jueves, 28 de febrero de 2013

LA LINEA 70



De un salto se echó abajo de la cama. Si se lo pensase dos veces no se levantaría. Casi a tientas se fue a la ducha y sin esperar a que saliese el agua caliente se metió bajo el chorro. Araceli se despejó al momento con un súbito corte de respiración y los regatos de agua que iban besando su piel canela terminaron por inundarle en su caída libre el sexo. Un escalofrío muy placentero le hizo frotarse muslo contra muslo; hacía tiempo que no sentía algo tan estimulante. Quiso demorarse en tan gozoso placer pero el reloj no perdonaba y el trabajo era el trabajo. Si se abandonaba a la molicie del placer sobrevenido perdería el 70 del cruce de López de Hoyos, que la dejaba en García Noblejas para llegar a tiempo a trabajar.
Secándose a toda prisa, maldijo el trabajo, cuando al pasar la toalla por los pezones los sintió duros y eléctricos, tan pétreos que le sorprendió la brusca erección del clítoris al demorarse en su masajeo, pero la obligación primaba, a pesar de las maldiciones murmuradas, por no poder dedicar un tiempo a la propia satisfacción contemplando alguna película BDSM que tanto la estimulaba. Decidió entonces que si no podía dedicarse a ella misma durante media hora de lenta masturbación, no poniéndose bragas sentiría al menos el placer de saber que no las llevaba y que alguien podría deleitarse en un descuido con su contemplación. Como complemento, un faldita corta, a medio muslo, que hiciese posible la provocación llegado el momento, y un amplio yérsey de su novio que le permitiese olvidarse del sujetador y de paso darle el morbo propio de la posible infidelidad, llevando esa prenda con su olor.
A la carrera llegó a la parada sintiendo a cada zancada el estimulo de sus ninfas frotándose entre si; renegó una vez más de tener que ir a trabajar, sin tener espacio para una lenta y gratificante paja.
Llegando a la marquesina, el autobús hacia lo propio y Araceli se montaba de un salto. Introdujo su bonobús en el aparato de cobro y casi sin ruido, la ranura escupió la tarjeta perforada. Al tiempo que la recogía observó un asiento vacío justo al lado de un hombre maduro y gris. Mayor.
Al tomar asiento sintió la frialdad de la fibra de la banca en las nalgas, recordó que no llevaba bragas y la excitó sobremanera. Experimentó con deleite como empezaba a destilar flujo y resbalar entre sí los labios: “Oh, Dios, cuanto placer, debería haberme puesto las bolas chinas” pensó y una sensación como de humo de incienso demorándose por su estomago la mareó de gusto.
Con los ojos semicerrados por ese orgasmo de bajo perfil que solo las mujeres son capaces de gozar, no se dio cuenta que delante de ella, justo en el asiento de enfrente un personaje, flaco y pálido hasta el extremo, de ojos pintados de sombra igualmente negra, vestido de riguroso negro también y perforado de manera excesiva, en labios, orejas en toda su circunferencia con abridores en ambos lóbulos, colas de las cejas y ala izquierda de la nariz, la tenía clavada con su mirada turbia, lubrica y malévola. La marcaba de manera alternativa, de los ojos, clavándolos en los suyos como saetas afiladas de lujuria, a su regazo. De forma instintiva Araceli quiso estirar la tela de la faldita para cubrirse más pero no pudo, la cortedad de la prenda daba para lo que daba y el triangulo de oscuridad que se dibujaba entre los muslos era objeto de interés de la ferretería ambulante que tenía sentado enfrente. Araceli finalmente se dejó llevar, se refociló en dejarse llevar y aceptó que el hecho de no querer ponerse bragas era buscando precisamente lo que estaba sucediéndole con el punky aquel de enfrente. Le sostuvo al fin la mirada, y entre la quincalla metálica, se esbozó una sonrisa seguida de una sacada de lengua para enseñar los dos clavos que le perforaban la lengua y que anunciaban que su roce contra un clítoris turgente podría ser el colmo de las felicidades celestiales.
Si Araceli empezó a destilar flujo lubricante al contacto de sus nalgas desnudas con el asiento del autobús, ahora, al comprobar como su compañero de viaje la deseaba de una manera tan impúdica, aquel destilado se trasformó en fuente, tanta y tan gozosa que sin darse cuenta se quiso resbalar sobre el asiento para enseñar algo más de las profundidades de sus muslos a su interlocutor tácito. Este a su vez hizo lo propio para tener mejor ángulo de visión a lo que Araceli respondió con algo más de apertura de piernas para dejarle entrar con su inquisitiva mirada hasta lo más profundo. Mientras él se abismaba en la noche de los muslos de Araceli, ella se extasiaba viendo crecer el ajustado pantalón negro del punky hasta provocar un autentico pan de azúcar que él sin ningún pudor empezó a acariciarse con la palma de su mano izquierda tomándose entre sus dedos el cilindro insinuado para dar a entender cuales eran las reales dimensiones de su dotación de placer.
Ella ni se percató, pero su respirar entrecortado por el deseo desatado, y la apertura de piernas con la que daba señales de lascivia al muchacho multiperforado no fue ajeno a la percepción del hombre maduro, al lado de quien sin darse cuenta, por no ser para ella más que un bulto ocupante de lugar, se sentó nada más llegar. El maduro observó la entrepierna hinchada del chico de negro y metal e interceptó la mirada clavada en la profundidad de Araceli y de manera instintiva, se rebulló en su asiento ante la incomodidad de su erección instantánea, sabiéndose al lado de una muchacha salida como una perra, colocándose de forma rápida su  anatomía para mejor tolerar el crecimiento provisional. Pero sin que pudiese intervenir su voluntad y ante lo que se desarrollaba ante sus ojos su pierna izquierda fue como por resorte, a colisionar contra la derecha de Araceli de una manera tan desproporcionada que ésta no tuvo más remedio que volver la mirada para comprobar que estaba sucediendo. Observó la cara del maduro, hierática, sudorosa, temerosa de la protesta que podría seguir. Por la cabeza del pobre hombre le pasaron las caras de sus hijos, de sus nietos y la vergüenza de tener que explicarles como había podido suceder aquel episodio, en que perdidos los papeles había querido tener un roce de marcado contenido lujurioso con una chica que podría haber sido hija suya. Pero Araceli estaba ya fuera de sí imaginando la lengua decorada del punky entre sus muslos y el contacto de la pierna del maduro contribuyó a excitarla más. Pensó que si ahora rozaba con su mano el muslo del vecino de asiento, el punky de enfrente se enardecería y le incitaría a hazañas aún más arriesgadas. Deseaba con sátira ceguera, sentir las bolas de las perforaciones de la lengua del compañero de autobús aplastarle el clítoris hasta hacerla desgañitarse de placer. Como por descuido quiso ella, pero fue con el mayor descaro como depositó su mano en la raíz del muslo del maduro, tan cerca de su miembro que le rozó. En esas circunstancias fue suficiente. El hombre lanzó un suspiro tan profundo cuando sintió que eyaculaba a consecuencia del pequeño roce que el punky se puso de pie de un salto sin pensárselo dos veces, le estaban arrebatando la pieza. De pie, la montaña del ajustado pantalón era ya el espigón del puerto y dada la estrechez del autobús se puso a la altura de la cara de Araceli que quedó sin respiración al llegar a oler incluso el esmegma destilado por el joven y que ya empapaba la tela negra de la pernera. Al tiempo, el pantalón claro del maduro empezó a teñirse de oscuro al calarse del líquido seminal lo que hizo que se levantase con la misma premura que el punky y aprovechándose de la parada a la altura de la calle Belisana se lanzase a la calle para no caer en el escándalo público de lo que acaba de ocurrir. Tal como el maduro bajaba del autobús, el punky ocupaba el asiento al lado de Araceli y pegaba su pierna con toda la fuerza de la que era capaz a la de la chica y pasaba su brazo izquierdo por la espalda metiendo la mano bajo el ancho yérsey del novio para, llegando al otro costado con su largo brazo, estrecharla contra su cuerpo. Araceli comenzó a jadear sin poder evitarlo y el punky a babear con la boca entreabierta enceguecido de lujuria. Con los ojos cerrados por el placer Araceli perdió la noción del tiempo; pudieron pasar dos minutos o dos horas pero de repente el autobús se detuvo y sintió como una mano empuñaba fuertemente la suya y la arrastraba fuera, a la calle. No sabía donde se encontraba, pero el punky la aferraba sin darle opción a soltarse y se encontraba encantada de sentirse conducida, saberse llevada de esa manera le multiplicaba el placer que sentía y le aceleraba el jadeo.
Cuando empezó a bajar unas escaleras pudo observar como un luminoso sobre su cabeza indicaba “Ciudad Lineal”. Estaba bajando a las profundidades del Metro y eso la hizo flaquear las piernas. No supo como llegó al andén ni como se encontró embutida en un vagón atestado de gente, viajaba en una nube, mareada de exaltación y apasionamiento, pero notaba como una realidad contundente un cilindro duro contra sus nalgas. Tenía al punky detrás de ella empujándola, intentando taladrarla. Echó su mano derecha atrás y palpó carne caliente saliendo de entre tela y a su extremo un anillo frío y grueso que emergía de la parte superior de la fina piel caliente como de seda que le rodeaba. Su deseo fue recibirlo en la boca pero ni aún queriendo y obviando a toda la gente que les rodeaba habría podido hacerlo, pero la idea del muchacho de las perforaciones excesivas era otra. La faldita de Araceli se levantó hasta la cintura y contra su ano sintió la frialdad del Príncipe Alberto. Supo lo que iba a suceder y porque fue sujeta por el chico de negro, sino habría dado con  sus huesos en el suelo del vagón. Nunca la habían sodomizado, siempre se había negado, pero en esa situación era lo que más deseaba. Los expertos dedos del punky se introdujeron en la vagina de Araceli arrastrando hasta el ano el flujo lubricante; la chica creyó morir en ese instante, deseaba que la gente de alrededor supiese lo que iba a suceder, estaba orgullosa de ir a ser violentada por la puerta de atrás de aquella bizarra manera. Miraba a la gente de cerca y en su cara se pintaba el desgarro de lo más morboso y parafilico que se hubiera podido imaginar, para que se diesen cuenta, pero el resto de personas del vagón, solo esperaban que llegase la estación de Pueblo Nuevo para bajarse o esperar que se apretujasen aún más con nuevos pasajeros. De repente un dolor agudo e insoportable le hizo cambiar la expresión de la cara a terror y luego a dolor que le hizo saltar las lagrimas y luego a desmayo de placer al sentir la vagina llena pero desde el recto. El punky había apuntado su glande a la trasera y de un único golpe de cadera había irrumpido sin compasión en el cuerpo desfallecido de cielo de Araceli, que en ese instante y en sabia mezcla de dolor y placer sublime, se desmadejó del todo. El muchacho de la ferralla inició también los espasmos del orgasmo y los dos se hundieron entre la gente lo suficiente como para que los de al lado se interesasen y les ayudasen a mantener la vertical con el apretujamiento de los cuerpos. El convoy comenzó a detenerse en la estación de Pueblo Nuevo, el chico se salió de Araceli que continuaba con su orgasmo y se perdió en el andén camino de una de los vomitorios de salida. Nuevos viajeros entraron al vagón y Araceli pudo mirar hacia atrás y comprobar que el punky se había trasformado en una señora de mediana edad, gorda de concurso y que la miraba con cara de asco. Al llegar a la estación de Quintana, Araceli se recompuso y salió a la calle. El aire fresco de la mañana la devolvió a la realidad y miró la hora; faltaban cinco minutos para la entrada al trabajo. Paró un taxi y le dio la dirección. Al sentarse sintió el dolor del ano y húmedos los muslos, se tocó con las manos y el semen depositado en su dervirgamiento le resbalaba por las piernas, se secó como pudo y cambió el destino del viaje informando al taxista. Se volvía a casa. Hoy estaría enferma. De hecho estaba enferma de pasión, sentía el ano dolorido y dilatado, quería más y lo conseguiría, como fuese, pero lo haría. Al llegar a casa se masturbó varias veces soñando con volver a repetir, sintiendo el desgarro anal de la sodomización, la presencia de gente, la exposición al escándalo, el descaro. Lo intentó varias veces, misma hora, mismo autobús de la línea 70, el punky no volvió a cruzarse en su camino. ¡Lástima!

ROBERTO XIII



C L A Y T O N



John Earl Clayton VII pertenecía a una familia de petroleros que en origen fueron ganaderos hasta que al tatarabuelo de Clayton VII, Osel Miseas Clayton I se le intoxicó toda la cabaña de vacas, por beber agua contaminada de un aceite sulfuroso en uno de los abrevaderos del rancho de cien mil acres que poseía al norte de Houston. Lo que en principio no fue sino una desgracia se trasformó en bendición cuando uno de los vaqueros le aconsejó que mandase analizar aquella especie de aceite lo que le valió el despido fulminante y felicitándose el pobre vaquero de que no le hubiese descerrajado un tiro con su colt que no abandonaba por nada. Osel Miseas Clayton I no admitía, al menos en público, ni un consejo de quien él considerase un inferior, pues una de las notas del apellido Clayton era la suficiencia. Una vez puso orden en sus tierras y dejó suficiente esclarecido quien era el boss, mandó analizar aquella agua aceitosa que resultó ser con el tiempo la punta del iceberg del mayor yacimiento de petróleo de todo el estado de la estrella solitaria. Los diferentes Clayton que se sucedieron supieron no solo conservar y explotar sus bienes subterráneos, pues prácticamente toda su finca era un lago de petróleo, sino que aumentaron la fortuna mediante la compra, las mas de las veces a base de extorsión, de fincas colindantes y la fundación de una compañía de refino que terminó por asentar la inmensa fortuna que día a día crecía bajo la férrea batuta del Clayton de turno. Hasta que llegó a John Earl Clayton VII. Este Clayton no había perdido la suficiencia de la familia, pero le faltaba la ambición que había sido más que un vicio una virtud en todos sus mayores para hacer llegar a su familia al lugar en el que se encontraba.
Al dejar su deportivo en la cochera de la casa apoyó la mano en el capó del coche de al lado un BMW de la serie 6 dos puertas y estaba caliente, recién aparcado. “El coche de Peter pensó” y se dirigió a la casa sin darle mayor importancia.
Entró en el vestíbulo de la casa y se dirigió a la escalera victoriana autentico orgullo de la casa Clayton, traída pieza a pieza después de ser desmontada de un palacio de la mismísima India cuando la ocupación británica. Desde la derecha del vestíbulo, a través de la puerta de la biblioteca semi abierta escuchó su nombre.
- ¡John!
Clayton se detuvo en seco a punto de pisar el primer escalón sin mover un músculo. La voz de su hermano Peter le desarboló. En un instante comprendió el porque de la espera en cabecera de pista, el porque Robert le había dicho que el Falcón que el traía sería el segundo en revisar y porqué cuando estaba detenido llorando sin consuelo al borde de la carretera que conducía al aeropuerto le pareció ver un coche que le rebasaba con la misma matricula de su Maserati “CLAYTON. TEXAS”. Era el fin, su hermano le había seguido en esta ocasión y sabía de donde venía, no podía echarse para atrás debía afrontar lo que se le viniese encima. Se le puso en la mente el semblante sonriente de Lucas, sintió el ardor de sus besos y recordó sus gemidos en la trasera de su coche en Tampa cuando le hizo suyo.
Inspiró con fuerza y dejó escapar el aire para relajarse, luego se volvió y entró en la biblioteca.
- Tarde para estar despierto, ¿no Peter?
- Lo mismo podría decirte yo, John. Entra y siéntate conmigo hermano. Mira – tenía en la mano un vaso de cristal tallado lleno hasta la mitad de un liquido ambarino oscuro – es el burbon de papá, le daría un infarto si supiera que se donde lo guarda. ¿Sabías que se lo destilan de forma ilegal en Kentucky? Ya ves en esta familia todos tienen algún secreto; mamá el número de gin tonic que se toma al cabo del día, papá el sitio donde “nadie” sabe que guarda su burbon y nosotros…, tú John, hermano, ¿Qué secreto tienes?
John ocupó el otro extremo del chester en el que se encontraba sentado Peter no sin antes tomar de la camarera un vaso como el de su hermano y servirse de la botella totalmente vulgar de la que se servía Peter.
- ¿A que edad descubriste el escondrijo del burbon de papá? – se giró un cuarto de vuelta sobre su sitio colocando su pierna sobre el asiento del sillón y encarando a su hermano. ¿Cuándo descubriste que mamá no para de tomar ginebra?, pero…, sabes porque se aficionó.
- Se otras cosas hermanito, que quizá sean más interesantes.
- Este burbon de papá – dijo John sorbiendo de su vaso – es irrepetible. ¿Desde cuando se lo quitas, desde los diez, los quince?, quizá desde que Jerome te dijo donde lo escondía.
- No hay porqué meter a Jerome en esta conversación – replicó muy tenso Peter.
- Bueno podemos meter si quieres a Rosa. ¿Quizá el matrimonio junto te parezca mejor?, desde cuando dirías tú que se que eres el tercero en su cama.
Peter se puso en pie de un salto, apuró de un trago el vaso lo dejó sobre la mesa y se dirigió a la puerta. John se levantó inmediatamente y con más agilidad que su hermano llegó a la puerta antes y la cerró. Se apoyó sobre la misma y se encaró con Peter. Se sintió relajado y libre. De pronto todo le pareció diáfano, se veía feliz y descansado, natural su deseo de Lucas y perfectamente capacitado para aventar a los cuatro puntos cardinales su verdad.
- Déjame salir John – masculló entre dientes Peter.
- Me has seguido hasta Tampa, ¿no es cierto? ¿Nunca hasta Baton Rouge? Está más cerca, aunque a mi personalmente me gusta más Florida – bebió un sorbo del vaso que conservaba en la mano – y a ti las parejas de color, ya ves que cada uno tiene sus preferencias. ¿Qué diría el gran Osel Miseas Clayton I si supiera que su tataranieto se lo monta con dos negros? – abandonó la puerta de la biblioteca sobre la que se apoyaba y regresó relajado al chester - créeme, a los Clayton, los de verdad como el tatarabuelo, tratándose de negros les importa un bledo lo de los sexos. ¿Y que diría papá?, al menos yo soy maricón pero me lo monto con gente de nuestra clase; mira el padre de Lucas es…, vamos a dejarlo así, senador de los Estados Unidos y una de las fortunas más parecida a la nuestra, al menos lo mío con Lucas tendría de inconfesabilidad lo del sexo, pero como contrapartida, ya sabes que los Clayton por un dólar son capaces de perdonar hasta una peculiaridad como la mía, pero un matrimonio, de negros y encima criados de la casa, ni aunque te arrastrases suplicante, porque si papá te echaría de la casa, mama, de una saga de cultivadores de algodón de Carolina del Sur, con esclavos desde que Lee usaba chupete, renegaría de ti.
- Basta ya - Peter se acercó al sofá y se echó sobre el hombro de John abrazándose a él.
- Te quiero hermano – John apuró el vaso y lo dejó caer sobre la mullida alfombra para poder abrazar a Peter – no quiero hacerte daño, por nada del mundo, ya sufro yo todo el daño que necesita esta familia.
Peter comenzó a besar en el cuello a John apretándole contra su cuerpo.
- Ah, ah, Peter, por favor, ¿no notas nada duro por el piso de abajo?, a mi no me puedes hacer estas cosas, ya conoces mis inclinaciones y te quiero demasiado, tanto que sería capaz de hacer sexo contigo y se que eso no estaría bien.
- A mi me gusta que Jerome me sodomice mientras yo le como el sexo a la negra confesó estremecido Peter a su hermano.
- Venga, ya está bien. Vamos a sentarnos otra vez los dos tranquilitos, llenamos los vasos y nos hacemos todas las confidencias que tú quieras.
Se retreparon los dos sobre el chester, llenaron los vasos y esta vez uno cerca del otro comenzaron la charla.
- Desde cuando sabes lo de mis tríos.
- Desde que me lo dijo Jerome.
- ¡Que cabronazo! Y porqué te lo dijo – se le quedó mirando a John inquisitivo al tiempo que a éste se le dibujaba una sonrisa maliciosa en la cara sin contestar - ¡No puede ser!, dime que no es cierto. Jerome y tú también…
- Cuando Rosa y Jerome entraron a trabajar en casa hace veinte años, yo tenía nueve y tú siete. Éramos muy pequeños aún, pero con el paso del tiempo crecimos. Durante ese tiempo que cogimos confianza con Jerome, bueno yo cogí confianza, que tu la cogerías con Rosa, noté que se me acercaba demasiado, me daba cariñosos azotes en el culo y siempre mencionaba lo caliente que me tenían que poner las chicas en el colegio y todas las pajas que debía hacerme a cuenta de ello. Cuando yo cumplí los dieciséis, que tu tenías catorce en un día de verano de esos de calor tórrido andaba yo por el jardín, por la parte de las caballerizas, bien es cierto que muy caldeado sexualmente y buscando donde poder aliviarme con un poco de morbosidad que diese algo de pimienta al acto. Estaba alejado de la casa, por los establos decía, cuando escuché agua correr. Supuse que estarían regando o lavando los establos o dando agua a los caballos y me acerqué. Esperaba ver a uno de los vaqueros con el torso descubierto y recrearme en su figura fibrosa mientras me masturbaba; desde hacia meses que me había convencido que me excitaba más la visión de un cuerpo masculino que uno femenino. Cuando en el instituto algún compañero llevaba alguna revista pornográfica los ojos se me iban detrás de los cuerpos musculosos de los tíos y sus penes, no de los cuerpos curvilíneos de las tías, me tuve que rendir a la evidencia. Como te iba diciendo me acerqué al susurro del agua y vi que Jerome estaba duchándose con la manguera que tienen los establos, sujetándola de una argolla de la pared. Habían pasado siete años desde que entró en casa el matrimonio de negros que yo tenía casi diez años. Jerome no podía tener más de veinticinco y Rosa veintidós o veintitrés, de manera que en ese momento Jerome era un macho joven de treinta y un años en todo su esplendor que se estaba refrescando completamente desnudo y me di cuenta que su visión me provocaba placer como no había conocido nunca y los deseos irrefrenables de tocarle sobre todo su sexo que se ocultaba a la vista y metérmelo en la boca, me anulaban la voluntad y sabía que no iba a poder resistirme al deseo. El color ébano brillante con el culo de aspecto tan prieto y convexo y la espalda ancha y recta. Deseaba ver su sexo. Ni me lo pensé, debí calibrar que podría suceder si Jerome me llega a rechazar y va con el cuento a papa, en que posición quedaría yo y papa a continuación pues se habría visto en la tesitura de defenderme, somos Clayton por encima de todo, pero nada de eso me arredró. El cúmulo de pequeños detalles atesorados a lo largo de los años, roces mas o menos inocentes, guiños sin malicia, complicidades de adolescente conmigo dieron como resultado de la ecuación que me desnudé allí mismo y me fui para la ducha y con la mayor naturalidad que pude le dije que yo también quería refrescarme.
- Estabas loco – repuso Peter – imagina que papá o cualquiera de los vaqueros llega a ir y os pilla.
- No lo pensé. Ahora lo pienso como ya te he dicho y se que lo que estaba era completamente excitado y deseoso de macho. Nunca había tenido oportunidad de tocar un cuerpo de hombre y me cegué, todo lo demás era accesorio, ya tenía dieciséis y nunca había tenido sexo con nadie, decidí que ese era el momento, deseaba verle el sexo a Jerome y se lo iba a ver. Los negros tienen fama de tener grandes vergas y quería vérsela.
- Bueno y que te dijo al verte. ¿Tú no estabas empalmado?
- Súper empalmado. No aparentó inmutarse, solo me dijo que entrase bajo el chorro y me refrescase y así lo hice. Me puse delante de él. Tenía un bonito pene largo y grueso del mismo color de su piel entera con el capullo, que no se porqué había imaginado del color de las palmas de las manos, mas sonrosado, pero era tan negro como el resto de la joya que atesoraba y las bolsas de los testículos recogidas bajo el fuste. Estaba hipnotizado con esa visión y entonces fue él quien me dio un golpe suave en el pene tieso que yo tenía y me lo hizo oscilar al tiempo que me preguntaba que qué me pasaba. Me dijo “¿tu te pajearás ya, pensando en mi polla quizá?”
- Que descaro el Jerome de los cojones.
- Yo no sabía que responder así que él se agarró su pene y empezó a masajearlo arriba y abajo y en menos de medio minuto tenía la verga más tiesa que la mía. “Ves, así la frotas haciendo que el capullo se esconda y salga y al cabo de unas cuantas veces sientes como un escalofrió que da mucho gusto”. Entonces me cogió el pene y me echó el pellejo para atrás hasta que no sin dolor hizo que mi capullo saliera fuera entero. Era la primera vez que me sacaba el capullo entero, yo no me atrevía nunca ante el temor de que se rompiera o me sangrase. Sentí un enorme placer, eso sí.
- ¿Te pajeó? – preguntó con los ojos muy abiertos Peter.
- No, espera. El estaba empalmadísimo, comprobé que mi presencia le excitaba tanto como a mi la suya y me dijo que así no podía quedarse, necesitaba darse placer. “¿Sabes que con la boca se pueden dar mucho placer un hombre al otro?”.Llevaba  los ojos de su cara a su polla y me imaginaba metiéndome el miembro dentro de la boca, pero no me atrevía a dar el paso, hasta que Jerome me animó. “Anda pequeño John, que no se lo voy a decir a nadie, métetela en la boca”. No me lo pensé me agaché un poco y el capullo me entró entero. Fue un placer indescriptible sentirme la boca llena del sexo de Jerome, de aquella seda negra, caliente y a tensión que me resbalaba por la lengua y pugnaba por entrar hasta la garganta provocándome en momentos nauseas que yo intentaba controlar para no tener que escupir la bola de carne que me inundaba, no quería que aquella sensación terminase. De forma instintiva mi lengua escudriñaba todos los escondrijos que tenía aquel trozo de carbón ardiente, de carne dura y suave hasta que de repente el dijo un urgente “ya”, se salió de mi boca y su capullo me escupió en la cara varios chorros de una sustancia blanca y pegajosa el semen más blanco y pringoso que haya vista jamás, y en cantidad, pero entonces no sabía que se trataba de semen normal, el mío era casi transparente con rameo blancuzco. El semen me chorreó la cara hasta dar con mis labios y de la forma más natural lamí con la lengua aquellos restos cálidos que se iban enfriando a medida que avanzaban camino de mi barbilla, que caían cerca de mis comisuras. Me gustó el sabor de manera que sin pensarlo volví a meter el capullo de Jerome en la boca para terminar de relamer el semen que aún le salía en pequeña cantidad. Me gustaba y me lo tragaba.
- ¿No te daba asco? – Puso cara de ir a vomitar - yo nunca haría eso, por Dios, que guarro eres.
- Cuando él se dio por satisfecho – John hizo caso omiso de la apostilla de su hermano – me dijo que a mi edad pocos tíos hacían lo que yo había hecho sin vomitar. “Lo tuyo pequeño John es vicio del bueno, pajéate delante de mí ahora” y con autentica delectación lo hice para que me viera. Gozaba sabiendo que me miraba con fruición mientras me decía que si llegaba a saber que me gustaba el semen no me habría sacado de la boca el capullo. Imaginé como la cantidad tan extraordinaria de semen inundaba mi boca y en dos o tres emboladas sentí el orgasmo con poco semen aún para lo que echó él y me sujetó por las axilas para que no me desfalleciese y cayese al suelo pues el  placer que sentí fue más que excesivo. Después él mismo me secó el cuerpo del agua de la ducha frotándome con una toalla áspera, lo que me hizo gozar de lo lindo sobre todo cuando me rozó con firmeza los pezones y luego me ayudo a vestirme. Cuando se despidió me dijo algo que entonces quise entender pero que no entendí del todo hasta el verano siguiente cuando nos quedamos en casa solos al cuidado de Jerome y Rosa, porque los padres se fueron a Europa todo el verano. Ese verano yo tenía diecisiete años y tú quince, dos hombrecitos ya,  y ese verano fue en el que Rosa te metió en la cama y Jerome os pilló, ¿O no?
Peter se quedó noqueado.
- ¿Fue con quince años?, ¡hija de puta pederasta!, pero cómo me lo pasaba con ella, bueno y cuando al fin despejé temores con los dos. Pero bueno que fue eso que te dijo que creíste entender.
- Me dijo “Si esto te ha parecido esplendido, cuando aprendas a gozar de la trasera serás completo y nada se te pondrá por delante”, y el año que a ti te desvirgó Rosa fue el que Jerome me desvirgó a mí. Pero Peter son casi las seis de la mañana papá está punto de levantarse, al menos deshagamos las camas y demos una cabezada. Mañana nos cogemos el Jeep nos vamos al desierto a disfrutar como dos hermanos y te cuento el desvirgue y tu me cuentas a mí el tuyo.
No había pasado ni media hora desde que los hermanos se acostaron cuando John Earl Clayton VI se levantaba y después de una ducha fría bajaba a desayunar. Su mujer se quedaba en la cama como correspondía a la señora sureña que se sentía hasta que viniese Rosa  a prepararla el baño subiéndole el desayuno. Jerome sabía como se las gastaba el jefe del clan Clayton y cuando entraba en el comedor ya estaban sobre la mesa el café negro humeante y sin azúcar, los huevos revueltos “como los hace esta puta negra de tu mujer no los hace nadie, cabronazo”, era su buenos días al criado, y el tocino achicharrado. “Si un buen tejano no empieza así el día como diablos va a poder hacer dinero”, les decía a sus hijos cada vez que podía coincidir con ellos en el desayuno, algo que no sucedía frecuentemente desde que se hicieron mayores y pudieron trasnochar.
- Los chicos están en la casa, Jerome – hizo más una afirmación que una pregunta.
- Si señor, llegaron anoche casi al tiempo y estuvieron en la biblioteca bebiendo y charlando como amigos hasta tarde.
- Eso me gusta, que diablos, que sean amigos más que hermanos, que el chico eche una mano a John cuando se tenga que hacer cargo de todo esto, yo no voy a ser eterno – le dijo a un imperturbable Jerome soltando una carcajada – y que se beban mi burbon como los hombres. Procura que no falte en la botella que tengo escondida Jerome.
- Descuide el señor, ya me ocupo tanto yo como mi Rosa de sus hijos, nos ocupamos los dos muy bien, desde que llegamos a esta casa y ellos eran pequeños nos hemos desvivido por que fuesen lo mas felices posible. Y desde que son mayorcitos el cuidado se ha redoblado por parte de los dos, era una edad difícil cuando usted y la señora fueron a Europa y convenía vigilarlos de cerca, creo que lo hicimos a conciencia señor.
- No me cabe duda Jerome, no me cabe duda. ¿Está mi chofer ya aquí?
- Fuera esperando al señor para llevarle a Austin.
- Que no se levanten los chicos más allá de las nueve, que eso es ya casi por la tarde, hay que fomentarles la disciplina.
En ese momento bajaban al comedor John y Peter.
- Estamos muertos de hambre Jerome, tráenos tostadas y huevos revueltos. Hola papa – dijo inusualmente optimista John – vamos a ir con el Jeep al desierto, Peter y yo esta mañana, queremos charlar de nuestras cosas y estar juntos, que nunca lo hacemos y que diablos, como tú dices, somos hermanos, no te parece a ti también Jerome – se dirigió al criado de forma descarada – que los hermanos no deben tener secretos.
- Por supuesto, señorito John, por supuesto.
Y nada más decirlo con un esbozo imperceptible de sonrisa suficiente Jerome se dirigió a la cocina a preparar más café y las tostadas con los huevos revueltos.
- Os lleváis el Jeep, cuidarlo bien, vuestro abuelo en la tumba se revolvería si le pasase algo. Es más creo que volvería del más allá para ajustaros las cuentas.
- Descuida jefe – contestó Peter – los huesos del abuelo estarán en paz. No vamos ha hacer burradas, solo queremos estar los dos hermanos tranquilos charlando de nuestras cosas, nuestro futuro, nuestras inquietudes.
- ¡Las chicas! ¿Eh bribones? Me gusta esa actitud – dijo el padre satisfecho – dentro de nada la empresa estará en vuestras manos y será mejor que os llevéis bien. Pero el Jeep cuidármelo.
John Earl Clayton V participó activamente en la campaña del pacifico a pesar de pertenecer a una de las familias más acaudaladas de su país y contar su fortuna en el rango de los diez ceros. Pero como todos los Clayton, amaba a su país y se alistó con el consentimiento de su padre John Óseas Clayton IV para defender a su patria. En la batalla de las Midway durante un desembarco el Jeep en que iba de operador de  transmisiones fue alcanzado por un obús de refilón y él fue el único que se salvó sin un rasguño. El Clayton IV pidió personalmente a McArtur, que se interesara por su salud dado su apellido, y Clayton V permiso para quedarse el Jeep destrozado y comunicó con su padre en Texas para que desviaran uno de los petroleros de la firma, de su ruta para que lo recogiese. Ya en Austin el Jeep fue enviado a Detroit donde fue fielmente restaurado y se conservaba en la familia como un talismán de buena suerte. Tanto a John como a Peter les gustaba el vehiculo desde que eran pequeños y su padre les sacaba con él de paseo por el desierto a ver los pozos de extracción.
- Antes perdería una mano – le dijo muy serio John – que dejar que el Jeep se hiciese un rasguño.
- Bien – se levantó de la silla Clayton VI – me voy al aeropuerto, tengo reunión en Springfield con otros refinadores. Volveré avanzada la noche o mañana por la mañana si se hace tarde – les guiñó un ojo. Portaros bien.
Los dos hermanos terminaron de desayunar lo que Jerome les trajo sin hacer el menor comentario y cuando hubieron acabado se dirigieron a la cochera a por el Jeep.
- Yo conduzco, dijo primero Peter, adelantándose unos pasos a John y volviéndose luego hacia él – mientras hacia el gesto de acribillarle a balazos con sus dedos índices y le guiñaba cómplice un ojo.
- Vale, de acuerdo – dijo John levantando ambas manos en señal de claudicación pero sin dejar de sonreír – pero el regreso es mío.
Peter se puso entonces a la altura de su hermano, le echó el brazo por el cuello y le estampó un beso sonoro en la mejilla. Desde la puerta del comedor Jerome observaba la escena y sonreía satisfecho. Le gustaba que los dos hermanos se llevaran bien, eran como hijos suyos aunque los hubiese disfrutado de una forma poco convencional, eso a él no le planteaba ningún problema de conciencia porque sabía que ellos habían disfrutado como él y no les había supuesto ningún trauma psicológico. Los habría defendido hasta la muerte y habría sido incapaz de perjudicarlos. Lo sucedido desde aquella lejana noche de verano en los establos había sido fluido y normal desde el principio, él había querido y el chaval lo había deseado aún más que él. Lo de Peter aunque de otra manera fue exactamente igual de natural.
- Te quiero hermano – le acercó la cabeza Peter a la de su hermano hasta tocarse entre ellas – y más ahora que conociéndonos somos amigos de verdad.
Habían enfilado la carretera en dirección a San Antonio después de cruzar Austin y a la altura de Buda tomaron una desviación que les conducía directamente al desierto donde unas cuevas, antiguos santuarios indígenas, les servirían de refugio cuando el sol se pusiese inasequible. Conducía Peter como habían acordado y John decidió comenzar la conversación que habían cortado horas antes con el burbon de su padre en la mano.
- Bueno Peter,  ¿como fue lo tuyo con Rosa?, ¿y como entró en eso luego Jerome?
- Joder John solo de recordarlo me empalmo – le dijo acariciándose la entrepierna y resaltando entre sus dedos el pene ya duro.
- Venga déjate de bobadas que vas conduciendo. Y además a mi no se me pueden hacer esas cosas – rió divertido de la ocurrencia.
- Mas o menos el año que tu tuviste tu encuentro con Jerome, y no se si sería la misma noche, te estuve buscando por la casa, me encontraba solo y quería encontrarte para estar acompañado. Me acerqué a la casa de Rosa y Jerome y vi que estaba todo apagado menos una ventana que tenía luz. Me asomé y lo que vi me dejó hipnotizado y sentí como me crecía el pene como cuando me levantaba por las mañanas con ganas de hacer pis, pero sin ganas y además la sensación era estremecedora. Me di cuenta que temblaba ante lo que veía.
- Bueno, ¿y que veías?
- Rosa de espaldas a la ventana, completamente desnuda, delante del espejo del armario acariciándose todo el cuerpo. Joder, John, como siga recordándolo con detalles me corro.
- Pues si te vas a correr te paras, no te vayas a correr mientras conduces. Y si te vas a correr la leche no la vayas a desperdiciar.
- Eres un guarro John – entonó una voz de enfado – joder, que soy tu hermano.
- Con mayor razón, tío, con mayor razón, todo se queda en casa – y volvió a soltar una carcajada distendida y conciliadora – venga sigue con lo de la ventana.
- Por el ángulo en que quedaba el espejo yo veía lo que Rosa se tocaba y me fijaba que se pellizcaba los pezones que estaban tiesos como mi polla y se metía uno o dos dedos por el sexo al tiempo que emitía quejidos y gemidos, que en otro momento yo habría interpretado como de dolor pero que por la cara que ponía no podían ser más que placenteros. No reparé, con la excitación, que mi cabecita que yo creía hurtada a cualquier mirada, era vista por Rosa pues se reflejaba en el espejo y ella se percató de como la observaba, pero en lugar de azorarse se envalentonó. De repente los quejidos se aceleraron al mismo tiempo que lo hacían los latidos de mi corazón hasta que ya a gritos ella cayó al suelo casi convulsionando, me asusté tanto que me fui corriendo.

miércoles, 27 de febrero de 2013

ROBERTO XII



- ¿Que es eso?
- Un bar con gente guapa, un dark, que es acojonante, siempre llena y mucha diversión, música en directo y buen rollo sobre todo. Algo de gente country, que depende de para qué, es insustituible. Allí conocí un chico de Austin, tejano al ciento por ciento, Clayton se llamaba que me hizo flipar el año pasado – miró al vacío y se le dibujo una sonrisa de satisfacción en la cara – camisa de leñador remangada hasta casi el hombro, unos jeans superhipermegaajustados que le marcaban un paquete de escándalo y unas botas gastadas de montar con espuelas y todo. Se empeño que nos lo hiciéramos en el coche, ¡y llevaba un descapotable años setenta!, menos mal que el aparcamiento estaba detrás del local y no estaba muy iluminado, porque me desnudó entero, y lo que te decía antes, me doblegó y ha sido la sodomización más dulce y placentera a la que me han sometido y no era de polla pequeña, pero ¡que habilidad Dios mío!
- ¿Y que hacia en Tampa un tío de Texas?
- Me dijo que le encanta la ciudad, tienes un montón de locales gay y sobre todo que no tiene que mantener el tipo de ejecutivo de la petrolera de su padre con sus trajecitos de Armani, sus Todd’s a todas horas, el Girard Perregaux edición 1966 de platino en la muñeca y su fama de conquistador incontrolable. Así que en cuanto tiene dos días coge el Falcon 7X de la empresa, o sea suyo, y se planta en el aeródromo de Tampa, se viste de él mismo, de lo que le gusta ser y suele recalar en Metrópolis. Ojala nos lo encontremos, mejor dicho, seguro que nos lo encontramos, te gustará. Otras veces que no tiene tanto tiempo gusta de colarse en el Splash de Baton Rouge, aunque por la cercanía a Austin teme encontrarse con alguien inconveniente y que se descubra el pastel.
- ¡Ah, cabrón! – Cayó Roberto – ese fue el que te llamó en medio de nuestro polvo del otro día, y quedaste, por eso hemos venido hasta aquí, para ir a verte con él. Desde luego tío, podías haber sido algo más leal conmigo y decírmelo.
Lucas exhibió una sonrisa picara que desarmó por completo a Roberto.
En ese momento apareció Juan para anunciar que enfilaban la bahía de Tampa y que atracarían en pocos minutos.
- Vamos, come algo más si te apetece y vamos a vestirnos para desembarcar y tomar posesión de las habitaciones del hotel – le metió prisa Lucas a Roberto.
- No voy a comer más. Vamos ya para vestirnos, que se ve que tiene prisa por llegar al Metrópolis ese. Serás maricón – le salió del alma a Roberto la expresión en español que Lucas puso cara de no entender.
Se cruzaron camino de sus camarotes con Duncan y Richard que ya subían de los suyos vestidos.
- ¡Buen homenaje os habéis dado los dos, cabrones!, ¿Qué vais a dejar para esta noche en Tampa? – les recriminó medio en broma Richard al tiempo que daba un azote cariñoso en la nalga a Roberto.
- ¡Envidioso! – le respondió Lucas al tiempo que le sacaba la lengua y simulaba con las manos una felación – y eso que no lo sabéis todo – y soltó una carcajada.
- Venga vestiros, os esperamos con una copa aquí en cubierta – dijo Duncan al tiempo que tocaba el timbre para que acudiese Sebastián para servirles - ¿os pedimos algo?
- Un par de Kentucky con hielo nada más, ¿no? – le pregunto a Roberto, Lucas.
- Ok – contestó Roberto al tiempo que cerrando el puño elevaba el pulgar.
Tito atracó con pericia en el pantalan para gran calado del club de yates del hotel y los cuatro amigos bajaron a tierra. Sebastián les seguía con sus equipajes.
Lucas había reservado la suite presidencial en la última planta del hotel desde la que se divisaba el otro lado de la bahía antigua de Tampa. Se veía la hilera de luz de los puentes que unían los dos lados de la bahía y que explotaban en una especie de fuego artificial desparramado que formaban las luces de la ciudad.
- Mira Roberto – le señaló Lucas una fina línea de luz en medio de la oscuridad – ese es el puente de la 93 que tenemos que tomar para desembocar en el boulevard Kennedy que es donde vamos.
- ¿Dónde cenamos? – preguntó Duncan.
- En el italiano del hotel – respondió Lucas sin dejar de mirar la bahía – es de lo mejorcito de Florida, incluida Miami. Pero antes nos tomamos algo en algún bar del puerto, para pulsar el ambiente, estaba bastante animado.
Se dirigió después al teléfono y preguntó en recepción si tenían el coche ya a su disposición.
- La suite – explicó – además de tres habitaciones tiene el privilegio de poder disfrutar de un coche de alta gama, que no te regalan, aclarémoslo, el precio da para eso y para más, pero pensé cuando reservé ésta mañana que mejor que alquilar era llevar el coche del hotel, que si tenemos cualquier incidente el hotel se ocupa de todo.
- ¿Que coche es? – preguntó Richard.
- Un Lincoln, generalmente de último año – contestó Duncan – mis padres cuando vienen a St. Petersburg, se alojan aquí y es lo que les ofrecen.
- Sí, así es – apostilló Lucas.
- ¡Que nivelazo tíos! – simuló sorpresa Roberto.
- Vamos, cambiaros de ropa si tenéis que hacerlo y vamos a bajar al muelle que se nos va el tiempo.
En la puerta del hotel, cuando salieron de cenar les esperaba el Lincoln reluciente. Lucas se puso al volante y enfilaron la calle a buscar la carretera 93 para cruzar la bahía. En menos de tres cuartos de hora estaban delante del Metrópolis. Un aparcacoches le recogió el vehiculo y los cuatro entraron al local.
Lucas miraba a un lado y a otro como buscando alguien. Se acercaron a la barra y pidieron sus copas. Un pianista interpretaba canciones de Freddy Mercury de forma melodiosa y la luz era tenue y sugerente. Un luminoso de neón indicaba por donde se entraba al cuarto oscuro y otro por donde se llegaba a los reservados. Lucas estaba inquieto sin poderse estar quieto hasta que Duncan le espeto:
- No le busques más, que hoy no ha venido, yo también le he buscado, porque es digno de contemplarse pero no está Clayton así que deja de estar en vilo y disfruta de la noche.
- ¡Pero él me prometió…!
- ¿Tanto te ha llegado ese tío? – le preguntó sorprendido Roberto, inocente y le sorprendió la respuesta de Lucas.
- Mira tío, no te metas donde no te llaman – y dirigiéndose a los otros dos -  y eso va por ustedes dos, ya está bien, yo me cuelo por quien me sale de los cojones y punto.
- Entonces – concluyó Roberto – queda claro el porqué de esta escala absurda cuando podíamos haber llegado perfectamente a  Sarasota esta noche sin necesidad de hotel y coche y toda la pesca. Así que no me vengas con el rollo ahora de que querías que conociese el ambiente de Tampa y especialmente este club. En mi país hay de estos a docenas y con bastante más glamour.
- Vaya, vaya – apuntó Duncan sarcástico – aquí los ataques de celos menudean por lo que se ve. Tu, Richard, ¿no estás colado por alguien?
- Por ti, cariño – le contestó de forma aburrida Richard – no te has dado cuenta como me empalmo cada vez que te veo.
El camarero sirvió las copas y dirigiéndose a Lucas, dando a entender que no le era desconocido, le preguntó si acababan de llegar. Luego le miró en silencio a los ojos e hizo un gesto como de disculpa, complicidad o contrariedad.
- Estamos en St. Petersburg en el hotel. Hemos llegado con el Marión II esta misma noche y he querido pasarme pero por lo que se ve no hay demasiado ambiente.
- Es pronto, de todas maneras – siguió el chico de la barra – en el dark hay mas movimiento, lo malo es que no se sabe con quien se relaciona uno. Yo acabo de entrar de turno.
Llamaron al barman desde la otra punta de la barra y disculpándose se alejó.
- Creo que ha sido un error – dijo Lucas – venir hasta aquí. Perdonarme que me haya puesto tan borde, debe ser el cansancio.
- El de esta tarde con Roberto ¿no? – Preguntó con ironía Duncan – me imagino.
- Va, dejarlo ya – quiso mediar Roberto – deberíamos apurar los vasos y volver al hotel, levantarnos mañana temprano y continuar la singladura a Sarasota para llegar a comer a casa de los abuelos de Duncan, descansar allí en la playa y al día siguiente salir para los everglades. Se supone que me ibais a enseñar los caimanes.
Lucas se le quedó mirando con los labios apretados en señal de fastidio imposible de evadir y asintió.
- De acuerdo, ¿que os parece a vosotros dos?
- Déjanos que nos demos un vueltazo por el dark y nos vamos. Acompañarnos – les animó Duncan.
- No, gracias – contestó educadamente Lucas – a mí se me han quitado las ganas ya, si Roberto quiere acompañaros.
- No, me quedo contigo Lucas. Nos tomamos otra mientras vosotros puteáis por ahí dentro.
Los dos amigos se dirigieron al cuarto oscuro y Lucas y Roberto se quedaron solos, uno al lado del otro mirando las hileras de botellas del contra mostrador. Así estuvieron un buen rato hasta que Roberto decidió romper el espeso silencio que se había hecho entre los dos.
- No te quiero molestar, y quiero que sepas que no me ha molestado que hayas venido con la intención de ver a Clayton, pero creo que ya compartimos unas cuantas cosas como para que hubieses sido más sincero conmigo. ¿Estás muy colado por él?
- Perdona Roberto, de verdad, me he portado como un imbecil. No estoy colado, estoy obsesionado, pero él no quiere saber nada de compromisos, es incapaz de salir del armario, piensa que lo perdería todo, su familia es opaca y machista, no se lo perdonarían jamás. Yo se que si me declarase abiertamente bisexual enamorado de un tío con el que querer vivir también tendría mi castigo en forma de rechazo de mi circulo, pero que antes o después mis padres y mi familia acabaría por aceptarme y a él también, pero Clayton…, Clayton se convertiría en un paria, al que yo podría mantener, pues claro que sí, aunque el no lo consentiría. Nuestro abuelo nos dejó a cada nieto un fideicomiso para recibirlo a los veintiún años de ocho ceros por lo que yo sé y eso si mi padre no lo ha multiplicado. Pero se niega, prefiere seguir con esta humillante forma de relación, a escondidas. Se que acabará casándose con una buena chica de su mismo entorno y creará una familia y tendrá hijos y finalmente los compromisos sociales impedirán que vivamos nuestro amor y acabaré siendo un viejo amargado que consumirá sus días con su propia familia a la que odiaré por no haberme dejado ser yo mismo después de haberle sido infiel a mi mujer con todo ser humano hombre o mujer que se me cruce en el camino.
- Pero podéis marcharos a Europa. Allí existe más tolerancia, podríais emprender una vida nueva.
- El problema nos lo llevaríamos con nosotros mismos, porque la puta realidad es que no es la familia a la que tenemos miedo para declararnos como somos, ni siquiera la sociedad tan cerrada y victoriana en la que vivimos, sino que somos nosotros mismos los que no podemos romper esa marca grabada a fuego desde que nacimos de que el que se enamora de otro hombre siéndolo él mismo es algo execrable. Nos rechazamos como somos nosotros mismos Roberto. Tú seguramente no te has dado cuenta aún, porque no has encontrado un hombre al que amar y te has tenido que plantear el problema, pero te gustaría arrancarte el corazón, como me pasa a mí ahora mismo, para no sentir el vértigo de lo que en lo más intimo sabes que está mal hecho, que no debe hacerse porque es radicalmente perverso.
Lucas derramaba lágrimas mansamente mientras hablaba. La pena profunda le salía en cada palabra del sótano más profundo de su alma. Roberto empezó a llorar con él por solidaridad, le echó el brazo por el hombro y le atrajo hacia él. Luego le beso suavemente en los labios y degustó el salitre de sus lágrimas. Un hombre ya mayor y muy pintarrajeado que pasaba por detrás de ellos dijo en voz alta “¡Ay, que bonito es el amor!, a los dos le hizo mucha gracia la forma de decirlo y empezaron a reírse sin poderse contener. Cuando regresaron sus amigos y les vieron riendo y llorando interpretaron que se lo estaban pasando bien como buenos amigos.
- Esta de bote en bote aquello, y que cosas se tocan – dijo Richard – y se chupan – apostilló Duncan riendo.
- ¿Nos vamos? – preguntó Roberto.
- Venga sí, no está aquí. Hoy no ha habido suerte, algo le tiene que haber pasado – afirmó Lucas.
Nada más salir del local los cuatro amigos, salió del cuarto oscuro un cow boy de ceñidísimos pantalones vaqueros y camisa de leñador con la cabeza cubierta por un gastadísimo sombrero de paja, dirigiéndose a la barra por una bebida.
- Lo de siempre – le dijo al camarero.
- Acaba de marcharse – le contestó sin inmutarse el camarero sin levantar la vista del vaso al que sacaba brillo con un paño inmaculado.
Clayton se le quedó mirando interrogativo un instante, preguntándose que querría decir con aquello, hasta que cayó en la cuenta de a lo que se refería.
- ¿Lucas? – exclamo en voz alta.
El camarero afirmó con la cabeza sin abrir la boca. Clayton salió corriendo a la calle a tiempo de ver como un Lincoln se alejaba rápidamente del local en dirección a la bahía vieja de Tampa.
Clayton regresó al local abatido. Se fue a un extremo de la barra, se acomodó en un taburete y pidió al camarero un doble. Se quitó el Stetson de paja arrugada que llevaba y lo revoleó sobre la barra. Quedaron al descubierto sus rizos negros brillantes. La mirada intensamente turquesa perdida en unos ojos vacíos. Las lágrimas comenzaron a manar sin rebozo, sin intención ninguna de hurtárselas a quien las quisiera mirar, le daba igual que se burlasen de él como de que se compadeciesen. El camarero se acercó con su trago.
- ¿No te ha preguntado por mí?, acertó a preguntar con un nudo en la garganta y el gesto compungido.
- No, Clayton. Vino con otros tres. Dos se metieron al dark y con el otro se hartaron los dos de llorar como estás haciendo tu ahora mismo, hasta que salieron los otros del cuarto oscuro y se marcharon, instantes antes de salir tú. Por cierto que a dos de ellos si los conocía, habían venido mas veces con Lucas por aquí, pero el otro, spaniard, si no me equivoco, era la primera vez y estuvieron abrazados y se besaron, aunque no me pareció que fuera de pasión, era como de amistad. Verás Clayton, no es que yo quiera endulzarte el mal trago te digo lo que me parece que vi. Lucas parecía consternado y el otro intentaba consolarle. La barra da títulos que la Universidad no tiene. Las horas aquí detrás enseñan bastante.
- Gracias – contestó Clayton – si volviera… - dudó si dar instrucciones o no -  no, déjalo, que más da ya. Me tienen preparada la boda desde que nací. Soy el sexto Clayton y cuando llegue el momento seguramente me veré en la tesitura de hacer con mi hijo la barbaridad que van a hacer conmigo ahora y mi hijo, si tiene los sentimientos que yo, se joderá y hará solo lo que tiene que hacer, casarse y seguir poniendo mas Clayton en el mundo que sigan la cadena, porque nadie tiene cojones para romperla. Quiero a Lucas – levantó la voz profundamente irritado – y voy a tener que renunciar a él y seré un amargado como lo es mi padre y lo fue mi abuelo y mi bisabuelo y así hasta donde quieras llegar. Tendré un matrimonio felicísimo, daré unas fiestas que serán envidia en Austin y en cualquiera de mis viajes, reales o inventados, pagaré fortunas a chaperos de lujo que me recuerden, solo para que me recuerden al único que podría haberme hecho feliz.
Se bebió de un trago el vaso que tenía delante. Se quedó mirando el vidrió escurriendo las gotas de licor y sonrió cínicamente.
- Ahora al aeropuerto y en dos horas en casa. Mi padre me mirará con cara de satisfacción creyendo que he estado de putas por cualquier club de lujo, orgulloso de tener un hijo que ya pone los cuernos a su mujer aún antes de casarse, como hizo él, y antes que él sus mayores, me echará un brazo por los hombros y me dará un tirón cariñoso de orejas diciéndome eso tan conocido de “ay, sinvergüenza, como se nota que llevas sangre Clayton en las venas, aunque ya sabes, el pecado no es hacerlo, sino permitir que se sepa” y luego soltará una sonora carcajada. Mi madre le mirará con asco, luego me mirará a los ojos a mí y derramará dos lágrimas, se preparará el enésimo gin tonic del día y dirá que se va a la cama con una jaqueca imposible, al cabo de la calle de que su hijo es maricón, las madres siempre lo saben, pero haciéndose cargo de la responsabilidad del apellido que porta, a sabiendas de tener el hijo más desgraciado del universo.
- ¡Joder, Clayton! Rompe con todo, coge tu avión y vete a Pensilvania a buscar a Lucas a la Universidad y se feliz con él de una puta vez.
Desde el fondo del local un tipo perfectamente vestido de casual Hilfiger no quitaba ojo a Clayton y la conversación que tenía con el camarero.
- Demasiado acostumbrado a vivir como sabes que vivo. Asquerosa comodidad. Me desheredarían ipso facto y a Lucas no digamos, la política, perdona menos que la empresa. Sería difícil para los dos. Está perdido, de verdad. Como tu dices, cuando me case haré viajes de negocios frecuentes a Pensilvania y llevaré la típica doble vida de los Clayton, con hombre o mujer, que más da. Cuando mi mujer se de cuenta se le hará entrar en razón como han terminado por entrar todas por el aro del que dirán. ¡Y luego dicen que éste es el país de las oportunidades! A la mierda con todo. Hasta otro día.
Clayton recogió su sombrero, se lo colocó en la coronilla con desgana, se sacó del bolsillo de su camisa de leñador, las Ray-Ban aviador se las caló y salió del local como el que acaba de lograr un triunfo espectacular con un cadencioso y obligado bamboleo de caderas.
Cuando Clayton salio del local el tipo de impecable vestimenta casual se acercó a la barra y llamó al camarero.
- Se puede saber de que hablabas con el vaquero que acaba de salir – y al tiempo dejaba sobre el mostrador cinco billetes de cien dólares.
- Nada de particular – mientras recogía parsimoniosamente los billetes uno a uno – lo habitual en estos sitios. Que está colado por un tío y el tío por él y no se han visto hoy de milagro y estaba frustrado, porque al parecer le tienen apalabrada la boda y no puede confesar sus inclinaciones en su casa, porque le desheredarían y…
El hombre que preguntaba le cortó en su discurso.
- Ya he escuchado suficiente, gracias – mientras dejaba sobre el mostrador otros dos billetes de cien – por cierto, como se llama el otro tío por el que esta colado el vaquero, si lo sabes claro.
- Si, claro, se llama Lucas, su padre es un pez gordo de Washington, senador o algo así.
El hombre se sintió complacido con la información y dejó caer otros tres billetes de cien sobre el mostrador antes de dirigirse a la puerta.
- Vuelva usted por aquí cuando quiera – le gritó el barman – se muchas mas cosas de mas gente.

La torre no acababa de dar permiso de despegue y las luces violetas de los márgenes de la pista se volvieron borrosas vistas a través de las lágrimas que no pudo evitar derramar sabiendo que dejaba atrás Tampa y a Lucas con la ciudad. Había tenido que detenerse al borde la carretera camino del aeropuerto porque las lágrimas no le dejaban ver bien la calzada; se fumó compulsivamente dos cigarrillos, pudo tranquilizarse después de dar dos gritos de impotencia en la oscuridad y continuó su trayecto.
Conectó una vez más con torre preguntando el porqué de tanta demora a esas horas de la noche, que le explicó que otro vuelo estaba en cabeza de pista para despegar antes que el suyo y que debía esperar. Finalmente pasados casi quince minutos recibió el ok de la torre de control y metió gas para empezar la rodadura por la pista asignada. Con el dorso de la mano se limpió los ojos e hizo un esfuerzo para hacer un buen despegue y seguir las indicaciones de la torre que le encaminase a su casa en Austin, provocando el empuje brutal de los tres reactores de cola de su jet para recorrer las mil seiscientas millas que le separaban de su ciudad en dos horas.
Con el viento de cola llegó al aeropuerto internacional de Austin donde después de aterrizar de forma casi automática le esperaba su Maserati que horas antes había dejado él en el hangar que la familia solía utilizar para estacionar sus aeronaves. Un mecánico, a pesar de las horas de madrugada, nada más descender de su jet le saludó con agrado, le entregó las llaves de su vehiculo y le comunicó que el reactor era ya cosa suya y de los mecánicos para ponerle en orden de vuelo para el día siguiente cuando le necesitase su padre que tenía que viajar a Washington, lo mismo que harían con el otro.
- Eres muy amable, Robert, pero a que otro te refieres, ¿es que alguien de mi familia ha usado hoy otro avión?
- Su hermano Peter, ha aterrizado unos quince minutos antes que usted. Me ha extrañado que no viniesen juntos, pero uno es solo un empleado y…
- De acuerdo Robert, gracias.
- Siempre a su disposición, señor.
Si tuvieses nada más que quince años menos – pensó Clayton – ya te enseñaría yo a ti en que disposición te querría, para  a continuación soltar una carcajada sorprendiéndose a sí mismo de su desvergüenza. Tenía una tristeza profunda que era la que hacía crecer la planta venenosa de su cinismo, por no haber podido ver a Lucas, una tristeza que le acogotaba y le dejaba sin resuello, pero no podía dejar de apreciar lo que podría haber sido un buen polvo en su momento. Estas son las cosas – se dijo para el cuello de la camisa – que al fin y al cabo me salvan de mi mismo. Se felicitó de no tomarse en serio ni siquiera a su persona. Para pensar a continuación que de donde vendría Peter a esas horas, pero no le dio más vueltas al asunto, no era cosa suya. Peter era dos años menor que él y no le tenía por trasnochador ni bullanguero. “Cualquier cosa” dijo en voz alta mientras arrancaba el deportivo del tridente.
El Maserati a las cuatro de la madrugada tardó un suspiro en llegar al rancho, en las afueras de Austin, en Georgetown en realidad, donde vivía la familia.

domingo, 24 de febrero de 2013

ROBERTO XI



E V E R G L A D E S




Los golpes en la puerta le resonaron en la cabeza como si le aporreasen repetidamente con un palo de baseball. Hacía menos de dos horas que se había quedado dormido y con  el ajetreo del pasado día tenía el cuerpo destrozado. Creía que el cuerpo se le desintegraría y con su disolución en restos de carne y sangre se acabarían los dolores. De manera simultánea al retumbar inmisericorde de los golpes en su cabeza reconoció que la puerta se abría y ni dos décimas de segundo después alguien le dejaba en pelotas encima de la sabana por el expeditivo proceder de tirar de la ropa de cama hasta los pies.
- Vamos, vago, arriba que la tripulación se mosquea si no llegamos a tiempo – Lucas entró en la habitación dando voces que se entrelazaban con los rayos del sol que herían los ojos de Roberto negándose a abrir los ojos – en el armario hay ropa para el barco. Los zapatos son de tu número y la ropa de tu talla, aquí no se deja ni un detalle al azar, Mama, además de ser un putón verbenero es realmente eficaz y autentico factotum de mi padre. Antes de que nacieses seguro que ya se sabía tus medidas, “todas”, pedazo de cabrón, follarse a mi madre ha sido lo último. Venga espabílate que nos vamos sin ti.
- ¿Quiénes vamos? – preguntó Roberto mientras elegía qué ponerse del vestidor donde se acababa de meter.
- Nosotros cuatro, tú, yo, Duncan y Richy – contestó saliendo de la habitación Lucas – y no tardes.
- Espera, espera – salió del vestidor medio cayéndose mientras se calzaba unas bermudas blancas Roberto - ¿Corina, no va a venir?
- A Corina los caimanes le provocan nauseas. No ha ido a los everglades nunca, y además vamos a pasar la noche en el hotel St. Petersburgo en la bahía de Tampa pero antes, cuando nos hayamos instalado en el hotel, por la 93, cruzando la vieja bahía, en  Tampa, en el boulevard Kennedy hay un bar que te va a encantar y al que Corina, como podrás comprobar no podría entrar sin armar un revuelo.
- Pero en que barco vamos, en una zodiac, para que un hotel, cuando podíamos quedarnos en el barco.
- Venga vístete de una puta vez y deja de decir chorradas. Una vez atracados estaremos mejor en el hotel que además tiene yachting propio, no creerías que íbamos a atracar en el municipal, eso sería un golpe al orgullo de mis padres que no me perdonarían en la vida.
Con los bermudas blancos eligió un suéter de rayas finas rojas y blancas muy marinero, con algo de lycra que le marcaba los abdominales. Eligió unos náuticos azul marino y salió a la carrera hacia el embarcadero. Corina estaba allí para reprocharle que se fuese con los amigotes en el yate, pero un par de besos junto con un apretado abrazo haciendo sentir toda la dureza de su cuerpo cerca de su sexo con promesa de resarcimiento bastó para remunerarla. Le metió la lengua dentro de la boca y ya en la motora que les llevaba al yate fondeado Lucas sujetó con las dos manos el resalte enorme del pene de Roberto mientras riendo reclamaba la atención de sus amigos.
- Eh chicos fijaros como nos ha puesto en suerte a éste mi hermanita.
- Que suerte tiene la muy puta de poder usar semejante utensilio – le dijo a Richy, Duncan dándole un codazo.
- Suelta ya, joder, ¿no sabes conformarte con la tuya? – le dio un empujón a Lucas y dirigiéndose a los otros dos – y vosotros, cuando no podáis más que sepáis que tengo para los dos a la vez.
- Esto promete Lucas – grito entusiasmado Duncan – esto de los everglades ha sido toda una idea, éste es capaz de follarse a un caimán.
- Podíamos montar una juerguecilla en el barco entre los cuatro – dijo Richard – a la vista de cómo se está calentado el ambiente.
- En el yate tranquilitos – se puso serio Lucas – los tres tripulantes que lleva no suelen prestarse más que a lo que es estrictamente navegación, y además si llegase a oídos de mi padre que somos una pandilla de maricones, aunque él sea el mayor de todos, nos iba a arder el pelo, por lo menos  a mí. En este mundo donde se mueve mi familia, bueno y me imagino que en el mundo que se mueve cualquiera, lo importante son las formas, luego detrás de una puerta haces con tu culo lo que mejor te apetezca. ¿Qué tal le vendría a la Clínica de tu padre, Duncan, que se supiese que su hijo, heredero del tinglado, es una maricona con todas las palabras?, porque vale, sí, tenemos novias y follamos tías, que algún día nos darán hijos que serán o no tan maricones como nosotros, pero en el fondo, seamos sinceros, lo que nos gusta es un buen nabo.
Roberto inició un aplauso pausado que terminó por sumar el de los otros dos ocupantes de la fuera borda.
- Enhorabuena, yo no lo habría podido explicar mejor.
- Ahora todos en compostura que vamos a atracar al lado de la escala – les dijo muy serio Lucas.
El Marion II era una goleta marinera de la que se encaprichó Lucas Sr. en cuanto la vio en el Salón Náutico de Miami hacía dos años. La compró por un dineral, la acondicionó y le puso el nombre porque ya existía una Marion I que en lugar de los cuarenta y cinco metros de ésta solo tenia veintiocho. Era imprescindible que el nombre fuese el de su mujer, porque haberle puesto el de su secretario habría quedado algo sospechoso. A Marión el navegar le provocaba nauseas, tomase lo que tomase y por eso el barco lo usaban los Lucas, tanto Jr. como Sr. dado que Marión tenía sus veleidades sexuales con todo hombre menor de veinticinco que se le pusiese a tiro, estaba encantada que su marido hiciese singladuras por el golfo de México y se llevase a bordo a quien le diese la gana. En esta ocasión el senador tenía importantísimos negocios que atender en Tallahassee, la capital, que después tendrían su replica en Washington cuando acabase el verano y por eso no tuvo inconveniente en que su hijo se fuese de fiesta con los amigos.
La goleta se había intentado conservar como era en origen a finales del diecinueve instalándole los adelantos que hiciesen cómoda y segura la navegación, además de colocarle en la sentina dos motores volvo de dos mil caballos cada uno suficientes para sacar al yate de cualquier apuro.
Cada uno de nosotros tenía un camarote y Lucas como era lógico se había reservado el de su padre que además de tener como los nuestros su cuarto de baño tenía una salita para reposar, leer o ver la TV. Tenía una de plasma de sesenta pulgadas que parecía una pantalla de cine.
La tripulación la componían tres hombres, dado que la navegación la íbamos a hacer a motor casi de cabotaje, y no íbamos a necesitar desplegar el velamen. Cuando el barco salía a alta mar, como cuando fueron a Southampton el verano anterior para visitar las Islas Británicas que necesitaba siete tripulantes para la brega de estachas, foques, las vergas del palo mayor y la botavara del trinquete. Los tres que venían en esta ocasión eran fijos y se dedicaban a tener la nave en orden de marcha para cuando a cualquiera se le ocurriera utilizarla. Eran dos mejicanos y un cubano, venido en patera de la isla huyendo del paraíso que le tuvo recluido en una celda diez años, desde los catorce a los veinticuatro por pronunciar la palabra Fidel al lado de la de maestro de la mentira. Este cubano, Juan se hacia llamar, miraba de forma desapasionada y se limitaba a su trabajo bajando los ojos cuando uno se dirigía a él. Los mejicanos, uno de los cuales hacia de capitán, timonel, más bien, era Tito, probablemente diminutivo de Ernestito, pero conservaba cierta autoridad sobre los otros dos. El otro era Sebastián, muy joven con una mirada limpia y sonriente, con una dentadura blanca y perfecta que daba gusto quedarse embobado mirándola y que saludó a Lucas con bastante familiaridad, la que no demostró ninguno de los otros; “él es el patrón y nosotros los putos empleados, ¿o es que se la chupas?”, se le escuchó decir a Tito dirigiéndose a Sebastián.
- Tanta gracia te ha hecho o es que es verdad – le pregunto Roberto a Lucas a quemarropa al observar como ante esa afrenta éste se echaba a reír.
- ¡Bah!, déjalo estar Roberto, son cosas del servicio.
A partir de ese momento Roberto no quito ojo de encima a Sebastián si Lucas estaba cerca. Indudablemente existía una complicidad que con los otros dos no había.
- Tito, vamos a St. Petersburg a fondear allí en el Club y a pasar la noche en el hotel – le dijo Lucas al capitán – nosotros vamos a desayunar. Dile a Sebastián que nos sirva en la cubierta de popa. Vamos a estar allí tomando el sol.
Tito trasmitió la orden a Sebastián que bajo a la cocina a preparar. Los cuatro amigos fueron a popa a tomar el sol.
- ¡En pelotas, chavales! – Dijo festivo Lucas – el golfo es nuestro, o será que nosotros somos unos golfos.
Todos rieron la broma mientras se desvestían y se tumbaban en las hamacas dispuestas a tal fin.
- Poneros protección que el sol en la mar pega – dijo Roberto – Lucas dame por la espalda y yo te doy a ti.
- No. Yo te doy a ti, pero prefiero que la crema solar me la extienda Sebastián, tiene unas manos de oro.
- ¿No tendrás con ese chaval…? – le dijo en voz baja Roberto.
- ¡Que era broma hombre!, venga, dame la crema de una puta vez.
Al poco llegó Sebastián con la bandeja con café y zumo de naranja y unos suizos. Lucas se puso en pie dejando ver su sexo fláccido pero grande en todo su esplendor. Roberto miró desde su posición tumbado bocabajo y contempló como la entrepierna del marinero crecía. Creyendo que nadie se percataba de ello Lucas rozó con su mano la bragueta de Sebastián lo que hizo que faltase poco para que derramase la bandeja sobre la cubierta. El pene de Lucas empezó a levantarse, pero él no hizo ningún ademán para disimularlo, al contrario.
- Vamos chicos a desayunar. Primero una cafecito y un zumo y luego un poquito de leche bien calentita tomando su sexo en las manos y agitándolo.
- Déjate de bobadas – le dijo Duncan – y espera a esta noche en Tampa que enseñemos a tu amigo como nos las gastamos por Florida.
Se habían alejado de la costa unas diez millas y Lucas ordenó a Tito que echase el ancla, que iban a bañarse. Total Sarasota donde iban a atracar para pasarse por la casa de los abuelos de Duncan estaba a un par de horas de navegación nada más, estarían allí por la tarde y pasarían la noche fondeados cerca de la costa. Cenarían en casa de Duncan y volverían al barco a dormir, no querían incomodar a los abuelos que ya eran mayores.
Cuando el barco estuvo al pairo, apareció Juan con un rifle y se colocó a babor y Tito con otro rifle a estribor.
- No se alejen demasiado y nada de sus mariconadas – casi amenazó Tito con su inevitable deje mejicano que parece que va a ser lo último que vas a escuchar en la vida antes de que te descerraje un tiro en los sesos.
- Joder Lucas, ¿y eso de los rifles? Y la advertencia de las mariconadas me ha parecido una pasada – protestó alarmado Roberto.
- Primero, estamos en el golfo de México, caribe, ¿te suena de algo?, tiburones – le dijo Lucas acercándosele mucho a la cara y tomándole los huevos en la mano – no querrás que se den un banquete con tus bolas, ¿verdad? Y segundo Tito está harto de verme follar con todo lo que se mueve dentro y fuera del agua y siempre me ha excitado follarme un culo, como el tuyo, por ejemplo, sabiendo que un tiburón merodea el mío. Eso a Tito le exaspera
- No se si bañarme ahora, la verdad, no por lo del tiburón, sino porque se te ocurra clavármela dentro del agua – y diciendo esto se zambulló desde la borda con la verga ya enhiesta pensando en lo que pudiera ocurrir con tiburón o sin él.
- No pasa nada – contestaron Duncan y Richard al unísono – si aparece una aleta estos se lían a tiros y los ahuyentan, no te asustes – le gritaron cuando emergió del agua y a continuación se tiraron ellos – ¿A que es cojonudo bañarse en alta mar en pelotas con la polla bien tiesa?
- Es cierto – le comentó Tito con profesionalidad – puede usted bañarse, y follarse si quieren, no hay peligro, pero no se alejen del barco, por si es preciso abordarlo a la carrera y si se follan no se olviden que nosotros podemos fallar el tiro y ustedes estar más pendientes de la pija que del escualo.
El baño transcurrió sin incidentes salvo porque Richard desaparecía a intervalos en la cercanía de Duncan y este ponía cara de éxtasis hasta que en uno de esos éxtasis emitió un grito que podía ser de dolor aunque fue de placer que hizo decir a Tito por lo bajo “maricones”, que todos escuchamos.
- ¿A que sabe, mezclado con agua salada? – le grito Lucas.
- Prueba tú con Roberto y averígualo – le contestó Richard.
- No te rayes, tío, que era una broma – se molestó Lucas.
Se acercó entonces Richard hasta donde estaba Lucas y le dio un beso en la boca.
- Sin rencores y además ahora sabes a que sabe – le dijo Richard sonriente después de haberle dado un beso profundo de lengua.
- Pues tienes razón – siguió con la broma Lucas – no sabe nada mal, lo voy a tener que hacer más veces de esta forma.
Estuvieron todos bromeando, persiguiéndose y dando aguadillas como chicos jóvenes y sanos que eran hasta que aparecieron las primeras aletas en lontananza. Tito con un megáfono reclamó a los jóvenes a bordo y todos se apresuraron para alcanzar el muelle de popa que abordaron sentándose en él de un salto.
- Ya nos hemos bañado bastante Tito, ahora que Sebastián vaya preparando la comida, mientras nos tomaremos unas cervezas.
De un botellero que había en la cubierta de popa donde se encontraban sacó Lucas cuatro pack de seis latas cada uno de Bud. Y las distribuyó entre sus amigos que tumbados en las hamacas y bajo unas sombrillas que Juan acababa de abrir empezaron a trasegarlas.
- Antes de que Sebastián traiga la comida esta cerveza tiene que haber caído, así que ya sabéis – les dijo sonriente y feliz Lucas y añadió – hasta que no os vea a los tres bien empalmados no me voy a quedar tranquilo, me gusta que mis invitados disfruten.
Al cuarto de hora apareció Sebastián con un carrito lleno de mariscos, ostras, champán y frutas. Estaban los cuatro tumbados en sus hamacas masajeándose los sexos que estaban turgentes y brillantes. Sebastián dejo el carrito en el centro de la cubierta y anunció que tenían la comida preparada, pero no podía marcharse, estaba hipnotizado por la estampa que se le daba gratis a sus ojos. Sin darse cuenta empezó a frotarse la bragueta con la palma de la mano, estaba a reventar cuando Lucas le despidió.
- Venga, chico, lárgate al sollado a pajearte o búscate a Juan que te folle o que te atragante con el pedazo de cipote monstruoso que tiene. Cuando queramos algo de ti ya te llamaremos, ahora tenemos hambre.
Sebastián enrojeció, balbuceó una disculpa y se marchó casi a la carrera.
- Que bestia eres – le afeó la conducta Richard – como tratas al chaval. Desde cuando te lo follas, ¿desde los quince?, esta coladísimo por ti, ¿no te das cuenta?, ten un poco de consideración.
- Cuando quiera su culo o su boca se lo pediré y él me lo dará, pero cuando no tenga ganas, que se joda y se busque quien le caliente los cascos, no estoy yo para contemplaciones de enamoramientos de niñatos estupidos.
- Eres un poco animal – le reprochó Roberto – las cosas se dicen de muchas maneras, pero es que parece que te gusta hacer sangre.
- Pues a mi no me parece mal – terció Duncan – no es más que un criado, recordar que estamos en el sur. A los esclavos se los follaba el amo cuando le apetecía no cuando le apetecía al esclavo.
- Joder – se levantó de un salto Roberto – dais asco, a las personas no se las trata así, y además lo de los esclavos se acabo hace años, ¿recordáis? – Recogió su ropa y se encaminó a su camarote – se me han quitado las ganas de comer, me voy a echar un rato.
Lucas se levantó y fue detrás de él, mientras con la mano indicaba a sus dos amigos que permaneciesen en su sitio.
- Ir comiendo vosotros, ahora venimos.
En dos zancadas Lucas se colocó al lado de Roberto y le echó la mano por el hombro.
- Vale, espera. Deja que me explique. Aquí hay unas claves que tú no conoces y te las voy a explicar. Te debo esa explicación. Ven, vamos a entrar a mi camarote.
En la especie de salita que formaba parte del camarote del dueño del barco había un sofá de cuero. Allá se dirigió Roberto para sentarse.
- No ahí no, estamos desnudos y el tacto del cuero sobre la piel es desagradable, empiezas a sudar y te resbalas. Ven échate en la cama conmigo.
La cabecera de la cama estaba cuajada de cojines lo que permitía estar cómodamente incorporado como si se estuviese en un triclinium. Al echarse se dio cuenta Roberto que el techo era de espejo para poderse ver durante las epopeyas lubricas que allí se debía montar el padre de Lucas con sus amantes, e incluso el hijo. Efectivamente verse así desnudo y ver a Lucas igual tocándose cada uno sus sexos era excitante. Pero Roberto esperaba a ver que tenía que contarle su amigo Lucas y prefirió aislar lo que de lubricidad le sugería aquel espejo zenital y concentrarse en lo ético, que era la explicación.
- Conocí a Sebastián en los muelles de Coral Bay hace cinco o seis años, cuando con el Marión I estábamos fondeados. La verdad es que andaba yo caliente, imagínate a esa edad como estabas tú y comprenderás que necesitaba desahogo, pero era pequeño aún para campar por mis respetos y me debía a papá y mamá con los que navegábamos en el yate de club en club y aquel día Coral Bay era el atraque. Descendí a tierra a buscar algún escondrijo oscuro donde quizá en la zona se utilizase de cruising y poder hacer algo cuando me llamaron la atención unas voces y gruñidos ahogados que venían de detrás del pañol de redes.
Cuando Lucas hablaba y contaba aquel sucedido al tiempo que de forma absolutamente mecánica se maceraba entre los dedos los genitales haciendo que su pene adquiriese consistencia estaba a dos milímetros de poder compararse con cualquier trabajo terminado de Fidias, era sencillamente delicioso verle desnudo sobre la cama. Me costaba aislarme y centrarme en la historia que me estaba relatando y hasta apuro me daba sentir como sin querer mi sexo se endurecía, pues la historia que me contaba se alejaba de cualquier relato sexualmente adictivo.
- ¿A que se debían esos ruidos tras la nave? – le cortó el discurso ante la ansiedad que le producía sentir el deseo de Lucas tan fuerte ante su cercanía.
- Pensé que acababa de tener suerte y estaba frente a una pareja con la que quizá pudiera establecer una bonita y pasajera relación al abrigo de la oscuridad de la noche – miró entonces el espejo del techo mientras hablaba y se percató de la excitación de Roberto y sin solución de continuidad empezó a acariciarle el pene, Roberto se estremeció de placer – pero no, no era eso – continuó con la caricia suave sin mencionarlo y avanzando en su historia – me acerqué despacio ya totalmente empalmado creyendo saber a lo que me enfrentaba.
- ¿Y que era, chico-chica o dos chicos? – Roberto era incapaz de sostener su deseo.
- Que va. Eran dos chicos como de mi edad intentando violar a un chaval pequeño que no tendría arriba de los doce años, Sebastián, que se debatía como podía, sujetado y amordazado por uno de ellos mientras el otro torpemente intentaba penetrarlo. Lo cierto es que la escena de violación siempre es un clásico del porno, eso debes saberlo ya tú, y excita, no se puede negar, pero en el celuloide, en la realidad es algo bastante desagradable y repugna a cualquiera con dos décimas de ética, por muy puta que sea su madre y más maricón que sea su padre o uno mismo, porque una cosa es simular que no quieres que te lo hagan y otra muy diferente debatirte ante la agresión sabiendo que no vas a poder oponer resistencia ante quien te gana en fuerza y número.
- ¿Y que hiciste? – a Roberto le temblaba la voz, aunque intentaba aparentar normalidad, pero la excitación de sentirse acariciado con suavidad por su amigo le impedía mantenerse sereno, Lucas lo notó.
- ¿Gozas de la caricia, verdad? – Y sin dejarle contestar continuó – yo también gozo con la caricia y me estoy dando cuenta que me estoy colando por ti, y eso no me gusta, pero algo me pasa por dentro, tío, me encanta tenerte a mi lado acariciándote y sintiéndote excitado a causa mía. Solo he sentido algo parecido por otra persona.
- Como sigas por este camino me voy a correr Lucas.
- No quiero que te corras aún – y dejó de acariciarle leve el frenillo utilizando como lubricante el esmegma que destilaba por el meato para pasar a hacerlo con las bolsas haciendo resbalar dentro de ellas los testículos de forma lenta y continua.
Ante el cambio de caricia Roberto gimió de placer y Lucas amplió la caricia a las cercanías del ano. Roberto abrió de forma refleja las piernas para permitir el acceso a todo el periné.
- Continua – le suplicó con los ojos cerrados y la saliva resbalándole por la comisura de la boca del placer - ¿te uniste a la violación o defendiste al chico?
- La duda ofende. Me acerqué con cuidado cuando tome conciencia de lo que se estaba desarrollando en aquella oscuridad y al que intentaba clavársela al chiquillo, que yo ni sabía que era tan pequeño, le aticé un puñetazo en los riñones que lo tiró al suelo sin respiración, el otro muy valiente soltó al muchacho y salió corriendo. El que se retorcía de dolor en el suelo se levantó dando trompicones y salió corriendo igualmente profiriendo amenazas.
- ¿Y Sebastián?, estaría hecho mierda después de haber estado a punto de ser violado – interrumpió Roberto.
- Ante mi sorpresa su reacción no fue la esperada en alguien que es salvado de ser violado como tú dices, por dos imbeciles. Me insultó, me llamó huevón y así supe que era mexicano, y me hizo responsable de la perdida de doscientos dólares, los que le iban a dar aquellos dos chavales por violarle, sí, pero como parte de una sesión de bondage improvisada en los muelles, una especie de “InOut” que al parecer excitaban sobremanera a la pareja. Me di cuenta entonces que el crío gastaba un empalme medio regular, es decir que él disfrutaba también de la puesta en escena. Me disculpe bastante cortado y le dije que yo le daría los doscientos dólares, pero que no los llevaba encima que me acompañase al barco.
 Ayudé al chico a vestirse y le acompañé hasta nuestra goleta. Cuando alcanzamos la luz tomé conciencia de lo que había hecho. Mexicano, sí, pero una espalda mojada, fijo. Le pregunté y me confirmó que mexicano, que había pasado desde el Yucatán en balsa con un hermano suyo mayor y había desembarcado en los everglades donde un caimán acabó con la vida de su hermano, hacia de eso dos meses, cosa que no le dolió y me sorprendió ésta confesión. Había ido trampeando rebuscando en la basura. “No se puede usted imaginar la de comida que se tira aquí en América” me dijo. Iba vestido de harapos, pero había conseguido pasar desapercibido en esos dos meses, chapeando por los servicios de las gasolineras con los camioneros. Se llevó muchas hostias, me dijo, pero también le llevaron en los camiones, le daban de comer y algunos dólares a cambio sobre todo de mamadas, aunque alguno, me dijo, le abrió bien por detrás con penes enormes, según se explicaba asustado aún de los tamaños que habían podido entrarle por el culo.
Cuando llegué al barco les conté a mis padres lo sucedido a grandes rasgos, hurtándoles la verdad de lo sucedido porque el chico me gustó con su sinceridad procáz e inocente al tiempo y les dije que quería hacerme cargo. Sus padres habían fallecido en una balacera entre narcos y con su hermano probó la aventura americana con el resultado que ya te dije. Estaba solo y denunciarlo a inmigración suponía exponerlo a las redes de proxenetismo de su tierra cuando le deportasen y seguramente acabaría siendo vendido por una mafia para órganos de trasplante.
- Joder, Lucas es un autentico culebrón de serie de TV de por la tarde, de esas que se usan para dormir la siesta.
- Pues cierta, porque mi padre usó de sus influencias para saber la verdad y era tal y como lo había contado el chico. Mi padre le arregló los papeles para que se quedara con nosotros como grumete del barco y desde entonces está con nosotros, bueno conmigo, porque ahora te voy a contar lo sucedido aquella misma noche.
- ¿Qué noche? – preguntó Roberto completamente despistado por las sensaciones provocadas por las caricias de sus testículos y la contemplación de la erección potente de Lucas que ya no podía resistirse al placer inducido por sus propias caricias.
- La que te estoy diciendo de cuando rescaté o eso me creí yo, al crío de aquellos dos imbeciles.
- ¡Ah!, claro, continua, es que desde el cielo es difícil seguir el hilo de cualquier relato – se excusó Roberto.
Lucas soltó una sonora carcajada debido a la explicación de Roberto.
- Te hago flotar en una nube ¿eh?, eso me gusta, luego terminaremos de flotar los dos juntos – le dijo al tiempo que se volvía hacia sus amigo y le rozaba sus labios contra los suyos – pero antes déjame terminar.
- Acaba que me impaciento ya y me parece que voy a explotar.
- Teníamos la dotación de marinería completa y no había ni una hamaca disponible en el sollado, así que dije que el chico dormiría en mi camarote echando una colchoneta al suelo, a los pies de mi litera, había sitio de sobra. Estábamos ya dormidos todos en el  silencio de la noche mecidos por el suave movimiento de las olas del pantalán, cuando sentí un cosquilleo muy agradable en mis partes. Soñaba que una compañera del instituto al que iba por aquellas épocas me hacia una felación dulce y lenta, muy placentera y estaba a punto de eyaculación cuando me despertó el placer punzante en la punta del capullo y sentí que efectivamente alguien me hacia una felación.
- ¡El mexicano!, joder con el chavalín.
- Le aparte de inmediato pero no pude evitar eyacular sobre la barriga porque el orgasmo se abrió paso con la impetuosidad de una riada. El chico, ante mi asombro lamió el semen derramado y luego los restos del capullo. Era tal la suavidad de su lengua sobre mi capullo y tal el placer que le dejé hacer hasta que se harto de lamer y lamer. Luego hablamos.
- ¿Hablar, de qué?
- Si le gustaba ese tipo de relación, porque ya sabía que lo de los dos del muelle era una transacción y lo de los camioneros necesidad, pero que si le gustaba en realidad.
- ¿Y que te contestó?
- Que nunca le habían sodomizado, bueno el dijo cogido el culo, hasta que lo hizo el primer camionero. Y le pregunté que cómo entonces hacía esas mamadas tan exquisitas, que donde había aprendido, porque desde luego no me iba a convencer que era la primera vez que lo hacia. Me contestó con naturalidad que aprendió con su hermano mayor. Cuando el tenía cuatro años y su hermano, el que se comieron los caimanes, tenía quince le pilló pajeándose y el hermano le invitó a hacerlo con la boca prometiéndole que nunca haría cosa más buena y gustosa y que además a él que era su hermanito mayor le gustaba que se lo hiciesen sin importarle de quien era la boca, porque todas son iguales con su lengua y sus dientes, solo hay que saber como hacerlo y que él le enseñó bien, por eso cuando los caimanes se lo zamparon no sintió ninguna pena, en su fuero interno sabía que su hermano mayor era un cabronazo que se había aprovechado de él que era un bebé.
- ¡Increíble, Lucas!
- Pues sí, increíble pero cierto. Me contó que en la balsa cuando venían de la península en el bote hacia Florida se lo hizo a todos los que iban porque su hermano se gloriaba de lo bien que había enseñado a su mariconcito hermano al que quería mas que a nadie.
- Llamaba “mariconcito” a su propio hermano
- A él no le importaba, lo venía escuchando desde que tenía cuatro años y entonces tenía ya once, lo tenía asumido. Cada vez que embarcábamos, como él ya tuvo su acomodo en el sollado con el resto de la marinería, con cualquier excusa le hacia venir a mi camarote y me hacia unas mamadas de escándalo, hasta que a los catorce años un día me pidió que le cogiese por el culo, quería que yo fuese el primero del barco, porque Juan, me dijo, ya lo había intentado y sabía que terminaría por hacérselo y quería que fuese yo el que le volviese a desvirgar, después de tantos años.
- Te lo follaste con catorce años, tío, eres un pederasta.
- Con catorce años tenía el cuerpo de ahora mismo y me lo pidió él, yo no le forcé, es más, me negué al principio, pero me lo rogó tanto, incluso lloraba porque quería que se lo hiciese, que lo hice. Me consta que le dolió, sabes que yo no la tengo pequeña, no la monstruosidad de Juan que le habría rajado el culo, seguro, pero se que le dolió, a pesar de la vaselina que tiene aquí en el camarote siempre mi padre, me costó pero lo logramos y después mirándole a la cara, viéndole resbalar las lagrimas, no se si de dolor o de alegría o de las dos cosas por las mejillas comprendí que le había hecho feliz. A los pocos días me vino a contar que Juan se lo había hecho y que aunque le había dolido había podido soportarlo aunque luego había sangrado algo. Le exploré y tenía una herida pequeña, le había partido el culo el muy cabrón. Desde entonces no le trago y desde entonces la complicidad que tengo con Sebastián trasciende cualquier relación, por eso puedo hablarle así.
En ese instante sonaron tres golpes muy quedos en la puerta del camarote.
- Es él – dijo Lucas - ¿le digo que entre y verás lo que es bueno?, me ha dicho que tu le gustas como persona, que eres bueno, si quieres podemos volar los tres.
- Que pase.

A las seis de la tarde con más hambre que un violinista en el Metro, Roberto se deslizó intentando no hacer ruido hasta la cubierta de popa a ver si había quedado algo de comida. Todo había sido retirado y se habría comido hasta el bordo de madera de teca, pero apareció detrás de él Sebastián.
- ¿Quiere que le traiga algo de comer? – le preguntó respetuoso.
- Sebastián, después de lo que hemos vivido y compartido allá abajo en el camarote, ¿vas a llamarme de usted?
- Se cual es mi sitio, señor. He sido muy feliz haciéndoles felices a los dos y yo personalmente he disfrutado con mis orgasmos, pero aún más, mirándoles a la cara de goce que se les ponía cuando les procuraba placer con mi cuerpo. Ha sido un honor. A mi amo Lucas – Roberto puso cara de sorpresa por la forma de llamarle – sí, mi amo, es mi amo, me sacó del arroyo y me ha dado una vida decente y amable. Estaba solo y ahora soy alguien en este mundo tan difícil; lo había perdido todo y él me acogió y me defendió cuando yo aún no era capaz de hacerlo, seré su esclavo siempre y hará conmigo lo que le venga en gana y yo no rechistaré, es mi amo. Como le decía, a mi amo Lucas le consentiré y daré hasta mi vida si él la quiere, porque se la debo. Le quiero más que a nada, por él soy ciego, mudo y sordo o todo lo contrario según a él le convenga, todo lo demás me da igual. Y después de esta declaración, ¿quiere que le traiga algo de comer?
- Si por favor, Sebastián, ya quisiera yo tener alguien así a mi lado, tráeme algo – Sebastián se alejaba hacia la cocina cuando Roberto levantó la voz – ah, y has sido fantástico. Mira que he follado con gente de los dos sexos, pero nadie lo hace con la delicadeza y entrega que lo haces tú. Gracias.
Sebastián se limitó a sonreír en señal de agradecimiento por el reconocimiento expreso que Roberto le hacia y fue en busca de cumplir con su obligación.
Cuando Sebastián regresó con una bandeja con frutas y unos cócteles de marisco y champaña volvía de ducharse Lucas.
- Me ha dicho Tito que les diga que llegaremos al muelle de St. Petersburg como dentro de una hora, para que puedan vestirse – anunció Sebastián.
- Gracias chico, retírate ahora y déjanos a los amos que nos relajemos y hablemos de nuestras cosas.
Sebastián con una sonrisa medio dibujada en su cara que traslucía satisfacción hizo una media reverencia y se dio la vuelta camino de la cocina.
- Joder, tío, no me explico como tienes hígado de tratarle así después de lo de esta tarde en el camarote de tu padre. Se te notaba que estas coladísimo por él, lo mismo que él por ti y ahora le tratas tan despectivamente que no te entiendo.
- Ya te lo he explicado. Te has dado cuenta la cara de satisfacción que pone cuando le hablo así. Soy su amo, y para él no es retórica, es real, sin mi se moriría de pena, se siente posesión y eso le da sentido a su vida, le gusta que le trate así, se siente realizado, si le quisiese tratar de igual a igual no sabría donde colocarse, porque de forma instintiva yo soy su dueño. Tú perteneces a otro mundo distinto y por eso te choca, pero para él es el cielo cuando yo le “uso”, le gusta ser usado por mí o por quien yo le diga que le use. En ser cosificado reside su personalidad y allí habita su deleite – se le quedó mirando fijamente a los ojos, intentando penetrarle – por ejemplo la relación contigo está en otro registro, es de igual a igual y eso me satisface, porque a veces me gusta sentirme débil y ser yo el que se deje hacer, llevar: con Sebastián siempre tengo que estar dando la talla de dominante y eso agota, créeme. Venga come algo, que esta noche nos queda también una buena dosis de experiencias. Vamos a ir al Metrópolis, verás cosa buena.