alegando tener una reunión inmediata.
- Vosotros, me ha dicho Verónica vais a comer donde Alí. ¡Ah! sabía elección, la mejor cocina italiana de Leuwen – y lo dijo en flamenco a propósito- me despido; volvió a besar a los chicos y de Cristina lo hizo levantando la mano. La puerta la cerró Verónica cuando Noel salió sin mirar atrás.
- Mama, éste tío…
- Cállate, Roberto, no seas grosero
- ¿Qué ha pasado? – pregunto “in albis” Corina
- Ya te lo contaré – le contestó Roberto al tiempo que le cogía de la mano para salir del despacho.
- Por favor, Verónica – le dijo Cristina al salir – nada de teléfono mientras comemos. Derivo mi móvil al tuyo y tu me disculpas o me citas o lo que te de la gana, pero que comamos tranquilos que tenemos que hablar de cosas.
- Naturalmente señora – contestó educada Verónica, eficacísima secretaria tetralingue que Cristina arrastró del bufete de Madrid.
El restaurante del que Alí era el maître estaba es una calle estrecha no muy lejos del despacho ni muy lejos del centro de Lovaina, ciudad universitaria sobre todo. Era discreto, con pocas mesas y una cocina digna de alguna estrella Michelín. Sus ensaladas eran inimitables y sus pizzas famosas en toda centroeuropa. Nada más entrar Alí se dirigió a Cristina y le hizo todos los honores. Le tenía reservada una mesa al lado de la cristalera que velaban unos visillos de encaje de Flandes muy acogedora. Le iba a entregar la carta pero Cristina levantó la mano.
- Lo que tú traigas Alí estará bien, y ten en cuenta que mi hijo al menos está en la edad y no se va a conformar con una ensalada tibia.
Corina se levantó entonces preguntando por el lavabo para prepararse para la comida. Alí la indicó y madre e hijo, se quedaron solos.
- Mira Roberto, no vamos a perder el tiempo, porque esta pava no va a tardar mucho. Lo se todo.
- ¿Todo?, que es todo mama – preguntó serio e irritado Roberto.
- Lo de Lucas contigo y con la guarra esta. He visto hasta las cintas
- ¿Qué? – Roberto se mareó y quedó blanco como el mantel de lino de la mesa
- En primer lugar eres estupido. ¿Tú te crees que estando en la misma habitación, en la misma casa del hijo del presidente de la comisión de defensa de USA, no va a haber cámaras y micrófonos hasta en el culo? La juerguecita de la nenita esta inocente con el otro mariconazo y el mariconazo de mi hijo fueron de órdago. ¿Tu no sabes que los satélites espías de estos cabrones son capaces de leer el periódico que tu estás leyendo con más nitidez de lo que lo haces tú?, ¿Qué pasó en el barco de los Taylor camino de los cayos?, ¿A quien se comió la pierna el caimán, a Duncan o a Richard?, ¿Porqué te crees que llegó aquel Apache tan pronto donde estabais a evacuarle? – Cristina endureció aún más sus músculos faciales – espabila imbecil y cambia la cara que viene tu putita asquerosamente rica.
La comida a partir de ese momento transcurrió entre alabanzas al chef, al vino y al servicio excelente, teniendo en cuenta que Cristina era quien era. Cuando dieron por terminada la comida sencillamente se levantaron y se marcharon.
- ¿Nadie va a pagar? – preguntó algo sorprendida Corina.
- Hija – le contestó condescendiente Cristina - ¿Has visto a tu padre alguna vez sacar un dólar cuando estáis en los Haptons?, pues aquí pasa lo mismo. Alí cobrará cuando quiera. Suele pasar las facturas al bufete mensualmente y nadie nunca le ha puesto reparos a sus números. La confianza es todo, hija y ahora si me permites, adelántate un poco que tengo que hablar algo confidencial con mi hijo.
Corina se mostró desconcertada pero Roberto le hizo una seña de que no se lo tomase a mal, abrió los brazos en señal de disculpa a su madre y la chica se adelantó.
- Ahora que sabes lo que se y más cosas que se irán revelando y otras de las que me tendrás informada no se te habrá escapado la forma en que Noel te ha pasado el brazo por la cintura, ¿me equivoco?
- No – masculló Roberto, para el que la situación se le hacia ya incomoda.
- Siempre creí que le gustaban más jovencitos, pero al parecer tu le han caído bien. Noel tiene en su privilegiada cabeza datos y cifras que harían caer a varios gobiernos. Está en una localización judicial donde prácticamente nadie puede alcanzarle, por eso se permite el lujo de juguetear con sus perrillos, como el llama a los críos que se cepilla y que le traen, últimamente de los antiguos países comunistas…, hay tanta hambre. Pero esa familiaridad contigo…, me ha hecho pensar. Solo un escándalo mediático con fotos o películas podría derribarlo y en ese caso quizá si tu…
- No me puedo creer lo que me estás proponiendo
- Si Noel cae – Cristina seguía como si no escuchase – yo presidiría el bufete entero, imagínate el poder que acumularía, lo que siempre había soñado y mi hijo puede ayudarme. Y ahora piensa que si yo llego donde quiero donde podrías llegar tú.
- Estás enferma, luego dices de mi padre, pero estás enferma – se desembarazó del brazo de su madre y corrió hasta donde caminaba Corina.
En ese momento por el puente sobre el túnel de la carretera pasaba un taxi. Roberto lo detuvo y le indicó al chofer el camino del aeropuerto.
- Que ha pasado – preguntó Corina
- Nada, mama, tenía trabajo y si llegamos a tiempo cogemos el vuelo de Sevilla.